Wednesday, May 20, 2020

NO HABLEMOS DE LA DESESPERACIÓN (Homenaje a José Mario)


 
Felipe Lázaro
Por Felipe Lázaro
        

Un hombre es la lista de sus cosas hechas. GOETHE           

En mi fin está mi comienzo. T. S. ELIOT

Al cumplirse dieciocho años del fallecimiento del poeta cubano José Mario (Güira de Melena, 1940 – Madrid, 2002) fuera de su patria, nada mejor que publicar una pequeña selección de su poesía, precedida por unas breves palabras introductorias, como sincero reconocimiento a su labor cultural en Cuba y en el exilio.

Inicios habaneros

José Mario
José Mario se estrena como poeta con la publicación de El grito (1960) en las ediciones de la CTCR, empresa estatal dirigida por Virgilio Piñera, mientras estudiaba Derecho y Filosofía y Letras en la Universidad de La Habana; estudios que abandona en 1962.  Con ese primer poemario se inicia una fulgurante y ascendente trayectoria que se vio relanzada, aún más, al fundar la más tarde conocidísima Ediciones El Puente (1961-1965); dando comienzo a su destacada labor de reconocido editor independiente. Esos pocos años, de poesía y ediciones libres, bastaron para consagrarlo como uno de los jóvenes de su generación que más sobresalieron en el ambiente cultural habanero de aquella época.

Es en ese quinquenio inicial revolucionario que José Mario ingresa en la Unión de Escritores y Artistas de Cuba (UNEAC) con veintidós años, a petición de Nicolás Guillén, y suma a su tenaz trabajo como poeta y editor, una frenética actividad lúdica en la bohemia capitalina de entonces.  Pero lo más brillante de su itinerario en la Isla es que fue capaz -en las precisas condiciones imperantes en la sociedad cubana de esos años de cambios incesantes- de desarrollar un intenso trabajo literario que se reúne en ocho libros publicados, además de poemas publicados en diversas revistas literarias estatales, como La Gaceta de Cuba y Unión, y de sonados recitales de poesía en el club El Gato Tuerto de la capital cubana en 1964.

Por esos años, el joven poeta publica siete poemarios: El grito (1960), La conquista 1961), De la espera y el silencio (1961), Clamor agudo (1962), A través (1962), La torcida raíz de tanto daño (1963), Muerte de amor por la soledad (1965) y el libro de Teatro infantil Quince obras para niños (1961 y 1963). 
El poeta Allen Ginsberg en La Habana con el editor argentino Miguel Grinberg
Es célebre su detención cuando el poeta norteamericano Allen Ginsberg fue expulsado de Cuba, aunque ya había sufrido innumerables arrestos e interrogatorios durante esos años, hasta que en 1965, con la clausura de las Ediciones El Puente, es enviado a un campo de concentración: la mal llamada Unidad Militar de Ayuda a la Producción (UMAP). 

Como ya comentamos, en su trayectoria habanera, el precoz universitario (1959) salta a joven poeta (1960) y, más tarde, a editor reconocido (1961-65), en medio de las grandes transformaciones socioeconómicas del país con la radicalización comunista de la Revolución.  Mientras el régimen del 59 se lanzaba a expropiar las empresas privadas cubanas, José Mario fundaba las Ediciones El Puente, empresa privada que lógicamente se diferenciaba del tufillo socializante de esos años sesenta que terminó con la estatización total del comercio privado cubano con la disparatada Ofensiva Revolucionaria (1968)

El duro oficio del exilio

Su destierro se inicia casi tres años después de ser confiscada su empresa editora (1965), además, se convirtió en un proscrito en su país (después de su paso por la UMAP); terminando sus últimos días cubanos como un zombi disidente, deambulando por La Habana totalitaria. En el verano del mundialmente famoso 68, abandona definitivamente Cuba; perdiendo su casa editora, su apartamento habanero (confiscado por el Estado castrista) y a su país, aunque jamás a su patria, pues siempre la llevará consigo.



