Tuesday, June 17, 2025

Destierro y destiempo

Por Gustavo Pérez Firmat


Deslenguados a unas pocas leguas. Collage de LLL.

Soy lo que fui, hace años, para siempre: un cubano de Miami, sin lengua pero deslenguado, que ha tenido la buena suerte y la mala fortuna de vivir casi toda su vida en un país libre, pero que no es el suyo, y de escribir su obra en dos idiomas, ninguno de los cuales en propiedad le pertenece. El exilio nos cambia, nos da la oportunidad o nos impone la obligación de convertirnos en otra persona, alguien que a veces no se nos parece. De ahí que, para mí, el hacer carrera de profesor y escritor más que un destino ha sido un desatino, una especie de falla, un accidente topográfico producido por los temblores que sacuden la isla donde nací. Soy escritor para dejar constancia que debí haber sido otra cosa. Hace años escribí un librito que titulé Equivocaciones. Y es que no escribo por vocación; escribo por equivocación. Meter la pata es mi condena. A decir verdad, yo nací con alma de almacenista, igual que mi padre y que mi abuelo—cuestión de libras en vez de libros, de arrobas en vez de arrobos, de joie de víveres.

El que padece la ausencia no es un perdedor, aunque haya perdido. Al perdedor algo le ha sucedido. Su pérdida es transitiva, tiene un complemento: alguna posesión, un ser querido, su país. La ausencia carece de transitividad. Al expresarse como verbo, deviene una acción reflexiva que recae sobre el sujeto: ausente es quien se ausenta. Y aunque un perdedor también puede perderse, el que se ausenta no se pierde. A veces sucede todo lo contrario y en la ausencia se halla a sí mismo. En un sentido estricto la ausencia es la pérdida de lo que nunca se tuvo, una pérdida en sí perdida. De ahí que su tesitura afectiva, como señala LaCapra, sea la melancolía en vez del luto (48).

Sucede, sin embargo, que una pérdida de mucha duración, que se hace crónica e irreversible, llega a experimentarse como ausencia. Para el perdedor a largo plazo, el objeto de la pérdida se desvanece, y lo que ya no se tiene se confunde con lo que nunca se tuvo. Cuando esto sucede, el luto por la pérdida se desliza hacia la melancolía por lo ausente—una melancolía sin fin, ya que no hay manera de restituir lo que nunca fue. Así ocurre, por ejemplo, en la obra de escritores cuyo destierro se prolonga por varias décadas, en particular si abandonaron su país natal muy jóvenes. Esta es la situación de los integrantes de la “primera generación cubanoamericana” (Rojas 26) o “la generación 1.5” (Pérez Firmat 18): Roberto Fernández, Cristina García, Carolina Hospital, Dionisio Martínez, Pablo Medina, Elías Miguel Muñoz, Achy Obejas, Virgil Suárez (entre otros). El saber de ausencia le imparte a la patria largamente perdida un carácter fantasmático, irreal. Más que un referente histórico es una figura de la imaginación. Como en la novela de Cristina García, Dreaming in Cuban (1992), Cuba no se recuerda, se sueña.Hace unos años hice una lectura de poesía en un centro para personas jubiladas cerca de Chapel Hill, el pueblo en Carolina del Norte donde vivo. Después de mi presentación se me acercó una señora para decirme que aunque no era cubana y había vivido toda su vida en el profundo sur, entendía los poemas que yo acababa de leer porque, en sus palabras, “aging is a process of exile.” O sea, envejecer es un exilio. Siempre he recordado esa frase, y con los años me he dado cuenta de que esa sexagenaria Scarlett O’Hara, teñida de rubio y vestida con shorcitos para jugar tennis, tenía razón. 

En su juventud, el exiliado le apuesta al tiempo. Confía en que, con el tiempo, el destierro será redimido por el regreso. De ahí aquel brindis tantas veces repetido por los exiliados cubanos: “El año que viene estamos en Cuba.” Sin embargo (y hasta con embargo), a medida que el exiliado envejece, el tiempo, antes su cómplice, se le vuelve hostil. Empezamos a perder el tiempo, por así decirlo. Empezamos a sentir una falta de sincronía entre el tiempo de nuestras vidas y el tiempo de la historia. Nuestro tiempo, en el sentido histórico, ya no coincide con nuestro tiempo, en el sentido vital. Cuando esto sucede, en vez de vivir con tiempo, a tiempo, vivimos a destiempo.

