Saturday, November 1, 2025

Cristóbal Colón, el descubridor y los descubiertos ante la historia.





Por Vicente Morín Aguado

Fue tal la grandeza del descubrimiento, que aquel a quien se debe no pudo comprenderla, adivinando solo una pequeña parte de la gloria inmortal con que la posteridad habría de rodear su nombre.” (Alexander von Humboldt)

El último episodio de su hazaña, a la vez el primero de la saga que acompañará a Cristóbal Colón mientras la humanidad exista, sucedió en medio de las olas tempestuosas, como debía ser, tratándose del más grande marino de todos los tiempos.

Capitán y marineros echaban suertes para ir en peregrinación a un santo lugar si lograban salvarse. Dadas las circunstancias, el Almirante escribió dos versiones de sus aventuras, una la echó al mar en un barril, la otra quedó en su pecho de probado nadador, con la esperanza de salvar a la pequeña Niña, porque sabía que en un par de jornadas podrían aparecer las Canarias o tal vez las Azores.

Sucedió lo último, muy a pesar suyo porque en Portugal Colón no era bienvenido, aunque el Rey Juan II le recibió, permitiéndole volver al punto de partida de aquel viaje extraordinario, con la significativa compañía de una decena de nativos americanos capturados en el Nuevo Mundo, testimonio incontrastable de la unidad definitiva de los humanos sobre su único planeta habitable.

Antes de desembarcar en Palos de la Frontera el 15 de marzo de 1493, exactamente un mes después de la tempestad y el milagro, puso posdata a la carta remitida al Escribano de ración del Rey Fernando II de Aragón, Luis de Santángel. A la vez envió nuevas versiones del descubrimiento a los reyes y al tesorero de la corte Gabriel Sánchez.

Todas las cartas alcanzaron su destino a comienzos de abril, previo al recibimiento regio en el monasterio badalonés de San Jerónimo de la Murtra. Lo que no previó el Almirante fue una auténtica filtración de documentos de estado, porque de inmediato el texto íntegro del reporte escrito en medio de la tempestad, llegó a manos del Fraile Pere Posa, impresor barcelonés con taller propio, quien habría de publicar la primera de las llamadas Cartas del Descubrimiento de América.

La gente de Barcelona comenzó entonces a leer en éxtasis una noticia cuyo encabezamiento decía:

“En veinte días pasé a las Indias con la armada que los ilustrísimos Rey e Reina, nuestros señores me dieron, donde encontré muchas islas pobladas con gente sin número, y de todas ellas he tomado posesión por Sus Altezas con pregón y bandera real extendida, y no me fue contradicho. A la primera que yo hallé puse nombre San Salvador (…), los indios la llaman Guanaham.”

Esteban Mira Caballos, autor de la última y muy prolija biografía de Christophorus Columbus, afirma en su libro Colón: el converso que cambió el mundo:

“La sorpresa que causó fue extraordinaria, y prueba de ello son las múltiples reediciones de su carta anunciadora dirigida al escribano de ración Luis de Santángel, que se convirtió en uno de los primeros impresos superventas de la historia.”

Las versiones del inaudito acontecimiento se reprodujeron sin censura, el derecho de autor no aplicaba, combinadas con ilustraciones al mejor imaginar de los editores, pasando de mano en mano, de idioma en idioma, por toda Europa. Cualquier duda respecto a la existencia de un mundo nuevo allende el mar tenebroso quedó definitivamente despejada, se había producido el más noticiado de los descubrimientos desde el origen de las primeras civilizaciones.

¿Por qué afirmamos descubrimiento?

Del diccionario de la Real Academia de la Lengua Española (RAE), copio las acepciones correspondientes a descubrir: “Manifestar, hacer patente.” “Destapar lo que está tapado o cubierto.” “Hallar lo que estaba ignorado o escondido, principalmente tierras o mares desconocidos.” “Registrar o alcanzar a ver.” “Venir en conocimiento de algo que se ignoraba.”

El argumento negacionista de la historia, hasta hoy prevaleciente, es simple:

Dado que Colón y sus continuadores encontraron pueblos, culturas, incluso estructuras políticas estatales en los territorios por primera vez ante sus ojos, los nativos fueron en consecuencia auténticos y previos descubridores de aquellas tierras.

¿Nos sirve de algo semejante razonamiento?

Al finalizar el siglo XV el mundo estaba dividido. África, cuna de la humanidad, unida a Europa y Asia, junto a los archipiélagos adyacentes, interconectados por mares mediterráneos, formaban un conglomerado de tierras emergidas, cuyos habitantes tenían un universo común, esa porción mayoritaria del planeta se identifica con la palabra griega Ecúmene, que significa la tierra habitada por los humanos.

Del otro lado de los océanos, al este o al oeste, según nos posicionemos, había un mundo desconocido para los habitantes del Ecúmene euroasiático-africano, ¿Se trataba de otro Ecúmene? La respuesta es crucial para entender por qué es justo decir descubrimiento, en el único sentido posible, del Este al Oeste atravesando el océano donde todavía hoy se buscan las ruinas de la platónica Atlántida.

Una de las pocas regularidades probadas de la historia es el desarrollo desigual de las culturas humanas, entendidas en la forma, medios, conocimientos, con que cada pueblo se establece en un lugar, se relaciona con el medio y adquiere una capacidad propia de convivir, organizándose socialmente, culminando en los estados y las civilizaciones.

En 1492 Europa marchaba a la cabeza del planeta en cuanto al desarrollo científico-técnico. Últimamente proliferan comparaciones absurdas entre las culturas europeas y americanas en tiempos del descubrimiento, ignorando la enorme diferencia que las separaba.

Lo dicho en nada equivale a considerar a los pueblos americanos gente minusválida culturalmente, incapaz o inferior. Eran al igual que sus congéneres del Viejo Mundo, humanos plenamente capaces, homo sapiens sapiens, tal y como se evidencia en las crónicas de los conquistadores, amplificadas por la arqueología, numerosos testimonios, y demás estudios hasta la actualidad.

Admirar, estudiar, divulgar la historia precolombina, no tiene por qué entrar en contradicción con el significado extraordinario para la humanidad en su conjunto, de los viajes del descubrimiento de América.

Otra cosa es establecer un rasero de igualdad donde las evidencias del desigual desarrollo cultural son abrumadoras.

Los descubridores vinieron de Europa porque tenían las ventajas de la navegación de altura, equipados con brújula, astrolabio, cartografía sobre papel, naos y carabelas, precedidos por milenios de experiencia en los mares, incluso conociendo la medida exacta de la tierra, calculada mil quinientos años atrás por Eratóstenes de Alejandría, aún cuando el propio Colón, por diversas razones, creía o hizo creer que era un tanto menor.

Negacionistas e improvisados historiadores hablan de la pólvora y las espadas, obviando armas aún de mayor poder, como la escritura silábica plenamente desarrollada, reitero, el papel, agregar la rueda, y los animales de tiro, en particular el caballo, así como la domesticación de varias aves y diversos mamíferos.

Hablamos de velocidad de movimiento e información, de capacidad para almacenar el conocimiento adquirido y trasmitirlo.

Un aparte merece el tema de las construcciones, manipulado por textos turísticos, patrioteros y otros igual de exagerados. Las pirámides, tanto en el viejo como en el nuevo mundo, son en términos de arquitectura la forma primigenia de edificar. El desarrollo arquitectónico superior está vinculado a los arcos, las bóvedas, los entablados y las columnas, elementos aún no logrados en la América precolombina, conocidos en Grecia, Roma y el Oriente mucho antes del siglo XV.

En lo militar, sin acudir a la pólvora, está claro que cualquier legión romana, falange griega, formación bélica mongol o árabe, china o japonesa, vencía sin dificultad al mejor ejército azteca o inca.

Es evidente que los conquistadores apreciaron de inmediato la enorme ventaja que les acompañaba en sus empresas: ¿Podría un Cortés o un Pizarro engañar a un monarca europeo, francés, un jeque árabe o al emperador de China, tal y como lo hicieron con Moctezuma o Atahualpa? La respuesta está en los siglos de experiencia política, de conquista y dominación, a favor de los conquistadores españoles.

