Friday, December 13, 2019

El Comandante y su manicurista


A continuación les presentamos la introducción de la más reciente novela del escritor Servando González El Comandante y su manicurista que acaba de salir a la venta.



Introducción 


Quien haya tenido la curiosidad de fijarse con detenimiento en fotos de Fidel Castro, de seguro habrá notado sus uñas perfectamente manicuradas. Quienes lo conocieron de cerca nunca se pudieron explicar cómo Castro se preocupaba tanto por el arreglo de sus uñas cuando nunca se caracterizó por su higiene, al punto de que su hediondez era una de sus características personales. El apodo “bola de churre”, por el que muchos comenzaron a llamarlo a sus espaldas, surgió cuando estudiaba bachillerato en el Colegio de Belén y lo siguió hasta la Universidad de La Habana.

Según algunos que formaban su círculo íntimo, tan pronto como se asentó en La Habana tras haber derrocado al Presidente Batista en 1959, Castro comenzó a usar los servicios de una manicurista profesional para que le arreglara las uñas. La manicurista, una joven mulata clara llamada Remedios Gutiérrez Morán, le arreglaba las uñas una o dos veces por semana, al punto que llegó a ser considerada la manicurista personal de Fidel Castro.

 Para tenerla cerca cuando la necesitaba —a veces la llamaban bien entrada la noche y hasta en la madrugada—, algunos años después de haber estado usando sus servicios regularmente, Castro ordenó que le dieran una casa bastante agradable, con tres cuartos y dos baños, en Buenavista, un barrio de Marianao aledaño a La Habana. La casa estaba relativamente cerca de lo que luego se llamó Punto Cero, el nombre en clave con que se denominaba la residencia personal de Castro cerca de El Laguito, en el Reparto Biltmore, donde había vivido lo más selecto de la alta burguesía habanera hasta que Castro los despojó de sus bienes.

A fin de facilitar todos los requerimientos que el equipo de seguridad personal de Castro imponía, y para remunerar regularmente a Remedios por su trabajo, unos años después la nombraron sargento del ejército, lo cual le permitía usar el uniforme militar cuando tenía que visitar a Castro para arreglarle las uñas. Un dato interesante es que, tal como Remedios le contó a su hija, a pesar de que era joven y bastante bella, Castro nunca trató de aprovecharse de la situación para establecer una relación sexual con ella.

Más de cuarenta años después, cuando Remedios falleció, la casa en Buenavista pasó a ser propiedad de su hija Margarita, quien todavía vive ahí con sus hijas. Poco después, cuando Margarita decidió ampliarla para acomodar mejor a una de las hijas —la vivienda en la Cuba de Castro siempre fue y continúa siendo una necesidad casi imposible de satisfacer por los cubanos comunes y corrientes—, los albañiles tuvieron que derribar una pared en lo que había sido el closet de la habitación de Remedios y, para su sorpresa, hallaron que la pared ocultaba un compartimiento secreto. Allí Margarita encontró varias cajas de zapatos que contenían una gran cantidad de hojas sueltas llenas de notas escritas del puño y letra de su madre.

Cuando las comenzó a leer, Margarita se asustó tanto que pensó quemarlas, pero luego cambió de idea y las preservó bien ocultas en el fondo de un gran baúl. En la primera hoja del grupo que contenía sus notas — al parecer la más antigua aunque, como veremos después, no fueron escritas en orden cronológico— Remedios explica en qué consisten sus notas.

Según Remedios, al triunfo de la Revolución castrista en enero de 1959, ella trabajaba como manicurista en La Habana, en una peluquería situada en la calle Infanta, casi esquina a San Lázaro, frente por frente a la Iglesia del Carmen. Un día, en marzo o abril, llegaron varios militares del Ejército Rebelde en un jeep y le dijeron que tenía que acompañarlos.