Por supuesto, esta sensación de destiempo invade a todo el que llega a viejo. En mis cursos les digo a los estudiantes que no me hablen acerca de nada que haya ocurrido en los últimos diez o quince años porque no tengo la menor idea. El presente, la contemporaneidad, a ellos les pertenece. Ojalá la sepan aprovechar. En vez de ser contemporáneo de mis estudiantes. soy su destemporáneo. Compartimos la misma época pero no el mismo tiempo. 

Para el exiliado, el destiempo, la destemporaneidad tiene repercusiones que van más allá del no estar al día, del proverbial despiste, ya que altera la definición misma del exilio. Envejecer en el exilio es también el envejecer del exilio. Como nosotros, el exilio tiene sus edades: su juventud, su madurez y su tercera edad. Y si hay achaques de la edad, también hay achaques de la edad del exilio, que nos dejan marcas no tan evidentes como las arrugas o las canas, pero no por ello menos reales. Cuando el exilio dura por décadas deja de ser un estado pasajero para convertirse en una condición crónica. Crónica en ambos sentidos: una condición sujeta al tiempo y tan irreversible como el propio envejecer. Al final de la película de Andy García, The Lost City, el protagonista, Fico Fellove, abandona la isla. Al llegar a Nueva York le dice a un americano: “I’m only impersonating an exile. I’m still in Cuba.” Es posible que todo el que ha abandonado su país, al llegar al destierro, piense igual que Fico Fellove y niegue la realidad del exilio. Pero enton pasan los años. Y al fin al cabo otra realidad se impone, la realidad de un de un exilio crónico, exilio duro por duradero, sin fin ni finalidad. La impostura ya no es máscara; es cara. Es más, es más cara.

Llegué a Miami con mi padres y mis hermanos el 24 de octubre de 1960 y nunca he vuelto a Cuba. Cuando llegué tenía 11 años; ya he cumplido 64. A medida que ha pasado el tiempo, el exilio ha ido acaparando una parte cada vez mayor de mi vida. Ya ocupa más de tres cuartas partes. Es como si la edad de mi exilio se fuera aproximando más y más a mi edad. A veces hasta me parece que algún día mi exilio y yo tendremos la misma edad. Ese día, el niño que vivió en el Reparto Kohly en La Habana y asistió a La Salle del Vedado habrá desaparecido por completo. Ese día, seré sólo exilio. Seré alguien que sabe que ha perdido algo pero que no sabe lo que es porque la época antes de la pérdida ya no existe.  

Así es como se presentan los síntomas de un exilio perdurable. No es mero juego de palabras decir que el exiliado crónico es también un exiliado anacrónico. Después de tanto tiempo, lo que ya no se tiene se confunde con lo que nunca se tuvo, y lo que fue nostalgia se siente como melancolía. Supongamos que Fico Fellove todavía vive en Nueva York. ¿Cómo se describiría a sí mismo después de medio siglo de exilio? Dudo mucho que siga diciendo que el exilio es una impostura, que él todavía está en Cuba. Creo que diría que el exilio ha calado en lo más profundo de su ser. Tanto, que ya ni siquiera es un cubano exiliado. Es un exiliado cubano. Lo sustantivo es el exilio; lo adjetivo, la nacionalidad. 

No sé en qué momento arribé a lo que en inglés se llama the point of no-return, modismo que para el exiliado cobra un significado inusitado. Sé que no fue una revelación súbita. Ocurrió poco a poco, casi insensiblemente. El primer atisbo coincidió con la invasión de Playa Girón. Cuando desperté para ir al colegio la mañana del 17 de abril de 1961 mi tío y mi padre estaban en el Florida Room de nuestra casa en Miami escuchando trasmisiones de onda corta, ambos convencidos de que la invasión iba a triunfar. Cuando no fue así, dejaron de hablar con tanto optimismo de un regreso inmediato a la isla. Lo mismo sucedió con la llamada crisis de los misiles. Y con los desembarcos de Alpha 66. Y con la fingida gestión de Alabau Trelles. Y con tantos otros momentos de esperanza y desengaño, booms and busts. El lema de mi padre, como el de tantos, era siempre: “Lo bueno que tiene esto es lo malo que se está poniendo.” Con el tiempo el lema se trocó en dilema: la cosa se ponía cada vez peor pero nada bueno salía de ello.

