Por Alejandro González Acosta
II
Enciclopedia de Diderot: producción de hachís |
A muchos les asombrará que, entre su profusa poesía, Martí haya dedicado un gran poema de amor, laudatorio de la mujer… y del hachísu opio. En tiempos más pudibundos que los de hoy, este poema fue piadosamente olvidado por sus lectores asiduos, pero parece declarar su experiencia personal con la sustancia, en la forma francesa de la grafía haschisch.
El poema evidencia que su conocimiento de la droga fue directo, por el detalle de sus efectos; según Ripoll, posiblemente ocurrió durante su estancia mexicana, a través de la mariguana (que no es el hachís, realmente), aunque yo no descartaría que hubiera sido a su paso por París, en alguna de sus dos visitas (1874 y 1879), pero especialmente durante todo el mes que permaneció en Francia en la primera, antes de embarcarse para México, donde lo publicó en 1875.
¿Quizá haya sido “Aisha”, aquella “bailarina bohemia” cuyo salón visitaba, o la propia Sarah Bernhardt la que según él mismo “lo besó” al frecuentar su boudoir, como cuenta en una preciosa crónica literaria Zoé Valdés (“José Martí en París”, 2008) quien se lo dio a probar como parte de un rito amatorio? Todavía hoy, por las callejuelas del Barrio Latino, algunos ubicuos marroquíes se acercan sigilosa y discretamente al paseante para susurrarle la insinuación: ¿Chocolat? Para quien no conoce la clave, queda la impresión que los parisinos deben ser muy afectos al fruto del cacao. El poema, oculto en el ingente volumen de su producción, es poco conocido por la mayoría de los lectores y quizá vale la pena recordarlo:
Haschisch
Arabia: -tierra altiva
Solo del sol y del harem cautiva.
Solo del sol y del harem cautiva.
Cuando la infame Tierra abre su seno Al árabe, engendrado De ardiente arena y sol enamorado, Y el seno, de miserias viles lleno, Fango sangriento al árabe ha mostrado, Lo eterno anhela, el árabe suspira, Los ojos cierra a la verdad, y llora Dulce llanto de amor a la mentira, Y el alma ardiente de la tierra mora Duerme para vivir, pues -viva- la ira En su pecho más loca se levanta Que la idea de amor en sus mujeres Y el canto de pasión en su garganta. * * * ¡Amor de mujer árabe! La ardiente Sed del mismo Don Juan, se apagaría En un árabe amor, en una frente De que el negro cabello se desvía, Como que ansia de amor eterno siente, Y a saciarnos de amor nos desafía! * * * ¡Oh! viven en aquellas Magníficas doncellas, Las trovas no escuchadas, Las horas no sentidas, Y lágrimas de amor aún no lloradas, Y fuentes de hondo amor aún no sabidas; En ellas, las huríes, Por cada rayo de su sol un beso Con sabor de azahar y de alelíes; Y en ellas, lo imposible De una hoguera de luz nunca extinguible! * * * La vida es el amor-donde la tierra Por los solares besos fecundada, Pensiles ha por hijos, en que encierra La fragancia y la luz de una alborada; La vida es el amor-donde de amores Del tibio sol y arábigas arenas, Hasta el desierto mismo nacen flores Con palmas leves de murmullo llenas; Y allí donde si el sol desapareciera Del beso de una hurí renacería, Prendida dejo el alma pasajera Y la vida es amor: ¡Oh! ¡quién pudiera De una mora el amor gozar un día! * * * No es estatua de lánguida figura El alma de un poeta: Es un sol de dolor: alma sin cura De universal enfermedad secreta: En sí tiene el hervor, en sí esta fiera Ansia que en beso incomparable invoca Que, dado en una vez, arda en su boca Más allá de las horas en que muera: ¡Oh! ¡Pobre alma dormida Sin este beso eterno sacudida! Una árabe que besa, Es labio de mujer, donde nos cumple La eternidad al fin de una promesa: ¡Oh! Si mis labios pálidos rozara una arábiga boca, donde arde Cuando se imprime, el fuego del Sahara, Mientras no es ida, el fuego de la tarde: Si esta mejilla sin