Thursday, August 5, 2021

TODOS SOMOS CUBANOS (Del asombro a la esperanza)*



Por Felipe Lázaro 


“…del inesquivable Encuentro mayor que mantendremos un día en el escenario común, quienes no queremos alejarnos de una cultura insustituible que es la máxima expresión de nuestra historia y de nuestro mismo ser”.

GASTÓN BAQUERO (1996).

Hay tres momentos esenciales que marcaron mi niñez: la muerte de mi madre (1954), el triunfo de la revolución cubana (1959) y el inesperado camino del exilio que emprendió mi familia el 23 de agosto de 1960 vía Miami. Si el fallecimiento de mi madre a mis seis años de edad, me dio un sentido de ausencia, de vacío, de constante orfandad; el despertar la mañana del primero de enero me impregnó de cubanía, de patriotismo, contagiado por la alegría popular que desató el triunfo revolucionario. Esos días iniciales del 59 representaron un brusco paso hacia la adolescencia; dejé de ser un niño de diez años, que hasta entonces jugaba a los soldaditos, para enfrentarme con un nuevo vocabulario, donde palabras como tiranía, democracia y libertad adquirieron su verdadero significado. No obstante, cuando mi padre decidió irse de Cuba, para la mentalidad de mis doce años fue como el inicio de unas vacaciones; aunque, con el tiempo, esa salida se convirtiera en definitiva.

Obviamente, no decidí mi partida, me sacaron de Cuba. Pero no juzgo a mi padre por su decisión. Él había llegado a la Isla como emigrante español, a principios del siglo XX, y con los años se convirtió en un exitoso comerciante. En 1960, tuvo la clarividencia de sacar a toda nuestra familia del país ante el nuevo rumbo del gobierno castrista. De todas maneras, creo que si yo no hubiese partido en esa temprana fecha, quizá lo habría hecho más tarde. Sobre todo, porque pertenecía a una clase social que sería totalmente afectada (eliminada) por la Leyes de la Revolución y por mis convicciones cristianas que me hubiesen convertido en un juvenil opositor.

En definitiva, siempre he pensado que la muerte y ausencia de mi madre, el haber vivido una Revolución como la cubana (aunque sólo fuesen dos años, ¡pero qué dos años!: 1959-1960; además, el exilio es otra forma de vivir el hecho revolucionario) y la nostalgia, la lejanía, la doble orfandad, que me acompañan en la diáspora, han sido constantes de mi vida que han caracterizado mi persona e hicieron nacer en mí otra forma de ver el mundo. De esos tres mazazos raigales (muerte, revolución y exilio) nació mi vocación de poeta. O como siempre digo; aprendiz de poeta, marcado por un compromiso con nuestra cultura, una obsesión por todo lo relacionado con lo cubano y un sentimiento constante de cubanidad.

Esa Generación del asombro, los niños de la Revolución, víctimas o victimarios, hemos sufrido, de una u otra forma, los avatares históricos de estos largos años de ensayos ideológicos; viviendo una transformación radical, profunda e impactante en nuestras vidas.

Generación del asombro: Los niños de la Revolución

Mi historia personal es semejante a la de miles de niños cubanos que nos despertamos, en la madrugada del primero de enero de 1959, con el triunfo de los barbudos. Desde ese preciso instante, con el transcurrir de los hechos históricos, fuimos optando por diferentes caminos: unos, se unieron a las filas gubernamentales; otros, se convirtieron en opositores o nos exiliamos.

Y aunque la inmensa mayoría de esa generación se sumó al nuevo proyecto político -y muchos de sus componentes lo siguen apoyando en la actualidad- no es menos cierto que una buena parte de la misma se fue decepcionando con su radicalización: proclamación socialista de la Revolución (1961), el nefasto período de las ORI, la estatización de la agricultura (1963), la fundación del Partido único (1965),  la  descerebrada Ofensiva Revolucionaria del 68, los duros sesenta o en los ochenta con el gigantesco éxodo por el puerto del Mariel y los noventa con el Período Especial.

Durante estas cuatro décadas, miles de miembros de esa generación salieron al destierro: como niños con su familia o a través de la llamada Operación Peter Pan en los primeros sesenta. Luego, como adolescentes por Camarioca en 1965 y como adultos por el mencionado Mariel o no pudieron salir hasta los 90 como balseros o por otras vías. Además, hay que mencionar a los que pidieron asilo en las embajadas extranjeras acreditadas en La Habana en los primeros años del castrismo o los becados del régimen que estudiaban en el extranjero y optaron por el destierro, hasta los miles de balseros (de los años sesenta a nuestros días) que lograron sobrevivir o se ahogaron en el Estrecho de la Florida.

También hay que recordar a los cientos de fusilados de esa generación, a los miles que sufrieron o sufren presidio político, a los que cayeron en combate como infiltrados o soldados verde oliva, como milicianos o alzados en cuanta loma hay en Cuba, en la resistencia interna como  opositores o defendiendo los ideales del nuevo régimen del 59.

Esa Generación del asombro, los niños de la Revolución, víctimas o victimarios, hemos sufrido, de una u otra forma, los avatares históricos de estos largos años de ensayos ideológicos; viviendo una transformación radical, profunda e impactante en nuestras vidas.

