Thursday, September 26, 2024

Fulgencio Batista, ¿El revolucionario de 1933? (Parte 2)

 

Batista junto a Ramón Grau San Martín y otros militares

Por Vicente Morín Aguado.

El 10 de septiembre de 1933 Ramón Grau San Martín saludó a la muchedumbre, encumbrado en un balcón del palacio presidencial. Lo que podría llamarse una representación ocasional del pueblo cubano, justificaba con sus aplausos un mandato conseguido por decisión de 19 conspiradores, amparados por la rebelión de un millar de soldados, cuyo jefe era el sargento Fulgencio Batista.

En la Asamblea de los 19 predominaban los miembros del Directorio Estudiantil Universitario (DEU), una amalgama de jóvenes adictos a ideas de izquierda, entre ellos no pocos comunistas. Podría interpretarse que los estudiantes universitarios habían tomado el poder en Cuba, al menos muchos de ellos se lo creyeron, pero no era cierto, sencillamente porque el DEU carecía de fuerza real y base social para ejercer los atributos correspondientes a la presidencia de una nación.

La posibilidad de que un grupo de personas más o menos ilustres aprovecharan la rebelión de los soldados en Columbia, creando una junta de gobierno, se debió a la ausencia de poder generada por la renuncia obligada del dictador Machado, cuando en medio de una creciente huelga general, conoció que los altos mandos castrenses ya no le obedecían.

Estos conspiradores le habían ganado la partida a otros que les precedieron, los que instauraron a Carlos Manuel de Céspedes en el poder, liderados por el embajador norteamericano Sumner Welles, con plena participación de varias figuras del gabinete de Machado, quien también era, de hecho, parte del arreglo en ciernes, cuyo objetivo no pudo cumplirse: evitar el caos, tal y como el propio dictador saliente predecía, justificando la postergación de su renuncia.

Los conspiradores de la mediación-Sumner Welles era el mediador-, querían volver al estado de cosas, la normalidad digamos, previo a la prórroga de poderes de 1828, que convirtió en dictadura la elección democrática de 1924. Los nuevos conspiradores pretendían cambios cuya esencia debía consolidarse en una nueva constitución, anhelo proclamado en el manifiesto a la nación que justificaba el golpe de estado.

El embajador americano, contrariado en sus planes iniciales, comprendió de inmediato que aquel sargento taquígrafo, con biografía de machetero en los cañaverales, por muy contraproducente que fuera a las tradiciones políticas, era la única solución a la mano para resolver el vacío de poder.

El embajador norteamericano Sumner Welles saludando a Batista


La inteligencia natural de Batista, cultivada por su propio esfuerzo, arribó a la misma conclusión, por muy diplomado en Harvard que fuera su contraparte. Mucho antes de los míticos cien días napoleónicos, el pequeño Napoleón del Caribe era reconocido por la embajada estadounidense como el hombre fuerte de Cuba.

Los enemigos de Batista le acusan de espada de la contrarrevolución, remedo tropical del Gran Corso, sin embargo, aunque las comparaciones suelen ser cojas, el legado progresista de la revolución francesa, al igual sucedió con la cubana de 1933, se debe en ambos casos al patrocinio de un poder regulador, capaz de estabilizar la sociedad más allá de la inevitable convulsión revolucionaria.

Se trata en pocas palabras, de la represión y Batista la ejerció sin preferencias ostensibles hacia izquierdas o derechas. El ejército actuó donde quiera que se intentó una acción armada contra el gobierno provisional del momento, siempre representado por civiles. No debe olvidarse que el empleo de las armas de fuego, los sabotajes con explosivos y otras acciones violentas se habían extendido a la práctica política por parte de casi todas las organizaciones en el país.

El hecho de que la represión se concentrara en los grupos de izquierda se explica porque estos grupos persistieron en la estrategia de la toma del poder apelando a las armas. El ejército y la policía reprimieron sin miramientos en todas partes, muchas veces con excesos, llegando hasta ejecutar verdaderas masacres, como la que puso punto final al sitio del castillo de Atarés el 9 de noviembre de 1933.

El último capítulo represivo de importancia se dio al liquidar la huelga nada pacífica de marzo de 1935, organizada por el partido comunista junto a otros grupos de izquierda radical, cuyo objetivo era la toma del poder para establecer la dictadura del proletariado, según la doctrina marxista.

