Thursday, September 11, 2025

El Capitolio Nacional de Cuba: sus influencias estéticas*

Capitolio nacional en La Habana

Por Yaneli Leal
 
El Capitolio Nacional es una obra magnífica, un hito indiscutible de la arquitectura cubana del último siglo, faro de la República construida y de la que se aspiraba tener. Los detalles de su construcción valorizan aún más esta titánica obra, edificada con gran calidad técnica y artística en tiempo exprés. Sin embargo, con qué frecuencia se encuentra resumida su epopeya en el comentario "inspirado en el Capitolio de Washington"; frase que reduce al mínimo su empresa y lo deja como una copia china de un IPhone. Duele el profundo desconocimiento detrás de esta sentencia, porque el Capitolio de La Habana, como otros que existen en el mundo, es heredero de una tradición salida de la propia Roma, pilar de la cultura occidental.

Capitolio, del latín capitolium, fue el nombre dado en Roma a una de las colinas fundacionales, que cual acrópolis concentraba el poder religioso. Al expandirse el Imperio se dispuso que cada nueva ciudad tuviera su capitolio, entendido entonces como espacio urbano. De los edificios republicanos de la Colina Capitolina, apenas quedan las ruinas del Tabularium (78 A.C.), antigua biblioteca o archivo del Estado. En 1143 se construyó sobre él el Palacio Senatorio, sede del Gobierno municipal de Roma.

Palacio Senatorio de Roma

Muy transformado a lo largo de los siglos, el Palacio Senatorio actualmente conserva fragmentos de distintas etapas constructivas hasta el Renacimiento, periodo al que corresponde su señorial escalera de dos rampas construida por Miguel Ángel Buonarotti, entre 1542 y 1554; y su fachada principal remozada por Giacomo della Porta y Girolamo Rainaldi, en 1605. La relevancia simbólica de este inmueble y los íconos que lo acompañan asociados a la antigua Roma, hicieron que con el tiempo el vocablo Capitolio pasara a referirse al edificio gubernamental directamente, convirtiéndose en sinónimo de Palacio del Parlamento o del Congreso. Formas utilizadas indistintamente en varias ciudades del mundo.    

Por otra parte, aunque desde entonces estos edificios han empleado diversos estilos arquitectónicos, ha predominado el vocabulario clásico como expresión favorita de la Academia. Este lenguaje comunica con claridad un mensaje de poder, orden y equilibrio, mientras declara la herencia de las culturas grecolatinas en el arte, el derecho, e incluso en los principios del Estado republicano.

EEUU es un ejemplo notable, porque 39 de sus 50 estados nombran Capitolio al edificio de Gobierno y la gran mayoría tiene un diseño de raíz clásica. Las soluciones son de lo más diversas, conformando un amplio catálogo que merece la pena conocer más allá del coloso de Washington D.C. Cada uno muestra la gran riqueza creativa desarrollada en una misma tipología con referentes europeos bien definidos, a la vez que sirven de inspiración a inmuebles similares.

Capitolio de Virginia

Por ejemplo, el primer Capitolio, el de Virginia (1788), es de una pureza clásica extrema. En él, Thomas Jefferson reacomodó la tipología de templo romano a Palacio de Gobierno, quedando asumida la fórmula: escalinata más pórtico con columnas y frontón. Así el segundo Capitolio norteamericano, el de Maryland (1797), aunque tiene forma de palacio, cuenta con una escalinata y pórtico clásico a la altura de sus dos niveles. Este edificio incorporó la cúpula, elemento característico de la arquitectura romana, que ofrece un elemento vertical muy identificable en el perfil urbano. Caso interesante es que tuvo pararrayos, construido por su propio inventor Benjamin Franklin, ya que la cúpula estaba terminada antes de su muerte en 1790.

Capitolio de Maryland

Un total de 41 capitolios de EEUU tienen cúpula, 15 de ellas coronadas por una escultura, principalmente de La Libertad. Algunas guardan similitudes, pero su aspecto por lo general es muy variado y distintivo. Si buscásemos alguna que pudiera haber repercutido en el diseño del de La Habana, consideraría las de Maine (1832), California (1874), Mississippi (1903), Rhode Island (1904), Arkansas (1915), Utah (1916), Wisconsin (1917) y Oklahoma (1917), antes que la de Washington D.C. (1866), mucho más recargada en cada uno de sus niveles al igual que la de Texas (1888).

Panteón de París

Lo que unifica todas ellas, incluyendo el de La Habana, es que tuvieron un principal referente neoclásico: el Panteón de París (1790). La magnífica cúpula de esta edificación fue hasta la construcción de la Torre Eiffel el punto más alto de la capital francesa, por lo que resultaba más apropiada y atractiva a escala urbana que la de su precedente, originalmente romano, el Panteón de Agripa (126 d.C.). Ambos cuentan con el característico pórtico antes mencionado.

Capitolio de Kentucky

Por otra parte, si comparásemos el cuerpo horizontal de los Capitolios de Washington D.C. y La Habana observaríamos que no se parecen en el diseño de la escalinata, ni en la composición de sus volúmenes arquitectónicos. Más relación guarda el cubano con el de Kentucky (1910), Arkansas, Utah, Oklahoma, Missouri (1917) y, aunque terminados posteriormente, con el edificio legislativo de Olympia (1928) y el Capitolio de West Virginia (1932). Esto es considerando el volumen apaisado de planta rectangular con cuerpos ligeramente salientes al centro y en los extremos (pórtico y salones de las dos cámaras), y el diseño de fachada principal y posterior.

No obstante las coincidencias, cada edificio es auténtico en su concepción integral y en los detalles. Las semejanzas refuerzan la definición de una tipología que, utilizando un mismo lenguaje estético, encuentra múltiples variaciones y soluciones compositivas. Ejemplo singularísimo es el Capitolio de Wisconsin con una planta en cruz. El Capitolio de La Habana, por su parte, es el único que tiene dos semicírculos en los extremos, expresando de manera muy directa en el volumen arquitectónico la funcionalidad y distribución del espacio interior. Asimismo, es el único de los mencionados que incluye patios interiores, aspecto que sí tienen otros ejemplos latinoamericanos como el Capitolio de Colombia (1847-1926) y el Palacio del Congreso de Argentina (1906).

Capitolio de Washington


La verdadera conexión que tuvo el Capitolio habanero con EEUU fue su empresa constructora, Purdy and Henderson, que con gran eficiencia llevó a cabo los diseños trazados por los arquitectos cubanos. Según la arquitecta María Mestre, además aportaron otras ventajas "como la agilidad de organización y comunicación desde sus oficinas neoyorkinas para el pedido y gestión de materiales a cualquier parte del mundo" y la importación de la maquinaria y equipos más modernos para solucionar el gran reto de esta obra.

Sobre los detalles de su hazaña constructiva, que nos permitirán admirar mejor este hito arquitectónico por sus valores intrínsecos, hablaremos en nuestro próximo artículo.