Un proceso histórico fraticida

Como la mayoría del pueblo cubano me entusiasmé con la vorágine del 59, recolectando dinero en la escuela para la Reforma Agraria, participando en la campaña para comprar armas y aviones, y festejando la noticia cuando se creyó haber localizado a Camilo; aunque otras facetas me impresionaron negativamente. Por ejemplo, en los primeros meses del 59, el colegio donde estudiaba la primaria en Güines organizó un viaje a La Habana para enseñarnos el Capitolio, el Zoológico, el Habana Libre, pero lo que más me impactó fue la visita a La Cabaña, donde nos mostraron, como si de un museo se tratase, el paredón de fusilamiento. En esa fortaleza un oficial del Ejército Rebelde nos comentó, con toda la sangre fría e imprudencia para unos ojos y oídos infantiles, que hacía unos días en ese mismo paredón habían fusilado a Sosa Blanco. Fue un hecho lamentable. Y no sólo es denunciable la orgía de sangre, tanto de batistianos como de revolucionarios, cubanos y seres humanos en todo el período castrista o que la pena de muerte esté vigente y se siga aplicando en la actualidad, sino la tremenda brutalidad de mostrar a unos niños un lugar de muerte, como si fuese lo más natural. Siempre me he preguntado, ¿qué pasaba en la sociedad cubana del 59 para que asumiese la pena de muerte, el paredón, como algo normal?  Sé que existieron voces de denuncia desde el principio, pero sólo el hecho de que nos llevarán de excursión a La Cabaña, donde además había cientos de presos políticos, denotaba el ambiente fraticida que imperaba en los inicios de la década de los sesenta en Cuba.

Terminado los años noventa, podemos analizar el gran costo social que ha representado el experimento castrista: miles de fusilados o muertos en acciones de guerras, un presidio político por donde han pasado cientos de miles de ciudadanos cubanos y un millonario exilio que no cesa desde 1959. ¿Qué logros sociales o nacionales se pueden argumentar para minimizar esta realidad? ¿Cómo afrontar nuestra historia reciente con la ilegalidad permanente en procesos político-judiciales: desde la sentencia a los aviadores batistianos en Santiago de Cuba, al juicio del comandante Hubert Matos, desde el caso del general Ochoa al actual enjuiciamiento de cuatro disidentes en La Habana acusados de sedición, cuando en realidad lo que propugnaron fue la abstención en los pasados comicios electorales y la publicación del documento La Patria es de todos?

Desde las disparatadas “nacionalizaciones” o intervenciones de las empresas cubanas en los años sesenta, hasta la locura de la estatificación de la agricultura en el 63, que perjudicó solamente al campesinado cubano, y la apropiación estatal de todo el comercio nacional con la Ofensiva Revolucionaria del 68; hay un nudo gordiano que desemboca en un proceso cainita, donde el Estado castrista se ha convertido en el gran patrono, en el único administrador de la economía nacional, en un gran ogro, supuestamente generoso, que no sólo ha desposeído a una parte importante de la población de sus bienes y riquezas, sino que impide el resurgimiento de toda actividad comercial privada; favoreciendo la propiedad pública y controlando toda actividad económica mediante un gran monopolio estatal..

Sin embargo, hay que admitir que los cambios revolucionarios de los años sesenta beneficiaron a la gran mayoría del pueblo cubano, sobre todo, a las clases más pobres o menos favorecidas, facilitándole viviendas (aunque la mayoría de esas casas no las construyó la Revolución, sino que eran viviendas propiedad de los que se exiliaban), atención médica y estudios  gratuitos, aunque desde del inicio de la República existía una salubridad y una educación pública muy solvente.

Terminado los años noventa, podemos analizar el gran costo social que ha representado el experimento castrista: miles de fusilados o muertos en acciones de guerras, un presidio político por donde han pasado cientos de miles de ciudadanos cubanos y un millonario exilio que no cesa desde 1959. ¿Qué logros sociales o nacionales se pueden argumentar para minimizar esta realidad?

De la guerra revolucionaria al diálogo entre cubanos

De mi llegada al exilio, recuerdo una anécdota graciosa: una tarde asistí con mi padre a mi primer mitin anticastrista en un parque de Miami y como había un ambiente muy parecido a las manifestaciones en Cuba (banderas, himnos, etcétera) pregunté en voz alta: “Viejo, ¿Dónde están los milicianos?”. Como es lógico, a mi padre casi no le dio tiempo para sacarme de aquella concentración, porque todos los participantes a nuestro alrededor nos miraron como si fuésemos los primeros infiltrados.

Después viajamos a España, donde apenas residimos unos ocho meses, porque mis hermanas no querían permanecer en la madre patria ya que la encontraban más atrasada que Cuba. Además, sucedió otra anécdota de las mías: acudimos al estreno de la película Ben Hur  en el cine Madrid con la asistencia del generalísimo Franco. Al entrar éste al cine y sentarse en el palco, todo el público se puso de pie y lo ovacionó por varios minutos. Yo no sólo me quedé sentado, sino que no aplaudí y cuando mi padre me reprochó, le contesté en voz alta: “Yo no me levanto ni aplaudo a un dictador como Batista”, para sorpresa de los asistentes a nuestro alrededor. En ese instante, mi padre comprendió que si permanecíamos en España y yo reiniciaba mis estudios, tarde o temprano, me involucraría en actividades políticas contra el franquismo. Quizá eso pesó más que la actitud de mis hermanas para no seguir residiendo en España.

En 1961 volvimos a América, vía Nueva York, y nos establecimos en Puerto Rico, donde nos acogimos a la condición de exiliados políticos. En aquellos años sesenta, San Juan de Puerto Rico se parecía más a Bolondrón que a la capital de un Estado Libre Asociado a los EE UU, aunque ya comenzaba a disfrutar de un alto standing. Puede decirse sin lugar a dudas, que el despegue o verdadero desarrollo de la economía puertorriqueña se inició en esos años, como ocurrió, curiosamente, en España. (Lo que nos lleva a plantearnos una interrogante de política ficción: ¿Qué habría pasado con la economía cubana, desde los años sesenta a nuestros días. Si el gobierno revolucionario del 59 hubiese optado por un modelo socialdemócrata en vez del trasnochado régimen comunista?).

De Puerto Rico, que es un pueblo hospitalario, puedo decir lo mejor; tengo invariables amigos y guardo gratos recuerdos de mi adolescencia en esa isla hermana. Casi desde mi llegada, me identifiqué con la lucha por la independencia de Puerto Rico. Al fin y al cabo, si yo era un nacionalista cubano, por qué no serlo como puertorriqueño. De esa época recuerdo una frase brillante de Luis Muñoz Marín, uno de los más lúcidos políticos que ha dado el Caribe, que resume la hermandad entre cubanos y boricuas: “Un puertorriqueño es un cubano triste, un cubano es un puertorriqueño alegre”.