color, hundida Al espantoso beso Que con los huesos de su boca, impreso En cara y corazón deja la vida, Si este espíritu luce enamorado Del armónico amor, en mí sintiera Ese beso de una árabe, engendrado Al fecundo calor de una quimera; Si el alma de una mora, a hierro impío Del tiránico afán encadenada, Viniera a calentar el pecho mío, Y dejara en mi boca fatigada Un beso como el fuego del Estío Largo como el dolor de esta jornada, Yo no sé qué dulcísima ternura Este árido cerebro llenaría: Yo no sé qué colores esta oscura Virgen de mi alma casta vestiría; Qué luz como esta luz ¡oh, qué ventura De una mora el amor gozar un día! * * * Chimenea encendida Al frío corporal vuelve la vida: ¡También de un beso al fuego, El muerto de vivir, renace luego! * * * Nadie sabe el secreto misterioso De un beso de mujer: yo lo he sabido En un arrobamiento luminoso Extra-tierra, extra-humano, extra-vivido. * * * Cuando todo lo férvido dormita, Cuando todo lo imbécil gigantea, Cuando la languidez sólo se agita Y por nuestra alma mísera pasea, Hay algo más hermoso que una noche De Enero de mi patria en las llanuras; Más dulce que un dulcísimo reproche Lleno de confusión y de locuras, Con que un trémulo labio Culpa y perdona su amoroso agravio; Hay algo como en sueños, Nos pareció escuchar, algo que ha sido Verdad, aunque fue sueño, porque deja Partida la verdad, cierto el sonido, Un rayo que refleja Muy suave claridad, una dulzura Que todos nuestros átomos orea, Y una especie de aroma de ternura Que sobre nuestros labios titubea! ¡Un beso de mujer! Pues ¿cómo ha sido? Todo lo venturoso ha renacido, La redención espléndida amanece, Esénciase el cadáver, y en el punto Hermano siglo y siglo de un difunto, ¡O me engaño-¡oh ventura!-o me parece Que do el difunto fue, la yerba crece! * * * ¡Un beso de mujer! Yo lo he sabido En un muy dulce instante extra-vivido. El árabe, si llora, Al fantástico haschisch consuelo implora. El haschisch es la planta misteriosa, Fantástica poetisa de la tierra: Sabe las sombras de una noche hermosa Y canta y pinta cuanto en ella encierra. El ido trovador toma su lira: El árabe indolente haschisch aspira. Y el árabe hace bien, porque esta planta Se aspira, aroma, narcotiza, y canta. Y el moro está dormido, Y el haschisch va cantando, Y el sueño va dejando, Armonías celestes en su oído. Muchos cielos ha el árabe, y en todos, En todos hay amor, pues sin amores, ¿Qué azul diafanidad tuviera un cielo? ¿Qué espléndido color las tristes flores? Y el buen haschisch lo sabe, Y no entona jamás cántico grave. Fiesta hace en el cerebro, Despierta en él imágenes galanas; Él pinta de un arroyo el blando quiebro, Él conoce el cantar de las mañanas, Y esta arábiga planta trovadora No gime, no entristece, nunca llora; Sabe el misterio del azul del cielo, Sabe el murmullo del inquieto río, Sabe estrellas y luz, sabe consuelo, ¡Sabe la eternidad, corazón mío! El árabe es un sabio: Cobra a la tierra el terrenal agravio. Y en tanto, el encendido Vigor de este mi espíritu potente, Me quema en mí y esclavo y oprimido Tormenta rompe en la rebelde frente: Y en tanto-de mi espíritu el deseo De aquello lo invisible se enamora Y se abrasa en mí mismo, y me devora Buitre a la vez que altivo Prometeo! ¡Amor de mujer árabe! despierta Esta mi cárcel miserable muerta: Tu frente por sobre mi frente loca: ¡Oh beso de mujer llama a mi puerta! ¡Haschish de mi dolor, ven a mi boca! |
La imagen de un José Martí entregado al voluptuoso placer embriagador del hachís, entre almohadones bordados, a los pies de una odalisca en una tienda de seda en medio del Sahara, resultará quizá algo perturbadora para algunos que sólo lo conciben en una tribuna o sobre un caballo blanco camino a la muerte…
great..!
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