En los albores del capitalismo, el viejo mundo acumulaba milenios de guerras de conquista, que abarcaron todas las regiones euroasiáticas y parte de África, generando un obligado intercambio cultural, de tecnología y conocimientos, mediado por la extensión de las religiones monoteístas clásicas.

De tal forma, los hombres del siglo XV en el Ecúmene conocido, tenían una noción general, bastante clara, del mundo por ellos habitado. América, el bien llamado Nuevo Mundo, necesitaba andar un largo trecho en su movimiento social, hasta alcanzar una visión abarcadora, capaz de verse ellos mismos formando parte de un gran conjunto geográfico y cultural.

Estamos ante dos visiones de un acto: el descubrimiento como la simple acción de llegar por primera vez y el descubrimiento como acción compleja, destinada a revolucionar para siempre la historia de la humanidad.

En cuanto a las acusaciones de genocidio, de violencia desmedida, ambos mundos practicaban por igual semejante proceder, porque el someter y despojar a otros pueblos era entonces la única forma de enriquecerse. Solo con el advenimiento del capitalismo industrial, al multiplicarse la productividad del trabajo, surgieron los incentivos capaces de colocar la convivencia pacífica por encima de la violencia sistematizada.

A pesar de la verdad anterior, tuvimos dos guerras mundiales, vivimos en permanentes guerras regionales, sin que la filosofía del despojo haya desaparecido de nuestro convulsionado planeta.

Epílogo:

Volviendo a los comienzos, recordamos al Lucayo Diego Columbus, no era la Malitzin de las avanzadas culturas mexicas, hablamos de un indígena de Guanahaní, con escasos 15 años, capturado por El Almirante el mismo 12 de octubre, convertido en su traductor, fiel seguidor y acompañante por el resto de los azarosos viajes del insigne genovés.

Bautizado en Barcelona a finales de abril de 1493, resultó el único sobreviviente de la decena de compatriotas suyos apresados por el Almirante durante el primer viaje. Adoptó el nombre del primogénito de Colón, convertido en Guatiao, título honroso cuya esencia explica el profesor Emérito en Yale, el cubano José Juan Arrom: “mediante el sacramento del bautismo, padres y padrinos quedan unidos en indisoluble relación…”

Al paso de dos años hablaba correctamente el español según testimonio del cronista Oviedo, siendo valiosa fuente de información para contemporáneos suyos como el padre Las Casas y Pedro Mártir de Anglería. En 1514, asentado en Santo Domingo, se pierde el rastro de esta vida extraordinaria.

Diego Colón lucayo es el primer ejemplo de un largo proceso, complejo, multicultural, entre los dos mundos que chocaron el 12 de octubre de 1492. De tal proceso histórico nacimos los pueblos nuevos de América, desde Alaska a la Patagonia.

No cabe más orgullo.

Vicente Morín Aguado. Hendersonville, Tennessee, octubre de 2025.

Tuesday, October 28, 2025

La verdad oculta del útimo vuelo de Camilo Cienfuegos



Por Ranfis Suárez

¿Qué le pasó realmente a Camilo Cienfuegos? La historia oficial de la tormenta es MENTIRA. En este documental revelamos la confesión de Blas Domínguez, el piloto del caza Sea Fury que derribó el avión Cessna de Camilo el 28 de octubre de 1959. Analizamos la conspiración: ¿Fue un "accidente" por fuego amigo, o un asesinato ordenado por Raúl y Fidel Castro? Descubre la verdad sobre el encubrimiento que silenció al comandante más popular de la Revolución Cubana.

Sunday, October 19, 2025

Clara Porset, la maestra cubana del diseño de interiores*


Por Yaneli Leal

Clara Porset Dumas (Matanzas, 1895-Ciudad de México, 1981) es una figura poco conocida en Cuba, a pesar de haber sido una cubana de talla universal. Matancera incansable y muy talentosa, tuvo una vida sorprendente, marcada por la superación profesional y la admiración hacia la capacidad humana de hacer arte de los objetos de la vida cotidiana. Considerada una pionera del diseño industrial latinoamericano, es por derecho propio parte integrante de la vanguardia artística del siglo XX.


Aun siendo mujer tuvo en su época la fortuna de hacer una sólida carrera profesional. Graduada en 1925 en la Escuela de Bellas Artes de la Universidad de Columbia de Nueva York, entre 1928 y 1931 radicó en París donde realizó varios cursos en la Escuela Nacional de Arquitectura y Diseño, en La Sorbona y en el Museo del Louvre. Admiradora de la Bauhaus, no pudo ingresar a esta academia, definitivamente clausurada por los nazis en 1933. No obstante, conoció algunos de sus maestros como Hannes Meyer y Walter Gropius, con quienes pudo establecer amistad. El propio Gropius le recomendó inscribirse en el curso de diseño básico que Joseph Albers, exiliado en EEUU, ofrecía en Black Mountain College, en Carolina del Norte, y hacia allí se dirigió ella en 1934.

Esos estudios dotaron a Porset de sólidas herramientas teóricas y prácticas para emprender una larga carrera como diseñadora industrial, en el momento justo en que esa especialidad se estaba autodefiniendo. A ella pudo también contribuir como teórica y creadora.

Uno de los aspectos a los que prestó especial atención fue la adecuación del mobiliario al entorno climático, poniendo en valor los recursos locales y culturales en el diseño. A ello dedicó una de sus primeras conferencias, "La decoración interior contemporánea: su adaptación al trópico", dictada en el Auditorium de La Habana en 1931. También entendía el mueble como parte sustancial del espacio arquitectónico. El diseño de uno estaba para ella integrado al otro, por lo que el mobiliario, más que un complemento, constituía parte del espacio, completándolo y definiéndolo. En sus palabras "de mueble se ha convertido en inmueble".

Ferviente estudiosa de las culturas mexicanas prehispánicas y del arte vernáculo de ese país, consideraba la artesanía una fuente inagotable de inspiración y un recurso valiosísimo para el diseño moderno de mobiliario. Sobre ello dijo: "Recoger la herencia cultural —como cualquier otra herencia— significa algo más que recibirla pasivamente; significa acogerla como una incitación al movimiento. No inhibirse frente a ella, sino ponerla en acción. Porque la cultura es vida y es transformación, no un trofeo irrevocable".


Para Porset era fundamental atender a los valores funcionales y expresivos de los materiales y del mueble en sí. Al respecto el arte popular constituía un referente destacable, por lo que supo aprovechar bien las técnicas tradicionales y la expresividad de los materiales naturales. Al mismo tiempo, la simplificación de las formas en la búsqueda de una máxima funcionalidad desde una belleza minimalista, y la integración de otros medios como la industria, enlazaron sus conceptos artísticos a los de la Bauhaus.

Porset consideraba que la industria aportaba un medio de reproducción que abarataba el producto y lo hacía más accesible. No entendía la industria y la artesanía como antagonistas, por lo que exhortaba el aprovechamiento de ambos de manera armoniosa, subrayando las facilidades de la primera en la democratización de un arte funcional de uso cotidiano.

A lo largo de su vida, transmitió sus reflexiones, inquietudes y conocimientos adquiridos en su infatigable labor investigativa, a través de artículos publicados en la revista cubana Social, donde tuvo una sección dedicada al diseño entre 1930 y 1933, y en otros medios de prestigio como Domus (Italia), Form (Suecia), Arts and Architecture, Interiors, Design (EEUU), Arquitectura México y Espacios (México), etc. También ofreció conferencias en distintos países e impartió docencia en la UNAM desde 1936. De su amplia labor divulgativa destaca la exposición de diseño industrial El arte de la vida diaria, realizada en 1952 en el Palacio de Bellas Artes de México y luego en la UNAM. Considerada la primera de su tipo en Latinoamérica, incluyó unos 800 objetos entre muebles, textiles, utensilios etc.




