Por Vicente Morín Aguado
“Fue tal la grandeza del descubrimiento, que aquel a quien se debe no pudo comprenderla, adivinando solo una pequeña parte de la gloria inmortal con que la posteridad habría de rodear su nombre.” (Alexander von Humboldt)
El último episodio de su hazaña, a la vez el primero de la saga que acompañará a Cristóbal Colón mientras la humanidad exista, sucedió en medio de las olas tempestuosas, como debía ser, tratándose del más grande marino de todos los tiempos.
Capitán y marineros echaban suertes para ir en peregrinación a un santo lugar si lograban salvarse. Dadas las circunstancias, el Almirante escribió dos versiones de sus aventuras, una la echó al mar en un barril, la otra quedó en su pecho de probado nadador, con la esperanza de salvar a la pequeña Niña, porque sabía que en un par de jornadas podrían aparecer las Canarias o tal vez las Azores.
Sucedió lo último, muy a pesar suyo porque en Portugal Colón no era bienvenido, aunque el Rey Juan II le recibió, permitiéndole volver al punto de partida de aquel viaje extraordinario, con la significativa compañía de una decena de nativos americanos capturados en el Nuevo Mundo, testimonio incontrastable de la unidad definitiva de los humanos sobre su único planeta habitable.
Antes de desembarcar en Palos de la Frontera el 15 de marzo de 1493, exactamente un mes después de la tempestad y el milagro, puso posdata a la carta remitida al Escribano de ración del Rey Fernando II de Aragón, Luis de Santángel. A la vez envió nuevas versiones del descubrimiento a los reyes y al tesorero de la corte Gabriel Sánchez.
Todas las cartas alcanzaron su destino a comienzos de abril, previo al recibimiento regio en el monasterio badalonés de San Jerónimo de la Murtra. Lo que no previó el Almirante fue una auténtica filtración de documentos de estado, porque de inmediato el texto íntegro del reporte escrito en medio de la tempestad, llegó a manos del Fraile Pere Posa, impresor barcelonés con taller propio, quien habría de publicar la primera de las llamadas Cartas del Descubrimiento de América.
La gente de Barcelona comenzó entonces a leer en éxtasis una noticia cuyo encabezamiento decía:
“En veinte días pasé a las Indias con la armada que los ilustrísimos Rey e Reina, nuestros señores me dieron, donde encontré muchas islas pobladas con gente sin número, y de todas ellas he tomado posesión por Sus Altezas con pregón y bandera real extendida, y no me fue contradicho. A la primera que yo hallé puse nombre San Salvador (…), los indios la llaman Guanaham.”
Esteban Mira Caballos, autor de la última y muy prolija biografía de Christophorus Columbus, afirma en su libro Colón: el converso que cambió el mundo:
“La sorpresa que causó fue extraordinaria, y prueba de ello son las múltiples reediciones de su carta anunciadora dirigida al escribano de ración Luis de Santángel, que se convirtió en uno de los primeros impresos superventas de la historia.”
Las versiones del inaudito acontecimiento se reprodujeron sin censura, el derecho de autor no aplicaba, combinadas con ilustraciones al mejor imaginar de los editores, pasando de mano en mano, de idioma en idioma, por toda Europa. Cualquier duda respecto a la existencia de un mundo nuevo allende el mar tenebroso quedó definitivamente despejada, se había producido el más noticiado de los descubrimientos desde el origen de las primeras civilizaciones.
¿Por qué afirmamos descubrimiento?
Del diccionario de la Real Academia de la Lengua Española (RAE), copio las acepciones correspondientes a descubrir: “Manifestar, hacer patente.” “Destapar lo que está tapado o cubierto.” “Hallar lo que estaba ignorado o escondido, principalmente tierras o mares desconocidos.” “Registrar o alcanzar a ver.” “Venir en conocimiento de algo que se ignoraba.”
El argumento negacionista de la historia, hasta hoy prevaleciente, es simple:
Dado que Colón y sus continuadores encontraron pueblos, culturas, incluso estructuras políticas estatales en los territorios por primera vez ante sus ojos, los nativos fueron en consecuencia auténticos y previos descubridores de aquellas tierras.
¿Nos sirve de algo semejante razonamiento?
Al finalizar el siglo XV el mundo estaba dividido. África, cuna de la humanidad, unida a Europa y Asia, junto a los archipiélagos adyacentes, interconectados por mares mediterráneos, formaban un conglomerado de tierras emergidas, cuyos habitantes tenían un universo común, esa porción mayoritaria del planeta se identifica con la palabra griega Ecúmene, que significa la tierra habitada por los humanos.
Del otro lado de los océanos, al este o al oeste, según nos posicionemos, había un mundo desconocido para los habitantes del Ecúmene euroasiático-africano, ¿Se trataba de otro Ecúmene? La respuesta es crucial para entender por qué es justo decir descubrimiento, en el único sentido posible, del Este al Oeste atravesando el océano donde todavía hoy se buscan las ruinas de la platónica Atlántida.
Una de las pocas regularidades probadas de la historia es el desarrollo desigual de las culturas humanas, entendidas en la forma, medios, conocimientos, con que cada pueblo se establece en un lugar, se relaciona con el medio y adquiere una capacidad propia de convivir, organizándose socialmente, culminando en los estados y las civilizaciones.
En 1492 Europa marchaba a la cabeza del planeta en cuanto al desarrollo científico-técnico. Últimamente proliferan comparaciones absurdas entre las culturas europeas y americanas en tiempos del descubrimiento, ignorando la enorme diferencia que las separaba.
