Por Yaneli Leal
El Capitolio Nacional es la gran joya de la arquitectura republicana habanera que, por su imponente estructura y marcado simbolismo nació como emblema poderoso de la ciudad y, aún más, de la nación. Homólogo expedito de las fortalezas coloniales, ha destacado por su inmaculado diseño arquitectónico y estrecha relación con el entorno, el cual debió readecuarse para servirle de antesala lo que, sumado al gran tamaño del inmueble, refuerza su fuerte expresión a escala urbana.
Como se comprobó en el artículo anterior, es un original exponente de una tipología arquitectónica en la que predomina la estética neoclásica, dentro de la cual cada edificio buscó su propia autenticidad. El Capitolio habanero es resultado del ingenio de un valioso equipo de arquitectos cubanos que, demostrando un profundo dominio del vocabulario clásico concibieron una obra bella, de exquisito equilibrio entre las formas geométricas que la componen (círculo y cuadrado), armoniosa relación entre su planta y alzado, y excelencia en los detalles constructivos y ornamentales.
Su primer proyecto corresponde a 1914, cuando los arquitectos Félix Cabarrocas y Mario Romañach fueron convocados por el Gobierno de Mario García Menocal. En esos primeros planos, aunque con un diseño diferente al actual, el edificio se distingue por tener una amplia escalinata de acceso y una cúpula al centro de un cuerpo horizontal rematado por dos hemiciclos. Entre 1916 y 1921 transcurrió la primera etapa constructiva ejecutada por La Nacional, compañía de los arquitectos Antonio Fernández de Castro, Eugenio Rayneri Piedra y Francisco Centurión. La construcción fue paralizada por el presidente Alfredo Zayas durante la crisis económica y rentado el terreno en obras para la instalación de un parque de atracciones, el Havana Park.
Gerardo Machado y su ministro de Obras Públicas Carlos Miguel de Céspedes retomaron el proyecto con el firme propósito de terminarlo para la VI Conferencia Panamericana a celebrar en La Habana en enero de 1928. En mayo de 1926 se retomaron las obras con un ritmo desenfrenado e ininterrumpido que movilizó unos 8.000 obreros las 24 horas del día. Así lo describen las memorias publicadas en 1933: "centenares de obreros se movían en todas direcciones; cuantos medios mecánicos modernos son conocidos fueron empleados en persecución del ideal y todo se ejecutaba cronométricamente, con un orden y organización tal, que semejaba un pequeño ejército que accionaba a la voz de mando de su Jefe".
En esta segunda etapa estuvieron al frente del proyecto los arquitectos Raoul Otero, José María Bens Arrate y, muy especialmente, Eugenio Rayneri Piedra, quien terminó asumiendo toda la dirección técnica y artística. Cada uno introdujo cambios, por lo que la obra final fue resultado del trabajo de los cinco arquitectos cubanos. Entonces la compañía contratista era la firma norteamericana Purdy and Herderson, cuya experiencia técnica y conocimiento del terreno por otros inmuebles que habían construido en la zona, les posibilitaron encontrar las soluciones adecuadas para garantizar la solidez de una obra como esta.
Sobre el papel de esta compañía, que para el Capitolio tuvo a José Sabí Carreras como director facultativo del cuerpo técnico, comenta la arquitecta María Mestre: "Se encargó de la finalización o modificación de planos durante el transcurso de la obra y su labor fue esencial en los momentos más críticos, como por ejemplo el cálculo de la cimentación y estructura de la cúpula y las alternativas presentadas para aligerar secciones que en los planos aparecían como macizos de hormigón. Para ello se recurrió a profesionales cualificados de la empresa ubicados en sus oficinas de Nueva York a pesar de que el 90% de sus efectivos eran cubanos".
El Capitolio de La Habana tuvo que sortear grandes desafíos en tiempo récord. Uno de ellos fue la readecuación del proyecto definitivo a lo ya construido, con la demolición parcial de la obra anterior, y el refuerzo y ampliación de la cimentación preexistente al ser más amplia, alta y pesada la nueva estructura. Para ello se hincó un mayor número de pilotes de jiquí y júcaro hasta la profundidad de siete metros y se hicieron contrafuertes.
Otro aspecto importante fue la extracción y talla de la piedra de capellanía empleada en la planta baja y en las columnas. Se habla de una "verdad constructiva" en el uso de los materiales y su funcionamiento en el Capitolio, por ser una de las obras modernas habaneras que no seduce por el trampantojo de sus molduras y enlucidos, sino por la autenticidad de los recursos empleados. De esta forma, las monumentales piedras cortadas en las canteras de Ceiba del Agua y Artemisa, de igual espesor al muro de carga, constituyen un poderoso basamento para el resto de los niveles, al tiempo que impresiona la talla tradicional del almohadillado y los tantos elementos de fachada como capiteles, balaustradas, metopas, etc.
Unos 5.000 planos describen los detalles de esta construcción monumental que alcanzó los 207,4 metros lineales y 13.483 metros cuadrados de superficie, y que combinó técnicas y materiales tradicionales con estructuras de acero de grandes luces. También de acero es la armazón de la cúpula de 91,73 metros de altura y 32 metros de diámetro. Es un inmueble que exhibe una sobria elegancia exterior y que dentro explaya lujo y colorido en un detallado y exclusivo diseño de pavimentos, mobiliario, luminaria, ascensores, etc. Más de 60 tipos de mármoles, bronces bruñidos, enchapados de caoba y pinturas murales hacen la magia de estancias estilo Imperio, Neorrenacimiento español e italiano, Neoclásico, etc.
Aunque no cumplió con la fecha prevista, ya que finalmente se inauguró en mayo de 1929, tres años parecen escasos para la ejecución de tanto arte e ingeniería. Todo lo cual fue posible por la excelente organización del trabajo y la subcontratación de múltiples artesanos y compañías cubanas, italianas, inglesas, francesas y alemanas para las obras de diseño interior. Por ejemplo, en el último año Purdy and Henderson llegó a contar con la asistencia de más de 40 subcontratistas.
Entre los profesionales que prestigian el Capitolio destaca también el paisajista francés J.C.N. Forestier, quien se encargó del diseño de los jardines. Incluidos en su plan general para La Habana, recreó no solo los 26.391 metros cuadrados que rodean el inmueble sino también su entorno con la ampliación de las calles circundantes, el diseño del Parque de la Fraternidad y el remozamiento de Prado, eliminando su arbolado a partir de la calle Neptuno lo que confiere mayor perspectiva al inmueble. Incluso concibió la ampliación de la calle Teniente Rey como amplia avenida para conectar el puerto con el edificio de gobierno, pero no llegó a realizarse.
La magnífica obra civil del Capitolio se refuerza en sus funciones y en la marcada simbología de su decoración, distribución espacial y nomenclatura de las estancias.
*Tomado de Diario de Cuba
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