Sus palabras al catálogo, así como el resto de sus escritos han sido recientemente compilados en el libro La vida en el arte. Escritos (2020) de la editorial Alias. Por su importancia histórica y teórica fueron traducidos al inglés en el volumen editado por Concordia University Press, Living Design. The Writings of Clara Porset (2024). Sobre ellos comentó la arquitecta Laureana Martínez: "En los textos de Clara Porset se perciben ideas que permiten pensar la arquitectura y el diseño industrial como artes vivas, cambiantes, relacionadas con el humano y cuyas dimensiones trascienden su propia escala para convertirse en factores determinantes en la formación del individuo. Al mismo tiempo, la visión crítica de Clara Porset abre nuevos caminos para valorar lo cotidiano y continuar con el debate actual entre lo artesanal, las artes utilitarias y las consideradas bellas artes".

Esta talentosa diseñadora desarrolló casi toda su carrera en México, lo que no justifica su desconocimiento en Cuba. Se sabe que en 1932 instaló un estudio en el Edificio América, (N entre Jovellar y 27, Vedado) y en pocos años diseñó muebles para residencias, hospitales, escuelas y clubes. En 1935 emigró a México donde residió el resto de su vida, aunque volvió a La Habana en algunas ocasiones para dictar conferencias en la Universidad.

En México tiene una amplia obra documentada, incluyendo su estrecha colaboración con reconocidos arquitectos como Mario Pani, Max Cetto y Luis Barragán, para el cual diseñó el mobiliario de su famosa residencia. En general, tuvo una muy estrecha relación con la vanguardia artística mexicana y estuvo casada con el muralista Xavier Guerrero. Sus diseños obtuvieron premios importantes del Museo de Arte Moderno de Nueva York (Concurso Organic Design, 1941) y de la Trienal de Milán.


Sobre su participación en este certamen comentó el historiador Jorge Bermúdez: "Ser original y, a su vez, moderna, como lo fue Clara […] era tarea de consagrados. Así lo corroboró la medalla de plata obtenida en la Trienal de Milán, Italia, en 1957, con una propuesta de muebles para exteriores (jardines, playas) recién realizados para el hotel Pierre Marqués, de Acapulco, que tuvo de nuevo la virtud de adecuar a formas simples y orgánicas, la mejor tradición artesanal con los requerimientos técnicos y funcionales del más actual diseño de muebles de producción industrial".

Entre 1960 y 1963 Clara Porset volvió a Cuba para diseñar el mobiliario de la escuela Camilo Cienfuegos en la Sierra Maestra, y de las Escuelas de Artes Plásticas y Danza Moderna del arquitecto Ricardo Porro en La Habana. Entonces tuvo gran interés por fundar una Escuela de Diseño Industrial en el país. Frustrado el proyecto, volvió a México donde fundó la Escuela de Diseño Industrial de la Facultad de Arquitectura de la UNAM, en 1969. Su biblioteca atesora los libros y archivo personal de Porset, donados por ella a esta institución.

Cuba olvidó a esta noble hija suya y perdió la oportunidad de crecer con su oficio. Rescatar su memoria es una deuda pendiente y conocer su obra un ejercicio que mucho pudiera beneficiar al diseño cubano contemporáneo. México, en cambio, la celebra como la gran pionera del diseño industrial y promotora de su desarrollo en la nación. En 1971, el Instituto Nacional de Bellas Artes le otorgó su máxima distinción, y en 1988 la UNAM y el Centro de Investigaciones de Diseño Industrial crearon el Premio de Diseño Industrial Clara Porset. Con carácter bienal está dirigido a mujeres y desde 1993 tiene alcance nacional.

*Tomado de Diario de Cuba

Sunday, October 12, 2025

Minúscula historia del anexionismo en Cuba

  




           A Jorge Ignacio Domínguez, a quien mucho le debe este artículo. Pronto sabrán por qué


Por Enrique Del Risco

El anexionismo, (a los Estados Unidos, por supuesto aunque alguna vez se mencionó en relación con México o la Colombia bolivariana) sigue siendo un estigma para la historiografía cubana actual. Señalar a una personalidad como anexionista es sacarla definitivamente del juego patriótico del pasado cubano. O del presente. Se expulsa a Narciso López (de quien Cirilo Villaverde, una vez su secretario personal insistía en que no era anexionista) pero se acepta la bandera diseñada por él, aunque esta fuera, en casi cada uno de sus detalles, empezando por la estrella, una solicitud simbólica de anexión. Y sin embargo José Martí, el gran fustigador de la idea de la anexión en su tiempo, trataba con deferencia y admiración a José Ignacio Rodríguez, el gran defensor de la idea de la anexión a finales del siglo XIX (“Ama a su patria con tanto fervor como el que más, y la sirve según su entender, que en todo es singularmente claro”). Y es que esa línea fronteriza que hoy se traza entre independencia y anexión era en aquellos días mucho más tenue de lo que hoy se pretende.

Un ejemplo señalado sería el del propio novelista Cirilo Villaverde, partidario de las expediciones de Narciso López en 1850 y 1851, polemista de José Antonio Saco a favor de la idea de anexión en esos mismos años y defensor franco de la independencia a partir del estallido de la Demajagua en 1868. ¿Qué hacer con el novelista, aparentemente tan voluble en cuestiones patrióticas? Porque cuando la disyuntiva oscila entre lo sagrado y lo sacrílego no caben las medias tintas ni las sutilezas evolutivas. No obstante, siendo Villaverde el autor de Cecilia Valdés, la novela cubana más importante del siglo XIX, se le perdonan esos pecados de juventud (en sus años de partidario de López se acercaba a los cuarenta) o preferiblemente se olvidan, como a la bandera.

Más complicado, pero no menos ilustrativo es el caso de Carlos Manuel de Céspedes y el resto de los revolucionarios de 1868. Porque apenas iniciado el alzamiento ya se habían solicitado el apoyo del gobierno norteamericano ofreciendo como moneda de cambio la anexión. ¿Era totalmente sincero el ofrecimiento de Céspedes o apenas un amago táctico para atraer la ayuda que tan desesperadamente necesitaba? Quizás se trataba de lo segundo pero igual disculpa podría extenderse a Narciso López, que en su momento emplearon desde Cirilo Villaverde al historiador Herminio Portell Vilá. Pero esas no son preguntas admisibles en el estricto campo de la historiografía oficial cubana. Las opciones son tan elementales como las de un plebiscito: independencia o anexión. Patriota o traidor.

Pero sucede que en el 2009 la Universidad de Camagüey publica el libro Guáimaro Alborada en la historia constitucional cubana, de Andry Matilla Correa y Carlos Manuel Villabella Armengol. Sucede que en Camagüey, donde Joaquín de Agüero y Agüero se alzara el 4 de julio de 1851, o Ignacio Agramonte muriera con una camiseta con el diseño de la bandera estadounidense (Moreno Fraginals dixit), el anexionismo es asunto menos ortodoxo que para los señores del Instituto de Historia en La Habana. Y si hay que hablar de la constitución de la república en armas celebrada en Guáimaro, ciudad todavía dentro de los actuales límites provinciales de Camagüey el tema del anexionismo es inevitable. Porque por mucho que les incomode a los empleados de la Oficina de Asuntos históricos del Consejo de Estado actual el asunto de la anexión está estrechamente entretejido con la primera constitución de la república en armas. Cualquier historia, por oficial que sea, reside en los detalles y el detalle fundamental de aquella asamblea era la necesidad de constituirse en gobierno al que le fuera reconocida la beligerancia por el de Washington. Y ofrecerle algo a cambio. Y ahí está el acuerdo de la Cámara d el 29 de abril de 1869:

 


1o. Comunicar al gobierno y al pueblo de los Estados Unidos que ha recibido una petición suscrita por un gran número de ciudadanos en que se suplica a la Cámara manifieste a la Gran República los vivos deseos que animan a nuestro pueblo de ver colocada esta Isla entre todos los Estados de la Federación Norteamericana.

2o. Hacer presente al gobierno y al pueblo de los Estados Unidos que éste es realmente, en su entender, el voto casi unánime de los cubanos, y que si la guerra actual permitiese que se acudiera al sufragio universal, único medio de que la anexión legítimamente se verificaría, ésta se reali zaría sin demora.

