Por Enrique Del Risco
Porque antes de un 11 de julio hubo un 5 de agosto. Hace cuatro o 31 años, da igual. Cientos, si no miles,
gritando en las calles de la Habana Vieja y Centro Habana “Libertad”. Solo que
en 1994 no había redes sociales ni las cámaras andaban de mano en mano en
forma de teléfonos. Tenemos que conformarnos año tras año con los mismos seis minutos y pico
de imágenes tomadas por algún turista o periodista extranjero con gente
escuálida y descamisada (literalmente, como dicen que son los que hacen las revueltas) que va de un lado a otro sin soltar la bicicleta de puro miedo a que
se la roben. Imágenes incomprensibles si no se entiende el contexto: hambruna
por años, desesperación, intentos de fuga del país que a veces terminan en
masacre (como en hundimiento del remolcador 13 de marzo hacía apenas tres
semanas) o con éxito (como el secuestro de la lanchita de Regla hacía apenas
unos días). Gente que se reúne en la Avenida del Puerto a la espera de que un
milagro la saque del país y de la miseria (que es más o menos lo mismo) y
grupos paramilitares disfrazados de obreros de la construcción que los hostigan
hasta que la furia estalla e invade media ciudad, la mitad más pobre. Tenemos esas pobres imágenes y los rumores de
los cientos de presos, de algún muerto y de un karateca (o un policía),
disfrazado de miembro del Contingente Blas Roca, al que le sacaron un ojo de un
botellazo. (Los disfraces, aunque no engañen a nadie tienen un sentido teatral: no es la policía quien reprime al pueblo sino los obreros que se enfrentan a los delincuentes).
Fuera de esa pobreza de imágenes, de memoria, está la historia oficial. La de los antisociales que asaltaron tiendas para turistas (algo que también pasó), la de Fidel como Moisés abriéndose camino entre las masas airadas y convirtiendo los “Abajo Fidel” en puro “Fidel, Fidel” (aquí la historia oficiosa se contradice: si eran vulgares saqueadores ¿qué hacían gritando “Abajo Fidel”?). Como si las tropas especiales no hubieran llegado antes a preparar el terreno, a demoler la rabia desarmada. Luego, los pasos que dicta el Manual represivo del totalitarismo, tan bien descritos en la película rusa “¡Queridos camaradas!”: borrado de memoria, ocultamiento de los muertos y algo de comida en la forma de la apertura de los mercados campesinos unos días después. Lo otro fue el gran aporte del castrismo a la teoría marxista-leninista: el éxodo como arma de lucha. Como mismo se había empleado en los 60’s o el ochenta. Resolver el problema trasladándolo. Y entonces Fidel creó la llamada “Crisis de los balseros” y vio que era bueno. Los mismos que antes perseguían y mataban para impedir una fuga ahora la propiciaban y hasta ayudaban a los desesperados a subir a las balsas. A que se los comieran los tiburones o crearles problemas de logística al enemigo imperialista que no sabría dónde meter a tanta gente.
Luego, en el
2021, la historia se repitió, represión, control narrativo, comida anecdótica y
ornamental y éxodo a través de Nicaragua. Antes el poeta Virgilio Piñera había
cantado: “¡Pueblo mío, tan joven, no sabes ordenar!/ ¡Pueblo mío, divinamente
retórico, no sabes relatar!/ Como la luz o la infancia aún no tienes un rostro”.
¿Cómo va a tener rostro, cómo va a madurar, Virgilio, un pueblo al que cada día
le roban la memoria, la voluntad y el tiempo?