Saturday, November 6, 2021

Pólvora, perfumes y cherokees: un paracaidista cubano en Normandía

Por Maikel Mederos Fiallo

Servando Montó y González, hijo de un mambí español, se fue a Estados Unidos y se enroló como infante en el ejército. Por sus condiciones físicas fue seleccionado para formar parte de la 82 División Aero Transportada. Con ella desembarcó en 1944 en Normandía, Francia, resultando herido en combate.
Con mente lúcida, a sus 91 años, en el 2015, Servando brindó una entrevista (de la que brindamos un extenso fragmento) a Adalberto Hernández Santos y Harold Bertot Triana en su casa en el municipio de Boyeros, La Habana. Repasó con naturalidad cada momento de su vida. Su carácter, que parecía estar forjado por las vicisitudes de la guerra, permitió que solo sonriera en momentos precisos y no diera rodeos para decir hasta las cosas más crudas de la guerra.

– Servando, ¿dónde naciste y cómo te enrolas en el Ejército norteamericano para pelear contra el nazismo?
– Nací en Los Pinos, La Habana, el 21 de diciembre de 1926. Mi padre había venido con el ejército español en la guerra hispano-cubana de 1895, como sanitario, y se pasó al bando de los cubanos. Nunca quiso coger la pensión de veteranos. Se llamaba Arturo Montó. Cuando yo tenía seis meses mi familia se muda para una casa en la calle Amargura, entre Villega y Aguacate, en La Habana Vieja. Con siete u ocho años nos fuimos a vivir para el barrio de Luyanó. De ahí fui para los Estados Unidos, porque había una artista que hacía películas del Oeste, que formaba un matrimonio con un amigo de mi familia, que quiso llevarme con ella y se lo permitieron. Esta norteamericana me llevó para California, para una enorme mansión, con unas caballerizas enormes. Estando allá me enseñó a montar caballos, a brincar cercas, a disparar con revólver de las películas del Oeste, aquellos calibres 44 que pesaban cantidad. Estuve unos años con ella viviendo en Oakland y me matricularon en una escuela como tres o cuatro años. Pero cuando ella tuvo un accidente automovilístico, que le costó la vida, y su esposo muere después, me fui para Cayo Hueso, para la casa de un notario pariente de mi familia. Ya tenía entonces unos 15 años. Desde entonces traté de entrar en el Ejército norteamericano, pero era muy joven. Pero cuando cumplo 17 años en Cayo Hueso, el notario, que conocía a todo el mundo en este lugar, fue a ver al oficial que reclutaba jóvenes. Cuando le preguntaron mi edad él mintió y dijo que yo tenía 18 años, y además, como vieron que yo hablaba bien el inglés, en la parte de la planilla que había que poner la ciudadanía, pusieron que yo tenía ciudadanía norteamericana.
– ¿Qué le motivó alistarse en el Ejército y cómo llega a la 82 División aerotransportada?
– Cuando en Cayo Hueso me alistan yo no sabía bien qué era el fascismo. Lo mío en esos entonces fue un deseo de hacer aventuras, motivado por las películas del Oeste, y por aquellas películas de la propia guerra. Y como me gustaba la aviación, quería tirarme en paracaídas. Pero en aquellos momentos no se podía entrar a la 82 División Aerotransportada desde la calle, tenía que pasar primero por la infantería y tener los lineamientos básicos del ejército. Entonces me mandaron para Camp Lee, en Virginia. Después de haber visto algunas propagandas para alistar hombres, y de conocer que en la 82 pagaban el doble -el salario era de 150 dólares y el soldado 75-, solicité entrar en la 82. Una vez que lo hice me enviaron para Fort Benning, Georgia. Allí entraban capitanes, coroneles, etc., pero todos entraban como soldados. En cuanto nos presentamos todos los aspirantes, nos dijeron: “Bueno, ustedes quieren entrar a la 82 división, tenemos 8 semanas, y en estas 8 semanas vamos a separar a los niños de los hombres. Los niños vuelven a la infantería, los hombres se quedan en la 82.”