3o. Al gobierno y al pueblo de los Estados Unidos, para que no retarde la realización de las bellas esperanzas que acerca de la suerte de Cuba este anhelo de sus hijos hace concebir. Y en cumplimiento del acuerdo, la Cámara de Representantes de la Isla de Cuba, dirige la presente manifestación al Presidente de la Gran República de los Estados Unidos. Guáimaro, Abril 30 de 1869.

El Presidente.—Salvador Cisneros y B.— Lucas Castillo.—Miguel C. Gutiérrez.—José Mª Izaguirre.—Arcadio J. García.—F. Fornaris y Céspedes.—Tranquilino Valdés.—Miguel Betancourt.—Dr. A. Lorda.—Pedro M. A. Agüero.—Tomás Estrada.— Manuel de J. de Peña.—Pío Rosado.—Francisco Sánchez Betancourt.— Eduardo Machado.—El Secretario. Antonio Zambrana. Sancionó el presente acuerdo.—El Presidente de la República.—C. M. de Céspedes.


Tan importante como el texto del mensaje son las firmas que lo calzan, que incluyen la del todavía sacrosanto Padre de la Patria. Y convencido o no en su momento de la anexión, lo que sí debió tener claro Céspedes era la imposibilidad de derrotar al ejército colonial español sin ayuda externa. ¿Acaso los rebeldes de las Trece Colonias no habían solicitado ayuda de Francia y España en su guerra contra Inglaterra? Y ninguna ayuda le resultaría más afín que la que le pudiera dar la primera república surgida en el continente y la más poderosa de todas. Curiosamente, quien con más claridad se manifestó contra estos ofrecimientos fue Cirilo Villaverde. Aleccionado por la falta de ayuda a los proyectos emancipadores de la década anterior Villaverde -uno de los que había defendido contra José Antonio Saco sobre la necesidad de la anexión a los Estados Unidos- quiso alertar a los revolucionarios del 68. 


En su artículo “La revolución de Cuba vista desde Nueva York” Villaverde les advierte sobre el peligro que entraña confiar en aliado tan voluble y contingente como el gobierno y el pueblo norteamericanos pues estos “siempre ha subordinado nuestros deseos a su conveniencia, sacrificando nuestras más caras y legítimas esperanzas a sus miras egoístas e inhumanas”. Y añade -complementando las ideas de su antiguo antagonista, Saco- que “a la satisfacción de ese deseo [el de “poseer la isla de Cuba”] no tendrá el gobierno americano el menor escrúpulo en todos tiempos [sic] de prescindir de la personalidad y aun de la existencia del pueblo cubano”. El Villaverde de 1869 dice entender los impulsos anexionistas de los generales del ejército independentista pero no los comparte. Al pragmatismo norteamericano deberá anteponérsele un mínimo de realismo criollo:


No se nos esconde que la mayor parte de los caudillos cubanos, en sus horas de melancolía, vuelven los ojos hacia la gran República, esperan refuerzos de todas clases, y hablan de anexión como para mejor congraciarse con ella, e interesar las simpatías del pueblo americano. Eso se comprende fácilmente; lo que no comprendemos es que los cubanos hoy en los Estados Unidos abriguen la esperanza de que halagada la codicia de los americanos por la adquisición de Cuba […] se logrará no solo interesar las simpatías, sino obtener la ayuda del pueblo y cuando menos la aquiescencia del gobierno de Washington.

La apatía oficial del gobierno de Washington hacia los independentistas cubanos durante los meses siguientes a la incauta declaración de Guáimaro fue suficiente para conseguir entender los consejos de Villaverde. Ya en la correspondencia posterior de Céspedes con las autoridades norteamericanas hay claras señales de su aprendizaje. Como en la carta que le envía al entonces presidente Grant el 12 de enero de 1872 en la que apela, más que al sentimentalismo ético del mandatario norteamericano, al cálculo económico de cuánto le estaba costando a su país la guerra en Cuba, sin mencionar el ya inoperante asunto de la anexión:

El gasto en que incurre Estados Unidos debido a la actual situación anormal quizás, a la larga, equivalga al gasto de una guerra. Además, estos desembolsos no aportan ningún beneficio al país y, en cierta medida, comprometen su honor y dignidad.

Usted sabe, señor Presidente, por experiencia, que los cubanos nada pueden esperar de la promesa de España, y que es en vano esperar que ese país se convenza de las ventajas que obtendría al reconocer nuestra independencia. Nuestra lucha, como todas las de su tipo, será larga, pero el acto que la justicia le exige, señor Presidente, es decir, el reconocimiento de nuestra beligerancia e independencia, la acortaría considerablemente.

 


Ya parecía haberse comprendido en el campo insurrecto la inutilidad de apelar al cebo de la anexión para atraer la necesitada ayuda norteamericana. Resignados a que poca o ninguna ayuda recibirían de la potencia del norte el independentismo cubano alcanzó su forma definitiva gracias a las decepciones que sufriera su inicial impulso anexionista. No pienso que ese impulso fuera ni profundo ni convencido sino algo así como “Salgamos primero de España con la ayuda que podamos conseguir y luego ya veremos” sin considerar que el “ya veremos” ha sido la perdición de naciones completas. Lo cierto es que ninguna ayuda efectiva consiguieron los insurrectos durante la guerra de 1868 y al final de esta, diez años después, apenas aparecería alguien que la invocara… a excepción del propio régimen colonial español que se ofrecía como salvaguarda de la isla y sus habitantes frente a los voraces intereses del vecino norteño.

Pocas manifestaciones concretas tuvo la idea de la anexión desde entonces. Cierto que a principios de la última década del siglo XIX algunas voces en el exilio norteamericano se levantaron para defenderla como el escritor, abogado y diplomático José Ignacio Rodríguez, quien en 1900 publicaría su interesantísimo Estudio histórico sobre el origen, desenvolvimiento y manifestaciones prácticas de la idea de la anexión de la isla de Cuba á los Estados Unidos de América. O Juan Bellido de Luna, quien sostuviera una larguísima aunque respetuosa polémica con el periodista independentista Enrique Trujillo.

 

 



Sin embargo, las más de las veces el anexionismo se manifestaba menos como corriente política que como recurso estratégico para conseguir el apoyo a terceras partes tanto al mantenimiento del orden colonial como a su destrucción. Como amenaza o como señuelo. Ese es el caso de la famosa carta de José Martí al mexicano Manuel Mercado quien -no debe olvidarse- más que su “hermano queridísimo” era por entonces Ministro de Gobernación del gobierno de Porfirio Díaz: era el apoyo de este último lo que buscaba Martí azuzando el temor -perfectamente justificado- a la expansión estadounidense por el continente. Advertirle que con el apoyo a los insurrectos cubanos podría contribuir a “impedir a tiempo con la independencia de Cuba que se extiendan por las Antillas los Estados Unidos y caigan, con esa fuerza más, sobre nuestras tierras de América”. No se entiende del todo la famosa carta inconclusa a Mercado si se ignora que en esos mismos días Martí notificaba al New York Herald que el objetivo de la guerra que entonces los cubanos libraban contra España era “la conquista de la libertad que ha de abrir a los Estados Unidos la Isla que hoy le cierra el interés español”. La aparente contradicción entre ambos documentos la salva el sentido político, táctico y contingente de ambos.

Pero retrocedamos unos años, a 1889. En octubre de ese año se celebró la Conferencia Panamericana en la capital de Estados Unidos a la que asiste Martí. Allí conoció de primera mano los manejos de James G. Blaine, Secretario de Estado del entonces presidente Benjamin Harrison, para avanzar la vieja aunque intermitente ambición norteamericana de anexarse a Cuba. Una comunicación privada de Martí a su seguidor y confidente Gonzalo de Quesada del 29 de octubre retrata su criterio sobre la anexión de Cuba a Estados Unidos con más precisión que la carta de 1895 a Manuel Mercado, donde el interés táctico particular -obtener el apoyo del gobierno de Porfirio Díaz- se disfraza de estrategia continental. En la misiva a Gonzalo de Quesada Martí rechaza y teme la anexión pues para “que la Isla sea norteamericana no necesitamos hacer ningún esfuerzo, porque, si no aprovechamos el poco tiempo que nos queda para impedir que lo sea, por su propia descomposición vendrá a serlo. Eso espera este país, y a eso debemos oponernos nosotros”. Las razones de su rechazo no se limitarían a la pérdida de soberanía política sino de su propio sentido como nación: "Y una vez en Cuba los Estados Unidos ¿quién los saca de ella? Ni ¿por qué ha de quedar Cuba en América, como según este precedente quedaría, a manera, -no del pueblo que es, propio y capaz- sino como una nacionalidad artificial, creada por razones estratégicas? Base más segura quiero para mi pueblo".

