Wednesday, July 31, 2024

Ivette Fuentes de la Paz en la paciente espera de su luz*

Por Manuel Gayol Mecías

¿Podría la belleza salvar el alma? Más específicamente, ¿podría la belleza literaria de un libro, salvar el alma?

El alma cuando está sola se puede marchitar. Es por lo general, lo que sucede con muchas plantas delicadas, que si no se atienden y se dejan a la más terrible soledad, pierden su belleza y hasta su sombra.

El alma si no es fuerte, si no cuenta con una esencia de gran energía espiritual, lo más probable es que sucumba ante los arrebatos irracionales del ego que la increpa, que la induce a entregarse al mundanal ruido de los oropeles. El alma entonces perdería su sombra.

Sin embargo, entre los aspectos del alma se encuentra la necesidad ineludible de amar y ser amada. Y es lo que le vale al alma para salvarse. Esto es lo que otorga un libro de relatos como El buscador de sombras de nubes, de Ivette Fuentes de la Paz. Amar la vida, estimular al lector en la potencialidad de vivir, y sentir que la vida la puede amar a ella, y de hecho, al lector, como una búsqueda incesante, recíproca, de libertad y amor, como acontecía con la Maga (de Rayuela), cuando se perdía entre las calles para cruzarse con Oliveira mediante el azar; así vivieron un tiempo en París, perdiéndose y reencontrándose por las calles de la Ciudad Luz.

El alma de esta escritora cubana está volcada en este libro de relatos en busca del lector perdido; en busca también de su sombra como identidad, porque cuando se posee sombra se tiene corporeidad; se tiene una existencia mortal que aspira a la belleza eterna de cada alma; se tiene el sentir de ser carne y de ser divino.

Este cuaderno de relatos que hoy presentamos tiene esencias del alma de Ivette Fuentes encerradas en sus 118 páginas de textos; historias compaginadas y entrelazadas por palabras gustosas, por personajes extraordinarios que van de la ternura al dolor y de este al deslumbramiento, y por sueños de historias que comienzan en este mundo y terminan en la región de lo inefable.

Leer este libro es encontrar un camino hacia el verdadero reino de uno mismo; es llegar a esa belleza interior que todos tenemos en nuestro más remoto fondo y sentir la luz; y sentir además que son las palabras las que nos llevan hacia esa Imago personal que se nos descubre en un momento que aparenta ser fugaz pero que es eterno, indeleble; el momento de la develación de nuestro ser que se abre a la vida.

Este es un libro que siempre es presente y que, por tal, es eterno; perdura ante toda época y todo cambio de estilo; ante toda oscuridad y ante toda luz porque está hecho de la luz misma que surge de lo más profundo de Ivette Fuentes. Es poesía y narrativa, y es deseo perenne de volver a empezar siempre. El que ama la pintura, amará este cuaderno porque habla de los colores del alma; esa complejísima mezcla de matices que desborda la imaginación y solo se puede sentir y no explicar. El que ama la música, amará estos cuentos porque en ellos hay un ritmo poético de marcado acento angélico, delicado marcar de sílabas, palabras que se unen a otras con el sentido de lograr la verticalidad del texto, en el que la noción del tiempo humano se difumina para dar paso al continuo de un afecto tan sonoro como la melodía misma del universo.

Todo lo que entrega este cuaderno es sensibilidad; entrega una paz inquietante, una tristeza deslumbrante y un goce de esperanza por los amores perdidos. Nos hace reivindicar nuestra dignidad como seres humanos cuando nos da el derecho a la belleza; aun cuando estemos solos sabremos que algún día alcanzaremos la sublimación del presente eterno, del sosiego magnífico, del estado inquebrantable del alma redimida. Nosotros, al leer El buscador de sombras de nubes, hallamos la posibilidad de reivindicar a personajes históricos como María Antonieta; de facilitarle al pintor la “secreta combinación” de los colores; de darle la vida a un hombre con la muerte; de que la niña, en un círculo de sombra, encuentre a su padre; de que “la planta y la mariposa sean la materia de sus recuerdos”; y, entre tantas cosas más, de darle esperanzas al “buscador de sombras de nubes que pisa el borde de su cuerpo”, y se queda solo, eterno, en la paciente espera de su luz.



*Estas palabras del autor fueron escritas para la presentación del libro de Ivette Fuentes de la Paz, El buscador de sombras de nubes y otros cuentos, en el Primer Festival Vista del Arte y la Literatura Independiente de Miami, en diciembre de 2014.

©Manuel Gayol Mecías. 

 

Arquitectas cubanas de todos los tiempos*

Clínica Asclepios diseñada por Margarita E. del Pozo y Seiglie


Por Yaneli Leal

A pesar del deterioro que aqueja el fondo construido de las ciudades cubanas, es evidente el valor excepcional de sus inmuebles, entre los que perviven numerosos testigos de todos los estilos y períodos históricos de los últimos 500 años. Destaca en nuestras calles la variedad y cantidad de edificios que exponen una riqueza de elementos formales, ornamentos y sistemas constructivos de alta calidad estética y constructiva. Pero destaca también nuestra desmemoria respecto a las mentes que generaron esos diseños e hicieron que nuestra arquitectura tuviera un espacio remarcable en Latinoamérica.

Es habitual escuchar y reconocer los nombres de artistas de la plástica cubana en los espacios culturales y en los medios de comunicación, también de los músicos, bailarines, cineastas y literatos; aunque todavía debiera hablarse más de ellos, particularmente en todos los niveles de enseñanza. No obstante, de los que no se habla casi nunca fuera de su gremio, es de los arquitectos. Muy pocos cubanos están familiarizados con su labor, y son capaces de identificar el nombre de quienes idearon algunos de los edificios que cruzan cada día a su paso. Esto zanja, ¡cómo no! la devaluación de una profesión cardinal para el desarrollo urbano, y junto a las fuertes limitaciones legales que tiene su ejercicio hoy en Cuba, ampara los disparates que vemos acontecer con el patrimonio construido y con la obra nueva.

Si los arquitectos han devenido talentos anónimos a la fuerzaaún más lo son las arquitectas. Mucho contribuyó su lenta incorporación a la profesión, producto de los preceptos sociales que hasta muy entrado el siglo XX diferenciaron el rol masculino del femenino. Pero esa postura se ha superado hace ya bastante tiempo para que aún sustente el olvido, y comencemos a reconocer la impronta que han dejado en nuestro entorno construido.

Lógicamente, durante el periodo colonial no hubo arquitectas. Siendo una profesión de hombres, ninguna mujer sería autorizada además para viajar al extranjero a cursar los estudios que no existían en la Universidad de La Habana. La carrera de Arquitectura inició en 1900 con la creación de la Escuela de Ingenieros, Electricistas y Arquitectos, perteneciente a la Facultad de Letras y Ciencias. Sin embargo, no fue hasta 1922 que matriculó la primera mujer. Esta fue la habanera María de la Concepción Bancells y Quesada (n. 1903), graduada en 1934, aunque no ejerció hasta 1938. De esta pionera se dice que construyó unas 200 obras, aunque no se ha podido identificar ninguna con su firma.

El lento camino que llevó a incluir a la mujer en el mundo de la arquitectura tuvo un punto de inflexión en la década de 1940, cuando se hizo recurrente en las revistas de la época el reconocimiento a diseños de arquitectas cubanas. La mayoría radicaba en La Habana. Así lo constatan las páginas de estas publicaciones que, hacia 1959, mencionan 75 arquitectas en la capital y solo siete en el resto del país. La visibilidad que tuvo su labor vino acompañada del reconocimiento del gremio, lo que llevó a que por ejemplo, la placeteña Acelia María del Carmen Callón Reina (n. 1923) graduada en 1949, ocupara en 1951 el cargo de arquitecto municipal de Santa Clara.

