Mi amigo el excanciller Julio Londoño había sido nombrado embajador de Colombia en la OEA. Gaviria estaba aún en Bogotá y no había tomado posesión de su nuevo cargo cuando Julio me llamó por teléfono y me invitó a visitarlo en su oficina en Washington. Allí me presentó a Miguel Silva, en misión de avanzada para reunir información sobre la Secretaría General, por encargo de Gaviria, con quien trabajaba en la presidencia. Miguel era joven, muy inteligente y de trato cordial. Le di la información que necesitaba sobre la estructura y el funcionamiento de la Secretaría General, y con respecto a los principales funcionarios con los que se relacionaría Gaviria. Fue esta una excelente oportunidad que me brindó gentilmente el Embajador Londoño porque Miguel Silva pasaría a ser el primer jefe de gabinete del nuevo Secretario General.
Como se ha visto anteriormente, yo había presentado la renuncia a mi cargo de confianza cuando Alejandro Orfila asumió el cargo máximo en la OEA. Otro tanto había hecho a la llegada de Joao Clemente Baena Soares. Ahora me tocaba renunciar ante César Gaviria, y yo estaba plenamente consciente de que esta vez sí se aceptaría la renuncia de uno de los pocos asesores del Secretario General. Con el expresidente llegaron varios colaboradores cercanos suyos. Era mucha la gente bien capacitada, y pocos los puestos como el mío.
Mi oficina en el Edificio Principal quedaba junto al salón de sesiones del Consejo Permanente. Poco después de la toma de posesión de Gaviria, llegaron a visitarme Miguel Silva y dos jóvenes colombianos, Martín Carrizosa y César Negret. Martín reemplazaría a Miguel algún tiempo después cuando éste decidió regresar a Bogotá, y Negret era el subjefe de gabinete. Cuando Miguel celebró mi oficina con su habitual amabilidad, le dije que estaba a su disposición. Entonces agregué que también lo estaba mi cargo, desde luego, por ser de confianza, pero que yo no estaba listo para retirarme de la OEA, por lo que le agradecería ofrecerme otro puesto. De inmediato Miguel me preguntó si tenía alguno en mente.
Mauricio Granillo, muy buen amigo mío, había sido embajador de El Salvador en la OEA por varios años, y ahora era el director de personal de la Secretaría. Días antes me había dicho que el cargo de Inspector General quedaría vacante por renuncia del titular, quien regresaría a Brasil, y me lo había sugerido como nuevo destino. Por consiguiente, le contesté a Miguel Silva que podría desempeñar esta función. Miguel dijo que le parecía interesante la idea y la consultaría con Gaviria.
Pocos días después César Negret me invitó a su oficina. Me informó que Gaviria había decidido nombrarme Inspector General con la recomendación de Silva y Carrizosa. Negret comentó que el embajador de Panamá, Lawrence Chewning Fábrega, había dado excelentes referencias mías. A los tres les di las gracias, y muy pronto tomé posesión de mi nueva oficina en el Edificio Premier, en la calle 18.
El Canciller Julio Londoño presidiendo una reunión en la OEA |
El Inspector General presenta sus informes directamente al Secretario General. No recibe instrucciones de ningún otro funcionario, y el Secretario General debe darle máxima libertad de acción. Así fue mi relación con Gaviria desde el comienzo. Los asuntos de rutina los trataba con el jefe de gabinete, y en algunos casos con el subjefe, pero las recomendaciones importantes las formulaba directamente a Gaviria. Tuve que hacer tres que en lo personal fueron difíciles por tratarse de amigos míos. A dos de ellos me vi en la obligación de pedirles la renuncia, y quedaron fuera de la Secretaría General. El tercero tuvo que aceptar el traslado a un cargo de menor relevancia.
Lo más difícil de todo fue ocupar el cargo sabiendo que debió haberse nombrado a Alfonso Caycedo, el auditor principal, con larga experiencia en estas funciones. El primer día le dije a Alfonso que con él se cometía una injusticia. Me contestó ofreciéndome su total apoyo y colaboración.
Fuimos amigos a partir de entonces y hasta su fallecimiento, ocurrido poco antes de terminar estas evocaciones. Sus leales y sabios consejos me ayudaron mucho a desempeñar mis funciones a cabalidad. Más de una vez se los agradecí personalmente, y ahora dejo constancia escrita de mi gratitud a este noble amigo y muy capaz funcionario internacional.
