Tuesday, June 17, 2025

Destierro y destiempo

Por Gustavo Pérez Firmat


Deslenguados a unas pocas leguas. Collage de LLL.

Soy lo que fui, hace años, para siempre: un cubano de Miami, sin lengua pero deslenguado, que ha tenido la buena suerte y la mala fortuna de vivir casi toda su vida en un país libre, pero que no es el suyo, y de escribir su obra en dos idiomas, ninguno de los cuales en propiedad le pertenece. El exilio nos cambia, nos da la oportunidad o nos impone la obligación de convertirnos en otra persona, alguien que a veces no se nos parece. De ahí que, para mí, el hacer carrera de profesor y escritor más que un destino ha sido un desatino, una especie de falla, un accidente topográfico producido por los temblores que sacuden la isla donde nací. Soy escritor para dejar constancia que debí haber sido otra cosa. Hace años escribí un librito que titulé Equivocaciones. Y es que no escribo por vocación; escribo por equivocación. Meter la pata es mi condena. A decir verdad, yo nací con alma de almacenista, igual que mi padre y que mi abuelo—cuestión de libras en vez de libros, de arrobas en vez de arrobos, de joie de víveres.

El que padece la ausencia no es un perdedor, aunque haya perdido. Al perdedor algo le ha sucedido. Su pérdida es transitiva, tiene un complemento: alguna posesión, un ser querido, su país. La ausencia carece de transitividad. Al expresarse como verbo, deviene una acción reflexiva que recae sobre el sujeto: ausente es quien se ausenta. Y aunque un perdedor también puede perderse, el que se ausenta no se pierde. A veces sucede todo lo contrario y en la ausencia se halla a sí mismo. En un sentido estricto la ausencia es la pérdida de lo que nunca se tuvo, una pérdida en sí perdida. De ahí que su tesitura afectiva, como señala LaCapra, sea la melancolía en vez del luto (48).

Sucede, sin embargo, que una pérdida de mucha duración, que se hace crónica e irreversible, llega a experimentarse como ausencia. Para el perdedor a largo plazo, el objeto de la pérdida se desvanece, y lo que ya no se tiene se confunde con lo que nunca se tuvo. Cuando esto sucede, el luto por la pérdida se desliza hacia la melancolía por lo ausente—una melancolía sin fin, ya que no hay manera de restituir lo que nunca fue. Así ocurre, por ejemplo, en la obra de escritores cuyo destierro se prolonga por varias décadas, en particular si abandonaron su país natal muy jóvenes. Esta es la situación de los integrantes de la “primera generación cubanoamericana” (Rojas 26) o “la generación 1.5” (Pérez Firmat 18): Roberto Fernández, Cristina García, Carolina Hospital, Dionisio Martínez, Pablo Medina, Elías Miguel Muñoz, Achy Obejas, Virgil Suárez (entre otros). El saber de ausencia le imparte a la patria largamente perdida un carácter fantasmático, irreal. Más que un referente histórico es una figura de la imaginación. Como en la novela de Cristina García, Dreaming in Cuban (1992), Cuba no se recuerda, se sueña.Hace unos años hice una lectura de poesía en un centro para personas jubiladas cerca de Chapel Hill, el pueblo en Carolina del Norte donde vivo. Después de mi presentación se me acercó una señora para decirme que aunque no era cubana y había vivido toda su vida en el profundo sur, entendía los poemas que yo acababa de leer porque, en sus palabras, “aging is a process of exile.” O sea, envejecer es un exilio. Siempre he recordado esa frase, y con los años me he dado cuenta de que esa sexagenaria Scarlett O’Hara, teñida de rubio y vestida con shorcitos para jugar tennis, tenía razón. 

En su juventud, el exiliado le apuesta al tiempo. Confía en que, con el tiempo, el destierro será redimido por el regreso. De ahí aquel brindis tantas veces repetido por los exiliados cubanos: “El año que viene estamos en Cuba.” Sin embargo (y hasta con embargo), a medida que el exiliado envejece, el tiempo, antes su cómplice, se le vuelve hostil. Empezamos a perder el tiempo, por así decirlo. Empezamos a sentir una falta de sincronía entre el tiempo de nuestras vidas y el tiempo de la historia. Nuestro tiempo, en el sentido histórico, ya no coincide con nuestro tiempo, en el sentido vital. Cuando esto sucede, en vez de vivir con tiempo, a tiempo, vivimos a destiempo.

Por supuesto, esta sensación de destiempo invade a todo el que llega a viejo. En mis cursos les digo a los estudiantes que no me hablen acerca de nada que haya ocurrido en los últimos diez o quince años porque no tengo la menor idea. El presente, la contemporaneidad, a ellos les pertenece. Ojalá la sepan aprovechar. En vez de ser contemporáneo de mis estudiantes. soy su destemporáneo. Compartimos la misma época pero no el mismo tiempo. 

Para el exiliado, el destiempo, la destemporaneidad tiene repercusiones que van más allá del no estar al día, del proverbial despiste, ya que altera la definición misma del exilio. Envejecer en el exilio es también el envejecer del exilio. Como nosotros, el exilio tiene sus edades: su juventud, su madurez y su tercera edad. Y si hay achaques de la edad, también hay achaques de la edad del exilio, que nos dejan marcas no tan evidentes como las arrugas o las canas, pero no por ello menos reales. Cuando el exilio dura por décadas deja de ser un estado pasajero para convertirse en una condición crónica. Crónica en ambos sentidos: una condición sujeta al tiempo y tan irreversible como el propio envejecer. Al final de la película de Andy García, The Lost City, el protagonista, Fico Fellove, abandona la isla. Al llegar a Nueva York le dice a un americano: “I’m only impersonating an exile. I’m still in Cuba.” Es posible que todo el que ha abandonado su país, al llegar al destierro, piense igual que Fico Fellove y niegue la realidad del exilio. Pero enton pasan los años. Y al fin al cabo otra realidad se impone, la realidad de un de un exilio crónico, exilio duro por duradero, sin fin ni finalidad. La impostura ya no es máscara; es cara. Es más, es más cara.

Llegué a Miami con mi padres y mis hermanos el 24 de octubre de 1960 y nunca he vuelto a Cuba. Cuando llegué tenía 11 años; ya he cumplido 64. A medida que ha pasado el tiempo, el exilio ha ido acaparando una parte cada vez mayor de mi vida. Ya ocupa más de tres cuartas partes. Es como si la edad de mi exilio se fuera aproximando más y más a mi edad. A veces hasta me parece que algún día mi exilio y yo tendremos la misma edad. Ese día, el niño que vivió en el Reparto Kohly en La Habana y asistió a La Salle del Vedado habrá desaparecido por completo. Ese día, seré sólo exilio. Seré alguien que sabe que ha perdido algo pero que no sabe lo que es porque la época antes de la pérdida ya no existe.  

Así es como se presentan los síntomas de un exilio perdurable. No es mero juego de palabras decir que el exiliado crónico es también un exiliado anacrónico. Después de tanto tiempo, lo que ya no se tiene se confunde con lo que nunca se tuvo, y lo que fue nostalgia se siente como melancolía. Supongamos que Fico Fellove todavía vive en Nueva York. ¿Cómo se describiría a sí mismo después de medio siglo de exilio? Dudo mucho que siga diciendo que el exilio es una impostura, que él todavía está en Cuba. Creo que diría que el exilio ha calado en lo más profundo de su ser. Tanto, que ya ni siquiera es un cubano exiliado. Es un exiliado cubano. Lo sustantivo es el exilio; lo adjetivo, la nacionalidad. 

No sé en qué momento arribé a lo que en inglés se llama the point of no-return, modismo que para el exiliado cobra un significado inusitado. Sé que no fue una revelación súbita. Ocurrió poco a poco, casi insensiblemente. El primer atisbo coincidió con la invasión de Playa Girón. Cuando desperté para ir al colegio la mañana del 17 de abril de 1961 mi tío y mi padre estaban en el Florida Room de nuestra casa en Miami escuchando trasmisiones de onda corta, ambos convencidos de que la invasión iba a triunfar. Cuando no fue así, dejaron de hablar con tanto optimismo de un regreso inmediato a la isla. Lo mismo sucedió con la llamada crisis de los misiles. Y con los desembarcos de Alpha 66. Y con la fingida gestión de Alabau Trelles. Y con tantos otros momentos de esperanza y desengaño, booms and busts. El lema de mi padre, como el de tantos, era siempre: “Lo bueno que tiene esto es lo malo que se está poniendo.” Con el tiempo el lema se trocó en dilema: la cosa se ponía cada vez peor pero nada bueno salía de ello.

La última vez que me pareció que nuestro exilio tenía expiration date, fecha de vencimiento, fue a principios de los años 90, después de la caída del muro de Berlín. En uno de mis libros describo un concierto de Willy Chirino en el Dade County Auditorium que ocurrió en el verano del 1991. Chirino acababa de lanzar una canción que pronto se convirtió en himno: “Nuestro día ya viene llegando.” En ese momento sí nos parecía, en efecto, que el regreso era posible. Pero entonces, igual que antes, igual que siempre, empezaron a pasar los años y nuestro día no acababa de llegar. Llegaban, eso sí, más y más cubanos a las costas de la Florida.

