Wednesday, February 20, 2019

Visiones de poder

Por Enrique Del Risco



Fascinado concluyo la lectura de las casi cuatrocientas páginas de “Visions of Power in Cuba. Revolution, Redemption and Resistance, 1959-1971” (2012), libro de la historiadora cubano-americana Lillian Guerra. Fascinado por la frescura y profundidad que el material y los datos que reune el libro aporta a la comprensión de lo que fueron los primeros doce años de ese complejo proceso conocido como la Revolución Cubana. Más fascinado aun al comprobar que buena parte del material que este libro examina y que tan revelador resulta procede no de los impermeables archivos de la Oficina de Asuntos Históricos del Consejo de Estado sino de sitios más al alcance del común de los historiadores –que no de los mortales- como puede ser la Colección Cubana de la Biblioteca Nacional: aparecen allí los rastros de campañas políticas y proyectos económicos (¿o son uno los dos?) ya olvidados; raptos de romanticismo revolucionario individuales y colectivos apropiadamente seguidos de defenestraciones públicas o secretas; la sucesión de discursos ideológicos y moralistas basados en principios ineludibles e innegociables que luego serán cambiados de acuerdo a las circunstancias; y sobre todo el lento, minucioso e indetenible proceso de expansión del poder castrista sobre la vida cubana, (la política pero también la cotidiana). Y eso lo consigue tanto a partir del análisis de la misma prensa gubernamental y los discursos de las principales figuras de la jerarquía de poder como de publicaciones humorísticas, de cartas privadas, de material fílmico de distinta procedencia y de entrevistas y anécdotas personales.


Emerge de este estudio una rica y compleja imagen del establecimiento del aparato de poder que hasta el día de hoy le ha permitido conservar a los hermanos Castro un control bastante cercano a lo absoluto sobre el país sin destruir del todo la ilusión –sobre todo en los años que analiza este estudio- de que el sistema no solo respondía a los intereses del pueblo sino que hasta era controlado por este. A través del variopinto material que estudia este libro se puede dibujar sin demasiado esfuerzo un modus operandi que no obstante su apariencia arbitraria y caótica respondía y satisfacía una necesidad sistemática de acaparamiento de poder.


En este sentido no menos fascinante resulta que la autora de “Visions of Power in Cuba” pese a la riqueza del material recuperado, de sus amplias posibilidades interpretativas no consiga apartarse de los viejos discursos que han intentado explicar la realidad cubana de las últimas seis décadas. Me refiero, por supuesto, a los moldes narrativos que conciben dicho proceso como la instauración de un estado totalitario policial o la de un proyecto emancipador de tal o más cual tendencia ideológica. La autora escoge una variante del segundo esquema narrativo, la del proyecto emancipador fallido bastante afín a lo que muchos participantes originales dieron en llamar la “revolución traicionada”. Sin embargo más que de revolución traicionada se trata -según las conclusiones de Guerra- de una revolución que no supo o quiso aprovechar lo suficiente las posibilidades subversivas y liberadoras que ofrecía el formidable instrumento de la movilización popular.


Es una lástima que tras tan inteligente y laboriosa acumulación de material la autora renuncie a una construcción narrativa más sutil y novedosa como ese mismo material sugiere. Una trama histórica que ese mismo material que nos propone Guerra vuelve obsoleta, inoperante. Ni el modelo de un totalitarismo cuyo factor esencial para su instauración y conservación sería la violencia de Estado (tal y como lo definiría Hanna Arendt) ni una revolución nacionalista espontánea y popular alcanzan para explicar la realidad histórica que tan bien expresa el material reunido por el libro. De la información aportada por el libro emergería la imagen de un sistema que sin dejar de ser violento y represivo -o enarbolar moldes ideológicos más o menos dogmáticos- encuentra su mayor fuente de energía y su material más duradero en su capacidad movilizativa, en sus arranques moralistas y la articulación de su acción caótica y arbitraria en un discurso trascendente con no poca coherencia narrativa y atractivo popular. Y en su capacidad de provocar y aprovechar para sí cíclicos raptos de euforia colectiva. En ese sentido Guerra cae en la trampa de comparar la realidad con los objetivos declarados del discurso oficial, gesto que la lleva a abusar del adverbio “ironically”. Como si el “fallo” de la Revolución hubiera sido no ser más leal a su palabra. Si en cambio la autora observase la escasa distancia existente entre la violenta voluntad de poder que subyace en el discurso oficial y la realidad resultante podría ver que más que tratarse de un proyecto emancipador fallido nos hallamos ante un proyecto totalitario populista altamente exitoso. Eso sí, siempre que entendamos el totalitarismo de una manera más compleja a como se expresa en la propaganda norcoreana o en los dibujos animados del "The Wall" de Alan Parker y Roger Waters.