La última vez que me pareció que nuestro exilio tenía expiration date, fecha de vencimiento, fue a principios de los años 90, después de la caída del muro de Berlín. En uno de mis libros describo un concierto de Willy Chirino en el Dade County Auditorium que ocurrió en el verano del 1991. Chirino acababa de lanzar una canción que pronto se convirtió en himno: “Nuestro día ya viene llegando.” En ese momento sí nos parecía, en efecto, que el regreso era posible. Pero entonces, igual que antes, igual que siempre, empezaron a pasar los años y nuestro día no acababa de llegar. Llegaban, eso sí, más y más cubanos a las costas de la Florida.

Por esos años, además, mi familia entró en uno de esos ciclos de contracción que atribulan a todas las familias. Hay épocas cuando las familias crecen y otras épocas cuando las familias menguan. Durante nuestras primeras décadas de exilio, mi familia crecía. Los que éramos jóvenes nos casábamos y teníamos hijos. Los que ya no eran jóvenes, seguían tirando. Por esos años me parecía que nadie se moría en Miami. En los años noventa, la familia empezó a menguar. Primero los abuelos, después los tíos y las tías. Cuando mi padre falleció, hace justamente diez años, me di cuenta de que nuestro exilio era definitivo, que ya habíamos llegado al point of no return. La fecha de vencimiento nos había vencido. Si no había regreso para mi padre, tampoco podía haber regreso para mí. Orlando González Esteva tiene una frase que describe con precisión mis sentimientos: “El futuro ya pasó.” No digo que el futuro haya pasado para todos. Sólo digo que ha pasado para mí. 

Cuando el futuro pasa, el tiempo se vuelve destiempo, o lo que es peor, contratiempo. El año que viene no vamos a estar en Cuba. El día que venía llegando no llegó. La esperanza de la espera se dirime en la sabiduría de que ya no hay motivo para seguir esperando. Ahora cuando pienso en Cuba, oigo la voz de mi padre, que ya no existe. Lo cual no quiere decir, claro, que yo no siga siendo cubano. Descreo de la asimilación, del desexilio, del ex-exilio o del post-exilio. Tampoco creo en un exilio que deviene diáspora o emigración. Pero sé que un exilio sin fin, que un exilio sin auxilio, ha cambiado mi relación con el país donde nací.

Hay tres palabras distintas para designar la condición de ser cubano--cubanidad, cubanía y cubaneo. En inglés, todas se traducen Cubanness, aunque no significan lo mismo. El término más antiguo y difundido es cubanidad, cuyos orígenes se remontan al despertar del sentir nacionalista en Cuba a principios del siglo XIX. En una conferencia del 1939, Fernando Ortiz define la cubanidad como “la condición genérica de cubano” (“Los factores humanos de la cubanidad” 166). El adjetivo es clave: la cubanidad es un atributo genérico. No admite individualización. En el sentido en que uso el término, designa un estado legal avalado por partidas de nacimiento y pasaportes, documentos que equiparan la nacionalidad con la ciudadanía. Esto quiere decir, sin embargo, que la cubanidad es la manifestación más precaria de la nacionalidad. Es posible ser cubano y no tener vínculos legales con Cuba. Lo opuesto también sucede: para reclamar cubanidad no es necesario haber nacido o haber sido criado en Cuba. Basta con una carta de naturalización. 

El cubaneo es distinto. A diferencia de la cubanidad, prescinde del aval de documentos expedidos por un gobierno. En lugar, se manifiesta en todo un repertorio informal de gestos, gustos, costumbres, de maneras de hablar, pensar y sentir. En vez de nombrar un estado civil, el cubaneo designa un estado de ánimo—una actitud, un talante, cierta disposición afectiva. De ahí que el referente del cubaneo no sea un país—entidad política—sino un pueblo—conjunto social y cultural. Cabe añadir que el cubaneo no siempre ha sido bien visto, inclusive por los propios cubanos. Es el blanco de obras como Manual del perfecto sinvergüenza (1922) de José Muzaurrieta, La indagación del choteo (1928) de Jorge Mañach y El carácter cubano (1941) de Calixto Masó. Un reciente diccionario de cubanismos publicado en España define el cubaneo de esta manera: “Actitud despreocupada y superficial que se considera típica de los cubanos” (Diccionario del español en Cuba 169). Un ejemplo de esta actitud es la frase favorita de mi padre, “Jodido pero contento,” máxima que sabiamente supedita la jodedera a la jodedura. Como dijo no sé quién, a veces lo más profundo es la piel. 