Por esos años, además, mi familia entró en uno de esos ciclos de contracción que atribulan a todas las familias. Hay épocas cuando las familias crecen y otras épocas cuando las familias menguan. Durante nuestras primeras décadas de exilio, mi familia crecía. Los que éramos jóvenes nos casábamos y teníamos hijos. Los que ya no eran jóvenes, seguían tirando. Por esos años me parecía que nadie se moría en Miami. En los años noventa, la familia empezó a menguar. Primero los abuelos, después los tíos y las tías. Cuando mi padre falleció, hace justamente diez años, me di cuenta de que nuestro exilio era definitivo, que ya habíamos llegado al point of no return. La fecha de vencimiento nos había vencido. Si no había regreso para mi padre, tampoco podía haber regreso para mí. Orlando González Esteva tiene una frase que describe con precisión mis sentimientos: “El futuro ya pasó.” No digo que el futuro haya pasado para todos. Sólo digo que ha pasado para mí. 

Cuando el futuro pasa, el tiempo se vuelve destiempo, o lo que es peor, contratiempo. El año que viene no vamos a estar en Cuba. El día que venía llegando no llegó. La esperanza de la espera se dirime en la sabiduría de que ya no hay motivo para seguir esperando. Ahora cuando pienso en Cuba, oigo la voz de mi padre, que ya no existe. Lo cual no quiere decir, claro, que yo no siga siendo cubano. Descreo de la asimilación, del desexilio, del ex-exilio o del post-exilio. Tampoco creo en un exilio que deviene diáspora o emigración. Pero sé que un exilio sin fin, que un exilio sin auxilio, ha cambiado mi relación con el país donde nací.

Hay tres palabras distintas para designar la condición de ser cubano--cubanidad, cubanía y cubaneo. En inglés, todas se traducen Cubanness, aunque no significan lo mismo. El término más antiguo y difundido es cubanidad, cuyos orígenes se remontan al despertar del sentir nacionalista en Cuba a principios del siglo XIX. En una conferencia del 1939, Fernando Ortiz define la cubanidad como “la condición genérica de cubano” (“Los factores humanos de la cubanidad” 166). El adjetivo es clave: la cubanidad es un atributo genérico. No admite individualización. En el sentido en que uso el término, designa un estado legal avalado por partidas de nacimiento y pasaportes, documentos que equiparan la nacionalidad con la ciudadanía. Esto quiere decir, sin embargo, que la cubanidad es la manifestación más precaria de la nacionalidad. Es posible ser cubano y no tener vínculos legales con Cuba. Lo opuesto también sucede: para reclamar cubanidad no es necesario haber nacido o haber sido criado en Cuba. Basta con una carta de naturalización. 

El cubaneo es distinto. A diferencia de la cubanidad, prescinde del aval de documentos expedidos por un gobierno. En lugar, se manifiesta en todo un repertorio informal de gestos, gustos, costumbres, de maneras de hablar, pensar y sentir. En vez de nombrar un estado civil, el cubaneo designa un estado de ánimo—una actitud, un talante, cierta disposición afectiva. De ahí que el referente del cubaneo no sea un país—entidad política—sino un pueblo—conjunto social y cultural. Cabe añadir que el cubaneo no siempre ha sido bien visto, inclusive por los propios cubanos. Es el blanco de obras como Manual del perfecto sinvergüenza (1922) de José Muzaurrieta, La indagación del choteo (1928) de Jorge Mañach y El carácter cubano (1941) de Calixto Masó. Un reciente diccionario de cubanismos publicado en España define el cubaneo de esta manera: “Actitud despreocupada y superficial que se considera típica de los cubanos” (Diccionario del español en Cuba 169). Un ejemplo de esta actitud es la frase favorita de mi padre, “Jodido pero contento,” máxima que sabiamente supedita la jodedera a la jodedura. Como dijo no sé quién, a veces lo más profundo es la piel. 

En efecto, el cubaneo dista mucho de ser superficial. O más bien, se trata de una actitud superficial que entraña un sentido profundo. Pues si la cubanidad designa pertenencia a una nación, el cubaneo denota algo igualmente significativo: pertenencia a una comunidad. Para el exiliado, el cubaneo ayuda a colmar el vacío creado por la separación. Es un antídoto contra la ausencia. Porque en el fondo esa informalidad efusiva y callejera—encarnada en el paradigmático apóstrofe callejero, “oye tú”—no es otra cosa que una manera de reanudar los vínculos rotos por el exilio. Como el “oye tú.” el cubaneo reclama comunicación, contacto. El slogan de un anuncio comercial en la Cuba que ya no existe preguntaba: “¿Hay ambiente, mi gente?” Como la cerveza Crystal, el cubaneo crea ambiente, mitiga el desconcierto de vivir en tierra extraña.

Llegamos entonces al tercer término, cubanía, una de esas pocas palabras con fecha de nacimiento, ya que fue acuñada por Fernando Ortiz en la conferencia que mencioné anteriormente, dictada en la Universidad de La Habana el 28 de noviembre de 1939. Desde entonces, “cubanía” y “cubanidad” tienden a usarse indistintamente, aunque Ortiz introdujo la nueva voz para discriminar entre ellas. La idea para el neologismo le llega a Ortiz de Miguel de Unamuno, que distinguía entre hispanidad e hispanía. Según Unamuno, igual que hay una diferencia entre humanidad, atributo genérico, y hombría, virtud individual, existe una distinción correspondiente entre hispanidad e hispanía.

Siguiendo los pasos de Unamuno, Ortiz define la cubanía como una cubanidad arraigada en el sentir del individuo. “Una cubanidad,” dice él, “sentida, consciente y deseada” (166). Por lo tanto, la cubanía no yace en una relación legal entre un ciudadano y su nación, ni tampoco en la relación de cordialidad entre cubanos. La cubanía forma parte de nuestra vida interior. No se convalida, se siente. No se expresa, se siente. Según Ortiz, estriba en “la conciencia de ser cubano y la voluntad de quererlo ser” (166). Sucede entonces que la cubanía no depende de contingencias como el destierro o el destiempo, sino de un acto de voluntad, de una especie de añoranza, un querer ser (tal vez, un querer ser lo que ya no somos). A diferencia de la cubanidad, que remite a un país, y a diferencia del cubaneo, que remite a un pueblo, la cubanía encarna en algo más sutil e inefable: en una patria. Como en el conocido poema de Martí, “Cuba y la noche,” la patria es una presencia cordial e íntima, una posesión inconfiscable, un país que no se abandona y un pueblo poblado de noche.

La Constitución cubana del 1940 afirma: “El ciudadano tiene derecho a residir en su patria.” Y también tiene el derecho, digo yo, de que su patria resida en su interior. La cubanía es la manisfestación de lo cubano propia de los exiliados para quienes el único regreso posible es hacia adentro y no hacia atrás. Como dijera una vez el escritor español Vicente Llorens, los ojos del exiliado no ven lo que miran, sino lo que llevan dentro. La Cuba de la cubanía es una corazonada. Como tal, es mitad corazón y mitad nada. 

No se me oculta que al fundar mi relación con Cuba en el concepto de cubanía me estoy evadiendo de la historia y hasta de la geografía de la isla. Reconozco que la Cuba de la cubanía guarda poca relación con el país que hace más de medio siglo padece la dictadura castrista. Tampoco se me oculta que en mi relación con Cuba hay un elemento de rencor. No es casualidad que en inglés destiempo es distemper, que quiere decir mal humor. 

No sé si a otros cubanos exiliados les pasará lo mismo, pero en lo que se refiere a Cuba, reboto entre el apetito y el empalago. Hay épocas cuando mi mundo mental y sentimental gira alrededor de Cuba, centro de gravedad y ligereza. Pero hay otras épocas cuando me harto de todo lo que tenga que ver con Cuba. Entonces me canso de ser sombra de ese Pérez cualquiera que dejó su país siendo niño y hace más de treinta vive en un apartado lugar que en otro tiempo e idioma se hubiera llamado la Loma del Chaple, pero que aquí y ahora se llama Chapel Hill. 

De más está decir que estos sentimientos encontrados, este vaivén entre apego y rechazo, love and hate, también se proyectan hacia el sujeto que los siente, hacia uno mismo, ya que si bien es verdad que, como dice Albita en una de sus canciones, no tenemos la culpa de haber nacido en Cuba, sí tenemos la culpa—los de aquí y los de allá y los del más allá—de que a Cuba le haya pasado lo que le pasó.

Ultimamente mi resguardo contra lo cubano, mi cura de Cuba, es un pueblecito que se llama Mayberry. Está ubicado en las montañas de Carolina del Norte. Tiene 1800 habitantes, o más bien residentes, la mayoría de los cuales, aún hoy en día, nunca ha viajado más allá de los límites del pueblo. Las grandes carreteras que criscruzan (digo, que atraviesan) los Estados Unidos no pasan por Mayberry. La razón es muy sencilla: Mayberry no existe. Es un lugar ficticio, la localidad donde transcurre un programa de televisión de los años 60, The Andy Griffith Show, del cual mi esposa Mary Anne y yo somos fans. Hace un par de años que me dedico a escribir un libro sobre este lugar sin límites. Me puse a trabajar en este proyecto durante uno de mis accesos de desamor patrio. Quería alejarme de Cuba, imaginar una vida no dañada por el exilio, una vida como la de los ciudadanos de Mayberry. Pero es una ambición irrealizable. Ni siquiera en Mayberry he podido olvidar quién soy y de dónde. 