Lyceum and Lawn Tennis Club, en Calzada y 8 diseñado por Sara María Lilliam Mederos y Cabañas

Aunque incursionaron en todos los lenguajes arquitectónicos en boga, la obra más conocida de las arquitectas cubanas está asociada al Movimiento Moderno que, como hijas de su tiempo, abrazaron y desarrollaron con maestría. Las páginas de reconocidas revistas como Arquitectura y Urbanismo, exhiben muchísimas viviendas modernas de excelente diseño que de conformar catálogo, reuniría magníficos exponentes de vivienda individual y edificios de apartamentos de los repartos en expansión y completamiento como El Vedado, Nuevo Vedado, Miramar, Kohly, Siboney, La Víbora y Altahabana.

En este espacio sería oportuno mencionar algunas de estas mujeres que, además, tuvieron a su cargo el diseño de edificios públicos bastante reconocidos. Muchas de ellas se graduaron en la década de 1940. La mayor, que ingresó a la universidad con 34 años, fue Sara María Lilliam Mederos y Cabañas (n. 1899). Graduada en 1941, en sus primeros años de oficio proyectó la sede del Lyceum and Lawn Tennis Club, en Calzada y 8, precioso edificio moderno que acogió múltiples conciertos, exposiciones de arte, la prestigiosa biblioteca de la institución y la primera biblioteca juvenil del país. Hoy es la Casa de Cultura de Plaza.

American National Life Insurance Co. de Elena Pujals Mederos


Muy reconocida en su tiempo fue Elena Pujals Mederos (n. 1913), también graduada en 1941. Además de ser la única mujer profesora de Arquitectura durante la República, fue autora de magníficos inmuebles como la sede del American National Life Insurance Co. (1946), en Egido y Apodaca. Su elegante fachada curva saca provecho del lote de esquina para exhibir la limpieza formal del streamline y recabar la atención sobre el logo de la compañía en la testera. Lamentablemente, hoy está muy subdividido para dar espacio a distintas funciones (escuela, pescadería, almacén, farmacia), que no contribuyen a su debido uso y cuidado.

De la misma promoción que estas dos fue Gabriela J. Menéndez García (n. 1917), tal vez la arquitecta que más ha trascendido de la República. Su firma estaba unida a la de su marido, Nicolás Arroyo, pues juntos constituyeron uno de los más famosos estudios de arquitectura de la capital. Entre las obras que llevaron a cabo, vale la pena mencionar: el cine Ambassador (1949); la Ciudad Deportiva (1955-1957); el Hospital Nacional y el Dispensario de la Organización Nacional de Dispensarios Infantiles (1957), hoy Pediátrico William Soler y Policlínico de 15 y 18, en El Vedado; y el Teatro Nacional (1959), entre otros.

María Elena Cabarrocas y Zayas (n. 1922), graduada en 1946, fue la autora del Colegio Lafayette (1956-1957), de La Coronela, una instalación moderna de la que debería justipreciarse la influencia que pudo ejercer en el diseño posterior de centros educativos, por la articulación de sus volúmenes, el tipo de cubierta, la iluminación y ventilación de las aulas.

De su promoción fue también Margarita E. del Pozo y Seiglie (n. 1920), primera mujer en recibir el Premio Nacional de Arquitectura, en 1998. Desde su graduación hasta 1952, fue proyectista del Ministerio de Obras Públicas, donde tuvo la oportunidad de formar parte de varios proyectos. Sobre esta fecha fundó un estudio de arquitectura con su esposo José Vicente Lanz. Su obra en conjunto es la más conocida de su carrera profesional, en la que destaca la clínica Asclepios, en 17 y Paseo; y el antiguo Club Bancario Nacional (hoy hotel Atlántico), en Santa María del Mar.

Margarita E. del Pozo y Seiglie

De las primeras décadas de la Revolución resulta familiar el nombre de Josefina Rebellón Alonso, graduada en 1961. Fue de los jóvenes arquitectos que ejecutaron múltiples obras sociales con la excelencia técnica de esos años y una alta creatividad formal. En su caso, trabajó intensamente para la educación. Participó en la conversión del campamento militar Columbia en Ciudad Escolar Libertad (1962-1964), particularmente en el diseño del instituto preuniversitario para 2000 estudiantes, que formó parte de las obras nuevas integradas al campamento. A lo largo de esa década realizó varios modelos de escuela secundaria, hasta concebir el sistema prefabricado Girón (1969), por el que mayormente se le identifica. Obras suyas son también el Instituto de Ciencias Básicas Victoria de Girón (1963) y el Policlínico de Carlos III (1965). Su trayectoria laboral fue reconocida con el Premio Nacional de Arquitectura en 2002.

De las arquitectas cubanas con obra construida en las últimas décadas, Julia León Lacher (n. 1948) es de mención obligatoria. Graduada en 1974, tiene un excelente catálogo junto a su esposo José Antonio Choy, y numerosos premios internacionales. Su estudio es reconocido por los inmuebles de Santiago de Cuba, en particular por el hotel Meliá Santiago (1991). En La Habana no debe dejar de referirse la rehabilitación del edificio que ocupa el Banco Financiero Internacional (1997) en Quinta Avenida, uno de los mejores ejemplos de integración entre lo nuevo y lo viejo. Su proyecto de rehabilitación para la Hemeroteca de Casa de las Américas está entre los tantos que no han llegado a ejecutarse, y que de hacerlo otorgarían a El Vedado un fabuloso ícono moderno.

Es esta una mención discreta de una parte de la presencia femenina en la arquitectura cubana, que merecería extenderse para que comencemos a reconocer el verdadero alcance que han tenido en el paisaje urbano. No obstante, valga esta aproximación para sembrar el interés, registrar algunos nombres y reconocer que también merecen el reconocimiento social otorgado a otras ramas del arte.


*Publicado originalmente en Diario de Cuba

Ivette Fuentes de la Paz, de lo humano a lo inefable de la belleza


Por Manuel Gayol Mecías

Leer El buscador de sombras de nubes y otros cuentos, de Ivette Fuentes de la Paz, es hacer contacto con la potencialidad de su alma y sentir una corriente de gratitud con la vida. Es sentir, por encima de todo, la otra dimensión del bien-estar. Ese deseo de ella de darse al mundo (al lector-otro), al modo de un Juan Salvador Gaviota que aletea en los cielos de la ternura.


Ivette nos propone un viaje inverso hacia nuestra íntima región más transparente, y lo hace mediante su palabra cálida, segura, precisa, de un tono poético que podría llamarse salvífico, en lo espiritual, porque con su manera de contar logra atrapar la belleza de todo mundo interior. Cada vocablo parece haber sido empleado para estremecer la sensibilidad del lector, para persuadirlo de que la vida tiene su magia profunda en cada acto que hagamos. Y que cualquier evento, histórico o no, por intrascendente que parezca, contiene su momento sublime de salvación.

En este libro hay un delicado ritmo poético, cadencia suave en todos los cuentos, como fábulas de contenidos y significados debido a un léxico preciso que brota natural, con la espontaneidad de un creador sincero. Son breves relatos que además de contar historias muestran con fina prosa la atmósfera poética de un sensible goce ante la vida.

Sin dejar de ser su propio y delicado estilo personal, en el sustrato de su discurso Ivette Fuentes proyecta, por momentos, ligeros atisbos de esa ternura que podemos encontrar en la poesía y narrativa de Eliseo Diego, en la que los objetos se penetran de humanidad. Pero sucede también que su dimensión interior (la de Ivette) rebasa toda influencia.

En efecto, la fuerza de su concepto de belleza —muy singular— fluye desde el primer relato, “Nombrar las cosas”; que deviene el significado humano de los objetos mismos, creando así un resplandor de sensibilidadesen nuestro entorno. Pero es que el ser de esta ensayista y narradora —creadora por encima de todo— es profundamente poético; su naturaleza está signada por esa luz que yace en una vasta intimidad. De hecho, Ivette toca las cosas con su palabra y las humaniza pero al mismo tiempo les otorga el sentido de lo inefable.

Uno de los relatos que va de la angustia a la revelación salvífica es “María Antonieta”, que nos habla del momento crucial antes de su ejecución, ella (la archiduquesa de Austria) ya se ha separado de su cuerpo y de su propia historia; y se ha salido de lo mundanal, de la peste y de la bajeza humana. Es un símbolo del alma en una mujer que se despoja de la podredumbre con la que han querido cubrirle la vida. En este mínimo relato, la Revolución y el populacho se convierten en una masa inaudible, a pesar de su inmisericordia vociferante, y es entonces cuando yo —como lector— solo siento una descomunal proyección de dignidad humana.