Remedios casi se muere del susto, pues años antes había tenido un novio que era soldado del ejército de Batista y pensó que la iban a prender para fusilarla, pero los militares la tranquilizaron y le dijeron que llevara sus instrumentos de trabajo, pues tenía que arreglarle las uñas a alguien muy importante. Cuando llegó al lugar, que resultó ser una suite en el quinto piso del hotel Havana Hilton, ahora llamado Habana Libre, su sorpresa fue enorme al ver que su cliente era nada menos que Fidel Castro.

Remedios escribió que su nerviosismo era tan grande que casi no podía hablar ni sostener en sus manos los instrumentos de trabajo, pero que Castro comenzó a hablarle bien bajito, con una voz suave, y la calmó. Cuando terminó, los militares la llevaron de nuevo a su trabajo y le pagaron muy bien —más de tres veces lo que regularmente ella cobraba— y, a partir de ese día, las visitas a Castro se repitieron una o dos veces por semana. A veces, cuando Castro estaba de visita en las provincias, la llevaban en avión, la hospedaban en un buen hotel, y luego la traían de regreso a La Habana.

Pero aquí viene lo más interesante de todo. Según Remedios, alrededor de cinco años después de que comenzó a hacerle la manicura y se había convertido en la manicurista personal de Castro, empezó a ocurrir algo bien extraño. Cuando le arreglaba las uñas, un proceso que llevaba entre 45 minutos o una hora, algunas veces Castro caía en una especie de profundo letargo y comenzaba a hablar en voz baja, contando detalles íntimos de su vida. Este letargo duraba unos pocos minutos y a veces más de media hora. Sin saberlo, Remedios se había convertido en una especie de psicoanalista de Fidel Castro.

Margarita dijo que su madre le había contado que, como la mayoría de los cubanos entonces, al principio ella admiraba a Fidel Castro y lo veía como un Dios todopoderoso que se sacrificaba por el pueblo, en particular por los humildes. Pero, con el pasar del tiempo y después de escuchar de boca de Castro sus crímenes y su maldad, llegó a odiarlo, aunque fue lo suficientemente inteligente para no evidenciar el odio y el profundo desprecio que había llegado a sentir por Castro, a quien, cuando estaba a solas con su hija y nunca dentro de la casa, porque sospechaba que le habían instalado micrófonos secretos para grabar sus conversaciones, lo llamaba tirano sanguinario.

Aunque Remedios era una persona con poca educación formal —al parecer nunca pasó del sexto grado de la enseñanza primaria—, tenía buena letra y una excelente memoria y un día, al regresar de hacerle la manicura a Castro, se le ocurrió anotar lo que éste le había contado. Desafortunadamente, Remedios nunca fechó sus notas, por lo que no tengo certeza de cuando fue que las escribió, pero todo indica que comenzó a hacerlo a fines de los sesenta. No obstante, su hija tuvo la precaución de no alterar el orden en que estaban las cajas cuando las halló, ni el orden de las notas colocadas en las cajas y, como la lógica indica que las últimas en cada grupo son en realidad las primeras, al menos tenemos una idea del orden en que las escribió.

En esta compilación aparecen las notas contenidas en quince cajas. En realidad las cajas que Margarita halló eran dieciocho, pero en tres de ellas, al parecer producto de una inundación o de una cañería rota, las notas se mojaron y, cuando se secaron, se convirtieron en un bloque macizo imposible de separar. Luego descubrí en la Internet que existen laboratorios especializados que tal vez logren salvar las notas, pero es un proceso bastante lento y excesivamente costoso, así que decidí publicar solamente las notas de las cajas en buen estado. Sin embargo, no descarto la posibilidad de que algún día, si logro salvarlas, publique una nueva versión de este libro que incluya todas las notas.

La mayoría de las notas tienen una o dos páginas, algunas no pasan de un par de párrafos, y hay otras bastante largas, de cinco páginas o más. Inicialmente pensé reproducirlas en orden cronológico, pero, debido a que muchas veces dentro de una misma nota hay reminiscencias de hechos pasados, así como de hechos que sucedieron más tarde, finalmente decidí publicarlas en el mismo orden en que Remedios las escribió. De todas formas, como Castro en su narración nunca mantuvo un orden cronológico, y dentro de cada nota salta de un tema a otro en tiempo y espacio, sin transición, el orden no es sumamente importante.

