Friday, August 9, 2019

Nat Chediak: contrabandista de sombras*


Nat Chediak
Por Enrique Del Risco

Nat Chediak es una suerte de rey Midas cultural. Pasó de fundar una Cinemateca en Coral Gables en 1973 a fundar el Festival Internacional de cine de Miami en 1984 y dirigirlo por 18 años. Y de ahí a crear junto al cineasta español Fernando Trueba el sello discográfico Calle 54 responsable de las grabaciones más exitosas de Bebo Valdés o del disco Boomerang de Habana Abierta. Hijo de diplomático libanés y madre cubana, y cubano de nacimiento y vocación, luego de salir en 1960 de Cuba creció entre Estados Unidos, México y el Líbano. No es extraña la insistencia con la que Chediak ha pugnado porque la cultura cubana del exilio sea menos provinciana y cerrada de lo que podría serlo de abandonarse a la nostalgia y el enclaustramiento. Y de que algunos de sus más acabados productos sean conocidos por medio mundo. Desde el 2014 vuelve a sus orígenes cinéfilos al ser nombrado director de programación del Coral Gables Art Cinema empeñado en seguir mostrando cine de calidad al público de Miami.

¿Hubo algo antes del cine?

Antes del cine, la oscuridad.

Llega en enero de 1960 a los Estados Unidos ¿Cómo y en qué circunstancias?

 Salí con mi madre y mi hermana, en la estampida de los que vieron lo que se había instaurado. Para mis padres el pistoletazo fue la intervención de las escuelas privadas. No quisieron que nos indoctrinaran. Mi padre, además de abogado especialista en derecho autoral, era cónsul honorario del Líbano en Cuba y permaneció un año más ayudando a los libaneses que querían irse de Cuba también.

Vivió en Cuba solo sus primeros nueve años de vida en el seno de una familia de origen libanés. Luego vivió en diferentes países a los que lo llevó la carrera diplomática de su padre. Sin embargo en algún momento ha dicho “Nunca me he despertado sintiéndome otra cosa que cubano”.  En su caso la cubanía más que fatalidad parece tener algo de vocacional ¿Es así?

Siempre me he preguntado como fui marcado por la cubanía y no lo entiendo del todo, pienso que estaba presente en mi ADN. Lo cierto es que los referentes en mi formación siempre han sido cubanos: el crítico Rene Jordán, Néstor Almendros (cubano adoptivo), Cabrera Infante, Cachao, Bebo Valdés... y muchos otros que no me saltan a la mente. En años recientes he forjado una estrecha amistad con Leonardo Padura, es decir, que la vocación perdura.

 ¿Cómo se fue forjando esa identidad?

 Ni idea, no fue forjada por mis padres. Tal vez por mi identidad de nacimiento. Recuerdo que mi primer interés por la cultura fue al comienzo de la secundaria en México cuando mi maestra de inglés sugirió que fuera a ver 8 y medio de Fellini. La pasaban en un cine de barrio. El cine estaba repleto y el público esperaba una película europea de relajo. Cuando se acabó la proyección volaron toda una serie de proyectiles a la pantalla: refrescos, rositas de maíz, nadie entendió nada; yo tampoco.

¿Cómo llegó al cine?

Mi padre fue diplomático del gobierno libanés y me tocó vivir de niño en varios países. El cine y la música fueron desde mi adolescencia mis inseparables amigos.

En esa adolescencia ¿qué cine le atraía más?

Recuerdo vestirme de saco y corbata para pretender ser mayor de edad y ver From Russia With Love en México, donde era “apta para adultos”. Recuerdo que el acomodador se rio al verme llegar con mi improvisada indumentaria y me dejó entrar. En Líbano vi Psycho de Hitchcock (con subtítulos en francés y en árabe). Pero mi primer encuentro con películas subtituladas ocurrió de niño en La Habana cuando me llevaron a ver una reposición de Casablanca con subtítulos en castellano. En México acompañé a mi madre a ver una reposición de An Affair to Remember, su película favorita, lloró cántaros con ella. En fin, que para mí no existe la noción de “cine extranjero”. Solo buenas y malas películas que vienen de todas partes. 


¿Y la música? ¿Qué música le hizo sentirse un poco más melómano que el resto de los adolescentes?