 El asunto de la anexión deja de ser mera cuestión política para convertirse en existencial y responderse la pregunta: ¿serían capaces los cubanos ya no de alcanzar la independencia sino de conservarla y hacerla respetar frente a un vecino interesado y poderoso?:

[U]n pueblo en la angustia del nuestro necesita despejar el enigma;-arrancar, de quien pudiera desconocerlos, la promesa de respetar los derechos que supimos adquirir con nuestro empuje,-saber cuál es la posición de este vecino codicioso, que confesamente nos desea, antes de lanzarnos a una guerra que parece inevitable, y pudiera ser inútil, por la determinación callada del vecino de oponerse a ella otra vez, como medio de dejar la isla en estado de traerla más tarde a sus manos, ya que sin un crimen político, a que sólo con la intriga se atrevería, no podría echarse sobre ella cuando viviera ya ordenada y libre.

La respuesta es inequívoca: “El sacrificio oportuno [la guerra de independencia] es preferible a la aniquilación definitiva [la anexión]”. Y añade a continuación: “Es posible la paz de Cuba independiente con los Estados Unidos, y la existencia de Cuba independiente, sin la pérdida, o una transformación que es como la pérdida, de nuestra nacionalidad”. No obstante, reconoce el sentido y el peligro de la opción anexionista “un modo de pensar, que como todo lo que lleva esperanza a los infelices, y libertad cómoda a los débiles, tendrá muchos adeptos, aquí [en Estados Unidos] y en Cuba”.  

Pero tratándose de Martí, nada es sencillo. Ese mismo 29 de octubre en que le escribe la carta a Gonzalo de Quesada firma un poema dedicado “A Néstor Ponce de León”, editor y librero exiliado en Nueva York desde 1869 y conocido anexionista con la intención de disipar el rumor de haber atacado a los “anexionistas viles” en su discurso por el alzamiento del 10 de octubre de 1868 que diera ese mismo mes. Si acaso lo de “anexionistas viles” sería una traducción muy elemental del llamado martiano a desechar “como funesta e indigna de hombres, la libertad ficticia y alevosa que pudiera venirnos, por arreglos o ventas, del comerciante extranjero, que con sus manos se conquistó la libertad, y no podría tratar como a iguales, ni como dignos- de ella, a los que no supiesen conquistarla. ¿Cuándo se ha levantado una nación con limosneros de derechos?”. Las veintisiete cuartetas del poema vienen a constituir una solución salomónica al dilema de la anexión: rechazo a la doctrina, aunque no a los que la profesen:

Donde no nos puedan ver
Diré a mi hermano sincero:
«¿Quieres en lecho extranjero
A tu patria, a tu mujer?»

Pero enfrente del tirano
Y del extranjero enfrente.
Al que lo injurie: «¡Detente!»
Le he de gritar: «¡Es mi hermano!»

No obstante, como me señala Jorge Ignacio Domínguez, uno de los más profundos conocedores del exilio cubano de finales del siglo XIX en Nueva York, algo debió ocurrir entre ese octubre de 1889 y la polémica entre Juan Bellido de Luna y Enrique Trujillo para que el anexionismo se convirtiera de peccata minuta de la infancia revolucionaria de muchos de los próceres cubanos en mancha imborrable de la que todos se apresuraban a renegar. Y ese algo bien pudo ser la campaña sorda y discreta de Martí contra el anexionismo ("donde no nos puedan ver") que, unida a la más estentórea de Trujillo, transformaron dicha corriente de gesto protoindependentista en francamente antipatriótico. Es en medio de esa polémica que figuras tan señaladas como Tomás Estrada Palma, Fernando Figueredo Socarrás, Cirilo Villaverde, el boricua Ramón Emeterio Betances y Amalia Simoni, viuda de Ignacio Agramonte, se ocuparon de despejar retrospectivamente cualquier sombra de anexionismos pasados en ellos o en sus compañeros de armas pese a lo que atestiguaban documentos oficiales de dos décadas atrás.



Quizás la más llamativa de estas declaraciones fuera la del casi octogenario Cirilo Villaverde al asear la memoria del más notorio defensor del anexionismo en Cuba, Narciso López, al decir: “Yo fui, soy, y nunca seré otra cosa que independentista, y podría jurar que Gaspar Betancourt Cisneros y Narciso López lo fueron también”. Al finalizar la polémica Enrique Trujillo no solo rechaza tajantemente la posibilidad de la anexión de Cuba a los Estados Unidos como solución política porque “sería tan antipatriótica como inconveniente a sus intereses sociales”. También la excomulga de la historia nacional al decir que

Nada hay que pruebe en esta discusión que la tendencia anexionista haya sido en nuestra patria un sentimiento patriótico. Ha sido concebida y torpemente desarrollada por la necesidad. Cuando aquellos del año 1823, porque supusieron que nunca serían fuertes para combatir a España; cuando los proyectos de López, por satisfacer intereses esclavistas: y aún así, el mismo López, por boca del ilustre Lugareño, queda exonerado de esa mancha, pues la mayoría de los anexionistas de antaño levantaron esa bandera como un pretexto.

(Una explicación amable de esta cañona histórica sería que Trujillo no pretendía ser historiador sino apenas era un influencer preparando a las masas para entrar en una nueva guerra. Y esta disculpa podría hacerse extensiva a la historiografía oficial cubana: lejos de interesarle un recuento fiel del pasado se esfuerza por justificar retrospectivamente al régimen presente).   


En 1898, cuando estuvo más cerca que nunca la posibilidad de la anexión tras la intervención de Estados Unidos en Cuba contra España el gobierno norteamericano ya fuera por sentimentalismo, demagogia o cálculo evitó aprovecharla. Pese a la rapacidad de unos cuantos políticos norteños la famosa Resolución Conjunta con la que el congreso de Estados Unidos justificaba su entrada en la guerra reconocía que “pueblo de Cuba es y de derecho debe ser libre e independiente”, resolución aprobada con la abrumadora mayoría de 324 votos a favor y 19 en contra. Que este gesto fuera empañado por el Tratado de París primero -al no darle cabida a una delegación que representara los intereses cubanos- y la Enmienda Platt después -al reservarse Estados Unidos el derecho a intervenir en Cuba cuando lo estimara conveniente hasta su derogación en 1934-, confirmaría las advertencias de Villaverde pero no los deseos de los nunca abundantes anexionistas cubanos.

En la actualidad no hay mayor valedor del anexionismo en Cuba -aparte de los cubanos que, desprovistos de todo, verían con buenos ojos la anexión al imperio Mongol- es el propio gobierno de la isla. Como el régimen colonial español en el siglo XIX busca su justificación última en ser el único obstáculo existente entre las ansias de conquista norteamericanas y la sobrevivencia de la nación cubana. De ahí su insistencia en borrar de la historia nacional tanto a aquellas figuras sobre las que recayera la sombra del anexionismo o expurgar esta de aquellas a las que no puede renunciar. Reinventarse el peligro de la anexión es un recurso extremo para darse alguna verosimilitud y sentido como régimen. Y si acaso, halagar al patrioterismo local que se ufana de ser pretendido por la todavía nación más poderosa del mundo.