En enero de 1936, vuelto el país a una sustancial normalidad, se celebraron elecciones democráticas, en las cuales votaron por vez primera las mujeres. El presidente electo, Miguel Mariano Gómez, gobernó hasta diciembre de ese año, sustituido por su vice Laredo Bru, al ejecutarse un peculiar proceso de destitución, ejerciendo el congreso sus poderes.

Las razones directas del impeachment a la cubana se derivaron de los planes sociales que entonces impulsaba el ejército nacional, iniciativa de Batista, cuyo poder real seguía siendo el factor político principal. Miguel Mariano decidió retar ese poder, pero escogió mal el momento y la causa, porque impuso el veto presidencial a un impuesto mínimo a cada saco de azúcar, cuya recaudación sufragaría un plan educativo cívico-militar destinado a la gente del campo.

A finales de aquel año, había 2300 escuelas rurales, sustentadas en su mayoría por soldados y clases convertidos en maestros. Donde faltaban locales docentes, los cuarteles servían de aulas para impartir la enseñanza elemental en un país con un 70 % de analfabetismo. La docencia iba acompañada de atención médica mediante equipos móviles, incluyendo hasta bibliotecas ambulantes.

El ex sargento no olvidaba sus orígenes. Si era demagogia, si aumentaba su creciente popularidad, no dejaba por ello de ser una forma efectiva de ayudar a un sector marginal, mayoritario, de la sociedad cubana.

Otras medidas populares fueron ejecutadas mediante los 7 presidentes que en igual número de años, obedecieron a la voluntad del Coronel Jefe del ejército nacional. En tan breve período de tiempo hubo cambios sustanciales en Cuba.

Además del voto femenino, se proclamó la jornada de 8 horas, se legalizaron los sindicatos bajo preceptos democráticos, diversas medidas de seguridad social fueron decretadas, entre ellas las relativas a descanso retribuido, accidentes laborales y otras afines.

En el campo, dos leyes fueron relevantes, una protegió a los colonos azucareros del desalojo, respaldando sus producciones, otra inició una reforma agraria al repartir tierras estatales a los campesinos, copiando lo que en México hacía el General Lázaro Cárdenas, a quien Batista visitó con entusiasmo.

Cuba logró acuerdos favorables con los Estados Unidos en el terreno comercial, incluyendo el pago de la deuda, lastre del machadato, sin que por ello el país quebrara. La zafra azucarera se estabilizó gradualmente y en ascenso con un mercado internacional seguro. La economía, cuyos resultados suelen apreciarse al paso de los años sin importar quien gobierne entonces, enrumbó el país hacia la prosperidad en los años 50.

Finalmente, en 1938, el Partido Comunista alcanzó un pacto con el hombre fuerte, regularizando su situación legal. El propio Jefe militar declaró al respecto:

«El Partido Comunista, según su constitución, es un partido democrático que persigue sus fines dentro del marco de un régimen capitalista y ha renunciado a la violencia como método político; en consecuencia, tiene los mismos derechos que cualquier otro partido político». Thomas, Hugh. Cuba : La lucha por la libertad (p. 681). Ed. Kindle.

Quedaba por realizar un anhelo proclamado insistentemente desde que los 19 conspiradores, entre ellos el sargento jefe de las Fuerzas armadas de la república, derribaran al gobierno sucesor del machadato: La Asamblea Constituyente.

El 15 de noviembre de 1939, Federico Laredo Bru, el último de los calificados “presidentes marionetas”, dio luz verde a una elecciones democráticas como nunca antes había conocido el país. Tuvimos entonces La Constitución de 1940.

Fulgencio Batista Zaldívar renunció a sus atributos militares, postulándose para primer presidente según la Nueva Ley de Leyes de la nación, derrotando con 800 mil votos por 650 mil a su oponente, aquel a quien un día elevó a la presidencia al firmar como recién aclamado Jefe del Ejército, la proclama del 5 de septiembre: Ramón Grau San Martín.

Desde cualquier ángulo que se aprecie, hasta este momento los hechos indican que el hijo de Banes, el cortador de caña, el taquígrafo y autodidacta, el Indio, el mulato bonito, el hombre fuerte de Cuba, el Coronel Jefe de las Fuerzas Armadas, el invitado especial del Jefe del Estado Mayor conjunto del ejército de los Estados Unidos, General Malin Craig, el amigo de Franklin Delano Roosevelt, califica en la categoría de revolucionario, sin necesidad de adicionarle una filiación ideológica.



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