En uno de los episodios del programa, Barney Fife, el asistente del sheriff del pueblo, saluda a otro mayberriano diciéndole, en un español macarrónico, “Hola, amigo.” El otro le pregunta al sheriff: “Is he one of ours?” (“Mountain Wedding”). Si me hacen esa pregunta a mí, siempre tendré que responder que no. No soy uno de ellos. A pesar de su afabilidad, esa gente no es mi gente. A pesar de los 30 años que he vivido en el profundo sur, ese ambiente no es mi ambiente. No existe manera de tender un puente, ni aunque fuera un gran puente, entre Mayberry y el Reparto Kohly.  

Cuba es una piel que no se muda, sobre todo cuando degenera en pellejo. Dice Dulce María Loynaz: “De las islas no se despide nadie para siempre” (Un verano en Tenerife 28). Y dice Tres Patines: “Por mucho que crezca, el bombín nunca llega a bombón.” Y no es que yo sea un bombín, ni mucho menos un bombón, but if the cap fits, wear it. Traducción en cubano: “Al que nació pa’ tamal, del cielo le caen las hojas.” En mi caso particular, son las hojas de los libros que me han hecho profesor inútil y escritor equivocado.


Obras citadas

Diccionario del español en Cuba. Coordinación de Gisela Cárdenas Molina, Antonio María Tristá Pérez, Reinhold Werner. Madrid: Gredos, 2000. 

LaCapra, Dominick. Writing History, Writing Trauma. Baltimore: Johns Hopkins University Press, 2001. 

Loynaz, Dulce María. Un verano en Tenerife. Madrid: Aguilar, 1958.

“Mountain Wedding.’’ The Andy Griffith Show: Season Three, episode 31, written by Jim Fritzell and Everett Greenbaum, directed by Bob Sweeney, broadcast April 29, 1963.  

Ortiz, Fernando. “Los factores humanos de la cubanidad.” Revista Bimestre Cubana 21 (1940): 161-86.

Pérez Firmat, Gustavo. Vidas en vilo. La cultura cubanoamericana. Madrid: Colibrí, 2000.

Rojas, Rafael. Tumbas sin sosiego. Revolución, disidencia y exilio del intelectual cubano. Barcelona: Anagrama, 2006.

The Lost City. Directed by Andy García. Performances by García, Dustin Hoffman, Inés Sastre and Bill Murray, CineSon, 2005.   

(Publicado originalmente en el Anuario Histórico Cubanoamericano #1 (2017): 51-61.



Monday, June 9, 2025

De nuestros miembros: Gustavo Pérez Firmat, Julio Shiling, Arturo Cárdenas, Francisco Rodríguez, Eduardo Lolo y Luis Leonel León (mayo 2025)

El profesor y escritor Gustavo Pérez Firmat ha sido seleccionado para integrar The American Academy of Sciences and Letters, una institución dedicada a honrar la excelencia en la erudición en todas las disciplinas del mundo universitario moderno. En noviembre próximo será la ceremonia donde se honrará su labor. ¡Nuestras más calurosas felicitaciones al muy justamente galardonado colega! 

Pérez Firmat es uno de los más importantes intelectuales del cubano del exilio. Sus libros Life on the Hyphen (1994) –traducido al español con el título Vidas en vilo (2000)– y Next Year in Cuba: A Cubano’s Coming of Age (1997), nominado al Premio Pulitzer de no ficción (El año que viene estamos en Cuba), entre otros, se consideran obras icónicas de la literatura cubanoamericana. 

Apreciado por cubanos y angloparlantes por igual, ha recibido el reconocimiento de la Fundación John Simon Guggenheim, el Fondo Nacional para las Humanidades, el Consejo Americano de Sociedades Científicas, la Fundación Mellon, etc. En 1997, Newsweek lo incluyó entre los 100 estadounidenses a seguir para el siglo XXI y la revista Hispanic Business lo seleccionó como uno de los 100 hispanos más influyentes en los Estados Unidos. Pérez Firmat, además, apareció en el documental Cubamerican y en la serie de PBS Latino Americans del 2013. 

Entre sus libros de investigación y crítica literaria y cultural vale citar: Idle Fictions (1982, 1993), Literature and Liminality (1986); Do the Americas Have a Common Literature (editor, 1990); The Cuban Condition (1989, 2006); Life on the Hyphen (1994, 2012); My Own Private Cuba (1999); Cincuenta lecciones de exilio y desexilio (2000; 2016); Vidas en vilo, 2000, 2015); Tongue Ties (2003); The Havana Habit (2010); A Cuban in Mayberry (2014).



También ha publicado varias colecciones de poesía en inglés y español: Carolina Cuban (1987); Equivocaciones (1989); Bilingual Blues (1995); Scar Tissue (2005); The Last Exile (2016); Sin lengua, deslenguado (2017), Viejo Verde (2019); la novela Anything but Love (2000). Life on the Hyphen recibió el Premio Nacional del Libro Eugene M. Kayden University Press en 1994 y recibió una Mención Honorífica en el Premio Katherine Singer Kovacs de la Modern Language Association y el Premio del Libro Bryce Wood de la Latin American Studies Association.

Por otra parte, otros de nuestros académicos han estado muy activos en el mes de mayo participando individualmente, o en forma colectiva, en importantes actividades para conmemorar la caída en combate de José Martí y celebrar un aniversario más de la fundación de la República de Cuba en 1902, así como escribiendo y publicando nuevos trabajos sobre tales efemérides. Entre ellos Julio Shiling, Arturo Cárdenas, Francisco Rodríguez, Eduardo Lolo y Luis Leonel León. 

El ensayista y politólogo Julio M. Shiling es autor de catorce libros, incluyendo Dictaduras y sus paradigmas: ¿por qué algunas dictaduras se caen y otras no? (2013), que ya va por su tercera edición. Sus artículos y ensayos han aparecido en decenas de publicaciones impresas y electrónicas en los EE. UU., América Latina y Europa. Además, desde el 2006 viene dirigiendo Patria de Martí, un medio digital que reúne el trabajo de numerosos autores, en especial martianistas del Exilio. Patria de Martí, entre otros galardones, recibió el Premio Derechos Humanos Libertad 2015 por la Asociación por la Paz Continental (ASOPAZCO), una ONG española consagrada con la promoción de los derechos humanos en el mundo, así como el Premio Herencia de 2017 por su aporte a la cultura cubana, otorgado por la organización Cuban Cultural Heritage.

Acto de la institución Patria de Martí, celebrando el nacimiento de la República de
Cuba. Sentados, de izquierda a derecha, los académicos Santiago Cárdenas, Frank
Rodríguez y Julio Shiling. En el podio, Eduardo Lolo. (Foto de José Tarano). 

El historiador Santiago Cárdenas es además un destacado galeno llegado al exilio en 1992 como refugiado político. En Cuba, fue redactor de la publicación semanal jesuita Vida Cristiana (1956-1957) y, ya bajo la dictadura castrista, de las publicaciones clandestinas Ecos del SínodoEl Pueblo de Dios como parte de su activismo religioso enfrentado al Totalitarismo, por lo cual sufrió persecución política. Una vez en los Estados Unidos, fue editor médico en las revistas Éxito y Viva Semanal, publicadas por el periódico Chicago Tribune. Además, ha sido comentador médico de familia en Radio Martí. Entre sus obras publicadas se destacan Nicea 325; Payá: el chivo; el hombre; el profeta; José Martí: viñetas de su vida y Rescatando a Juan Clemente Zenea en el exilio. Desde hace más de una década, escribe “Los Recuerdos de Santiaguito”, una columna de contenido historiográfico que aparece en la página digital de la Red Mundial de los Maristas.

El editor e historiador Frank Rodríguez llegó a los EE.UU. mediante la operación clandestina de salvamento de menores “Pedro Pan”, epopeya de la cual se ha convertido en uno de sus más destacados historiadores, como lo demuestra su obra Pedro Pan Memoir Pancho Montana (1983). Más allá de ese tema que le es tan cercano, sus publicaciones historiográficas incluyen su labor como editor de Cubans an Epic Journey: A Struggle for Truth and Freedom (2022) –traducido al español y publicado el mismo año– y Cuba: Chronological History (2022). Además, es coautor, junto a Carlos Alberto Montaner, de USA in the World (2004), una serie de ensayos de ciencias políticas. Profesionalmente, ha ocupado diversos cargos ejecutivos en importantes compañías editoriales. En la actualidad, se desempeña como Administrador del Museo Americano de la Diáspora Cubana con sede en Miami, lo cual alterna con sus presentaciones en diversos medios como analista político especializado, fundamentalmente, en temas cubanos. 

