Tuesday, September 2, 2025

Memorias indóciles: Una masacre olvidada en la historia de Cuba*

 


Por Isabel Soto Mayedo

Las páginas más oscuras de la historia de la revolución cubana fueron arrancadas de los textos escolares, pero el tiempo se está encargando de develar las verdades más escondidas. Una de ellas fue lo ocurrido en dos días de pólvora y silencio, a finales de agosto de 1962, cuando se desató un baño de sangre contra los integrantes de un grupo de militares y civiles organizados bajo el llamado Frente Anticomunista de Liberación (FAL).

Este episodio histórico fue el intento de alzamiento armado planeado para el 30 de agosto de 1962, fecha que, según el historiador Alberto Fibla (Diario Las Américas, 4 de agosto de 1999), “debe ser recordada por cada cubano” como un grito prematuro de libertad.

La frustrada conspiración del FAL intentó entonces lo inimaginable: derribar al régimen de Fidel Castro desde dentro de los cuarteles. La operación fracasó antes de comenzar y el horror que siguió aún resuena en informes diplomáticos secretos, en las memorias de los sobrevivientes y en la piel de las familias que nunca pudieron despedir a sus muertos.

Apenas tres años después de la entrada de los barbudos a La Habana, muchos de los que habían combatido contra Fulgencio Batista se sentían traicionados. El “halo de hipocresía” inicial de Fidel Castro, como lo describe Fibla, se disipaba con rapidez, dejando al descubierto la consolidación de un régimen marxista-leninista, de partido único y alineado con la Unión Soviética.

En ese contexto nació el FAL desde dentro de las propias filas castrenses. Su líder fue el comandante Evelio Francisco Pérez Menéndez, conocido como Frank, descrito como “un hombre digno y amante de la libertad”. A su lado figuraba Jesús Faraldo, segundo jefe del movimiento. Ambos planearon un levantamiento popular en La Habana y en otras regiones del país, para lo cual buscaron alianzas con miembros de la Marina de Guerra, la Policía y varios regimientos militares.

Entre las organizaciones que se sumaron al proyecto disidente se encontraban el Movimiento 30 de Noviembre, Unidad Revolucionaria, el Movimiento Montecristi, el Movimiento de Recuperación Revolucionaria (MRR), a través de Héctor Fabián, y otras agrupaciones menores.

También estuvieron incolucradas personalidades políticas como Rufo Lopez Fresquet, quien fungió como Ministro de Hacienda del gobierno revolucionario hasta marzo de 1960, cuando renunció a su cargo.

El FAL no era un grupo aislado. Según testimonios de opositores de la época, consiguió la unificación de un buen número de organizaciones representativas de la resistencia civil, creando una alianza inédita entre militares desencantados y civiles que sentían caer el “yugo comunista” sobre Cuba.

Una guerra civil inminente

La estrategia del FAL era audaz y de una escala colosal. El levantamiento estaba programado para iniciarse a las 7 pm del 30 de agosto de 1962, dos horas antes del tradicional cañonazo de las 9 pm en La Habana, con el fin de sorprender al régimen.

El plan maestro consistía en aislar la capital mediante bloqueos simultáneos en todas sus entradas. El objetivo era descabezar al gobierno, cortando comunicaciones y líneas de suministro, para dar inicio a una “guerra civil” que sus promotores consideraban “justa y necesaria” para liberar a la patria.

Pero la operación fue abortada, porque el gobierno logró infiltrar el movimiento. Cerca de 400 personas fueron detenidas y muchas de ellas terminaron ejecutadas en lo que se conoce como la Masacre del 30 y 31 de agosto de 1962.

Infiltración y represión

La magnitud del proyecto fue, irónicamente, su perdición. Los documentos históricos señalan que el plan “se difundió más de la cuenta”. El régimen activó su táctica predilecta: la infiltración. La Seguridad del Estado, con una eficacia temible debido a la amplia red de soplones y espías que desarrolló desde la clandestinidad y en la Sierra Maestra, penetró las células del FAL.