En San Juan, reinicié mis estudios primarios y comencé a escribir poesía con trece o catorce años, publicando en revistas y periódicos estudiantiles puertorriqueños. Terminando la secundaria (1964-65), inicié mi compromiso político, como joven exiliado, en organizaciones anticastristas que habían sido fundadas en La Habana en los primeros años de la década de los sesenta, y que mantenían delegaciones en Puerto Rico, aún cuando prácticamente habían sido desmanteladas por la represión castrista en Cuba, como el Directorio Revolucionario Estudiantil (DRE) (1)  y, más tarde, como universitario (1965-68) en la Juventud Demócrata Cristiana de Cuba (JDC) (2).

Esa militancia juvenil fue consecuencia de la atracción que la épica revolucionaria de la lucha antibastistiana ejercía sobre la juventud cubana desterrada en Puerto Rico. Al fin y al cabo, la Revolución era una ideología armada y, en ese entonces, no se vislumbraba otra posibilidad real de combatir al nuevo régimen. Fue entonces cuando contacté, por primera vez, con jóvenes estudiantes cubanos, preuniversitarios y universitarios cristianos (católicos y protestantes) que militaban en ambas organizaciones. Fueron años de formación, de entrega total con reuniones semanales, seminarios y ciclos de conferencias sobre la problemática cubana. Del 64 al 65 publicamos, en el DRE de P.R. la revista Jóvenes, ya que en Miami se publicaba Trinchera, órgano oficial de dicha organización. Asistíamos a Asambleas y Congresos de organizaciones del exilio y manteníamos contacto con dirigentes cubanos que habían participado en la insurrección contra Batista, como: Manuel Ray y Rufo López Fresquet, ex ministros del primer gabinete revolucionario del 59.

De esa etapa de mi vida guardo inolvidables vivencias por el estupendo equipo de trabajo que formábamos, el compañerismo y la aureola de mística que impregnábamos a nuestra militancia en el Directorio. Y aunque ese encuentro se dio fuera de nuestra patria, por nuestro temprano exilio en Puerto Rico, no por ello dejábamos de ser un valioso grupo generacional, como puede desprenderse de algunos nombres y su ocupación actual:  Ramón Cernuda (editor y representante de la Comisión Cubana de Derechos Humanos y Reconciliación Nacional en Miami), Jorge Rodríguez Beruff (profesor de Ciencias Políticas en la UPR)., Ramón Cao Garcia (profesor de Economía en la UPR), Jorge Nogales (milita en San Juan en una organización que defiende los Derechos Humanos en Cuba), Pedro Subirats (dueño de un colegio privado en la República Dominicana), Roberto López e Ignacio Cancio Bello (abogados) y Mike Moenck (empresario), entre otros.

El DRE funcionó hasta 1965, cuando prácticamente se disuelve –al menos la delegación de Puerto Rico– y casi todos los afiliados de esa organización pasamos a engrosar las filas de la Juventud Demócrata Cristina (JDC) del Movimiento Demócrata Cristiano (MDC) que lideraba José Ignacio Rasco en Miami, desde su fundación en La Habana (1959). Del 65 al 67 publicamos la revista JDC en San Juan, junto a otros jóvenes cubanos que residían en Puerto Rico y que me es muy grato recordar, como: Ignacio Azcoitia, Enrique Martínez (qepd), Armando Navarro, Anna Álvarez Dumont, Enrique Oliver y Juan Chipi, entre otros.

Si tanto el DRE como el MDC estaban comprometidos con la vía armada* “la guerra revolucionaria”, como se decía entonces (que no era otra cosa que una copia exacta de la lucha insurreccional contra Batista), los militantes más jóvenes no participamos en ninguna acción bélica, ya que nos dedicábamos más a tareas de formación y propaganda. Es decir, edición de revistas (Jóvenes JDC), organización de ciclos de conferencias, seminarios o forums sobre la temática cubana. Aunque en esos años, un grupito de universitarios cubanos nos entrenamos como hombres-ranas para participar en un descabellado proyecto independiente llamado PLAN PIRAÑA que, por suerte para nosotros, jamás se realizó y que consistía en poner minas a barcos soviéticos en diferentes puertos de la Isla. (3)

En el verano del 67, varios dirigentes estudiantiles de diversas organizaciones del exilio cubano, celebramos una Asamblea de Juventudes Cubanas en San Juan, en cuyo Comité Gestor estábamos: Jorge Rodríguez Beruff, Orlando Canales (qepd), Harry Swan (qepd), Ramón Cernuda y quien esto escribe. Este evento tuvo una gran resonancia en la prensa local, no por oponernos, como jóvenes exiliados cubanos al régimen cubano: condena de la pena de muerte, del presidio y del exilio político y la denuncia del totalitarismo castrista, sino por nuestro rechazo al Servicio Militar Obligatorio norteamericano y nuestra solidaridad con los independentistas puertorriqueños.

Ese mismo año, viajé a España para continuar mis estudios universitarios iniciados en Puerto Rico y comencé a residir en el Colegio Mayor Nuestra Señora de Guadalupe, donde con varios universitarios exiliados cubanos, como Raúl Fernández Duque y Ángel Lavandera Braña publicamos la revisa Testimonio del 67 al 68.  Por esas fechas, seguía militando en la JDC y era presidente de la delegación en España. Por lo tanto, la revista era el órgano de la JDC en territorio español, pero por la censura franquista jamás pudimos decir que pertenecía a esa organización. (Hay que recordar que la democracia cristiana española formaba parte de la oposición a la dictadura franquista).

De todas maneras, a pesar de la dispersión geográfica del exilio, la incomunicación que éste produce y la falta de nuestros lectores naturales, uno de los aciertos de Betania ha sido reunir y dejar testimonio de nuestra literatura desterrada, que en definitiva es tan cubana como la que se escribe en Camajuaní o en Jatibonico.