Eduardo Lolo fue uno de sus fundadores y primer presidente de nuestra institución, donde todavía funge como editor del Anuario Histórico Cubanoamericano. Es autor de más de una docena de libros, casi todos disponibles en Amazon, entre ellos Las trampas del tiempo y sus memorias (1990, 2024) Premio Letras de Oro de Ensayo concedido por un jurado internacional presidido por Camilo José Cela, así como tres compilaciones de estudios sobre la vida y obra de José Martí. Su más reciente obra se titula El Asesinato de la Historia o Crimen en el Occidente Express (2024), publicado por nuestra Academia. Miembro Numerario de la Academia Norteamericana de la Lengua Española (ANLE) y Académico Correspondiente en los EE. UU. de la Real Academia Española (RAE). Comendador Gran Placa de la Imperial Orden Hispánica de Carlos V de la Sociedad Heráldica Española, etc.



Otros han realizado actividades fuera de Estados Unidos, entre ellos Luis Leonel León, escritor, periodista y realizador de documentales y series historiográficas –Brigada 2506 héroes cubanos, Mariel 40 años–, fundador de la editorial Colección Fugas y la revista El Nuevo Conservador, quien viajó a España para presentar algunos de sus filmes en el Real Círculo Artístico de Barcelona, junto al también cineasta Orlando Jiménez Leal –autor de clásicos del cine cubano del exilio como La otra Cuba, 8A y El Super–, el escritor Néstor Díaz de Villegas y otros intelectuales cubanos y europeos. 


Wednesday, June 4, 2025

Operación Makasi



Por Pedro Corzo

Hay historias que por falta de documentos adecuados o testimonios acreditados de sus actores se convierten con el tiempo en leyenda, lo que tal vez habría ocurrido con los cubanos que combatieron el Castro comunismo en África si el cineasta Wenceslao Cruz con la colaboración del Instituto de la Memoria Histórica Cubana contra el Totalitarismo y fundamentalmente los protagonistas de esa gesta, no hubiera dirigido el documental que recoge aquella cruenta experiencia en la que cuatro pilotos aviadores cubanos perdieron la vida.

“Cubanos combatiendo el castro comunismo en África” es un documento histórico que testimonia el compromiso de un amplio sector del pueblo de Cuba de no cejar en el empeño de reconquistar sus derechos, aunque fuera combatiendo en tierras extranjeras.
La prácticamente desconocida Operación “Makasi”, fue un plan forjado por dependencias del gobierno de Estados Unidos para detener el progreso de las fuerzas comunistas en el antiguo Congo Belga, empeño, en el que participaron exiliados cubanos con el compromiso de las agencias federales de prestarles el apoyo que fuera pertinente para que siguieran combatiendo el régimen totalitario castrista, como expresa Generoso Bringas y otros expedicionarios en el documental.

Estos combatientes habían previamente confrontado al régimen en la Isla militando en las numerosas organizaciones que operaban en la clandestinidad o alzándose en armas contra el totalitarismo.
Posteriormente, en el exilio, se integraron mayoritariamente a la Brigada 2506, después se incorporaron a los grupos armados que en Centro América operaban en lanchas rápidas contra los intereses castristas, bajo el liderazgo de Manuel Artime.

Estos exiliados cubanos, al tener conocimiento que el asesino en serie Ernesto “Che” Guevara era el jefe del contingente que Castro había enviado al Congo, mostraron un mayor interés por participar en el proyecto.

El artillero de una de las lanchas rápidas, Félix Toledo dice en el documental “El combate se produjo por la noche y duró unas dos horas. Fue a corta distancia. Sólo combatieron cuatro de las cinco embarcaciones enemigas, ya que la quinta lancha se alejó de la zona. Poco después supimos que en ella se encontraba Guevara”, por su parte el piloto aviador, Juan Carlos Perón, relató la muerte de su colega Juan Tuñón, quien después de haber contraído malaria fue capturado por grupos rebeldes y asesinado brutalmente.

Uno de los testimonios más escalofriantes es el del soldado de infantería, Juan Tamayo, quien recuerda “Fuimos al rescate de unas familias, unos misioneros, aquello daba grima porque había niños, mujeres, ancianos, pero a mí lo que más me impresionó no fueron los tiros, fue que entre los rescatados había una niñita que no llegaba al año que me tuve que poner entre mis piernas, a pesar de que estaba disparando una ametralladora, tenía que cubrirle la carita con una mano para que los casquillos calientes que saltaban del arma no cayeran en su cara, me imagino que si esa niña está viva, debe ser sorda porque el tableteo era infernal”.

Al concluir exitosamente la Operación Makasi, cubanos del exilio, con independencia del gobierno de Estados Unidos se aprestaron a luchar contra los mercenarios castristas que en Angola respaldaban al gobierno de Agustino Neto, uno de estos hombres fue el también brigadista Miguel Álvaro Jimeno quien declaró, “Nuestra presencia en Angola fue consecuencia directa de nuestros anhelos de luchar contra el comunismo en Cuba y en cualquier otro país, esa operación era tan ajena al gobierno de Estados Unidos que cuando ellos pusieron en ejecución el Clark Amendment, salimos clandestinamente de Angola hacia Zaire donde otro líder de la insurgencia, Holden Roberto, puso a nuestra disposición dos camiones para que nos escondiéramos en cargamentos de plátanos[PC1] ”.

El documental también muestra la profunda solidaridad del exilio cubano a través del “Miami Medical Team”, cuyo director y fundador, el doctor Manuel Alzugaray, describe los viajes y envíos de recursos médicos a Angola en respaldo a las fuerzas de Unita que dirigía el ya desaparecido Jonás Sabimbi.

El film de Cruz fue estrenado en la FIU con la colaboración del Cuban Research Institute que dirige Sebastián Arcos, después en el museo de la Brigada 2506 y por último en la Universidad Atlantic de Puerto Rico, que dirige Ramon Barquín III, donde una espectadora Xiomara Ledon me dijo, “se ve que son cubanos, porque son los únicos que narran tragedias sin dejar de sonreír”.



 

Tuesday, May 13, 2025

Un cubano en la OEA XVIII (Final)


El autor, (derecha) junto a Mauricio Granillo 

Por Guillermo A. Belt


César Gaviria era presidente de Colombia en 1994 cuando fue elegido Secretario General de la OEA. Sería el quinto y último de los funcionarios de este rango con quien me tocaría trabajar.

Mi amigo el excanciller Julio Londoño había sido nombrado embajador de Colombia en la OEA. Gaviria estaba aún en Bogotá y no había tomado posesión de su nuevo cargo cuando Julio me llamó por teléfono y me invitó a visitarlo en su oficina en Washington. Allí me presentó a Miguel Silva, en misión de avanzada para reunir información sobre la Secretaría General, por encargo de Gaviria, con quien trabajaba en la presidencia. Miguel era joven, muy inteligente y de trato cordial. Le di la información que necesitaba sobre la estructura y el funcionamiento de la Secretaría General, y con respecto a los principales funcionarios con los que se relacionaría Gaviria. Fue esta una excelente oportunidad que me brindó gentilmente el Embajador Londoño porque Miguel Silva pasaría a ser el primer jefe de gabinete del nuevo Secretario General.

Como se ha visto anteriormente, yo había presentado la renuncia a mi cargo de confianza cuando Alejandro Orfila asumió el cargo máximo en la OEA. Otro tanto había hecho a la llegada de Joao Clemente Baena Soares. Ahora me tocaba renunciar ante César Gaviria, y yo estaba plenamente consciente de que esta vez sí se aceptaría la renuncia de uno de los pocos asesores del Secretario General. Con el expresidente llegaron varios colaboradores cercanos suyos. Era mucha la gente bien capacitada, y pocos los puestos como el mío.

Mi oficina en el Edificio Principal quedaba junto al salón de sesiones del Consejo Permanente. Poco después de la toma de posesión de Gaviria, llegaron a visitarme Miguel Silva y dos jóvenes colombianos, Martín Carrizosa y César Negret. Martín reemplazaría a Miguel algún tiempo después cuando éste decidió regresar a Bogotá, y Negret era el subjefe de gabinete. Cuando Miguel celebró mi oficina con su habitual amabilidad, le dije que estaba a su disposición. Entonces agregué que también lo estaba mi cargo, desde luego, por ser de confianza, pero que yo no estaba listo para retirarme de la OEA, por lo que le agradecería ofrecerme otro puesto. De inmediato Miguel me preguntó si tenía alguno en mente.

Mauricio Granillo, muy buen amigo mío, había sido embajador de El Salvador en la OEA por varios años, y ahora era el director de personal de la Secretaría. Días antes me había dicho que el cargo de Inspector General quedaría vacante por renuncia del titular, quien regresaría a Brasil, y me lo había sugerido como nuevo destino. Por consiguiente, le contesté a Miguel Silva que podría desempeñar esta función. Miguel dijo que le parecía interesante la idea y la consultaría con Gaviria.

Pocos días después César Negret me invitó a su oficina. Me informó que Gaviria había decidido nombrarme Inspector General con la recomendación de Silva y Carrizosa. Negret comentó que el embajador de Panamá, Lawrence Chewning Fábrega, había dado excelentes referencias mías. A los tres les di las gracias, y muy pronto tomé posesión de mi nueva oficina en el Edificio Premier, en la calle 18.