La reacción de Fidel Castro fue rápida, brutal y ejemplarizante. No hubo juicios justos ni clemencia. Consciente del peligro real que representaba esta convergencia de fuerzas, el régimen inició una oleada de arrestos y fusilamientos indiscriminados. Una purga silenciosa, pero implacable, cayó sobre militares y civiles.


La represión culminó en jornadas de masacre en la Fortaleza de San Carlos de La Cabaña, escenario habitual de los fusilamientos de los llamados Tribunales Revolucionarios.

Evelio Francisco fue fusilado el 21 de septiembre de 1962. Poco después, cayó frente al paredón Ricardo Olmedo, sobreviviente del ataque al Palacio Presidencial del 13 de marzo de 1957. Entre los ejecutados se cuentan, además, Juan Carlos Montes de Oca, Luis Sánchez Carpente y Jesús Sierra. También figura Sara Rodríguez, madre de Carlos y Juan Salabarría, detenida para obligarla a confesar el paradero de sus hijos. Antes de ceder, se quitó la vida.

La mayoría de los implicados encontraron la muerte ante el pelotón de fusilamiento y los que sobrevivieron fueron condenados a décadas de prisión en condiciones infrahumanas. La represión no se detuvo en 1962: durante años, se persiguió y ejecutó a cualquier sospechoso de vínculos con el complot que puso en entredicho la fe ciega en el liderazgo de Fidel Castro.

Un informe diplomático rescatado

Un diplomático occidental, asentado en La Habana en esa época, dejó constancia para su gobierno de lo que vio y conoció de primera mano a través de varias fuentes. Su informe –recuperado ahora en un libro en preparación– es un retrato crudo de la ingenuidad y el heroísmo de aquellos conspiradores. En un extenso y revelador despacho, el diplomático contextualizó el evento dentro del marco geopolítico de la Crisis de los Misiles, en octubre de 1962, y expuso los detalles del fallido plan desde una perspectiva realista que debe ser considerada en cualquier análisis de aquellos hechos.

Así aparece citado por el diplomático en los reportes que he logrado revisar, y cuya autoría omito por el momento a petición de los investigadores involucrados en la pesquisa de los legajos inéditos:

“Sublevación militar interna. Hay dos cuestiones que aparecen confundidas o se interfieren la una a la otra: régimen de Fidel Castro y ocupación militar del territorio de Cuba, como avanzada nuclear soviética contra Estados Unidos. Si esta avanzada, si este campamento militar, ofreciese para la URSS más garantías y seguridades el establecerlo, por hipótesis, en la isla de Puerto Rico o en la de Jamaica, el Kremlin hace tiempo que hubiera abandonado al Barbudo de la Sierra Maestra a su suerte, la cual hubiera sido muy afortunada si en ese mismo mes de agosto hubiera triunfado la última y disparatada sublevación militar interna, pésimamente organizada por el Frente Anticomunista de Liberación, cuyos elementos procedían en su mayoría del Ejército y de las Milicias.

“Uno de los objetivos más acariciados por los conjurados del FAL era el asalto a las bases soviéticas en las que se suponía la existencia de proyectiles balísticos. Ocasión habrá más adelante para detallar que estos hombres llegaron a celebrar conversaciones con los soldados recién llegados del Báltico y de la Europa Central, y que estos les manifestaron que ‘lo que deseaban era la libertad, pero que, en lo que planeaban, era casi imposible que pudieran ayudarlos’.

“Estos hombres del FAL, cuyo heroísmo y valentía nadie niega, cometieron el grave error de no contar con un jefe idóneo, de confundir a los que simpatizaban dentro de los cuarteles con la sublevación como auténticos comprometidos y seguidores; llevados de su entusiasmo e inocente impericia, se les ocurrió algo verdaderamente arriesgado e imprudentísimo, por falta de conocimiento interno de su modo de funcionar: visitaron las embajadas occidentales y anunciaron sus propósitos para pedir su colaboración en el sentido de que informasen inmediatamente a sus gobiernos cuando el golpe de Estado se produjese”.