Su viaje hacia la libertad fue un rocambolesco trayecto que le lleva de La Habana a Praga, de la capital checa a París y, finalmente, a Madrid. Es decir, pasa de la represión totalitaria caribeña a la primavera de Praga, al pos-mayo francés y al Madrid de las manifestaciones estudiantiles contra el dictador Franco. Mientras, en su Cuba, dejaba no solo un importante legado como poeta, escritor y editor, sino que ya tenía toda una aureola de rebelde, de contestatario, de indomable que trascendía con múltiples anécdotas y leyendas que circulaban por una Habana que ya no volvería a ver jamás.

Ya asentado fuera de su país, se instala brevemente en Nueva York y recibe la Beca Cintas por dos años consecutivos. Con posterioridad, regresa a su adorado Madrid, donde prosigue con sus actividades culturales con la creación de dos casas editoras: Ediciones El Puente, donde publica dos poemarios vitales para la poesía cubana contemporánea, como: Lenguaje de mudos (1970) del poeta cubano Delfín Prats y No hablemos de la desesperación (1970) de su autoría y La Gota de Agua, donde edita Provocaciones (1973) de Heberto Padilla y tres poemarios de Isel Rivero: Nacimiento de Venus. Poema erótico (1980), Águila de hierro (1980) y El banquete (1981).  Pero su mayor proyecto y logro editorial fue publicar los 50 números de la revista literaria Resumen Literario El Puente (1979-1988), donde publica separatas de los poetas exiliados cubanos Roberto Cazorla, Elías Miguel Muñoz, Uva de Aragón, Arminda Valdés Ginebra, Mercedes Limón, Alberto Muller y Felipe Lázaro. Además, en dicha revista, colaboraron otros escritores cubanos del exilio, como: Gastón Baquero, Alberto Baeza Flores, Reinaldo Arenas, Ángel Cuadra, Pura del Prado, René Ariza, Guillermo Rosales, Martha Padilla, Orlando Rossardi, Amelia del Castillo,  Alberto Guigou, Juana Rosa Pita, Edith Llerena, Pío E. Serrano, Pancho Vives, Rita Geada, Vicente Echerri, Rolando Morelli, Luis Cartañá, Benita C. Barroso, Lilliam Moro, Daniel Morcate, entre otros, y contó con la colaboración de pintores reconocidos, como: Waldo Balart, Justo Luis, Ramón Alejandro, Eladio González, Jaime Bellechasse, Arturo Rodríguez, Miguel Cutillas, Lorenzo Mena,  Alfredo Alcain, Ceferino Moreno, José María Iglesias, etcétera.

En su destierro español, José Mario publica seis entregas poéticas: su ya citado  No hablemos de la desesperación (1970 y 1983), Falso T (1978), Dharma (1979), Oración a San Lázaro(1980),  13 poemas  (1988) y la antología poética El grito y otros poemas (2000) con prólogo del poeta cubano Nelson Simón González.

Pero el poeta díscolo que se instala en Madrid, como exiliado político, no era ya el mismo de sus rocambolescos años cubanos. Llegó traumatizado y destrozado por las múltiples detenciones, por su paso por el campo de concentración, por el presidio político (La Cabaña) y por las persecuciones que muchas veces no se debieron a sus ideas políticas, sino a su condición de homosexual. Se sentía no solo despojado de su empresa y de su apartamento de La Habana, sino, sobre todo, de su seña de identidad. Si bien reanudó su actividad editorial, casi de forma artesanal, jamás logró una cierta estabilidad económica, pero ni siquiera se lo propuso. En realidad, siempre fue más un editor cultural que comercial. Situación personal que estuvo marcada por una tendencia autodestructiva, iniciada en el exilio; como secuela de sus sufrimientos en la Isla y de la traumática ruptura que significó su atormentado destierro, destruyéndole la vida para siempre.