La personalidad en Ivette Fuentes asimismo es fantástica, las peripecias por viajar y sentir el mundo, los proyectos acerca de la vida y la obra de José Lezama Lima, su búsqueda de una libertad sin fronteras, incluso el sufrimiento por las circunstancias que le han atenazado la existencia y los disgustos por la mediocridad que la ha intentado aplastar sin lograrlo, todo esto se conjuga en ella creándole un aura de magia y realismo, de supremo interés crítico por la vida y por la condición humana. Su amor obsesivo por el hijo lejano crea en ella verdaderos tintes de estoicismo que luego se traducen en una extraordinaria sensibilidad existencial y al mismo tiempo creativa.

Pero Ivette también está ligada indefectiblemente a la dimensión de los libros y de lo imaginario; se acompaña así no solo de un acervo asombroso de experiencias enriquecedoras y vitales para su propia creación, sino además de vastos conocimientos culturales y espirituales demostrados en sus libros de ensayos, conferencias y trabajos especializados. Todo ello le permite re-crear el mundo a la imagen y semejanza de su intimidad, en una singular mezcla de poesía y filosofía con una proyección tan creativa que talmente parece sacada de diversos momentos de su iluminación. Al menos, intenta hacer con las palabras de los seres y las cosas lo que Dios hizo con el hombre.

Ivette Fuentes de la Paz

Leer entonces este hermoso cuaderno de cuentos, aun cuando sea en el género, su primera incursión en libro, más que entenderlo, es en realidad sentir la pasión de Imago. De aquí que estos relatos, en su brevedad y concisión, den la imagen de un destello, un chispazo de infinitud que, incluso, a veces, atemoriza. En “El Ángel Perverso” sucede esa inquietante belleza, en la que nos quedamos absortos en la descripción de algo que puede ser definitivamente aterrador. Y es esa figura de un ángel la que puede inferirnos el momento decisivo de aquellos que hemos sido o no elegidos. “El ángel allí está… Prepara las armas en el festón de la pompa, las dagas se limpian, ocultas en el juego, en la metáfora de la paz, prepara sus dardos. Comienza de nuevo a mirar” ¿Será el Ángel de la Muerte?

El discurso narrativo de esta creadora —quien siempre ha sido conocida como ensayista y conferencista— es sorprendente, porque refleja tanta madurez estética y estilística que logra convertir sus cuentos en un canto a la esperanza, repito, a la esperanza de que el ser humano tiene salvación. Y la salvación —que es observarse a sí mismo, encontrarse uno mismo en toda la plenitud del goce interior, que a su vez resulta ser el mundo divino de la no-forma— viene por una bella humanidad espiritual. Es en este sentido un encuentro no con lo mundano que carga con arrogancia el ego irracional del mundo, sino un encuentro con el alma en su camino hacia el Espíritu, hacia el Ser. Es el poder de la palabra poética, ansiedad palpitante que se pierde en la infinitud de un universo (En este libro lo eterno es la palabra en sí misma). Ivette logra hacer feliz al lector que aspira a la potencialidad de ser redimido por la belleza. Sus cuentos son hermosos poemas que desdoblan lo mejor de cada uno en la posible energía del ámbar que poseemos, incluso en el reencuentro con la propia iluminación interior.

Cada una de las oraciones es un verso, es la composición de una imagen diversa, y todas conforman un conjunto irrompible, una unidad inefable que se va conjugando, entrelazando con otros pulsos polares. Estos cuentos se eslabonan a modo de una malla invisible que aprisiona su propio universo. Van del detalle espléndido de cualquier alma a la sólida imagen del Espíritu acogedor.

Pero el equilibrio es otra suerte de magia, dimensiones diferentes de las tangiblemente conocidas. Es el otro escenario, dentro del cuadro, donde “el buscador de sombras de nubes… Hacia el ocaso se lanza a caminar. Sigue el rastro de las nubes que le muestra el hilo de sus pasos”. El cuadro, la tela, el óleo, la figuración de su sombra, la transparencia de su propio cuerpo, todo ello se aferra a él y no le dejan encontrar los bordes de otra sombra.

¿Hablaríamos además de reencarnación, o de historias paralelas de una misma mujer, o simplemente de un deseo de sentirse amada? Esta mujer invisible lo es porque es su ser quien busca a su Maestro, quizás al modo de Margarita, la de Bulgakov, o quizás su alma discurre entre las épocas en las que cambian las formas, pero nunca la esencia. “La mujer invisible o los secretos del mirar atento” es un relato de magnitud insondable, en el que las ansias de la entrega estallan en una precisa y sensible galería de palabras, frases, imágenes, en un ejemplo de lo que podría ser el amor inmortal.

Así, desde los románticos franceses y alemanes hasta nuestros días, este libro nos presenta su impronta de honda humanidad y de una belleza tan espiritual como poética en medio de la más terrible soledad. Y la soledad está enmarcada por el cuaderno mismo. En este sentido, el alma de la autora, y cada uno de los narradores de estos cuentos, no atinan a otra cosa que saber que su sino es ser espejo; o mejor, ser el paisaje de sus nubes y que son ellas las que proyectan las sombras fuera del cuadro. No obstante, el alma de Ivette Fuentes de la Paz sabe que su paciencia es infinita y seguirá buscando su sombra; como el Sísifo de otro mito, seguirá buscando su sombra, a pesar de todo.

©Manuel Gayol Mecías.

Saturday, July 27, 2024

Ni golpe militar, ni revoluciones. Elecciones.



Por Pedro Corzo

Tengo amigos que defienden el golpe militar del 10 de marzo de 1952 propiciado por el general Fulgencio Batista y otros que hacen lo mismo con el 26 de Julio de 1953, el ataque al Cuartel Moncada comandado por Fidel Castro, dos fechas de muy trágicas consecuencias para la nación cubana como puede corroborar cualquier persona medianamente informada sobre la situación de la mayor de las Antillas.

Desde mi perspectiva el golpe militar no tiene la más mínima justificación histórica, mientras, la acción del 26 de Julio se puede considerar como un acto de venganza o retaliación por la ruptura del ritmo constitucional republicano.

Ambos acontecimientos, deben ser considerados como las causas y consecuencias principales del drama insular y no deberían ser contemplados como sucesos aislados, aunque los catastróficos resultados de la victoria final del caudillo del ataque al cuartel hayan adquirido una dimensión propia por su magnitud.

Ninguno de los participantes en estos aciagos sucesos podía anticipar lo que ocurriría, incluidos sus principales protagonistas. Batista conocía el poder y lo había disfrutado, Castro, al parecer, estaba dispuesto al todo o nada en una subida personal que le procurara una imagen de héroe justiciero que todo lo podía y todo vencía y a quien la derrota, en caso de que fuera el resultado, serviría de muleta para otra trepada.

Debimos aprender que el cinismo y la maldad de Fidel Castro no conocía límites, contrario a eso, un amplio sector de la población lo beatifico, en parte, por nuestra tendencia a valorar el heroísmo como sustento de las buenas intenciones.

En peligro, busco protección en la Iglesia que años más tarde intento destruir. Aprovechó al máximo el proceso judicial al que fue sometido. Su discurso de héroe encarcelado, pero no vencido, lo igualó de golpe con los líderes políticos más destacados de la nación, la cárcel y los muertos que causó, fueron su ascensor a la fama.

Obviamente estaba convencido que era más fácil luchar con las armas que participar en una contienda electoral en la que el perdedor desaparecía sin gloria y el ganador, tenía que someterse periódicamente a la voluntad popular.

Las nuevas condiciones políticas del país fueron el caldo de cultivo para que Castro se proyectara a dimensiones qué ni sus asociados más íntimos, eran capaces de imaginar. Su ambición desmedida, un aguzado sentido de la oportunidad, la audacia que le caracterizaba, una absoluta falta de lealtad a los compromisos contraídos, su tenacidad y talento político, maduraron y fortalecieron en la medida que demandó el liderazgo que él mismo se impuso y que logró gracias a su naturaleza cruel y despiadada.

