Saturday, October 5, 2024

Un cubano en la OEA IV: Fin de una etapa

Sede del Banco Interamericano de Desarrollos

 

Por Guillermo A. Belt

La reunión de Jefes de Estado en Punta del Este fue el broche de oro a la gestión del Dr. Mora, culminada en 1968 al término de su mandato, en aquel entonces de diez años. Previamente, el diplomático uruguayo había sido electo por sus colegas del Consejo Permanente para completar los tres años del período del Secretario General Carlos Dávila, fallecido en funciones del cargo, pasando así a la historia como la persona que por más tiempo lo desempeñó.


Además de su éxito como mediador del conflicto bélico en la República Dominicana, logrando el cese el fuego gracias a su valiente decisión de viajar al país sin autorización del Consejo, algo insólito en aquel entonces, el Dr. Mora dirigió la creación del Banco Interamericano de Desarrollo – vieja aspiración, plasmada en 1928 en la conferencia de La Habana antes mencionada – permitiendo con visión de futuro la independencia de ese organismo, nacido y estructurado en la OEA. También alentó el funcionamiento de la Alianza para el Progreso, iniciativa del Presidente John F. Kennedy, sin escatimar apoyo ni recursos a un programa que trajo importantes aportes adicionales al presupuesto de la OEA.

Faltaba poco para el término del mandato del Dr. Mora cuando cayó Betances. Su enorme poder en la administración de la Secretaría General preocupaba al Departamento de Estado, donde soñaban con manejar la OEA por medio del Secretario General Adjunto, cargo creado precisamente con esa finalidad y ocupado, como se ha dicho, por William Sanders.

Con mucha dignidad el Dr. Mora había resistido fuertes presiones para destituir a Betances, pero cuando éste cometió un desliz diplomático – mi afecto por él me impide ser más explícito – hubo quejas de algunos embajadores y el Secretario General se vio en la necesidad de relevarlo como director del Departamento de Asuntos Administrativos, nombrándolo en la oficina de la Secretaría General en Santo Domingo para suavizar el golpe.

La caída de Betances se parece a la defenestración de Praga que en 1618 dio lugar a la Guerra de los Treinta Años en Europa. Los jefes de las unidades principales, Juan Nimo en Personal, Hernán Banegas en Presupuesto y Jerry Miller en Organización y Métodos, sufrieron una suerte similar a la de aquellos gobernadores imperiales. Para entonces, siete años después de mi ingreso, yo era subdirector auxiliar del departamento y por tanto me tocó hacerles compañía. Los cuatro fuimos trasladados a una entelequia, la Unidad de Encomiendas Especiales, sin encomendarnos tarea ni función alguna. La unidad recién creada era la antesala de la calle, donde en realidad deberíamos terminar, se nos hizo saber extraoficialmente. Nos tiraban por la ventana, en sentido figurado y no literalmente como a los gobernadores del Emperador Fernando II.

Amparado por su nacionalidad, Jerry Miller obtuvo audiencia con Stuart Portner, flamante subsecretario de Asuntos Administrativos. El Dr. Portner había llegado con su doctorado en Historia, procedente de la Organización Panamericana de la Salud, donde aprendió la importancia de recalcar su título académico entre latinoamericanos (algo poco usual entre estadounidenses con un PhD). Era el sucesor de Betances, ocupando un cargo de mayor nivel en la jerarquía de la OEA, creado por iniciativa de los Estados Unidos para, ahora sí, manejar toda la administración, aquella vieja aspiración.

Jerry regresó contento de su entrevista. Portner le había encargado la preparación de varios manuales de procedimiento, actualizando los existentes. Tenía, por tanto, algo que hacer y con suerte un encargo cuyo tiempo de ejecución le permitiría postergar el despido vaticinado, y quién sabe si evitarlo.

Estimulado por el éxito de mi compañero de infortunio, aunque sin la ventaja de tener su nacionalidad, solicité una entrevista con el nuevo subsecretario. El Dr. Portner me recibió con cara de pocos amigos, si bien con una cortesía fría y nada convincente. De entrada, me disparó que había tenido curiosidad por conocerme porque, dijo, “you have your finger in every political pie” - hasta hoy recuerdo sus palabras. Continuó citando otra versión de pasillo: yo había actuado de alguna manera no especificada en contra de la elección de Galo Plaza para suceder al Dr. Mora como Secretario General.

