Wednesday, September 11, 2024

Los judíos en Cuba, 1492-1902*

 Por Jesús Jambrina, Viterbo University, jejambrina@viterbo.edu



 

A modo de introducción

“(…) la historia de los judíos cubanos, (…) esa historia ignorada, disimulada, en parte clandestina, que aún está por escribirse”
Fernando Ortiz

El objetivo de esta cronología es situar en un cuadro histórico general la presencia hebrea[1] (documentada)[2] en la isla de Cuba desde la inserción de los españoles y los portugueses hasta la proclamación de la República en 1902. Se trata de 410 años que transformaron el espacio, el idioma, el componente humano y las tradiciones religiosas y culturales de la isla, dando lugar a una identidad completamente nueva –la cubana– a través de un proceso que Fernando Ortiz, y con él las ciencias sociales modernas, llamó de transculturación (Contrapunteo 92-97).

Aunque la presencia judía en este período ha sido referida en múltiples ocasiones por los historiadores,[3] pocos estudios se han dedicado a revelar el componente hebreo en el ajiaco cubano en estas cuatro centurias.[4] Si aceptamos, en la tradición de Cecil Roth, Yitzhak Baer, Seymour Liebman, Anita Novinsky, y Moderchai Ardell, entre otros, que los judíos y conversos españoles y portugueses usaron las Américas como vía de escape de la Inquisición, entonces debemos afirmar que aquellos de este grupo que llegaron, pasaron o se establecieron en Cuba, sobre todo en la primera mitad del siglo XVI, algunos incluso, como se verá, procesados por la inquisición, estuvieron entre los primeros judíos en el hemisferio occidental.[5]

Una de las primeras referencias documentales a criptojudíos en el nuevo mundo se encuentra en Cuba en una Real Cédula del año 1518 en la que se menciona a un “Yudio español que andaba en hábito cristiano” (García del Pino y Melis Cappa 3). Esta mención enuncia lo que serían las identidades, muchas veces superpuestas, de judeoconverso, criptojudío, marrano, nuevo cristiano, hereje, apostata y judaizante que también encontraremos en las Américas a partir de esos años y que igualmente consideramos dentro de la definición de judío en este libro.

Antecedentes

La presencia hebrea en la península ibérica se pierde en la niebla de la antigüedad, desde la época de los fenicios hasta la llegada de los romanos alrededor del año 161 a.e.c, que es cuando el consenso historiográfico y arqueológico moderno ha datado el arribo masivo de judíos a lo que hoy son España y Portugal. En el Concilio de Elvira, cerca de la actual Granada, en el siglo IV los obispos ya establecieron medidas –no acatadas por todos– de separación entre judíos y cristianos, haciéndose evidente que la población hebrea era lo suficiente numerosa como para representar un obstáculo a la cristianización de los territorios[6].

Como mínimo, cuando Fernando de Aragón e Isabel de Castilla decretaron la expulsión de 1492[7], los judíos habían vivido en los reinos de León, Galicia, Castilla (la vieja y la nueva), Aragón, Navarra y Granada por más de 1500 años.[8] Lo hicieron bajo los romanos, los visigodos y los árabes, conviviendo con todos y floreciendo como religión y cultura, dando, incluso, el nombre de Sefarad a la península ibérica[9]

Es obvio, por otra parte, que estuviesen entre los primeros que se aventuraran en busca de nuevas tierras al zarpar la primera expedición colombina. Pero ¿qué era ser judío en la España post 1492 y especialmente en el Nuevo Mundo? Cuando Colón, según Bartolomé de las Casas, menciona al trujamán (traductor e intérprete) Luis de Torres en su Diario al describir el desembarco en Cuba, dice que este “habia sido judío, y sabia hebraico y caldeo, y aún diz que, arábigo” [sic], es decir, la filiación religiosa sería pasada.

