Thursday, August 1, 2019

Cubanos ilustres en México (siglos XVI al XVIII)


Alejandro González Acosta

Instituto de Investigaciones Bibliográficas, UNAM.

Antecedentes:

Es un lugar común aludir a las relaciones históricas, artísticas y culturales entre México y Cuba desde muy antigua fecha. Pero no por ser referencia obligada y repetida deja de ser real y su estudio aún puede revelar nuevos datos o reavivar algunos un poco olvidados.
  A las figuras emblemáticas de José María Heredia (1803-1839) y José Martí (1853-1895), debe agregarse una rica relación que ha abonado las ciencias, las artes, el periodismo y hasta el deporte en México. Heredia vive en México, como ciudadano mexicano –de hecho, es en México donde pasa la mayor parte de su vida, aún más tiempo que en su Cuba natal- y aquí muere después de haber realizado una amplia y diversa actividad tanto en la tribuna, como en la administración pública, la enseñanza, el periodismo y la literatura en general. Las primeras revistas literarias del México independiente reciben de él aliento y sustento: El Iris, La Minerva y Miscelánea. Martí, que arriba a México por primera vez en 1875 a los cortos 22 años de edad, escribe apenas llegado sus crónicas en mayo de ese año, a propósito de las fiestas patrióticas de la victoria sobre el invasor francés y la inauguración del panteón de Tlalpan. Regresa dos años después para casar con la camagüeyana Carmen Zayas Bazán en el Sagrario de la Catedral Metropolitana (donde mismo había casado Heredia con la mexicana Jacoba Yáñez) y viaja hasta Acapulco para disfrutar su luna de miel. Guillermo Prieto, que conoció a ambos, decía del primero que “tenía dientes largos, hablaba con acento como andaluz y molestaba con una risa estruendosa” y del segundo, a propósito de su desempeño en la Revista Universal, que “lo hacía todo, desde artículos hasta reportajes y aún los obituarios y los anuncios, si lo hubieran dejado”. Intensidad y actividad, tal parecen ser las dos claves de la interpretación mexicana de “lo cubano”, a partir de este extraordinario protagonista y testigo del siglo XIX nacional.
  No debe ni puede olvidarse que el moderno vínculo cubano-mexicano se inicia con el viaje de Hernán Cortés desde San Cristóbal de La Habana –entonces en el sur de la isla- en 1519. Recientes hallazgos arqueológicos apuntan la idea de que las pictografías en la llamada Cueva de Punta del Este en la Isla de Pinos, la parte más próxima a México del archipiélago cubano, podrían ser de origen maya, pero no hay una certeza absoluta aún al respecto. En tiempos prehistóricos la península de Yucatán se encontraba unida a la mayor de las Antillas -quizá debió seguir así…- la cual se desprendió en uno de los formidables cataclismos que dieron perfil a nuestro planeta actual. 
  Respecto a estas relaciones, un sabio mexicano como Alberto María Carreño ha señalado:
Al correr de los tiempos, hijos de Cuba llegan a México para hacer de éste su asiento y establecer en él su hogar y su familia, para hacerlo partícipe de sus luces y de su cultura, de sus ideales y de sus penas, y aun para gobernarlo. En cambio, hijos de México llegan a Cuba y en ella se encuentran como en su propia casa, como en su propio hogar, como en su patria.[1]
 
Dentro del escenario cultural de las relaciones entre México y Cuba, debe mencionarse en primer lugar lo dispuesto en relación con el Colegio de San Ramón Nonato de Michoacán, el cual cuando fue fundado alrededor de 1630 se estableció que otorgaría apoyo permanentemente a tres becarios de La Habana junto con cinco de la región purépecha. Entre los primeros que llegaron por esta vía se encontraba José Martín Félix de Arrate (1701-1765), uno de los inauguradores de la historiografía cubana y autor de la clásica Llave del Nuevo Mundo (preparada entre 1750 y 1760, aunque no fue publicada sino hasta 1830), hermanado en un propósito de revelación y exaltación de lo autóctono americano con su insigne colega novohispano Juan José Eguiara y Eguren.
  El primer habanero graduado de medicina en la Universidad mexicana fue Diego Vázquez de Hinostroza, hacia 1651, quien también sería reputado astrónomo; a él se unirían más tarde Marcos Antonio Riaño de Gamboa, que además de la medicina ejerció en México como catedrático de matemáticas y astrólogo, alrededor de 1714. Estudiantes cubanos en la universidad mexicana durante el siglo XVII también lo fueron Diego de Sotolongo, Manuel Díaz Pimienta y Cristóbal Calvo de la Puerta (miembro del mayorazgo más antiguo de la isla). José Escobar y Morales, graduado de leyes y medicina en México, ejerció por más de 20 años como profesor de matemáticas en la Universidad de México hasta su muerte en 1737. 