Comparando la etapa cubana con la de su destierro español, se pueden observar fuertes contrastes. De 1961 a 1965, el poeta-editor, consiguió dos logros importantes: primero, afianzar las Ediciones El Puente en la Habana revolucionaria, precisamente en los años “duros” del establecimiento del “socialismo” en Cuba, cuando casi todas las empresas privadas estaban siendo confiscadas sin indemnización, incluidas las imprentas, y segundo, mantener su editorial como entidad autónoma e independiente durantes esos cinco años de fervoroso estalinismo, a pesar de ciertas maniobras para integrar su casa editora a la UNEAC. Esos años cubanos (que vivió frenéticamente, totalmente entregado a sus actividades culturales, desarrollando una intensa vida literaria como poeta, además de promotor de otros autores, aunque también como bohemio al fin, participando en la dolce vita de esos años y con un tren de vida poco usual para aquella inicial época de la ortodoxia estalinista en Cuba) se diferencian notablemente de su precaria situación de exiliado, con todo tipo de necesidades económicas. Coyuntura que pudo solventar gracias al apoyo de los suscriptores de sus proyectos y a la constante ayuda de sus amigos más solidarios, como los mecenas cubanos Víctor Batista Falla, el escritor Pancho Vives (hijo de María Luisa Gómez Mena) y el pintor Waldo Balart, entre otros, o la ya mencionada Beca Cintas de Nueva York que le permitió comprarse su buhardilla madrileña.

El legado de José Mario y de los autores de El Puente

A José Mario le tocó vivir una sociedad cubana que cambiaba vertiginosamente a golpes de las transformaciones dictadas por el torbellino revolucionario, aunque él con su carácter rebelde, supo sobreponerse con su criterio disidente, con su recorrido iconoclasta y logró provocar al nuevo régimen que se asentaba, convirtiéndose en un reconocido l’enfant terrible, en esos primeros años del gran cambio que sacudió a toda la Isla  y que ha terminado -después de seis décadas- en un trasnochado y fracasado régimen totalitario .

Los puentistas fueron de los primeros escritores cubanos víctimas del castrismo  (José Mario, Ana María Simo, René Ariza y Manuel Ballagas) y el ingreso del director de El Puente en la UMAP solo vislumbraba la larga lista de autores cubanos que serían perseguidos y condenados en décadas posteriores (Léase: Heberto Padilla, Reinaldo Arenas, Reinaldo Bragado Bretaña, Raúl Rivero, María Elena Cruz Varela, Ángel Santiesteban Prats y un largo etcétera que llega hasta nuestros días con la actual represión a periodistas independientes, como Roberto de Jesús Quiñones, entre otros).

En esa Habana revolucionaria (1959-68) por la que transitaba José Mario de lujuria y protestas, de creación y persecuciones, el poeta se nos presenta como uno de los personajes más llamativos del mundillo literario de entonces, hasta transformarse en toda una leyenda de la bohemia poética para las más jóvenes generaciones.

Esas vivencias habaneras -lúdicas y trágicas- contrastan con su posterior destierro madrileño donde las penurias y las necesidades de todo tipo jamás le abandonaron. Solo le acompañaba su permanente amor a Cuba. En tierra española murió solo, abandonado por un exilio sordo a todo proyecto cultural, mientras, en su patria, se prohibía su obra y era relegado al más criminal de los olvidos.