Castro, que se había fogueado entre gánster, actuaba como "guapo de pandilla", peleaba, corría riesgos, pero estaba listo para salvar la vida, su audacia era complementada con un aguzado sentido para cambiar de bando en el momento oportuno, que nunca le falló en las traiciones que les infligió a grupos como el MSR o a la UIR.

A pesar de que el ataque al Cuartel Moncada fue un rotundo fracaso por lo mal planeada y organizada que estuvo la operación por quien después se auto titularía comandante en jefe, y a quien sus sicarios han gustado presentar a través de los años como un excepcional estratega militar, los sobrevivientes del asalto han logrado imponer un régimen que ha llevado a Cuba a la destrucción moral y material.

El terror y sus consecuencias, el miedo y la parálisis social, no tardaron en difundirse. El país se fue hundiendo económica y socialmente. Se escindieron amistades y familias. La miseria, cárcel, exilio y la muerte, fueron derivaciones que afectaron a toda la sociedad.

A setenta y un año después del Moncada, sesenta y cinco del triunfo de la revolución, hay muy poco de lo que se pueda enorgullecer el castrismo.

La Isla esta regida por una nomenclatura que ha disfrutado sin interrupción del poder absoluto y degradado tanto a la nación que el propio Raúl Castro, otro arquitecto de la dictadura, ha dicho, “Hemos percibido con dolor, a lo largo de los más de 20 años de período especial, el acrecentado deterioro de valores morales y cívicos, como la honestidad, la decencia, la vergüenza, el decoro, la honradez y la sensibilidad ante los problemas de los demás”.

GALERÍA DE MÁRTIRES SOBREVIVIENTES*




Por Eduardo Lolo

Manos anónimas, pero a nombre de muchos nombres, me dejaron en el buzón un ejemplar de Galería de Mártires, confeccionado por la Unión de Expresos Políticos Cubanos NY, NJ, CT y editado por D’Fana Editions. Se trata de un registro histórico –que comprende varios decenios– de caídos en la lucha contra el totalitarismo castrista representados por hombres y mujeres de todas las edades, razas y estratos sociales; o simples víctimas mortales del odio estatuido. Conviven, tanto en el libro como en la historia, profesionales, obreros, campesinos, estudiantes, ancianos y hasta menores de edad que, como obedeciendo a las palabras de Mariana Grajales, se empinaron para sobrevivir en la Historia aun con la vida truncada a medio vivir. La relación, en orden alfabético, incluye una breve ficha biográfica de las víctimas y, en la mayoría de los casos, una fotografía. La pequeña introducción de los compiladores, firmada por el Ejecutivo UEPPC, Zona NE de EE.UU. aclara que “La idea surgió en una de nuestras reuniones de los martes por la noche, en las que hemos persistido durante más de 37 años, donde la nostalgia se hizo presente al discutir sobre el destino de la Galería de Mártires que tapizan los muros del local de nuestra asociación: en definitiva, marcos y cartulinas de vida limitada.” (p. 5) Y se acordó crear y editar esta compilación del horror (y del honor) en que los mártires sobreviven en el registro histórico resultante.

Con solo abrir y hojear la obra basta para que ésta se convierta en campo de batalla, cárceles de consignas nunca acalladas, inmolaciones dignas, muros con cicatrices de balas, luchas sin cuartel contra la ignominia. Son sus personajes quienes dieron la vida porque no podían vivirla sin libertad, y libres murieron aunque estuvieran confinados en una mazmorra, o quienes fueron asesinados “porque sí”, pues en un sistema totalitario hasta vivir puede ser un delito. Es el único libro cuya lectura he tenido que fragmentar adolorido y furioso a la vez al comprobar cómo en Cuba fuera sacrificado lo mejor del país por lo más malo. No debe extrañar, entonces, que las notas biográficas de los mártires de quienes sus editores no pudieron encontrar una foto personal, las ilustraran con un grabado del Escudo Nacional de Cuba. El lector desconoce sus rostros, pero no habría mejor imagen para representarlos.

Hay casos en que el horror rebasa los niveles más crueles, como el del anciano asturiano José Gonzalo Tejada, padre de “Felo” Gonzalo, uno de los jefes de los alzados en armas contra el régimen. Narran los compiladores: “Después del combate en la finca ‘Josefita’, en que murieron dieciocho efectivos del régimen, las tropas gubernamentales recurren al punto más débil para la venganza. Rodean la casa de José Gonzalo Tejada, ciudadano español, (…) el 8 de marzo de 1963, y en presencia de Manuela, su esposa, lo obligan a salir al patio, asesinándolo.” Pero la infamia no concluyó con ese cobarde asesinato: los desalmados esbirros se llevaron el cadáver y nunca lo devolvieron a la familia, impidiéndole a la estoica viuda ni siquiera tener un sitio donde venerar y llevarle flores a su amado de toda la vida. Continúan los autores: “Otros cuatro hijos se incorporan a la guerrilla. (…) Diez fueron ‘los asturianos’ entre muertos en combate, asesinados o presos: Gerardo, Angelino, José Gonzalo padre, Felo, Dionisio, Santos, Rubén, José, Eloy y Elías” (pág. 130). Pocas veces España ha quedado tan dignamente representada en la Historia de Cuba como por el ultimado patriarca asturiano y sus heroicos descendientes.

O el de un grupo de espirituanos ametrallados impunemente el 23 de febrero del mismo año, cuando un miliciano conocido por “Lechuza” abrió fuego indiscriminadamente con una ametralladora contra unos jóvenes que se encontraban en el portal del hotel “Perla de Cuba” (sito en el lado norte del parque Serafín Sánchez, de Santi Spiritus), aparentemente como letal venganza por éstos estar disfrutando en alegre tertulia juvenil en vez de escuchar la transmisión, desde altoparlantes ubicados en el parque, de uno de los aburridos discursos de Fidel Castro, quien en ese momento hablaba en cadena nacional de radio y TV. Murieron los adolescentes Armando Piñeiro García, Ismael Llorente Brunet, René García y René Odales (todos con solamente 17 años de edad) así como un adulto (Carlos Rodríguez Morera, de 40 años); más de diez resultaron heridos, casi todos menores de edad. Narran los compiladores que “El asesino fue puesto a buen resguardo y los investigadores se dieron a la tarea de tergiversar los hechos y aterrorizar a familiares y amigos de las víctimas para que ni siquiera comentaran lo sucedido” (pág. 148) Después del crimen, lo más probable es que “Lechuza” haya sido ascendido a “Buitre”.

A veces los asesinados el mismo día y en el mismo lugar son identificados solamente con sus nombres, uno detrás de otro, en un listado del horror y el honor combinados. Tal fue el caso de los expedicionarios de la Brigada 2506 muertos por asfixia mientras eran transportados en un camión herméticamente cerrado por casi nueve horas a pesar de uno de los brigadistas haber llamado la atención sobre el peligro que corrían, a lo que Osmany Cienfuegos respondió que no importaba, pues “así se ahorran balas. (p. 180-181) O el de los 73 fusilados en la Loma de San Juan el 12 de enero de 1959. (p. 154-156) A ellos habría que añadir otros ejemplos, como los asesinados con el deliberado hundimiento del Remolcador “13 de Marzo” el 13 de julio de 1994, con una larga lista de niños desde 6 meses a 11 años de edad entre los 39 cadáveres identificados. (p. 209-211) Da la impresión de que todos se volvieron uno solo en cada caso, como si las vidas sesgadas al unísono los hubiera hecho una misma persona de nombres disímiles, pero con una misma vida que culmina en una misma muerte tan digna como injusta

Sin embargo, no siempre se conocen los nombres de las víctimas, como el de las 56 personas ultimadas (muchos de ellos niños y adolescentes) en lo que se conoce como “La Masacre del Canímar”, en Matanzas, en el verano de 1980. Los cadáveres de los occisos nunca fueron entregados a los familiares, y hasta el día de hoy se desconoce qué hicieron con ellos sus verdugos. Sus deudos sí recibieron una ‘esmerada’ atención gubernamental: todos ellos fueron visitados por esbirros de la Seguridad del Estado que les amenazaron, si daban a conocer el horrendo crimen, con encausarlos como cómplices de un masivo intento de fuga del país de sus familiares asesinados, cuando en realidad las víctimas eran personas de paseo en una embarcación de recreo que fue desviada de su curso por 3 jóvenes reclutas del Servicio Militar Obligatorio que pretendían desertar. (p. 212-213). O el texto que acompaña una foto en la nota titulada “Mártir anónimo en la lucha contra el comunismo” y que dice así: “Esta foto fue encontrada en el bolsillo de la camisa de un alzado muerto en combate. Muestra huellas de su sangre, y se ve borrosa.” (p. 168) Rostro identificado solamente por una vieja mancha de sangre heroica, para siempre ya imborrable gracias a esta obra.

