Por María del Carmen Muzio
El libro Mujeres de la Patria de Teresa Fernández Soneira viene a llenar un vacío en torno a la participación de las cubanas en las guerras independentistas. El Volumen Uno se refiere a las involucradas en la Guerra de los Diez Años; ya fuera acompañando al esposo en la manigua, como enfermeras o participando en los distintos clubes revolucionarios.
Enjundiosa investigación, libro prologado por la también escritora Uva de Aragón, ofrece desde su inicio una visión de la mujer en el siglo XIX que contrasta con los rigores que soportarían después durante la guerra. El segundo capítulo se dedica a «las precursoras». Aquí resalta desde una figura tan olvidada, –se sabe de ella por Emilio Bacardí– pero con datos fidedignos aportados por la investigadora: Doña Guiomar de Guzmán. Le siguen Isabel de Bobadilla y la Marquesa Jústiz de Santa Ana –autora del famoso Memorial cuando la toma de La Habana por los ingleses.
Un hecho poco conocido es la donación de joyas por parte de habaneras para contribuir a la Guerra de Independencia de los Estados Unidos. Un importante acápite es el dedicado a la mujer negra, comadrona e integrante de cabildos.
Resulta imposible destacar los nombres femeninos que emergen durante las primeras conspiraciones, rescatados por la autora, entre ellas, la participación de Emilia Teurbe Tolón, así como la que pudiera ser «la primera mártir de nuestra independencia»: Marina Manresa.
Entre tantos aciertos de la investigadora es importante sobresaltar los estudios de árbol genealógico que ha logrado desentrañar de nuestras patriotas. Igualmente, para ella no existen fronteras ni prejuicios, pues cuando es necesario nos muestra a la mujer patriota con independencia de su status social. Este es el caso de Candelaria Acosta, la Cambula amante de Céspedes, y quien le cosiera la bandera enarbolada en los campos insurrectos.
Muchas páginas se dedican a las bayamesas, no sólo a Candelaria Figueredo sino también a sus hermanas, en un recorrido del álbum familiar. Asimismo este libro posee el valor de las imágenes que lo acompañan y que visualizan a nuestras patriotas, y que de la mayoría vemos sus rostros por primera vez.
Los sacrificios sufridos por Ana de Quesada en la manigua –junto al triste y controvertido episodio de la captura de Zenea– y luego en el exilio son narrados por las diferentes fuentes consultadas durante la investigación.
La historia y avatares de Luz Vázquez –la inspiradora de La Bayamesa, considerada la primera canción trovadoresca cubana– junto a sus hijas, en especial Adriana del Castillo Vázquez, son muchas de las que se pudiera escribir una novela.
El capítulo dedicado a las mujeres en la Guerra Grande se subdivide por provincias. En Oriente figura María Magdalena Cabrales Fernández, más conocida simplemente como María Cabrales, la esposa del Lugarteniente general Antonio Maceo. No obstante, en esta investigación se nos brinda una imagen poco estudiada sobre una mujer que no se limitó únicamente a ser la compañera del general sino que fue capaz de brillar por sus heroicidades.
Las hermanas Cancino Saurí representan una muestra de las familias cubanas patrióticas junto a sus hijas que no se amedrentaron. Algunas de estas heroínas continuaron luchando en la Guerra del ’95, por lo que la autora nos aclara que continúan en el Volumen Dos. Un ejemplo de ello es el epígrafe dedicado a Rosa María Castellanos Castellanos, La Bayamesa quien prestó grandes auxiliox a los mambises por su conocimiento sobre las hierbas medicinales.
En tan breve espacio es ineludible mencionar a Lucía Íñiguez, la madre del general Calixto García y las mujeres de su familia. Otro acápite importantísimo es el dedicado a la familia Grajales-Maceo. A veces creemos que de tanto escucharlo conocemos estas anécdotas; sin embargo, Teresa Fernández Soneira demuestra nuestro error. Entre ellos, la figura en la sombra, de Elena González Núñez, la esposa blanca de José Maceo. Algunos historiadores tienden a callar, o mencionar en una nota a pie de página, aquellas mujeres que se sacrificaron junto a nuestros patriotas aún sin respaldo legítimo alguno.
Aparecen epígrafes dedicados a familias completas como es el caso, entre otras, de las mujeres de la familia Grave de Peralta; Jardines y Hernández Catá; y Toro Pelegrín.