 El Canciller Julio Londoño presidiendo una reunión en la OEA

El Inspector General presenta sus informes directamente al Secretario General. No recibe instrucciones de ningún otro funcionario, y el Secretario General debe darle máxima libertad de acción. Así fue mi relación con Gaviria desde el comienzo. Los asuntos de rutina los trataba con el jefe de gabinete, y en algunos casos con el subjefe, pero las recomendaciones importantes las formulaba directamente a Gaviria. Tuve que hacer tres que en lo personal fueron difíciles por tratarse de amigos míos. A dos de ellos me vi en la obligación de pedirles la renuncia, y quedaron fuera de la Secretaría General. El tercero tuvo que aceptar el traslado a un cargo de menor relevancia.


Lo más difícil de todo fue ocupar el cargo sabiendo que debió haberse nombrado a Alfonso Caycedo, el auditor principal, con larga experiencia en estas funciones. El primer día le dije a Alfonso que con él se cometía una injusticia. Me contestó ofreciéndome su total apoyo y colaboración.

Fuimos amigos a partir de entonces y hasta su fallecimiento, ocurrido poco antes de terminar estas evocaciones. Sus leales y sabios consejos me ayudaron mucho a desempeñar mis funciones a cabalidad. Más de una vez se los agradecí personalmente, y ahora dejo constancia escrita de mi gratitud a este noble amigo y muy capaz funcionario internacional.

*

No habrán sido muchos los caminos andados, ni muchas las veredas que entre 1961 y 1998 logré abrir. Tampoco navegué en cien mares, ni atraqué en cien riberas. Fui testigo, eso sí, y a veces protagonista de sucesos que en el campo de las relaciones internacionales trazaron rumbos hasta entonces inexplorados en la práctica, aunque esbozados en los salones académicos y la literatura especializada.

En pocas palabras, cumplí con mi deber de funcionario internacional. Tuve la buena fortuna de hacerlo sin faltar a mis convicciones como cubano enemigo del régimen tiránico que sufre mi país hace más de sesenta años. Me ayudaron a salir adelante las enseñanzas de mis padres, por sobre todo. Asimismo, me animó el ejemplo de mi padre como funcionario público en su juventud y, aún joven, embajador en Washington y la OEA, y jefe de la delegación de Cuba en Naciones Unidas y en muchas reuniones internacionales.

Resultaron útiles los estudios de Derecho; mi breve experiencia como abogado en ejercicio; la también breve experiencia como profesor universitario; y el idioma inglés, bien aprendido en Georgetown Preparatory School cuando vivíamos en la capital de los Estados Unidos, no lejos del Edificio Principal de la OEA, sin que me pasara por la mente entonces que doce años después pondría pie en él por primera vez, entrando por un túnel, como quien lo toma por asalto, para desembocar, incierto y deslumbrado, en el elegante despacho del Secretario General José Antonio Mora Otero.

A diferencia de mi ingreso, la salida del Edificio Principal fue por la puerta grande. El miércoles 24 de junio de 1998, seis días antes de la fecha de mi retiro reglamentario, el Consejo Permanente celebró sesión ordinaria bajo la presidencia del Embajador Michael Arneaud, Representante Permanente de Trinidad y Tobago. Luego de despedir a varios Representantes Alternos que culminaban sus funciones en la OEA, el Presidente del Consejo Permanente dijo:

Today we also bid farewell to the Inspector General, Mr. Guillermo Belt, who is retiring after a long career of service to this organization. Mr. Belt has done a tremendous job during his career at the OAS, and I feel that the least we could do is to really thank him for his efforts and for his very detailed reports to us over the past few years. Mr. Belt, thank you very much for all you’ve done for us.

En las actas de esta reunión (OEA/Ser.G CP/ACTA 1164/98, 24 junio 1998) constan las muy generosas palabras de los embajadores Mauricio Granillo Barrera, Representante Permanente de El Salvador, y Lawrence Chewning Fábrega, Representante Permanente de Panamá, quienes hablaron a continuación del Presidente del Consejo. Sería una falta de modestia citarlas aquí, como también las igualmente generosas y afectuosas expresiones del Secretario General Adjunto, Embajador Christopher R. Thomas.

Asimismo me dedicaron amables palabras de despedida, en este orden, el Embajador Claude Heller Rouassant, Representante Permanente de México; la Representante Interina de Canadá, Renata Elisabeth Wielgosz; el Embajador Denis G. Antoine, Representante Permanente de Granada; el Representante Alterno de los Estados Unidos, Ronald D. Godard; la Embajadora Marlene Fernández Del Granado, Representante Permanente de Bolivia; y la Embajadora Beatriz M. Ramacciotti, Representante Permanente del Perú. Todos estos reconocimientos figuran en las páginas 8 a 13 del Acta citada, que, como todas las del Consejo Permanente, son actas textuales.

Avisado gentilmente por mis queridos amigos Mauricio Granillo y “Chuni” Fábrega que debía asistir sin falta a esta sesión, y sentado, por primera vez en mi larga carrera, en la galería de visitantes del salón de sesiones del Consejo Permanente, escuché sorprendido sus palabras y las de sus colegas. De habérseme invitado a ocupar un puesto en la mesa de la presidencia, como lo hice por varios años, no dudo que se habría notado la emoción con la que recibí estos generosos reconocimientos de mi trabajo.

Monday, May 12, 2025

JOSÉ MARTÍ Y EL TOTALITARISMO[1]



Por Eduardo Lolo

Todo parece indicar que el primero en utilizar el término “Totalitarismo” fue Benito Mussolini en uno de sus histriónicos discursos de 1935[2]. Francisco Franco, quien se adelantaría a Castro en su admiración por Il Duce, también esgrimiría la expresión en 1936[3]. Es de destacar, sin embargo, que en ambos casos la locución no tenía una intención peyorativa, sino todo lo contrario: un sistema totalitario era por ellos preciado como el infalible constructor de una sociedad perfecta.

Se considera que el primero en utilizar la palabra Totalitarismo con el significado actual fue el escritor austriaco Frank Birkenau (comunista en su juventud), en un libro sobre la Internacional Comunista publicado en 1938. Pero quien la hizo famosa internacionalmente con su significado despectivo fue Winston Churchill al incluirla en un luego muy difundido discurso ante la Cámara de los Comunes en 1939.

Por lo anterior, resulta obvio deducir que Martí no se enfrentó al Totalitarismo. Pero sus juicios sobre el peligro de las ideas socialistas, tanto en sus textos publicados como en cartas personales, arrojan una nítida visión de lo que sería un Estado bajo un gobierno socialista (es decir, totalitario) casi dos décadas antes de la Revolución de Octubre en Rusia.

Los marxistas cubanos, envalentonados por la victoria de los bolcheviques, comenzaron su labor proselitista en la Isla, pero no previeron que las ideas martianas serían un escollo para el cumplimiento de sus objetivos y, a la postre, lo atacarían.

Dicho duelo no tuvo nada que ver con la literatura martiana, de importancia capital en el desarrollo de las letras españolas de finales del siglo XIX que continuarían sus seguidores durante los primeros decenios de la siguiente centuria. Los asaltos totalitarios contra el Apóstol los determinó su ascenso como personaje político en Cuba más allá de su Cruzada Independentista, debido al desarrollo de un ideario ético, más filosófico que ideológico, de carácter trascendental por su naturaleza humanocéntrica.

¿Cómo logró Martí convertirse en una figura histórica significativa en su Patria, en tanto que personaje político, que llegara a representar una amenaza para las ideas totalitarias y, consecuentemente, fuera embestido por los cubanos comunistas? El proceso fue paulatino y demoró décadas en cristalizarse.

En el momento de su muerte, Martí era en Cuba, excepto para unos pocos escritores y conspiradores en la Isla, “un ilustre desconocido”; toda su fama la había ganado entre los cubanos del destierro y la intelectualidad hispana fuera del país. Cuando cae en Dos Ríos, el gobierno colonial, quizás sorprendido, de momento no reaccionó con la algarabía que era de esperarse. El gacetillero del Diario de la Marina ni siquiera intentó escribir una nota al respecto, sino que copió literalmente un telegrama dirigido al Capitán General de la Isla desde Oriente, sin ni siquiera editarlo para mejorar el texto y optimizar su lectura.[4] Los lectores leyeron más sorprendidos aún el despacho publicado. Todos conocían a Máximo Gómez, Antonio Maceo y otros héroes de la Guerra del 68; pero ¿a Martí?

Todo comenzó a cambiar a partir de 1898 con el regreso de muchos de los cubanos de “la emigración” (como se conocía lo que hoy llamamos Exilio), que alcanzara una gran cifra de repatriados con el advenimiento de la República en 1902. Por la misma época, se comenzaron a publicar textos martianos en revistas culturales de entonces, prohibidos durante la Colonia.

