Por Antonio Gómez Sotolongo
El 26 de julio de 1953 un grupo de civiles cubanos intentó tomar por la
fuerza de las armas los cuarteles militares José Guillermo Moncada en la ciudad
de Santiago de Cuba y Carlos Manuel de Céspedes en Bayamo, con la intención de
derrocar el régimen que a partir del 10 de marzo de 1952 Fulgencio Batista había
instaurado mediante un golpe de estado militar incruento. Este artículo trata
de los objetivos que perseguían aquellos cubanos y de cómo fueron traicionados.
La subversión castrista de los valores éticos en la historia cubana durante
la segunda mitad del siglo XX fue tan profunda, que comenzó por el lenguaje y
terminó por descuartizar el pensamiento. Así que cuando el líder supremo
de la rebelión popular de 1959 se declaró comunista, la dialéctica, proclamada
en los manuales de filosofía marxista, se dio de bruces contra el dogma, una
palabra que la negaba.
Entonces los «revisionistas», que no son otros que individuos obstinados
por perseguir la mutante e inalcanzable verdad, quienes ni más ni menos creen
medularmente en la dialéctica, se convirtieron en «contrarrevolucionarios».
Fueron los perseguidos por reconocer antes que muchos otros que las acciones se
iban separando de las promesas, que el máximo líder se estaba convirtiendo en
el próximo dictador cubano, que estaba traicionando todos los ideales por los
cuales se le había unido casi en su totalidad el pueblo cubano, y estaba
condenando por traidores a quienes en realidad estaban siendo traicionados.
Para recordar las ideas que llevaron en la mente muchos de los que
emprendieron la lucha armada contra la dictadura de Fulgencio Batista existen
muchos documentos, pero el más divulgado durante el último medio siglo es «La
Historia me absolverá». En ella se enuncian «cinco leyes
revolucionarias que serían proclamadas inmediatamente después de tomar el
Cuartel Moncada y divulgadas por radio a la Nación», y que estimularon a la
gran mayoría de los cubanos a unirse a aquel movimiento contra la dictadura:
«La primera ley revolucionaria devolvía al pueblo la soberanía y proclamaba
la Constitución
de 1940 como la verdadera Ley suprema del
Estado»[1]. Y
de esta se desprendían las otras cuatro.
La segunda prometía aplicar la reforma agraria establecida por la
constitución del 40, concediendo «la propiedad inembargable e intransferible de
la tierra a todos los colonos, sub-colonos, arrendatarios, aparceros y
precaristas»[2].
La tercera «otorgaba a los obreros y empleados el derecho a participar del
30 por ciento de las utilidades en todas las grandes empresas industriales,
mercantiles, incluyendo centrales azucareros»[3].
La cuarta «concedía a todos los colonos el derecho a participar del
cincuenta por ciento del rendimiento de la caña y cuota mínima de cuarenta mil
arrobas a todos los pequeños colonos que llevasen tres años o más de
establecidos»[4].
Y la quinta «ordenaba la confiscación de todos los bienes a todos los
malversadores […] mediante tribunales especiales con facultades plenas de
acceso a todas las fuentes de investigación»[5].
Ninguna de estas cinco leyes fue puesta en vigor a partir de enero de 1959.
La constitución de 1940 continuó siendo un celaje en el ámbito legal cubano, la
Reforma Agraria y la expropiación de bienes malversados fueron un pretexto para
expoliarlo todo -sin jueces ni tribunales, arrebatándole violentamente a sus
propietarios los grandes, medianos o pequeños negocios, nacionales o
extranjeros-, en favor del gobierno de facto, una excusa para abolir la
propiedad privada. Desde los propietarios grandes como Julio Lobo, Goar Mestre
o Crusellas hasta los más modestos como Felino el zapatero de Aguada de
Pasajeros lo perdieron todo a pesar de haber comprado decenas de bonos para
financiar al Movimiento 26 de julio.
En La Historia me absolverá Fidel Castro anunció la estrategia que
emplearía para la industrialización del país: procedería primero a «limpiar las
instituciones de funcionarios venales y corrompidos», movilizaría
«todo el capital inactivo» del «Banco Nacional y del Banco de Fomento Agrario e
Industrial», y encomendaría tan magna tarea a «técnicos y hombres de absoluta
competencia, ajenos por completo a los manejos de la política»[6].
