Friday, February 19, 2021

Los títulos nobiliarios en Cuba

 Por Alejandro González Acosta

Al proclamarse en 1902, la República de Cuba tuvo una sabia política de conciliación y convivencia con los españoles. Quizás el gobierno de ocupación norteamericano pudo influir en esta razonable moderación, que sirvió también como una etapa de transición para apaciguar las tensiones entre ambos bandos, hasta poco antes empeñados en una cruenta y feroz guerra.

Contrariamente a otros países del continente en el momento de su independencia, en Cuba no sólo no se desterró a los españoles (en México hubo tres expulsiones de hispanos y de extranjeros en general, sólo en la primera mitad del siglo XIX), sino se estimuló, aunque con ciertas resistencias, que vinieran más inmigrantes europeos a establecerse en ella. Y, a pesar de ser una república, los títulos nobiliarios se mantuvieron, pero sin el reconocimiento oficial. Se podía ser cubano y tener un título, lo cual no ocurría en México, donde ostentar una dignidad nobiliaria era –y aún lo es legalmente- causa de pérdida de la nacionalidad y de la incautación de los bienes.

Así pues, en la Cuba todavía española, primero con las reformas de Mendizábal y finalmente con las de Madoz, los títulos fueron “desvinculados”, es decir, ya no incluían la propiedad de terrenos, como era en su origen feudal. Entonces se podía ser duque, conde o marqués, y no tener un patrimonio personal territorial aparejado con el título. Los bienes privados que poseían los aristócratas criollos eran sólo por ser individuos particulares, como cualquier ciudadano más.

Como se sabe, la población original que habitaba la isla de Cuba a la llegada del conquistador, resultó diezmada casi hasta el exterminio total. Entonces el territorio se repobló gradualmente con españoles deseosos de conseguir fortuna y bienestar, y con la importación de esclavos africanos para sustituir a los indígenas cercanos a la extinción. Aunque cierta historiografía logró imponer por demasiado tiempo la idea de que América fue colonizada sólo por “asesinos, ladrones, reclusos, prófugos”, y “otras gentes de cien mil raleas”, pero todas patibularias, lo cierto es que al Nuevo Mundo también vinieron numerosos miembros de familias aristocráticas hispanas, hidalgos, comerciantes y artesanos, atraídos por las oportunidades que brindaba un continente donde todo estaba por hacer.

Primero llegaron pobladores de las regiones correspondientes a la Corona de Castilla, y luego se fueron agregando de otras zonas españolas, como Aragón, Las Canarias y Las Baleares. Apellidos como los Cárdenas, junto con los Peñalver, Montalvo, Arango, Aldama, Morales, de la Cámara y Herrera, son históricamente de las familias antiguas más importantes en la isla[1], por su desempeño en la industria, la política, la administración, la banca, el comercio y la milicia, combatiendo lo mismo contra los piratas que otros enemigos agresores, como holandeses, franceses e ingleses, sosteniendo a su costa tropas y armamento, siempre al servicio del rey. Se ha calculado que son 33 las principales familias cubanas más antiguas que llegan al presente, con sus frecuentes enlaces entre ellas.[2]


Pero también tuvieron un papel importante en la cultura y la ciencia insulares, como fue el caso, por sólo citar un temprano ejemplo, del fraile José María Peñalver, considerado el primer proto-lexicógrafo en Cuba, y miembro de esa importante familia de la aristocracia criolla, nada menos que sobrino del poderoso Luis María Ignacio de Peñalver y de Cárdenas, Calvo de la Puerta y Sotolongo, Obispo de Nueva Orleans y de Guatemala, hijo del primer Conde de Santa María de Loreto y también sobrino del primer Marqués de Casa Peñalver.

Así como en Europa y otras regiones del mundo, la aristocracia cubana fue un grupo de élite que reunía a los sujetos privilegiados más preparados, capaces y decididos, para emprender grandes propósitos de mejoramiento personal, lo cual se revirtió simultáneamente en el progreso y avance de sus posesiones, y formaron auténticos tejidos de intereses y obligaciones, estableciendo de este modo las primeras redes sociales, las cuales además se vinculaban familiar y consanguíneamente, por compadrazgo o matrimonio, logrando imponer gradualmente sus propósitos en las respectivas demarcaciones, de tal modo que fueron el núcleo básico, a pesar de su españolidad originaria -y quizá por lo mismo-, para cimentar las bases de las nuevas naciones, como el estamento criollo.