1968: un año crucial

En el 68, los dirigentes y miembros de la JDC de las delegaciones de Puerto Rico, España, Venezuela, Miami, México, etcétera, rompimos en bloque con el MDC porque se empecinaba en seguir manteniendo una línea política de vía armada, cuando no sólo ya era inaplicable, sino que hacía años no se practicaba. (4)Ese año, la mayoría de los dirigentes de la JDC fundamos Vanguardia Social Cristiana (VSC) con sede en Puerto Rico y con delegaciones en diferentes países. (5)En San Juan se editaba la revista Vanguardia (1968-70) donde propugnábamos un diálogo entre revolucionarios cubanos: marxistas (en el poder) y cristianos (en la oposición). Diálogo que, por supuesto, era totalmente sectario, porque no tenía en cuenta al resto de las opciones políticas cubanas.

En esos años estábamos no sólo imbuidos por las ideas socialcristianas de Camilo Torres, sino influenciados por nuestras tempranas lecturas de Maritain, nuestro descubrimiento universitario de Berdiaeff (léase su Autobiografía espiritual) y, sobre todo, la obra de Mounier que nos conmovió hasta los tuétanos. Además, en ese 68, nos tocó vivir –como joven exiliado cubano en Madrid– la llegada de muchos jóvenes cubanos que huían de la Isla y nos contaban su paso por las UMAP, su expulsión de la Universidad de La Habana por ser cristianos, miles de ellos pudieron reanudar sus estudios –y terminarlos– en diversas universidades españolas en esa década de los 60 al 70. Ese año del 68 significó muchísimo para un joven universitario exiliado cubano: el ocaso del guevarismo y escuchar a Fidel Castro pelearse con los partidos comunistas de América Latina. También, los cristianos latinoamericanos que se sumaban a las guerrillas, Garaudy que planteaba la necesidad de un diálogo entre marxistas y cristianos, nuestra lectura de Marcuse y los filósofos de la Escuela de Frankfurt, la masacre de estudiantes en Tlaltelolco, la esperanza de la Primavera de Praga con “el socialismo de rostro humano” y su interrupción por los tanques soviéticos, el apoyo de Fidel a la invasión soviética de Checoslovaquia, el affairede la microfracción en La Habana con la represión del castrismo a los viejos y jóvenes comunistas del PSF, la revuelta estudiantil del “mayo francés” y su repercusión en la universidad española. Todo un revoltillo histórico que sin lugar a dudas hizo mella en nuestra forma de pensar.

Por supuesto, si ya como demócrata cristianos éramos “pececitos rojos nadando en agua bendita” para el exilio cubano, nuestra nueva postura socialcristiana a favor del diálogo, no sólo fue desoída por las autoridades de la Habana (lo cual era lógico), sino que fue furibundamente atacada por los sectores más reaccionarios de la diáspora insular. Sin embargo, en 1970 recibimos desde Cuba, por diferentes vías, un manifiesto de una nueva organización denominada Movimiento Revolucionario de Acción Popular (MRAP) que planteaba, por primera vez dentro de la Isla, la necesidad del diálogo como única vía para solucionar la problemática nacional. Es decir, nuestra siembra había tenido su cosecha en Cuba, aunque la década de los duros 70 supuso un jarro de agua fría para nuestras ideas y todos esos proyectos pacifistas terminaron en el más rotundo de los fracasos.

Precisamente en los años setenta, interrumpí toda militancia política tras la disolución de Vanguardia Social Cristiana y me dediqué a terminar mis estudios universitarios. Desde entonces, no he vuelto a afiliarme a ninguna organización partidista. Lo que no quita que siga defendiendo mis ideales y que, como cubano, aspire a un país democrático y pluralista que configure un Estado Social de Derecho con justicia y libertad.

Encuentros cubanos

Mi primer encuentro con la realidad cubana se verificó al conocer a los primeros becados cubanos del castrismo que llegaron a Madrid durante mi estancia en el Colegio Mayor Guadalupe (1967-69), cuando estudiaba en la Universidad Complutense de Madrid. Con esos estudiantes y profesionales progubernamentales mantuve un diálogo fraternal, aunque a veces se convertía en monólogos, pero fue una de las primeras tomas de contacto entre adversarios políticos, con unas ideologías muy definidas, que dio como resultado una experiencia enriquecedora y beneficiosa para ambas partes.

En segundo lugar, si desde los años sesenta he estado inmerso en actividades políticas y culturales cubanas, relacionarme con intelectuales cubanos del exilio, como: Gastón Baquero, Reinaldo Arenas, José Mario y Pío E. Serrano, entre otros muchos, me brindó la oportunidad de tomar contacto con la tradición literaria cubana y la gran posibilidad de conocer a otros escritores de dentro y fuera de Cuba. Mi amistad con Gastón Baquero se remonta a mi llegada a Madrid en 1967, como universitario cubano. Desde entonces, siempre fue y será para mí un Maestro en toda la extensión de la palabra. Su amor a Cuba, a la poesía y a todo lo cubano me marcó definitivamente. Él colaboró en cuanto proyecto acometíamos con artículos en las revistas Testimonio y La Burbuja, con poemas en varias antologías, hasta las dos entrevistas que le hice. Con los años, Gastón me presentó a varios poetas cubanos residentes en Cuba, como: León de la Hoz, Bladimir Zamora Céspedes, Camilo Venegas, etcétera; y pude empaparme de la vida cultural cubana de los 80 hasta nuestros días, a través de sus respectivas trayectorias personales.  

Otro poeta cubano que influyó en mí fue José Mario, que dirigía la revista Resumen Literario El Puente, las Ediciones El Puente y, más tarde, las Ediciones La Gota de Agua en Madrid. Lo conocí por el año 75 y comencé a colaborar en su revista con poemas, publicando bajo se sello editorial mi largo poema Ditirambos amorosos (1981) y participando como miembro del Jurado del Premio Carilda Oliver Labra que presidía Roberto Cazorla. Con José Mario pude conocer mejor de la vida cultural cubana (más bien habanera) de la década de los sesenta, ya que él había sido un gran protagonista del mundillo literario del 59 al 65 con las Ediciones El Puente en La Habana, además de su experiencia trágica en las UMAP hasta su exilio español en 1968.

