Ana Betancourt y Martha Frayde |
Por Ileana Fuentes
En ocasiones anteriores he señalado que, como herederos de una cultura machista, hemos mutilado la noción de Patria al sobredimensionar a los patriotas obviando, frivolizando y haciendo invisible a cientos de mujeres protagonistas que brillan por su ausencia en la narrativa historiográfica cubana.
Hoy por hoy no vale esa bobería martiana de que “el deber se hace más dulce cuando la mujer pone su abnegada mano […] en él”. Abnegada quiere decir “negarse a sí mismo”. No son las mujeres un ente angelical con varita mágica que, al decir del autor de La Bayamesa: “todo lo deja, todo lo quema” porque “ese es su lema, su religión”. Basta ya de cursilería. Todos los cubanos debemos urgentemente exigir un mayor rigor y seriedad de nuestros llamados “historiadores”.
De haber aprendido una historia de Cuba equilibrada en términos de género que alimentara un respeto a la Matria, [De Patria a Matria. Conferencia 1999 de la autora publicada como Occasional Paper por la Universidad de Miami] y narrara la gestión multitasking –multitarea– de nuestras mujeres, quizás hubiésemos profesado una mayor pasión hacia la vida, hacia el individuo, hacia un “estado de derecho” aquel 1ro de enero de 1959. De haber sido así, quizás el ruido de la consigna “Patria o Muerte” hubiera repugnado tanto que ningún cubano o cubana hubiera permitido la posterior debacle revolucionaria.
Quizás en 1959, si 4 millones de cubanos en su mayoría de edad hubieran tenido herramientas y elementos para aferrarse a una conciencia y a un proyecto de Matria y Vida, no se le hubiesen dado cabida a la delirante manipulación del “Patria o Muerte”. Los cojones de Maceo hicieron falta en un momento dado, al igual que hacer de Bayamo otra Numancia. Pero convocar a un país entero a la muerte raya en el delirium tremens que sólo puede darse desde una testeria nacional. [Testeria, término acuñado por la feminista norteamericana Julia Loesch en 1972: “La habilidad de la clase gobernante masculina de causar catástrofes planetarias con gran eficiencia, calma y madurez”].
Esa es la Cuba con caudillos donde la gestión del 50% de la población no ha contado, ni cuenta, y tampoco se cuenta… la Cuba donde decir “las mujeres mandan” –un enunciado del presidente Ramón Grau– fue y sigue siendo una burlona mentira que hay que dejar de repetir.
Martha Abreu y Amalia Mallén de Ostolaz |
Así las cosas, estamos conscientes de que el pasado no podemos cambiarlo, sólo analizarlo y aprender de los errores. A los exiliados como nosotros, seis décadas después del derrumbe de la nación, nos queda solamente una alternativa: legar a futuras generaciones de cubanos y cubanas el instrumental con qué diseñar y reconstruir una Matria mejor.
Para ello, lo primero que hay que hacer al abrir un libro de historia de Cuba es buscar los nombres femeninos, o el acontecer relacionado específicamente a las mujeres –como, por ejemplo, el Movimiento Sufragista y el derecho de la mujer al voto– en el Índice. Si la fecha 3 de febrero de 1934 no aparece en ese Índice, ese libro no sirve. Hay que botarlo a la basura.
Después de la fecha marcada [por España] para la abolición de la esclavitud –1888, aunque en Cuba se abolió en 1886–; después del 10 de octubre de 1868 y del 24 de febrero de 1895; y después de la fecha de la instauración de la Primera República –20 de mayo de 1902–, la fecha más importante de la historia de Cuba es el 3 de febrero de 1934.
Ese día, el presidente Carlos Mendieta firmó la ley de sufragio universal que concedió el derecho al voto al 50% de la población de Cuba: a las mujeres. Luego de más de medio siglo de luchas por obtener ese derecho, la mitad de la población de Cuba al fin lograría pasar de su condición de no-persona a la de ciudadana con derechos políticos y civiles. Un libro que no le dedique al menos un largo capítulo a esa epopeya no vale el papel en que está impreso.
