Friday, December 27, 2024

Un cubano en la OEA (XV)

Por Guillermo A. Belt

Baena Soares con el autor

 

El fortalecimiento de la democracia

 

En la década de los 90 hubo mucha actividad de la OEA para fortalecer la democracia en los Estados Miembros. Vale recordar que en 1948 al aprobarse la Carta de la Organización de los Estados Americanos se estableció como uno de los propósitos esenciales de la organización interamericana el de promover y consolidar la democracia representativa dentro del respeto al principio de no intervención (Artículo 2, inciso b). Ninguna otra organización, regional o mundial, incluida la ONU, ha consagrado en su Carta la promoción de la democracia representativa como objetivo fundamental.

Cuando la Asamblea General se reunió en Santiago de Chile en junio de 1991, todos los gobiernos allí representados eran producto de la voluntad popular libremente expresada. En una de las primeras sesiones, los Ministros de Relaciones Exteriores aprobaron por unanimidad el Compromiso de Santiago con la Democracia Representativa y la Renovación del Sistema Interamericano. Asimismo aprobaron por unanimidad la Resolución 1080, titulada Democracia Representativa. 

Esta resolución previó dos situaciones que de presentarse en cualquiera de los Estados Miembros podrían amenazar la estabilidad de los gobiernos democráticos: hechos que ocasionen una interrupción abrupta o irregular del proceso político institucional democrático, o del legítimo ejercicio del poder por un gobierno democráticamente electo. En tal caso, el Secretario General solicitaría la convocación inmediata del Consejo Permanente, el que examinaría la situación y convocaría a una reunión ad hoc de Ministros de Relaciones Exteriores, o una sesión extraordinaria de la Asamblea General, todo ello dentro de un plazo de 10 días. Los Cancilleres, en uno u otro foro, adoptarían las decisiones apropiadas conforme a la Carta y el derecho internacional.

La Resolución 1080 otorgó al Secretario General una facultad política sin precedentes. El funcionario administrativo de más alto rango en la Organización tendría a partir de 1991 la  responsabilidad de calificar hechos de naturaleza política, como sería, por ejemplo, una decisión presidencial respecto de otros poderes del estado, la cual estaba facultado para presentar a los embajadores de los Estados Miembros como una amenaza a la estabilidad democrática. Si bien es cierto que se requería la opinión del Consejo Permanente coincidente con la del Secretario General antes de convocar a los Cancilleres, el prestigio del Secretario General estaba en juego cuando éste hacía la calificación inicial de los hechos.

El nuevo mecanismo para la defensa de la democracia sería puesto a prueba pocos meses después. Al respecto cito las palabras del Embajador Baena Soares en su libro Síntesis de una gestión:

En la madrugada del 30 de septiembre de ese mismo año, el timbre del teléfono en mi residencia oficial comenzó a sonar con incómoda insistencia. No era, por cierto, la primera vez que esto ocurría. Para el Secretario General de la OEA no hay días ni horas libres. El cargo se ocupa de forma ininterrumpida, sin excluir domingos ni días feriados, tanto en la sede como fuera de ella. La noticia no podía esperar: estaba en marcha un movimiento militar con el fin de derrocar al Presidente Aristide.

La situación aún era confusa. Aristide se hallaba en su residencia, pero no se sabía a ciencia cierta si estaba en libertad. Tampoco se sabía si la guardia presidencial permanecía leal al mandatario de cuya seguridad era responsable… Después de varias conversaciones telefónicas con embajadores que tampoco tienen asegurado el descanso nocturno, decidí ir a mi despacho muy de mañana. El día de trabajo había comenzado antes de salir el sol.

Baena demostró una vez más la prudencia y el profesionalismo que a mi ver caracterizaron su exitosa gestión a lo largo de su mandato. Solicitó al Presidente del Consejo Permanente la convocatoria de una sesión para la mañana del día siguiente con el fin de dar tiempo para recibir nuevas noticias sobre la incierta situación. Al recibir más información procedente de diversas fuentes, incluyendo desde luego las diplomáticas, solicitó adelantar la sesión para esa misma tarde. El Embajador Jean Casimir, recientemente designado por el Presidente Aristide para representar a Haití en la OEA, en su primera comparecencia en el Consejo Permanente confirmó la gravedad de los hechos y solicitó la presencia de la OEA en su país.

El Consejo Permanente respaldó unánimemente la solicitud del Secretario General y convocó a una reunión ad hoc de Ministros de Relaciones Exteriores conforme a la Resolución 1080, encargando al Secretario General los arreglos correspondientes. Después de urgentes consultas telefónicas con los Cancilleres, Baena convocó a la reunión para la tarde del miércoles 2 de octubre. Cito a Baena de nuevo:

Esta sería la primera vez que un órgano de la OEA emprendería la difícil tarea de restituir la autoridad constitucional de un Jefe de Estado. El Presidente Aristide había salido de Haití en la madrugada de ese martes 1 de octubre en un avión enviado especialmente al efecto por el Presidente de Venezuela, Carlos Andrés Pérez, y se encontraba en Caracas. Lo llamé por teléfono y lo invité a dirigir la palabra a la Reunión Ad Hoc. Aceptó de inmediato y viajó el miércoles a Washington, donde, en el Salón de las Américas de nuestra sede, ocupó la tribuna en una sesión que bien puede calificarse de histórica.

En el capítulo anterior (XIV) se relatan las actuaciones en la crisis de Haití. Aquí he regresado al tema, la primera aplicación de la Resolución 1080, porque a partir de esta experiencia se dieron otras dos misiones para el fortalecimiento de la democracia: al Perú, en abril de 1992, y a Guatemala en mayo de 1993. Dado que las exigencias del trabajo en Haití determinaron mi regreso a la oficina del Secretario General en calidad de asesor, donde permanecería hasta el término del mandato de Baena Soares, fui invitado por él a participar en las misiones mencionadas. En el capítulo siguiente me referiré a ellas.

Consigno mi profundo agradecimiento al Embajador Joao Clemente Baena Soares por la confianza que tuvo a bien depositar en mí. A su lado aprendí todo lo que sé de diplomacia multilateral. Fundamentos de diplomacia tuve en mi adolescencia y temprana juventud gracias a mi padre, quien fue además guía y ejemplo para toda la vida. Pero sólo pude ver su gestión como embajador a cierta distancia. Con Baena compartí situaciones complicadas, observando de primera mano la maestría de un gran diplomático de carrera de quien se ha dicho: hubo una OEA antes de Baena y otra después. Otra mucho mejor, para entendernos.

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