Contra la insostenible amenaza de anexión no vale ningún contraejemplo. Como los casos de Filipinas y Puerto Rico, ocupadas al mismo tiempo que Cuba y con mucho menos respetos por su soberanía: ambos proyectos coloniales han constituido de una manera o de otra un fracaso. Si Filipinas alcanzó su independencia en 1946 Puerto Rico ha mantenido, desde ese oxímoron que es el Estado Libre Asociado, una distintiva y heroica autonomía cultural y social mientras la integración económica y política completa le es negada tras cada plebiscito en que se ha votado mayoritariamente por la estadidad (2012, 2017, 2020 y 2024). Si eso ocurre con una isla de algo más de tres millones de habitantes infinitamente más próspera que Cuba ¿en qué mundo cabría que a Estados Unidos le interese asumir de golpe nueve millones viviendo en pobreza extrema a los que habría que añadir de inmediato a las nóminas de la seguridad social norteamericana? No en este mundo ciertamente, donde Estados Unidos sigue siendo tan calculador como en tiempos de Villaverde. Si acaso esa necesidad de sentirse pretendido, de justificar un régimen inexcusable es el único asidero que le queda a lo que fue una vieja corriente histórica y hoy es apenas el recuerdo de un tibio romance que nunca fructificó. Es por eso que, pasados dos siglos de su momento de mayor intensidad valdría la pena hacer un recuento mesurado y preciso de este.

Thursday, September 11, 2025

El Capitolio Nacional de Cuba: sus influencias estéticas*

Capitolio nacional en La Habana

Por Yaneli Leal
 
El Capitolio Nacional es una obra magnífica, un hito indiscutible de la arquitectura cubana del último siglo, faro de la República construida y de la que se aspiraba tener. Los detalles de su construcción valorizan aún más esta titánica obra, edificada con gran calidad técnica y artística en tiempo exprés. Sin embargo, con qué frecuencia se encuentra resumida su epopeya en el comentario "inspirado en el Capitolio de Washington"; frase que reduce al mínimo su empresa y lo deja como una copia china de un IPhone. Duele el profundo desconocimiento detrás de esta sentencia, porque el Capitolio de La Habana, como otros que existen en el mundo, es heredero de una tradición salida de la propia Roma, pilar de la cultura occidental.

Capitolio, del latín capitolium, fue el nombre dado en Roma a una de las colinas fundacionales, que cual acrópolis concentraba el poder religioso. Al expandirse el Imperio se dispuso que cada nueva ciudad tuviera su capitolio, entendido entonces como espacio urbano. De los edificios republicanos de la Colina Capitolina, apenas quedan las ruinas del Tabularium (78 A.C.), antigua biblioteca o archivo del Estado. En 1143 se construyó sobre él el Palacio Senatorio, sede del Gobierno municipal de Roma.

Palacio Senatorio de Roma

Muy transformado a lo largo de los siglos, el Palacio Senatorio actualmente conserva fragmentos de distintas etapas constructivas hasta el Renacimiento, periodo al que corresponde su señorial escalera de dos rampas construida por Miguel Ángel Buonarotti, entre 1542 y 1554; y su fachada principal remozada por Giacomo della Porta y Girolamo Rainaldi, en 1605. La relevancia simbólica de este inmueble y los íconos que lo acompañan asociados a la antigua Roma, hicieron que con el tiempo el vocablo Capitolio pasara a referirse al edificio gubernamental directamente, convirtiéndose en sinónimo de Palacio del Parlamento o del Congreso. Formas utilizadas indistintamente en varias ciudades del mundo.    

Por otra parte, aunque desde entonces estos edificios han empleado diversos estilos arquitectónicos, ha predominado el vocabulario clásico como expresión favorita de la Academia. Este lenguaje comunica con claridad un mensaje de poder, orden y equilibrio, mientras declara la herencia de las culturas grecolatinas en el arte, el derecho, e incluso en los principios del Estado republicano.

EEUU es un ejemplo notable, porque 39 de sus 50 estados nombran Capitolio al edificio de Gobierno y la gran mayoría tiene un diseño de raíz clásica. Las soluciones son de lo más diversas, conformando un amplio catálogo que merece la pena conocer más allá del coloso de Washington D.C. Cada uno muestra la gran riqueza creativa desarrollada en una misma tipología con referentes europeos bien definidos, a la vez que sirven de inspiración a inmuebles similares.

Capitolio de Virginia

Por ejemplo, el primer Capitolio, el de Virginia (1788), es de una pureza clásica extrema. En él, Thomas Jefferson reacomodó la tipología de templo romano a Palacio de Gobierno, quedando asumida la fórmula: escalinata más pórtico con columnas y frontón. Así el segundo Capitolio norteamericano, el de Maryland (1797), aunque tiene forma de palacio, cuenta con una escalinata y pórtico clásico a la altura de sus dos niveles. Este edificio incorporó la cúpula, elemento característico de la arquitectura romana, que ofrece un elemento vertical muy identificable en el perfil urbano. Caso interesante es que tuvo pararrayos, construido por su propio inventor Benjamin Franklin, ya que la cúpula estaba terminada antes de su muerte en 1790.

Capitolio de Maryland

Un total de 41 capitolios de EEUU tienen cúpula, 15 de ellas coronadas por una escultura, principalmente de La Libertad. Algunas guardan similitudes, pero su aspecto por lo general es muy variado y distintivo. Si buscásemos alguna que pudiera haber repercutido en el diseño del de La Habana, consideraría las de Maine (1832), California (1874), Mississippi (1903), Rhode Island (1904), Arkansas (1915), Utah (1916), Wisconsin (1917) y Oklahoma (1917), antes que la de Washington D.C. (1866), mucho más recargada en cada uno de sus niveles al igual que la de Texas (1888).

Panteón de París

Lo que unifica todas ellas, incluyendo el de La Habana, es que tuvieron un principal referente neoclásico: el Panteón de París (1790). La magnífica cúpula de esta edificación fue hasta la construcción de la Torre Eiffel el punto más alto de la capital francesa, por lo que resultaba más apropiada y atractiva a escala urbana que la de su precedente, originalmente romano, el Panteón de Agripa (126 d.C.). Ambos cuentan con el característico pórtico antes mencionado.

Capitolio de Kentucky

Por otra parte, si comparásemos el cuerpo horizontal de los Capitolios de Washington D.C. y La Habana observaríamos que no se parecen en el diseño de la escalinata, ni en la composición de sus volúmenes arquitectónicos. Más relación guarda el cubano con el de Kentucky (1910), Arkansas, Utah, Oklahoma, Missouri (1917) y, aunque terminados posteriormente, con el edificio legislativo de Olympia (1928) y el Capitolio de West Virginia (1932). Esto es considerando el volumen apaisado de planta rectangular con cuerpos ligeramente salientes al centro y en los extremos (pórtico y salones de las dos cámaras), y el diseño de fachada principal y posterior.

No obstante las coincidencias, cada edificio es auténtico en su concepción integral y en los detalles. Las semejanzas refuerzan la definición de una tipología que, utilizando un mismo lenguaje estético, encuentra múltiples variaciones y soluciones compositivas. Ejemplo singularísimo es el Capitolio de Wisconsin con una planta en cruz. El Capitolio de La Habana, por su parte, es el único que tiene dos semicírculos en los extremos, expresando de manera muy directa en el volumen arquitectónico la funcionalidad y distribución del espacio interior. Asimismo, es el único de los mencionados que incluye patios interiores, aspecto que sí tienen otros ejemplos latinoamericanos como el Capitolio de Colombia (1847-1926) y el Palacio del Congreso de Argentina (1906).

Capitolio de Washington


La verdadera conexión que tuvo el Capitolio habanero con EEUU fue su empresa constructora, Purdy and Henderson, que con gran eficiencia llevó a cabo los diseños trazados por los arquitectos cubanos. Según la arquitecta María Mestre, además aportaron otras ventajas "como la agilidad de organización y comunicación desde sus oficinas neoyorkinas para el pedido y gestión de materiales a cualquier parte del mundo" y la importación de la maquinaria y equipos más modernos para solucionar el gran reto de esta obra.

Sobre los detalles de su hazaña constructiva, que nos permitirán admirar mejor este hito arquitectónico por sus valores intrínsecos, hablaremos en nuestro próximo artículo.


*Tomado de Diario de Cuba

Thursday, September 4, 2025

Entre el mito, la manipulación y los hechos, ¿quién ganó la crisis de los misiles de 1962?