En efecto, el cubaneo dista mucho de ser superficial. O más bien, se trata de una actitud superficial que entraña un sentido profundo. Pues si la cubanidad designa pertenencia a una nación, el cubaneo denota algo igualmente significativo: pertenencia a una comunidad. Para el exiliado, el cubaneo ayuda a colmar el vacío creado por la separación. Es un antídoto contra la ausencia. Porque en el fondo esa informalidad efusiva y callejera—encarnada en el paradigmático apóstrofe callejero, “oye tú”—no es otra cosa que una manera de reanudar los vínculos rotos por el exilio. Como el “oye tú.” el cubaneo reclama comunicación, contacto. El slogan de un anuncio comercial en la Cuba que ya no existe preguntaba: “¿Hay ambiente, mi gente?” Como la cerveza Crystal, el cubaneo crea ambiente, mitiga el desconcierto de vivir en tierra extraña.

Llegamos entonces al tercer término, cubanía, una de esas pocas palabras con fecha de nacimiento, ya que fue acuñada por Fernando Ortiz en la conferencia que mencioné anteriormente, dictada en la Universidad de La Habana el 28 de noviembre de 1939. Desde entonces, “cubanía” y “cubanidad” tienden a usarse indistintamente, aunque Ortiz introdujo la nueva voz para discriminar entre ellas. La idea para el neologismo le llega a Ortiz de Miguel de Unamuno, que distinguía entre hispanidad e hispanía. Según Unamuno, igual que hay una diferencia entre humanidad, atributo genérico, y hombría, virtud individual, existe una distinción correspondiente entre hispanidad e hispanía.

Siguiendo los pasos de Unamuno, Ortiz define la cubanía como una cubanidad arraigada en el sentir del individuo. “Una cubanidad,” dice él, “sentida, consciente y deseada” (166). Por lo tanto, la cubanía no yace en una relación legal entre un ciudadano y su nación, ni tampoco en la relación de cordialidad entre cubanos. La cubanía forma parte de nuestra vida interior. No se convalida, se siente. No se expresa, se siente. Según Ortiz, estriba en “la conciencia de ser cubano y la voluntad de quererlo ser” (166). Sucede entonces que la cubanía no depende de contingencias como el destierro o el destiempo, sino de un acto de voluntad, de una especie de añoranza, un querer ser (tal vez, un querer ser lo que ya no somos). A diferencia de la cubanidad, que remite a un país, y a diferencia del cubaneo, que remite a un pueblo, la cubanía encarna en algo más sutil e inefable: en una patria. Como en el conocido poema de Martí, “Cuba y la noche,” la patria es una presencia cordial e íntima, una posesión inconfiscable, un país que no se abandona y un pueblo poblado de noche.

La Constitución cubana del 1940 afirma: “El ciudadano tiene derecho a residir en su patria.” Y también tiene el derecho, digo yo, de que su patria resida en su interior. La cubanía es la manisfestación de lo cubano propia de los exiliados para quienes el único regreso posible es hacia adentro y no hacia atrás. Como dijera una vez el escritor español Vicente Llorens, los ojos del exiliado no ven lo que miran, sino lo que llevan dentro. La Cuba de la cubanía es una corazonada. Como tal, es mitad corazón y mitad nada. 

No se me oculta que al fundar mi relación con Cuba en el concepto de cubanía me estoy evadiendo de la historia y hasta de la geografía de la isla. Reconozco que la Cuba de la cubanía guarda poca relación con el país que hace más de medio siglo padece la dictadura castrista. Tampoco se me oculta que en mi relación con Cuba hay un elemento de rencor. No es casualidad que en inglés destiempo es distemper, que quiere decir mal humor. 