El problema agrario lo resolvería primero: «estableciendo como ordena la
Constitución un máximo de extensión para cada tipo de empresa agrícola y
adquiriendo el exceso por la vía de expropiación, reivindicando las tierras
usurpadas al Estado»[7].
El problema de la vivienda lo resolvería
rebajando resueltamente el cincuenta por ciento de los
alquileres, eximiendo de toda contribución a las casas habitadas por sus
propios dueños, triplicando los impuestos sobre las casas alquiladas,
demoliendo las infernales cuarterías para levantar en su lugar edificios
modernos de muchas plantas y financiando la construcción de viviendas en toda
la isla en escala nunca vista[8].
Asegura que «Con estas tres iniciativas y reformas el problema del
desempleo desaparecería automáticamente y la profilaxis y la lucha contra las
enfermedades sería tarea mucho más fácil»[9].
Y finalmente promete que «un gobierno revolucionario procedería a la
reforma integral de nuestra enseñanza, […] para preparar debidamente a las
generaciones que están llamadas a vivir en una patria feliz»[10]. En una Nación en la
que «se dejen de comprar tanques, bombarderos y cañones»[11].
Cuando le llegó el momento, Castro nombró a Ernesto Guevara, alias El Che -un
hombre de absoluta incompetencia y comprometido con la ideología castrista más
que con las leyes económicas-, como Presidente del Banco Nacional de Cuba, y
poco después cambió la Moneda, hechos que mancillaron el devenir de las
finanzas cubanas hasta hoy, cuando somos uno de los pocos países del mundo que
ostenta la indigencia de no poseer una verdadera Moneda Nacional.
No es difícil descubrir, revisando estos documentos hoy que es el futuro de
entonces, que los ideales por los que cientos de cubanos se involucraron en la
rebelión contra la dictadura de 1952 fueron traicionados y las promesas se
estrellaron contra las trágicas acciones de una nueva dictadura que se instauró
el día 1 de enero de 1959.
Los mercados cubanos hoy dan vergüenza por su pobreza, cuando «deberían
estar abarrotados de productos; las despensas de las casas deberían estar
llenas; (y) todos los brazos podrían estar produciendo laboriosamente»[12].
Por eso el 26 de julio, fecha en la que desde que tengo uso de razón Fidel
Castro dedicó largos discursos a retorcer el significado de aquella gesta,
pienso que cuando la Historia de Cuba sea hecha con el rigor académico y la
limpieza ética que corresponde, habrá que restaurar la memoria de quienes
ofrendaron su patrimonio, su inteligencia y su vida por la libertad y la
democracia que garantizaban la Constitución de 1940. Pienso que merecen un
lugar en la historia los héroes y mártires que enfrentaron ambas dictaduras porque
«la resistencia frente al despotismo es legítima; éste es un principio
universalmente reconocido»[13], y así lo establecía
la Constitución por la que cientos de cubanos apoyaron la rebelión contra
Batista. «Es legítima –dice la mencionada Carta Magna- la resistencia adecuada
para la protección de los derechos individuales»[14]. Un derecho que
continuó conculcado después de 1959 y que en 1975 quedó abolido en la nueva
Constitución.
Cuando la Historia de Cuba sea hecha con todos y para el bien de todos
habrá que rescatar el honor de quienes han luchado para que Cuba sea una Nación
libre y democrática, habrá que honrar a todos los que actuaron con el martiano
principio de que la patria es ara y no pedestal, la Historia tendrá que honrar
a nuestros héroes y mártires traicionados por Fidel Castro.
Este
artículo fue publicado el 25 de julio de 2012 en el blog del autor. En línea:
https://eltrendeyaguaramas2epoca.blogspot.com/2011/07/los-heroes-y-martires-traicionados.html Corregido y editado para el
blog de la AHCE
[1] «La Historia me absolverá». En Pensamiento Político, Económico y
Social de Fidel Castro. 1959. La Habana: Editorial Lex, p. 39
[2] Ídem p. 39
[3] Ídem p. 39
[4] Ídem p. 40
[5] Ídem p. 40
[6] Ídem p. 44
[7] Ídem p. 44
[8] Ídem p. 45
[9] Ídem p. 45
[10] Ídem p. 45
[11] Ídem p. 46
[12] Ídem p. 46
[13] Ídem p. 67
[14] Ídem p. 67
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