Para mí, ser hijo de un diplomático fue una desgracia en lo personal. Eso de hacer y perder amistades no es propio de la infancia. De país en país lo único constante para mí fue la música y el cine. En México fui amigo de un DJ que programaba el Top 40 americano. Los fines de semana compraba singles como “Pretty Woman” de Roy Orbison y “Help Me Rhonda” de los Beach Boys. Fue en México donde descubrí a los Beatles, gran revelación. Mi primer encuentro con la música cubana ocurrió acompañando a mi hermana a sus primeras fiestas de jovencitos donde bailaban cha cha chá. Si no sabías bailar le preguntabas a tu pareja ¿cuadrado o de lado? y echabas a andar. Años después, de regreso en Miami después de graduarme de secundaria en Beirut en el medio de la Guerra de los Seis Días, acompañé de chofer a mi padre a visitar un viejo amigo, Ramon Sabat. En Cuba, mi padre demandó a la RCA Victor por monopolio, avalando la creación de la Panart, el primer sello discográfico cubano, propiedad de Sabat. Al terminar esa visita, Sabat me obsequió un LP del Cuban Jam Session, diciéndome que era su favorito de todos los que había grabado. Al ponerlo yo en casa descubrí que la música cubana era más que un pretexto para que mi hermana bailara con sus amiguitos.

Cuénteme del ambiente cultural de Miami en su juventud. ¿Le quedaba grande la propia expresión de ambiente cultural?

Miami siempre ha sido receptivo a ofertas culturales. Sus instituciones han sido más lentas en responder a iniciativas. No así el público. Acostumbrados a ver cine de todas partes, los exiliados cubanos (y demás inmigrantes) fueron receptivos a mis actividades, primero en la Cinemateca y luego en el Festival. Siguen siéndolo hoy día. 

¿Cómo fue crear un festival de cine en esas circunstancias?

Diez años de preparación en la Cinemateca que fundé en Coral Gables hasta que estuve convencido que había desarrollado un público que aceptaría la propuesta. El apoyo/padrinaje de exiliados como Guillermo Cabrera Infante, Néstor Almendros y el crítico de cine René Jordán fueron decisivos. Ellos fueron mis maestros y apostaron por el Festival con su presencia e influencia, desde su gestación. 

¿Cuáles fueron los mayores obstáculos que enfrentó?

Siempre los mismos. El apoyo económico de entidades públicas nunca fue suficiente. Nunca tuve ocasión de quejarme que el público no respondiera, aún con las más arriesgadas apuestas en programación.

¿Cuáles fueron para usted los principales logros del Festival de Cine de Miami en los años en que lo dirigió?

Presentar por vez primera en Estados Unidos relevantes directores internacionales, rendir homenaje a sendas figuras del cine mundial, develar corrientes trascendentales como el nuevo cine iraní, etc.

¿Qué presencia tuvo en esos festivales el cine cubano hecho en el exilio?

Estrenamos Conducta Impropia, Guaguasí, La Otra Cuba, Azúcar Amarga, Nadie escuchaba y documentales de otras latitudes que abordaron el tema cubano, como Buena Vista Social Club, Havana de Jana Bokova, Fin de Siglo, El Planeta de los niños, Balseros, etc.

¿Cuáles fueron los principales méritos de ese cine?

Dar a conocer una realidad desconocida, tanto de la isla, como del exilio.

¿Cuáles fueron sus principales limitaciones?

Eso le corresponde decir a los realizadores.


¿Cómo compararía el cine cubano hecho en el exilio con el cine de otros exilios?

No ha tenido el apoyo económico que requiere. La mayor parte del cine cubano en el exilio se ha hecho en Estados Unidos, un país donde hay menos tradición de subvencionar el cine. A diferencia, por ejemplo, de Francia que es el país que tradicionalmente más ha acogido a cineastas exiliados de todo el mundo.

Y con respecto al cine latinoamericano en general, ¿hay algo que distinga al cine cubano del exilio del resto del cine latinoamericano?

El cine latinoamericano suele tener un contexto político de izquierdas que, por supuesto, difiere del que se ha hecho a duras penas y a contracorriente en el exilio. Al final de cuentas, lo que trasciende es la calidad de la película, a pesar de su procedencia. En los setenta, con la visión que siempre lo caracterizó, Dan Talbot, creador de New Yorker Films, distribuyó cine cubano del ICAIC pero también El Súper y Conducta Impropia.

¿Hay algún género cinematográfico que por sus características haya florecido mejor en el exilio que en la isla?

No podemos hablar de géneros, salvo el documental. En el exilio el cine cubano se ha hecho contra viento y marea. Con mucha independencia y talento pero siempre con escasos recursos. En Cuba, el cine tiene el apoyo oficial. Salvo el cine independiente que, hoy día, es el que más interesa, por dar la cara de la realidad cubana, como lo hicieron en su momento los artistas plásticos, los cantautores, etc.

¿Hay piezas cinematográficas producidas en el exilio que merecerían ser mejor atendidas?

Todo el cine cubano del exilio que me ha tocado presentar siempre ha contado con un público nutrido y entusiasta.

¿Cuál ha sido para usted el principal aporte del cine del exilio a la cultura cubana?

Ya lo dije. Mostrar la realidad de la isla y del exilio.

*Entrevista aparecida en el número 2 del Anuario Histórico Cubanoamericano como parte de un dossier dedicado al cine cubano del exilio.

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