Precisamente por eso, en Cuba como en otras partes, es ese sector ilustrado y poderoso el primero y más determinado para avanzar hacia un proyecto de emancipación y soberanía. Las familias que fraguan desde sus comienzos la independencia, proceden de ese grupo social ya con una conciencia propia de su destino: los Agramonte, Agüero, Aldama, Arango, Armenteros, Calvo, Cárdenas, Céspedes, Cisneros, Delmonte, Herrera, Loynaz, Madam, Montalvo, Morales, O’Farrill, Oquendo, Peñalver y Quesada, son de las primeras familias asentadas en la isla, y habían formado con el tiempo, sus posesiones y generaciones sucesivas, una visión de futuro luego cristalizada en una incipiente conciencia nacional. Llevaban en ellos, como dijo un trovador, “luz de terratenientes y de revolución”.

Como escribió el Conde de Jaruco[3]:

Por su antigüedad en el territorio y por su importancia, pueden considerarse estas familias como las clásicas cubanas. Durante muchas generaciones fueron contribuyendo notablemente en todas las ramas de la actividad humana, al desarrollo y fomento de la Isla; fundaron pueblos y ciudades a su costo, desempeñaron los primeros cargos y gozaron de gran influencia con sus gobernadores. Por los méritos contraídos dentro del territorio cubano, muchas de ellas obtuvieron títulos nobiliarios, algunas con Grandeza de España, y otros con Señoríos, cuyas mercedes representan a través del tiempo el recuerdo de grandes servicios prestados en la Isla de Cuba; por lo cual, sus nombres se encuentran vinculados a la historia de la nación.

Gran parte de aquella prosperidad cubana se debió a la visión, el impulso y la determinación de ese sector, que con sus iniciativas animó la economía insular de forma admirable desde el siglo XVIII, primero como una factoría, un simple apostadero de servicios de aprovisionamiento y refacción para las flotas, pero más tarde con los dos cultivos que le dieron fama universal al país: la caña de azúcar y el tabaco, a los cuales se añadiría el café después de la Revolución de Haití. Fernando Ortiz (1881-1969) estudió de forma ejemplar en su Contrapunteo cubano del tabaco y del azúcar (1940)[4], con su imprescindible prólogo original de Herminio Portell Vilá, el par de columnas fundacionales no sólo de la economía sino de la historia y la sociedad cubana, con dos modos diferentes y complementarios de pensar y entender el país. Esta obra, a pesar de que su autor modestamente la llamó “un juguete”, constituye uno de los momentos culminantes del pensamiento insular, y es referencia inexcusable para quienes pretendan comenzar a entender la constitución física y humana de Cuba. En sus páginas se encuentra, implícitamente, el papel desarrollado por esa aristocracia en la forja de la economía cubana y el progreso nacional.


Cinco años antes de la muerte de Ortiz, Manuel Moreno Fraginals (1920-2001), publicó la primera versión de su clásico El Ingenio. El complejo económico social cubano del azúcar (1964), donde expuso su tesis del “fracaso de la sacarocracia cubana” como clase social, libro sobre el que perceptivamente Javier Figueroa advierte “escrito en clave de tragedia”.[5] El régimen cubano –y especialmente Ernesto Che Guevara- acogieron con beneplácito esta obra desde el principio, que junto con sus muchos méritos, reforzaba indirectamente la estrategia oficial de desvirtuar el papel de la burguesía cubana en la formación de la conciencia y la grandeza nacional, y sugería la inevitabilidad de la revolución socialista, pero el mejor argumento para su contraste fue la monumental obra Cuba: Economía y Sociedad[6], de Leví Marrero Artiles (1911-1995), quien demostró el carácter fundacional y decisivo de la aristocracia y la ennoblecida burguesía cubana en el auge del país. Ya en el exilio, observo que el sabio Moreno Fraginals reconsideró sustantivamente su posición de 1964, al publicar su última gran obra, Cuba/España: España/ Cuba. Historia común[7], escrita ya en condiciones de plena soberanía intelectual, como él mismo reconoció. Creo que esa “sacarocracia” cumplió adecuadamente con su papel en la medida de sus posibilidades históricas concretas, más aún cuando el mismo Moreno reconoce que esta fue “la más sólida y brillante clase burguesa en América Latina”: no era aún, supongo, el momento de cantar “La Internacional” sino, en todo caso y a lo sumo, “La Marsellesa”.

Tal parece que según aquella posición, la consecuencia inmediata debió ser la independencia (incluso antes que la de las Trece Colonias Inglesas), y luego inevitablemente una etapa superior, que a la larga desembocaría en la Revolución Socialista, de acuerdo con el canon del determinismo fatalista del marxismo en su más perfecta ortodoxia, pasando por alto que el reformismo y luego el autonomismo, fueron también opciones tan sensatas como prácticas dentro de las posibilidades de la época, mucho antes que se ensayara el proyecto separatista, al cual se llegó sólo cuando hubo que desechar los programas anteriores. No advierto ningún fracaso ni traición de ese sector, pues ¿por qué y para qué habrían de buscar fundar otra nación si ya formaban parte de una? En realidad, ellos eran más próximos emocional e intelectualmente a los ilustrados españoles (de quienes eran homólogos), que al resto de los criollos: la traición y el fracaso de esa sacarocracia habría sido realizar algo diferente a lo que importaba sustancialmente para sus intereses.

