Sunday, October 20, 2019

DEL PARNASO ME HAN DADO UN RECADO*


Por Eduardo Lolo



Estudiar a profundidad la poesía es como querer asir lo inasible. Porque es el caso que la poesía es mucho más que un ejemplo de género literario. El autor, usualmente entre bambalinas en el resto del espectro genérico, ocupa casi siempre el primer plano en cada poema. Pudiera decirse que un poeta se escribe, describe y descubre a sí mismo en cada poesía. Todo poema, si es genuino, lleva impregnado un autorretrato del espíritu de su progenitor. No importa que el tema sea el mar, o un hecho heroico, o el amor; el poeta o poetisa se convierte en ola, espada, caricia. Toda obra poética, sin el hálito vital del creador de verso en verso, no es más que ‒en el mejor de los casos‒ un conglomerado de palabras armoniosamente imbricadas. Porque la poesía, en su atemporal raíz primigenia semejante en todos los idiomas, es, simplemente, inefable. Como el alma misma.



Lo anterior me ha venido a la mente tras la lectura de Poetas cubanos en Nueva York. Estudios Críticos (1978-2018), del profesor Octavio de la Suarée. En esta colección de ensayos su autor nos invita a un recorrido por el corpus poético de cubanos exiliados en Nueva York. De la Suarée va de la voz más alta de la poesía en español escrita en esta ciudad (José Martí), a compatriotas representativos de generaciones varias que le han seguido sangrando estrofas. Se unen, entonces, tres elementos que terminan, a la postre, conformando uno solo: versos, exilio y ciudad. Esta última es, también, poesía. Nueva York es la ciudad que nunca duerme porque el alma tampoco duerme nunca. Por otra parte, el exilio, como desgarradora experiencia del tiempo, jamás descansa, siempre presente hasta en las sombras del sueño, en vigilia sin pausa al faltar la almohada olorosa a la tierra originaria de cada cual. Versos, destierro y ciudad se confabulan, entonces, en su interpretación por parte del alma adolorida. Ese es el sello de la poesía de los cubanos exiliados entre rascacielos sustituyendo palmas, donde la nieve intenta, inútilmente, reemplazar el génesis de trópico personal de cada uno de los creadores estudiados en esta compilación publicada por la Editorial de la Academia de la Historia de Cuba en el Exilio, Corp. y disponible en Amazon.com.



La misma comienza con un esencial prólogo de Grisel Maduro quien destaca, refiriéndose al autor, “su cabal comprensión del ejercicio de la crítica.” Comprender no sólo el porqué de la poesía, sino su cómo, por quién y para qué, hace del esfuerzo del crítico una tarea semejante a la de un nuevo Sísifo, sorprendido cada vez que una estrofa rebelde a su análisis lo devuelve al punto de partida; la cúspide de nuevo perdida entre nubes de vocablos. Y a esa tarea se ha dedicado Octavio de la Suarée, como prueba la obra que hoy comentamos, por más de 40 años. Sus autores viven (o vivieron), compartiendo angustias comunes al crítico. Los versos estudiados no le eran lejanos o desconocidos a Octavio en tanto que experiencias vitales compartidas. Quienes viven en el exilio desviven en el tiempo. No en el tiempo general, sino en el que les fuera truncado, obligados a aprenden a vivir en un nuevo e imprevisto tiempo que les esperaba emboscado al doblar de la historia.



Además del ya nombrado José Martí, son estudiados en esta colección, alma en ristre, Alina Galliano, Iraida Iturralde, José Corrales, Rafael Bordao, Octavio Armand y Ángel Cuadra. Desconozco si De la Suarée escribe poesía; pero de la forma en que trata los autores analizados tal parece que ya él había “sentido” las obras que examina de esos bardos. El paisaje histórico compartido por los creadores estudiados y el crítico (nacionalidad, exilio, ciudad; que es decir, destierro, nostalgia, desesperanza) es el mismo en que se mueven las ánimas de los unos y el otro. Además, no debe olvidarse que los buenos poetas son aquellos que escriben los versos que muchos de sus lectores ya llevaban dentro, pues sus plumas, en última instancia, no son más que el vehículo para comunicar en palabras lo que otros ya habían sentido o vislumbrado en trazos de tiempo compartido o vidas vividas, soñadas o por vivir.



Hay dos ensayos que armonizan autores varios, ya sea en un período específico [“Cuarenta años (1959-1999) de poesía cubana en Nueva York”] o fuera de la geografía neoyorquina (“‘Silencio, memorias, sueños’: tres temas de la poesía cubana en los EE.UU.”). Estos dos estudios constituyen en opinión de este lector, por la amplitud y profundidad con que desarrollan sus tesis, dos piezas antológicas de la crítica de la poesía cubana del destierro, de seguro llamadas a ser puntos de referencia obligatoria del tema por parte de investigadores futuros.



En resumen, estamos en presencia de una obra que reúne la respuesta de un lector con conocimiento de causa (y efectos) con la meticulosidad de un serio estudioso de la literatura cubana fuera de Cuba que, paradójicamente, nunca ha dejado de ser en la Patria. Se trata de un destacado ejemplo de crítica literaria; pero también de historiografía, agrupando el registro histórico que, en versos, nos dejaran los autores estudiados. Al final quedan, implícitamente, las memorias de un lector activo con dominio de las herramientas de crítica y análisis literario obtenidas en sus muchos años de estudio y docencia. Leer esta colección de ensayos es una sentida invitación a la lectura de los incluidos en su nómina. O lo que es igual, un abrir puertas vestidas de páginas para que todos tengamos, al menos, un atisbo del alma, apesadumbrada aunque vital, de la poesía cubana del exilio.



Nueva York, otoño de 2019.





*Tomado del Website del autor: http://eduardololo.com


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