El entrenamiento les digo que no era fácil. No todo el mundo estaba preparado para soportarlo. Un sargento era el jefe del entrenamiento. Yo formaba parte de la Compañía 407, batallón 505, número 44115608. Teníamos que levantarnos a las 6 de la mañana, y aunque estuviera nevando, teníamos que correr en short y pulóver. Las marchas aquellas eran muy difíciles. Eran como 32 millas caminando y cuando terminabas te pedían abrir la cantimplora y virarla: tenía que estar llena de agua. Ellos siempre nos decían que lleváramos y comiéramos papas crudas que daban energías. Les digo que en aquellos momentos parecía verdad. Pero no podías tomar agua. El jiujitsu y la defensa personal eran entrenados para matar. Lo impartían instructores japoneses nacidos en Estados Unidos. También tenías que tirar hasta que fueras francotirador.
Había que correr mucho para fortalecer las piernas. Imagínense que cuando te lanzabas en paracaídas las piernas tenían que soportar el peso tuyo más 200 libras que llevabas arriba. Es como si te tiraran desde un tercer piso. Debes caer con la punta de los pies, ellos te enseñan los puntos de contactos y otras cosas. Entonces te graduabas con 5 saltos de día y uno de noche. En los entrenamientos para tirarte en paracaídas te llevan para una torre de 250 pies de altura con el paracaídas abierto, y te sueltan desde allá arriba. Después tenía que hacer pruebas desde un avión y desde un planeador. Los que pasaban iban para Fort Bragg, Carolina del Norte. Yo me gradué el 29 de abril de 1944.
– Son famosas las historias de los indios cherokee que formaron parte de esta División.
– Habían varios cherokee en el batallón, en la escuadra mía tenía a dos. Recuerdo que los fastidiaba y les decía: “Dicen que ustedes no pueden morir de noche porque los espíritus no los encuentran, no se preocupen cuando a ustedes los maten yo les pongo la linterna al lado”. Ellos se reían conmigo. Según me explicaban ellos, desde chiquitos, cuando iban a llorar, la madre les tapaba la nariz y la boca, y cuando ya estaban para ahogarse, se las quitaban. Entonces cuando iban a volver a llorar, le hacían lo mismo. Eran bravos. Les gustaba más el cuchillo que las ametralladoras. La mujer del presidente Rooselvelt, Eleonor, en una ocasión les dijo a nuestros Jefes que por qué cobraban casi el doble si hacían lo mismo que otros soldados. Esto salió en el periódico. Y el Jefe le respondió, “no señora, ellos no hacen lo mismo”, y la invitó a una maniobra donde saltaron los indios cherokee. Y cuando salió, Eleonor le dijo al General Miller, que ella creía que el doble del salario era muy poco. “Pero le voy a dar un consejo –le dijo al general-, antes de soltarlo para la vida civil, páselos por campamentos de rehabilitación.”
– Volviendo al curso de los acontecimientos, ¿Cuándo salen para Europa?
– Para mediados de mayo salimos para Inglaterra. Nos llevaron para Liverpool y después para Somerset. Fuimos en el Queen Mary que salió del puerto de New York. Estuvimos como 15 días en Liverpool donde llovía constantemente. Decididos a saltar en Normandía, Orly estaba a 32 kilómetros y Somerset a 152. Según se dice el jefe de la Inteligencia alemana le dijo a Hitler que el desembarco principal era por Normandía. Al parecer Hitler objetó que el Jefe de la Inteligencia no tenía elementos para decir que era por Normandía. Y todavía cuando se peleaba en las playas de Caen, Hitler creía que eso era un simulacro.
En la comida del día 5 ya sabíamos que íbamos a saltar. Nos explicaron a la perfección todo lo que teníamos que hacer en tierra. Antes de saltar nos despide en una formación general, el Jefe Supremo Einsenhower y el general James Gavin, el general Jefe de la División 82. Hay quien dice que a Einsenhower se le aguaron los ojos cuando salimos. Eran 226 aviones, sin contar los planeadores.
