Friday, July 22, 2022

LOS HÉROES Y MÁRTIRES TRAICIONADOS

 


Por Antonio Gómez Sotolongo

El 26 de julio de 1953 un grupo de civiles cubanos intentó tomar por la fuerza de las armas los cuarteles militares José Guillermo Moncada en la ciudad de Santiago de Cuba y Carlos Manuel de Céspedes en Bayamo, con la intención de derrocar el régimen que a partir del 10 de marzo de 1952 Fulgencio Batista había instaurado mediante un golpe de estado militar incruento. Este artículo trata de los objetivos que perseguían aquellos cubanos y de cómo fueron traicionados.

La subversión castrista de los valores éticos en la historia cubana durante la segunda mitad del siglo XX fue tan profunda, que comenzó por el lenguaje y terminó por descuartizar el pensamiento. Así que cuando el líder supremo de la rebelión popular de 1959 se declaró comunista, la dialéctica, proclamada en los manuales de filosofía marxista, se dio de bruces contra el dogma, una palabra que la negaba.

Entonces los «revisionistas», que no son otros que individuos obstinados por perseguir la mutante e inalcanzable verdad, quienes ni más ni menos creen medularmente en la dialéctica, se convirtieron en «contrarrevolucionarios». Fueron los perseguidos por reconocer antes que muchos otros que las acciones se iban separando de las promesas, que el máximo líder se estaba convirtiendo en el próximo dictador cubano, que estaba traicionando todos los ideales por los cuales se le había unido casi en su totalidad el pueblo cubano, y estaba condenando por traidores a quienes en realidad estaban siendo traicionados.

Para recordar las ideas que llevaron en la mente muchos de los que emprendieron la lucha armada contra la dictadura de Fulgencio Batista existen muchos documentos, pero el más divulgado durante el último medio siglo es «La Historia me absolverá». En ella se enuncian «cinco leyes revolucionarias que serían proclamadas inmediatamente después de tomar el Cuartel Moncada y divulgadas por radio a la Nación», y que estimularon a la gran mayoría de los cubanos a unirse a aquel movimiento contra la dictadura:

«La primera ley revolucionaria devolvía al pueblo la soberanía y proclamaba la Constitución de 1940 como la verdadera Ley suprema del Estado»[1]. Y de esta se desprendían las otras cuatro.

La segunda prometía aplicar la reforma agraria establecida por la constitución del 40, concediendo «la propiedad inembargable e intransferible de la tierra a todos los colonos, sub-colonos, arrendatarios, aparceros y precaristas»[2].

La tercera «otorgaba a los obreros y empleados el derecho a participar del 30 por ciento de las utilidades en todas las grandes empresas industriales, mercantiles, incluyendo centrales azucareros»[3].

La cuarta «concedía a todos los colonos el derecho a participar del cincuenta por ciento del rendimiento de la caña y cuota mínima de cuarenta mil arrobas a todos los pequeños colonos que llevasen tres años o más de establecidos»[4].

Y la quinta «ordenaba la confiscación de todos los bienes a todos los malversadores […] mediante tribunales especiales con facultades plenas de acceso a todas las fuentes de investigación»[5].

Ninguna de estas cinco leyes fue puesta en vigor a partir de enero de 1959. La constitución de 1940 continuó siendo un celaje en el ámbito legal cubano, la Reforma Agraria y la expropiación de bienes malversados fueron un pretexto para expoliarlo todo -sin jueces ni tribunales, arrebatándole violentamente a sus propietarios los grandes, medianos o pequeños negocios, nacionales o extranjeros-, en favor del gobierno de facto, una excusa para abolir la propiedad privada. Desde los propietarios grandes como Julio Lobo, Goar Mestre o Crusellas hasta los más modestos como Felino el zapatero de Aguada de Pasajeros lo perdieron todo a pesar de haber comprado decenas de bonos para financiar al Movimiento 26 de julio.

En La Historia me absolverá Fidel Castro anunció la estrategia que emplearía para la industrialización del país: procedería primero a «limpiar las instituciones de funcionarios venales y corrompidos», movilizaría «todo el capital inactivo» del «Banco Nacional y del Banco de Fomento Agrario e Industrial», y encomendaría tan magna tarea a «técnicos y hombres de absoluta competencia, ajenos por completo a los manejos de la política»[6].

