La cumbre presidencial en Costa Rica
En 1989, cuando participamos en la Misión de la Reunión de Consulta de Ministros de Relaciones Exteriores sobre Panamá, había entre mi jefe y yo una relación de confianza forjada en varias ocasiones anteriores, especialmente durante la misión a Costa Rica en 1985. En uno de nuestros viajes a la capital panameña recibí una demostración más de esa confianza a raíz de una inesperada llamada telefónica.
Unos minutos antes de iniciar las negociaciones diarias con los representantes de los tres sectores nacionales – el Diálogo Tripartito – Baena me llamó por teléfono a mi habitación. Comenzó diciéndome “No vas a creer lo que te voy a contar.” Le contesté que iba de inmediato a su habitación del hotel donde nos alojábamos. Entonces me dijo que el Presidente de Costa Rica, Oscar Arias lo había llamado por teléfono pidiéndole que lo fuera a ver en San José ese mismo día para tratar un asunto urgente.
Baena había ordenado su pasaje aéreo de ida y vuelta. Me dijo que suponía que Arias, quien dos años antes había recibido el Premio Nobel de la Paz por su propuesta de pacificación de Centroamérica, tendría alguna sugerencia sobre la solución de la crisis panameña y querría comunicársela en persona. Me encargó excusar su ausencia a los tres cancilleres pero sin revelar la causa. Así lo hice, valiéndome de una fórmula diplomática de las que no dan lugar a pedir detalles ni aclaraciones porque hacerlo sería una descortesía.
De regreso en Panamá al final del día, Baena me llamó para conversar privadamente. Arias le había dicho que estaba organizando una cumbre de presidentes y jefes de gobierno de los países miembros de la OEA, a celebrarse en San José para celebrar el centenario de la democracia costarricense. El Presidente de Costa Rica le solicitaba al Secretario General designar a un experto en reuniones de esta naturaleza para asesorar a sus funcionarios de protocolo, teniendo en cuenta que la OEA había organizado con éxito la Reunión de Presidentes y Jefes de Gobierno de las Américas en Punta del Este en 1967.
Para eso me había pedido Arias que viajara a San José, dijo Baena sin ocultar su sorpresa. Seguidamente me informó que le había dado mi nombre, puesto que yo había dirigido el protocolo para recibir a los presidentes en el aeropuerto en Montevideo, primero, y luego en la sede de la reunión en el Hotel San Rafael del balneario uruguayo. El Presidente de Costa Rica le había agradecido por su pronta respuesta.
En consecuencia, a fines de octubre llegué a San José donde me recibió amablemente el embajador a cargo del protocolo de la cumbre. Se trataba de un diplomático a quien había conocido en Washington y que gozaba de la confianza del Presidente Arias. Siento mucho no recordar su nombre, aunque sí su cara y su gentileza. Juntos revisamos los arreglos hechos por él con gran eficiencia y elegancia. En realidad me quedó muy poco por recomendarle.
Todo, pues, iba viento en popa con miras a las ceremonias fijadas para el 27 y 28 de octubre de 1989. Lo imprevisible, como también lo insuficientemente previsto es la amenaza que se cierne sobre los planes de protocolo. Así me lo explicó alguna vez un profesional del protocolo de Itamaraty, uno de los mejores del mundo (aunque varios diplomáticos brasileños me tildan de excesivamente optimista en este juicio.) En la cumbre de Oscar Arias lo imprevisto fue el servicio secreto de los Estados Unidos.
Arias, Ménem y Bush |
El Presidente George Bush (padre) había aceptado la invitación, como lo habían hecho Brian Mulroney, de Canadá, el argentino Carlos Menem, Virgilio Barco, de Colombia, Rodrigo Borja, de Ecuador, el presidente uruguayo Julio María Sanguinetti y el Primer Ministro de Belice, George Price, entre otros muchos. Lo insuficientemente previsto fue la reacción de los agentes del servicio secreto que llegaron a San José días antes del inicio de la reunión, como es su costumbre, para enterarse de los pormenores y revisar cuidadosamente los lugares en que se encontraría el presidente estadounidense durante su estadía en el país.
Una de las ceremonias sería la inauguración de la Plaza de la Democracia. Los presidentes se presentarían ante la multitud desde un balcón abierto sobre la plaza. Me tocó mostrar el balcón a los agentes de la avanzada mientras el embajador a cargo del protocolo cumplía otras funciones. La reacción del agente principal fue inmediata. Su presidente no podría salir al balcón porque el riesgo de un disparo desde uno de los edificios en torno a la plaza era muy grande. Le dije que tendría que tratar este asunto directamente con las autoridades nacionales, sin perjuicio del adelanto que yo les haría al respecto.
En las conversaciones sobre esta complicación el embajador costarricense enfatizó la importancia que el Presidente Arias daba a la ceremonia en el balcón, donde él se dirigiría a su pueblo y esperaba que varios colegas suyos dijeran unas palabras. El asunto tenía serias connotaciones diplomáticas y políticas y se acordó que habría que encontrar una solución para que el presidente de los Estados Unidos participara en la inauguración de la plaza.
Así fue. El gobierno de los EE.UU. transportó en un avión militar de carga un vidrio antibalas y lo hizo colocar en el balcón sobre la Plaza de la Democracia. El vidrio dejaba un espacio de un par de metros a cada lado, sin llegar completamente a los extremos del balcón. El día de la ceremonia los presidentes se acomodaron lo mejor que pudieron en el balcón. Arias pronunció un buen discurso, como era de esperar, y al final de sus palabras salió de detrás del vidrio y saludó al pueblo, que lo aplaudió delirantemente.
El diario La Nación, de Costa Rica, en un amplio reportaje ilustrado con varias fotografías, muestra una del Presidente Bush saludando con la mano en alto. El pie de foto dice:
“En dos ocasiones, el presidente Bush dejó la protección del vidrio antibalas; su gesto causó algarabía entre el público y congoja entre su nutrido cuerpo de seguridad. Aparecen Arias, Sanguinetti y Menem.”
Yo estaba en primera fila detrás de los mandatarios, junto a un agente del servicio secreto, que ante el gesto de Bush dijo en voz baja pero con sentido énfasis: Son of a bitch! Se olvidó de agregar, Don’t quote me.
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