No sé si a otros cubanos exiliados les pasará lo mismo, pero en lo que se refiere a Cuba, reboto entre el apetito y el empalago. Hay épocas cuando mi mundo mental y sentimental gira alrededor de Cuba, centro de gravedad y ligereza. Pero hay otras épocas cuando me harto de todo lo que tenga que ver con Cuba. Entonces me canso de ser sombra de ese Pérez cualquiera que dejó su país siendo niño y hace más de treinta vive en un apartado lugar que en otro tiempo e idioma se hubiera llamado la Loma del Chaple, pero que aquí y ahora se llama Chapel Hill. 

De más está decir que estos sentimientos encontrados, este vaivén entre apego y rechazo, love and hate, también se proyectan hacia el sujeto que los siente, hacia uno mismo, ya que si bien es verdad que, como dice Albita en una de sus canciones, no tenemos la culpa de haber nacido en Cuba, sí tenemos la culpa—los de aquí y los de allá y los del más allá—de que a Cuba le haya pasado lo que le pasó.

Ultimamente mi resguardo contra lo cubano, mi cura de Cuba, es un pueblecito que se llama Mayberry. Está ubicado en las montañas de Carolina del Norte. Tiene 1800 habitantes, o más bien residentes, la mayoría de los cuales, aún hoy en día, nunca ha viajado más allá de los límites del pueblo. Las grandes carreteras que criscruzan (digo, que atraviesan) los Estados Unidos no pasan por Mayberry. La razón es muy sencilla: Mayberry no existe. Es un lugar ficticio, la localidad donde transcurre un programa de televisión de los años 60, The Andy Griffith Show, del cual mi esposa Mary Anne y yo somos fans. Hace un par de años que me dedico a escribir un libro sobre este lugar sin límites. Me puse a trabajar en este proyecto durante uno de mis accesos de desamor patrio. Quería alejarme de Cuba, imaginar una vida no dañada por el exilio, una vida como la de los ciudadanos de Mayberry. Pero es una ambición irrealizable. Ni siquiera en Mayberry he podido olvidar quién soy y de dónde. 

En uno de los episodios del programa, Barney Fife, el asistente del sheriff del pueblo, saluda a otro mayberriano diciéndole, en un español macarrónico, “Hola, amigo.” El otro le pregunta al sheriff: “Is he one of ours?” (“Mountain Wedding”). Si me hacen esa pregunta a mí, siempre tendré que responder que no. No soy uno de ellos. A pesar de su afabilidad, esa gente no es mi gente. A pesar de los 30 años que he vivido en el profundo sur, ese ambiente no es mi ambiente. No existe manera de tender un puente, ni aunque fuera un gran puente, entre Mayberry y el Reparto Kohly.  

Cuba es una piel que no se muda, sobre todo cuando degenera en pellejo. Dice Dulce María Loynaz: “De las islas no se despide nadie para siempre” (Un verano en Tenerife 28). Y dice Tres Patines: “Por mucho que crezca, el bombín nunca llega a bombón.” Y no es que yo sea un bombín, ni mucho menos un bombón, but if the cap fits, wear it. Traducción en cubano: “Al que nació pa’ tamal, del cielo le caen las hojas.” En mi caso particular, son las hojas de los libros que me han hecho profesor inútil y escritor equivocado.


Obras citadas

Diccionario del español en Cuba. Coordinación de Gisela Cárdenas Molina, Antonio María Tristá Pérez, Reinhold Werner. Madrid: Gredos, 2000. 

LaCapra, Dominick. Writing History, Writing Trauma. Baltimore: Johns Hopkins University Press, 2001. 

Loynaz, Dulce María. Un verano en Tenerife. Madrid: Aguilar, 1958.

“Mountain Wedding.’’ The Andy Griffith Show: Season Three, episode 31, written by Jim Fritzell and Everett Greenbaum, directed by Bob Sweeney, broadcast April 29, 1963.  

Ortiz, Fernando. “Los factores humanos de la cubanidad.” Revista Bimestre Cubana 21 (1940): 161-86.

Pérez Firmat, Gustavo. Vidas en vilo. La cultura cubanoamericana. Madrid: Colibrí, 2000.

