Ya es una tradición en EEUU el celebrar este mes de octubre como “el mes de la Hispanidad”. Es menester repasar la historia, aun relativamente reciente, del fracasado boicot contra la afamada firma de comestibles hispanos Goya Foods en el verano de 2020.(1)
Hace años participé en una conferencia universitaria acerca del progreso de la comunidad hispana –sobre todo la cubana– en el condado de Hudson, en la ribera oeste del río del mismo nombre, en el noreste del estado de Nueva Jersey. De pronto, y casi de una manera cómica, una señora no hispana se quejó de que “el problema mayor” era que le hablaban mayormente en español cuando ella entraba en las tiendas de la simbólica Avenida Bergenline (que atraviesa las pequeñas municipales de Union City y West New York).
Varios de los asistentes tratamos de persuadirla de que ella tenía la opción de comprar en los establecimientos donde ella se sintiera cómoda; pero ella insistió en apuntar el supuesto “daño sociocultural-cultural” que la presencia cubana en especial le estaba haciendo área.
Este ejemplo deshace el mito que pregonan ciertos académicos estadounidenses de que la población promedio norteamericana dió a los exiliados cubanos una bienvenida privilegiada, lo que presumiblemente explica su éxito comparativo. Pero, irónicamente, incluso hubo anuncios de apartamentos para renta –en Miami y Nueva Jersey– que advertían “No dogs, no Cubans”. También un alcalde de Union City en los años 70 intentó demagógicamente detener la llegada de cubanos a su ciudad. Se olvida también de la campaña del “English Only” en el sur de la Florida, sobre todo a raíz de la llegada en masa sin precedentes de refugiados por el Mariel en el verano de 1980.
Sin embargo, con el tiempo, los exiliados y sus descendientes escalaron en todas las esferas socioeconómicas y políticas, tanto en la Florida como en Nueva Jersey, y a su vez les abrieron las puertas a otros inmigrantes latinoamericanos. No obstante, los hay en el mundo académico y de la prensa que les quieren negar a los cubanoamericanos ese crédito histórico.
Con fines de definición práctica, consideremos esos ejemplos de xenofobia, etnocentrismo y hasta racismo como de la Derecha político-social tradicional. No obstante, en el verano del año 2020, un tema predominante fue el ridículo boicot lanzado por algunos autonombrados abanderados de la Izquierda hispano-estadounidense contra Goya Foods.
La historia de Goya es emblemática de la tradición de los negocios con orígenes étnicos en EEUU. Honrando el nombre del célebre pintor español Francisco Goya (1746–1828), fue fundada en Nueva York en 1936 por la familia Unanue, inmigrantes españoles. Ha proporcionado empleo por nueve décadas a miles de trabajadores de diversos orígenes a través de EEUU, así como Puerto Rico, República Dominicana (tras la caída de la dictadura de los hermanos Trujillo), y España (luego de eliminada la dictadura fascistoide de Franco).
Aparte de Bacardí –la mundialmente famosa firma de bebidas de origen cubano–, Goya es la empresa hispana en EEUU con más ventas (sobrepasa los mil millones de dólares anuales), y con la mayor nómina de empleados, esparcidos en varios estados, particularmente Florida, Texas, Nueva York y Nueva Jersey, donde radican sus oficinas centrales.
Aunque este relato sobre el llamado a rechazar a Goya al estilo del “cancel culture” en boga ocurrió hace apenas dos años, ya constituye una historia merecedora de un análisis didáctico, si preliminar.
La excusa esgrimida para lanzar esa malévola furia tóxica de los autodenominados “activistas comunitarios” contra la renombrada Goya se originó porque su director ejecutivo, Robert Unanue, aceptó una invitación a un cónclave de empresario/as en la Casa Blanca con el entonces Presidente Trump.
Tanto Unanue como sus predecesores en el liderazgo de dicha empresa lo habían hecho rutinariamente con presidentes estadounidenses anteriores de ambos partidos políticos, sin que nadie lo objetara. En años anteriores, conocí a los directivos principales de Goya a la sazón, en mi capacidad de administrador fundador del que fuera el nacionalmente premiado Buró de Empresas Hispanas del Gobierno del Estado de Nueva Jersey, así como en mi función de presidente del Comité Federal Asesor al Censos, y pude palpar el compromiso de ellos a mejorar el estatus e imagen de la comunidad hispanoparlante.(2)
Entre los líderes del absurdo boicot se encontraban una congresista de Nueva York y un político de Texas (que aunque no hispano, se presenta como tal), quienes ambicionan convertirse en “líderes” de la Izquierda hispano-estadounidense, sin ni siquiera dominar el idioma español. Incluso, es dudoso que esos gritones intolerantes consuman regularmente productos de la cocina hispana, excepto para efectos de “photo-opps” de publicidad demagógica oportunista.