El error fatal

El informe detalla el momento crucial en que la conspiración se expuso a sí misma. El funcionario diplomático revela que un colega suyo –embajador de un país occidental– estuvo a punto de informar a su capital sobre el inminente golpe, creyendo que triunfaría. Fue él quien, conociendo a los principales implicados y la deficiente organización, lo disuadió:

“Alguno de los embajadores occidentales creyó que el FAL, la primera conjura castrense del nuevo Ejército de la revolución marxista-leninista, iba a triunfar, y a punto estuvo de comunicárselo así a su gobierno. El día 27 de este mes de agosto consultó conmigo; conocía yo a varios de los principales encartados, sabía que eran hombres decididos y dispuestos a jugarse la vida en el empeño de derrocar al régimen por el cual no habían luchado. Yo mismo les advertí que con una organización tan deficiente, su fracaso era seguro. El embajador tenía ya redactado el telegrama: ‘No lo envíe señor embajador, esta sublevación está fracasada de antemano’, le dije”.

Implicados en el alzamiento del 30 agosto de 1962.

Ese error de confiar en los cuerpos diplomáticos resultó mortal. La filtración fue inevitable:

“Y así fue; además de otros informes, el gobierno castrista supo, por alguien –no sé si diplomático o subalterno de una de las embajadas que visitaron los entusiastas conjurados–, que el golpe de Estado se daría el 30 de agosto a las diez de la noche”.

Juicios sumarios y ejecuciones

La redada fue masiva y despiadada: “Cerca de 300 jefes y oficiales fueron arrestados entre el 29 y el 30, algunos fusilados inmediatamente, otros encarcelados. La sublevación había abortado. Interiormente, nada había que temer y aquel levantamiento había sido un suicidio, lleno de nobleza, pero también sobrado de imprudencias”.

La represión no se limitó a los implicados directamente. El informe destaca una víctima en particular, un caso de terror aleatorio para sembrar el miedo:

“Como víctima singular que nada tenía que ver con aquel patriótico alzamiento, al filo de las doce y minutos de la noche, también entre el 29 y el 30, era fusilado Manolín Guillot, que había sido detenido el mes de mayo anterior y sufrido torturas en Las Cabañitas, singulares ergástulas de tormento”.

Purga estalinista

A pesar del fracaso, la audacia del plan conmocionó a la cúpula gobernante. La reacción de Fidel Castro no fue de alivio, sino de paranoia, y por ello ordenó una purga sistemática.

“A pesar del fracaso, aquella sublevación puso nervioso a todo el gobierno y Fidel Castro creyó que sus ramificaciones eran mucho mayores que las descubiertas. La purga de oficiales del antes llamado Ejército Rebelde, el que le siguió en la Sierra Maestra, fue típicamente estalinista”, relata el informe.

El diplomático concluye con una aguda observación sobre la naturaleza de la alianza entre Castro y la Unión Soviética, y sobre el estado de ánimo de un líder que, aun habiendo sofocado la rebelión, se sabía vulnerable: “Pero no dormía tranquilo en ninguna parte el Amo de Cuba, como con la relativa independencia que las conveniencias de la Unión Soviética le consentían”.

Silencio y memoria

Los días 30 y 31 de agosto de 1962 quedaron borrados oficialmente. Nunca hubo alusiones a lo ocurrido, ni conmemoración, ni mención en la prensa controlada por el Estado. La historia fue reescrita para sostener el mito de una revolución humanista, monolítica e inquebrantable.

Pero los documentos –como este informe diplomático– persisten. Son testamentos mudos de un capítulo trágico: el de la valentía de unos hombres que, movidos por un ideal de libertad, se enfrentaron a una maquinaria totalitaria apenas en cierne y pagaron el precio máximo.