*Tomado de Diario de Cuba

Thursday, September 4, 2025

Entre el mito, la manipulación y los hechos, ¿quién ganó la crisis de los misiles de 1962?

 


Por Vicente Morín Aguado.

En la mañana del 28 de octubre de 1962 John F. Kennedy conversó telefónicamente con su antecesor en el cargo, el veterano general héroe de la 2da Guerra Mundial, Dwight D. Eisenhower, comunicándole detalles del intercambio de mensajes sostenidos con el mandatario soviético Nikita S. Krushov. Era el preámbulo entre norteamericanos antes de publicitar un final feliz, si consideramos las consecuencias en ciernes.

Por vez primera en casi dos siglos, los Estados Unidos quedaron expuestos a una amenaza existencial al instalarse en Cuba 42 misiles de alcance medio con ojivas nucleares a escasos 10 minutos de Washington, cuando no existían interceptores capaces ante tal capacidad agresiva.

Cuba era por tanto, el foco del problema a resolver. Finalmente la Casa Blanca logró la retirada incondicional de los cohetes. Ambos “K” implicados, Castro quedó al margen, intercambiaron decenas de mensajes vía teletipos, el gran archipiélago caribeño quedó bajo cuarentena, de hecho bloqueo naval sin declaración oficial de guerra, hubo dos incidentes que pusieron dedos en los gatillos nucleares y, finalmente, una discusión cara a cara entre representantes de ambos mandatarios.


¿Por qué afirmo incondicional? Porque los cohetes existían, eran una amenaza real y fueron retirados, en tanto la moneda de cambio: la promesa de no invadir militarmente a Cuba, era palabra dicha; adicionalmente, tal actitud estaba en plena concordancia con la política previa de John F. Kennedy respecto a como enfrentar la revolución liderada por Fidel Castro.

No obstante, Castro la armó en público y en privado al conocer el acuerdo soviético-norteamericano, reprochando a Nikita por no tenerle en cuenta ya que, según sus razonamientos, era él, era Cuba, quien corría el riesgo mayor, sujeto a la buena voluntad de su enemigo, considerando, como bien pronto sucedió, que por diversas causas el liderazgo norteamericano estaba sujeto a los vaivenes de una democracia representativa, junto a los avatares de la historia que ahora se movía a la velocidad de los aparatos cósmicos.

Había razones para apartar a Castro, un joven aventurero de 36 años, sin experiencia militar, quien incluso llegó a la osadía de aconsejar a Krushov el 26 de octubre, en carta desclasificada, iniciar el ataque nuclear. Aparte de otras consideraciones, los misiles fueron puestos por Moscú, los operaba Moscú y Moscú los retiró de igual manera. La diferencia es que llegaron en secreto, y regresaron a la vista del mundo entero.

 


La llamada operación Anádyr implicó a unos 42 mil hombres, decenas de bombarderos y aviones cazas, técnicos especializados, buques y otros medios, todo ejecutado en secreto, conformando la mayor operación militar realizada por la desaparecida URSS fuera de sus fronteras en sus siete décadas de existencia.

Al paso de los años, en especial recuerdo la conferencia internacional sobre este hecho histórico, celebrada en La Habana 40 años después, el Comandante cubano repetía un argumento contrario a las evidencias: “Fue un error soviético ejecutar el plan en secreto, nosotros insistíamos en hacer público el acuerdo soviético-cubano”- reiteraba Castro-, argumentando que el secretismo fue interpretado por la parte norteamericana como prueba del carácter ofensivo del armamento instalado en la isla.

Conociendo la reacción de Washington al descubrir las rampas de lanzamiento y demás obras militares, ¿Hubiera sido posible hacerlo proclamando de antemano semejantes planes? No obstante, consta que mientras los cohetes norteamericanos en Europa, incluso los discutidos Júpiter de Turquía que no serán olvidados en este ensayo, fueron instalados con conocimiento previo, el engaño soviético avivó el fuego naturalmente asociado a las consecuencias de semejante maniobra militar.

Antes de abordar el plato fuerte, es decir, Cuba, hablemos de los Júpiter en Asia Menor.

La génesis final del entendimiento que puso fin a la crisis de 1962 se gestó durante una conversación cara a cara entre el embajador Anatoly Dobrinin y el enviado personal de JFK, su hermano y fiscal general de los Estados Unidos, Bobby Kennedy.

Dobrinin no era un embajador cualquiera, contaba con la absoluta confianza del Kremlin, experiencia y consideración similar a la de un ministro. Al final del encuentro, el ruso envió un cablegrama a Moscú resumiendo los puntos discutidos. Bobby había sugerido encarecidamente la más rápida respuesta posible de Krushov, ofreciendo una línea telefónica confidencial a Dobrinin.

La lectura del cablegrama, ya desclasificado, habla del asunto misiles Júpiter Turquía. Lo esencial era que: EEUU, JFK, aceptaban la exigencia de retirar los cohetes de Turquía, pero debido a que esos misiles eran parte de un acuerdo con la OTAN, la solución requería entre 4 y 5 meses, bajo la condición expresa de no publicitar esta parte de lo acordado.

Sigo citando al diplomático soviético: "¿Y qué pasa con Turquía?" Le pregunté a R. Kennedy.

"Si ese es el único obstáculo para lograr la regulación que mencioné anteriormente, entonces el presidente no ve ninguna dificultad insuperable para resolver este problema", respondió R. Kennedy. "La mayor dificultad para el presidente es la discusión pública del tema de Turquía.”

Subrayo, aclarando otra de las falsas afirmaciones hechas mitos, que en esa conversación no se habló de misiles en Italia.

Respecto a Cuba, el memorando de Dobrinin dice:

“Lo más importante para nosotros", subrayó R. Kennedy, "es obtener lo antes posible el acuerdo del gobierno soviético para detener los trabajos en la construcción de las bases de misiles en Cuba y tomar medidas bajo control internacional que imposibiliten el uso de estas armas. A cambio, el gobierno de los Estados Unidos está dispuesto, además de derogar todas las medidas sobre la "cuarentena", a dar las garantías de que no habrá ninguna invasión de Cuba y que otros países del hemisferio occidental están dispuestos a dar las mismas garantías, el gobierno de los Estados Unidos está seguro de esto".



Considerando que ya era de madrugada en la capital de Rusia, 28 de octubre, la respuesta de Krushov fue rápida: Los R-12 que en apenas 10 minutos alcanzaban a Washington o Nueva York serían de inmediato desmantelados. Algunos analistas aseguran que al menos 10 de los 42 cohetes ya estaban listos para ser utilizados.

Antes de dar una respuesta de alivio a la paranoia de los estadounidenses, Kennedy conversó con Eisenhower. Ofrecemos una transcripción directa de lo hablado sobre Cuba:

Eisenhower: Por supuesto, pero señor presidente, ¿puso alguna condición? ¿en esto?

JFK: No, excepto que no vamos a invadir Cuba. Eso es lo único que tenemos ahora. Pero de ninguna manera planeamos invadir Cuba en estas condiciones. Si podemos sacarlos, [los cohetes], estaremos mucho mejor.