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No habrán sido muchos los caminos andados, ni muchas las veredas que entre 1961 y 1998 logré abrir. Tampoco navegué en cien mares, ni atraqué en cien riberas. Fui testigo, eso sí, y a veces protagonista de sucesos que en el campo de las relaciones internacionales trazaron rumbos hasta entonces inexplorados en la práctica, aunque esbozados en los salones académicos y la literatura especializada.
En pocas palabras, cumplí con mi deber de funcionario internacional. Tuve la buena fortuna de hacerlo sin faltar a mis convicciones como cubano enemigo del régimen tiránico que sufre mi país hace más de sesenta años. Me ayudaron a salir adelante las enseñanzas de mis padres, por sobre todo. Asimismo, me animó el ejemplo de mi padre como funcionario público en su juventud y, aún joven, embajador en Washington y la OEA, y jefe de la delegación de Cuba en Naciones Unidas y en muchas reuniones internacionales.
Resultaron útiles los estudios de Derecho; mi breve experiencia como abogado en ejercicio; la también breve experiencia como profesor universitario; y el idioma inglés, bien aprendido en Georgetown Preparatory School cuando vivíamos en la capital de los Estados Unidos, no lejos del Edificio Principal de la OEA, sin que me pasara por la mente entonces que doce años después pondría pie en él por primera vez, entrando por un túnel, como quien lo toma por asalto, para desembocar, incierto y deslumbrado, en el elegante despacho del Secretario General José Antonio Mora Otero.
A diferencia de mi ingreso, la salida del Edificio Principal fue por la puerta grande. El miércoles 24 de junio de 1998, seis días antes de la fecha de mi retiro reglamentario, el Consejo Permanente celebró sesión ordinaria bajo la presidencia del Embajador Michael Arneaud, Representante Permanente de Trinidad y Tobago. Luego de despedir a varios Representantes Alternos que culminaban sus funciones en la OEA, el Presidente del Consejo Permanente dijo:
Today we also bid farewell to the Inspector General, Mr. Guillermo Belt, who is retiring after a long career of service to this organization. Mr. Belt has done a tremendous job during his career at the OAS, and I feel that the least we could do is to really thank him for his efforts and for his very detailed reports to us over the past few years. Mr. Belt, thank you very much for all you’ve done for us.
En las actas de esta reunión (OEA/Ser.G CP/ACTA 1164/98, 24 junio 1998) constan las muy generosas palabras de los embajadores Mauricio Granillo Barrera, Representante Permanente de El Salvador, y Lawrence Chewning Fábrega, Representante Permanente de Panamá, quienes hablaron a continuación del Presidente del Consejo. Sería una falta de modestia citarlas aquí, como también las igualmente generosas y afectuosas expresiones del Secretario General Adjunto, Embajador Christopher R. Thomas.
Asimismo me dedicaron amables palabras de despedida, en este orden, el Embajador Claude Heller Rouassant, Representante Permanente de México; la Representante Interina de Canadá, Renata Elisabeth Wielgosz; el Embajador Denis G. Antoine, Representante Permanente de Granada; el Representante Alterno de los Estados Unidos, Ronald D. Godard; la Embajadora Marlene Fernández Del Granado, Representante Permanente de Bolivia; y la Embajadora Beatriz M. Ramacciotti, Representante Permanente del Perú. Todos estos reconocimientos figuran en las páginas 8 a 13 del Acta citada, que, como todas las del Consejo Permanente, son actas textuales.
Avisado gentilmente por mis queridos amigos Mauricio Granillo y “Chuni” Fábrega que debía asistir sin falta a esta sesión, y sentado, por primera vez en mi larga carrera, en la galería de visitantes del salón de sesiones del Consejo Permanente, escuché sorprendido sus palabras y las de sus colegas. De habérseme invitado a ocupar un puesto en la mesa de la presidencia, como lo hice por varios años, no dudo que se habría notado la emoción con la que recibí estos generosos reconocimientos de mi trabajo.
Guillermo Belt, como inspector general fue una gran decision del secretario G, por su lealtad y por su conocimiento de la OEA. Además de su acertado criterio y ponderación. Amén de un gran ser humano. Trabajé muy bien con el. César Negret Mosquera
ReplyDeleteMuchas gracias a César Negret por su amable comentario. Fue un gusto trabajar con el Subjefe de Gabinete del Secretario General Gaviria, ex Presidente de Colombia, mi buen amigo Negret.
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