Su historia -y la de la madre que prefirió quitarse la vida antes de denunciar a sus hijos ligados al plan– fue silenciada durante décadas y ahora exige ser contada. No como un simple fracaso, sino como testimonio de que incluso, en los momentos de mayor opresión, algunos cubanos valerosos optaron por un “suicidio lleno de nobleza” antes de renunciar a ver la patria liberada del oprobio y la mentira bajo un régimen comunista.

El 30 de agosto de 1962 no fue una simple escaramuza, sino el clímax de una conspiración masiva que pudo haber cambiado el rumbo de Cuba. Su fracaso aseguró la consolidación definitiva del castrismo y exhibió la eficacia aterradora de su aparato de seguridad.

Lo peor: dejó al descubierto hasta dónde estaba dispuesto a llegar el poder para perpetuarse.

*Tomado de Café Fuerte


El Capitolio Nacional de Cuba, la epopeya arquitectónica


Por Yaneli Leal

El Capitolio Nacional es la gran joya de la arquitectura republicana habanera que, por su imponente estructura y marcado simbolismo nació como emblema poderoso de la ciudad y, aún más, de la nación. Homólogo expedito de las fortalezas coloniales, ha destacado por su inmaculado diseño arquitectónico y estrecha relación con el entorno, el cual debió readecuarse para servirle de antesala lo que, sumado al gran tamaño del inmueble, refuerza su fuerte expresión a escala urbana.

Como se comprobó en el artículo anterior, es un original exponente de una tipología arquitectónica en la que predomina la estética neoclásica, dentro de la cual cada edificio buscó su propia autenticidad. El Capitolio habanero es resultado del ingenio de un valioso equipo de arquitectos cubanos que, demostrando un profundo dominio del vocabulario clásico concibieron una obra bella, de exquisito equilibrio entre las formas geométricas que la componen (círculo y cuadrado), armoniosa relación entre su planta y alzado, y excelencia en los detalles constructivos y ornamentales.

Su primer proyecto corresponde a 1914, cuando los arquitectos Félix Cabarrocas y Mario Romañach fueron convocados por el Gobierno de Mario García Menocal. En esos primeros planos, aunque con un diseño diferente al actual, el edificio se distingue por tener una amplia escalinata de acceso y una cúpula al centro de un cuerpo horizontal rematado por dos hemiciclos. Entre 1916 y 1921 transcurrió la primera etapa constructiva ejecutada por La Nacional, compañía de los arquitectos Antonio Fernández de Castro, Eugenio Rayneri Piedra y Francisco Centurión. La construcción fue paralizada por el presidente Alfredo Zayas durante la crisis económica y rentado el terreno en obras para la instalación de un parque de atracciones, el Havana Park.

Gerardo Machado y su ministro de Obras Públicas Carlos Miguel de Céspedes retomaron el proyecto con el firme propósito de terminarlo para la VI Conferencia Panamericana a celebrar en La Habana en enero de 1928. En mayo de 1926 se retomaron las obras con un ritmo desenfrenado e ininterrumpido que movilizó unos 8.000 obreros las 24 horas del día. Así lo describen las memorias publicadas en 1933: "centenares de obreros se movían en todas direcciones; cuantos medios mecánicos modernos son conocidos fueron empleados en persecución del ideal y todo se ejecutaba cronométricamente, con un orden y organización tal, que semejaba un pequeño ejército que accionaba a la voz de mando de su Jefe".

En esta segunda etapa estuvieron al frente del proyecto los arquitectos Raoul Otero, José María Bens Arrate y, muy especialmente, Eugenio Rayneri Piedra, quien terminó asumiendo toda la dirección técnica y artística. Cada uno introdujo cambios, por lo que la obra final fue resultado del trabajo de los cinco arquitectos cubanos. Entonces la compañía contratista era la firma norteamericana Purdy and Herderson, cuya experiencia técnica y conocimiento del terreno por otros inmuebles que habían construido en la zona, les posibilitaron encontrar las soluciones adecuadas para garantizar la solidez de una obra como esta.

