Por Luis Leonel León
Debería conocerse, desde hace mucho tiempo, que la historia de la censura en Cuba es tan larga y tortuosa como el castrismo. Antes de adjudicarse el poder total, el dictador Fidel Castro y sus más hábiles cómplices, eran conscientes de que la subsistencia de su macabro plan se basaba no solo en el pánico colectivo al paredón y otros castigos revolucionarios que se encargaron de publicitar revolucionariamente, sino también en envolver la sociedad, lo más rápido posible, con un manto capaz de sistematizar -e incluso casi legitimar con desinformación, porrazos y contubernios internacionales- la imposición del silencio.
A través de las artes y la literatura, no solo en estos tiempos neoposmodernos de Internet y redes sociales, cubanos osados han plasmado en sus obras la inconformidad, los miedos y anhelos, las dudas y angustias, el desencanto y la desesperación de su tiempo. El cine ha sido una de las vías para criticar la terrible realidad de la Isla, la mayoría de las veces echando mano a las benditas metáforas, lo mismo en la ficción que en el documental o lo experimental. Otras con duro y puro testimonio. Cerebros y espíritus recalcitrantes, incómodos, conflictivos, contestatarios. Piedras en la bota castrista.
Tal disidencia cinematográfica no ha sido cosa de los márgenes, aunque en ellos, inevitablemente, han crecido las flores a su aire del pantano. Buena parte del riesgo contestatario de los cineastas cubanos, desde 1961 hasta los primeros años del siglo XXI, ha ocurrido en el vientre, agolpado de hijos díscolos, o en los brazos del primer instituto fundado por la revolución, el Icaic (Instituto Cubano del Arte e Industria Cinematográficos), creado por la dirección de cultura del Ejército Rebelde el 24 de marzo de 1959, a solo 83 días de que los revolucionarios tomaron el control del país, con Alfredo Guevara, un intelectual y promotor cultural comunista, quien hasta casi su muerte algunas veces entreabrió la cortina del oxidado hierro castrista para congraciarse con los jóvenes artistas, descompresionar la olla o lavarse un poco la cara y la conciencia.
La Maison de L'Amérique Latine (Casa de América Latina en París) proyectó el lunes 10 de octubre dos películas del realizador cubano Ricardo Vega que muestran la Cuba que tanto el régimen de La Habana como sus acólitos en el mundo no quieren que se vea y muchos menos son piezas que desmembran, tal es el caso, las falacias que se han impuesto dentro y fuera para suplantar la realidad. Se trata del cortometraje Opus Habana, recién terminado de editar pero filmado en la década de 1980, y el largometraje Te quiero y te llevo al cine, rodado entre 1988 y 1992 también en la Isla y vetado en 1993.
En aquellos tiempos de falsas ilusiones de transición a la libertad, atizadas por la caída del muro de Berlín y el bloque comunista del Este, Vega logró enviarle los negativos de Te quiero y te llevo al cine al director de fotografía hispanocubano Néstor Almendros, ganador del Oscar por Days of Heaven. Guevara le había prometido al joven exhibirlo una semana en la Cinemateca de Cuba, pero incumplió, en medio de las polémicas generadas por Fresa y chocolate, de Tomás Gutierrez-Alea, el más reconocido cineasta cubano en esa época. Así que Vega, que estaba vinculado al Icaic a través de la Asociación Hermanos Saíz (jóvenes creadores bajo la lupa del Ministerio de Cultura), le dijo que se iba del país y Guevara, cuyos poderes no eran pocos por su vieja amistad con Castro, se quitó el problema de encima y le facilitó marcharse poco después a Francia junto con Zoé Valdés, quien ya había escrito su famosa novela La nada cotidiana y era su esposa, y su pequeña hija Attys Luna Vega Valdés, hoy compositora y cineasta cubanofrancesa.
Para el músico y pintor cubano Adrián Morales (AdriáNomada) “la justicia que demora no es justicia”. Sobre todo la que tarda demasiadas décadas en llegar. Pero no es menos cierto que siempre será preferible una justicia tardía que la injusticia eterna. Y esa es la cura que a veces les ha llegado a los artistas fustigados por el castrismo. Morales, cuyos cuadros son parte de la visualidad de Te quiero y te llevo al cine y que trabajó la escenografía y hasta él mismo figura en la película, es uno de los que jóvenes, que hace 32 años, fueron violentados, a punta de ametralladoras, por participar en una pequeña muestra de cine no oficialista.
Morales no olvida cómo fueron “reprimidos con armas largas” por tropas del ejército. “Tuvimos que largarnos de allí casi con el rabo entre las piernas. Es muy curioso que después de 30 años Armando Valdés-Zamora y el director Ricardo Vega coincidan en París para seguir hablando precisamente de las mismas cosas. El Estado totalitario es enemigo de la verdad”, subraya desde Estambul el creador de Pilgrim Souvenir (Apuntes para una Cimática), Nómada, Ruta sobre ruinas, o Hispánico, y uno de los pioneros en desarrollar la visión multimedia en la producción artística de la nación.