El problema agrario lo resolvería primero: «estableciendo como ordena la Constitución un máximo de extensión para cada tipo de empresa agrícola y adquiriendo el exceso por la vía de expropiación, reivindicando las tierras usurpadas al Estado»[7].

El problema de la vivienda lo resolvería

rebajando resueltamente el cincuenta por ciento de los alquileres, eximiendo de toda contribución a las casas habitadas por sus propios dueños, triplicando los impuestos sobre las casas alquiladas, demoliendo las infernales cuarterías para levantar en su lugar edificios modernos de muchas plantas y financiando la construcción de viviendas en toda la isla en escala nunca vista[8].

Asegura que «Con estas tres iniciativas y reformas el problema del desempleo desaparecería automáticamente y la profilaxis y la lucha contra las enfermedades sería tarea mucho más fácil»[9].

Y finalmente promete que «un gobierno revolucionario procedería a la reforma integral de nuestra enseñanza, […] para preparar debidamente a las generaciones que están llamadas a vivir en una patria feliz»[10]. En una Nación en la que «se dejen de comprar tanques, bombarderos y cañones»[11].

Cuando le llegó el momento, Castro nombró a Ernesto Guevara, alias El Che -un hombre de absoluta incompetencia y comprometido con la ideología castrista más que con las leyes económicas-, como Presidente del Banco Nacional de Cuba, y poco después cambió la Moneda, hechos que mancillaron el devenir de las finanzas cubanas hasta hoy, cuando somos uno de los pocos países del mundo que ostenta la indigencia de no poseer una verdadera Moneda Nacional.

No es difícil descubrir, revisando estos documentos hoy que es el futuro de entonces, que los ideales por los que cientos de cubanos se involucraron en la rebelión contra la dictadura de 1952 fueron traicionados y las promesas se estrellaron contra las trágicas acciones de una nueva dictadura que se instauró el día 1 de enero de 1959.

Los mercados cubanos hoy dan vergüenza por su pobreza, cuando «deberían estar abarrotados de productos; las despensas de las casas deberían estar llenas; (y) todos los brazos podrían estar produciendo laboriosamente»[12].

Por eso el 26 de julio, fecha en la que desde que tengo uso de razón Fidel Castro dedicó largos discursos a retorcer el significado de aquella gesta, pienso que cuando la Historia de Cuba sea hecha con el rigor académico y la limpieza ética que corresponde, habrá que restaurar la memoria de quienes ofrendaron su patrimonio, su inteligencia y su vida por la libertad y la democracia que garantizaban la Constitución de 1940. Pienso que merecen un lugar en la historia los héroes y mártires que enfrentaron ambas dictaduras porque «la resistencia frente al despotismo es legítima; éste es un principio universalmente reconocido»[13], y así lo establecía la Constitución por la que cientos de cubanos apoyaron la rebelión contra Batista. «Es legítima –dice la mencionada Carta Magna- la resistencia adecuada para la protección de los derechos individuales»[14]. Un derecho que continuó conculcado después de 1959 y que en 1975 quedó abolido en la nueva Constitución.

Cuando la Historia de Cuba sea hecha con todos y para el bien de todos habrá que rescatar el honor de quienes han luchado para que Cuba sea una Nación libre y democrática, habrá que honrar a todos los que actuaron con el martiano principio de que la patria es ara y no pedestal, la Historia tendrá que honrar a nuestros héroes y mártires traicionados por Fidel Castro.

Este artículo fue publicado el 25 de julio de 2012 en el blog del autor. En línea:

https://eltrendeyaguaramas2epoca.blogspot.com/2011/07/los-heroes-y-martires-traicionados.html Corregido y editado para el blog de la AHCE

 

 

 



[1] «La Historia me absolverá». En Pensamiento Político, Económico y Social de Fidel Castro. 1959. La Habana: Editorial Lex, p. 39

[2] Ídem p. 39

[3] Ídem p. 39

[4] Ídem p. 40

[5] Ídem p. 40

[6] Ídem p. 44

[7] Ídem p. 44

[8] Ídem p. 45

[9] Ídem p. 45

[10] Ídem p. 45

[11] Ídem p. 46

[12] Ídem p. 46

[13] Ídem p. 67

[14] Ídem p. 67

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