 Si los represores intelectuales del 65 quisieron justificar el miserable ataque totalitario a todo lo que representaba El Puente  -aún reconociéndolos como parte de la nueva generación literaria posterior a la Revolución-  con aquella infamia de ser “la fracción más disoluta” o que eran “malos como artistas” (Jesús Díaz, dixit), las seis décadas pasadas han demostrado no solo lo canallesco de esas frases, sino que la mejor respuesta ha sido precisamente la amplia bibliografía acumulada y la abrumadora constancia de la trayectoria literaria de todos los autores que publicaron en esa editorial habanera, como el propio José Mario, Isel Rivero, Nancy Morejón, Belkis Cuza-Malé, Ana María Simo, Reinaldo García Ramos, Manuel Ballagas, Miguel Barnet,  Mercedes Cortázar, Héctor Santiago, Silvia Barrios, Gerardo Fulleda León, Ana Justina Cabrera, Manolo Granados, Georgina Herrera, Joaquín G. Santana, Rogelio Martínez Furé y una segunda oleada de puentista, con Lilliam Moro, Pío E. Serrano, Lina de Feria, Guillermo Rodríguez Rivera, Sigfredo Álvarez Conesa, Pedro Pérez Sarduy, entre otros.

No obstante, lo que sí ha quedado patente es que José Mario junto a los poetas y escritores que publicaron en El Puente habanero no han podido ser borrados de la Historia cultural cubana y sus obras son cada vez más reclamadas y valoradas por los más jóvenes lectores cubanos de la Isla y del exilio.

La muerte en el destierro

El fundador de la habanera y madrileña Ediciones El Puente fallece en su legendaria buhardilla de la calle San Cosme y San Damián (Madrid, 2002) donde lo encuentra muerto su amigo Waldo Balart. Dejaba inéditos tres libros: Swami y otros cuentos, la novela La Contrapartida (sobre su experiencia en la UMAP y de la cual su amigo Néstor Almendros intentó realizar una película) y el libro de ensayos Crónica / Crítica y Revolución cubana. Póstumamente se publicó la separata Dos poemas inéditos: In Memoriam (2003) con introducción del poeta cubano León de la Hoz.

A su entierro, en el cementerio madrileño de Carabanchel, solo asistimos seis amigos: Isel Rivero, Waldo Balart, Pío E. Serrano, Andrés Lacau, Helen Díaz-Argüelles y un servidor. En su sencilla lapida reza: José Mario Rodríguez Pérez. Poeta. (La Habana, 1940 – Madrid, 2002).

Aunque su intensa trayectoria vital siempre estuvo salpicada de sexo y alcohol (tanto en La Habana como en Nueva York o en Madrid) o teñida de desesperanza y cierta fascinación por la autodestrucción, también en su vida se denota la visión trascendente del poeta con sus reflexiones sobre la soledad y la muerte, sobre la esencia represiva de todo poder y la ansiada libertad que él pudo disfrutar en el destierro hasta su muerte.
Ya hoy es reconocida su pasión por la poesía y su gran amor a Cuba, que fueron dos constantes en su atribulada vida, consagrada por entero a su buen quehacer literario.

 José Mario fue una víctima más de las transformaciones revolucionarias de su país, como de los cambios ideológicos de la Revolución cubana.  De, inicialmente, humanista a la más burda copia del modelo soviético (leninista-estalinista). Fueron años de una persecución implacable contra toda diferencia y de una combativa represión de todas las voces plurales que no encajaban en un sistema totalitario que, desde 1959 a nuestros días, acostumbra a aniquilar a la más mínima disidencia.

                                                                      

Toledo, 12 de mayo de 2020.


                                                *   *    *


                                                                                                                                                                                                                                            7 poemas de José Mario *





Bar



¿Cuál es su nombre, cuál es el nombre de ese sitio? ¿Cómo se llama?

Ni el aullido del agua entre sus ruinas ni la madera podrida de esos restos.

¿Cómo se llama el tiempo –cómo es-, cómo se dice?

Él habla de esos días, madera de esos bosques perdiéndose en el mar:

Discutimos, gritamos, nos fuimos a las manos y el tiempo era quien esperaba.

Ni tú ni yo: el tiempo.

Tan sólo los restos de ese sitio.

El lugar inevitable como otro cualquiera

donde algunos como tú y yo se dicen palabras que luego mueren:

“se fueron a los ojos,

se hundieron, se mataron, se hirieron”.

No cabíamos: ni tú en mí ni yo en ti.