IKE: Estoy muy de acuerdo. Sólo me preguntaba si lo estaba intentando, sabiendo que cumpliríamos nuestra palabra, si intentaría involucrarnos en cualquier tipo de declaraciones o compromisos que finalmente, algún día, podrían ser muy embarazosos. Esto es, supongamos que comenzaran a bombardear Guantánamo

JFK: Correcto.

Eisenhower: A lo que me refiero, estoy bastante de acuerdo en que creo que es una medida muy conciliadora.

hecho. Siempre que no diga eso...

JFK: Correcto. Ah bueno estoy de acuerdo. Ah, sí, es cierto. Creo que lo que tenemos que hacer es mantener... Por eso no creo que se pueda olvidar la historia cubana. Creo que conservaremos suficiente libertad para proteger sus intereses si él…

IKE: Eso es todo lo que quiero...

JFK: -- si él, si se involucran en la subversión, si intentan realizar algún acto agresivo y así sucesivamente, entonces todas las apuestas están canceladas.

(Presidential papers. JFKPOF-TPH-41-2)

Video: https://youtu.be/0bZd-hmwGP4

Si se entiende correctamente, y este es el punto, en la mente de Kennedy, reforzada la idea por las sospechas de su veterano interlocutor, estaba el presupuesto de que Cuba debía cumplir una condición: No involucrarse en acciones subversivas que pusieran en peligro la seguridad nacional de los Estados Unidos porque en ese caso, lo acordado, la promesa hecha a Krushov, perdería su efecto, sería cancelada.

Han pasado 63 años, los lectores han de juzgar si Fidel Castro y sus sucesores actuaron tal y como JFK presuponía al darle a los soviéticos la consabida promesa de no invadir a Cuba.

Consideraciones finales:

John Fitzgerald Kennedy fue asesinado 11 meses después. Nikita Serguéievich Krushov desapareció para siempre de la escena política en 1964, en tanto Fidel Castro, su hermano Raúl y el actual gobernante designado por voluntad de este último, mandan en Cuba hasta hoy. Jamás hubo un tratado, un acuerdo formal, en los Estados Unidos requiere votación del Senado, respecto al entendimiento de octubre de 1962.

Lo que si existe es una Resolución Conjunta de ambas cámaras legislativas norteamericanas, votada en el apogeo de la crisis, antes del acuerdo, donde se decía:

“Estados Unidos estaba determinado a prevenir -por cualquier medio que fuera necesario, incluyendo el uso de armas- que el régimen marxista-leninista de Cuba extendiera, por la fuerza o la amenaza de la fuerza, sus actividades agresivas o subversivas a cualquier parte de este hemisferio, y a prevenir la creación o uso de una capacidad militar apoyada externamente en Cuba, que pudiera poner en peligro la seguridad de Estados Unidos (…)”. (United States: “Proclamation 3504. Interdiction of the Delivery of Offensive Weapons to Cuba. October 23, 1962”, AJIL, Vol. 57, Num. 2, 1963.)

Kennedy estuvo en lo cierto cuando afirmó a su antecesor en la presidencia que el único requisito efectivo era la promesa de no invadir a Cuba. Para el ex senador por Massachusetts tal promesa concordaba plenamente con sus planes respecto la historia reciente de la rebelde isla caribeña. La prueba mayor es que un año atrás negó el apoyo aéreo a la Brigada 2506 en el momento crítico de la batalla, después de llevar ventaja inicial en su enfrentamiento con las fuerzas castristas en Bahía de Cochinos.

Mas tarde Kennedy asumió la responsabilidad de los hechos, del fracaso del desembarco de abril de 1961. En octubre de 1962, era comprensible que aceptara el compromiso de no invadir militarmente a Cuba. Lo que el ejecutivo de la Casa Blanca no tuvo en cuenta es que su entendimiento era con Krushov, Fidel Castro nunca se consideró parte de tal acuerdo porque los cohetes como llegaron se fueron.

Aunque fuera justificada la exclusión del dictador cubano de tan urgentes tratativas en busca de una solución a lo que se había convertido en una crisis mundial, el hecho tuvo consecuencias que se arrastran hasta hoy.

Epílogo:

Es evidente que las posteriores administraciones norteamericanas respetaron la línea roja de no invadir a Cuba en tanto de ninguna manera, ni siquiera submarinos en tránsito, regresaran las armas nucleares a Cuba. Sin embargo, tampoco había una obligación de atarse a la promesa y menos aún, la URSS estaba en condiciones de impedir una acción militar norteamericana si llegaba la ocasión.

Esta situación alude a la llamada Doctrina Brezhnev, según la cual si un país socialista aliado de Moscú se encontraba de cualquier manera en una situación capaz de conducir al quiebre del sistema socialista, entonces, como sucedió en Checoslovaquia, Hungría o Polonia, las tropas soviéticas acudirían en consecuencia.

Corría el año 1993, Mario Vázquez Raña, empresario mexicano, propietario de El Sol de México, entrevistó al General de Ejército Raúl Castro Ruz, a la sazón Ministro de Defensa si equiparamos su cargo con similares, a la vez sucesor oficial de Fidel Castro. Copiamos la confesión hecha por quien años después asumiría la presidencia de su país.

Vísperas del año nuevo 1990, El muro de Berlín derribado, la URSS de Gorvachov en medio de serias contradicciones políticas internas, Raúl Castro arriba a Moscú con una misión secreta, confirmar qué haría la Unión Soviética en caso de una posible intervención militar norteamericana. Al efecto, el 29 de diciembre de 1989 es recibido en el Kremlin. Así se lo contó al entrevistador mexicano:

“Presta atención, Mario, la respuesta del máximo dirigente soviético fue tajante: en caso de agresión norteamericana a Cuba, nosotros no podemos combatir en Cuba afirmó textualmente, porque ustedes están a 11 mil kilómetros de nosotros y agregó: ¿Vamos a ir allá a que nos partan la cara?”

“La parte soviética nos hizo saber que no estaba en disposición de plantearle a Estados Unidos ningún tipo de advertencia en relación con Cuba, ni siquiera recordar a Washington el compromiso de (John F.) Kennedy de octubre de 1962, el cual siempre era puesto en duda por cada nueva administración yanqui.”

Lamentablemente, dentro del exilio cubano aún se deja escuchar con insistencia la versión falseada de que hubo un pacto secreto entre EEUU y la URSS que salvó a la llamada Revolución Cubana al impedir una intervención militar norteamericana. Los hechos prueban que tal pacto jamás existió, en todo caso el bien llamado “entendimiento” entre Kennedy y Krushov del 27 al 28 de octubre sin que ambos hombres de estado se dieran la mano o firmaran documento alguno.

Tampoco hubo impedimento estratégico de tipo militar capaz de frenar a los Estados Unidos, ni de frenarlo ahora, si decidieran una intervención militar en Cuba.