Sin embargo, en el mismo Diario, también se habla de un Juan Arias, “portugués”, eufemismo de la época para decir “judío”, pues el reino de Portugal no decretó la expulsión hasta diciembre de 1496, ejecutándola en abril de 1497 y, por lo tanto, sus súbditos pudieron practicar el judaísmo hasta esa fecha. En 1493, los primeros “azucareros” en el Caribe, Pedro de Atienza, Miquel Ballesteros (catalán), Aguiló (Mallorquí) y Gonzalo de Vellosa “fueron –según Fernando Ortiz– judíos por su linaje”, significando en ellos más que religión, etnicidad y cultura, en este caso comercial y de oficios.

Luego, el ser judío a partir del siglo XV, en principio, y sin importar el catolicismo público de la persona, estaría atravesado por un linaje étnico religioso ancestral, más o menos cercano en el tiempo que incluía haber tenido algún pariente procesado (o no) por la Inquisición o quemado en la hoguera, realizar algunas prácticas como “quitar la crisma” a los niños al llegar a casa de la iglesia, las mujeres practicar la cuarentena después de dar a luz, usar ropas limpias los viernes en la tarde (comienzo del Shabbat) al igual que encender velas, descansar los sábados, importar y leer libros “prohibidos”, ya fuera religiosos o en la lista de la inquisición, “blasfemar” de los santos y las vírgenes, y practicar ciertos oficios como el de intérprete, mercader, pero también notario, escribano, medico, astrólogo, maestro, zapatero, platero o joyero, entre muchos otros[10].

Este concepto del ser judío se mantendrá en las tierras americanas hasta bien entrado el siglo XIX, convirtiéndose entre algunos grupos poblacionales en memoria histórica y huella familiar[11].

Fuentes

Esta cronología usa como fuentes archivos y bibliografías relacionadas con la presencia hebrea en la isla, anotando ­–y comentado cuando se considere necesario– cuanta información sea útil para profundizar en las relaciones de este colectivo en el surgimiento, existencia y evolución de la nación cubana, sobre todo, en el período de referencia.

Asimismo, se incluirán fragmentos literarios, crónicas, genealogía, datos y nombres relacionados con la presencia judía a nivel regional e internacional, en tanto una de las características de esta comunidad en la época que nos ocupa, serán sus redes económicas, políticas, religiosas y culturales con lo que se conoció como “La Nación” o La Nação (en portugués), como se llamaban a sí mismo los practicantes abiertos o secretos de la Ley de Moisés.

La Nação abarcaba todo el espectro de la diáspora hispanoportuguesa en el Nuevo Mundo, cuyo clímax se alcanza en los siglos XVII y XVIII en el Caribe holandés, británico y francés,[12] en el que jugaron un papel importante los contactos abiertos y/o clandestinos, con las colonias españolas del área. Esta compilación busca poner en perspectiva la presencia judía en la isla después de las expulsiones de la península ibérica: 1483 (Andalucía), 1492 (León, Castilla y Aragón), 1496 (Portugal) y 1498 (Navarra), ubicándola en el contexto mayor de su movilidad, desarrollo y en última instancia, supervivencia.


Notas

[1] La expulsión de los judíos de Andalucía en 1483, del reino de León, Castilla y Aragón en 1492, de Portugal en 1496 y del reino de Navarra en 1498, creó dos poblaciones religiosas distintas, pero con un mismo origen hebreo: los judíos que salieron de los reinos mencionados dieron lugar a la comunidad sefardí mientras que los que se quedaron, convertidos al catolicismo, llamados judeoconversos, se dividieron entre conversos sinceros, los cuales encontraron apoyo en algunos sectores de la iglesia, y los criptojudíos, quienes públicamente eran cristianos, pero en privado seguían las costumbres judías. A estos últimos la Inquisición los calificó de herejes y/o judaizantes, persiguiéndolos y procesándolos allí donde los capturasen. En Portugal se le llamó marranos. Los Estatutos de Limpieza de Sangre, instaurados en Toledo a mediados del siglo XV, impedía a los judeoconversos emigrar a las Indias, pero su aplicación fue relajada en varias ocasiones y, en otras, los mismos conversos buscaron formas de darles la vuelta para poder subirse a los barcos. Para un resumen de la presencia judía en los reinos hispanos inmediatamente anterior a 1492, ver Levi Marrero, Cuba: economía y sociedad, tomo I, pp. 78-83.