Por eso es conveniente pasar revista a nuestros textos de historia. Ante una brevísima bibliografía producida en la diáspora –disponible fuera de Cuba y de completo acceso para los cubanos exiliados– he comprobado y documentado la dimensión de las omisiones. Aquí las comparto.
Nueva historia, de Herminio Portell Vilá, por ejemplo, contiene unos 450 nombres propios en el índice, pero sólo 9 –el 2%– son de mujeres. Estos incluyen a dos esposas de caudillos –Mirta Díaz Balart de Castro y Elisa Godínes Gómez de Batista–, ambas inconsecuentes; a Vilma Espín de Castro, en el contexto de la FMC; y a Celia Sánchez Manduley, de quien se dice fue “compañera” entre comillas –o sea, amante– de Fidel Castro. El autor describe a la FMC como “organización de delatoras al servicio del comunismo”, lo que, ideología aparte, es una chabacanería no digna de un historiador serio.
Dos libros de Jaime Suchlicki –Diccionario histórico (1986) y De Colón a Castro (1990) – merecen ser mencionados. Según el reconocido académico, en los 500 años transcurridos entre la era de Colón (1492) y la era de Castro (1959) existió en Cuba solamente una mujer digna de ser mencionada: Vilma Espín. En 212 páginas, solamente una página y media recoge un acontecer “femenino”, la FMC. El otro tomo incluye un total de 244 nombres, tanto de individuos como de eventos o movimientos. Solamente 14 –el 6%– son de mujeres; la FMC recibe apenas 10 renglones; el tema “mujeres” 20. ¿Cómo obviar que entre 1934 y 1940 fueron electas 2 senadoras, 3 alcaldesas y 15 diputadas a la Cámara de Representantes? O las valientes mambisas que integraron la oficialidad del Ejército Libertador, o que la Comisión Interamericana de Mujeres se funda en La Habana en 1928.
Origen y desarrollo del pensamiento cubano, de Raimundo Menocal Cueto (Vol. 2), no solamente hiere y ofende al incluir solamente a una mujer, ni siquiera cubana –la Reina María Cristina de Habsburgo-Lorena, reina de España–, sino que altera la realidad de la Constitución de 1901 al afirmar incorrectamente que: “Conforme a las aspiraciones de la revolución de 1895 se aprobó por una mayoría abrumadora el sufragio sin limitaciones, y así se consagraba en la Constitución para todos los cubanos mayores de veintiún años con excepción de los asilados, incapacitados, inhabilitados o pertenecientes a las fuerzas armadas”. Esa falsedad pone en duda la veracidad de los muchos otros datos y comentarios del autor. El sufragio no fue universal hasta 1934; la votación en la Constituyente de 1901 no logró el derecho al sufragio para las mujeres, a pesar de que la discusión sobre este tema, según varios delegados, fue de las más acaloradas. El voto fue de 9 a favor, ¡y 19 en contra!
Cuba: The Pursuit of Freedom, del ilustre historiador Hugh Thomas, traducido a varios idiomas, en sus 1 600 páginas de texto no menciona el sufragio de nadie. Entre los logros de la presidencia de Carlos Mendieta se refiere al sueldo mínimo y la autonomía universitaria, ¡pero nada del sufragio femenino! No se encuentran en su mamotreto ni Marta Abreu, ni Ana Betancourt, o Emilia Casanova de Villaverde, Edelmira Guerra, Mirta Aguirre, Ofelia Domínguez, Ofelia Rodríguez Acosta, Magdalena Peñarredonda, Martha Frayde, María Luisa Dolz, o Mariana Grajales. Sí menciona con mayor o menor detalle a grandes luchadoras como Elena Mederos, Hortensia Lamar, Tina Forcade, María Corominas, Evélida González, Olga Guevara y Violeta Casals. Ni un párrafo sobre la FMC; sólo la menciona en relación a Vilma Espín. Pero hasta ahí.