Fidel Castro por su parte, desconoció tener obligación alguna de colaborar ante el presupuesto de no exportar la subversión antinorteamericana, pro comunista, donde quiera que le fuera posible hacerlo, contando con el apoyo económico y militar de la desaparecida Unión Soviética. La única línea roja conservada, puede decirse que por parte de la URSS y Rusia, ha sido evitar la presencia de armas nucleares en la isla caribeña.

Por último una pregunta: ¿Quién salió ganando de la confrontación llamada Crisis de octubre de 1962?

Nicolai Leónov, Teniente General de la KGB al mando de su departamento de análisis, amigo de Raúl Castro y su biógrafo reconocido, comentó antes de morir a los 93 años que el Gran derrotado fue Estados Unidos porque «tuvo que aceptar la Revolución Cubana y comprometerse a no atacar la isla, lo que suponía reconocer su primera gran derrota en el hemisferio occidental y un gran revés para la doctrina Monroe». (Swissinfo.ch obituario. 22 abril 2022).


Leonov al centro con Raúl Castro a bordo del barco "Andrea Gritti" en 1953 meses antes del asalto al cuartel Moncada


Si valoramos los hechos durante la década del sesenta, rebajando el tono grandilocuente, el compromiso de Kennedy dio un importante respiro a Castro en sus primeros años de gobierno, no obstante, Washington alcanzó un resultado permanente de importancia estratégica:

El Nuevo Mundo, América, ha permanecido hasta hoy libre de armas nucleares. Una amenaza de 10 minutos en 1962, cuando no había sistemas efectivos de intercepción, significaba un problema existencial para el territorio conjunto que en geografía, población y economía constituye el fundamento de la gran nación estadounidense.

La retirada de los Júpiter no significó un equivalente como peligro ofensivo nuclear, incluso estos cohetes ya estaban siendo sustituidos por sistemas mejorados, Polaris primero y luego Poseidón, con la impronta de los submarinos. Además, EEUU conservó instalaciones balísticas propias y otras junto a sus aliados en la OTAN, al igual en ASIA, algo imposible de contrabalancear por la URSS o Rusia actualmente.

La decisión de La Casa Blanca en cuanto a no invadir a Cuba ha obedecido a otras razones políticas que no son parte de este breve ensayo sobre la Crisis de octubre de 1962. También está claro que la URSS antes o Rusia ahora, no defenderían a la dictadura más prolongada del hemisferio occidental en caso de un ataque norteamericano.

Tuesday, September 2, 2025

Memorias indóciles: Una masacre olvidada en la historia de Cuba*

 


Por Isabel Soto Mayedo

Las páginas más oscuras de la historia de la revolución cubana fueron arrancadas de los textos escolares, pero el tiempo se está encargando de develar las verdades más escondidas. Una de ellas fue lo ocurrido en dos días de pólvora y silencio, a finales de agosto de 1962, cuando se desató un baño de sangre contra los integrantes de un grupo de militares y civiles organizados bajo el llamado Frente Anticomunista de Liberación (FAL).

Este episodio histórico fue el intento de alzamiento armado planeado para el 30 de agosto de 1962, fecha que, según el historiador Alberto Fibla (Diario Las Américas, 4 de agosto de 1999), “debe ser recordada por cada cubano” como un grito prematuro de libertad.

La frustrada conspiración del FAL intentó entonces lo inimaginable: derribar al régimen de Fidel Castro desde dentro de los cuarteles. La operación fracasó antes de comenzar y el horror que siguió aún resuena en informes diplomáticos secretos, en las memorias de los sobrevivientes y en la piel de las familias que nunca pudieron despedir a sus muertos.

Apenas tres años después de la entrada de los barbudos a La Habana, muchos de los que habían combatido contra Fulgencio Batista se sentían traicionados. El “halo de hipocresía” inicial de Fidel Castro, como lo describe Fibla, se disipaba con rapidez, dejando al descubierto la consolidación de un régimen marxista-leninista, de partido único y alineado con la Unión Soviética.

En ese contexto nació el FAL desde dentro de las propias filas castrenses. Su líder fue el comandante Evelio Francisco Pérez Menéndez, conocido como Frank, descrito como “un hombre digno y amante de la libertad”. A su lado figuraba Jesús Faraldo, segundo jefe del movimiento. Ambos planearon un levantamiento popular en La Habana y en otras regiones del país, para lo cual buscaron alianzas con miembros de la Marina de Guerra, la Policía y varios regimientos militares.

Entre las organizaciones que se sumaron al proyecto disidente se encontraban el Movimiento 30 de Noviembre, Unidad Revolucionaria, el Movimiento Montecristi, el Movimiento de Recuperación Revolucionaria (MRR), a través de Héctor Fabián, y otras agrupaciones menores.

También estuvieron incolucradas personalidades políticas como Rufo Lopez Fresquet, quien fungió como Ministro de Hacienda del gobierno revolucionario hasta marzo de 1960, cuando renunció a su cargo.

El FAL no era un grupo aislado. Según testimonios de opositores de la época, consiguió la unificación de un buen número de organizaciones representativas de la resistencia civil, creando una alianza inédita entre militares desencantados y civiles que sentían caer el “yugo comunista” sobre Cuba.

Una guerra civil inminente

La estrategia del FAL era audaz y de una escala colosal. El levantamiento estaba programado para iniciarse a las 7 pm del 30 de agosto de 1962, dos horas antes del tradicional cañonazo de las 9 pm en La Habana, con el fin de sorprender al régimen.

El plan maestro consistía en aislar la capital mediante bloqueos simultáneos en todas sus entradas. El objetivo era descabezar al gobierno, cortando comunicaciones y líneas de suministro, para dar inicio a una “guerra civil” que sus promotores consideraban “justa y necesaria” para liberar a la patria.

Pero la operación fue abortada, porque el gobierno logró infiltrar el movimiento. Cerca de 400 personas fueron detenidas y muchas de ellas terminaron ejecutadas en lo que se conoce como la Masacre del 30 y 31 de agosto de 1962.

Infiltración y represión

La magnitud del proyecto fue, irónicamente, su perdición. Los documentos históricos señalan que el plan “se difundió más de la cuenta”. El régimen activó su táctica predilecta: la infiltración. La Seguridad del Estado, con una eficacia temible debido a la amplia red de soplones y espías que desarrolló desde la clandestinidad y en la Sierra Maestra, penetró las células del FAL.

La reacción de Fidel Castro fue rápida, brutal y ejemplarizante. No hubo juicios justos ni clemencia. Consciente del peligro real que representaba esta convergencia de fuerzas, el régimen inició una oleada de arrestos y fusilamientos indiscriminados. Una purga silenciosa, pero implacable, cayó sobre militares y civiles.


La represión culminó en jornadas de masacre en la Fortaleza de San Carlos de La Cabaña, escenario habitual de los fusilamientos de los llamados Tribunales Revolucionarios.