También hallé que algunas notas repiten un mismo hecho con ligeras variantes y otras que presentan dos versiones bastante diferentes del mismo hecho —como las que se refieren al asesinato de Camilo Cienfuegos. No obstante, decidí publicarlas tal y como fueron escritas.

Por tanto, tan solo he corregido graves errores ortográficos y gramaticales que podrían haber afectado su comprensión y he añadido algunas notas aclaratorias entre corchetes, sobre todo cuando Castro nombra a personas por el nombre propio o un apodo. Como cada nota consistía en un solo largo párrafo, para facilitar su lectura las he dividido en párrafos lógicos, más cortos. Además, cuando Castro se refiere a conversaciones y menciona literalmente la conversación, he seguido los convencionalismos de la novela y las he colocado entre guiones para facilitar su lectura.

A pesar de que Remedios tenía buena letra, a veces encontré palabras que, tal vez debido a que las escribió de prisa, no he logrado descifrar. En estos casos, he puesto entre corchetes “ilegible” para indicar que falta una palabra.

En el caso de nombres propios extranjeros o poco comunes, Remedios los escribió fonéticamente, tal como le sonaron al oído, por lo que, en lo posible, los he corregido. Por ejemplo, Yon Esmí lo traduje como John Smith, Cruchó como Jrushchov, y así por el estilo.

Muchas de las notas que Remedios recogió y que aparecen aquí se refieren a cosas bien conocidas de la vida de Fidel Castro, otras son menos conocidas, como la confirmación de boca del propio Castro de que la CIA lo reclutó a comienzos de 1948 y lo envió a Bogotá, Colombia, para que participara en el asesinato de Gaitán y actuara como agente provocador en los disturbios del Bogotazo, así como su papel tanto en el asesinato de Allende como en la captura y muerte del Che Guevara. Pero también hay algunas que creo son totalmente desconocidas para la gran mayoría de los lectores, tales como las que se refieren a como Castro ordenó el asesinato del Comandante Camilo Cienfuegos, a sus estrechas relaciones con David Rockefeller, y a la posibilidad de que Castro en realidad haya sido un hijo ilegítimo de John D. Rockefeller III.

Tuve conocimiento de la existencia de estas notas a comienzos del año 2008, cuando un amigo que había visitado la Isla en varias ocasiones por motivos familiares me mencionó su existencia. Según él, una amiga de confianza le había hablado sobre Margarita, una amiga de la infancia, que le había contado que su madre había sido la manicurista de Fidel y había escrito unas notas sobre Castro. Después de mucho rogarle, su amiga lo puso en contacto con Margarita.

Cierta vez que mi amigo visitó a Margarita en su casa de Buenavista, ésta le dejó leer algunas de las notas, que le parecieron sumamente interesantes. Margarita le dijo que estaba muy necesitada de dinero, pues la vida en Cuba se había encarecido extraordinariamente, y lo que ella ganaba sólo le alcanzaba para cubrir las necesidades más básicas.

Al principio todo me pareció una patraña, pero cuando mi amigo me contó lo que había leído en algunas de las notas cambié de opinión y le dije que le propusiera comprárselas. Luego, durante otra visita, mi amigo tuvo la oportunidad de visitar de nuevo a Margarita y la convenció de que le vendiera las notas. Ella finalmente decidió hacerlo, pero con la condición de que sólo se dieran a conocer después de la muerte de Castro. Mi amigo le ofreció 600 dólares por las notas y ella los aceptó de inmediato y quedó muy agradecida porque en esos tiempos en la Cuba de Castro esa cantidad de dinero era mucho más que lo que ganaba un médico o un ingeniero en un año.

Castro falleció hace ya varios años, por lo que el requisito acordado con Margarita se ha cumplido. Por tanto, he decido ponerlas al alcance de todos los interesados en la vida de esa personalidad tan contradictoria que fue Fidel Castro. Como verán los lectores, estas notas revelan un Fidel Castro bastante diferente de lo que la mayor parte de sus biógrafos, los periodistas izquierdistas y sus admiradores más fervientes han escrito sobre él. Pero también un Fidel Castro bien diferente del que nos han pintado sus más acérrimos detractores.