  En la iglesia destacó Santiago José de Hechavarría y Elguezua Villalobos, quien llegó a ocupar el solio episcopal angelopolitano. Brillantes trayectorias eclesiásticas también tuvieron en México José Manuel Rodríguez, autor de un encomiable “Panegírico de la Virgen de Guadalupe”, Juan Manuel Irizarri y Peralta, vicario capitular de la Arquidiócesis de México, Antonio Pimentel y Calvo, visitador del obispado de Michoacán y el notabilísimo José Julián Parreño, decano del Colegio Canónico de México y uno de los mejores oradores sagrados de su época, cuyo necesario rescate moderno ha comenzado recientemente gracias a la labor erudita de Roberto Heredia Correa[2]. A Parreño le correspondió la triste tarea de recibir el mandato real de extrañamiento de los jesuitas en 1767 siendo director del Colegio de San Ildefonso de México, cargo al cual fue elegido por sus méritos desde 1763. Es fama que su prudencia y valor fueron sobresalientes en tan delicados momentos. Retórico sobresaliente, ya desterrado en Roma continuó sus aportes hasta su muerte en 1785, dejando honda huella como uno de los mejores oradores de su época y un gran reformador de la elocuencia académica.
  Otro científico cubano graduado en México fue Francisco González del Álamo (1675-1728), pionero de los estudios médicos en la isla, fundador en México de una cátedra de medicina en el convento de San Juan de Letrán y autor de un aún inencontrado primer impreso cubano: Disertación médica sobre que las carnes de cerdo son saludables en las Islas de Barlovento .[3] Trelles dice de esta obra, remitiéndose precisamente al historiador Arrate, como detalle curioso, “siendo los puercos de esta Isla muy ventajosos á los de otras partes. Así lo sintió D. F. González del Álamo, médico natural de esta ciudad, en la respuesta que dió á la consulta de su Ayuntamiento en 1706, la cual corre impresa, y en ella prueba con razones y autoridades, que por ser nutrimiento y común pasto la palmiche, que da la palma real, naranjas, guayabas agrias y jobos, es su carne más sana y sabrosa que la de aquellos que se sustentan con maíz y bellota”; y agrega: “el Dr. González del Álamo fue el primer fisiólogo que hubo en Cuba y uno de los primeros médicos cubanos. Enseñó Medicina en el Convento de San Juan de Letrán”. A continuación reproduce una nota del historiador Manuel Pérez Beato: “Nació en la Habana el día 3 de febrero de 1675 y fueron sus padres el capitán Lázaro González del Álamo, natural de la Orotava y Da. María Josefa de Figueroa. En la partida de su nacimiento hay una nota marginal que dice: Francisco González del Alamo, médico-Chaochao. Murió. Sabido es que esta familia fue conocida con el apodo Chauchau, que se vé consignado hasta en documentos oficiales. Casó con Doña María Josefa de Viera é Hidalgo, y se enterró el día 2 de Marzo de 1728. Sus hijos, José y Francisco, fueron Curas beneficiados de las parroquiales Mayor y del Spíritu Santo, respectivamente”.[4] El origen de esta cita es Beristáin, sobre quien dice Medina: “Ninguno de los bibliógrafos cubanos ha parado mientes en esta cita de Beristáin, tanto más digna de tomarse en cuenta, cuanto que se refiere al primer impreso de la Habana hasta ahora mencionado. El autor, según lo dice Beristáin, era médico de profesión”.[5]
Juan Vicente Güemes y Horcasitas
  Entre los cubanos que han desempeñado un papel destacado en México corresponde un lugar especial al gran virrey que fue el segundo Conde de Revillagigedo, Juan Vicente Güemes y Horcasitas, nacido en La Habana. Al igual que su padre, gobernó la Nueva España con probidad y eficacia, realizando importantes obras públicas, sobre todo en la capital del virreinato, “transformando ésta en la ciudad más hermosa del universo”, en palabras de Beristáin.[6]
  En el terreno forense destacó en México Juan de Alarcón y Ocaña, sacerdote doctorado en Ávila y quien fuera el primer Abad de la Insigne y Real Colegiata de Guadalupe, en cuya fábrica desplegó singular empeño, de lo cual dejó constancia en su “Memorial ajustado de los autos que se han girado sobre la erección de una iglesia colegiata en el santuario de Ntra. Sra. de Guadalupe, extramuros de la ciudad de México”. Por sus méritos fue nombrado consultor de la Nunciatura de España. Sus hermanos fueron igualmente notables: Diego, capitán de navío y alcalde mayor de Ixmiquilpan, y Francisco, oficial real de las Cajas de Veracruz.
  Ilustrados cubanos en México durante este germinal siglo XVIII fueron Rafael Castillo, doctorado por la Universidad de San Jerónimo de La Habana y consultor del entonces obispo de Cuba, quien se desempeñara como Maestrescuela en la catedral de Yucatán, y José Duarte Burón, colegial y rector del Seminario Tridentino de México, doctorado en la Real Universidad donde fue catedrático de Instituta, además de ejercer como abogado en la Real Audiencia. Más tarde fue canónigo y tesorero de la catedral angelopolitana, donde murió de una apoplejía durante un cabildo eclesiástico, antes de poder posesión de la mitra de Puerto Rico para la cual había sido designado.