Lo peor de esta recopilación es que se trata de un registro histórico del todo incompleto. Los asesinatos llevados a cabo por sicarios castristas (que comenzaran, incluso, antes de la llegada de Fidel Castro al poder) no han dejado de producirse en más de 6 décadas de totalitarismo. Hoy, ahora mismo, en este preciso instante, puede que un nuevo mártir espere por una segunda edición consternadamente aumentada de esta obra de espanto para que quede el registro de su muerte, pues es el caso que cada generación de cubanos aporta una especie de cuota de asesinos y héroes en que los primeros matan y los segundos viven, aunque hayan muerto en ese choque entre heroicidad y satrapía. Esta reseña de un compendio donde los mártires sobreviven es solamente el comentario adolorido de unos pocos crímenes del totalitarismo en Cuba.

Los cubanos que vivan en una futura Cuba libre deberán leer, como una letanía fúnebre a modo de homenaje, este libro; con un ejemplar en cada hogar, siempre a mano. Entonces, y solo entonces, sabrán a quiénes agradecer el vivir históricamente iluminados por una luz que comenzara a forjarse largo tiempo atrás en la más espantosa y dilatada oscuridad.

 

 

 

*Tomado de: Revista Lux (FL), Marzo-Abril de 2022. Págs. 21-22.)

Entrevista a asaltante al cuartel de Bayamo*

Orlando Castro García junto a su esposa, Georgina Cid, exprisionera política

Por Wilfredo Cancio Isla

Orlando Castro García repasa el pasado con la serenidad que suele acompañar a los patriarcas. A los 90 años, cumplidos este 14 de julio, conserva una envidiable lucidez para rememorar en detalle los sucesos de una vida definitivamente asociada con la leyenda y la historia contemporánea de Cuba.

Se define a sí mismo como un sobreviviente privilegiado. Conserva una voz enérgica y las palabras dejan pronto entrever la virtud de su liderazgo innato. Su trayectoria vital atraviesa el accidentado mapa de batallas cívicas, episodios violentos, descalabros, prisiones y exilios que ha marcado el devenir cubano desde la segunda mitad del siglo XX hasta el presente.

Formado en el seno de una familia humilde de Unión de Reyes, en la provincia de Matanzas, fervoroso defensor de los valores patrios y de su cubanía, Castro García pertenece a la generación de jóvenes que emergieron con determinación de guerreros para desafiar el golpe de Estado del 10 de marzo de 1952, perpetrado por Fulgencio Batista.

Entonces su vida apacible y anónima cambió para siempre. Tenía 25 años y vivía con su primera esposa en un confortable apartamento en el edificio del Retiro de Arquitectos, en Infanta y Humboldt, en la capital cubana. Estudiaba para Contador Público en la Universidad de La Habana y había sido promovido a supervisor de créditos y cobros de la poderosa empresa Sabatés, sucursal de Procter & Gamble en la isla, cuando decidió enrolarse en una quimérica aventura militar, animado por su amigo Raúl Martínez Ararás. Fue así que Castro García se convirtió en uno de los 25 asaltantes del Cuartel "Carlos Manuel de Céspedes", en Bayamo, una acción coordinada con el ataque al Cuartel Moncada de Santiago de Cuba, liderado por Fidel Castro.

"Cuando trato ahora de explicarme cómo me enrolé en esas acciones, la única explicación que hallo es la juventud que teníamos", confiesa. "Teníamos la pasión patriótica de hacerle frente a la situación de Cuba, pero carecíamos de madurez y conocimientos militares mínimos... Fue un gran fiasco".

A 65 años de la insurrección armada del 26 de julio de 1953, el veterano combatiente recuerda los momentos cruciales de aquella frustrada escaramuza, que terminó en una revolución triunfante seis años después, habla de su temprana ruptura con Fidel Castro y reflexiona sobre el futuro de un país que abandonó en 1979, tras una cruenta prisión por motivos políticos. Un país al que entregó sus energías y sus desvelos como a ninguna otra causa, y adonde no piensa que podrá volver.

Castro García reside en Miami y está casado -en segundas nupcias- con Georgina Cid, una ex prisionera política que cumplió 16 años en las cárceles cubanas. "Georgina me ha soportado por mucho tiempo", sonríe. "No podía haber encontrado una compañera mejor en esta vida".

De los atacantes del Moncada y Bayamo que marcharon al exilio en Estados Unidos, sobrevive además Gerardo Granados, residente en Orlando, Florida, quien declinó la solicitud de entrevista por razones de enfermedad.​

Orgullo de ser cubano

¿Cuáles eran las ideas del joven que decide involucrarse en una acción militar contra el gobierno? ¿Había usted adquirido entonces una conciencia patriótica?

Por la educación que recibí desde la enseñanza primaria, me sentía identificado con la historia de mi país. Siendo todavía un adolescente, estaba orgulloso de la Guerra de Independencia, de José Martí, de Carlos Manuel de CéspedesPensaba que la historia nuestra era fantástica. Me enorgullecía decir: Yo soy cubano. Tenía la semilla del sentimiento patriótico, pero no había desarrollado ideas políticas propiamente. Así que al producirse el golpe del 10 de marzo, me veo comprometido a asumir una actitud para responder a aquel hecho que había quebrantado el orden constitucional del país.

¿Cómo llega a enrolarse en la conspiración del 26 de julio?

Por Raúl Martínez Ararás, quien había coincidido conmigo en la Escuela Profesional de Comercio de La Habana y tenía contactos con Fidel Castro, a quien solo veo en alguna ocasión. Llega un momento en que Martínez Ararás me dice que se está preparando un ataque a posiciones militares y quiere saber si podía contar conmigo, y yo le digo que sí.

¿Tenía usted algún conocimiento militar o noción de la acción armada que estaba a punto de realizarse?

Absolutamente no. Ningún conocimiento militar, ni había hecho entrenamientos con armas. Se hicieron algunas prácticas con los muchachos que iban a participar en la acción, en pueblitos de La Habana y Matanzas, pero no eran prácticas militares. Martínez Ararás me visitó un día en mi casa y me dijo que nuestro grupo iba a atacar una posición militar en Bayamo. Aquello para mí fue grandioso. Pero con la experiencia que después me dio la vida, no hubiese participado nunca en una acción de ese tipo sin una preparación y sin la logística necesaria. Había mucha pasión, pero poco conocimiento. La primera vez que yo cogí un arma de fuego fue para participar en el ataque.

Improvisación absoluta

¿Cuál fue su responsabilidad en los preparativos de la operación?

Prácticamente todas las armas que se utilizaron en Bayamo se situaron en mi apartamento. Mi misión fue trasladarlas en maletas por el ferrocarril hacia Bayamo. Eran sumamente pesadas. Llegué a Bayamo con las armas en el tren en la mañana del 24 de julio. A la llegada a la terminal de trenes me estaba esperando Gerardo Pérez-Puelles, otro asaltante, quien había viajado varios días antes y había alquilado un local en un hotelucho de citas amorosas.

¿Allí se alojaron los demás participantes?

Sí. Llegaron en el atardecer del 25 de julio. Con Pérez-Puelles tomamos una foto del cuartel desde un acueducto para saber por dónde íbamos a entrar. Esa fue la única labor previa al asalto.


¿Cómo fue el momento de la salida para la acción?