Como las historias ridículas:

(Los personajes esos que gesticulan al fondo de alguna película cuya más importante

                                                                                                /escena está ocurriendo).

    Los dos.

Como si no fuéramos, ¿quiénes? Ni más ni menos que los dos.

Los dos grandes consumidores de nosotros dos para el olvido.

    ¿Y ahora?

¿Cuál es el nombre de este sitio? ¿Cómo se llama?

Fui lealmente mísero perro hambriento, alcé las patas del recuerdo.

Nada de lágrimas, nada de ladridos, nada de escenas.

Se hunde a pesar de nosotros.

Se va por el mar bote remado.

Se hunde en el mar como en nosotros.

Porque el tiempo lo esperaba –digamos- “más de prisa”.

Porque él sabía que nosotros éramos el pretexto de su vida.

Y que su nombre alguna vez buscaría detalles en nosotros.

    ¿Y ahora?

Ya no hay gramolas, ni canciones, ni discos de Vicentico Valdés,

Ni mesas de madera, ni taburetes, ni botellas de ron, ni Coca Cola,

Ni intervalos, ni el viejo camarero que entra cansado y se equivoca

y nos pregunta: ¿Algo más?”, ni yo que grito: “¡Quédate, quédate, quédate

                                                                                / conmigo!”,

Ni un vaso que se rompe. “No nada más; tráigame la cuenta”.

El Morro está a lo lejos

los barcos dispuestos a ser ingeridos de otra forma.

De allá a acá para siempre sin un sitio.

Al menos como éste que se hunde sin un nombre;

sin que él sepa el papel que representa:

Como no sabremos, el nuestro nosotros.

Como hemos sido en cuanto a lo que nos tocaba sin saberlo:

(“Vivir con las palabras es una cosa: vivir fuera de las palabras es otra.

Vivir con la vida es otro asunto. ¿Cómo vivíamos?

¿Se vive? ¿Es que se vive? ¿Qué es lo que se vive?”):

Una noche parece bastar para toda la vida:

Aquella después de ver La Strada en Bellas Artes.

Te sentaste en el banco frente al palacio presidencial: llorabas.

¿Tú sabes lo que es eso a la una de la madrugada, debajo de esas luces

Donde se oye el rugido del mar sobre las rocas y la luna es tan tremenda?

Pues sí: lloraste.

Saldré a caminarte: La avenida del puerto.

La Iglesia de Paula.

Las llamas de la destilería.

Las luces contra el agua. Los destellos en las piedras.

Los instantes clavados en el cuerpo mientras me siento en el muro del malecón.

Saldré a hundirme con ese sitio.

Rodearé sus maderas y su nombre que no conozco.

La virgen negra que está enfrente.

Santa Bárbara que está a su puerta.

Las voces que suben al embarcadero o bajan a perderse

    con la lluvia

    o una botella de cerveza

    o en otras voces que no sé si son esas u otras

            que he oído hace mucho.

El agua que asiste a devorarnos.







Participación





Los ojos salen, buscan el techo de la casa de enfrente.

La antena del televisor. Las ventanas azules.

Como de otra época u otro principio esa misma mirada te recorre.

Hondo a tu cuerpo como si él no fuera otro como lo crees.

Pero eres tú mismo el que lo sabes,

el que te lo has repetido noches y semanas:

“Debe ocurrir, debe ocurrir”, que un día me desconozca.

Las cortinas estén descorridas y penetre el sol;

el sol de otra época que no haya sido ésta que te tocó vivir

y de la que sin embargo tú no te arrepientes.

No podrás arrepentirte como de tantos otros sucesos que no fueron por predestinación.

Donde tú andas sin nadie y te has acostumbrado;

a esta ciudad de La Habana y su noche rota de una pedrada dentro de ti.