Sobre el papel de esta compañía, que para el Capitolio tuvo a José Sabí Carreras como director facultativo del cuerpo técnico, comenta la arquitecta María Mestre: "Se encargó de la finalización o modificación de planos durante el transcurso de la obra y su labor fue esencial en los momentos más críticos, como por ejemplo el cálculo de la cimentación y estructura de la cúpula y las alternativas presentadas para aligerar secciones que en los planos aparecían como macizos de hormigón. Para ello se recurrió a profesionales cualificados de la empresa ubicados en sus oficinas de Nueva York a pesar de que el 90% de sus efectivos eran cubanos".

El Capitolio de La Habana tuvo que sortear grandes desafíos en tiempo récord. Uno de ellos fue la readecuación del proyecto definitivo a lo ya construido, con la demolición parcial de la obra anterior, y el refuerzo y ampliación de la cimentación preexistente al ser más amplia, alta y pesada la nueva estructura. Para ello se hincó un mayor número de pilotes de jiquí y júcaro hasta la profundidad de siete metros y se hicieron contrafuertes.

Otro aspecto importante fue la extracción y talla de la piedra de capellanía empleada en la planta baja y en las columnas. Se habla de una "verdad constructiva" en el uso de los materiales y su funcionamiento en el Capitolio, por ser una de las obras modernas habaneras que no seduce por el trampantojo de sus molduras y enlucidos, sino por la autenticidad de los recursos empleados. De esta forma, las monumentales piedras cortadas en las canteras de Ceiba del Agua y Artemisa, de igual espesor al muro de carga, constituyen un poderoso basamento para el resto de los niveles, al tiempo que impresiona la talla tradicional del almohadillado y los tantos elementos de fachada como capiteles, balaustradas, metopas, etc.

Unos 5.000 planos describen los detalles de esta construcción monumental que alcanzó los 207,4 metros lineales y 13.483 metros cuadrados de superficie, y que combinó técnicas y materiales tradicionales con estructuras de acero de grandes luces. También de acero es la armazón de la cúpula de 91,73 metros de altura y 32 metros de diámetro. Es un inmueble que exhibe una sobria elegancia exterior y que dentro explaya lujo y colorido en un detallado y exclusivo diseño de pavimentos, mobiliario, luminaria, ascensores, etc. Más de 60 tipos de mármoles, bronces bruñidos, enchapados de caoba y pinturas murales hacen la magia de estancias estilo Imperio, Neorrenacimiento español e italiano, Neoclásico, etc.

Aunque no cumplió con la fecha prevista, ya que finalmente se inauguró en mayo de 1929, tres años parecen escasos para la ejecución de tanto arte e ingeniería. Todo lo cual fue posible por la excelente organización del trabajo y la subcontratación de múltiples artesanos y compañías cubanas, italianas, inglesas, francesas y alemanas para las obras de diseño interior. Por ejemplo, en el último año Purdy and Henderson llegó a contar con la asistencia de más de 40 subcontratistas.

Entre los profesionales que prestigian el Capitolio destaca también el paisajista francés J.C.N. Forestier, quien se encargó del diseño de los jardines. Incluidos en su plan general para La Habana, recreó no solo los 26.391 metros cuadrados que rodean el inmueble sino también su entorno con la ampliación de las calles circundantes, el diseño del Parque de la Fraternidad y el remozamiento de Prado, eliminando su arbolado a partir de la calle Neptuno lo que confiere mayor perspectiva al inmueble. Incluso concibió la ampliación de la calle Teniente Rey como amplia avenida para conectar el puerto con el edificio de gobierno, pero no llegó a realizarse.

La magnífica obra civil del Capitolio se refuerza en sus funciones y en la marcada simbología de su decoración, distribución espacial y nomenclatura de las estancias. 

*Tomado de Diario de Cuba

La historia oculta detrás de Fidel Castro en la Sierra Maestra

 


Nuevo video de Ranfis Suárez sobre Fidel Castro en la Sierra Maestra: guerra química, suciedad y narcotráfico.