Este es un Fidel Castro totalmente desprovisto de empatía, calor humano y que nunca conoció los dos sentimientos más importantes de un ser humano: el amor y la amistad. Un Fidel Castro que siempre sintió un desprecio profundo por todos los que lo rodeaban, incluyendo no sólo a sus padres, sus hermanos, sus varias mujeres y concubinas y sus muchos hijos legítimos e ilegítimos, sino también por quienes en algún momento erróneamente se consideraron sus mejores amigos.

Un Fidel Castro vulgar, soez, grosero y mal hablado, intolerante, engreído, racista y arrogante; un manipulador que siempre vio a los que lo rodeaban como piezas de un juego de ajedrez, para usarlas y descartarlas cuando ya no le eran útiles; un ganstercillo de mala ralea que nunca evolucionó desde sus días en la escuelita de Birán y luego en el Colegio de Belén, cuando formó su primeras pandillas para amedrentar tanto a sus compañeros de escuela como a sus maestros; un asesino incipiente que se unió a las pandillas en la Universidad de La Habana y asesinó a sangre fría a sus primeras víctimas; un ladrón que se apropió de las propiedades legítimas de muchos cubanos; un psicópata malvado, totalmente desprovisto de respeto por la vida humana, que ordenó el asesinato de Salvador Allende, la captura y muerte del Che Guevara, el asesinato de Hugo Chávez, y tal vez hasta tuvo un papel importante en el asesinato del presidente Kennedy.

Pero también las notas reflejan un Fidel Castro interesado en problemas existenciales y humanos. Un Fidel Castro ávido de información y conocedor profundo de complejas teorías conspiratorias. Un Fidel Castro que, al final de su vida, duda sobre su propio papel histórico.

En su novela Historia de Tom Jones, publicada en 1749, Henry Fielding dedica un capítulo a “Los que deben o no deben escribir historias como esta”, e insiste en que lo que escribió es historia verdadera. Según Fielding, los que escriben ficción no son los novelistas, sino los historiadores. Los novelistas son los que dicen la verdad.

Coincido plenamente con Fielding y tengo la impresión de que, algún día, muchos de los que hayan leído estas notas van a llegan a la conclusión de que hay en ellas más verdades que en la mayoría de las historias sobre Fidel Castro escritas por historiadores académicos “serios” financiados por instituciones “prestigiosas” que reciben cuantiosas donaciones de los capitalistas más reaccionarios.

No hay forma de saber si las notas que Remedios escribió son realmente lo que Castro le contó o son producto de su imaginación, y mucho menos que lo que según ella Castro le dijo es verdad, porque siempre fue un mentiroso patológico y tal vez hasta en sus raptos decía mentiras. Sin embargo, si tan solo la mitad de lo que aparece en estas notas es cierto, y la abundancia de información fácilmente verificable indica que lo es, hay que llegar a la conclusión de que Fidel Castro no sólo engañó a sus enemigos más recalcitrantes, sino también a sus más fieles seguidores.

Como el gato de Cheshire de Alicia, Castro logró esconderse detrás de su sonrisa; una sonrisa que al principio llamó humanismo, después socialismo y luego comunismo aunque hay quienes sospechan que en realidad era fascismo y jesuitismo. Pero la sonrisa borró totalmente al gato que estaba detrás.

 No obstante, como no tengo el tiempo ni los medios necesarios para verificar el origen y la veracidad de la información que aparece en estas notas, he decidido publicarlas como si fueran una obra de ficción, es decir, una novela.

El lector hallará que algunas parecen absurdas y hasta totalmente disparatadas, pero, como bien dijo Mark Twain, la realidad siempre supera a la ficción porque la ficción tiene que ajustarse a ciertas reglas, en tanto que la realidad no se rige por regla alguna.


Servando Gonzalez, editor-compilador California, 2018-2019.

No comments:

Post a Comment