Por Guillermo A. Belt
Las fuerzas cubanas obligadas a mantener su única ventaja
sobre el enemigo, que era la celeridad insuperable de sus movimientos, apenas
descansaron unas horas después de la tremenda jornada del 29 [de
diciembre]. A las seis de la mañana del 30 se renovó la marcha en el mismo
orden de los últimos días: a vanguardia el general Maceo, precedido en la
extrema de alguna caballería villareña; a retaguardia, por donde nos amenazaba
la columna de Suárez Valdés, el general Serafín Sánchez; en el centro, como
siempre, el General en Jefe, su Estado Mayor y escolta.
Enrique Loynaz del Castillo relata los incidentes de la invasión a Occidente en los últimos días de 1895, antes de avistar las inmediaciones de la provincia habanera. En una frase resume esta etapa: Repetíase, como en las lomas del Quirro, y como sucederá más adelante, la situación descrita en un rasgo elocuente del general Máximo Gómez: “El enemigo en lugar de detenernos nos empuja.” Y agrega: Limitábanse las columnas perseguidoras a ocupar los campamentos que necesariamente dejábamos atrás.
El 31 de diciembre, al amanecer, la columna invasora marcha al sur, hacia Manjuarí en la ciénaga de Zapata donde hace alto para internar a sus heridos. Luego continúa marchando hasta la medianoche y tras recorrer catorce leguas acampa en El Estante, frente a una sabana pedregosa que se extendía hasta el lindero de la provincia de La Habana.
La madrugada del nuevo año trae una sorpresa nada agradable para Loynaz y un viejo amigo suyo. El general Maceo, con la aprobación del General en Jefe, dispuso que el general Serafín Sánchez, Jefe del 4º Cuerpo, regresara al territorio de Las Villas para activar en él las operaciones que disminuyeran la presión esperada contra el Ejército Invasor.
Loynaz no especula sobre el origen de esta decisión. Tampoco lo haremos aquí, si bien transcribo la opinión de nuestro autor sobre la inesperada medida. Contrario a lo que era de presumir, no hubo presión ninguna hasta el mismo término de la Invasión. Y más tarde, cuando fue necesario consolidar el dominio de las provincias invadidas, hubo de advertirse la falta del general denodado que aportó el contingente mayor a la campaña decisiva, y cuyo heroísmo – tan alto como sus virtudes – era uno de los pilares de la Revolución.
No hay mal que por bien no venga, dice el refrán. Por disposición inmediata del general Sánchez, me encargué de la jefatura del Estado Mayor del 4º Cuerpo de Ejército, a sus órdenes.
El general y amigo le había ofrecido este cargo desde que
llegaron juntos a Las Villas, y aunque lo había aceptado con júbilo Loynaz
decidió aplazar la toma de posesión mientras ambos acompañaran a Maceo en su
marcha a Occidente.
Era hora de despedirse. Ahora me encaminé a su tienda de campaña para darle el abrazo de Año Nuevo. Sentí en este momento honda emoción; desfilaba en mis recuerdos el afecto que nos unió en el destierro y la escena trágica de Costa Rica borrando la preterición de que me hizo objeto el panegírico de Martí junto al vivac de Canasta. Y me regaló el General una botella de vino Jerez, y otra para el general Sánchez, de quien a poco se despedía en términos afectuosos, reiterándole que sólo la necesidad de operaciones en Las Villas le obligaba a desprenderse de sus grandes servicios.
Afuera, ante las tropas alineadas, la banda de música, dirigida por el capitán Dositeo Aguilera, estremecía el campamento con las vibrantes notas del Himno Invasor. Debieron escucharlo las tropas españolas del coronel Galbis, que en esos momentos aparecieron ante nuestras avanzadas.
Mientras situaba el general Maceo la infantería de los hermanos Ducasse, rodilla en tierra, decidió el general Sánchez participar en la acción al frente de su Estado Mayor y escolta, y de la escolta del general Luis de Feria, destinado también a acompañarnos, y las desplegó de modo que tomasen de flanco a la infantería española, que ya se veía avanzar, parapetada en una cerca de piedra y haciendo fuego por descargas; a tiempo que el general Gómez iba contra ella con alguna caballería.
El general Gómez impide al enemigo envolver la vanguardia, comprometida en audaz movimiento de flanqueo por Maceo. Languideció el fuego y a poco, terminado el combate, desde la posición del general Sánchez veíase en retirada la columna española, y en marcha hacia la provincia de La Habana el ejército de Gómez y Maceo.
En tanto, silenciosos y contrariados, emprendíamos el camino de Las Villas los acompañantes del general Serafín Sánchez …Obedezco, obedeceré siempre, me decía el General Sánchez. Y ya no volvimos a ver al maravilloso caudillo de la Invasión, al homérico adalid de Baraguá, de Peralejo, de Mal Tiempo.
Gracias por compartir estos hechos de nuestra historia
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