En abril de 1899 fue removida la estatua de la reina española del Parque Central de La Habana y, menos de un mes después, el periódico capitalino El Fígaro llevó a cabo una encuesta entre algunos personajes para seleccionar qué efigie debía ocupar su lugar. Los inquiridos prefirieron a Martí por un estrecho margen. Luego, el mismo periódico publicó los resultados obtenidos para que sus lectores escogieran una entre las propuestas recibidas. Gracias a los exiliados de regreso a la Patria, intelectuales y algunos oficiales del Ejército Libertador, Martí ocupó el primer lugar en la indagación pública. La estatua, sufragada por cuestación popular, fue develada el 24 de febrero de 1905, siendo la primera en rendir homenaje al Apóstol. Poco después, también con fondos privados, se inauguraría la segunda (de más relevancia) en la Plaza Mayor de la ciudad de Matanzas, rebautizada como Parque de la Libertad. Ambas se mantienen en pie.

Ya el pueblo cubano de la Isla comenzaba a conocer a Martí. No obstante, cuando Gonzalo de Quesada y Aroztegui intentó en 1910 encontrar un editor en La Habana para publicar el contenido de un paquete de textos seleccionados por Martí confiándole su publicación si moría en la Guerra Necesaria, su fiel albacea literario no encontró quién aceptara el encargo. El primer tomo sería publicado en Italia y tuvo muy poca acogida en Cuba. Gonzalo de Quesada le entregó un grupo de ejemplares de Leonor Pérez para que los vendiera y éste llegó a quejarse de que “ni siquiera por ser su madre le compran un libro”.

En los años 20 fue el comienzo de lo que sería el culto a Martí, impulsado, fundamentalmente, por las autoridades educacionales y la publicación de las obras martianas más emblemáticas en ediciones populares. Nuevas escuelas en casi todo el país comenzaron a ser bautizadas con su nombre, a las cuales se les instaló un busto de Martí que devendría en lo que llegaría a conocerse como el “Rincón Martiano” del plantel –poco menos que un altar patrio– en práctica que se extendió a todos los colegios de la nación.




En la siguiente década se publica, al fin, la primera edición de las Obras Completas de José Martí, y se extiende a todo el país la Parada Martiana por su natalicio siguiendo el ejemplo de la primera, celebrada en La Habana el 28 de enero de 1889, durante el gobierno interventor norteamericano. Libros como IsmaelilloLa Edad de Oro y Versos Sencillos publicados en ediciones populares, así como artículos y crónicas repetidos en periódicos y revistas, serían lectura generalizada en el país. Sus poesías se memorizan en las aulas escolares y declamadores profesionales las incorporan en sus repertorios. Los niños, guiados por familiares y maestros, fueron los primeros receptores de las doctrinas martianas, Por todo lo anterior, ya a mediados del segundo lustro, el “ilustre desconocido” de 1895 se había hecho célebre como el Mártir de Dos Ríos y el Apóstol de Cuba; términos ambos que, combinados, no resulta descabellado interpretar como una subliminal conexión religiosa de cariz católico. Y comenzaron los ataques del Totalitarismo contra José Martí.

Lanzaría los primeros dardos venenosos contra sus ideas humanistas un destacado miembro de la nomenklatura del Partido Socialista Popular (PSP); en realidad, un tentáculo soviético. Se llamaba Juan Marinello y se caracterizó por una piel política camaleónica que le permitió alcanzar altos cargos gubernamentales como fiel lacayo de tiranos de ideologías que se supone disímiles, como lo fueron Fulgencio Batista y Fidel Castro.Sirve de prueba de cargo lo que Marinello escribiera en 1935 en su artículo “Martí y Lenin” donde asevera que Martí había sido “un gran fracasado” y “abogado de los todopoderosos”, por lo que sus ideas no servían más que “como trampolín de oportunistas”, por lo cual había que “dar la espalda de una vez a sus doctrinas.”[5] Otros de sus camaradas partidistas repetirían y ampliarían sus falacias.

Pero en los años 40 ya Martí y sus ideas se agigantaron de manera tal que atacarlo habría sido poco menos que un suicidio político. Contribuyó en ello la segunda edición de sus Obras Completas en 1946 por la Editorial Lex, y no solamente por la seriedad de la edición de los textos, sino por su factura física, con cubiertas de piel y papel biblia, que de alguna forma como que remedaba la de las biblias verdaderas adoradas en los hogares cristianos, junto a las cuales dicha edición de Lex pasó a ocupar un lugar destacado en las lecturas familiares.

El clímax del culto a Martí se alcanzó con motivo del Centenario de su nacimiento en 1953 con multitudinarias festividades en todo el país y el develamiento del monumento martiano en la Plaza Cívica, cuyo elemento básico sería la monumental escultura del Apóstol[6] y, todavía en medio de las dilatadas celebraciones, el estreno y exhibición nacional del filme cubano-mexicano La Rosa Blanca. Momentos de la vida de José Martí (1954)[7].


Pero en 1953 el Totalitarismo volvió a la carga. Una foto de Fidel Castro en una dependencia gubernamental luego de entregarse sin ofrecer resistencia a las tropas del Ejército Constitucional luego de huir cobardemente junto a su hermano y abandonar a su suerte a los asaltantes que sí habían entrado al Cuartel Moncada, mostraba en la pared a sus espaldas una foto de Martí muy destacada. Como quiera que ésta fue publicada en muchos medios de prensa, el hecho de que eran los dos únicos rostros que aparecían en la imagen, le dio la idea al futuro Falsificador en Jefe de aprovecharse de la coincidencia y, ya que no podía vencer a Martí, decidió “incorporarlo” demagógicamente a su causa. De ahí surgió el mito de que Martí fue “El Autor Intelectual del Cuartel Moncada.”


Para implementar dicha falacia institucionalmente, en los setenta se constituyó en La Habana el Centro de Estudios Martianos como una dependencia del Ministerio de Educación. El día de su inauguración, el Comisario de turno dijo en su discurso que dicho centro

…orientado por el materialismo histórico, e inspirado en la enseñanza de Fidel en el Moncada, el Centro de Estudios Martianos debe cumplir el compromiso de estudiar las relaciones entre el pensamiento de José Martí y las tareas de la revolución socialista. Grande y valioso aporte hará el Centro de Estudios Martianos si con el pensamiento de José Martí y con el instrumento científico del materialismo histórico logra exponer, con información y datos concretos, los lazos que unen el movimiento democrático revolucionario del Maestro con el ideario socialista de Marx, Engels y Lenin. [8]

A partir de entonces, no cesó el ataque frontal del Totalitarismo contra Martí en la historiografía castrista, su prensa tanto radial como escrita y televisiva, su producción fílmica y los libros de textos escolares en todos los niveles de enseñanza, con el desarrollo embaucador de lo que Carlos Ripoll calificó, justamente, como “La Falsificación de Martí en Cuba.”[9]

Los pormenores del proceso falsificador castrista del pensamiento democrático y humanista martiano servirían para una voluminosa monografía. Por razones de espacio, solamente voy a esbozar unos pocos:

1) Ocultar el marcado sentir anti caudillista de Martí, que le impidió asentarse en México, Guatemala y Venezuela porque, según sus propias palabras “la Colonia siguió viviendo en la República”, lo cual le hizo carenar en Nueva York a pesar de la todavía imberbe democracia norteamericana de la época, a medio camino en su proceso evolutivo.

2) Distorsionar la breve relación de Martí con Carlos Baliño en los Estados Unidos como una especie de camaradería socialista, cuando en ese entonces Baliño era un comprobado anarquista, quien tenía como modelo a Mijail Bakunin, ideólogo fundamental del movimiento y, consecuentemente, connotado antimarxista. Baliño no se adscribiría al socialismo sino casi 3 décadas después, en Cuba, luego de la decadencia e inoperatividad de las ideas anarquistas. Congruentemente, el nuevo converso se encargaría de servir de elemento distorsionador. (Algo semejante le pasaría después a Fidel Castro, quien de su militancia fascista pasó a la socialista, pues, ya desaparecido el fascismo, era la única ideología occidental vigente que le permitía convertirse en dictador vitalicio.)

3) Transpolar cronológicamente las críticas martianas a la sociedad norteamericana como si estuvieran vigentes unas ocho décadas después, cuando las condiciones que las justificaron ya habían sido largo tiempo atrás superadas. Y, al mismo tiempo, omitir los elogios martianos a los elementos positivos de esa sociedad decimonónica que tan objetivamente retrató en sus crónicas.

4) Minimizar (cuando no escamotear) los encontronazos de Martí con Máximo Gómez y Antonio Maceo por el poeta identificar en sus posturas el caudillismo que había echado al traste las repúblicas hispanas de tierra firme y que él intentó (inútilmente) que no se repitiera en Cuba.

5) Ignorar, y hasta ocultar su filosofía humanocentrista, construida con los elementos heredados, desde los antiguos humanistas (Bruno, Erasmo, etc.) hasta otros filósofos de inicios del siglo XIX como Krause, cuyas ideas tuvieron una amplia resonancia en el mundo hispano (Martí fue un krausista confeso).

6) Hacer lo mismo con su praxis política basada en el sistema democrático y sus cambios evolutivos por consenso, no mediante la lucha de clases ni la violencia. No en balde escribió que “Una revolución es necesaria todavía: ¡la que no haga Presidente a su caudillo, la revolución contra todas las revoluciones!...”