[2] Cabe la posibilidad, sobre todo en los primeros siglos de la llegada de los europeos al Caribe, de que gente de diferentes orígenes nacionales, étnicos y religiosos, así como de oficios más o menos lícitos, se establecieran en las villas en busca de empresa y refugio, escapando tanto de la ley civil como de la inquisición. También la condición de archipiélago, con la complejidad geográfica que ello conlleva, jugó un papel importante en la llegada y asentamiento de individuos y grupos fuera de los registros oficiales.


[3] Como veremos en la cronología, el propio Bartolomé de las Casas, el primer cronista de la historia cubana, descendiente de judeoconversos sevillanos, ya menciona la presencia judía en la isla en las primeras décadas de la colonización. Luego, tendremos que esperar al siglo XX para que los historiadores modernos comiencen a mencionarla dentro del devenir socio cultural de Cuba, en particular Fernando Ortiz, César García Pino, Maritza Corrales, Avelino Víctor Coucerio Rodríguez, Reinaldo Sánchez Porro, Adriana Hernández Gómez de Molina, Caridad Fernández Valderrama, Alicia Calzada, incluyendo historiadores e investigadores judío cubanos como Dionisio Castiel, Eugenia Farín Levy, Jaime Sarusky, Ruth Behar, Moisés Asís y Jaime Eisntein. Para un análisis de los estudios dedicados a los judíos en Cuba, ver Corrales, “Los estudios judaicos en Cuba”.


[4] El ajiaco tiene origen en la adafina, el plato que los judíos españoles cocinaban para el Shabbat.


[5] Entre las investigaciones más recientes hay que mencionar las genéticas relativas a distintas poblaciones alrededor del mundo, incluidas las judías, estudios a través de los cuales se ha logrado trazar las migraciones de judeoconversos hacia el Nuevo Mundo, así como su mezcla tanto con las poblaciones nativas como con las de africanos traídos como esclavos entre los siglos XVI y XIX, dependiendo de la región (Chacón-Duque, JC., Adhikari, K., Fuentes-Guajardo, M. 2018).


[6] Por los concilios en la época visigoda, especialmente a partir del año 589, con la conversión al catolicismo de Recadero y el 616, con la primera expulsión de judíos decretada en Iberia, hecha por Sisebuto, sabemos que la presencia hebrea en la actual España fue antigua y numerosa. Será mencionada tanto en fuentes judías como cristianas y árabes, siempre como una minoría socio cultural y religiosa activa a lo largo de la historia medieval.


[7] Las cifras de los judíos salidos de los reinos españoles en 1492 pueden variar dependiendo de muchos factores, pero se estiman en alrededor de 100 mil personas, la mayoría salida en principio a Portugal, pero también al norte de África e Italia y de ahí hacia prácticamente toda la cuenca mediterránea. Uno de los resúmenes más documentados de dichas cifras lo da Julio Caro Baroja en el tomo I de su clásico Los judíos en la España moderna y contemporánea, pp. 198-206. Más recientemente, basado en documentos de cuentas e impuestos del reino portugués en la época de la expulsión, Edgar Samuel ha considerado que, sólo en Portugal, había entre 30 -35 mil judíos, de los cuales el 80-90 porciento eran inmigrantes de los reinos hispanos (43)


[8] Debe apuntarse que no lo hicieron en igual números en todos los sitios ni en todas las épocas, pero a partir del siglo XII ya se encuentran referencias en la mayoría de estos reinos, encontrándose hasta ese siglo los mayores números en el sur, de donde emigrarán al norte, donde se hallaba el grueso de la población judía en 1492.


[9] El término aparece en la Biblia Hebrea o Tanaj, en Addías, 1:20, y fue adoptado por los hispanos judíos a partir del siglo X. Uno de los primeros en llamarse sefardí, es decir, judío de origen ibérico, fue, precisamente, Moses ben Maimón, llamado RaMBaN, conocido como Maimónides (Córdoba, 30 de Marzo, 1135 – El Cario, 13 de Diciembre, 1204), médico, teólogo, y filósofo que se refugió en Egipto, huyendo de las invasiones almohades en el siglo XII.


