Por Ileana Fuentes
Aquel éxodo, coordinado desde Londres, salvó la vida a más de 9.000 menores de 17 años, provenientes de Alemania, Austria, Checoslovaquia y Polonia, que cruzaron por barco hasta Gran Bretaña desde puertos en Bélgica y los Países Bajos. Unos 7.500 eran judíos; los padres de muchos de ellos ya estaban en campos de concentración nazis y morirían durante el holocausto. Aquella operación se llamó informalmente el Kindertransport, o sea, “transporte de niños”. El primer vuelo del Kindertransport aconteció el 2 de diciembre de 1938 y rescató desde Berlín a 200 huérfanos judíos. El último vuelo del Kindertransport aconteció en mayo de 1940.
El éxodo de menores de Cuba salvó a 14.048 niños y niñas de la hecatombe castrista. Yo fui una de esas niñas. Informalmente, el programa se denominó Operación Peter Pan. Esta es, hasta el día de hoy, la operación de rescate de niños y niñas mayor que recoge la historia. Todas las salidas fueron por avión ―por las aerolíneas PanAm, National y KLM― con destino a Estados Unidos, y el primer vuelo salió del Aeropuerto “José Martí”, el 26 de diciembre de 1960. En ese vuelo escaparon apenas dos niños cubanos.
Luego de varios vuelos semanales durante los 23 meses que duraría, la Operación Peter Pan terminó súbitamente el 22 de octubre de 1962, en el séptimo día de la gravísima Crisis de Octubre o Crisis de los Misiles, en la que Cuba, Estados Unidos y la Unión Soviética ―el mundo entero, en realidad― se vieron al borde de un conflicto nuclear. Esa conflagración fue el máximo deseo del megalómano Fidel Castro, según documenta la correspondencia entre el propio Castro y Nikita Jruschev, así como las memorias del líder soviético.
La coordinación del éxodo Peter Pan se dio entre La Habana, Miami y Washington DC. En Cuba, un grupo de valientes educadores y líderes católicos desarrollaron las redes (de padres y maestros) en las escuelas privadas, mayormente. El motor de estas gestiones fue James Baker, director de la Academia Ruston, una escuela estadounidense en La Habana. Colaboraron con él Sergio Giquel, ortodoncista, y su esposa Serafina, quienes mantenían “archivos dentales” de los futuros Peter Pan en su consultorio; Frank Finlay, presidente de la KLM en Cuba, y su esposa Berta, exprofesora de la Ruston; y la británica Penny Powers.
Polita Grau, Albertina O’Farrill y Ramón “Mongo” Grau Alcina (sobrino del expresidente de Cuba, Ramón Grau San Martín) tomaron la batuta de la Operación más adelante. Polita, Ramón y Albertina fueron acusados por el régimen de ser agentes de la CIA, y condenados a 30 años de cárcel. Polita, por ejemplo, cumplió 14 de esos 30 años.
En Miami, el alma y el cerebro del éxodo ―y de la relocalización de miles de niños y niñas en orfelinatos católicos a lo largo y ancho de la nación― fue un sacerdote católico ―más adelante, monseñor― que había emigrado de Irlanda: el padre Bryan O. Walsh. Walsh era en aquel momento director ejecutivo del Buró Católico de Bienestar, y conformó con el programa de Bienestar de los Niños lo que fue el Programa de Niños Cubanos. El Buró Católico fue autorizado por el Departamento de Estado a procesar las visas de estudio y notificar a los padres en Cuba que la documentación de sus hijos estaba resuelta y que podían viajar a Miami. A Bryan Walsh, que narra toda esta epopeya en Cuban Refugee Children, ca. 1971, se le debe el éxito de este rescate.
James Baker viajó a Miami por primera vez en preparativos de la operación rescate a mediados de diciembre de 1960, y se entrevistó con Walsh el día 12. En esa reunión pactaron una estrecha colaboración. Se sentaron las bases de donaciones de empresas privadas, como la Esso Standard Oil (estadounidense) y Shell Oil Company (británica). Miembros de la Cámara de Comercio de EE. UU. en La Habana, ahora en Miami, fueron parte de ese esfuerzo recaudatorio, y ayudaron al intercambio de cartas y documentos, a través de valija diplomática.
El 2 de diciembre de 1960, la administración del presidente Dwight Eisenhower asignó fondos especiales (al principio, 1 millón de dólares) para asistencia a los refugiados cubanos y se fundó el Centro de Refugiados Cubanos en Miami, “el Refugio”. De ese fondo salieron los primeros presupuestos para el programa de niños refugiados. El Buró Católico se ocupó de los niños católicos, la mayoría; el Buró de Servicios a la Infancia se encargó de asistir a los niños de fe protestante, y el Servicio Judío de Familias y Niños se ocupó de los niños judíos, que fueron los menos.