Esta ciudad a oscuras de tu alma en que creíste y ahora serás desterrado:

Viniste a conocer el odio, el miedo, la hipocresía;

    las palabras benditas y las aborrecibles,

    para que esta ciudad pueda vivir y tú obtengas el tacto seguro;

    el dolor y la angustia por la que ella se hace conocer.

Llegaste en una época donde un mundo empezaba a consumirse

     y había cosas esperando junto al fuego:

     La palabra Revolución ardía.

Ardían las palabras como los muertos o torturados que viste al pie de cualquier esquina,

     donde alguien jugaba al número de su suerte

     sobre algún cadáver que todos habíamos provocado.

Surge el horror que pueden tus ojos y el recuerdo

       -presa su imagen- indefinible.

Surge tu soledad como una espada o una hoja de papel dispuesta

       a ser usada, escrita, o si es posible: rota.





Anti-clímax





Entro en La Habana a un bar que le llaman El Pastores.

Me acompañan dos amigos. El mar crece a lo lejos.

La noche pone su dedo sobre el puerto:

    en esto un árbol yacía entre mis párpados

    me soné la nariz y apareció un bosque

    “carta blanca con ginger” abrimos las tres bocas

    me abro la cabeza y un puñal pequeño me atraviesa.



Por la mañana tengo el primer vómito de sangre

     de aquel bosque arranqué lágrimas que tuve

     mucho tiempo sobre el pecho estaba desnudo y me

     miraba otra piel y un diente pequeño nacía de mi frente

     tuve un miedo terrible a no ser ya yo mismo.

Por la mañana mi madre me echa en cara todos mis defectos

     sólo es que tengo miedo de ser descubierto y castigado

     de por vida me desmayo escupes

     sobre mis labios en silencio sobre el resto de mis días

     hasta que te arrancas caes sobre mí que voy a morir en ti ahora

     me doy cuenta que se trata de un día de septiembre

     finalmente me arranco los ojos y pongo tu nombre

     entre las cuencas vacías.

Por la tarde tengo el segundo vómito de sangre.

A esto se le llama morir por amor a lo Margarita Gautier

     si me tomo una cerveza estoy completamente seguro

     de que voy a ver a Dios golpeo sobre la barra

     te busco en una pareja que baila

     porque sé que te he perdido entre tantos

     mis dos amigos se matan a arañazos

     una piedra suena sobre el bosque como una piedra

     y otros me buscan como yo a ti te amo

     desde mi pecho crece un buitre

     te amo dolor mío todo empieza a morir

     te amo amanece.

Mi madre hace la historia de todos los que han muerto en mi familia.

Por la noche tengo el último vómito de sangre

     como en aquella historia que recuerdo

     no sin algo de susto y vértigo a la vez.

Mi madre habla constantemente de los ojos azules de mi tío

     te cuento aquella historia de mi padre irrumpo a llorar

     salvajemente una curiosa me mira tú me aprietas las manos

     descubres que me quieres o me tienes lástima

     estoy asustado de tanta mentira,

     pero me he salido con la mía y ya me perteneces

     vivos afuera suenan la lluvia y el viento.

Mi madre copia estas palabras mientras vienen a buscarme.







Visto







Me he dado cuenta que ya no amo

No me ha dolido ni un rasguño no me lo noto por ninguna parte

Me busco en los brazos toco el cuerpo y ni una marca

Toda hacia dentro se me vuelca el alma

Me pasa como aquel que no conoce dice y no lo siente

No sé qué soy conmigo dónde he estado si vuelvo o si regreso

Me pesa un sol la vida

Me hieren como a un ciego las palabras

Hay nombres que se clavan en mis dedos: lugares órdenes venganzas

Nadie me escucha y ando corro estoy cayendo y mi enemiga la muerte

                                                                       /se me acerca

Estoy tan solo que no hace falta que lo diga: basta con mirarme






En mi haber



   

-Ha habido desde que soy consciente

tantos decididos almuerzos, tanta delicia falsificada,

tanto darme cuenta del engaño de todos nosotros.

