Friday, June 9, 2023

De las armas y las letras: Un guerrero y sus memorias XXIV

 Por Guillermo A. Belt

 

El primer día del año 1896, al terminar el breve combate de El Estante, cumplía el general Serafín Sánchez la orden recibida del general Gómez de regresar a Las Villas para activar allí las operaciones, aprovechando la circunstancia de haber acudido a las provincias occidentales casi todo el ejército español.


Volvimos a cruzar el Hanábana cuya anchurosa corriente contemplé con melancolía recordando los dos cruces de los días álgidos de la Invasión. Dejábamos atrás la trágica Matanzas, acercándonos a la comarca inmortalizada por la victoria de Mal Tiempo. Por todas partes una quietud desconcertante, como si hubiera terminado la guerra.

El general Sánchez recorre el territorio dando órdenes de reclutamiento y concentración. Así logra organizar una nueva columna de unos dos mil hombres y al frente de ella marcha en dirección a Villaclara. Pronto comienzan las dificultades, descritas por el general Máximo Gómez en su Diario de campaña, que Enrique Loynaz del Castillo cita en las memorias que venimos rescatando.

Escribió el General en Jefe: “El Gobierno había nombrado para Las Villas y Occidente delegado con amplísimas facultades al Secretario del Interior (ni siquiera al de la Guerra) doctor Santiago García Cañizares, al que me encuentro hecho una autoridad terrible. Este hombre revestido de tan amplias y extraordinarias facultades lo centraliza todo, y ni Dios que hubiera sido militar le podía hacerse mover.”

Ante este nuevo conflicto entre la autoridad civil y la militar el general Gómez llama al Dr. García Cañizares a su cuartel general. “… y aunque al principio contestó a mi llamamiento con evasivas, al fin vino donde yo estaba, y la entrevista, que a su comienzo fue acalorada, terminó de feliz manera, pue él se convenció de los muchos trastornos que nos producían esas extralimitaciones, y que el mucho gobernar y legislar no era ni bueno ni práctico, dadas nuestras condiciones y manera de hacer la guerra. Nosotros, recuerdo que le dije, no le hacemos ningún daño a España con decretos, sino con hombres que sepan dar mucho machete.”

En la mañana del 8 de febrero, tras acampar la tarde anterior sobre los cerros de Manajanabo, Serafín Sánchez demostrará la veracidad de la afirmación de Máximo Gómez sobre cómo hacer daño al enemigo. Loynaz del Castillo describe el terreno: [los cerros son] pequeñas elevaciones ondulantes cubiertas de yerba de escasa altura, que afectaban la forma de un semicírculo extendido un kilómetro. Frente a esta línea semicircular extendíase un arroyo de márgenes pantanosas y a unos seiscientos metros de los cerros, siendo el terreno intermedio de potrero limpio y de suave pendiente. En ambos extremos de la línea de colinas se extendían montes ligeros.

Viendo las ventajas defensivas de la posición, el general Sánchez decide esperar al enemigo y presentar combate a la columna del general López Amor, calculada en 1,500 hombres o más.

Como de costumbre, encontramos en Memorias de la guerra mención de los preparativos y la descripción de la línea de combate. Por la madrugada enviáronse fuertes exploraciones y tiradores sobre la columna, en tanto que el general Sánchez situaba las fuerzas en línea de combate. A nuestra derecha el regimiento Honorato – la mejor caballería de Las Villas – con su jefe, el coronel Rosendo García; a continuación, el regimiento Victoria mandado por el teniente coronel Ángel Rodríguez; seguidamente la mitad de la escolta con el teniente Alpízar, a mis órdenes. Continuando en la misma dirección situó el resto de la escolta con el coronel Ruperto Pina, su valeroso jefe; al frente y a la izquierda desplegó la infantería del entonces coronel José Miguel Gómez, núcleo del nuevo regimiento, el “Máximo Gómez”.

A las diez de la mañana suenan los primeros disparos entre los exploradores cubanos y el enemigo que se acerca. Poco después la caballería española cruza el arroyo y se alinea. Loynaz (recordemos que es jefe del Estado Mayor) despliega el escuadrón de la escolta a su cargo y rompe el fuego; otro tanto hace el otro escuadrón mandado por Pina. Observando masas de infantería que cruzan el arroyo, Serafín Sánchez decide que la infantería de José Miguel Gómez ataque la retaguardia enemiga ejecutando un movimiento envolvente. El general Sánchez recorre sus líneas varias veces, indiferente al nutrido fuego de la fusilería enemiga.

Al cabo de dos horas de combate la infantería española inicia un decidido ataque sobre la posición de las fuerzas cubanas. Entonces el general Sánchez, que había estado aguardando por el sonido de disparos a retaguardia de los españoles, ordenó por medio de Loynaz que el coronel Rosendo García se lanzara a la carga. Estaba el coronel impaciente, mordiéndose el bigote y desenvainando el machete se lanzó a la carga con aquellos jinetes del Honorato, una tromba de acero entre la humareda del combate.

Loynaz ordena al teniente coronel Rodríguez cargar a la izquierda del regimiento Honorato. El general Sánchez va en busca del resto de su escolta para lanzarla a la carga también. Pero los jinetes cubanos se atascan en el pantano y no logran abrir una brecha en el muro de bayonetas españolas. Sánchez ordena el repliegue a las posiciones originales. Al aproximarme a aquellos valientes, encontré al coronel Rosendo García mal herido, y los cuatro comandantes de sus escuadrones muertos, y también el abanderado, teniente Cuní. El jefe del Victoria en el momento de recibir la orden era derribado de balazo mortal, y varios de sus oficiales.

Cuando se escuchan disparos a retaguardia de la columna española, al completarse el movimiento envolvente de la infantería de José Miguel Gómez, el general español ordena la retirada de sus tropas. Eran las dos de la tarde, escribe Loynaz. El combate había durado cuatro horas. En el campo de batalla fueron enterrados veinte muertos cubanos, mientras unos 75 heridos eran atendidos por el Dr. García Cañizares en un hospital cercano.

Después de un día de descanso continuó marcha el general Sánchez con su dolorosa caravana hasta llegar a las inmediaciones del Zaza donde al cuidado de distintos prefectos se repartieron los heridos.

En los cerros de Manajanabo quedó demostrado que Cuba tenía hombres que sabían dar mucho machete.

 

 

 

 

 

 

 

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