7) El intento llegó, incluso, al pináculo de la demagogia o la más absurda ridiculez (o ambas a la vez) al intentar justificar el monopartidismo totalitario porque Martí había fundado ¡un solo partido! (¿acaso querían los ‘sabios’ ideólogos castristas que éste hubiera organizado otro partido político que sirviera de oposición al primero?) Martí utilizó la palabra “partido” para aunar las fuerzas independentistas como alternativa a la plataforma programática del Partido Autonomista (muy popular en Cuba, dicho sea de paso, en particular entre las llamadas ‘clases vivas’) y otras tendencias políticas en Cuba (integristas y, anexionistas), pero, obviamente, no porque promulgara el monopartidismo. En fin…

Aunque, realmente, la falsificación del ideario martiano por parte del Totalitarismo no fue una obra perfecta, ya que su resultado dista mucho de haber sido exitoso. La generalizada “doble cara” de muchos intelectuales varados en la Isla (a quienes se les permitió espaciar u omitir sus loas al régimen con tal de no hacer públicas sus críticas) y el consiguiente intento de incumplir subrepticiamente las directrices gubernamentales, hizo que muchos de ellos “entre col y col totalitaria” cultivaran alguna que otra “lechuga contestataria”, aunque fuera entre líneas. Incluso, en el mismo Centro de Estudios Martianos no eran todos los que estaban ni estaban todos los que eran. Aunque siempre bajo la mirada “profesionalmente” inquisitiva de los “segurosos”[10], algunos de ellos hasta hicieron contacto clandestino con martianistas del Exilio, con quienes intercambiaban ideas, y produjeron trabajos de real seriedad académica, consultando como fuentes libros prohibidos, si bien no dándoles créditos ni nombrando a sus autores exiliados siguiendo la advertencia del apotegma sarcástico de jugar con la cadena; pero con el mono, no. Hasta el legendario e indagado choteo cubano se hizo disidente en el Centro de Estudios Martianos, cuando no pocos de sus empleados ‘rebautizaron’ a sus espaldas a un director (léase comisario estilo soviético) de apellidos Toledo Sande como “Tolete Sandez”.

Las más recientes generaciones de cubanos, gracias al acceso (aunque restringido) al mundo digital y un consiguiente atisbo del mundo exterior, han comenzado a desintoxicarse de la espuria falsificación de Martí en Cuba. Otros, menos afortunados, han reaccionado con un efecto secundario negativo de amargura histórica: rechazan a Martí por considerarlo el culpable del horror consuetudinario en que desviven por creerlo todavía el “Autor Intelectual del Asalto al Cuartel Moncada”.

En todo caso, oficialmente, como lógico resultado de la feroz guerra del Totalitarismo contra José Martí, el Apóstol quedó como un simple precursor de Fidel Castro, este último auto convertido, por obra y desgracia de sí mismo y su cohorte de pajes y bufones prebendados, en el “Máximo Líder”; es decir, superior a todos quienes le antecedieron (incluyendo a Martí) como una falaz versión ampliada devenida en caricatura del personaje de Yo el Supremo de Augusto Roa Bastos. Al final permaneció forzosamente en las mentes instilada (aunque para muchos rechazada), la repetida frase de que “Martí lo soñó y Fidel te lo cumplió”, la más nefasta y asquerosa malinterpretación de todos los tiempos del ideario martiano.

Pero queda la obra de Martí, pues aunque aquí falte, señores, ay, una voz, los “bramidos” de su pluma (como señalara Domingo Faustino Sarmientos) aún se escuchan en las páginas de sus faenas que algún día –una vez vencido el gigantesco molino de viento del horror– se conocerán en Cuba sin los innobles afeites de la referida falsificación mantenida por los descendientes históricos del castrismo, tanto presentes como futuros. Pues, por mucho que éstos se resistan atrincherados en la ignominia, parafraseando la frase del Apóstol sobre Bolívar y América, ¡Martí tiene mucho que hacer por Cuba todavía!


Miami, primavera de 2025.


[1] Palabras pronunciadas por el autor en un Acto Martiano del Instituto de la Memoria Histórica Cubana Contra el Totalitarismo, llevado a cabo el 10 de mayo de 2024 en el Auditorio de Westchester Regional Library, en el estado de Florida (USA).

[2] Mussolini fue uno de los más admirados personajes históricos de Fidel Castro, quien le sirvió de modelo y especie de mentor. El dictador cubano parafraseaba (por no decir plagiaba) frases de sus discursos e imitaba sus gesticulaciones en la tribuna.

[3] Franco y Castro, luego de una breve escaramuza con el embajador español en Cuba, mantuvieron muy estrechas relaciones, posiblemente por la raíz gallega y, en particular, su compartida ‘profesión’. El cubano, incluso, salió en defensa de su homólogo español cuando éste fue detenido brevemente en Madrid.

[4] Reproducido en su totalidad en “La muerte (también sin acabamiento) de José Martí” en: Lolo, Eduardo. El Asesinato de la Historia o Crimen en el Occidente Express. Nueva York: Editorial de la Academia de la Historia de Cuba en el Exilio, 2024: 85-102.

[5] Marinello, Juan. “Martí y Lenin” Repertorio Americano (Costa Rica) Vol. 30, núm. 4 (26 de enero de 1935): 58-59.

[6] Obra de Juan José Sicre y Vélez (1898-1974) con la colaboración de Roberto Estopiñán Cernuda (1921-2015), ambos fallecidos en el Exilio.

[7] Financiada por el gobierno de Fulgencio Batista, fue dirigida por el afamado realizador mexicano Emilio “El Indio” Fernández.

[8] Anuario del Centro de Estudios Martianos, I/1978: 17-18.

[9] Véase La falsificación de Martí en Cuba, de Carlos Ripoll. 2da, edición, anotada. Nueva York: Unión de Cubanos en el Exilio, 1992; también en Martí en Cuba hoy (Nueva York: Editorial Dos Ríos, 1996). Hay una traducción al inglés de Manuel A. Tellechea publicada por la University of Pittsburgh Press en 1994. El término “falsificar”, relacionado con el tratamiento de José Martí por la historiografía castrista, parece haber sido utilizado por primera vez por Carlos Márquez Sterling en la Introducción que escribiera en el Exilio a su Biografía de Martí (Barcelona: Talleres Gráficos de Manuel Pareja, 1973.): 7

[10] Nombre burlescamente despectivo con el cual en Cuba se denomina a los miembros de la Seguridad (G2) del Estado, construida a imagen y semejanza de la Stasi, abreviatura de Ministerium für Staatssicherheit (Ministerio para la Seguridad del Estado), nombre oficial de la policía política de la desaparecida República Democrática Alemana (RDA), fiel heredera en su metodología del espanto de la Gestapo (abreviatura de Geheime Staatspolizei)
nazi.

Thursday, May 1, 2025

APUNTES PARA UNA HISTORIA DE AGUADA DE PASAJEROS

Contada por sus casas

Por Antonio Gómez Sotolongo


Estos catorce jóvenes aguadenses de la década del 50 del siglo XX y millones como ellos que comenzaban a escalar en la clase media, crearon las riquezas que hicieron de la isla de Cuba una de las más prósperas en el concierto de las naciones.

Entre las fotos que atesoraron mis padres durante su larga vida, encontré algunas que me llamaron poderosamente la atención debido al valor documental que en ellas se encierra. En una de las que más llamó mi atención, aparecen catorce jóvenes aguadenses de la década del 50 vestidos con tanta elegancia que inmediatamente me asaltó una duda: ¿A qué se dedicaban y cuánto ganaban estos veinteañeros para exhibir, en un pueblo de campo en Cuba, tanta elegancia como la que podemos ver en las revistas de modas de la época y en decenas de películas de Hollywood?

Y aunque responder a esa pregunta llevaría una investigación para la que no estoy preparado lo intentaré, porque la historiografía oficial no lo ha hecho y no lo hará atendiendo a estas fuentes, porque durante más de seis décadas, cuando el poder de dominación de la sociedad cubana pasó a manos de un solo hombre llamado Fidel Castro Ruz y en la isla se estableció una dictadura constitucional, institucionalizada a través de organismos que borraron todo rastro de independencia de los poderes del Estado y abolieron la prensa libre, la Historia de Cuba dejó de ser una ciencia para los historiadores y se convirtió en sustento ideológico del proselitismo político del poder hegemónico que ejerce el Partido Comunista de Cuba (PCC-Único), y la cultura se convirtió en un medio de adoctrinamiento. De hecho y valga como ejemplo, el museo de Aguada, sito en la calle Maceo No. 178, a pesar del esmero de quienes lo atienden, es un altar de propaganda comunista, como debe de ser en una dictadura constitucional.

Entre 1959 y 1975, Castro dictó las bases de lo que sería la Historia de Cuba. Antes había implicado a José Martí en su ataque al Cuartel Moncada en 1953 con la injuriosa afirmación de que el Apóstol había sido el autor intelectual de aquella aventura. En 1968 se apropió de las dos Guerras de Independencia al declarar que «su revolución» era la continuidad de aquellas, y ya en 1976, cuando dominaba el país a sangre y fuego, había devastado la economía con sus expropiaciones, arruinado a la clase media, demolido cualquier posibilidad de oposición y los dominados admitían el estado de cosas como algo «normal», convocó su «Constituyente», de la que salió el primer documento que institucionalizó la dictadura castrista. Basada en principios comunistas bien amoldados a sus intereses, tal cual una secta castro-marxista, la «Carta Magna» dictó en su artículo 5 que: «El Partido Comunista, […] es la fuerza dirigente de la sociedad y el Estado, que organiza y orienta los esfuerzos comunes hacia […] la construcción del socialismo […] y la sociedad comunista»[1]. Los demás, los que piensan diferente a callar, a la cárcel o al destierro[2].