[10] Debemos recordar que la población cristiana en la época medieval española, sobre todo en la Castilla la vieja, y los Reinos de León, Aragón y Navarra tenía tres grandes oficios, la guerra, a través de la cual podía alcanzar un estatus social al que no llegaban por linaje monárquico o noble, el trabajo en el campo, casi siempre en tierras de Señorío, es decir al servicio de un noble, y la carrera eclesiástica, especialmente a través de las órdenes religiosas. Como en todo hubo excepciones, pero esas eran las tres grandes áreas en las que esta población podía acceder a una vida mejor; los judíos, en cambio, por religión y cultura, aprendían a leer la Biblia Hebrea (el Antiguo Testamento para los cristianos) desde pequeños, en casa y con los rabinos en las Escuela Talmud Torah, incorporando los beneficios que la alfabetización traía en una época donde la instrucción pública era escasa, cuando no inexistente para la mayoría de la población; y por otro, al ser minoría religiosa y no poder entrar en los ejércitos o la iglesia ni tener grandes extensiones de tierras como los nobles o los monarcas, debían aprender oficios, mayormente relacionados con la vida urbana, aunque tampoco siempre fue así. Por ejemplo, el clásico oficio de mercader y/o comerciante, recaudador de impuestos para los nobles o la monarquía, pero también otros más “mundanos” como el de herrero, zapatero, carpintero, curtidor de pieles, otros que requerían conocimientos como el físico o médico, farmacéuticos, contadores, escribanos, oficios todos que luego estarán asociados con los judeoconversos. Cada época de los 1500 años que estuvieron los judíos en España tiene sus propias características en términos de oficios y labores, pero algo permanecía: la sola capacidad de leer y escribir abría a los judíos un espectro de opciones muchas más amplias que a cualquier otro estamento social, incluso, aunque este fuese el dominante, ya sea en el sur, entre los siglos VIII y XII, bajo los musulmanes, o en el norte bajo los cristianos, a partir del siglo XI hasta el XV; en ambos lados de la frontera de la reconquista y de acuerdo a los parámetros de la época, los judíos estuvieron obligados a adaptarse, sobrevivir y desarrollarse como comunidad étnico religiosa, un aprendizaje histórico cultural que traerían al Nuevo Mundo.


[11] Los casos más conocidos son los de Colombia, sitios como Riohacha, Cartagena de Indias y Medellín, en Venezuela, Coro y sus alrededores, el noreste de México y suroeste de Estados Unidos, lo que se llamó el Nuevo Reino de León, en México sitios como Yucatán, Michoacán, entre otros; en Ecuador, Loja, en el noreste de Brasil, las regiones de Rio Grande do Norte, Paraíba, Pernambuco, entre otros lugares.


[12] Está por estudiarse, a lo cual espero este libro contribuya mínimamente, la presencia y el impacto de este movimiento en las colonias españolas del Caribe: La Española (hoy Haití y República Dominicana), Puerto Rico y Cuba. En el caso de Jamaica, que fue española hasta 1655, se ha estudiado la presencia de los conversos y criptojudíos a partir de 1494, cuando la isla pasó a ser feudo de la familia Colón, y donde la Inquisición no tuvo una presencia relevante.


*Introducción al libro del mismo título disponible en Amazon tanto en versión impresa como en Kindle.

1 comment:

  1. En el Museo del Pueblo Judío en Tel Aviv, en el área sobre la diáspora dan un dato sobre Cuba que nunca había escuchado: que las primeras mujeres hispanas enviadas por la Corona a Cuba (me imagino que para casar o atender a los primeros colonizadores) fueron conversas. Ese mismo dato no aparece al referirse a otras colonias españolas en América. Si ese dato está ahí recogido, será porque está documentado???? Lo cual indicaría que los primeros "cubanos" de madre española serían genéticamente judíos?

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