 


Por Vicente Morín Aguado.

En la mañana del 28 de octubre de 1962 John F. Kennedy conversó telefónicamente con su antecesor en el cargo, el veterano general héroe de la 2da Guerra Mundial, Dwight D. Eisenhower, comunicándole detalles del intercambio de mensajes sostenidos con el mandatario soviético Nikita S. Krushov. Era el preámbulo entre norteamericanos antes de publicitar un final feliz, si consideramos las consecuencias en ciernes.

Por vez primera en casi dos siglos, los Estados Unidos quedaron expuestos a una amenaza existencial al instalarse en Cuba 42 misiles de alcance medio con ojivas nucleares a escasos 10 minutos de Washington, cuando no existían interceptores capaces ante tal capacidad agresiva.

Cuba era por tanto, el foco del problema a resolver. Finalmente la Casa Blanca logró la retirada incondicional de los cohetes. Ambos “K” implicados, Castro quedó al margen, intercambiaron decenas de mensajes vía teletipos, el gran archipiélago caribeño quedó bajo cuarentena, de hecho bloqueo naval sin declaración oficial de guerra, hubo dos incidentes que pusieron dedos en los gatillos nucleares y, finalmente, una discusión cara a cara entre representantes de ambos mandatarios.


¿Por qué afirmo incondicional? Porque los cohetes existían, eran una amenaza real y fueron retirados, en tanto la moneda de cambio: la promesa de no invadir militarmente a Cuba, era palabra dicha; adicionalmente, tal actitud estaba en plena concordancia con la política previa de John F. Kennedy respecto a como enfrentar la revolución liderada por Fidel Castro.

No obstante, Castro la armó en público y en privado al conocer el acuerdo soviético-norteamericano, reprochando a Nikita por no tenerle en cuenta ya que, según sus razonamientos, era él, era Cuba, quien corría el riesgo mayor, sujeto a la buena voluntad de su enemigo, considerando, como bien pronto sucedió, que por diversas causas el liderazgo norteamericano estaba sujeto a los vaivenes de una democracia representativa, junto a los avatares de la historia que ahora se movía a la velocidad de los aparatos cósmicos.

Había razones para apartar a Castro, un joven aventurero de 36 años, sin experiencia militar, quien incluso llegó a la osadía de aconsejar a Krushov el 26 de octubre, en carta desclasificada, iniciar el ataque nuclear. Aparte de otras consideraciones, los misiles fueron puestos por Moscú, los operaba Moscú y Moscú los retiró de igual manera. La diferencia es que llegaron en secreto, y regresaron a la vista del mundo entero.

 


La llamada operación Anádyr implicó a unos 42 mil hombres, decenas de bombarderos y aviones cazas, técnicos especializados, buques y otros medios, todo ejecutado en secreto, conformando la mayor operación militar realizada por la desaparecida URSS fuera de sus fronteras en sus siete décadas de existencia.

Al paso de los años, en especial recuerdo la conferencia internacional sobre este hecho histórico, celebrada en La Habana 40 años después, el Comandante cubano repetía un argumento contrario a las evidencias: “Fue un error soviético ejecutar el plan en secreto, nosotros insistíamos en hacer público el acuerdo soviético-cubano”- reiteraba Castro-, argumentando que el secretismo fue interpretado por la parte norteamericana como prueba del carácter ofensivo del armamento instalado en la isla.

Conociendo la reacción de Washington al descubrir las rampas de lanzamiento y demás obras militares, ¿Hubiera sido posible hacerlo proclamando de antemano semejantes planes? No obstante, consta que mientras los cohetes norteamericanos en Europa, incluso los discutidos Júpiter de Turquía que no serán olvidados en este ensayo, fueron instalados con conocimiento previo, el engaño soviético avivó el fuego naturalmente asociado a las consecuencias de semejante maniobra militar.

Antes de abordar el plato fuerte, es decir, Cuba, hablemos de los Júpiter en Asia Menor.

La génesis final del entendimiento que puso fin a la crisis de 1962 se gestó durante una conversación cara a cara entre el embajador Anatoly Dobrinin y el enviado personal de JFK, su hermano y fiscal general de los Estados Unidos, Bobby Kennedy.

Dobrinin no era un embajador cualquiera, contaba con la absoluta confianza del Kremlin, experiencia y consideración similar a la de un ministro. Al final del encuentro, el ruso envió un cablegrama a Moscú resumiendo los puntos discutidos. Bobby había sugerido encarecidamente la más rápida respuesta posible de Krushov, ofreciendo una línea telefónica confidencial a Dobrinin.

La lectura del cablegrama, ya desclasificado, habla del asunto misiles Júpiter Turquía. Lo esencial era que: EEUU, JFK, aceptaban la exigencia de retirar los cohetes de Turquía, pero debido a que esos misiles eran parte de un acuerdo con la OTAN, la solución requería entre 4 y 5 meses, bajo la condición expresa de no publicitar esta parte de lo acordado.

Sigo citando al diplomático soviético: "¿Y qué pasa con Turquía?" Le pregunté a R. Kennedy.

"Si ese es el único obstáculo para lograr la regulación que mencioné anteriormente, entonces el presidente no ve ninguna dificultad insuperable para resolver este problema", respondió R. Kennedy. "La mayor dificultad para el presidente es la discusión pública del tema de Turquía.”

Subrayo, aclarando otra de las falsas afirmaciones hechas mitos, que en esa conversación no se habló de misiles en Italia.

Respecto a Cuba, el memorando de Dobrinin dice:

“Lo más importante para nosotros", subrayó R. Kennedy, "es obtener lo antes posible el acuerdo del gobierno soviético para detener los trabajos en la construcción de las bases de misiles en Cuba y tomar medidas bajo control internacional que imposibiliten el uso de estas armas. A cambio, el gobierno de los Estados Unidos está dispuesto, además de derogar todas las medidas sobre la "cuarentena", a dar las garantías de que no habrá ninguna invasión de Cuba y que otros países del hemisferio occidental están dispuestos a dar las mismas garantías, el gobierno de los Estados Unidos está seguro de esto".



Considerando que ya era de madrugada en la capital de Rusia, 28 de octubre, la respuesta de Krushov fue rápida: Los R-12 que en apenas 10 minutos alcanzaban a Washington o Nueva York serían de inmediato desmantelados. Algunos analistas aseguran que al menos 10 de los 42 cohetes ya estaban listos para ser utilizados.

Antes de dar una respuesta de alivio a la paranoia de los estadounidenses, Kennedy conversó con Eisenhower. Ofrecemos una transcripción directa de lo hablado sobre Cuba:

Eisenhower: Por supuesto, pero señor presidente, ¿puso alguna condición? ¿en esto?

JFK: No, excepto que no vamos a invadir Cuba. Eso es lo único que tenemos ahora. Pero de ninguna manera planeamos invadir Cuba en estas condiciones. Si podemos sacarlos, [los cohetes], estaremos mucho mejor.

IKE: Estoy muy de acuerdo. Sólo me preguntaba si lo estaba intentando, sabiendo que cumpliríamos nuestra palabra, si intentaría involucrarnos en cualquier tipo de declaraciones o compromisos que finalmente, algún día, podrían ser muy embarazosos. Esto es, supongamos que comenzaran a bombardear Guantánamo

JFK: Correcto.

Eisenhower: A lo que me refiero, estoy bastante de acuerdo en que creo que es una medida muy conciliadora.

hecho. Siempre que no diga eso...

JFK: Correcto. Ah bueno estoy de acuerdo. Ah, sí, es cierto. Creo que lo que tenemos que hacer es mantener... Por eso no creo que se pueda olvidar la historia cubana. Creo que conservaremos suficiente libertad para proteger sus intereses si él…

IKE: Eso es todo lo que quiero...

JFK: -- si él, si se involucran en la subversión, si intentan realizar algún acto agresivo y así sucesivamente, entonces todas las apuestas están canceladas.

