Tuesday, July 23, 2024

Un cubano exiliado en la OEA: Reunión en la cumbre


Guillermo A. Belt y el embajador Alejandro Orfila

Por Guillermo A. Belt


En 1967 la OEA celebró en Punta del Este la Reunión de Jefes de Estado Americanos. Todos los jefes de unidad del Departamento de Asuntos Administrativos, encabezados por su director Luis Raúl Betances viajaron a Montevideo. Yo había entablado amistad con Juan Nimo, jefe de Personal y recuperado la de Hernán Banegas, jefe de Presupuesto, merced a su generoso perdón por una broma que le había hecho en otra ocasión. A ambos les pedí ayuda para asistir a la reunión, sin duda llamada a ser histórica. Fue así como unos días después del arribo de nuestra plana mayor recibí la orden de presentarme en Montevideo.

El Secretario General de la OEA, Dr. José Antonio Mora, había solicitado la colaboración del Embajador Alejandro Orfila, quien en ese tiempo ya no estaba en servicio activo en la cancillería argentina, para apoyar al protocolo uruguayo en la enorme tarea de recibir a los presidentes y primeros ministros de los países miembros de la OEA. Siendo embajador en Japón Orfila había organizado la visita oficial del Presidente Frondizi, y bien sabía el Dr. Mora cuán exquisito y complejo era el protocolo del antiguo imperio nipón. Nimo, viejo amigo de su compatriota argentino me recomendó, y Orfila amablemente me aceptó como ayudante suyo.

Para comenzar Orfila me invitó a ir con él al aeropuerto de Carrasco, en Montevideo. Al rato llegaron el ministro de Relaciones Exteriores, Héctor Luisi, y personal del protocolo de la cancillería. El ministro y Orfila se saludaron cordialmente, como buenos amigos. Acto seguido, mi nuevo jefe pro tempore dispuso dónde debía colocarse el canciller, dónde el funcionario que haría las veces del Presidente Gestido, haciendo marcar los lugares con tiza, y dónde la tropa para rendir los honores militares de estilo a los Jefes de Estado y de Gobierno asistentes a la reunión.

Terminada la asignación de lugares a la comisión de recibo, Orfila hizo colocar un avión frente a ésta y pidió a un funcionario de protocolo descender del avión, tal como lo harían los ilustres visitantes en su día. La tropa en posición de firme y la banda militar lista, Orfila me dijo en voz baja: “Camine junto a mí y fíjese bien porque usted va a quedar a cargo de todo esto.”

El autor acompañando al presidente dominicano Joaquín Balaguer


Sin más me encontré caminando por la pista de Carrasco junto al Embajador Alejandro Orfila a los acordes del himno nacional del Uruguay, pasando revista a la tropa – el funcionario del protocolo representando al jefe de estado visitante sólo bajó por la escalerilla del avión, agotando así su papel, asumido enseguida por Orfila. Cronometrando el tiempo recorrimos a paso solemne la distancia desde el avión hasta el helicóptero que habría de transportar a los presidentes de inmediato a Punta del Este, en cuyo Hotel San Rafael tendría lugar la reunión.

Esa fue mi introducción al ceremonial diplomático para recibir a veinte y tantos Jefes de Estado y de Gobierno. Conservo la foto con Orfila en la pista de Carrasco, sépalo el lector incrédulo. Con o sin foto, aquella lección no la olvidaría nunca. De mucho habría de servirme, años después.
Terminado el ensayo y a punto de retirarse para atender otros asuntos con el Dr. Mora, Orfila me encargó el manejo de toda la operación a partir de ese momento, instándome a tratar a los funcionarios del protocolo nacional con delicadeza, teniendo presente que la responsabilidad del recibimiento en Montevideo era del país anfitrión. En cambio, la OEA sería responsable de recibir a los presidentes en Punta del Este por ser ésta la sede de la reunión.Con la gentil ayuda de un sobrino del Dr. Mora, funcionario del protocolo de la cancillería, pude dirigir el ceremonial en el aeropuerto sin mayores dificultades a lo largo de dos días muy intensos. Todo iba saliendo tal como Orfila lo había organizado cuando surgió un contratiempo. Mientras cada presidente pasaba revista a las tropas a los acordes de su himno nacional, su equipaje debía ser trasladado del avión al helicóptero para el viaje a Punta del Este. En un caso este trámite se demoraba y al parecer el presidente se iría sin sus maletas. Pedí ayuda al piloto de otro helicóptero, en fila esperando al próximo presidente. Accedió de inmediato, subí al aparato con el equipaje y en vertiginoso vuelo llegamos al otro helicóptero dos minutos antes del ilustre pasajero. Así devine maletero aerotransportado, un oficio, creo, sin precedentes.