Un tercer vínculo con la Cuba intelectual fue a través del poeta y editor cubano Pío E. Serrano a finales de los años setenta, cuando aún trabajaba en la editorial Playor, donde –junto a su fundador el escritor  Carlos Alberto Montaner– recibían a todos los escritores cubanos que visitaban Madrid. Desde entonces, no sólo nos une una invariable amistad o el orgullo de la patria chica: Güines (aunque él es oriental de San Luis), sino que hemos compartido proyectos, como nuestra colaboración, desde principios de los 90, en el Comité Cubano Pro Derechos Humanos en Cuba (organización madrileña que dirige la Dra. Martha Frayde) o como fundadores de la Asociación Cultural Encuentro de la Cultura Cubana (1995) que edita la revista Encuentro de la Cultura Cubana y nuestra posterior ruptura (1997) hasta la actual participación en el Consejo Editorial de la Revista Hispano Cubana (1998) que publica la Fundación Hispano Cubana en Madrid.

Un cuarto escritor cubano que me impresionó mucho por su talento literario fue Reinaldo Arenas, a quien conocí por mediación de José Mario en uno de sus frecuentes viajes a España y al que presenté en la Tertulia Hispanoamericana en una inolvidable noche madrileña. Con Reinaldo reviví los años duros cubanos del 74 al 80, cuando el autor de El mundo alucinantes salió de Cuba, vía el éxodo del Mariel. Con los años me convertí en el editor de su poesía, puesto que en los poemarios Voluntad de vivir manifestándose (1989) y Leprosorio. Trilogía poética (1990) está compilada toda su obra poética. Gracias a él, también entablé amistad con Rafael Bordao, Reinaldo García Ramos y Roberto Valero (qepd), poetas cubanos a los que les publicaría poemarios o seleccionaría para antologías publicadas por Betania.

Pero el momento más culminantes de estos encuentros cubanos —a pesar de que con anterioridad había participado en otros significativos eventos culturales, como:

“Outside Cuba” en Rutgers University (1988) y el “Festival de Poesía Cubana” celebrado en el Miami-Dade Community College (1992)– se produjo cuando se celebraron las “Jornadas de Poesía Cubana: La Isla Entera” que organizó el Ministerio de Asuntos Exteriores español en la madrileña Casa de América y en la Universidad Complutense de Madrid en noviembre de 1994. Encuentro de poetas cubanos, de dentro y fuera de Cuba, que se denominó La Isla Entera ya que con Bladimir Zamora estábamos compilando una antología de poesía cubana con el mismo título y que un año más tarde publicaría Betania en 1995. Este fue un evento crucial para todos los escritores cubanos que participamos en dichas Jornadas. Fue una semana inolvidable en nuestra memoria, de intenso diálogo y de invariable confraternidad, donde nos dimos cuenta que era más los que nos unía que lo que nos separaba, pues todos nos reconocimos como cubanos y compartimos nuestro amor a Cuba. Y todos acompañados, arropados por la sabiduría y cubanía del Maestro Gastón Baquero.

Pero, además, dentro de la sociedad cubana hay “otras orillas” bien diferenciadas, como los partidarios del régimen o los disidentes. Hasta en el exilio hay “diversas orillas”, no sólo geográficas, sino por la saludable pluralidad ideológica del mismo. Por lo tanto, antes del “Encuentro mayor” que nos hablaba Gastón Baquero deben darse otros encuentros menores dentro de la propia sociedad cubana, así como en el exilio.

Labor editorial

En los años ochenta, comencé mi labor de editor como Coordinador Internacional de la madrileña editorial Catoblepas (1984-87) donde publiqué las antologías 9 poetas cubanos (1984) y Poesía Cubana Contemporánea (1986), poemarios de poetas cubanos en el exilio y la revista literaria La Burbuja (1984-86). Hasta 1987 que obtuve la beca Cintas de Nueva York y fundé la actual Betania que hasta nuestros días posee un fondo de 200 títulos de autores españoles e hispanoamericanos, de los cuales 65 son escritores cubanos. Desde entonces, no he dejado de recibir cartas, libros y revistas desde la Isla, sobre todo, de Alberto Lauro que me inundó de manuscritos y al que le publiqué el poemario Cuaderno de Antinoo (1994). Precisamente, gracias a Albertico pude publicar el largo poema La novia de Lázaro (1991) de Dulce María Loynaz, un año antes de que le concedieran el Premio Cervantes (1992) con lo que este título se convirtió en uno de los primeros bestsellersde Betania y buque insignia de nuestro fondo editorial.

Respecto a mi labor editorial al frente de Betania, he publicado –por razones obvias– a más escritores cubanos exiliados que de dentro de la Isla.  Desde 1959, las casas editoriales del exilio sólo publicaban a los exiliados, copiando lo que hacía la Cuba oficial, pero a la inversa. Esa dicotomía de “las dos orillas” con todas sus consecuencias político-culturales en ambos lados, nos impregnó durante años.  De esto es tan culpable el exilio como la oficialidad cultural cubana. Son dos caras de un mismo fundamentalismo trasnochado que une a La Habana con Miami mediante un hilo conductor que no es otro que el fanatismo y la intolerancia. Al menos, con los años, algunas editoriales cubanas del exilio nos hemos liberado de esa absurda política cultural. Esperemos que pronto podamos decir lo mismo de las de dentro de la Isla.

De todas maneras, a pesar de la dispersión geográfica del exilio, la incomunicación que éste produce y la falta de nuestros lectores naturales, uno de los aciertos de Betania ha sido reunir y dejar testimonio de nuestra literatura desterrada, que en definitiva es tan cubana como la que se escribe en Camajuaní o en Jatibonico.

