Por Isabel Soto Mayedo
Las páginas más oscuras de la historia de la revolución cubana fueron arrancadas de los textos escolares, pero el tiempo se está encargando de develar las verdades más escondidas. Una de ellas fue lo ocurrido en dos días de pólvora y silencio, a finales de agosto de 1962, cuando se desató un baño de sangre contra los integrantes de un grupo de militares y civiles organizados bajo el llamado Frente Anticomunista de Liberación (FAL).
Este episodio histórico fue el intento de alzamiento armado planeado para el 30 de agosto de 1962, fecha que, según el historiador Alberto Fibla (Diario Las Américas, 4 de agosto de 1999), “debe ser recordada por cada cubano” como un grito prematuro de libertad.
La frustrada conspiración del FAL intentó entonces lo inimaginable: derribar al régimen de Fidel Castro desde dentro de los cuarteles. La operación fracasó antes de comenzar y el horror que siguió aún resuena en informes diplomáticos secretos, en las memorias de los sobrevivientes y en la piel de las familias que nunca pudieron despedir a sus muertos.
Apenas tres años después de la entrada de los barbudos a La Habana, muchos de los que habían combatido contra Fulgencio Batista se sentían traicionados. El “halo de hipocresía” inicial de Fidel Castro, como lo describe Fibla, se disipaba con rapidez, dejando al descubierto la consolidación de un régimen marxista-leninista, de partido único y alineado con la Unión Soviética.
En ese contexto nació el FAL desde dentro de las propias filas castrenses. Su líder fue el comandante Evelio Francisco Pérez Menéndez, conocido como Frank, descrito como “un hombre digno y amante de la libertad”. A su lado figuraba Jesús Faraldo, segundo jefe del movimiento. Ambos planearon un levantamiento popular en La Habana y en otras regiones del país, para lo cual buscaron alianzas con miembros de la Marina de Guerra, la Policía y varios regimientos militares.
Entre las organizaciones que se sumaron al proyecto disidente se encontraban el Movimiento 30 de Noviembre, Unidad Revolucionaria, el Movimiento Montecristi, el Movimiento de Recuperación Revolucionaria (MRR), a través de Héctor Fabián, y otras agrupaciones menores.
También estuvieron incolucradas personalidades políticas como Rufo Lopez Fresquet, quien fungió como Ministro de Hacienda del gobierno revolucionario hasta marzo de 1960, cuando renunció a su cargo.
El FAL no era un grupo aislado. Según testimonios de opositores de la época, consiguió la unificación de un buen número de organizaciones representativas de la resistencia civil, creando una alianza inédita entre militares desencantados y civiles que sentían caer el “yugo comunista” sobre Cuba.
Una guerra civil inminente
La estrategia del FAL era audaz y de una escala colosal. El levantamiento estaba programado para iniciarse a las 7 pm del 30 de agosto de 1962, dos horas antes del tradicional cañonazo de las 9 pm en La Habana, con el fin de sorprender al régimen.
El plan maestro consistía en aislar la capital mediante bloqueos simultáneos en todas sus entradas. El objetivo era descabezar al gobierno, cortando comunicaciones y líneas de suministro, para dar inicio a una “guerra civil” que sus promotores consideraban “justa y necesaria” para liberar a la patria.
Pero la operación fue abortada, porque el gobierno logró infiltrar el movimiento. Cerca de 400 personas fueron detenidas y muchas de ellas terminaron ejecutadas en lo que se conoce como la Masacre del 30 y 31 de agosto de 1962.
Infiltración y represión
La magnitud del proyecto fue, irónicamente, su perdición. Los documentos históricos señalan que el plan “se difundió más de la cuenta”. El régimen activó su táctica predilecta: la infiltración. La Seguridad del Estado, con una eficacia temible debido a la amplia red de soplones y espías que desarrolló desde la clandestinidad y en la Sierra Maestra, penetró las células del FAL.
La reacción de Fidel Castro fue rápida, brutal y ejemplarizante. No hubo juicios justos ni clemencia. Consciente del peligro real que representaba esta convergencia de fuerzas, el régimen inició una oleada de arrestos y fusilamientos indiscriminados. Una purga silenciosa, pero implacable, cayó sobre militares y civiles.