Pues le fuimos dando los uniformes a la gente. De más está decir que ningún uniforme le venía bien a ninguno, era un desastre. Todo muy mal organizado, esa es la realidad histórica. Salimos poco antes del amanecer. Castro dijo años después que todo aquello había sido una labor muy responsable e inteligentemente preparada, pero nada de eso es cierto. Todo fue de una improvisación absoluta.

¿Por qué nunca pudieron entrar al cuartel?

El ataque fue por detrás del cuartel, donde había unos corrales con caballos. La presencia nuestra agitó a los caballos y cuando un soldado salió a ver qué pasaba, se produjeron los primeros disparos y aquellos animales corrieron de un lugar a otro tremendamente agitados. La poca preparación nuestra nos impidió pasar de la parte posterior del cuartel. Los soldados montaron una ametralladora y empezaron a disparar. El tiroteo duraría acaso 10 ó 12 minutos. El volumen de fuego de los militares fue muy superior. Sus rifles eran muy superiores a nuestras escopetas, solo por el ruido de los disparos fue evidente. Fuimos unos guerreros muy ingenuos.

En fuga hasta La Habana

¿Qué sucedió en la estampida de los asaltantes?

En la huida me encuentro con un muchacho atacante que yo no conocía. Era Enrique Cámara, de Marianao. Con él me interno en las calles de Bayamo y en una esquina donde había gente tomándose un cafecito hago un discurso convocando a la gente a la rebelión, algo completamente absurdo. Les digo que esto es una revolución y necesitamos el apoyo del pueblo. Nadie me hizo caso, incluso nos pasó por al lado un vehículo con policías y ni siquiera se dieron cuenta de que éramos asaltantes, aunque a unas cuadras de allí sostuvieron un encuentro a tiros con compañeros nuestros. A insistencia de un vecino que se percató de la situación, cogimos el camión de un lechero para salir hasta las afueras del pueblo. El lechero estaba aterrorizado, pero tuvo que sacarnos de allí porque ninguno de los dos sabíamos manejar.

¿Cómo logró llegar a La Habana?

Llegué en un ómnibus local a Manzanillo, después de la ayuda de una familia campesina que nos dio ropa limpia y leche e hizo oraciones a los santos para que nos protegieran. Creo que en el camino hubo más de una persona que detectó que yo era un prófugo y no quiso hacerme daño, tal vez porque no eran simpatizantes del gobierno. La gente de Sabatés en Manzanillo gestionó en un taller donde estaban arreglando un vehículo militar para sacarme a mí de allí hasta Cayo Espino, un lugar a las afueras, y luego estuve escondido por varios días en un bohío en la sierra cercana. Poco después salí de Manzanillo en un ómnibus, disfrazado de empleado de la ruta Santiago-Habana. Cuando arribé a La Habana todo estaba coordinado para mi asilo en la Embajada de Argentina, donde me encuentro con Martínez Ararás y Pérez Puelles. De ahí salimos para Costa Rica con un salvoconducto. Estando en la embajada argentina, se asila allí José Pardo Llada.

Una visita de Fidel Castro

Usted viaja después a México y Honduras, y regresa a Cuba tras la amnistía de 1955. Comienza entonces su distanciamiento con Fidel Castro. ¿Qué lo motivó?

Dos o tres semanas después de que naciera mi único hijo, Fidel Castro me visita en mi apartamento. Se ha enterado que yo he redactado un memorando, firmado por varios asaltantes, entre ellos Ciro Redondo. El documento pide que el Movimiento "26 de Julio" debe tener dirección colegiada, no unipersonal, y debe hacer un programa democrático, explicándole al pueblo de Cuba hacia dónde queremos llevarlo. Fidel Castro sabía de la existencia del memorando por vía de Ramiro Valdés, quien no quiso firmarlo, y me dice que las revoluciones no se hacen con memorandos. Yo fui respetuoso y le dije: "Sí, está bien Fidel, pero es fundamental fijar las posiciones y el memorando se te va a entregar de todas maneras". No quedó satisfecho y antes de la despedida se acercó a la cuna de mi hijo y me dijo: "Oye este muchacho es fuerte, va a ser un soldado de la revolución". Y yo –con un poco más de experiencia y madurez- le respondí: "No, Fidel, va a ser un ciudadano de la república democrática".

Es significativo que del centenar de sobrevivientes de las acciones del Moncada y Bayamo, 27 se distanciaron de Fidel Castro, y que solo 20 de ellos figuraron como expedicionarios del yate Granma, en 1956. ¿Qué pasó en esos tres años?

Hubo mucha gente que estuvo con Fidel Castro en la prisión de Isla de Pinos que terminó muy decepcionada con su personalidad. Después de la amnistía -y es algo que la mayoría ignora- hubo una libertad de prensa absoluta para combatir al régimen y denunciar los crímenes del Moncada, y Castro se explayó. Se mostró como un verdadero caudillo, que era lo que cuadraba a su persona. Es por eso que en ese momento hacemos el memorando diciéndole que no queremos caudillismo, porque el caudillismo es lo que estamos combatiendo. Pero eso él lo recibió como un insulto.

Pero firmantes del memorando, como Ciro Redondo, se enlistaron luego en la expedición del Granma...

Es verdad, Ciro acompañó a Fidel Castro en el Granma y murió peleando con él en la Sierra Maestra. Ciro tenía la pasión irrefrenable de la lucha por Cuba, pero ya con más conocimiento de quien era Fidel Castro. Es una especulación, pero si tal vez Ciro hubiera sobrevivido la revolución se hubiera separado del régimen. Lo digo porque Ciro firmó con mucho gusto el memorando.

El fracaso electoral

¿Le entregó el documento finalmente?

Fui a llevárselo días después a una casa en la Calzada de Jesús del Monte donde estaba reunido. No lo leyó porque ya Ramiro Valdés le había pasado una copia. Fue muy ríspido conmigo, me dijo si no temía que el documento cayera en manos de la policía política de la dictadura. Le respondí que no, que este no era un memorando conspirativo, sino un memorando político para fijar nuestras posiciones ante la Historia. Fue mi último encuentro con Fidel Castro y la ruptura definitiva entre nosotros.

Usted participó en las cuestionadas elecciones generales de 1958 para aspirar a representante por el Partido del Pueblo Libre, con Carlos Márquez Sterling en la candidatura presidencial. ¿Era esa una solución viable en un país convulsionado y descreído de los políticos tradicionales?

Las elecciones fueron un fracaso. Nosotros fuimos a elecciones porque queríamos marcar un esfuerzo para buscar soluciones al problema de Cuba que no fueran la violencia y la revolución. Además, ya desconfiábamos completamente de Castro y de lo que se proponía. Por eso apoyamos a Márquez Sterling. ¿Por qué fracasaron las elecciones? Fidel Castro ya estaba convertido en un Robin Hood contemporáneo, después de los artículos del periodista Herbert Matthews en el New York Times y, en honor a la verdad, el pueblo de Cuba mayoritariamente no quería un proceso electoral que le abriera un camino de transición pacífica para resolver el problema político de la nación. El pueblo de Cuba favoreció en la solución revolucionaria de Fidel Castro. En definitiva, eso fue lo que decidieron nuestros compatriotas y los resultados no tengo que contarlos, porque todos los conocemos.

¿Qué hizo usted después de 1959?

Fui un conspirador activo contra Fidel Castro. Después de 1959 no vi ninguna posibilidad de negociación con el régimen impuesto. Caí preso en 1961. Se había producido la invasión de Bahía de Cochinos y subestimé la eficiencia de los servicios de inteligencia de Castro. Fui acusado de conspiración y me condenaron a 30 años; cumplí 17.

¿Qué fue lo peor de la prisión?

Todo. La prisión fue muy violenta en todos los sentidos: las requisas, el trato a los prisioneros, la alimentación, la falta de atención médica, el trabajo forzado con el llamado plan Camilo Cienfuegos, todo eso fue cruel y severo. Nuestros familiares eran humillados. El régimen de Castro ha sido extremadamente deshumanizado. No ha habido piedad ni respeto mínimo por las personas. Vi morir a muchos presos por bayonetazos de los guardias.