Nadie me ha querido: ni un relámpago ni un poco de agua,

ni la goma con que borro mi nombre,

ni los horrores que son tan míos y sólo yo los compadezco,

ni la máquina de escribir ni el automóvil,

ni la luz que sabe su último momento

cuando observa que voy a echarme para vencer el tiempo,

comerlo –destruirlo en mí- para ponerme luego a lamentarme,

a decir: “¿Qué he hecho?” “¿Dónde he estado?” “No lo merezco”.

Quisiera entonces espiar en cualquier parte donde se diera un beso,

donde alguien corriera su mano sobre un cuerpo hermoso,

donde alguien proclamase que se ha acabado todo y nos vemos:

sin señas sin subterfugios sin agonías

sin nadie con una mancha de penumbra y sangre entre los labios.

Pero estamos ciegos,

desde el principio estamos ciegos y compadecidos;

por lo que no conocemos y hemos creado con nuestro maldito miedo.

Pido un árbol donde recostar mi cabeza.





Segundo poema a C





Además de que sepamos que todo pasará:

Que el mundo tal y como lo hemos pensado

puede que sea un error

-un débil error de nuestras mentes-:

A pesar de que mañana nos levantaremos

para olvidar (a mañana

cuando haya pasado mucho tiempo me refiero);

para olvidar las tristes camas

que deshicimos algunas noches;

para amar y marcharnos temprano.

Con agonía y sin miseria

pero con un dolor tan serio

como de creernos que habíamos nacido

con esa intensidad de sufrimiento:


      “Nos buscaremos más allá de nosotros
       pero nuestra comunicación es un misterio
       que muere a cada palabra
       y luchamos ferozmente por no reconocerlo”.

Por eso no sabemos si somos la vida
o el propósito de serla: un acto, una mirada;
andar callados o engañarnos
con decir frases triviales,
ola batalla o la pasión de conocer
que un día:
Ya nada nos importe:
Ya todo sea un poco de lluvia que se pierde:
Ya nada ni nadie nos sostenga.


Primer pequeño testamento


Estoy tan solo como la muerte
Haberlo comprendido me ha hecho poderoso
Las palabras que solemos decir no son las justas
Justas son nuestras acciones que todo lo demuelen
El pasado y mis enemigos me han enriquecido
He aprendido el amor como quien busca cactus espinosos
He llorado la sangre de mis dedos y las heridas me suenan como
     una guitarra milagrosa.




* Estos poemas fueron seleccionados por Felipe Lázaro de la antología poética El grito y otros poemas (Betania, 2000),  128 pp. Prólogo de Nelson Simón González.







Bibliografía mínima:



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- “Con tantos palos que dio la vida: poesía, censura y resistencia”, en Criterios (La Habana, 15 de mayo de 2007 pp. 1-43. www.criterios.es/pdf/aragontantospalos.pdf.



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DE FERIA, Lina: “En los días de El Puente”, en Matanzas 6.2-3 (2005).



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GARCÍA RAMOS, Reinaldo y SIMO, Ana María: Novísima Poesía Cubana (La Habana: El Puente, 1962).



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- “Ese deseo permanente de libertad. Conversación con José Mario e Isel Rivero en Madrid el 4 de octubre de 2002”, en La Habana Elegantehttp://www.habanaalegante.com/Fall-Winter2002/BarcoRamosSerranoLago.html.



-“José Mario, el entusiasmo esperanzado”, en La Habana Elegante: http://www.habanaelegante.com/Fall-Winter2002/BarcoRamosSerranoLago.html.



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HURTADO, Rogelio Fabio: “Otra vez El Puente”, en Diario de Cuba:  www.ddcuba.com (Madrid,3 de mayo de 2015).



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-“Homenaje a José Mario (10º Aniversario de su muerte)”, en el blog EBETANIA: http://ebetania.wordpress.com (Madrid, 20 diciembre 2012). Ver etiqueta: José Mario.