Lo dicho en nada equivale a considerar a los pueblos americanos gente minusválida culturalmente, incapaz o inferior. Eran al igual que sus congéneres del Viejo Mundo, humanos plenamente capaces, homo sapiens sapiens, tal y como se evidencia en las crónicas de los conquistadores, amplificadas por la arqueología, numerosos testimonios, y demás estudios hasta la actualidad.
Admirar, estudiar, divulgar la historia precolombina, no tiene por qué entrar en contradicción con el significado extraordinario para la humanidad en su conjunto, de los viajes del descubrimiento de América.
Otra cosa es establecer un rasero de igualdad donde las evidencias del desigual desarrollo cultural son abrumadoras.
Los descubridores vinieron de Europa porque tenían las ventajas de la navegación de altura, equipados con brújula, astrolabio, cartografía sobre papel, naos y carabelas, precedidos por milenios de experiencia en los mares, incluso conociendo la medida exacta de la tierra, calculada mil quinientos años atrás por Eratóstenes de Alejandría, aún cuando el propio Colón, por diversas razones, creía o hizo creer que era un tanto menor.
Negacionistas e improvisados historiadores hablan de la pólvora y las espadas, obviando armas aún de mayor poder, como la escritura silábica plenamente desarrollada, reitero, el papel, agregar la rueda, y los animales de tiro, en particular el caballo, así como la domesticación de varias aves y diversos mamíferos.
Hablamos de velocidad de movimiento e información, de capacidad para almacenar el conocimiento adquirido y trasmitirlo.
Un aparte merece el tema de las construcciones, manipulado por textos turísticos, patrioteros y otros igual de exagerados. Las pirámides, tanto en el viejo como en el nuevo mundo, son en términos de arquitectura la forma primigenia de edificar. El desarrollo arquitectónico superior está vinculado a los arcos, las bóvedas, los entablados y las columnas, elementos aún no logrados en la América precolombina, conocidos en Grecia, Roma y el Oriente mucho antes del siglo XV.
En lo militar, sin acudir a la pólvora, está claro que cualquier legión romana, falange griega, formación bélica mongol o árabe, china o japonesa, vencía sin dificultad al mejor ejército azteca o inca.
Es evidente que los conquistadores apreciaron de inmediato la enorme ventaja que les acompañaba en sus empresas: ¿Podría un Cortés o un Pizarro engañar a un monarca europeo, francés, un jeque árabe o al emperador de China, tal y como lo hicieron con Moctezuma o Atahualpa? La respuesta está en los siglos de experiencia política, de conquista y dominación, a favor de los conquistadores españoles.
En los albores del capitalismo, el viejo mundo acumulaba milenios de guerras de conquista, que abarcaron todas las regiones euroasiáticas y parte de África, generando un obligado intercambio cultural, de tecnología y conocimientos, mediado por la extensión de las religiones monoteístas clásicas.
De tal forma, los hombres del siglo XV en el Ecúmene conocido, tenían una noción general, bastante clara, del mundo por ellos habitado. América, el bien llamado Nuevo Mundo, necesitaba andar un largo trecho en su movimiento social, hasta alcanzar una visión abarcadora, capaz de verse ellos mismos formando parte de un gran conjunto geográfico y cultural.
Estamos ante dos visiones de un acto: el descubrimiento como la simple acción de llegar por primera vez y el descubrimiento como acción compleja, destinada a revolucionar para siempre la historia de la humanidad.
En cuanto a las acusaciones de genocidio, de violencia desmedida, ambos mundos practicaban por igual semejante proceder, porque el someter y despojar a otros pueblos era entonces la única forma de enriquecerse. Solo con el advenimiento del capitalismo industrial, al multiplicarse la productividad del trabajo, surgieron los incentivos capaces de colocar la convivencia pacífica por encima de la violencia sistematizada.
A pesar de la verdad anterior, tuvimos dos guerras mundiales, vivimos en permanentes guerras regionales, sin que la filosofía del despojo haya desaparecido de nuestro convulsionado planeta.
Epílogo:
Volviendo a los comienzos, recordamos al Lucayo Diego Columbus, no era la Malitzin de las avanzadas culturas mexicas, hablamos de un indígena de Guanahaní, con escasos 15 años, capturado por El Almirante el mismo 12 de octubre, convertido en su traductor, fiel seguidor y acompañante por el resto de los azarosos viajes del insigne genovés.
Bautizado en Barcelona a finales de abril de 1493, resultó el único sobreviviente de la decena de compatriotas suyos apresados por el Almirante durante el primer viaje. Adoptó el nombre del primogénito de Colón, convertido en Guatiao, título honroso cuya esencia explica el profesor Emérito en Yale, el cubano José Juan Arrom: “mediante el sacramento del bautismo, padres y padrinos quedan unidos en indisoluble relación…”
Al paso de dos años hablaba correctamente el español según testimonio del cronista Oviedo, siendo valiosa fuente de información para contemporáneos suyos como el padre Las Casas y Pedro Mártir de Anglería. En 1514, asentado en Santo Domingo, se pierde el rastro de esta vida extraordinaria.
Diego Colón lucayo es el primer ejemplo de un largo proceso, complejo, multicultural, entre los dos mundos que chocaron el 12 de octubre de 1492. De tal proceso histórico nacimos los pueblos nuevos de América, desde Alaska a la Patagonia.
No cabe más orgullo.
Vicente Morín Aguado. Hendersonville, Tennessee, octubre de 2025.
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