El incierto futuro cubano

¿Cómo ve el futuro de Cuba?

Quisiera que se abrieran todas las posibilidades para un proceso de democratización en Cuba, con diversidad de partidos políticos, pero realmente no lo veo como algo cercano. El régimen se ha perpetuado y pretende que el poder lo hereden sucesores incondicionales. A Raúl Castro los años lo obligarán a desaparecer pronto después de heredar el poder de su hermano, pero ellos pretenden que sus hijos y sus nietos sigan al mando para alargar hasta el infinito este doloroso proceso de la revolución. Realmente, no me siento optimista con el futuro de Cuba.

¿Se arriesga a vislumbrar una solución para la encrucijada cubana?

Cualquier solución debe ser ajena a la violencia. Es una convicción que asumí después del ataque armado en Bayamo. Ninguna solución violenta puede ser recomendable. Las soluciones políticas negociadas son siempre la mejor salida para el futuro de un país. Desde el exilio fue partidario del diálogo y la búsqueda de una solución pacífica, y respaldé el movimiento de derechos humanos, con Gustavo Arcos Bergnes y Jesús Yánez Pelletier desde la isla. Pero no sé si el pueblo cubano habrá aprovechado la experiencia de lo vivido estos años para hacer de Cuba un país mejor del que tenemos ahora.

¿Está acaso decepcionado del pueblo cubano?

No diría que decepcionado, pero he cambiado mi manera de pensar con respecto a la responsabilidad y la actitud de la inmensa mayoría de los seres humanos, no solo de los cubanos. Los movimientos populistas que aúpan a líderes fantasiosos prometiendo soluciones inverosímiles, son errores enormes y demostración de inmadurez de los ciudadanos. La democracia es el mejor sistema, pero exige que los electores sean responsables, sensatos y pensantes.

¿Qué le pasa por la cabeza en este 65 aniversario de aquella gesta?

Siento que por mi juventud y mi inmadurez contribuí a que Fidel Castro se convirtiera en un dictador. La revolución castrista, que fue la opción que se impuso, ha derivado en una tragedia tremenda para el pueblo de Cuba. Aún hoy pienso que hubiera sido más beneficioso un proceso de transición negociada. Nos hubiéramos evitado el exilio, miles de fusilamientos, las prisiones viles, y tras la interrupción del 10 de marzo, se hubiera retomado un proceso de desarrollo del país y la historia fuera completamente diferente.


*Esta entrevista fue publicada originalmente en Martí Noticias el 26 de julio de 2018.

Tuesday, July 23, 2024

Un cubano exiliado en la OEA: Reunión en la cumbre


Guillermo A. Belt y el embajador Alejandro Orfila

Por Guillermo A. Belt


En 1967 la OEA celebró en Punta del Este la Reunión de Jefes de Estado Americanos. Todos los jefes de unidad del Departamento de Asuntos Administrativos, encabezados por su director Luis Raúl Betances viajaron a Montevideo. Yo había entablado amistad con Juan Nimo, jefe de Personal y recuperado la de Hernán Banegas, jefe de Presupuesto, merced a su generoso perdón por una broma que le había hecho en otra ocasión. A ambos les pedí ayuda para asistir a la reunión, sin duda llamada a ser histórica. Fue así como unos días después del arribo de nuestra plana mayor recibí la orden de presentarme en Montevideo.

El Secretario General de la OEA, Dr. José Antonio Mora, había solicitado la colaboración del Embajador Alejandro Orfila, quien en ese tiempo ya no estaba en servicio activo en la cancillería argentina, para apoyar al protocolo uruguayo en la enorme tarea de recibir a los presidentes y primeros ministros de los países miembros de la OEA. Siendo embajador en Japón Orfila había organizado la visita oficial del Presidente Frondizi, y bien sabía el Dr. Mora cuán exquisito y complejo era el protocolo del antiguo imperio nipón. Nimo, viejo amigo de su compatriota argentino me recomendó, y Orfila amablemente me aceptó como ayudante suyo.

Para comenzar Orfila me invitó a ir con él al aeropuerto de Carrasco, en Montevideo. Al rato llegaron el ministro de Relaciones Exteriores, Héctor Luisi, y personal del protocolo de la cancillería. El ministro y Orfila se saludaron cordialmente, como buenos amigos. Acto seguido, mi nuevo jefe pro tempore dispuso dónde debía colocarse el canciller, dónde el funcionario que haría las veces del Presidente Gestido, haciendo marcar los lugares con tiza, y dónde la tropa para rendir los honores militares de estilo a los Jefes de Estado y de Gobierno asistentes a la reunión.

Terminada la asignación de lugares a la comisión de recibo, Orfila hizo colocar un avión frente a ésta y pidió a un funcionario de protocolo descender del avión, tal como lo harían los ilustres visitantes en su día. La tropa en posición de firme y la banda militar lista, Orfila me dijo en voz baja: “Camine junto a mí y fíjese bien porque usted va a quedar a cargo de todo esto.”

El autor acompañando al presidente dominicano Joaquín Balaguer


Sin más me encontré caminando por la pista de Carrasco junto al Embajador Alejandro Orfila a los acordes del himno nacional del Uruguay, pasando revista a la tropa – el funcionario del protocolo representando al jefe de estado visitante sólo bajó por la escalerilla del avión, agotando así su papel, asumido enseguida por Orfila. Cronometrando el tiempo recorrimos a paso solemne la distancia desde el avión hasta el helicóptero que habría de transportar a los presidentes de inmediato a Punta del Este, en cuyo Hotel San Rafael tendría lugar la reunión.

Esa fue mi introducción al ceremonial diplomático para recibir a veinte y tantos Jefes de Estado y de Gobierno. Conservo la foto con Orfila en la pista de Carrasco, sépalo el lector incrédulo. Con o sin foto, aquella lección no la olvidaría nunca. De mucho habría de servirme, años después.
Terminado el ensayo y a punto de retirarse para atender otros asuntos con el Dr. Mora, Orfila me encargó el manejo de toda la operación a partir de ese momento, instándome a tratar a los funcionarios del protocolo nacional con delicadeza, teniendo presente que la responsabilidad del recibimiento en Montevideo era del país anfitrión. En cambio, la OEA sería responsable de recibir a los presidentes en Punta del Este por ser ésta la sede de la reunión.Con la gentil ayuda de un sobrino del Dr. Mora, funcionario del protocolo de la cancillería, pude dirigir el ceremonial en el aeropuerto sin mayores dificultades a lo largo de dos días muy intensos. Todo iba saliendo tal como Orfila lo había organizado cuando surgió un contratiempo. Mientras cada presidente pasaba revista a las tropas a los acordes de su himno nacional, su equipaje debía ser trasladado del avión al helicóptero para el viaje a Punta del Este. En un caso este trámite se demoraba y al parecer el presidente se iría sin sus maletas. Pedí ayuda al piloto de otro helicóptero, en fila esperando al próximo presidente. Accedió de inmediato, subí al aparato con el equipaje y en vertiginoso vuelo llegamos al otro helicóptero dos minutos antes del ilustre pasajero. Así devine maletero aerotransportado, un oficio, creo, sin precedentes.

Al llegar al Hotel San Rafael, Manuel Ramírez, subjefe de la Oficina de Protocolo de la OEA, me encargó recibir a los presidentes a su llegada a la sede de la conferencia a fin de poder atender él otros asuntos junto al Secretario General. Yo habría de permanecer de pie en la puerta del hotel, esperando por los presidentes o primeros ministros, quienes llegaban uno tras otro, cada uno en su automóvil, a intervalos de unos minutos, y acompañarlos por un largo pasillo hasta la sala de sesiones plenarias. Lo poco apetecible de esta tarea quizás fue el factor decisivo en la delegación de autoridad que me hizo el subjefe de protocolo.

Una rampa muy angosta y curva daba acceso a los automóviles en la entrada principal del San Rafael, lo cual obligaba a los conductores a aminorar la velocidad considerablemente. Los responsables de la seguridad de los dignatarios vieron esto con malos ojos. Ante sus preocupaciones, resolvimos habilitar la entrada del fondo del hotel para el ingreso de los ilustres visitantes, adonde sus coches podían llegar a buena velocidad con su escolta de motocicletas.

