Por Alejandro González Acosta
I. De cuerpo presente
El caso quizá más estrafalario de todos es el de Jeremy Bentham (Londres, 1748 – 1832) sabio economista inglés, padre del utilitarismo, fundador del célebre University College de Londres. Filósofo, economista y escritor, fue un niño prodigio proveniente de una familia de juristas notables, quien leía con fluidez desde los tres años, tocaba violín aceptablemente a los
cinco, y a los nueve traducía con soltura del latín y el francés. Estudió en los mejores colegios como Westminster School y Oxford University, y a los 19 años ejercía ya como abogado exitoso. Sin embargo, se cansó pronto de las leyes y prefirió dedicarse a la investigación y la escritura. Fue buen amigo de James Mill y de su hijo, John Stuart Mill, quienes después fueron sus editores, pues, aunque escribía mucho, Bentham era algo excéntrico desde joven y no solía terminar ni revisar sus libros. Pero fue en la economía donde encontró su terreno favorito. Sensato y práctico, este pensador resultaría muy actual, un auténtico liberal y progresista, quien postuló que el objetivo humano era lograr “la mayor felicidad para el mayor número” de personas. Y sentenciaba: “Todo acto humano, norma o institución, deben ser juzgados según la utilidad que tienen, esto es, según el placer o el sufrimiento que producen en las personas”. Así lo expresó en su famosa obra Introducción a los principios de moral y legislación (1780), lo cual supuso una nueva ética, basada en el goce y no en el sufrimiento, como propuso muchos siglos antes el filósofo Epicuro.
Tanta fue su fama que la Revolución Francesa lo distinguió como ciudadano honorario. Él aconsejaba medir las consecuencias de cada acto y su utilidad, para lo cual elaboró una teoría del placer y sus grados. Fue no sólo el creador del Utilitarismo como corriente filosófica, sino del término Deontología, hoy muy extendido, como una nueva “Ciencia de la Moral”. Fue también autor de un opúsculo breve pero muy importante, dedicado al funcionamiento del Parlamento inglés. Y hasta incursionó en la arquitectura, pues fue el inventor del célebre Panópticon, un modelo de cárcel que concibió por pedido del rey Jorge III, el cual, aunque no le gustó al monarca, sí fue muy utilizado no sólo para los presidios, sino para talleres y fábricas, pues desde un punto focal se podía vigilar a todo el personal, sin ser detectado. Su lema era: “Ver sin ser visto”. Siglos después, Michel Foucault le dedicó su ensayo Vigilar y castigar. El ojo del poder.
En realidad, mucho antes de Bentham, en América, un sacerdote español tuvo la misma idea: como ha estudiado tan bien mi sabio amigo michoacano Armando Escobar Olmedo, Vasco de Quiroga, más conocido como “Tata Vasco”, quiso construir el siglo XVI una enorme basílica en Pátzcuaro, Michoacán, con el mismo principio de cinco naves que confluyeran en un foco donde se encontraba el altar mayor, para que todos los feligreses pudiesen seguir visualmente el oficio de la misa. No logró construir más que una nave, que es la actual catedral, pero de haberla terminado, hoy sería la iglesia más grande del mundo, mucho más que el mismo San Pedro de Roma o San Pablo de Londres.
Cabeza de Jeremy Bentham |
Un hombre tan genial no podía concebir para su muerte algo que no resultara extraordinario. Como fundó –al parecer, pues algunos discrepan- el University College of London (1826), quiso que después de muerto su esqueleto fuera perfectamente vestido y sentado en un gran sillón, con una cabeza de cera reproduciendo la suya original (cuyo cráneo donó al colegio), tocado con sombrero y guantes, en una vitrina especialmente construida, ubicada en el Salón de Sesiones del Consejo del College, donde aún se encuentra, y se abre sólo en ocasiones señaladas, para que él pueda estar “de cuerpo presente” cada vez que se reúnen los académicos, por lo cual, además, se le ha concedido el derecho de estar “presente pero sin voto”. Eso se llama amor a la docencia más allá de la muerte. En esta prestigiosa institución han estudiado personajes tan importantes como Gilbert K. Chesterton, Mahatma Gandhi y Alexander Graham Bell.
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