En los últimos años, al margen de mi labor editorial, he colaborado en otros proyectos culturales en Madrid, como Redactor Jefe del periódico independiente La Prensa del Caribe (1997-98) que edita el Centro de Estudios del Caribe, dirigido por un gran hermano dominicano, el sociólogo y politólogo Carlos Julio Báez Evertsz, configurando un espacio para los escritores antillanos: dominicanos, puertorriqueños y cubanos que residen en España. O, recientemente, la creación de la Asociación Cultural Gastón Baquero (1998) junto a León de la Hoz, Pío E. Serrano y Ángel Rodríguez Abad, con la finalidad  de difundir la obra del gran  poeta y escritor cubano, fallecido en mayo del 97 en Madrid.

No obstante, la gran interrogante –como exiliado político y opositor– es: ¿cuándo podré realizar estas labores culturales en Cuba? Ya que mi mayor ambición, mi mayor anhelo no es regresar como un turista más, que no lo soy ni seré, sino volver como decía Martí que debe retornar todo cubano: con la dignidad y la seguridad de poder participar, con toda libertad e igualdad,  en la vida política, social, económica y cultural de mi país.

Todos somos cubanos

En cuanto a la distinción de cubanos de dentro o de fuera creo que es superflua y dañina, aunque tenga visos de realidad histórico-geográfica. Ni unos ni otros poseen una moralidad superior por permanecer en la Isla o por haberse ausentado de ella. Todos somos cubanos, independientemente de nuestro lugar de residencia, de nuestras ideas políticas y creencias religiosas. No importa que unos sean oficialistas o sigan creyendo en el proyecto revolucionario, apáticos, disidentes internos o exiliados; todos somos cubanos y debemos comenzar a respetar esa pluralidad, esa diversidad y esas diferencias. Tan cubano es un opositor activo en Santiago de Cuba como el más acérrimo militante del Partido único, tan cubano es un periodista exiliado en Miami como un joven dirigente de la UJC. Lo mismo sucede con la literatura, el poeta cubano que escribe en Nueva York o en Madrid es tan cubano como el que lo hace en Holguín o Matanzas. Y frente a la tesis de reencuentro de “las dos orillas” hay que rescatar la unicidad de nuestra cultura, ya que todos formamos parte de un solo pueblo.

Por fortuna, y gracias al transcurrir del tiempo, hoy existen contactos frecuentes entre los intelectuales cubanos de dentro y de fuera de la Isla (sea por vía epistolar, viajes, encuentros, seminarios y revistas literarias) que han creado vínculos más que fraternales entre nosotros. Ya no estamos en los años iniciales de la Revolución, cuando se distinguía a los escritores cubanos como castristas o anticastristas; creando una división en el mundillo cultural cubano. Lo cual respondía a un cliché impuesto por los fundamentalistas de ambos bandos, que trataron de encasillar y separar a los escritores cubanos por su postura política o lugar de residencia.

Pero, además, dentro de la sociedad cubana hay “otras orillas” bien diferenciadas, como los partidarios del régimen o los disidentes. Hasta en el exilio hay “diversas orillas”, no sólo geográficas, sino por la saludable pluralidad ideológica del mismo. Por lo tanto, antes del “Encuentro mayor” que nos hablaba Gastón Baquero deben darse otros encuentros menores dentro de la propia sociedad cubana, así como en el exilio.

Al final, todos los cubanos vivimos como incompletos: a los que residen en Cuba les falta la experiencia del exilio y los exiliados no hemos vivido algunos momentos cruciales de la sociedad cubana, dependiendo de la fecha de salida. Pero, unos y otros, oficialistas u opositores, tenemos los mismos derechos y obligaciones con el futuro inmediato de nuestra patria.

Soñar lo cubano

El paso de estos terribles  años de nuestra historia ha movido a la intelectualidad cubana a soñar lo cubano, teniendo en cuenta no sólo sus propias experiencias nacionales o vitales, sino otras realidades culturales y sociales. Desde el inicio de los sesenta, cientos de miles de jóvenes han viajado fuera de Cuba, estudiando en la URSS o en los países del socialismo real. De la misma manera que cientos de miles de jóvenes exiliados han estudiado en París, Londres o Ciudad México y en universidades de casi todo el mundo: españoles, norteamericanas, latinoamericanas… Por lo que es un hecho constatado, que la realidad cultural cubana se ha enriquecido con esa explosión migratoria de nuestra educación universitaria fuera de Cuba.

Actualmente hay cientos de profesionales y de escritores  cubanos en todo el mundo que dominan varias lenguas, en contacto cotidiano con otras realidades sociales. Esa quizá sea una de las grandes riquezas culturales que nos dejarán estos casi cuarenta años de poder totalitario para el cercano siglo XXI: el cosmopolitismo de una intelectualidad que ha dejado de verse el ombligo (¡Cuba ha crecido!), donde lo universal opaca todo frustrante nacionalismo y los ismos se desfiguran en contraposición a una nueva valoración de la persona. Por eso, en esa especie de boom literario cubano, sobre todo en nuestra narrativa, hay importantes escritores residentes en la Isla y como exiliados: Zoé Valdés, Abilio Estévez, Mayra Montero, Leonardo Padura, Eliseo Alberto, Daína Chaviano, Cristina García, Atilio Caballero, René Vázquez Díaz, Pedro Juan Gutiérrez, Pedro de Jesús, Andrés Jorge, Yanitzia Canetti…

Hasta nuestros días, los cubanos hemos logrado lo que jamás debimos hacer: dividirnos en “ismos”, consagrando el nacionalismo y la Revolución como panacea para la solución de todos los males de la República. Quizá ya sea tiempo de recuperar un poco la cordura y dejar de lado tanto delirio iluminado para transitar el camino del diálogo y la reconciliación nacional como única vía pacífica para resolver nuestros problemas patrios.