Aunque el ceremonial de recibimiento en Punta del Este correspondía a la OEA, el gobierno uruguayo nos prestó mucha colaboración. La más importante, y vistosa, fue la participación del Regimiento No. 1 de Caballería, los Blandengues de Artigas. Decano de las unidades militares del país, este regimiento es la Escolta del Primer Mandatario de la República Oriental del Uruguay, y actúa de guardia de honor de Jefes de Estado cuando visitan el país. Sus miembros, jinetes de primera, visten uniforme azul oscuro con vivos rojos, correaje blanco, morrión en que destaca el Escudo Artiguista, y portan sables y lanzas. Por si fuera poco, los blandengues cuentan con su propia banda militar, la Charanga.

Al mando de un destacamento de seis lanceros y un soldado músico se me presentó el primer día un joven teniente. Quería saber cómo deseaba yo colocar a sus hombres. El de la corneta, acordamos, iría a la derecha de la puerta, frente a mí; yo le haría una señal cuando saliera del coche cada mandatario y así podría prepararse para tocar su diana de bienvenida. Tres lanceros a cada lado de la entrada, el teniente a mi lado, sable en puño, y listo.

Como cada coche llevaba la bandera del país del visitante, además de la uruguaya, ésta en la parte delantera derecha del vehículo, me aprendí el diseño de todas para poder anticipar, a la distancia de una cuadra, quién sería el próximo en llegar. Desde Carrasco me había provisto de un aparato de radio portátil (del incómodo tamaño de un ladrillo, más o menos, en aquel entonces) y con este dispositivo me comunicaba en el aeropuerto con el protocolo nacional y, ahora, con un colega de la OEA, quien anunciaría la llegada de los jefes de delegación a la sala de sesiones plenarias.

Caminé mucho más en el Hotel San Rafael que en el aeropuerto de Carrasco, y me divertí casi tanto. Algún que otro presidente me dio la mano al llegar al hotel; la mayoría saludaba con una leve inclinación de cabeza, o quizás una sonrisa. El de Estados Unidos, Lyndon B. Johnson, dormía en un buque de guerra anclado frente a la costa del elegante balneario uruguayo y llegaba al San Rafael con cara de malas pulgas (no establezco ninguna relación de causa-efecto). El hecho es que nunca me saludó, a diferencia de un diplomático de su séquito, quien me dio las gracias diciéndome con disimulado asombro, You are here all the time!

Pero el día de la clausura de la reunión Johnson me agarró del codo con una de sus manazas y así desfilamos él y yo entre lanzas y blandengues, sin decir palabra, por aquel pasillo largo hasta el umbral de la sala del plenario donde lo entregué sin pena ni gloria en manos del colega encargado de anunciar la solemne entrada del presidente de los Estados Unidos a la Reunión de Jefes de Estado y de Gobierno de los Estados Miembros de la OEA.

Sunday, July 21, 2024

¿Habrá cumbre en Pekín?




Por Guillermo A. Belt

 

En estos días del mes de julio hace 68 años tuvo lugar en la capital de Panamá la primera reunión de presidentes de los países de América Latina y el presidente de los Estados Unidos. Un artículo publicado en el sitio del Centro de Estudios Políticos y Constitucionales, cepc.gob.es, titulado La mayor conferencia de Jefes de Estado de la historia, comenzaba así:

        “La hermosa ciudad de Panamá, bisagra de dos Continentes, vínculo y rompeolas de dos océanos, se aprestó a recibir dignamente, entre los días 20 y 23 de julio de 1956, al mayor cónclave de Jefes de Estado que jamás se haya reunido anteriormente ni es probable se congregue en el futuro.” 

De los 19 presidentes que asistieron a la reunión en Panamá once eran militares y sólo ocho eran civiles. Al respecto el autor del artículo comenta: En cuanto al origen de su poder, puede observarse que más de la mitad de ellos lo obtuvieron mediante un golpe de fuerza o de algún modo que sería difícil considerar como estrictamente democrático.

Prueba al canto. Entre los generales ocupantes de la presidencia se encontraban Fulgencio Batista Zaldívar (Cuba), Pedro Aramburu (Argentina), Carlos Ibáñez del Campo (Chile), Héctor Trujillo Molina (República Dominicana), Dwight Eisenhower (EE.UU.), Paul Magloire (Haití), Anastasio Somoza (Nicaragua) y Alfredo Stroessner (Paraguay). Completaban el elenco militar tres coroneles: José María Lemus (El Salvador), Carlos Castillo Armas (Guatemala) y Marcos Pérez Jiménez (Venezuela).

Los ocho presidentes civiles fueron Hernán Siles Suazo (Bolivia), Juscelino Kubitschek (Brasil), José Figueres (Costa Rica), José María Velasco (Ecuador), Adolfo Ruiz Cortines (México), Ricardo Arias Espinosa (Panamá), Manuel Prado (Perú) y Alberto F. Zubiría (Uruguay).

Los únicos mandatarios ausentes fueron Julio Lozano Díaz (Honduras) y el General Gustavo Rojas Pinilla (Colombia). Ambos se adhirieron  mediante expresivos mensajes a lo acordado en Panamá.

Fulgencio Batista y Ike Eisenhower durante la cumbre

La predicción pesimista del autor del artículo, Tomás de Arandía, no se cumplió. Del 12 al 14 de abril de 1967, por iniciativa de la OEA al igual que en Panamá, se celebró en Punta del Este, Uruguay la Reunión de Jefes de Estado Americanos. En esta ocasión se contó con la participación del Primer Ministro de Trinidad y Tobago, nuevo estado miembro de la OEA, y con la asistencia de representantes de varios países no miembros que más tarde ingresarían en la organización regional: Barbados, Canadá, Guyana y Jamaica.

Presidía Argentina otro general, Juan Carlos Onganía. En cambio, Colombia pasaba de un general a un mandatario civil, el doctor Carlos Lleras Restrepo, así como Chile, en Punta del Este presidido por Eduardo Frei. Guatemala, Nicaragua y República Dominicana también pasaban a tener civiles en la presidencia con Julio César Méndez, Lorenzo Guerrero y Joaquín Balaguer, respectivamente. Venezuela contaba con Raúl Leoni en lugar del coronel Pérez Jiménez. En Paraguay continuaba al mando el General Stroessner.

En 1956 el tema principal fue el desarrollo económico de América Latina con la colaboración de los Estados Unidos. En 1967 la reunión presidencial se centró en la misma aspiración, esta vez mediante el programa llamado Alianza para el Progreso, lanzado por John F. Kennedy y manejado en Punta del Este por el sucesor del presidente asesinado, Lyndon B. Johnson.

Del 9 al 11 de diciembre de 1994 se celebró en Miami la Cumbre de las Américas, a la que habrían de suceder varias más: 1996 en Santa Cruz, Bolivia; 1998 en Santiago, Chile; 2001 en la ciudad de Quebec, Canadá; 2004 en Monterrey, México; 2005 en Mar del Plata, Argentina; 2009 en Puerto España, Trinidad y Tobago; 2012 en Cartagena, Colombia. En 2015 volvió a celebrarse en la ciudad de Panamá. Como un viaje a la semilla, diría Alejo Carpentier.

Mientras que en todas las ocasiones citadas se habla de mayor desarrollo económico para los países de América Latina, agregando los del Caribe angloparlante, y en tanto que en frecuentes comunicados del Departamento de Estado de EE.UU. se hace alusión al tema, se observa el creciente interés que países alejados de nuestra región, como China y en menor grado Rusia e Irán, muestran por participar en grandes proyectos de desarrollo, entre ellos puertos de gran calado, represas y aeropuertos. De ahí la pregunta formulada en el título de este aporte.

También se habla de democracia, elecciones libres y  derechos humanos. Esto a pesar de que en Cuba no se cumplen estos nobles objetivos desde hace 72 años; no obstante que se violan impunemente y a diario en Nicaragua, como en Venezuela y Bolivia.

Mientras más cambian las cosas, más siguen siendo lo mismo. (Suena mejor en francés.)