Evelio Francisco fue fusilado el 21 de septiembre de 1962. Poco después, cayó frente al paredón Ricardo Olmedo, sobreviviente del ataque al Palacio Presidencial del 13 de marzo de 1957. Entre los ejecutados se cuentan, además, Juan Carlos Montes de Oca, Luis Sánchez Carpente y Jesús Sierra. También figura Sara Rodríguez, madre de Carlos y Juan Salabarría, detenida para obligarla a confesar el paradero de sus hijos. Antes de ceder, se quitó la vida.

La mayoría de los implicados encontraron la muerte ante el pelotón de fusilamiento y los que sobrevivieron fueron condenados a décadas de prisión en condiciones infrahumanas. La represión no se detuvo en 1962: durante años, se persiguió y ejecutó a cualquier sospechoso de vínculos con el complot que puso en entredicho la fe ciega en el liderazgo de Fidel Castro.

Un informe diplomático rescatado

Un diplomático occidental, asentado en La Habana en esa época, dejó constancia para su gobierno de lo que vio y conoció de primera mano a través de varias fuentes. Su informe –recuperado ahora en un libro en preparación– es un retrato crudo de la ingenuidad y el heroísmo de aquellos conspiradores. En un extenso y revelador despacho, el diplomático contextualizó el evento dentro del marco geopolítico de la Crisis de los Misiles, en octubre de 1962, y expuso los detalles del fallido plan desde una perspectiva realista que debe ser considerada en cualquier análisis de aquellos hechos.

Así aparece citado por el diplomático en los reportes que he logrado revisar, y cuya autoría omito por el momento a petición de los investigadores involucrados en la pesquisa de los legajos inéditos:

“Sublevación militar interna. Hay dos cuestiones que aparecen confundidas o se interfieren la una a la otra: régimen de Fidel Castro y ocupación militar del territorio de Cuba, como avanzada nuclear soviética contra Estados Unidos. Si esta avanzada, si este campamento militar, ofreciese para la URSS más garantías y seguridades el establecerlo, por hipótesis, en la isla de Puerto Rico o en la de Jamaica, el Kremlin hace tiempo que hubiera abandonado al Barbudo de la Sierra Maestra a su suerte, la cual hubiera sido muy afortunada si en ese mismo mes de agosto hubiera triunfado la última y disparatada sublevación militar interna, pésimamente organizada por el Frente Anticomunista de Liberación, cuyos elementos procedían en su mayoría del Ejército y de las Milicias.

“Uno de los objetivos más acariciados por los conjurados del FAL era el asalto a las bases soviéticas en las que se suponía la existencia de proyectiles balísticos. Ocasión habrá más adelante para detallar que estos hombres llegaron a celebrar conversaciones con los soldados recién llegados del Báltico y de la Europa Central, y que estos les manifestaron que ‘lo que deseaban era la libertad, pero que, en lo que planeaban, era casi imposible que pudieran ayudarlos’.

“Estos hombres del FAL, cuyo heroísmo y valentía nadie niega, cometieron el grave error de no contar con un jefe idóneo, de confundir a los que simpatizaban dentro de los cuarteles con la sublevación como auténticos comprometidos y seguidores; llevados de su entusiasmo e inocente impericia, se les ocurrió algo verdaderamente arriesgado e imprudentísimo, por falta de conocimiento interno de su modo de funcionar: visitaron las embajadas occidentales y anunciaron sus propósitos para pedir su colaboración en el sentido de que informasen inmediatamente a sus gobiernos cuando el golpe de Estado se produjese”.

El error fatal

El informe detalla el momento crucial en que la conspiración se expuso a sí misma. El funcionario diplomático revela que un colega suyo –embajador de un país occidental– estuvo a punto de informar a su capital sobre el inminente golpe, creyendo que triunfaría. Fue él quien, conociendo a los principales implicados y la deficiente organización, lo disuadió:

“Alguno de los embajadores occidentales creyó que el FAL, la primera conjura castrense del nuevo Ejército de la revolución marxista-leninista, iba a triunfar, y a punto estuvo de comunicárselo así a su gobierno. El día 27 de este mes de agosto consultó conmigo; conocía yo a varios de los principales encartados, sabía que eran hombres decididos y dispuestos a jugarse la vida en el empeño de derrocar al régimen por el cual no habían luchado. Yo mismo les advertí que con una organización tan deficiente, su fracaso era seguro. El embajador tenía ya redactado el telegrama: ‘No lo envíe señor embajador, esta sublevación está fracasada de antemano’, le dije”.

Implicados en el alzamiento del 30 agosto de 1962.

Ese error de confiar en los cuerpos diplomáticos resultó mortal. La filtración fue inevitable:

“Y así fue; además de otros informes, el gobierno castrista supo, por alguien –no sé si diplomático o subalterno de una de las embajadas que visitaron los entusiastas conjurados–, que el golpe de Estado se daría el 30 de agosto a las diez de la noche”.

Juicios sumarios y ejecuciones

La redada fue masiva y despiadada: “Cerca de 300 jefes y oficiales fueron arrestados entre el 29 y el 30, algunos fusilados inmediatamente, otros encarcelados. La sublevación había abortado. Interiormente, nada había que temer y aquel levantamiento había sido un suicidio, lleno de nobleza, pero también sobrado de imprudencias”.

La represión no se limitó a los implicados directamente. El informe destaca una víctima en particular, un caso de terror aleatorio para sembrar el miedo:

“Como víctima singular que nada tenía que ver con aquel patriótico alzamiento, al filo de las doce y minutos de la noche, también entre el 29 y el 30, era fusilado Manolín Guillot, que había sido detenido el mes de mayo anterior y sufrido torturas en Las Cabañitas, singulares ergástulas de tormento”.

Purga estalinista

A pesar del fracaso, la audacia del plan conmocionó a la cúpula gobernante. La reacción de Fidel Castro no fue de alivio, sino de paranoia, y por ello ordenó una purga sistemática.

“A pesar del fracaso, aquella sublevación puso nervioso a todo el gobierno y Fidel Castro creyó que sus ramificaciones eran mucho mayores que las descubiertas. La purga de oficiales del antes llamado Ejército Rebelde, el que le siguió en la Sierra Maestra, fue típicamente estalinista”, relata el informe.

El diplomático concluye con una aguda observación sobre la naturaleza de la alianza entre Castro y la Unión Soviética, y sobre el estado de ánimo de un líder que, aun habiendo sofocado la rebelión, se sabía vulnerable: “Pero no dormía tranquilo en ninguna parte el Amo de Cuba, como con la relativa independencia que las conveniencias de la Unión Soviética le consentían”.

Silencio y memoria

Los días 30 y 31 de agosto de 1962 quedaron borrados oficialmente. Nunca hubo alusiones a lo ocurrido, ni conmemoración, ni mención en la prensa controlada por el Estado. La historia fue reescrita para sostener el mito de una revolución humanista, monolítica e inquebrantable.

Pero los documentos –como este informe diplomático– persisten. Son testamentos mudos de un capítulo trágico: el de la valentía de unos hombres que, movidos por un ideal de libertad, se enfrentaron a una maquinaria totalitaria apenas en cierne y pagaron el precio máximo.