Aquél golpe ocurrió en la primavera de 1990, en la llamada “ciudad nuclear” de Cienfuegos, donde se comenzó a construir bajo asesoramiento soviético, y por suerte nunca se terminó, la central nuclear Juraguá. Uno de los proyectos psiquiátricos del fallecido Castro. Allí el escritor y profesor Armando Valdés-Zamora programó una muestra de cine joven, que incluida uno de los cuentos de Te quiero y te llevo al cine y otras obras no agradables para el establishment, siendo por ello detenido e interrogado varios días por la policía política, expulsado de su puesto como asesor literario y enviado a trabajar a una biblioteca municipal como castigo a su audacia.
Vega no pudo viajar desde la capital a Juraguá pero envió uno de los tres cuentos que estructuran el filme, Insomnio, basado en un microrrelato En el insomnio de Virgilio Piñera, y que se había proyectado en La Habana en algunos eventos culturales. Es el opening del largometraje y muestra a un joven afectado por el insomnio (interpretado por Rolando Tarajano) que intenta sobrevivir la madrugada mirando la televisión desde su cama y reflejando su malestar en su máquina de escribir, pero que termina dándose un tiro en la sien.
Valdés-Zamora y Vega se conocieron personalmente en el exilio, en París. “Yo espero que después de esta proyección en la Maison de L'Amérique Latine a Armando no lo vayan a expulsar de la Universidad de aquí, de su trabajo”, advierte Vega, autor además del documental Cuba la bella y la serie Un pintor, un cuadro, 16 documentales de arte que le impulsó a realizar Zoé Valdés en los primeros tiempos de su exilio, momento en que el director no quería hacer nada relacionado con el cine. Algo que afortunadamente luego cambió.
Opus Habana (construida con imágenes documentales de la década de 1980 y con un montaje poético e intelectual) y Te quiero y te llevo al cine,“tratan de lo que sentíamos en esa época”, recuerda Valdés-Zamora, quien considera estos experimentos de Vega “un poco la imagen visual de la esperanza que teníamos en un cambio como el que había ocurrido en la Unión Soviética y en los países (comunistas) del Este (de Europa)”, explica el doctor por la Universidad de la Sorbona con una tesis sobre José Lezama Lima y profesor titular de la Universidad París-Est Créteil (Upec).
Para el autor de la novela Las vacaciones de Hegel (2000) y los poemarios Libertad del silencio (1996) y el volumen de cuentos Horizontes del cangrejo (2020), aquel acto represivo fue unos de los “momentos más duros” de su vida. Se sentía con una “soledad absoluta”, “no tenía otro interlocutor que el silencio y no sabía qué hacer”. Hoy, 32 años después, se siente emocionado: “El destino quiere que Ricardo y yo estemos juntos. De alguna manera esto es un ejemplo de la libertad. Gracias a la libertad que poseemos podemos ahora expresarnos”.
Unas veces más sutiles, otras más vulgares, el castrismo ha censurado a diestra y siniestra. Desde antes del legendario cortometraje PM, de Orlando Jiménez Leal y Sabá Cabrera Infante, y las Palabras a los intelectuales que Castro dictaminó con su pistola sobre la mesa y custodiado por ametralladoras en la Biblioteca Nacional. A pesar de la coacción, diferentes generaciones han expresado lo que piensan o sienten y han pagado ese atrevimiento contrarrevolucionario. Son mucho más los que hemos escapado que los que persisten en el enfrentamiento o simplemente en la resistencia al aparato represivo. Lo mismo en balsas que con pasaportes, unos más contestatarios y arriesgados que otros, hemos transformado el arte de la fuga en deporte nacional y, por carambola, en una irónica y próspera industria del exilio. Somos muchísimos los fugados, desperdigados a pesar de nuestra complicada juntamenta, por todo el mundo.
La revolución socialista ha conseguido mantener millones de bocas cerradas, no solo para que no les entren moscas sino para que la contundente verdad no salga a la luz pública. Cuando en una sociedad cerrada las verdades silenciadas comienzan a compartirse más allá del susurro cotidiano, la pérdida del miedo puede llegar a explotar, y ese siempre será uno de los grandes peligros y temores de los totalitarios pues saben que el arte, con su poder comunicacional emotivo, es un elemento catalizador. De ahí el apego del dictador a la censura. Entretanto, una pregunta continúa levitando: ¿Podría el arte contestatario derrocar finalmente el régimen totalitario de La Habana?
*Tomado de Diario de Las Américas
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