La represión culminó en jornadas de masacre en la Fortaleza de San Carlos de La Cabaña, escenario habitual de los fusilamientos de los llamados Tribunales Revolucionarios.
Evelio Francisco fue fusilado el 21 de septiembre de 1962. Poco después, cayó frente al paredón Ricardo Olmedo, sobreviviente del ataque al Palacio Presidencial del 13 de marzo de 1957. Entre los ejecutados se cuentan, además, Juan Carlos Montes de Oca, Luis Sánchez Carpente y Jesús Sierra. También figura Sara Rodríguez, madre de Carlos y Juan Salabarría, detenida para obligarla a confesar el paradero de sus hijos. Antes de ceder, se quitó la vida.
La mayoría de los implicados encontraron la muerte ante el pelotón de fusilamiento y los que sobrevivieron fueron condenados a décadas de prisión en condiciones infrahumanas. La represión no se detuvo en 1962: durante años, se persiguió y ejecutó a cualquier sospechoso de vínculos con el complot que puso en entredicho la fe ciega en el liderazgo de Fidel Castro.
Un informe diplomático rescatado
Un diplomático occidental, asentado en La Habana en esa época, dejó constancia para su gobierno de lo que vio y conoció de primera mano a través de varias fuentes. Su informe –recuperado ahora en un libro en preparación– es un retrato crudo de la ingenuidad y el heroísmo de aquellos conspiradores. En un extenso y revelador despacho, el diplomático contextualizó el evento dentro del marco geopolítico de la Crisis de los Misiles, en octubre de 1962, y expuso los detalles del fallido plan desde una perspectiva realista que debe ser considerada en cualquier análisis de aquellos hechos.
Así aparece citado por el diplomático en los reportes que he logrado revisar, y cuya autoría omito por el momento a petición de los investigadores involucrados en la pesquisa de los legajos inéditos:
“Sublevación militar interna. Hay dos cuestiones que aparecen confundidas o se interfieren la una a la otra: régimen de Fidel Castro y ocupación militar del territorio de Cuba, como avanzada nuclear soviética contra Estados Unidos. Si esta avanzada, si este campamento militar, ofreciese para la URSS más garantías y seguridades el establecerlo, por hipótesis, en la isla de Puerto Rico o en la de Jamaica, el Kremlin hace tiempo que hubiera abandonado al Barbudo de la Sierra Maestra a su suerte, la cual hubiera sido muy afortunada si en ese mismo mes de agosto hubiera triunfado la última y disparatada sublevación militar interna, pésimamente organizada por el Frente Anticomunista de Liberación, cuyos elementos procedían en su mayoría del Ejército y de las Milicias.
“Uno de los objetivos más acariciados por los conjurados del FAL era el asalto a las bases soviéticas en las que se suponía la existencia de proyectiles balísticos. Ocasión habrá más adelante para detallar que estos hombres llegaron a celebrar conversaciones con los soldados recién llegados del Báltico y de la Europa Central, y que estos les manifestaron que ‘lo que deseaban era la libertad, pero que, en lo que planeaban, era casi imposible que pudieran ayudarlos’.
“Estos hombres del FAL, cuyo heroísmo y valentía nadie niega, cometieron el grave error de no contar con un jefe idóneo, de confundir a los que simpatizaban dentro de los cuarteles con la sublevación como auténticos comprometidos y seguidores; llevados de su entusiasmo e inocente impericia, se les ocurrió algo verdaderamente arriesgado e imprudentísimo, por falta de conocimiento interno de su modo de funcionar: visitaron las embajadas occidentales y anunciaron sus propósitos para pedir su colaboración en el sentido de que informasen inmediatamente a sus gobiernos cuando el golpe de Estado se produjese”.