Evidentemente, Portner ignoraba mi primer encuentro con don Galo, quien había visitado a cada uno de los funcionarios de la Secretaría en sus oficinas un par de días después de asumir el cargo. Me tocó el turno antes de la defenestración, cuando aún ocupaba mi oficina junto a la que había sido de Betances. Sin previo aviso, Juan Nimo abrió mi puerta y apareció la figura alta e imponente del ex presidente del Ecuador. Detrás de don Galo asomaba la cara del grosero interventor enviado por el Departamento de Estado para destituir a los más cercanos colaboradores de Betances, con quien ya habíamos tenido el primer encontronazo.
Galo Plaza Lasso


Don Galo, estrechándome la mano, sonrió al decirme: “Pórtate bien, o te tiraré de las orejas.” Mi buen amigo Nimo sonrió también, complacido. No olvido la cara de sorpresa y preocupación del interventor, a quien dejo sin nombrar para no empañar tan grata imagen del recuerdo.

Cuando el enemigo no puede ubicarte a ciencia cierta en el campo de batalla, ese es el momento de atacar. Le contesté a Portner que yo no participaba en actividades políticas dentro de la OEA porque no figuraba entre mis atribuciones. En cuanto a mi supuesta oposición a la elección de don Galo, dije, nombrando al Secretario General de esta manera, eso lo trataría yo directamente con el aludido. Sin perder un instante me contestó que no era necesario, él se encargaría de aclarar el tema. Insistí en hacerlo yo mismo y así terminó la entrevista, tan fríamente como había comenzado.

Al regresar al Edificio Premier en la calle I, donde habían montado la oficina del paso previo hacia la calle para los caídos en desgracia – la tercera en mi degustación de oficinas – pedí por teléfono ser recibido por el Secretario General. Horas después me llamaron de parte de Neftalí Ponce, asesor del nuevo Secretario General, quien me recibiría al día siguiente.

Neftalí Ponce había sido ministro de Relaciones Exteriores durante la presidencia de Galo Plaza. Era hombre de toda confianza de don Galo y su amigo, además. Tenía su oficina, nada pretenciosa, en el primer piso del Edificio Principal. El Dr. Ponce me recibió por encargo del Secretario General y escuchó mi queja sobre la acusación formulada por Portner. “Quédese tranquilo”, me dijo, “Galo sabe muy bien quién es usted, deje este asunto de mi cuenta.”

Cuando vi a Portner por segunda vez fue a pedido suyo. Me dijo saber del aprecio de don Galo por mis padres y por mí. No mencionó el origen de esa amistad, pero se habría enterado de la coincidencia de Galo Plaza con mi padre como embajadores en Washington en la década de 1940. Sin duda ya habría tenido noticias de Neftalí Ponce porque cordialmente me invitó a colaborar con Jerry Miller en la redacción de los nuevos manuales.

Con mis nuevas funciones aseguradas regresé al Premier. Además del trabajo de redacción era imprescindible lograr una esmerada presentación porque a Portner le gustaban los manuales más por su apariencia que por el contenido. Apelé a mis buenos compañeros de almuerzo de los tiempos de la calle 14, excelentes diseñadores gráficos. Uno de aquellos manuales, el del estilo de la correspondencia oficial, era mío del todo, por delegación de Jerry, y quedó muy bonito, gracias a los diseñadores.

Miller y yo saboreamos nuestro éxito en una reunión con Portner, de la cual Jerry salió reivindicado. Yo también salí muy bien porque el nuevo hombre fuerte de la administración me nombró subdirector de la Oficina de Coordinación de las Oficinas de la OEA en los Estados Miembros, adonde fui a dar con el encargo de apoyar al director, Juan Bautista Schroeder.

Habíamos sobrevivido a la defenestración. Nimo y Banegas también obtuvieron nuevos destinos. Tardaría un tiempo más, pero aquel mediocre interventor que quiso lanzarnos a la calle no lograría mantener su puesto en la OEA. La justicia triunfa en la burocracia internacional – muy de vez en cuando.

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