Por supuesto, los boicoteadores tienen derecho a enunciar sus objeciones civilmente. Sin embargo, como lo expresaron algunos comunicadores sociales más objetivos, lo que los vociferantes boicoteadores demostraron fue un visceral odio divisivo que, además, pregonaba la venenosa lucha de clases (al estilo marxista) en esta, la sociedad abierta por excelencia, como lo ideó el gran filósofo Karl Popper, de mi preferencia.
De igual manera, reclamamos el derecho a ripostarles, aunque más elegantemente que los bajos estilos de “bullying” y “woke” de moda en ciertos círculos de élite, que ellos suelen emplear.
Es posible argumentar que los envidiosos que han atacado a Goya parecían haber tenido al menos una intención perversa adicional: La de infligir más daños (en medio de la pandemia del Covid-19) a la economía de los estados con mayor concentración de hispanos, como son Nueva Jersey en el norte y la Florida en el sur. Si en tiempos normales dichas metas antisociales son censurables, en épocas epidémicas son más imperdonables, moralmente hablando.
Quizás no es coincidencia que muchos de los boicoteadores gritones resultaban también ser apologistas de los regímenes socialistas de Chávez-Maduro en Venezuela, del clan de los Ortega en Nicaragua, y de los hermanos Castro en Cuba, en los cuales reclamaron encontrar inspiración ilusoria (y a pesar de que esas tiranías han arruinado a sus respectivos países). Y todo ese alboroto, inconsistentemente, en aras de una supuesta sensibilidad étnica, igualdad social, tolerancia, diversidad, “antifascismo, y “justicia social y racial” [sic]. Para los exiliados cubanos, venezolanos, nicaragüenses, y demás que han experimentado en carne propia la opresión de dicho tipo de autocracia, estas propuestas de fantasía orwelliana constituyen insultos a la inteligencia.
Paradójicamente, como resultado del boicot, la Goya reportó un aumento en sus ventas, incluso en ciudades donde la comunidad hispana es ínfima. Curiosamente, esto no fue reportado debidamente por los medios de comunicación.
Es obvio que el fallido boicot encaja en una escuela de pensamiento contraproducente a la meta del éxito socioeconómico a que aspira toda comunidad en un sistema básicamente capitalista y democrático, como lo es EEUU. Hace años sorprendí a un colega argüir con los estudiantes donde dictábamos clases que el hispano que abandonara la pobreza estaba de facto renunciando a su etnicidad hispana. De igual manera, los boicoteadores contra Goya, en vez de alabarlo, aborrecen al comerciante hispano triunfante cuando alcanza a rozar codos con el líder del Mundo Libre.
Esa es una mentalidad que conspira contra la prosperidad nuestra, una posición que al mismo tiempo promueve el rencor hacia empresas célebres como Goya Foods y a los hispanos e hispanas exitosos en todas las ramas de la sociedad.
Y nos preguntamos: ¿es esa la ideología negativa la que debe representar el pensamiento de los hispano-estadounidenses?
Notas
(1) Le dedico este modesto escrito a los comerciantes e industriales hispanos en EEUU, héroes anónimos que crean fuentes de trabajo. Como es mi costumbre, le doy bienvenida a toda crítica constructiva {ralum@pitt.edu}.
(2) Debo aclarar que nunca he recibido ningún privilegio u obsequio de la susodicha empresa. Aunque he escrito con anterioridad sobre el tema, mi propósito principal aquí es el de: (a) resumir las reflexiones anteriores, (b) aprovechar la oportunidad para expandir sobre el tópico visto ya desde la distancia de un par de años, (c) y estimular a otros estudiosos a que profunden el análisis del fenómeno del fracasado boicot a Goya como un caso de estudio.
Aunque este relato sobre el llamado a rechazar a Goya al estilo del “cancel culture” en boga ocurrió hace apenas dos años, ya constituye una historia merecedora de un análisis didáctico, si preliminar.
La excusa esgrimida para lanzar esa malévola furia tóxica de los autodenominados “activistas comunitarios” contra la renombrada Goya se originó porque su director ejecutivo, Robert Unanue, aceptó una invitación a un cónclave de empresario/as en la Casa Blanca con el entonces Presidente Trump.