A Bernarda Toro Pelegrín se le dedica un exhaustivo estudio, y deja entonces de ser exclusivamente la Manana esposa del Generalisimo.
De la provincia camagüeyana no faltan, junto a otras ilustres patriotas –casi invisibles–Ana Betancourt y Amalia Simoni, las Varona o la poetisa Sofía Estévez. De Las Villas y Matanzas también la autora profundiza en muchas, prácticamente ignoradas, y otras no tanto, como Emilia Casanova, esposa del novelista Cirilo Villaverde. Y entre las de La Habana se visibilizan –creo por primera vez– los nombres de las madres de los estudiantes de Medicina fusilados. Fernández Soneira reflexiona en la p. 396: «¿Quiénes fueron las madres de estos estudiantes de medicina? Poco se sabe de ellas y la historia las ha olvidado. Recordemos hoy sus nombres: Manuela Madrigal, Inés Martínez, Emilia Medina Ferrara (venezolana), Francisca Perera, Rosa Pérez Román, María Luisa Piñero, Rosalía Toledo y Leonor Amoedo. ¿Cómo se habrán quedado estas mujeres al perder a sus hijos que eran inocentes? ¿Cuántas de ellas no habrán enloquecido o caído en una gran depresión al saber de la injusta sentencia del régimen español?»
De Pinar del Río es insoslayable mencionar a Isabel Rubio quien se destacara en mayor medida en la próxima guerra.
El capítulo dedicado a las poetisas de la Guerra ofrece nombres más conocidos por su obra literaria: Aurelia Castillo de González; Úrsula Céspedes de Escanaverino; Domitila García de Coronado y Mercedes Matamoros, entre otras que cultivaron en sus versos el amor patrio.
En epígrafe aparte aparecen los nombres de las asesinadas o fusiladas; otras, prisioneras en la Casa de Recogidas; y tampoco falta la breve relación de las capitanas del Ejército Libertador.
Por último, se mencionan los clubes revolucionarios femeninos en Cuba y el extranjero; los clubes secretos; las enfermeras de la guerra; y la relación de los bienes embargados por las autoridades españolas.
Al concluir, la investigadora se refiere al Pacto del Zanjón y la Guerra Chiquita: «¿Qué había sucedido en estos diez años de guerra? Luego de un inmenso sacrificio y miles de vidas perdidas, vemos como en aquellos años se forjó la nacionalidad cubana, y el pueblo adquirió una identidad. Aunque ni la Guerra de los Diez Años, ni la Guerra Chiquita trajeron la libertad y la paz a los cubanos, ya se había labrado el camino para seguir conspirando. Tanto en el extranjero como en la Isla se laboraría sin tregua para echar andar la guerra de independencia del 1895 en la que también lucharía y se distinguiría la mujer cubana».
Y con este broche cierra su extensísima y trascendental investigación sobre las patriotas en el guerra del ’68 para dejarnos ansiosos por leer su profundo estudio sobre las del ’95.
Además de los retratos, fotos familiares e imágenes varias, acompaña al texto una Cronología de la Guerra de los Diez Años y un valioso Índice onomástico.
Del Mujeres de la Patria de Teresa Fernández Soneira sólo queda por apuntar que es un libro de imprescindible consulta para aquel que quiera acercarse a la intrahistoria de nuestra Guerra de Independencia escrita por mujeres.
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Teresa Fernández Soneira, en el blog
María del Carmen Muzio, en el blog
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María del Carmen Muzio Zarranz (La Habana, 1947). Tiene publicadas las novelas El camafeo negro (1989), Sonata para un espía (1990), La Cuarta Versión (2000) y Dios no te va a entender (2015), así como los ensayos Andrés Quimbisa (2001), María Luisa Milanés: el suicidio de una época (2005) y el libro de cuentos para niñosLos perros van al cielo (2004). Ha merecido varios galardones y reconocimientos entre los que destacan su mención en el Concurso Internacional Relato Policial, Semana Negra, Gijón, España (2002) y la del centro “Juan Marinello” por su ensayo sociocultural sobre la figura de Andrés Petit.
*Texto reproducido del blog Gaspar, El Lugareño
*Texto reproducido del blog Gaspar, El Lugareño
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