Su historia -y la de la madre que prefirió quitarse la vida antes de denunciar a sus hijos ligados al plan– fue silenciada durante décadas y ahora exige ser contada. No como un simple fracaso, sino como testimonio de que incluso, en los momentos de mayor opresión, algunos cubanos valerosos optaron por un “suicidio lleno de nobleza” antes de renunciar a ver la patria liberada del oprobio y la mentira bajo un régimen comunista.

El 30 de agosto de 1962 no fue una simple escaramuza, sino el clímax de una conspiración masiva que pudo haber cambiado el rumbo de Cuba. Su fracaso aseguró la consolidación definitiva del castrismo y exhibió la eficacia aterradora de su aparato de seguridad.

Lo peor: dejó al descubierto hasta dónde estaba dispuesto a llegar el poder para perpetuarse.

*Tomado de Café Fuerte


El Capitolio Nacional de Cuba, la epopeya arquitectónica*


Por Yaneli Leal

El Capitolio Nacional es la gran joya de la arquitectura republicana habanera que, por su imponente estructura y marcado simbolismo nació como emblema poderoso de la ciudad y, aún más, de la nación. Homólogo expedito de las fortalezas coloniales, ha destacado por su inmaculado diseño arquitectónico y estrecha relación con el entorno, el cual debió readecuarse para servirle de antesala lo que, sumado al gran tamaño del inmueble, refuerza su fuerte expresión a escala urbana.

Como se comprobó en el artículo anterior, es un original exponente de una tipología arquitectónica en la que predomina la estética neoclásica, dentro de la cual cada edificio buscó su propia autenticidad. El Capitolio habanero es resultado del ingenio de un valioso equipo de arquitectos cubanos que, demostrando un profundo dominio del vocabulario clásico concibieron una obra bella, de exquisito equilibrio entre las formas geométricas que la componen (círculo y cuadrado), armoniosa relación entre su planta y alzado, y excelencia en los detalles constructivos y ornamentales.

Su primer proyecto corresponde a 1914, cuando los arquitectos Félix Cabarrocas y Mario Romañach fueron convocados por el Gobierno de Mario García Menocal. En esos primeros planos, aunque con un diseño diferente al actual, el edificio se distingue por tener una amplia escalinata de acceso y una cúpula al centro de un cuerpo horizontal rematado por dos hemiciclos. Entre 1916 y 1921 transcurrió la primera etapa constructiva ejecutada por La Nacional, compañía de los arquitectos Antonio Fernández de Castro, Eugenio Rayneri Piedra y Francisco Centurión. La construcción fue paralizada por el presidente Alfredo Zayas durante la crisis económica y rentado el terreno en obras para la instalación de un parque de atracciones, el Havana Park.

Gerardo Machado y su ministro de Obras Públicas Carlos Miguel de Céspedes retomaron el proyecto con el firme propósito de terminarlo para la VI Conferencia Panamericana a celebrar en La Habana en enero de 1928. En mayo de 1926 se retomaron las obras con un ritmo desenfrenado e ininterrumpido que movilizó unos 8.000 obreros las 24 horas del día. Así lo describen las memorias publicadas en 1933: "centenares de obreros se movían en todas direcciones; cuantos medios mecánicos modernos son conocidos fueron empleados en persecución del ideal y todo se ejecutaba cronométricamente, con un orden y organización tal, que semejaba un pequeño ejército que accionaba a la voz de mando de su Jefe".

En esta segunda etapa estuvieron al frente del proyecto los arquitectos Raoul Otero, José María Bens Arrate y, muy especialmente, Eugenio Rayneri Piedra, quien terminó asumiendo toda la dirección técnica y artística. Cada uno introdujo cambios, por lo que la obra final fue resultado del trabajo de los cinco arquitectos cubanos. Entonces la compañía contratista era la firma norteamericana Purdy and Herderson, cuya experiencia técnica y conocimiento del terreno por otros inmuebles que habían construido en la zona, les posibilitaron encontrar las soluciones adecuadas para garantizar la solidez de una obra como esta.

Sobre el papel de esta compañía, que para el Capitolio tuvo a José Sabí Carreras como director facultativo del cuerpo técnico, comenta la arquitecta María Mestre: "Se encargó de la finalización o modificación de planos durante el transcurso de la obra y su labor fue esencial en los momentos más críticos, como por ejemplo el cálculo de la cimentación y estructura de la cúpula y las alternativas presentadas para aligerar secciones que en los planos aparecían como macizos de hormigón. Para ello se recurrió a profesionales cualificados de la empresa ubicados en sus oficinas de Nueva York a pesar de que el 90% de sus efectivos eran cubanos".

El Capitolio de La Habana tuvo que sortear grandes desafíos en tiempo récord. Uno de ellos fue la readecuación del proyecto definitivo a lo ya construido, con la demolición parcial de la obra anterior, y el refuerzo y ampliación de la cimentación preexistente al ser más amplia, alta y pesada la nueva estructura. Para ello se hincó un mayor número de pilotes de jiquí y júcaro hasta la profundidad de siete metros y se hicieron contrafuertes.

Otro aspecto importante fue la extracción y talla de la piedra de capellanía empleada en la planta baja y en las columnas. Se habla de una "verdad constructiva" en el uso de los materiales y su funcionamiento en el Capitolio, por ser una de las obras modernas habaneras que no seduce por el trampantojo de sus molduras y enlucidos, sino por la autenticidad de los recursos empleados. De esta forma, las monumentales piedras cortadas en las canteras de Ceiba del Agua y Artemisa, de igual espesor al muro de carga, constituyen un poderoso basamento para el resto de los niveles, al tiempo que impresiona la talla tradicional del almohadillado y los tantos elementos de fachada como capiteles, balaustradas, metopas, etc.

Unos 5.000 planos describen los detalles de esta construcción monumental que alcanzó los 207,4 metros lineales y 13.483 metros cuadrados de superficie, y que combinó técnicas y materiales tradicionales con estructuras de acero de grandes luces. También de acero es la armazón de la cúpula de 91,73 metros de altura y 32 metros de diámetro. Es un inmueble que exhibe una sobria elegancia exterior y que dentro explaya lujo y colorido en un detallado y exclusivo diseño de pavimentos, mobiliario, luminaria, ascensores, etc. Más de 60 tipos de mármoles, bronces bruñidos, enchapados de caoba y pinturas murales hacen la magia de estancias estilo Imperio, Neorrenacimiento español e italiano, Neoclásico, etc.

Aunque no cumplió con la fecha prevista, ya que finalmente se inauguró en mayo de 1929, tres años parecen escasos para la ejecución de tanto arte e ingeniería. Todo lo cual fue posible por la excelente organización del trabajo y la subcontratación de múltiples artesanos y compañías cubanas, italianas, inglesas, francesas y alemanas para las obras de diseño interior. Por ejemplo, en el último año Purdy and Henderson llegó a contar con la asistencia de más de 40 subcontratistas.