Recuperar la memoria histórica

Los dirigentes revolucionarios cubanos intentaron construir el socialismo en Cuba durante estas cuatro décadas y lo que han logrado –además de copiar y repetir el modelo soviético que no funcionó en la URSS ni en los mal llamados países “socialistas”– fue implantar un régimen absolutamente totalitario. Por esto, Cuba no es socialista, no basta que todos los medios de producción estén en manos del Estado para denominar a ese sistema socialista, por muchas prestaciones o ventajas sociales que el régimen cubano le ofrezca a la mayoría de la población o por los supuestos logros (todos mejorables) en educación o en salud pública (sectores que, además, necesitan una indiscutible reforma para lograr su mayor eficacia). Pocas veces se resalta que países como Costa Rica han logrado más avances sociales y muchísima más prosperidad económica con un sistema democrático y, sobre todo, con menor costo social.

En realidad, lo que existe en Cuba es un capitalismo de Estado donde el único patrón es precisamente el Estado, con todas sus consecuencias: Partido único, radio, televisión y prensa estatales, sindicatos oficiales, federaciones estudiantiles progubernamentales hasta las llamadas organizaciones de masas no son más que correas de transmisión de un poder único, omnipotente e infalible, en cuyo vértice está el siempre atento Big Brother orwelliano.

Sin embargo, la alternativa a este modelo “socialista” –que ya había fracasado en otros países– fue el programa de los tradicionales demócratas de la oposición, que sólo han ofrecido la democracia representativa, con todas las libertades, incluida la de mercado, como un capitalismo salvaje típico de los países subdesarrollados y con las desigualdades e injusticias inherentes a ese sistema que caracterizaba, precisamente, a la sociedad cubana de los años cincuenta.

En este sentido, ambos fundamentalismos se dan la mano, son anverso y reverso de una misma tragedia: los constructores del socialismo estatal o los demócratas de un capitalismo inhumano no son ni socialistas ni demócratas. Por eso, ni los actuales gobernantes cubanos o sus posibles sucesores ni la tradicional oposición cubana ofrecen un proyecto sensato que nos ayude a transitar hacia una verdadera democracia, a un Estado Social de Derecho, salvo algunas corrientes democráticas (socialistas democráticos, socialdemócratas, socialcristianos, demócrata cristianos o liberales) que aspiran a una democracia moderna en Cuba.

Hasta nuestros días, los cubanos hemos logrado lo que jamás debimos hacer: dividirnos en “ismos”, consagrando el nacionalismo y la Revolución como panacea para la solución de todos los males de la República. Quizá ya sea tiempo de recuperar un poco la cordura y dejar de lado tanto delirio iluminado para transitar el camino del diálogo y la reconciliación nacional como única vía pacífica para resolver nuestros problemas patrios.

Reformas económicas y apertura política

Agotado y estancado el actual modelo político y socioeconómico cubano, hace falta no ya remodelar el régimen del 59, sino transformarlo, mediante unas reformas (o cambios), tanto de índole económica como políticas que nos encaminen hacia una sociedad PLURAL y una economía múltiple con tres sectores balanceados: el privado, el mixto y el estatal.  Acaso, ¿no existen empresas mixtas en la Isla con capital extranjero y del Estado? ¿Por qué no aceptar empresas mixtas con capital privado cubano (de la Isla y del exilio) y del Estado? ¿Por qué no potencias el sector privado en toda la economía cubana, si ya existe en la agricultura y en el pequeño comercio interior? ¿Por qué no liberar las fuerzas productivas de la economía cubana?

Y si para desarrollar tanto la economía privada como la mixta hay que expropiar al Estado, ¿por qué no hacerlo? Si el Estado cubano se ha convertido en el gran propietario  y en el mayor latifundista de toda nuestra historia? ¿Por qué no repartir las tierras estatales entre el campesinado privado cubano? ¿Por qué no desmontar ese Leviatán tropical que se ha convertido en un ogro acaparador de todas las riquezas que aún le quedan al país y en un riquísimo terrateniente o casateniente nacional? 

¿Por qué no legalizar el derecho a la propiedad privada, comenzando con la pequeña y mediana empresa nacional? ¿O la legalización de los partidos políticos y las asociaciones independientes de todo tipo para propiciar una sociedad libre, más de oportunidades que igualitaria, más solidaria que clasista, que configure un Estado plural? Una República martiana de propietarios y no de funcionarios…

Para solucionar nuestra problemática, me parece lo más razonable plantearnos una transición pacífica hacia una economía social de mercado, con instituciones políticas democráticas que combinen la división de poderes y la democracia participativa. Es decir, contribuir con nuestras ideas y participación en la creación de un Estado del Bienestar con la vigencia de todas las libertades y el respeto a los Derechos Humanos.

Cubanos somos todos tanto los de dentro como los de fuera y, por pertenecer a un solo pueblo, tenemos el deber y la responsabilidad de soñar lo cubano; prefigurar una patria más justa, aportando diversos caminos e ideas diferentes para poder construir una sociedad pluralista y verdaderamente democrática sin exclusiones de ningún tipo, donde la pena de muerte, el presidio y el exilio político jamás vuelvan a repetirse en nuestra historia.  

Generación de la esperanza: los niños del cambio

Mientras esas reformas no se produzcan y no exista una verdadera transformación político y económica del régimen del 59, seguiré siendo opositor. Y cuando esos cambios se realicen, depositaré mi mayor esperanza en las nuevas generaciones cubanas: los niños del cambio, cuya natural y posible despolitización de los “ismos”, les llevará a forjar un pensamiento abierro y plural, creando nuevas ideas de gobierno y nuevas formas de gobernar. Donde tanto los gobernados como los gobernantes estén sometidos al imperio de la Ley y tengan que rendir cuentas ante el pueblo soberano con una necesaria alternancia del poder.

Confío más en los años venideros que en nuestro presente histórico, que está totalmente intoxicado por el pasado más reciente. Confío, sobre todo, en los niños cubanos del futuro, los auténticos autores materiales e intelectuales del ineludible cambio mayor en Cuba, de la transformación necesaria de nuestra patria para cumplir el deseo de Martí: “¡Es el sueño mío, es el sueño de todos: Las palmas son novias que esperan: y hemos de poner la justicia tan alta como las palmas!”, porque comprenderán que sin justicia social, sin libertades y sin Derechos Humanos, no podrá existir jamás una sociedad feliz y próspera con todos, y para el bien de todos los cubanos, sin excepciones.