  En tierras tarascas anduvo Juan Ferro Machado, quien después de un exitoso desempeño como visitador de la Florida es premiado con una canonjía en la catedral de Valladolid, hoy Morelia. Mientras, en Zacatecas, otro cubano, fray Enrique de la Concepción Argüelles es enviado al Colegio de Propaganda FIDE, semillero de misioneros geógrafos y más tarde pasa también a Michoacán, entonces provincia eclesiástica de San Pedro y San Pablo. El carmelitano cubano fray Manuel de San Juan Bautista fue tan notable que ocupó la alta responsabilidad de rector del Colegio de San Ángel y también fue Prior y Definidor de México y culminó su carrera al ser electo dos veces al provincialato de su orden, la máxima autoridad de los carmelitas novohispanos.
  Otro notable cubano en México de esta época fue Antonio Pimentel y Sotomayor, quien en su corta vida de 40 años (murió en 1753) se desempeñó como colegial de oposición en el importantísimo Colegio de San Ildefonso de México, obtuvo el grado de doctor en Teología y ocupó la cátedra de Sentencias en la Universidad mexicana; fueron tantas y tan evidentes sus dotes, que resultó nombrado visitador del obispado de Michoacán, más tarde juez eclesiástico del valle de San Francisco y culminó su triunfal carrera al obtener la alta dignidad de Canónigo Lectoral, reservada sólo para los más sabios sacerdotes, en la Catedral de Valladolid (Michoacán).
  Al mismo Colegio de San Ildefonso debió su formación Luis Umpierres y Armas, posteriormente doctorado en Salamanca y quien regresó a México nombrado Canónigo de la Catedral Metropolitana, ocupándose además como juez visitador de testamentos y las diversas obras caritativas del arzobispado. Otro notable eclesiástico insular en tierras aztecas fue fray Pedro Rodríguez, agustino electo procurador de su orden ante la Santa Sede y España. Este maestro fue antes prior de los importantes conventos de Veracruz y Puebla de los Ángeles, calificador de la Inquisición en Cartagena de Indias y vicario provincial de los agustinos en Cuba.
  Como prueba añadida de la importante presencia de cubanos en la cultura mexicana durante el siglo XVIII se encuentran dos jurisconsultos notabilísimos: Diego Sánchez Pereira –abogado de la Real Audiencia, donde desplegó intensa y fructífera actividad en beneficio de los miembros de la Orden de San Hipólito, quienes gracias a ello fundaron el hospital de Aguascalientes- y Ambrosio Melgarejo y Aponte, que comenzó sus estudios de artes y filosofía en La Habana para culminarlos en México en el Colegio de San Ramón cuando se licenció y pasó a trabajar como abogado en la Real Audiencia donde llamó la atención por su capacidad, lo cual favoreció fuera nombrado Fiscal y Oidor en Guatemala y Alcalde, Fiscal y Oidor en México. Fue tan reconocida su probidad, que el rey le encargó el proceso de residencia del virrey de la Nueva España, marqués de Valero, al término de su mandato.
  De alguna manera, estos célebres hombres de leyes heredaron la buena disposición hacia ellos proveniente desde el siglo anterior, a través de la presencia en México del cubano Juan Aréchaga y Casas, quien comenzó sus estudios en Cuba y México y más tarde se doctoró en Salamanca –llegó después de una accidentada travesía durante la cual fue capturado por piratas- y allí ganó por oposición la codiciada cátedra de Instituciones Imperiales. Más tarde se requirieron sus servicios en el Nuevo Mundo y aquí vino a desempeñarse como Oidor de la Real Audiencia de México, Visitador de Yucatán, Cozumel y Tabasco. Consultor de la Inquisición mexicana y del Tribunal de Cruzada, sus virtudes lo recomendaron para hacerse cargo de la responsabilidad como juez observador de los bienes de la herencia de la familia de Hernán Cortés, donde hizo especial énfasis en que la voluntad del conquistador fuera fielmente seguida en cuanto al mejoramiento del Hospital de la Limpia Concepción o de Jesús Nazareno, importante institución de beneficencia pública y primer hospital de pobres en tierra firme. Culminó su obra pía fundando con sus cinco hermanas el monasterio de dominicas de Santa Catalina de Siena.
  Esta fuerte y creciente presencia se continúa e incrementa durante el siglo XIX, pero no es ahora el momento de dedicarnos a ella.[7] Lo cierto es que la relación es antigua e intensa y para explicar específicamente en el terreno cultural este vínculo, el especialista Luis Ángel Argüelles, ha señalado sobre este lazo entre México y Cuba: “Sabido es que este país tuvo una mayor actividad cultural que la isla antillana (la Universidad se funda en 1553 y en Cuba en 1728, la imprenta se implanta allá hacia 1539 y por acá en 1723) como consecuencia de la impetuosa explotación minera a que estaba siendo sometido”.[8]