El error fatal
El informe detalla el momento crucial en que la conspiración se expuso a sí misma. El funcionario diplomático revela que un colega suyo –embajador de un país occidental– estuvo a punto de informar a su capital sobre el inminente golpe, creyendo que triunfaría. Fue él quien, conociendo a los principales implicados y la deficiente organización, lo disuadió:
“Alguno de los embajadores occidentales creyó que el FAL, la primera conjura castrense del nuevo Ejército de la revolución marxista-leninista, iba a triunfar, y a punto estuvo de comunicárselo así a su gobierno. El día 27 de este mes de agosto consultó conmigo; conocía yo a varios de los principales encartados, sabía que eran hombres decididos y dispuestos a jugarse la vida en el empeño de derrocar al régimen por el cual no habían luchado. Yo mismo les advertí que con una organización tan deficiente, su fracaso era seguro. El embajador tenía ya redactado el telegrama: ‘No lo envíe señor embajador, esta sublevación está fracasada de antemano’, le dije”.

Ese error de confiar en los cuerpos diplomáticos resultó mortal. La filtración fue inevitable:
“Y así fue; además de otros informes, el gobierno castrista supo, por alguien –no sé si diplomático o subalterno de una de las embajadas que visitaron los entusiastas conjurados–, que el golpe de Estado se daría el 30 de agosto a las diez de la noche”.
Juicios sumarios y ejecuciones
La redada fue masiva y despiadada: “Cerca de 300 jefes y oficiales fueron arrestados entre el 29 y el 30, algunos fusilados inmediatamente, otros encarcelados. La sublevación había abortado. Interiormente, nada había que temer y aquel levantamiento había sido un suicidio, lleno de nobleza, pero también sobrado de imprudencias”.
La represión no se limitó a los implicados directamente. El informe destaca una víctima en particular, un caso de terror aleatorio para sembrar el miedo:
“Como víctima singular que nada tenía que ver con aquel patriótico alzamiento, al filo de las doce y minutos de la noche, también entre el 29 y el 30, era fusilado Manolín Guillot, que había sido detenido el mes de mayo anterior y sufrido torturas en Las Cabañitas, singulares ergástulas de tormento”.
Purga estalinista
A pesar del fracaso, la audacia del plan conmocionó a la cúpula gobernante. La reacción de Fidel Castro no fue de alivio, sino de paranoia, y por ello ordenó una purga sistemática.
“A pesar del fracaso, aquella sublevación puso nervioso a todo el gobierno y Fidel Castro creyó que sus ramificaciones eran mucho mayores que las descubiertas. La purga de oficiales del antes llamado Ejército Rebelde, el que le siguió en la Sierra Maestra, fue típicamente estalinista”, relata el informe.
El diplomático concluye con una aguda observación sobre la naturaleza de la alianza entre Castro y la Unión Soviética, y sobre el estado de ánimo de un líder que, aun habiendo sofocado la rebelión, se sabía vulnerable: “Pero no dormía tranquilo en ninguna parte el Amo de Cuba, como con la relativa independencia que las conveniencias de la Unión Soviética le consentían”.
Silencio y memoria
Los días 30 y 31 de agosto de 1962 quedaron borrados oficialmente. Nunca hubo alusiones a lo ocurrido, ni conmemoración, ni mención en la prensa controlada por el Estado. La historia fue reescrita para sostener el mito de una revolución humanista, monolítica e inquebrantable.
Pero los documentos –como este informe diplomático– persisten. Son testamentos mudos de un capítulo trágico: el de la valentía de unos hombres que, movidos por un ideal de libertad, se enfrentaron a una maquinaria totalitaria apenas en cierne y pagaron el precio máximo.
Su historia -y la de la madre que prefirió quitarse la vida antes de denunciar a sus hijos ligados al plan– fue silenciada durante décadas y ahora exige ser contada. No como un simple fracaso, sino como testimonio de que incluso, en los momentos de mayor opresión, algunos cubanos valerosos optaron por un “suicidio lleno de nobleza” antes de renunciar a ver la patria liberada del oprobio y la mentira bajo un régimen comunista.
El 30 de agosto de 1962 no fue una simple escaramuza, sino el clímax de una conspiración masiva que pudo haber cambiado el rumbo de Cuba. Su fracaso aseguró la consolidación definitiva del castrismo y exhibió la eficacia aterradora de su aparato de seguridad.
Lo peor: dejó al descubierto hasta dónde estaba dispuesto a llegar el poder para perpetuarse.
*Tomado de Café Fuerte