El 15 de diciembre, un grupo de estos empresarios le trajeron al padre Walsh una carta de James Baker con los primeros 125 nombres de niños cubanos listos para salir solos de Cuba una vez sus visas de estudio se recibieran en Cuba. Comenzaba el gran éxodo. Más de 130 agencias de las Caridades Católicas en todo el país se unieron al esfuerzo. Walsh y sus colaboradores establecieron un sistema de espera en el aeropuerto de Miami de los vuelos diarios que llegaban de La Habana. Desde el inicio establecieron una relación colaborativa con los oficiales del Servicio de Inmigración y Naturalización en el aeropuerto para identificar y recibir a los niños que venían solos. Con el condado Dade y con la arquidiócesis de Miami, se habilitaron los refugios en las antiguas barracas de Kendall y el campamento Matecumbe, que fungía de campo de recreo de verano para jóvenes.
Aunque ya el Buró Católico tenía bajo su custodia a unas cuantas docenas de niños cubanos de la comunidad de refugiados, atendidos por varias comunidades de monjas en el downtown de Miami, y en una casona propiedad del industrial Mauricio Ferré (años después alcalde de Miami) puesta a la disposición de Walsh, no fue hasta el 26 de diciembre que los primeros niños arribaron a Miami a través del programa. Los hermanos Sixto y Vivian Aquino llegaron en el segundo vuelo del día en la aerolínea National. Comenzaba oficialmente la Operación Peter Pan.
El 28 llegaron dos más, seis el día 30 y doce el 31. Nunca en su historia el gobierno de Estados Unidos había costeado un programa para niños refugiados. La emisión de visas de estudio para los niños que Jim Baker y su grupo estaban identificando en Cuba se demoraba demasiado. La Operación Peter Pan se vio al borde de la cancelación cuando EE. UU. rompió relaciones con Cuba, y comenzó el cierre de su embajada en La Habana. Durante el mes de enero 1961, y mientras pequeñísimos grupos de niños llegaban a Miami, se montó un operativo de salidas a través de Kingston, Jamaica, con la aerolínea KLM, en colaboración con la arquidiócesis de Kingston y la aprobación del gobierno británico.
Es en estos momentos que surge la idea de emitir documentos de exención de visa ―en vez de visas de estudio― para los niños cubanos de entre seis y 16 años de edad. Menores de entre 16 y 18 años también recibieron dichas exenciones, con verificación previa de nombres y fechas de nacimiento. El Departamento de Estado y el Departamento de Justicia de EE. UU. colaboraron en aprobar el sistema de exención de visas.
Hubo que resolver, también, la ubicación escolar de los recién llegados. Para ello se reclutó un equipo de educadores cubanos ya exiliados en Miami, que estaba encabezado por James Baker y su esposa Sibyl. Lo integraban también monjas dominicas (de las Dominicas Americanas de Cuba) que se habían exiliado. Se fundó una escuela “cubana” en el Hogar para Niños Cubanos; algunos niños asistirían después a la secundaria Archbishop Curley, y a la primaria de la parroquia Sts. Peter & Paul.
De poquito a poquito, para no levantar muchas sospechas en La Habana, fueron llegando los niños y las niñas cubanas. El campamento Matecumbe y las barracas en Kendall se fueron llenando al tiempo que Walsh desarrollaba una red nacional de parroquias católicas, que pusieron a disposición de Caridades Católicas y el Buró Católico de Miami los orfelinatos para niños y niñas y su red de familias sustitutas ―casi todas estadounidenses― en 35 estados de la Unión: Nuevo México, Nebraska, Delaware, Indiana, Colorado y Florida, entre otros.
Noventa y cinco agencias de bienestar social gestionaron esta relocalización. De los 14.048 menores de edad que salieron solos de Cuba en esos 23 meses, 6.584 se ubicaron con amistades de la familia o parientes ya establecidos en EE. UU.; 7.464 quedaron bajo la protección del Programa de Niños Cubanos del Buró Católico y demás agencias protestantes y hebreas. Es importante notar que, si bien la mayoría de los menores eran de familias de la clase media, también se rastrearon barrios más pobres al menos en La Habana para identificar las necesidades de esos padres y madres respecto a su prole. Y para desmentir la propaganda, entre los 14.048 menores de edad hubo no solo niños y niñas hispanodescendientes, sino también menores de edad afrodescendientes y de origen asiático.
Más de 14.000 menores de edad en 23 meses: un cálculo de 610,8 niños por mes, o 140 semanales en el transcurso de 100 semanas. Si bien no ocurrió de esa manera matemáticamente perfecta, lo cierto es que ocurrió. Y también para desmentir la propaganda: nadie nos secuestró. Nuestros padres tomaron la desgarradora decisión de enviarnos solos al extranjero, de ponernos a salvo de la hecatombe comunista. No hay manera exacta de agradecer el sacrificio de esa generación. Hicieron historia. Nos hicieron libres. Descansen en paz.
*Tomado de Cubanet.
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