En conclusión, la Historia de Cuba, durante los últimos 60 años ha sido un instrumento de adoctrinamiento en manos del PCC, «vanguardia» que ejerce la hegemonía sobre la sociedad cubana; por eso, cuando los dominados abordan desde las academias el estudio de la Historia de Cuba deben cumplir con lo establecido por el Partido y si el objeto de estudio es el pasado republicano, lo han hecho, hasta ahora, de un modo despectivo, utilizando frecuentemente los epítetos Período Neocolonial, República mediatizada o Pseudo República[3].

El autor vestido de pelotero y al fondo la línea del ferrocarril y las casas de la calle Céspedes


Pero este apunte no pretende ser un artículo académico, esto no es más que una ocurrencia ante mis dudas y la curiosidad. Y se me ocurre que, para un artículo, utilizaría las propias casas, porque parafraseando a Martí, en estos tiempos no hay libros que cuenten las cosas que el Partido no quiere.[4]

Como en aquel artículo titulado «La Historia del Hombre Contada por sus Casas», que escribió el Apóstol en el vol. 1, Núm. 2, de agosto de 1889, en la revista La Edad de Oro, la Historia de Aguada de Pasajeros también se puede contar por sus casas, descubriendo quiénes vivieron en ellas y cuándo fueron construidas. Se puede contar por los edificios que se construyeron para el comercio, los centrales azucareros, investigando quiénes los construyeron y por qué un pueblo de unos pocos miles de habitantes pudo construir tres centrales azucareros, un paseo que lleva el nombre del mambí Valentín Menéndez y frente a ese paseo decenas de establecimientos comerciales.

El autor en 1955 en la calle Maceo, esquina Quintín Banderas


Se puede contar la Historia de Aguada de Pasajeros sobre todo por el ferrocarril, porque la Historia del Ferrocarril en Cuba lleva una parte de la Historia de Aguada de Pasajeros, investigar cuáles fueron las causas del súbito «crecimiento de la población, la mejora de los caminos vecinales por los que se transportaba la caña de azúcar, el carbón para las locomotoras y los polines para las líneas férreas extraídos de la Ciénaga de Zapata, y el ganado entre otros rubros de la economía»[5], y también se puede documentar una investigación historiográfica utilizando fotos de aquellos aguadenses que participaron con su trabajo en la producción de aquellas riquezas.

Todavía están en pie la mayoría de las edificaciones que en la «Calle Real» fueron el corazón del comercio, si al historiador se le ocurriera comenzar su investigación por la tienda La Perla, y terminar allá por la tabaquería que estaba al final del paseo Valentín Menéndez, tendría un panorama bastante completo de lo que fue Aguada en los pocos años que duró la República, una investigación que comenzara en 1930, cuando la crisis económica mundial hacía de las suyas y Gerardo Machado, prorrogando sus poderes, metió al país en otra crisis, esta vez en una crisis política, y terminara en 1958, cuando los centrales Perseverancia y Covadonga molían a todo tren, la próspera industria ganadera permitía que en la mañana casi todos los aguadenses tuvieran en la puerta de su casa un litro de leche y en las carnicerías no faltara ningún corte de carne, cuando el arroz y el carbón vegetal de la Ciénaga eran productos habituales en las cocinas de los aguadenses, los bodegueros podían enviar en triciclo los mandados a sus clientes y el municipio vivía una época de prosperidad.

Cafetería en los portales del cine Aguada



Estoy seguro que un Historiador oficial, un académico adscrito a una institución del Estado que dirige el PCC-único, no tendría esa ocurrencia, y si la tuviera la desecharía por «contrarrevolucionaria», eso pensaría porque el partido hegemónico domina su mente y lo ha fanatizado; sin embargo, si usted, que vive en Aguada de Pasajeros, y las dudas le asaltan cuando lee la Historia oficial, preste atención a las casas que le rodean, averigüe con sus mayores, investigue quienes y cuándo las construyeron, cuando vea un comercio o las ruinas que pudieran quedar de él, investigue quién fue su dueño y qué productos vendía, entonces se podrá enterar de la Historia verdadera, la Historia de Aguada contada por sus casas y también pudiera partir por esta foto, en la que como dije, están catorce jóvenes que como muchos otros aportaron sus esfuerzos a la creación de las riquezas que hicieron de Aguada un pueblo acogedor, por el que pasaron cientos de pasajeros con rumbo a oriente o a occidente, chóferes, viajantes o turistas que se hospedaban en sus tres hoteles y una o dos casas de huéspedes y saciaban su apetito en más de media docena de restaurantes y cafeterías.


Banco Agrícola e Industrial, sito en la calle Calixto García
No. 53, e/ Martí y Maceo

Y para no hacer este cuento demasiado largo, voy a mencionar la ocupación de algunos de los que aparecen en la foto, por supuesto que me faltan muchísimos datos que el historiador pudiera encontrar en los archivos. Pero antes, quiero agradecer al ilustre aguadense Julio Naranjo, quien me ayudó a identificar a la gran mayoría de los que aparecen en la foto.

Dos de ellos trabajaron en el Banco Naranjo, el Banco Bartal y en el Banco Agrícola e Industrial; una de las damas fue la propietaria de una farmacia que estuvo entre el Hotel Jardín y el cine Victoria; otra de las damas fue maestra; entre los caballeros uno de ellos fue el dueño de la tienda América; y otro era hermano del dueño de la heladería que estaba al lado del cine Victoria; las dos damas y el caballero que están a la derecha de la foto no pudimos identificarlos.

Empleados del Banco Agrícola e Industrial en plana faena

El historiador aquí tiene algunos datos importantes de las casas y sus habitantes para comenzar la Historia. Hubo al menos tres bancos privados en Aguada, el Naranjo, sito en Calixto García 18; el Bartal; y el Agrícola e Industrial, sito en Calixto García No. 53, al lado de la casa del dueño del cine Victoria, datos que pueden llevarle a conocer la importancia de la banca y el cine en el municipio, las facilidades de préstamos a los agricultores, industriales y comerciantes y la cultura cinematográfica de los aguadenses a quienes les llegaban las películas con relativa rapidez debido al tren que traía los rollos del valioso celuloide.

Para una Historia de Aguada de Pasajeros el investigador puede meterse en los archivos y descubrir que un Cajero pagador-recibidor en cualquiera de los tres bancos podía ganar un salario mensual que oscilaba entre los $75.00 y $120.00 mensuales, y un contador $150.00, esto cuando el peso cubano y el dólar se cotizaban a la par, un café expreso costaba $0.03 y la entrada al cine $0.10. Muy probablemente los comerciantes que aparecen en la foto tuvieran una entrada mayor, pero si se observa bien la foto, todos exhiben una elegancia comparable a la de cualquier urbe del mundo, incluso dos mujeres llevan abrigos de pieles y en una silla reposa una elegante chaqueta que parece ser de lana.

Esta foto fue tomada por Sol Quintero, muy probablemente, durante los primeros años de la década del 50 y, según la observación de Naranjo, en el patio de El Casino Español de Aguada de Pasajeros. Estos catorce jóvenes aguadenses de la década del 50 del siglo XX y millones como ellos que comenzaban a escalar en la clase media, crearon las riquezas que hicieron de la isla de Cuba una de las más prósperas en el concierto de las naciones, así que, en conclusión, si al historiador le asaltaran las dudas y la curiosidad le empujara a investigar lo que cuentan las casas de Aguada de Pasajeros y los otros tres asentamientos que componen el municipio: Covadonga, Real Campiña y Perseverancia, encontraría entre las piedras y las maderas machihembradas, los hierros y las ruinas de los centrales azucareros los documentos que confirman las cuantiosas riquezas que durante la primera mitad del siglo XX salieron de lo que alguna vez fuera Nuestra Señora de Belén.



[1] El contenido de este artículo, con algunos adornos, se mantiene en la Constitución que refrendaron en 2019 algunos cubanos residentes en la isla, que son quienes tienen el derecho al voto.

[2] «El destierro». Este es un tema que merece más atención, porque si bien es cierto que la figura jurídica no la contemplan las leyes de la dictadura castrista, sí existe la «repatriación».

[3] Me llamó la atención que en las campañas publicitarias por el 500 aniversario de la fundación de La Habana, Eusebio Leal y otros, definieran la época como «La República», sin apelativos despectivos.

[4] Martí, José. 1898. La Edad de Oro. [En línea] [[Fecha de consulta 21 de noviembre de 2019] Disponible en: http://biblioteca.udea.edu.co:8080/leo/bitstream/123456789/31/1/MartiJose_2017_LeerReleer.pdf

[5] Cfr.: Aguada de Pasajeros. [En línea] [[Fecha de consulta 14 de diciembre de 2019] Disponible en: https://www.ecured.cu/Aguada_de_Pasajeros