Rojas, Rafael. Tumbas sin sosiego. Revolución, disidencia y exilio del intelectual cubano. Barcelona: Anagrama, 2006.

The Lost City. Directed by Andy García. Performances by García, Dustin Hoffman, Inés Sastre and Bill Murray, CineSon, 2005.   

(Publicado originalmente en el Anuario Histórico Cubanoamericano #1 (2017): 51-61.



Monday, June 9, 2025

De nuestros miembros: Gustavo Pérez Firmat, Julio Shiling, Arturo Cárdenas, Francisco Rodríguez, Eduardo Lolo y Luis Leonel León (mayo 2025)

El profesor y escritor Gustavo Pérez Firmat ha sido seleccionado para integrar The American Academy of Sciences and Letters, una institución dedicada a honrar la excelencia en la erudición en todas las disciplinas del mundo universitario moderno. En noviembre próximo será la ceremonia donde se honrará su labor. ¡Nuestras más calurosas felicitaciones al muy justamente galardonado colega! 

Pérez Firmat es uno de los más importantes intelectuales del cubano del exilio. Sus libros Life on the Hyphen (1994) –traducido al español con el título Vidas en vilo (2000)– y Next Year in Cuba: A Cubano’s Coming of Age (1997), nominado al Premio Pulitzer de no ficción (El año que viene estamos en Cuba), entre otros, se consideran obras icónicas de la literatura cubanoamericana. 

Apreciado por cubanos y angloparlantes por igual, ha recibido el reconocimiento de la Fundación John Simon Guggenheim, el Fondo Nacional para las Humanidades, el Consejo Americano de Sociedades Científicas, la Fundación Mellon, etc. En 1997, Newsweek lo incluyó entre los 100 estadounidenses a seguir para el siglo XXI y la revista Hispanic Business lo seleccionó como uno de los 100 hispanos más influyentes en los Estados Unidos. Pérez Firmat, además, apareció en el documental Cubamerican y en la serie de PBS Latino Americans del 2013. 

Entre sus libros de investigación y crítica literaria y cultural vale citar: Idle Fictions (1982, 1993), Literature and Liminality (1986); Do the Americas Have a Common Literature (editor, 1990); The Cuban Condition (1989, 2006); Life on the Hyphen (1994, 2012); My Own Private Cuba (1999); Cincuenta lecciones de exilio y desexilio (2000; 2016); Vidas en vilo, 2000, 2015); Tongue Ties (2003); The Havana Habit (2010); A Cuban in Mayberry (2014).



También ha publicado varias colecciones de poesía en inglés y español: Carolina Cuban (1987); Equivocaciones (1989); Bilingual Blues (1995); Scar Tissue (2005); The Last Exile (2016); Sin lengua, deslenguado (2017), Viejo Verde (2019); la novela Anything but Love (2000). Life on the Hyphen recibió el Premio Nacional del Libro Eugene M. Kayden University Press en 1994 y recibió una Mención Honorífica en el Premio Katherine Singer Kovacs de la Modern Language Association y el Premio del Libro Bryce Wood de la Latin American Studies Association.

Por otra parte, otros de nuestros académicos han estado muy activos en el mes de mayo participando individualmente, o en forma colectiva, en importantes actividades para conmemorar la caída en combate de José Martí y celebrar un aniversario más de la fundación de la República de Cuba en 1902, así como escribiendo y publicando nuevos trabajos sobre tales efemérides. Entre ellos Julio Shiling, Arturo Cárdenas, Francisco Rodríguez, Eduardo Lolo y Luis Leonel León. 

El ensayista y politólogo Julio M. Shiling es autor de catorce libros, incluyendo Dictaduras y sus paradigmas: ¿por qué algunas dictaduras se caen y otras no? (2013), que ya va por su tercera edición. Sus artículos y ensayos han aparecido en decenas de publicaciones impresas y electrónicas en los EE. UU., América Latina y Europa. Además, desde el 2006 viene dirigiendo Patria de Martí, un medio digital que reúne el trabajo de numerosos autores, en especial martianistas del Exilio. Patria de Martí, entre otros galardones, recibió el Premio Derechos Humanos Libertad 2015 por la Asociación por la Paz Continental (ASOPAZCO), una ONG española consagrada con la promoción de los derechos humanos en el mundo, así como el Premio Herencia de 2017 por su aporte a la cultura cubana, otorgado por la organización Cuban Cultural Heritage.