-“Recordando a José Mario en el Décimo Aniversario de su muerte. (Selección de pomas)”, en Revista Hispano Cubana, (Madrid: Nº 45 , enero-abril 2013; pp. 183-191).



- “Cuando la palabra revolución ardía, José Mario pasó de la UNEAC a la UMAP”, en 14ymedio (La Habana, 2017): https://www.14ymedio.com/blogs/cajon_de-sastre/Revolucion-Jose-Mario-Uneac-Umap_7_2345835395.html#.xRv4F9WZlw4.email



MARIO, José: El grito (La Habana: Imprenta CTC Revolucionaria, 1960).



-La conquista (La Habana: El Puente, 1961).



- De la espera y el silencio (La Habana: El Puente, 1961).



-Clamor agudo (La Habana: El Puente, 1961).



-A través (La Habana: El Puente, 1962).



-15 obras para niños.(Teatro)Tomo I. (La Habana: El Puente, 1962).



-Muerte del amor por la soledad (La Habana: El Puente, 1965).



-“Novísima Poesía Cubana” en Mundo Nuevo (París, Nº 38 ; pp. 48-54).



- No hablemos de la desesperación (Madrid: Ediciones El Puente, 1970 y 1983; 44 pp.



- Trece poemas (Madrid, Betania, 1988; 40 pp.).



- El grito y otros poemas. Antología poética.(Madrid: Betania, 2000;  128 pp.). Prólogo de Nelson Simón González.



-“La verídica historia de Ediciones El Puente, 1961-1965”, en Revista Hispano Cubana Nº 6  (Madrid: invierno 2000;

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- “Allen Ginsberg en La Habana” en Revista Hispano Cubana Nº 15 (Madrid: invierno 2003; pp. 73-85.

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MISKULIN, Silvia Cezar: Os intelectuais cubanos e a política cultural da Revoluçao (1961-1975). (Sau Paulo: Alameda/Fapesp, 2009).



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SANTIAGO RUIZ, Héctor: “José Mario: El Puente de una generación perdida”, en El Ateje 2.6(2003): www.elateje.com/0206/ensayos02603.htm



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Felipe Lázaro (Güines, 1948). Poeta y editor cubano. Licenciado en Ciencias Políticas y Sociología por la Universidad Complutense de Madrid  y graduado de la Escuela Diplomática de España- En 1987 obtuvo la Beca Cintas y fundó la editorial Betania en España, donde reside. Sus últimos libros publicados son: Tiempo de exilio. Antología poética, 1974-2014  (2016), el libro de relatos Invisibles triángulos de muerte. Con Cuba en la Memoria (2017) y la 5º edición del libro de entrevistas Conversaciones con Gastón Baquero (2019)  cuyo ejemplar impreso  se puede adquirir en AMAZON: www.amazon.com

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2 comments:

  1. Muy bueno tu ensayo. Muy lúcido. Me lo leí completo, querido Felipe. Muy claro. Pude ver tu dolor por esta pérdida, de un poeta que tuve el gusto de conocer en persona, pues asistió con toda su humildad a la presentación de mis libros en España gracias a ti y a Pio. No los olvido. Gracias por este aporte a la literatura. Abrazo.

    Ismael Sambra

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  2. Muy sentido trabajo del gran editor cubano Felipe Lázaro. Un justo homenaje a un poeta de fuste. Tuve el gusto de conocer y leer sus poemas y departir en algunas veladas con él, Waldo Balart,Pio Serrano y otros literatos cubanos.me emociona que Felipe que nos haya recordado, dieciocho años después, a José Mario. Hay que agregar que en Madrid, personas con ideas muy diferentes a las de José Mario, disfrutabamos de la conversación, de la poesía y del vino, obviando que todos teníamos nuestros traumas y frustraciones, unos causados por dictaduras capitalistas de derecha y otros por los efectos en su vidas del régimen cubano. Pero por encima de todo estaba la amistad, la cultura y la fraternidad caribeña.

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