Cubanos somos todos tanto los de dentro como los de fuera y, por pertenecer a un solo pueblo, tenemos el deber y la responsabilidad de soñar lo cubano; prefigurar una patria más justa, aportando diversos caminos e ideas diferentes para poder construir una sociedad pluralista y verdaderamente democrática sin exclusiones de ningún tipo, donde la pena de muerte, el presidio y el exilio político jamás vuelvan a repetirse en nuestra historia.  

Madrid, octubre de 1998.


NOTAS DEL AUTOR (Felipe Lázaro):

  1. El DRE fue fundado en Cuba en febrero de 1960, después  de la detención de estudiantes católicos (de la Universidad de La Habana y la de Villanueva) en una sonada manifestación estudiantil, que protestaron por la ofrenda floral que el Ministro soviético Anastas Mikoyan ofreció a la estatua de José Martí en La Habana. Desde su creación, los militantes del Directorio pasaron al clandestinaje o al exilio, propugnando la vía armada y emulando la lucha insurreccional contra Batista. Durante los primeros años sesenta, decenas de sus miembros cumplieron largas condenas en prisión o fueron fusilado, como Virgilio Campanería y Alberto Tapia Ruano, o cayeron en combate, como Juanín Pereira. El hecho armado más importante del DRE fue el alzamiento de estudiantes en la Sierra Maestra (1961), organizado y dirigido por su Secretario General Alberto Muller. Capturado y  condenado a muerte, a Muller le conmutaron dicha sentencia por la de 15 años de presidio político que cumplió íntegramente. El DRE fue una de las organizaciones anticastristas más representativas y populares de esos años, tanto a escala nacional como en el exterior. Otro de sus máximos dirigentes, Juan Manuel Salvat, es, actualmente, el decano de los editores cubanos del exilio, como Director de Ediciones Universal (1965) en Miami.
  1. La JDC pertenecía al Movimiento Demócrata Cristiano (MDC) fundado en La Habana del 59, por un grupo de profesionales católicos cubanos. EL MDC surgió como un partido político posrevolucionario que apoyó el inicio de la Revolución, pero con un cariz ideológico cristiano, que en las próximas décadas tendría gran resonancia en la América Latina como opción a las tendencias marxistas. Sin embargo, la radicalización del proceso revolucionario y la exclusión de todos los grupos no oficialistas de la legalidad vigente, los convirtió tempranamente en uno de los grupos más activos de la oposición anticastrista, tanto dentro como fuera de Cuba. En la actualidad, y después de 40 años de existencia, ha pasado a llamarse Partido Demócrata Cristiano de Cuba con presencia en la Isla y en el exilio.
  1. En realidad, no hicimos otra cosa que continuar con la tradición revolucionaria cubana, que desde el Machadato al Batistato, había implicado a los jóvenes cubanos más idealistas en la lucha armada para derribar a la tiranía de turno. En la etapa del DRE entendíamos que éramos herederos de los Directorios anteriores: el del 30 y el de los años cincuenta (13 de marzo). Incluso nuestro lema era: “José Antonio Echevarría con tus ideales en marcha”, Y en la JDC no veíamos incompatible nuestro cristianismo con una beligerancia a la que también optaron otros jóvenes cristianos con anterioridad, como el propio José Antonio o Frank País.
  1. Nuestro grupo en Puerto Rico fue una segunda oleada de jóvenes militantes exiliados que no habíamos luchado en la  primera etapa insurreccional de ambas organizaciones, lo cual queríamos remediar con nuestra participación a mediados de los 60. En esos años, estábamos convencidos que la lucha armada era la única vía posible para derribar al Gobierno castrista. Era como volver a repetir todo el proceso contra Batista: guerra de guerrillas, clandestinaje urbano, desembarcos armados. Pero, con el transcurrir de los hechos históricos: el fracaso de Bahía de Cochinos (1961), el desmantelamiento de todas las organizaciones anticastristas y de la resistencia urbana en la Isla, la liquidación de las guerrillas campesinas del Escambray (1966)…nuestra propia transformación intelectual (como universitarios) y la diferencia generacional entre los dirigentes fundadores y nuestra nueva militancia, nos llevó a condenar todo tipo de violencia: tanto de la oposición como la gubernamental. A partir del 68, comprendimos que la vía armada no era factible ni deseable y optamos por el camino de la no violencia y el pacifismo que desembocaría en un planteamiento nuevo: el diálogo entre los cubanos y la defensa de los Derechos Humanos en Cuba para articular una posible y deseable reconciliación nacional.
  1. Vanguardia Social Cristiana (VSC) la fundamos un reducido grupo de universitarios cubanos en el exilio (Cernuda, Azcoitia, Moenck, etc) y, por ello, fue una organización más pequeña, casi sin presencia en territorio nacional, y de menos trascendencia que el DRE  o el MDC. No obstante, la creación e ideología de VSC significó un cambio radical e importante en la estrategia de una  parte de la disidencia cubana y, aunque seguíamos siendo opositores del régimen castrista, nos distanció del anticastrismo beligerante.
*Ensayo tomado del libro Voces para cerrar un siglo (Suecia, Centro Internacional Olof Palme, 1999. Tomo II). Este texto también fue reproducido en el blog del poeta cubano León de la Hoz (2020)..

Felipe Lázaro (Güines, 1948). Poeta y editor cubano.Licenciado en Ciencias Políticas y Sociología por la Universidad Complutense de Madrid. Graduado de la Escuela Diplomática de España. Obtuvo la Beca Cintas y fundó la casa editora Betania en Madrid (1987). Sus últimos títulos publicados son: el libro de relatos Invisibles triángulos de muerte. Con Cuba en la memoria (2017), Conversaciones con Gastón Baquero (2019) y Tiempo de exilio. Antología poética (2020).

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