Acto de la institución Patria de Martí, celebrando el nacimiento de la República de
Cuba. Sentados, de izquierda a derecha, los académicos Santiago Cárdenas, Frank
Rodríguez y Julio Shiling. En el podio, Eduardo Lolo. (Foto de José Tarano). 

El historiador Santiago Cárdenas es además un destacado galeno llegado al exilio en 1992 como refugiado político. En Cuba, fue redactor de la publicación semanal jesuita Vida Cristiana (1956-1957) y, ya bajo la dictadura castrista, de las publicaciones clandestinas Ecos del SínodoEl Pueblo de Dios como parte de su activismo religioso enfrentado al Totalitarismo, por lo cual sufrió persecución política. Una vez en los Estados Unidos, fue editor médico en las revistas Éxito y Viva Semanal, publicadas por el periódico Chicago Tribune. Además, ha sido comentador médico de familia en Radio Martí. Entre sus obras publicadas se destacan Nicea 325; Payá: el chivo; el hombre; el profeta; José Martí: viñetas de su vida y Rescatando a Juan Clemente Zenea en el exilio. Desde hace más de una década, escribe “Los Recuerdos de Santiaguito”, una columna de contenido historiográfico que aparece en la página digital de la Red Mundial de los Maristas.

El editor e historiador Frank Rodríguez llegó a los EE.UU. mediante la operación clandestina de salvamento de menores “Pedro Pan”, epopeya de la cual se ha convertido en uno de sus más destacados historiadores, como lo demuestra su obra Pedro Pan Memoir Pancho Montana (1983). Más allá de ese tema que le es tan cercano, sus publicaciones historiográficas incluyen su labor como editor de Cubans an Epic Journey: A Struggle for Truth and Freedom (2022) –traducido al español y publicado el mismo año– y Cuba: Chronological History (2022). Además, es coautor, junto a Carlos Alberto Montaner, de USA in the World (2004), una serie de ensayos de ciencias políticas. Profesionalmente, ha ocupado diversos cargos ejecutivos en importantes compañías editoriales. En la actualidad, se desempeña como Administrador del Museo Americano de la Diáspora Cubana con sede en Miami, lo cual alterna con sus presentaciones en diversos medios como analista político especializado, fundamentalmente, en temas cubanos. 

Eduardo Lolo fue uno de sus fundadores y primer presidente de nuestra institución, donde todavía funge como editor del Anuario Histórico Cubanoamericano. Es autor de más de una docena de libros, casi todos disponibles en Amazon, entre ellos Las trampas del tiempo y sus memorias (1990, 2024) Premio Letras de Oro de Ensayo concedido por un jurado internacional presidido por Camilo José Cela, así como tres compilaciones de estudios sobre la vida y obra de José Martí. Su más reciente obra se titula El Asesinato de la Historia o Crimen en el Occidente Express (2024), publicado por nuestra Academia. Miembro Numerario de la Academia Norteamericana de la Lengua Española (ANLE) y Académico Correspondiente en los EE. UU. de la Real Academia Española (RAE). Comendador Gran Placa de la Imperial Orden Hispánica de Carlos V de la Sociedad Heráldica Española, etc.



Otros han realizado actividades fuera de Estados Unidos, entre ellos Luis Leonel León, escritor, periodista y realizador de documentales y series historiográficas –Brigada 2506 héroes cubanos, Mariel 40 años–, fundador de la editorial Colección Fugas y la revista El Nuevo Conservador, quien viajó a España para presentar algunos de sus filmes en el Real Círculo Artístico de Barcelona, junto al también cineasta Orlando Jiménez Leal –autor de clásicos del cine cubano del exilio como La otra Cuba, 8A y El Super–, el escritor Néstor Díaz de Villegas y otros intelectuales cubanos y europeos. 


Wednesday, June 4, 2025

Operación Makasi



Por Pedro Corzo

Hay historias que por falta de documentos adecuados o testimonios acreditados de sus actores se convierten con el tiempo en leyenda, lo que tal vez habría ocurrido con los cubanos que combatieron el Castro comunismo en África si el cineasta Wenceslao Cruz con la colaboración del Instituto de la Memoria Histórica Cubana contra el Totalitarismo y fundamentalmente los protagonistas de esa gesta, no hubiera dirigido el documental que recoge aquella cruenta experiencia en la que cuatro pilotos aviadores cubanos perdieron la vida.