Sigamos analizando las omisiones. La Enciclopedia de Cuba (Playor, 1973), con sus nueve gruesos tomos, fue compilada y promovida por un equipo encabezado por Vicente Báez, como fuente de todo lo que debe saberse sobre Cuba hasta 1959, sobre todo si en aquel entonces uno era exiliado y no tenía acceso a otras obras de historia en la Biblioteca Nacional. No deja de ser esta enciclopedia un titánico trabajo. Pero…
El Volumen IV, dedicado a la historia de Cuba, incluye un índice onomástico de 850 nombres; sólo 13 son mujeres, menos del 2%. De los 13, nueve pertenecen a las integrantes del coro de la Parroquia de Bayamo, que en 1868 cantaron por primera vez el Himno Nacional. Dato interesante, pero inconsecuente. También aparecen Isabel la Católica de España e Isabel I de Inglaterra. [Alguien debe haberles otorgado póstumamente la ciudadanía cubana].
¿No se les ocurrió a los editores que también es historia el acontecer de reformas legales que afectan el desenvolvimiento del 60% de la población: sus mujeres y niños? ¿Cómo no reseñar que entre 1915 y 1940 las feministas cubanas promovieron –y lograron– una agenda económica y social en beneficio de toda la nación, que incluyó el derecho de la mujer a la propiedad privada, a heredar y establecer cuentas bancarias, a la potestad de sus hijos, al divorcio (1918), al trabajo –por encima del derecho de extranjeros, léase españoles– a la protección de la maternidad, a la protección y derechos de sus hijos naturales –liberados del estigma de “ilegítimos”, que fue logro de la abogada feminista Ofelia Domínguez Navarro– el derecho al aborto (1928), y al sufragio en 1934?
El Volumen IX, dedicado a los gobiernos republicanos, contiene 2 200 nombres, y sólo 77 son femeninos, el 4%, y eso porque los autores decidieron incluir a las madres, esposas e hijas de presidentes. Ejemplo: la madre, las dos esposas y las cuatro hijas de Alfredo Zayas (7); las dos esposas y las tres hijas de Fulgencio Batista (5); la madre, una hija y la segunda esposa de Carlos Prío (3). Nada se habla en este tomo de la intensa organización política de las feministas de la primera mitad del siglo XX, que conformaron una docena de partidos políticos como el Partido Nacional Feminista (1912), dirigido por Amalia Mallén de Ostolaza; el Partido Sufragista y el Partido Nacional Sufragista, surgidos entre 1913 y 1915.
Tampoco se mencionan las muchas entidades cívicas –lo que hoy llamaríamos organizaciones no gubernamentales– en que militaron las cubanas para obtener reformas laborales, sociales y legales: la Asociación de Damas Isabelinas (1928); el Club Femenino de Cuba (1918); la Alianza Feminista (1928); el Lyceum (1930); la Unión Laborista de Mujeres (1930); y la Federación Nacional de Asociaciones Femeninas de Cuba (1921). Y tampoco se menciona que se celebraron tres congresos nacionales de mujeres en los años previos a la Constitución del ‘40: el primero en 1923, un segundo en 1925, y el último en 1939.
¡Y pensar que en 1985 yo le compré a mi exiliada madre –cuando se jubiló de su empleo neoyorquino– esa enciclopedia en honor a los años que ejerció el magisterio en la Cuba republicana y su dedicación a la Fragua Martiana de La Habana! Confieso que aún no tenía yo una conciencia feminista.
Próceres (La Habana,1928) de Néstor Carbonell Rivero, reeditado en Miami por Editorial Cubana (1999), adolece del mismo mal. Sus casi 300 páginas recogen las vidas de 36 “patricios y repúblicos… luminarias… grandes hombres de la patria”. Hombres, todos hombres. ¿Dónde quedaron Marta Abreu y Emilia Casanova, por mencionar dos luminarias con ovarios?