La 82 se tiró por Utah, para darle protección a la 29 división y a la 4ta división de infantería americana. La idea del grupo nuestro era que, como la resistencia francesa no pudo volar los puentes –los cuales no recuerdo donde estaban específicamente-, los teníamos que volar nosotros. Teníamos que volar los tres, porque no hacías nada con que dejaras uno en pie. Cuando sucede la invasión, el general alemán Edwin Rommel estaba en Berlín, porque ese mismo día, 6 de junio, era el cumpleaños de la mujer. Él tenía a su cargo la 5ta división de tanques blindados. Si metían esa división por ahí, se perdía Normandía. Una parte tenía que dar protección en Utah y otra volar los puentes.
La 82 también se tiró en Le Mans. Pero allí pasó una tragedia. En esta zona estaba un pantano, lleno de alemanes, y después del pantano habían una zona que no había ningún alemán. Como era lógico, debían tirarse fuera del pantano, pero se equivocaron y los tiraron arriba del pantano: ninguno llegó vivo a tierra.
– ¿Te generó temor saltar en esos momentos?
– Nosotros no tuvimos tiempo de sentir miedo cuando nos tiramos. Lo que sí había era preocupación por la localización de los nidos de ametralladoras. Camino a los puentes no hubo ninguna resistencia, porque esa zona la tenía controlada la resistencia francesa. Ahí es cuando conozco a Marcel, que era el responsable de la resistencia en toda esa área. En la destrucción de los puentes hubo una gran oposición de los alemanes. La lucha llegó hasta el cuerpo a cuerpo, con bayoneta, granada de manos, aquellos fue horrible. De la escuadra de nosotros quedamos los 8.
Volar los puentes era más importante que mantener Normandía y lo logramos. Éramos del grupo que pertenecíamos a demolición. De ahí seguimos para tomar Nantes. Los combates en este lugar duraron dos días. Cuando llegamos a las puertas de esta ciudad, había dos entradas. Uno de la escuadra me dice: “Oye, la entrada de la derecha está llena de alemanes, para la izquierda no hay nadie.” Y le dije: “Vámonos para la derecha. Los alemanes no son bobos, si dejan abierta una entrada es por algo.” Y en efecto, habían puesto minas de madera, que volaron un camión y lo hicieron mil pedazos. Ya Marcel estaba con nosotros.
Aquí tengo un episodio terrible. Terminando la toma de Nantes, teníamos rodeados a un grupo de alemanes en una casa, y sale un alemán con un niño de meses en los brazos. Tenía un cuchillo puesto en su cuello. Nosotros no hablábamos alemán y aquel hombre estaba diciendo cosas. El que estaba al lado mío me dice que lo tenía entre ceja y ceja para dispararle. Aquel alemán no tenía ni el casco puesto. Y le dije: “Oye, mira a ver que tiene un niño…” y me respondió: “No te preocupes, que lo tengo para darle un tiro en el medio de la frente.” En efecto, el nuestro cuando creía que lo tenía en la mira, dispara. Pero, en una milésima de segundo, alguien llama al alemán, y este volteó la cabeza. El disparo sólo consiguió rasparle la oreja. Al momento, el alemán con el cuchillo degolló al chiquito. ¡Se pueden imaginar! Yo le dije a mi gente que mataran a todos los alemanes, pero que dejaran al alemán que mató el chiquito -al tuvimos que enterrar nosotros-, pues ese era de los cherokee. Estos lo pelaron vivo. Aquello fue lo más doloroso que viví en la guerra.
– ¿Es en Nantes donde lo hieren?
– En Nantes me hieren. Lo más peligroso en una guerra no es la bala, es la metralla. En una ocasión yo vi la metralla coger a una persona y separarle la boca y la mejilla y pegársela a la oreja. A mí me cogió un pedazo de metralla. Lo que sucedió es que yo tengo una obsesión con los perfumes desde chiquito. Entonces yo veo en una tienda dos pomos Garlain, el mejor perfume francés. Y en una gran balacera, rompo la vidriera y cojo el primer perfume. Y entonces un teniente, que estaba detrás de mí, me grita que cómo me iba a parar a coger perfumes con la balacera que había. Bueno, lo que me salva la vida es el intento de coger el segundo pomo: me coge la metralla y me impacta en el brazo, porque de lo contrario me hubiera dado en el cerebro o en los ojos. Cuando se me mete en el brazo, yo arranco la tela. Estaban los pedacitos en la carne. Me molestaba cantidad, pero me piqué la manga y me eché perfume en la herida después de echarme azufre. Me molestaba cantidad, cualquier movimiento que hacía me provocaba mucha molestia.