“Cubanos combatiendo el castro comunismo en África” es un documento histórico que testimonia el compromiso de un amplio sector del pueblo de Cuba de no cejar en el empeño de reconquistar sus derechos, aunque fuera combatiendo en tierras extranjeras.
La prácticamente desconocida Operación “Makasi”, fue un plan forjado por dependencias del gobierno de Estados Unidos para detener el progreso de las fuerzas comunistas en el antiguo Congo Belga, empeño, en el que participaron exiliados cubanos con el compromiso de las agencias federales de prestarles el apoyo que fuera pertinente para que siguieran combatiendo el régimen totalitario castrista, como expresa Generoso Bringas y otros expedicionarios en el documental.

Estos combatientes habían previamente confrontado al régimen en la Isla militando en las numerosas organizaciones que operaban en la clandestinidad o alzándose en armas contra el totalitarismo.
Posteriormente, en el exilio, se integraron mayoritariamente a la Brigada 2506, después se incorporaron a los grupos armados que en Centro América operaban en lanchas rápidas contra los intereses castristas, bajo el liderazgo de Manuel Artime.

Estos exiliados cubanos, al tener conocimiento que el asesino en serie Ernesto “Che” Guevara era el jefe del contingente que Castro había enviado al Congo, mostraron un mayor interés por participar en el proyecto.

El artillero de una de las lanchas rápidas, Félix Toledo dice en el documental “El combate se produjo por la noche y duró unas dos horas. Fue a corta distancia. Sólo combatieron cuatro de las cinco embarcaciones enemigas, ya que la quinta lancha se alejó de la zona. Poco después supimos que en ella se encontraba Guevara”, por su parte el piloto aviador, Juan Carlos Perón, relató la muerte de su colega Juan Tuñón, quien después de haber contraído malaria fue capturado por grupos rebeldes y asesinado brutalmente.

Uno de los testimonios más escalofriantes es el del soldado de infantería, Juan Tamayo, quien recuerda “Fuimos al rescate de unas familias, unos misioneros, aquello daba grima porque había niños, mujeres, ancianos, pero a mí lo que más me impresionó no fueron los tiros, fue que entre los rescatados había una niñita que no llegaba al año que me tuve que poner entre mis piernas, a pesar de que estaba disparando una ametralladora, tenía que cubrirle la carita con una mano para que los casquillos calientes que saltaban del arma no cayeran en su cara, me imagino que si esa niña está viva, debe ser sorda porque el tableteo era infernal”.

Al concluir exitosamente la Operación Makasi, cubanos del exilio, con independencia del gobierno de Estados Unidos se aprestaron a luchar contra los mercenarios castristas que en Angola respaldaban al gobierno de Agustino Neto, uno de estos hombres fue el también brigadista Miguel Álvaro Jimeno quien declaró, “Nuestra presencia en Angola fue consecuencia directa de nuestros anhelos de luchar contra el comunismo en Cuba y en cualquier otro país, esa operación era tan ajena al gobierno de Estados Unidos que cuando ellos pusieron en ejecución el Clark Amendment, salimos clandestinamente de Angola hacia Zaire donde otro líder de la insurgencia, Holden Roberto, puso a nuestra disposición dos camiones para que nos escondiéramos en cargamentos de plátanos[PC1] ”.

El documental también muestra la profunda solidaridad del exilio cubano a través del “Miami Medical Team”, cuyo director y fundador, el doctor Manuel Alzugaray, describe los viajes y envíos de recursos médicos a Angola en respaldo a las fuerzas de Unita que dirigía el ya desaparecido Jonás Sabimbi.

El film de Cruz fue estrenado en la FIU con la colaboración del Cuban Research Institute que dirige Sebastián Arcos, después en el museo de la Brigada 2506 y por último en la Universidad Atlantic de Puerto Rico, que dirige Ramon Barquín III, donde una espectadora Xiomara Ledon me dijo, “se ve que son cubanos, porque son los únicos que narran tragedias sin dejar de sonreír”.