¿Qué no decir de Abreu, no solo mecenas de la Guerra del ‘95, y de causas cívicas en la República, sino delegada y principal negociadora en Francia del Partido Revolucionario Cubano y gestora, junto al puertorriqueño Emeterio Betances, de una solución pacífica ante una inminente tercera guerra de independencia?
¿Qué no decir de Casanova? Durante la Guerra de los Diez Años (1868), Emilia Casanova recaudó fondos en Nueva York y Nueva Orleans. Inició una campaña epistolar en pro de la independencia, “a diversas personalidades de Charleston, México, Yucatán, El Salvador, Guayaquil, Bolivia, Chile, Montevideo, Buenos Aires, Venezuela, Perú…” [Ena Curnow, biografía en curso]. Se carteó con Céspedes –que no la apoyó en su liderazgo–, con Garibaldi y Víctor Hugo; escribió hasta su muerte a favor de la independencia de Cuba. Fue la primera cabildera cubana en EE.UU. y se entrevistó varias veces con el presidente Ulises Grant a nombre de Las Hijas de Cuba, que ella fundara en Nueva York en 1869. ¡Emilia Casanova es la precursora de nuestra actual lucha en EE.UU.! Desde el embarcadero de su mansión –el Castillo Casanova– en Hunts Point, esta matancera insigne enviaba armas y voluntarios a Cuba, siempre con una bandera cubana elaborada por ella. ¿Puede faltar Emilia en nuestros libros de historia?
No por ser cubanoamericano pasa la prueba de fuego Cubans in America, de Alex Antón y Roger E. Hernández (2002). Unas 245 entradas onomásticas solo logran 29 nombres femeninos, dos de ellos de no-cubanas (Lucille Ball, Janet Reno). Un porcentaje mayor que los libros antes mencionados, el 12%. En este libro, la ficción pasa por realidad. En el índice de Cubans in America aparece el nombre “Cecilia Valdés”. ¿Y por qué no el personaje de televisión “Popa” que representó por años Lilia Lazo en Nueva York?
El índice onomástico de Cuba Cronología: Cinco siglos de Historia, Política y Cultura, de Leopoldo Fornés-Bonavía Dolz (Verbum 2003) contiene 2 300 nombres, de los cuales 122 son mujeres, un 6%. Una docena son extranjeras. Abundan en la lista las cantantes y las escritoras. No por despreciar la cultura en ninguna de sus manifestaciones, pero ¿dónde quedaron las tres delegadas a la Asamblea Constituyente del ’39: la doctora en ciencias Alicia Hernández de la Barca, la farmacéutica Esperanza Sánchez Mastrapa, y la abogada María Esther Villoch Leyva… por citar sólo un ejemplo? Debo señalar que en los muchos datos que este libro recoge para el año 1912, ninguno refleja la fundación del Partido Nacional Feminista.
¿Cómo insertamos a las cubanas en la historia de Cuba? ¿Cómo hacemos de la macho-historia una hystoria que documente la presencia y gestión de las cubanas en las tres guerras de independencia durante el siglo XIX, en la manigua y en el activismo extra insular; en el movimiento abolicionista; en la organización de partidos políticos; en las reformas legales a partir de 1902; en modernizar la educación, la salud pública y los servicios sociales; en la gestión en pro del sufragio femenino; en el periodismo, la cultura y las letras; en las luchas en pro de la democracia y en contra de todas las dictaduras –la de Machado, la de Batista, la de Castro I, la de Castro II, y ahora la de Díaz-Canel–; en el presidio político de todos los tiempos, y muy especialmente el posterior a 1959, que vio a mediados de los años sesenta a unas 7 000 cubanas en las mazmorras de Fidel Castro; en posibilitar el éxodo y la adaptación de miles y miles de refugiados, y en el éxito social, cultural, económico y político del exilio; en las múltiples ramas del saber y de la investigación dentro y fuera de Cuba; en la lucha por las libertades civiles y los derechos humanos?
¿Cómo hacemos para incluir desde Guarina de Hatuey hasta Berta Soler de las Damas de Blanco?
No comments:
Post a Comment