Entre los profesionales que prestigian el Capitolio destaca también el paisajista francés J.C.N. Forestier, quien se encargó del diseño de los jardines. Incluidos en su plan general para La Habana, recreó no solo los 26.391 metros cuadrados que rodean el inmueble sino también su entorno con la ampliación de las calles circundantes, el diseño del Parque de la Fraternidad y el remozamiento de Prado, eliminando su arbolado a partir de la calle Neptuno lo que confiere mayor perspectiva al inmueble. Incluso concibió la ampliación de la calle Teniente Rey como amplia avenida para conectar el puerto con el edificio de gobierno, pero no llegó a realizarse.

La magnífica obra civil del Capitolio se refuerza en sus funciones y en la marcada simbología de su decoración, distribución espacial y nomenclatura de las estancias. 

*Tomado de Diario de Cuba

La historia oculta detrás de Fidel Castro en la Sierra Maestra

 


Nuevo video de Ranfis Suárez sobre Fidel Castro en la Sierra Maestra: guerra química, suciedad y narcotráfico.

Monday, August 25, 2025

Escatología, necrofilia y antropofagia: el cuerpo muerto de una nación

Por Antonio Correa Iglesias

 I

En «Para una arqueología del silencio: la ontología de la víctima»[1] había desarrollado algunos argumentos en torno a la idea de la antropofagia, sobre todo, cuando pensaba en términos de cómo la voluntad y la capacidad que los sistemas totalitarios ejercen una violencia no siempre declarada. Es decir, una violencia que se ejerce ya no solo desde el poder político, sino desde la destrucción de los cuerpos. 

Estas nociones me llevaron a conformar el concepto de «antropofagia totalitaria» para explicar como a partir de ella se establece una violencia arquetípica tanto en el plano físico como moral. Recordemos que «el control de la sociedad sobre los individuos no se operó simplemente a través de la conciencia o de la ideología, sino que se ejerció en el cuerpo, y con el cuerpo» (Foucault, 2017:377). De ahí que lo que he llamado «violencia ontológica» me permite analizar analizarla desde el «entendimiento» de la deshumanización moral y física. El sujeto cuando desaparecer de la memoria del otro muere ontológicamente. «[…] cuando ya no quedan testigos, no puede haber testimonio. […] Están prohibidos el dolor y el recuerdo […]» (Arendt, 2014:548)



Comprender esto, supone comprender también por qué la historia de la nación cubana está llena de ausencias. El discurso totalitario ha vaciado, como bien diría Rafael Rojas, el estante de libros, que es también una manera de vaciarlo de sujetos para alimentar la desmemoria.

Louis A. Pérez Jr. en «To Die in Cuba: Suicide and Society»[2] ha puesto en perspectiva el fenómeno del suicido en una sociedad donde esta práctica ha adquirido connotaciones existenciales, sentimentales pero también -y como sucede en los regímenes totalitarios- un modo de ejecutar una agenda política. Sin embargo, Pérez Jr. pasa por el alto el hecho de que morir en Cuba es también experimentar una muerte dilatada, una vida consumida por un sacrificio inútil, una niñez plagada de carencias y cenas simbólicas atestadas de vacío. La vida escamoteada por la muerte travestida.  Éxtasis y lujuria, pero también olvido, silencio, marginación, miedo y humillación han hecho del cinismo un modo de vida social expresado muchas veces desde una impunidad no ha sido otras cosas que un modo de sofisticación del poder político.

Por eso escatología, necrofilia y antropofagia han terminado siendo formas categoriales para pensar el cuerpo muerto de la nación cubana. 


El éxodo como thelos

Mark Grei en «The Age of the Crisis of Man: Thought and Fiction in America, 1933–1973»[3] explica como el impactado en el pensamiento social y filosófico en los Estados Unidos está ocurriendo, no en la filosofía, la historiografía o la sociología, sino en la literatura de ficción. Aunque un estudio de esta magnitud sigue pendiente para el caso cubano, me anticipo a afirmar que al menos desde la literatura y desde los campos de las artes visuales, muchos creadores cubanos están haciendo más que muchos historiadores y sociólogos sindicalizados.

Como nunca la noción de una historia como espejismo ontológico va cobrando forma en la conciencia de cierta intelectualidad cubana. Imaginar la nación ha sido -históricamente- un recuso febril. Desde los criollos patricios, los barbudos de verde-olivo resguardando bajo el sobaco su adoración al marxismo, los revolucionarios inflamados que entre izquierda, derecha e izquierda engolan su voz, hipostasiando memorias, los intelectuales progresistas, los opositores orgullosos de ingenuidad, sin memoria histórica y con vocación de diálogo, los inadaptados sociales tanto adentro como afuera, los ambiguos, seres oblicuos y oportunistas, entre tantos otros, todos y cada uno de ellos se han aferrado a un proyecto de nación imaginada. Identidad deformada por el apócrifo discurso nacionalista que, como buen autócrata, no sabe que va desnudo.

¿Cómo pensar el cuerpo de la nación cubana desde nociones fundamentales como escatología, necrofilia y antropofagia?

El peso simbólico de esta nación imaginada en la conciencia ha generado una narratividad febril, anclada en una secularidad histórica y proto-nacionalista. Cuba nació como un imaginario, como un modelo de paraíso. Hoy más que nunca se hace indispensable ensayar en las zonas periféricas, en esos nichos, en esos reductos de misticismo que han prevalecido y establecido una idea falsa de nación, una idea falsa de país, una idea errada de pueblo, una noción raquítica del destino. Ensayar esas zonas limítrofes solo es posible si nos sumergimos en el marabusal escatológico que ha sido la estructura invertebrada de esta nación que desemboca en eso que Lino Novas Calvo llamó “cuerpo liquido” y que hoy, más que un cuerpo, es una ampolla fétida.

II

Julio Lorente ha comenzado a exhumar los restos simbólicos de una nación, de un territorio a la deriva, de una nación que intentó nacer, pero que naufragó, una “nación” que ha sobrevivido, que es en todo caso una manera de mal vivir y que hoy más que nunca regresa a la deriva, envilecida.

La obra de Julio Lorente ha centrado su indagación visual en el cuerpo iconográfico de la nación, es decir, en aquello que nos constituye desde una ideología política y que termina conformando una idea de nación como artificio. El sujeto nacional ha terminado siendo un sujeto patológico mostrando en lo que nos hemos convertido. Julio Lorente traza un isomorfismo en torno a la crisis de representación simbólica y política que ha envilecido a la nación cubana en los últimos sesenta años y de la cual, un sujeto ha tomado su fisonomía.



La muerte, la idolatría, el carácter atávico de los sentimientos, el olor a formol, la desmemoria, la momificación, la atemporalidad, la carne, la isla de carne, la carne podrida, el héroe en negativo, la solemnidad habitada por moscas, la desacralización de los símbolos, la sangre, lo post-mortem, la rabia, la ingravidez, el mesianismo, el negro, el vacío, la sensación de «como el pasado se parece al futuro» son algunas de las pistas para comprender la obra de Julio Lorente. Son recursos siniestros, por eso el cuerpo atrofiado, ampollado, victimizado por la violencia, el cuerpo desgastado, desahuciado, carente de identidad, el cuerpo sodomizado, muerto, revivido, mutilado en la carne, el cuerpo que no vive sino sobreviven en su siniestra deformidad, anticipan la muerte en vida, una muerte que destierra el anhelo del descanso eterno.