De modo que lo que la autora define como “grassroots dictatorship” podría verse como un sistema de cesiones temporales de capacidad represiva a grupos y organizaciones de masas para desembarazarse de personalidades o grupos que interfieren en la construcción de un estado totalitario. (No es difícil seguir la lógica del sistema: la alta y media burguesía es usada para desplazar al poder batistiano primero y a la presencia norteamericana luego, la clase media para desplazar a la alta, las clases más populares para mantener a raya a la clase media, el PSP para desplazar a ciertos sectores del 26 de Julio, el Directorio Revolucionario para dinamitar a las ORI (discurso del 13 de marzo de 1962) y amedrentar al PSP (Caso "Marquitos"), la primera redacción de El Caimán Barbudo para destruir a Ediciones El Puente y así hasta el infinito.)


No obstante y pese al cúmulo de evidencias aportadas por ella misma, Guerra intenta ver eventos como las movilizaciones populares de 1959 o la Ofensiva Revolucionaria de 1968 (por poner dos ejemplos que aborda el libro en detalle) como expresión de una dictadura del pueblo y no como reproducciones de los métodos típicos del totalitarismo populista del siglo XX desde Mussolini a Mao. De alguna manera Guerra confunde los esfuerzos del poder instaurado en Cuba desde el 59 por aprovechar el entusiasmo o la frustración popular en su favor y darle un aire espontáneo y popular a sus políticas de control social con el empoderamiento de la sociedad cubana. Llegado el momento Guerra incluso confunde la concesión del “derecho a denunciar” por parte de las organizaciones de masas o de individuos como práctica de empoderamiento social.

Lo más revelador de “Visions of Power in Cuba” es que pese a la narrativa elegida por la autora todo el material acumulado apunta a un proyecto de máxima concentración de poder en manos de la más alta dirigencia revolucionaria desde los primeros meses de 1959. Y no solo de concentración de poder político que es lo que suelen señalar otras historias sino de poder económico, social, cultural y simbólico a un nivel inédito en el continente. En este sentido y pese a sus propias conclusiones Guerra aporta evidencias más que suficientes de que dicho proceso de concentración de poder comenzó a realizarse prácticamente con el mismo triunfo de la Revolución de 1959, en momentos en que la dirigencia revolucionaria contaba con un apoyo popular casi unánime. Cuando todavía no podían invocarse la amenaza de agresiones internas o externas para justificarlas y mucho antes, por supuesto, que se adoptara oficialmente una ideología definida marxista –leninista. Y que cada vez que el régimen tuvo que decidir entre control y emancipación optó por el control.

La importancia de los hallazgos de “Visions of Power in Cuba” sospecho que rebasen con largueza el ámbito cubano. Atenuar el peso de factores como la ideología o la influencia externa ya fuera de los Estados Unidos o la Unión Soviética nos permite comprender mejor la dinámica interna de regímenes que podrían definirse –de acuerdo con el acento que se ponga en uno u otro factor- como totalitarismos con vocación populista o populismos con vocación totalitaria. Una dinámica que al mismo tiempo que pretende recuperar o reforzar la soberanía popular de hecho desplaza dicha soberanía hacia entes como la Revolución, el Estado, el Partido, la Nación o la Patria en nombre de los cuales una élite ejerce un poder cada vez más ilimitado. Y ese proceso de pérdida progresiva de soberanía popular se da en el caso cubano –como demuestra abundantemente el libro de Guerra- desde el inicio de la Revolución cuyo supuesto sentido primigenio era la recuperación de dicha soberanía. Una lectura interesada y actual de convertiría este libro en una fábula sobre cómo los derechos individuales tantas veces despreciados en nombre de razones mayores más que impedimento a la soberanía popular son justo lo opuesto: son base esencial de dicha soberanía, los árboles sin los que el bosque no es más que mera y vacía abstracción.

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