(Presidential papers. JFKPOF-TPH-41-2)

Video: https://youtu.be/0bZd-hmwGP4

Si se entiende correctamente, y este es el punto, en la mente de Kennedy, reforzada la idea por las sospechas de su veterano interlocutor, estaba el presupuesto de que Cuba debía cumplir una condición: No involucrarse en acciones subversivas que pusieran en peligro la seguridad nacional de los Estados Unidos porque en ese caso, lo acordado, la promesa hecha a Krushov, perdería su efecto, sería cancelada.

Han pasado 63 años, los lectores han de juzgar si Fidel Castro y sus sucesores actuaron tal y como JFK presuponía al darle a los soviéticos la consabida promesa de no invadir a Cuba.

Consideraciones finales:

John Fitzgerald Kennedy fue asesinado 11 meses después. Nikita Serguéievich Krushov desapareció para siempre de la escena política en 1964, en tanto Fidel Castro, su hermano Raúl y el actual gobernante designado por voluntad de este último, mandan en Cuba hasta hoy. Jamás hubo un tratado, un acuerdo formal, en los Estados Unidos requiere votación del Senado, respecto al entendimiento de octubre de 1962.

Lo que si existe es una Resolución Conjunta de ambas cámaras legislativas norteamericanas, votada en el apogeo de la crisis, antes del acuerdo, donde se decía:

“Estados Unidos estaba determinado a prevenir -por cualquier medio que fuera necesario, incluyendo el uso de armas- que el régimen marxista-leninista de Cuba extendiera, por la fuerza o la amenaza de la fuerza, sus actividades agresivas o subversivas a cualquier parte de este hemisferio, y a prevenir la creación o uso de una capacidad militar apoyada externamente en Cuba, que pudiera poner en peligro la seguridad de Estados Unidos (…)”. (United States: “Proclamation 3504. Interdiction of the Delivery of Offensive Weapons to Cuba. October 23, 1962”, AJIL, Vol. 57, Num. 2, 1963.)

Kennedy estuvo en lo cierto cuando afirmó a su antecesor en la presidencia que el único requisito efectivo era la promesa de no invadir a Cuba. Para el ex senador por Massachusetts tal promesa concordaba plenamente con sus planes respecto la historia reciente de la rebelde isla caribeña. La prueba mayor es que un año atrás negó el apoyo aéreo a la Brigada 2506 en el momento crítico de la batalla, después de llevar ventaja inicial en su enfrentamiento con las fuerzas castristas en Bahía de Cochinos.

Mas tarde Kennedy asumió la responsabilidad de los hechos, del fracaso del desembarco de abril de 1961. En octubre de 1962, era comprensible que aceptara el compromiso de no invadir militarmente a Cuba. Lo que el ejecutivo de la Casa Blanca no tuvo en cuenta es que su entendimiento era con Krushov, Fidel Castro nunca se consideró parte de tal acuerdo porque los cohetes como llegaron se fueron.

Aunque fuera justificada la exclusión del dictador cubano de tan urgentes tratativas en busca de una solución a lo que se había convertido en una crisis mundial, el hecho tuvo consecuencias que se arrastran hasta hoy.

Epílogo:

Es evidente que las posteriores administraciones norteamericanas respetaron la línea roja de no invadir a Cuba en tanto de ninguna manera, ni siquiera submarinos en tránsito, regresaran las armas nucleares a Cuba. Sin embargo, tampoco había una obligación de atarse a la promesa y menos aún, la URSS estaba en condiciones de impedir una acción militar norteamericana si llegaba la ocasión.

Esta situación alude a la llamada Doctrina Brezhnev, según la cual si un país socialista aliado de Moscú se encontraba de cualquier manera en una situación capaz de conducir al quiebre del sistema socialista, entonces, como sucedió en Checoslovaquia, Hungría o Polonia, las tropas soviéticas acudirían en consecuencia.

Corría el año 1993, Mario Vázquez Raña, empresario mexicano, propietario de El Sol de México, entrevistó al General de Ejército Raúl Castro Ruz, a la sazón Ministro de Defensa si equiparamos su cargo con similares, a la vez sucesor oficial de Fidel Castro. Copiamos la confesión hecha por quien años después asumiría la presidencia de su país.

Vísperas del año nuevo 1990, El muro de Berlín derribado, la URSS de Gorvachov en medio de serias contradicciones políticas internas, Raúl Castro arriba a Moscú con una misión secreta, confirmar qué haría la Unión Soviética en caso de una posible intervención militar norteamericana. Al efecto, el 29 de diciembre de 1989 es recibido en el Kremlin. Así se lo contó al entrevistador mexicano:

“Presta atención, Mario, la respuesta del máximo dirigente soviético fue tajante: en caso de agresión norteamericana a Cuba, nosotros no podemos combatir en Cuba afirmó textualmente, porque ustedes están a 11 mil kilómetros de nosotros y agregó: ¿Vamos a ir allá a que nos partan la cara?”

“La parte soviética nos hizo saber que no estaba en disposición de plantearle a Estados Unidos ningún tipo de advertencia en relación con Cuba, ni siquiera recordar a Washington el compromiso de (John F.) Kennedy de octubre de 1962, el cual siempre era puesto en duda por cada nueva administración yanqui.”

Lamentablemente, dentro del exilio cubano aún se deja escuchar con insistencia la versión falseada de que hubo un pacto secreto entre EEUU y la URSS que salvó a la llamada Revolución Cubana al impedir una intervención militar norteamericana. Los hechos prueban que tal pacto jamás existió, en todo caso el bien llamado “entendimiento” entre Kennedy y Krushov del 27 al 28 de octubre sin que ambos hombres de estado se dieran la mano o firmaran documento alguno.

Tampoco hubo impedimento estratégico de tipo militar capaz de frenar a los Estados Unidos, ni de frenarlo ahora, si decidieran una intervención militar en Cuba.

Fidel Castro por su parte, desconoció tener obligación alguna de colaborar ante el presupuesto de no exportar la subversión antinorteamericana, pro comunista, donde quiera que le fuera posible hacerlo, contando con el apoyo económico y militar de la desaparecida Unión Soviética. La única línea roja conservada, puede decirse que por parte de la URSS y Rusia, ha sido evitar la presencia de armas nucleares en la isla caribeña.

Por último una pregunta: ¿Quién salió ganando de la confrontación llamada Crisis de octubre de 1962?

Nicolai Leónov, Teniente General de la KGB al mando de su departamento de análisis, amigo de Raúl Castro y su biógrafo reconocido, comentó antes de morir a los 93 años que el Gran derrotado fue Estados Unidos porque «tuvo que aceptar la Revolución Cubana y comprometerse a no atacar la isla, lo que suponía reconocer su primera gran derrota en el hemisferio occidental y un gran revés para la doctrina Monroe». (Swissinfo.ch obituario. 22 abril 2022).


Leonov al centro con Raúl Castro a bordo del barco "Andrea Gritti" en 1953 meses antes del asalto al cuartel Moncada


Si valoramos los hechos durante la década del sesenta, rebajando el tono grandilocuente, el compromiso de Kennedy dio un importante respiro a Castro en sus primeros años de gobierno, no obstante, Washington alcanzó un resultado permanente de importancia estratégica:

El Nuevo Mundo, América, ha permanecido hasta hoy libre de armas nucleares. Una amenaza de 10 minutos en 1962, cuando no había sistemas efectivos de intercepción, significaba un problema existencial para el territorio conjunto que en geografía, población y economía constituye el fundamento de la gran nación estadounidense.

La retirada de los Júpiter no significó un equivalente como peligro ofensivo nuclear, incluso estos cohetes ya estaban siendo sustituidos por sistemas mejorados, Polaris primero y luego Poseidón, con la impronta de los submarinos. Además, EEUU conservó instalaciones balísticas propias y otras junto a sus aliados en la OTAN, al igual en ASIA, algo imposible de contrabalancear por la URSS o Rusia actualmente.

La decisión de La Casa Blanca en cuanto a no invadir a Cuba ha obedecido a otras razones políticas que no son parte de este breve ensayo sobre la Crisis de octubre de 1962. También está claro que la URSS antes o Rusia ahora, no defenderían a la dictadura más prolongada del hemisferio occidental en caso de un ataque norteamericano.