Monday, October 14, 2024

Un cubano en la OEA VI: De la improvisación

Por Guillermo A. Belt

Como en un espectáculo de improvisación teatral, donde te subes al escenario sin guion, en la OEA de aquellos años se presentó una situación que puso a prueba la capacidad de improvisación de su personal a distintos niveles. En 1965 la crisis en la República Dominicana requirió la movilización de muchos funcionarios de la Secretaría General, tanto del nivel local, luego llamado de servicios generales, como del internacional en las categorías salariales superiores.

Me impresionó la eficiencia de funcionarios de menor nivel salarial, como los oficiales de sala, o sea, los encargados de distribuir los documentos en las sesiones de los cuerpos colegiados de la Organización. Ellos desempeñaron tareas complejas en Santo Domingo, como el manejo de trámites administrativos en el aeropuerto y la atención a clientes en bancos que carecían de su personal habitual debido a la situación de guerra civil. La Asociación de Personal tuvo la amabilidad de publicar un artículo mío sobre esas actuaciones. Muchos años después tendría el privilegio de trabajar junto a los oficiales de sala.

La necesidad de improvisar también tocó a mi puerta. Poco después de la medianoche del 23 de diciembre de 1972, un terremoto de intensidad 6.3 destruyó 13 kilómetros cuadrados en el centro de la capital de Nicaragua, causando graves daños en una zona de 27 kilómetros adicionales. Las dos terceras partes del millón de habitantes que entonces tenía Managua fueron desplazados y debieron enfrentar la escasez de alimentos y las enfermedades resultantes.

Managua devastada por el terremoto de 1972


La OEA contaba con un fondo de asistencia para situaciones de emergencia en los Estados Miembros, el FONDEM, bajo la supervisión del Secretario Ejecutivo para Asuntos Económicos y Sociales, Walter Sedwitz, reconocido economista estadounidense. Para mi sorpresa, ese día de Nochebuena me llamó por teléfono el alto funcionario y me encargó la organización de la ayuda del FONDEM a Nicaragua.

Digo sorpresa porque entre mis funciones como director de las oficinas de la Secretaría en los países miembros no figuraba la de actuar en situaciones de esta naturaleza. La emergencia no admitía cuestiones de jurisdicción burocrática, de manera que me di a la tarea de improvisar alguna solución.

El primer obstáculo era la falta total de comunicaciones con Managua. Roberto Monti, ex capitán de la Fuerza Aérea de Argentina, era el subdirector de la oficina a mi cargo. Roberto era radioaficionado y tenía un equipo de radio en su casa en Alexandria, Virginia. Podía traerlo a nuestras oficinas y desde allí nos comunicaríamos con colegas suyos en Managua, dijo. Pero tendríamos que instalar una torre de trasmisión en la azotea del Edificio Premier, donde estaba nuestra dependencia.

Un vecino mío en McLean, Virginia, también era capitán retirado, pero en este caso de la Marina de Guerra de los Estados Unidos. Mi amigo Don Russell respondió a mi pedido de ayuda con mucha generosidad y eficiencia. De inmediato llamó a unos colegas suyos en las instalaciones de comunicaciones de la US Navy en Washington, les explicó el problema y consiguió que enviaran a varios técnicos, vestidos de civil y provistos de una torre, los cables de conexión y todo lo necesario para instalarla. Con Monti los acompañamos a la azotea del Premier y comenzaron ellos a montar la torre.

En eso estábamos cuando apareció el gerente del edificio para decirnos que sin una autorización de no recuerdo cuál oficina no podíamos continuar el trabajo. Le explicamos la urgencia del asunto y cedió antes nuestros razonamientos. Hasta hoy ignoro si pidió el permiso. Lo que sí recuerdo es que a las pocas horas estaba Monti hablando por radio con un aficionado que trasmitía desde su automóvil en marcha, el cual le servía de planta eléctrica ante la ausencia de servicio en toda la capital.

El FONDEM aprobó una cantidad para la compra de tiendas de campaña y la construcción de un número de viviendas. Nos encargamos con Monti y nuestro personal del envío de las primeras y de la contratación para construir las casas. Algún tiempo después viajé a Managua para constatar que ambas ayudas habían llegado al país o se hallaban en trámite. No olvido hasta hoy la desolación de una ciudad cuyos habitantes estaban desorientados ante la desaparición de edificios que les habían servido por años como puntos de referencia.