Después de Nantes llegué a St. Nazarie, a un hospital de guerra. Había un médico francés, que en cuanto me vio el brazo negro dijo que yo tenía gangrena, y que había que amputar casi todo el brazo. Pero había un médico norteamericano, que vio la insignia de la 82 división, y habló con el médico francés. Entonces aquel hombre cogió un algodón, lo mojó en no sé qué cosa y me lo pasó por el brazo: toda la negrura aquella se cayó. “Es pólvora. Este muchacho siguió peleando herido, ahí no hay gangrena ninguna.” Y sin anestesia me sacó el pedacito de metralla que quedaba. Imagínate que cuando llegué al hospital le estaban amputando a uno la pierna sin anestesia. El tema de la anestesia era crítico. Al otro día me fui del hospital y seguí peleando por todo el sur de Francia hasta llegar al principado de Mónaco, después de recoger gente en Marsella. Entonces nos dejaron de tapón en Niza, que está pegada a la frontera italiana.
– ¿Cómo los recibía la población de las zonas liberadas?
– La recepción que nos daba el pueblo francés era tremenda. Se volvían locos con nosotros. La resistencia era la encargada de poner el gobierno. En cada uno de esos pueblos la resistencia tuvo que fusilar a los tipos de la Gestapo que pertenecían a la Policía francesa. Marcel se quedó en St. Nazarie. Él quería que yo me quedara con la resistencia francesa, y le dije: “Tú estás loco, me fusilan por desertor. Tú sí puedes venir con nosotros, que hablas francés y hablas inglés.” Imagínate que la Gestapo le mató a sus hijas pequeñas después de torturárselas. Le fueron rompiendo los huesos delante de la madre, para que le dijera dónde estaba él, pero ella no lo sabía. Mataron a la mujer y a las dos hijitas. Se quedó solo.
– ¿Nunca más supo de su vida?
– De Marcel supe después de la guerra. En un vuelo que hice en el año 1954 por España, cuando estaba de piloto en la Compañía Cubana de Aviación. Estuve una semana en Madrid, y con el carnet de piloto pude ir a París gratis, para buscarlo en St. Nazarie. Cuando llego, un viejito que estaba por allí, mientras yo preguntaba, me dijo que lo había fusilado la Policía francesa. Y un día, hace algunos años, para que ustedes vean cómo son las cosas, un amigo mío de cuando yo trabajaba en la referida compañía, compra un casete con un documental que daba los nombres de todos los que murieron en la Resistencia francesa. Confirmé entonces que había sido fusilado por la Policía Francesa.
Marcel era un cerebro, pero un hombre muy sufrido. En una ocasión nosotros tomamos una casa donde no hubo resistencia. Era una tremenda mansión y adentro había un capitán del ejército francés con 5 soldados. Habían cogido la casa para dársela a algún general alemán o algo de eso. Pero ninguno de nosotros hablaba francés. Y decíamos para nosotros: “Coño, un capitán del ejército francés con cinco soldados aquí.” Esperamos entonces a que llegara Marcel. ¡Ave María!, cuando llegó Marcel y vio al capitán aquel, lo agarró por el cuello, le dijo cuarenta cosas, sacó la pistola y le dio un tiro en el medio de la frente. Entonces dije que a los cinco soldados alemanes los soltaran para la calle.
– De lo que usted vivió ¿qué diferenció a los alemanes del resto de los soldados en la lucha, y qué hacían con ellos cuando los tomaban prisioneros?
– El fracaso de los alemanes estaba en que las operaciones nada más lo sabían los oficiales. Mataban a los oficiales y los soldados se perdían. En el Ejército norteamericano mataban a un oficial y el soldado sabía lo que tenía que hacer. Ese fue un error de los alemanes. Cuando tú ponías lo pies en tierra, lo primero que tenías que hacer era buscar “nidos”, una instalación de ametralladoras 30 y 50. Ese es el primer objetivo que tú tenías que buscar.