Al llegar al Hotel San Rafael, Manuel Ramírez, subjefe de la Oficina de Protocolo de la OEA, me encargó recibir a los presidentes a su llegada a la sede de la conferencia a fin de poder atender él otros asuntos junto al Secretario General. Yo habría de permanecer de pie en la puerta del hotel, esperando por los presidentes o primeros ministros, quienes llegaban uno tras otro, cada uno en su automóvil, a intervalos de unos minutos, y acompañarlos por un largo pasillo hasta la sala de sesiones plenarias. Lo poco apetecible de esta tarea quizás fue el factor decisivo en la delegación de autoridad que me hizo el subjefe de protocolo.

Una rampa muy angosta y curva daba acceso a los automóviles en la entrada principal del San Rafael, lo cual obligaba a los conductores a aminorar la velocidad considerablemente. Los responsables de la seguridad de los dignatarios vieron esto con malos ojos. Ante sus preocupaciones, resolvimos habilitar la entrada del fondo del hotel para el ingreso de los ilustres visitantes, adonde sus coches podían llegar a buena velocidad con su escolta de motocicletas.

Aunque el ceremonial de recibimiento en Punta del Este correspondía a la OEA, el gobierno uruguayo nos prestó mucha colaboración. La más importante, y vistosa, fue la participación del Regimiento No. 1 de Caballería, los Blandengues de Artigas. Decano de las unidades militares del país, este regimiento es la Escolta del Primer Mandatario de la República Oriental del Uruguay, y actúa de guardia de honor de Jefes de Estado cuando visitan el país. Sus miembros, jinetes de primera, visten uniforme azul oscuro con vivos rojos, correaje blanco, morrión en que destaca el Escudo Artiguista, y portan sables y lanzas. Por si fuera poco, los blandengues cuentan con su propia banda militar, la Charanga.

Al mando de un destacamento de seis lanceros y un soldado músico se me presentó el primer día un joven teniente. Quería saber cómo deseaba yo colocar a sus hombres. El de la corneta, acordamos, iría a la derecha de la puerta, frente a mí; yo le haría una señal cuando saliera del coche cada mandatario y así podría prepararse para tocar su diana de bienvenida. Tres lanceros a cada lado de la entrada, el teniente a mi lado, sable en puño, y listo.

Como cada coche llevaba la bandera del país del visitante, además de la uruguaya, ésta en la parte delantera derecha del vehículo, me aprendí el diseño de todas para poder anticipar, a la distancia de una cuadra, quién sería el próximo en llegar. Desde Carrasco me había provisto de un aparato de radio portátil (del incómodo tamaño de un ladrillo, más o menos, en aquel entonces) y con este dispositivo me comunicaba en el aeropuerto con el protocolo nacional y, ahora, con un colega de la OEA, quien anunciaría la llegada de los jefes de delegación a la sala de sesiones plenarias.

Caminé mucho más en el Hotel San Rafael que en el aeropuerto de Carrasco, y me divertí casi tanto. Algún que otro presidente me dio la mano al llegar al hotel; la mayoría saludaba con una leve inclinación de cabeza, o quizás una sonrisa. El de Estados Unidos, Lyndon B. Johnson, dormía en un buque de guerra anclado frente a la costa del elegante balneario uruguayo y llegaba al San Rafael con cara de malas pulgas (no establezco ninguna relación de causa-efecto). El hecho es que nunca me saludó, a diferencia de un diplomático de su séquito, quien me dio las gracias diciéndome con disimulado asombro, You are here all the time!

Pero el día de la clausura de la reunión Johnson me agarró del codo con una de sus manazas y así desfilamos él y yo entre lanzas y blandengues, sin decir palabra, por aquel pasillo largo hasta el umbral de la sala del plenario donde lo entregué sin pena ni gloria en manos del colega encargado de anunciar la solemne entrada del presidente de los Estados Unidos a la Reunión de Jefes de Estado y de Gobierno de los Estados Miembros de la OEA.

3 comments:

  1. Historicos e impresionantes acontecimientos!

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  2. Muy bonito recuerdo

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  3. Muy interesante leer sobre los hechos fuera de Cuba con la OEA. GRACIAS.

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