Julio Lorente no se andan con paños tibios, llama a las cosas por su nombre y evade cualquier hipérbole. Tanto los sujetos de la iconográfica ideología, así como las víctimas y los victimarios, todos lucen sus uniformes militares, sus grados, sus instrumentos de tortura, sus técnicas de estrangulamiento. No hay en ellos una sublimación del conflicto, una búsqueda eufemística para aminorar la corrosiva represión, en todo caso, la represión, sin rubor, nos muestra su rostro.

Si en “De cómo el pasado se parece al futuro” [2009], Fidel Castro y José Martí se miran uno frente al otro abrigado por un silencio perturbador, un silencio que pone en perspectiva dos ideas diacrónicas de nación, en “Antropofagia Martí” abraza un pedazo de carne que termina simulando al Sagrado Corazón para más tarde ensayar en torno al cuerpo necrosado, un cuerpo como «vitalidad taxidemica», una imagen del Apóstol que no es otra cosa que la adoración siniestra a la muerte «religio mortis». 

Julio Lorente recupera un recurso del pop-art y como Raul Martinez, serializa en “Sombra cíclica” la patética imagen de un Martí, que momificado, termina siendo un recurso recurrente en el imaginario de aquellos que, como él, también están muertos. 



Los sujetos del totalitarismo —aunque no todos lo reconozcan, sobre todo cuando se trata de antologías— ocupan un lugar especial en la búsqueda visual de Julio Lorente. Poco importa si la imagen que se refracta viene del espejo de Dorian Grey o del espejo de Grimhilde; los espejos no mienten, por eso en “Magic Mirror” [2022] el cristal se quiebra ante la fuerza terrible de Fidel Castro.  

En Julio Lorente hay una profunda inversión simbólica como recurso poético, una inversión que no es otra cosa que un positivo resentimiento generacional como cotejara Ernesto Hernández Busto. La diferencia —con los otros— radica en el cuidadoso reconocimiento de quienes han sido sus referentes, sus pautas genealógicas en un país que ha lobotomizado el imaginario social y político y ha impulsado desde la cultura una filosofía del tuerto en un reino de los ciegos. 

La revisión histórica de una proyección política que desde el poder se hace del arte, ha tenido en la obra de Julio Lorente un espacio fundamental de significación, de ahí la fascinación que siente por la obra de Piotr Belov de la cual recupera recursos estilísticos, o la pintura testimonial y apocalíptica de Romero Ressendi, o la obra de Tomás Esson; a lo que habría que añadir su transgresión analítica a áreas como la sociología política, la antropología, y el pensamiento filosófico que terminan canalizándose en ensayos, reseñas, artículos para revistas y libros. 

Y lo mejor de todo es que lo hace desde un cuidadoso, detallado, delicado y rotundo manejo de la pintura. A través de esta, Julio Lorente logra destilar la morfología del dolor, el sentido de la asfixia, el coro estridente de quien fustiga, el otro visto a través de los ojos de sí mismo, la sangre en las manos, los sujetos degollados, las heridas, las víctimas. La pintura es el vehículo para dar cuenta de una voluntad antropofágica. Una voluntad que ha hecho del sistema una normatividad de orden totalitario. Una voluntad que destruye los cuerpos, sin ellos no hay testimonio, sin ellos no hay memoria. 


11-J, el anhelado y aún frustrado despertar de los cubanos

Las obras más recientes de Julio Lorente «Incredulidad» [óleo/lienzo 20 x 24 pulgadas 2024] pone en perspectivas esta argumentación. En toda su producción visual hay una lectura política no solo porque abiertamente lo es, sino porque no pretende otra cosa, además, no hay pudor por escamotear este sentimiento y está bien que así sea. Es como cuando leemos “Conversación en la Catedral”, el conflicto político opera la dinámica de cada uno de los personajes y, sobre todo, el tiempo en los que estos interactúan. Por eso en la década del setenta, había que forrar, seguramente con algunas páginas de alguna revista soviética el libro para poder leerlo en público. O cuando leemos «Soldados de Salamina» de Javier Cercas donde el conflicto político del «guerracivilismo» es una fijeza en el ADN político y en la cultura española.

Hemos de convenir que Cuba es una presencia, un fardo, la piedra que incansablemente carga y recoge Sísifo una y otra vez. Uno termina abandonando la isla, pero esta, empecinada, nos acompaña incluso a los rincones más insólitos. Hemos de convenir también que la poesía ha sido un signo de identidad de lo cubano, un rasgo de distinción. Sin embargo, Julio Lorente introduce -con la noción de herida- una nueva distinción representacional en torno a Cuba. La herida, la llaga sangrante, que ha comenzado a aparecer en su última serie de obras, rememora el pasaje traumal de un cuerpo transado por un dolor inexplicable.



11-J, el anhelado y aún frustrado despertar de los cubanos

Es interesante cotejar como Julio Lorente se vale de toda una iconografía clásica y teologal, para re-semantizar el dolor asociado a la herida que es Cuba. Porque la isla termina siendo eso, un dolor, una herida abierta que drena su sangre no solo en el rostro de una virgen. 

Si en obras anteriores la herida -que en su morfología terminaba reproduciendo la geografía de la Isla de Cuba- solo era el vestigio de una laceración, en «Incredulidad» [óleo/lienzo 20 x 24 pulgadas 2024] Julio Lorente nos acerca a la llaga, nos pide que escrutemos sus texturas, sus viscosidades. Solo así, -como en las llagas de Cristo- sabremos calibrar la profundidad de esta lesión que, en un cuerpo vivo, sigue promoviendo el misterio de su pasión y su lenta muerte. «Incredulidad» es una obra contundente, y lo es porque desde otro tipo de pintura, desbanca toda acción povera, toda acción residual entendida como antropología o sociología que termina compulsando los resortes del activismo.

Julio Lorente es un creador visual, pero, sobre todo, es el pretexto a través de los cuales se puede dilucidar cómo, escatología, necrofilia y antropofagia no siempre son nociones «claras» en la ya de por sí poco imparcial y ubicua cultura cubana de dentro y fuera de la isla. Insinuar otra cosa, es condimentar aún más la falacia sobre la cual se ha erigido una narratividad histórica, ideológica y cultural. Finalmente, una antología real del totalitarismo debería partir de un criterio más inclusivo, con el solo propósito de no reproducir los mecanismos que una vez, nos hicieron huir de nuestro país.

[1] https://hypermediamagazine.com/literatura/ensayo/silencio-victima-ensayo-totalitarismo/ 
[2] Pérez, L. A. (2005). To die in Cuba: Suicide and society. UNC Press Books.
[3] Greif, M. (2015). The age of the crisis of man. In The Age of the Crisis of Man. Princeton University Press.