Respecto a la segunda parte, les digo que nosotros no hacíamos prisioneros alemanes. No podíamos hacer prisioneros. Los alemanes eran valientes. Tú los formabas para fusilarlos y ni pestañaban cuando le tirabas. En honor a la verdad el soldado alemán era muy bueno en la guerra, muy disciplinado. Una cosa que me llamaba la atención era que, con todo el fango que había, tú los veías con las botas limpias, afeitados. Peleaban duro. Para mí el mejor soldado de la Segunda Guerra Mundial fue el alemán, después el ruso, seguido del inglés, y último el norteamericano. Y no era que el norteamericano no fuera bueno, porque pelearon durísimo, pero tenían que estar levantándole la moral con Glenn Miller, y un grupo de artistas norteamericanas. Los alemanes eran fanáticos. Dicen que el Africa Korps de Rommel tenía muchachos castrados desde niños. Nada más que dedicados a ello. Sin embargo, Rommel era un caballero. Lo dice el que lo derrotó, el general inglés Montgomery. A los oficiales que cogía preso no los desarmaba y almorzaban y comían con ellos. Él decía que un oficial se tenía que ver oficial aunque estuviera encuero.
– ¿En algún momento algún alemán que capturaron les comentó algo sobre la guerra?
– Me parece que fue un coronel que detuvimos, que hablaba un poquito de inglés. Nos dijo que ellos sabían que Hitler estaba loco, pero Alemania estaba en guerra y ellos eran alemanes.
– ¿Qué hicieron después que llegaron a Niza?
– Estuvimos en Niza hasta el final de la guerra. Luego llegó una orden de que los que habían estado en hospitales militares tenían que salir para Estados Unidos. Nos sacaron por Marsella para New York. Me dieron la cinta, que todavía poseo, que es la del Teatro de Operaciones Europeo. Sobre esa cinta están las dos estrellas de bronce. Me dieron también la Estrella de Plata. Recuerdo cuando el capitán me dijo: “Usted está propuesto para la Estrella de plata.” Y yo le pregunté: “¿Y por qué yo estoy propuesto para estrella de plata?” Y me contesta: “Porque usted estuvo peleando herido”. “¿Y dónde me iba a meter, si estábamos tomando Nantes?” – le respondí. Me dijo: “Sí, pero usted podía haberse metido en una de las casas tomadas.” “Bueno – le contesté–, en verdad no se me hubiera ocurrido.” “Bueno – me dijo aquel hombre – por no ocurrírsele también se la dieron a McArthur y se la dieron al coronel que se tiró en planeador y se partió las piernas en tres partes, y siguió dirigiendo el combate en una carretilla”. Sobre este último creo que John Wayne hizo una película.
– Hay una película muy famosa, protagonizada por el actor estadounidense Tom Hanks, Saving private Ryan y una serie que fue muy popular en los Estados Unidos, Band of Brothers, esta última sobre la actuación de una compañía de la 101 división aerotransportada durante el desembarco y el resto de la guerra. ¿Lograron mostrar la verdadera realidad que se vive en una guerra y lo que realmente sucedió?
– La serie que me dicen no la he visto. Pero sí puede ver la película Saving private Ryan. Una película muy buena, pero hay detalles históricos que pasaron por alto. Por ejemplo, lo que tuvo que hacer parte de la 82 división aerotransportada y la 6ta división aerotransportada inglesa –que por cierto usaban ballestas –, para permitir que los norteamericanos avanzaran por Caen. Eso no lo tuvieron en cuenta y creo que eso le trajo algunas críticas.
Por cierto, tengo una anécdota simpática con esta película. La primera vez que escucho que iban a ponerla en la televisión cubana, espero sentado en mi casa, y por alguna razón no la pusieron. Esto pasó también una segunda vez. Entonces se me ocurre llamar a la televisión y preguntar por el día en que finalmente la iban a poner. Y la muchacha que me sale al teléfono, después de indicarme el día, me recomienda que no me la pierda. “Bueno, pero usted sabe algo de eso, es mejor si tiene conocimientos históricos sobre lo que pasó allí”. “Bueno, algo conozco, algo sé de lo que pasó allí” le respondo (se sonríe). Por supuesto que si le digo la verdad lo más probable era que dijera: “Y quién es el loco este que dice que estuvo en Normandía”.

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