[1] Alberto María Carreño, “Algunos cubanos ilustres en México”.  Conferencia en la Sociedad Mexicana de Geografía y Estadística, 14 de agosto de 1945. Revista Bimestre Cubana, La Habana, V. LIX, 1947. Todas las citas que incluyo son fieles a sus originales.
[2] Roberto Heredia Correa, investigador del Centro de Estudios Clásicos del Instituto de Investigaciones Filológicas, ha publicado el fruto de sus búsquedas alrededor de este personaje en su documentada monografía “José Julián Parreño según su biógrafo” (Jornadas Filológicas 1998, México, UNAM, Instituto de Investigaciones Filológicas, 2000, pp. 395-400).
[3] Habana, 1707, 4°. Así lo considera Palau en su Manual del librero hispanoamericano… (Asiento 104968). En el registro siguiente consigna otra obra de este autor: Método con que deben gobernarse por sus respectivos mayorales los Ingenios de fabricar azúcar en esta Isla (Habana, 1796, 4°).
[4] Carlos M. Trelles, Bibliografía cubana de los siglos XVII y XVIII. La Habana, Imprenta del Ejército, 1927. Segunda edición. pp. 13-14. Existe reproducción facsimilar (Graus Reprint Ltd. Vaduz, 1965).
[5] José Toribio Medina, La imprenta en La Habana. 1707-1810. (Reprint series of  J.T.M.’s Bibliographical works. N. Israel-Amsterdam, 1964). p. xxxiii.
[6] José Mariano Beristáin de Souza, Biblioteca Hispano Americana Septentrional. Vol. III.
[7] Vid. Ana Gloria Mesa de la Fé, Escritores cubanos emigrados en Hispanoamérica (1868-1898). La Habana, Academia de Ciencias de Cuba-Instituto de Literatura y Lingüística, 1985. Especialmente, pp. 3-21.
[8] Luis Ángel Argüelles, “Cubanos en México”, Temas cubanomexicanos, México, UNAM-IIB, 1989. p.60.

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