De esta experiencia y con base en los felices resultados de la improvisación pasé, sin quererlo, a ser considerado como experto en desastres naturales. Algo de esto habrá servido para que dos años después se me encargara la muy honrosa tarea de acompañar a don Galo Plaza en su viaje a Honduras para evaluar los daños del Huracán Fifi.

Asimismo influyó en mi viaje de urgencia a Guatemala en 1976 para supervisar la entrega de un hospital de campaña donado por el FONDEM a raíz del terremoto que en la madrugada del 4 de febrero causó la muerte de más de 23,000 personas y lesiones a unas 76,000, con enorme destrucción material, incluyendo el 40 por ciento de la infraestructura hospitalaria del país.

El ex embajador de Guatemala Jorge Luis Zelaya Coronado había resultado electo Secretario General Adjunto de la OEA en 1975, junto con el ex embajador de Argentina Alejandro Orfila, electo Secretario General. Zelaya decidió viajar inmediatamente a su país y me pidió acompañarle. Continuaba yo a cargo de las oficinas en los Estados Miembros y tenía otro terremoto y un huracán en mi hoja de servicios.
Jorge Luis Zelaya Coronado

Tan rápidamente partimos ambos que tuve que hacerlo sin obtener el permiso de reingreso a los Estados Unidos exigido por mi visa G-IV. A lo largo de mi carrera de 37 años en la OEA mantuve mi ciudadanía cubana, pero no había renovado mi pasaporte al vencer el presentado a mi llegada al exilio. Por consiguiente, en los viajes oficiales que hice fuera de la sede de la OEA llevaba el pasaporte de la Organización, que me servía para el viaje de ida, pero no el de vuelta a EE. UU. Para éste debía presentar un permiso de reingreso expedido por el Departamento de Estado.

El ex embajador de Panamá en la OEA, Eduardo Ritter Aislán, era el director de nuestra oficina en Guatemala. Le pedí ayuda, no en su calidad de funcionario sino como buen amigo mío, para obtener el permiso. Eduardo me acompañó a visitar el Consulado de los Estados Unidos, donde una señora poco amable, con rango (y cara) de cónsul, por toda respuesta preguntó, Do you understand that we are in an emergency in this country? Le dije que por esa misma emergencia me encontraba yo en Guatemala. No le agradó mi respuesta. Sugirió que regresara en unos días y vería lo que podría hacer. Su actitud no me infundió ninguna esperanza.

El arribo del hospital de campaña nos presentó un problema protocolario. El gobierno de los Estados Unidos había corrido con los gastos del hospital, su equipamiento y transporte aéreo, y si bien todo figuraba como aporte del FONDEM era necesario dar el debido crédito a quien había puesto la plata. Como buen diplomático, Zelaya resolvió el asunto satisfactoriamente. Al regresar del aeropuerto tras la ceremonia conjunta de recibo del hospital por parte de EE. UU. y la OEA, el embajador de los Estados Unidos nos invitó a visitarlo en su despacho para celebrar la ocasión.

Francis Edward Meloy Jr. era un diplomático de carrera. Nombrado en Guatemala en 1973, llegaba de ocupar igual cargo en la República Dominicana, luego de haber sido segundo jefe de la misión diplomática de su país en Roma. En algún momento de la conversación nos preguntó, por cortesía, si regresaríamos a Washington en los próximos días. Zelaya le contestó que en un par de días, agregando medio en broma que no estaba seguro si yo podría viajar por carecer del permiso de reingreso.
Francis Edward Meloy Jr. 

El Embajador Meloy me preguntó si había hecho gestiones al respecto. Le conté en pocas palabras la infructuosa visita al consulado. Dijo entonces que recordaba a un embajador cubano de apellido Belt y preguntó amablemente si era pariente mío. Al decirle yo que se trataba de mi padre, me pidió que fuera al consulado al día siguiente.

Así lo hice, de nuevo en compañía de Ritter. Nos recibió la misma funcionaria, con la misma cara de pocos amigos, pero con el permiso de reingreso en la mano. Cumplida nuestra misión, el Dr. Zelaya y yo regresamos a Washington.

En abril del mismo año el Presidente Gerald Ford nombró a Meloy como embajador en el Líbano. En junio el diplomático fue secuestrado y asesinado en Beirut. Lo lamenté mucho. Nunca he olvidado su gentileza conmigo.

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