Por Enrisco
Voy a hablar de José Martí. Prepárense. Cuando un cubano empieza a hablar de Martí no sabe cómo acabar. Para los cubanos el Apóstol de la Independencia sería como Messi para los argentinos si hubiera ganado un par de mundiales. Y eso que a Martí lo mataron en la primera escaramuza en que se vio. Pero Martí, además de patriota, era poeta. Escribía lo mismo a la patria, los niños, a las mujeres o a la mamá: sirve igual para una postal del día de los enamorados, el de las madres o el de Navidad. Un Dios con el añadido de la modestia, cualidad milagrosa para los cubanos. Por lo rara.
Martí pasó más tiempo de su vida adulta en Nueva York que en cualquier otra ciudad. Quince años. Nació en La Habana en 1853: partidario de la independencia cubana desde adolescente, lo encarcelan a los 16 por llamar traidor a un compañero enrolado en una fuerza paramilitar proespañola. Antes de los 17 lo destierran a España y tras rebotar por México y Centroamérica regresa a Cuba en 1878, meses después de concluir su primera y frustrada guerra de independencia. Martí llega casado y con la esposa embarazada pero como en la época no se veía bien que un hombre se entrenara en el cambio de pañales, Martí empieza a conspirar para una nueva guerra que estalla en agosto de 1879. Hasta que lo descubren. Lo vuelven a expulsar a España, pero al rato se escapa a Francia y de ahí embarca para Nueva York. Llega el 3 de enero de 1880 y se aloja en la casa de huéspedes de los esposos cubanos Marcos Mantilla y Carmen Miyares situada en 49 E 29 Street. El pintor colombiano Guillermo Collazo lo recomendó para colaborar con la publicación The Hour donde Martí publicó sus primeras impresiones del país donde “los que buscan honestamente trabajo encuentran siempre una mano generosa. Una buena idea siempre halla aquí terreno propicio, benigno, agradecido. Hay que ser inteligente; eso es todo”. Quince inviernos después dirá horrores, pero ahora es un recién llegado entusiasta. A la semana de llegar ya está en contacto con las organizaciones de exiliados. En marzo llega la esposa y el pequeño hijo de ambos. Martí conspira, pronuncia discursos y en octubre la esposa, Carmen Zayas Bazán, regresa a Cuba con Pepito. La historia oficial cuenta que quería que el marido se dedicara a mantenerla en vez de conspirar. Pero resulta que Carmen 2, la de la casa de huéspedes, estaba embarazada. Y Carmen 1 sospechaba que el responsable era Martí. Un infundio, seguramente. En noviembre nace la niña: Martí es el padrino cuando bautizan a María. Pero al crecer se parece mucho a Martí de joven. Y antes de morir Carmen 2 le cuenta a María que es hija del Apóstol Martí. Pasan los años y María Mantilla le cuenta a su hijo, César Romero, quien iba camino a convertirse en estrella de Hollywood, que su abuelo es el Messi de la independencia de Cuba. El actor debió sentirse como Clark Kent al descubrir que había nacido en Krypton. Años después Romero se convirtió en el Joker, la némesis de Batman en la serie de televisión. Pero debe ser mera coincidencia.
Con Carmen 1 y Pepito 2 en Cuba Martí tendría las manos libres para la magna tarea de liberar su país, pero para entonces la segunda guerra de independencia cubana ya había concluido con nueva derrota de los independentistas que en venganza le pusieron la Guerra Chiquita.
De pronto el futuro Apóstol de la independencia no sabía qué hacer: porque planear la independencia de un país es bastante menos complicado que hacer caber a dos Cármenes en una sola vida.
Publicado originalmente en Nuestra Voz.
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