Tanto Unanue como sus predecesores en el liderazgo de dicha empresa lo habían hecho rutinariamente con presidentes estadounidenses anteriores de ambos partidos políticos, sin que nadie lo objetara. En años anteriores, conocí a los directivos principales de Goya a la sazón, en mi capacidad de administrador fundador del que fuera el nacionalmente premiado Buró de Empresas Hispanas del Gobierno del Estado de Nueva Jersey, así como en mi función de presidente del Comité Federal Asesor al Censos, y pude palpar el compromiso de ellos a mejorar el estatus e imagen de la comunidad hispanoparlante.(2)
Entre los líderes del absurdo boicot se encontraban una congresista de Nueva York y un político de Texas (que aunque no hispano, se presenta como tal), quienes ambicionan convertirse en “líderes” de la Izquierda hispano-estadounidense, sin ni siquiera dominar el idioma español. Incluso, es dudoso que esos gritones intolerantes consuman regularmente productos de la cocina hispana, excepto para efectos de “photo-opps” de publicidad demagógica oportunista.
Por supuesto, los boicoteadores tienen derecho a enunciar sus objeciones civilmente. Sin embargo, como lo expresaron algunos comunicadores sociales más objetivos, lo que los vociferantes boicoteadores demostraron fue un visceral odio divisivo que, además, pregonaba la venenosa lucha de clases (al estilo marxista) en esta, la sociedad abierta por excelencia, como lo ideó el gran filósofo Karl Popper, de mi preferencia.
De igual manera, reclamamos el derecho a ripostarles, aunque más elegantemente que los bajos estilos de “bullying” y “woke” de moda en ciertos círculos de élite, que ellos suelen emplear.
Es posible argumentar que los envidiosos que han atacado a Goya parecían haber tenido al menos una intención perversa adicional: La de infligir más daños (en medio de la pandemia del Covid-19) a la economía de los estados con mayor concentración de hispanos, como son Nueva Jersey en el norte y la Florida en el sur. Si en tiempos normales dichas metas antisociales son censurables, en épocas epidémicas son más imperdonables, moralmente hablando.
Quizás no es coincidencia que muchos de los boicoteadores gritones resultaban también ser apologistas de los regímenes socialistas de Chávez-Maduro en Venezuela, del clan de los Ortega en Nicaragua, y de los hermanos Castro en Cuba, en los cuales reclamaron encontrar inspiración ilusoria (y a pesar de que esas tiranías han arruinado a sus respectivos países). Y todo ese alboroto, inconsistentemente, en aras de una supuesta sensibilidad étnica, igualdad social, tolerancia, diversidad, “antifascismo, y “justicia social y racial” [sic]. Para los exiliados cubanos, venezolanos, nicaragüenses, y demás que han experimentado en carne propia la opresión de dicho tipo de autocracia, estas propuestas de fantasía orwelliana constituyen insultos a la inteligencia.
Paradójicamente, como resultado del boicot, la Goya reportó un aumento en sus ventas, incluso en ciudades donde la comunidad hispana es ínfima. Curiosamente, esto no fue reportado debidamente por los medios de comunicación.
Es obvio que el fallido boicot encaja en una escuela de pensamiento contraproducente a la meta del éxito socioeconómico a que aspira toda comunidad en un sistema básicamente capitalista y democrático, como lo es EEUU. Hace años sorprendí a un colega argüir con los estudiantes donde dictábamos clases que el hispano que abandonara la pobreza estaba de facto renunciando a su etnicidad hispana. De igual manera, los boicoteadores contra Goya, en vez de alabarlo, aborrecen al comerciante hispano triunfante cuando alcanza a rozar codos con el líder del Mundo Libre.
Esa es una mentalidad que conspira contra la prosperidad nuestra, una posición que al mismo tiempo promueve el rencor hacia empresas célebres como Goya Foods y a los hispanos e hispanas exitosos en todas las ramas de la sociedad.
Y nos preguntamos: ¿es esa la ideología negativa la que debe representar el pensamiento de los hispano-estadounidenses?
Notas
(1) Le dedico este modesto escrito a los comerciantes e industriales hispanos en EEUU, héroes anónimos que crean fuentes de trabajo. Como es mi costumbre, le doy bienvenida a toda crítica constructiva {ralum@pitt.edu}.
(2) Debo aclarar que nunca he recibido ningún privilegio u obsequio de la susodicha empresa. Aunque he escrito con anterioridad sobre el tema, mi propósito principal aquí es el de: (a) resumir las reflexiones anteriores, (b) aprovechar la oportunidad para expandir sobre el tópico visto ya desde la distancia de un par de años, (c) y estimular a otros estudiosos a que profunden el análisis del fenómeno del fracasado boicot a Goya como un caso de estudio.
* Tomado de Periódico Cubano
Gracias a todos que han comentado en privado
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