En definitiva, entre algunos historiadores ha existido la inclinación a reescribir la historia como debió ser y no atender la que realmente fue, aplicando visiones teleológicas –en su origen profundamente aristotélicas y más cercanamente kantianas y hegelianas- alejadas de la lógica instrumental y partiendo de una supuesta eticidad, que no aplica en los fenómenos ampliamente sociales, siendo como es la ética una expresión individual y particular, a diferencia de la moral.

Se trataba de fortalecerse como clase, no necesariamente con un objetivo soberanista o emancipatorio, pasando por alto que los intereses nacionales empiezan por ser intereses particulares. Así pues, no percibo ningún fracaso en eso, sino el cumplimiento de una secuencia lógica coherente e históricamente determinada.

Genealogistas cubanos:

Los temas genealógicos cubanos no han tenido demasiados estudiosos, pero sí competentes. En primer lugar, Don Francisco Xavier de Santa Cruz y Mallén Santa Cruz y del Prado, VI Conde de Jaruco y de Santa Cruz de Mopox, (1889–1954), autor de la Historia de las Familias Cubanas, la nobleza cubana y sus orígenes, que se publicó en nueve volúmenes sucesivamente en La Habana y Miami, de entre 1940 a 1988. Aunque con algunas deficiencias documentales, sigue siendo una obra clásica de esa disciplina histórica en Cuba. Sin ser un historiador profesional ni tener una formación especializada, Jaruco (como se le conocía amistosamente) realizó constantes búsquedas en los entonces bastante precarios archivos cubanos y españoles, así como sostuvo una extensa red de corresponsales y colaboradores, a quienes apoyaba y financiaba de su peculio particular. Otros historiadores profesionales con adecuada formación académica, han revisado esta obra y realizado valiosos aportes y rectificaciones. Por estas circunstancias, en Cuba existió también una sólida tradición de aplicados estudiosos de la genealogía y la heráldica, pero durante el último medio siglo esta disciplina no se ha sostenido mucho en la isla, sino más en el exilio.


Entre 1945 y 1952 el Conde de Jaruco escribió regularmente la sección “Del pasado” en el Diario de La Marina. Mayra Sánchez-Johnson, Presidenta de la Cuban Genealogy Society, identificó 164 de estos artículos y publicó la relación de ellos en la Revista de esa sociedad, en Abril de 1988. Además del Conde de Jaruco, pueden mencionarse los trabajos generales de Joaquín de Posada y de Vega (Anuario de Familias Cubanas: 1965-1980); Rafael Nieto Cortadellas
(Genealogías habaneras, Madrid, Ediciones de la Revista Hidalguía - Instituto Luis de Salazar y Castro del CSIC, cuatro tomos: 1979-1996, con Prólogo de Vicente de Cadenas y Vicent; Dignidades nobiliarias  en Cuba, Madrid, Instituto de Cultura Hispánica, 1953,  y Los Villa Urrutia: un linaje vasco en México y La Habana, 1951); Fermín Peraza Sarausa (Diccionario Biográfico Cubano, Gainsville, Florida, 1966); Leví Marrero (Cuba: isla abierta. Poblamiento y apellidos: Siglos XVI-XIX, Puerto Rico, Capiro, 1994); Juan Bruno Zayas de La Portilla (“La Isla de Cuba: conquistadores, pobladores y libertadores”, Herencia, Vol. 10, Nº 3, Otoño de 2004) su invaluable Orígenes. Compendio histórico-genealógico del linaje Zayas: descendencia del Infante Don Jaime de Aragón (Miami, Zayas Publishing, 2003,  2 volúmenes, 1264 pp.); o más regionales, como Enrique Orlando Lacalle Zauquest (1910–1993) con su monumental Cuatro siglos de historia de Bayamo (1ª edición: 1947; 1ª edición anotada, por Ludín Bernardo Fonseca García, Ediciones Bayamo, 2010), y de quien se mantiene inédito aún un rico archivo y epistolario; y entre los más recientes, Antonio Herrera-Vaillant, Félix Enrique Hurtado de Mendoza y Pola (1924-2016), Ex Marqués de San Juan de Rivera (su colección personal se conserva en la Green Library de la Florida International University), el Padre Juan Luis Sánchez, y Francisco Escobar Guio.

Aunque españoles, tampoco puede obviarse el voluminoso Diccionario Heráldico y Genealógico de apellidos españoles y americanos (Madrid, Imprenta de Antonio Marzo-Artes Gráficas, 1919-1963; 88 volúmenes, valerosamente continuado por Endika Mogrobejo), de los hermanos Alberto y Arturo García Carraffa, pues el vínculo sanguíneo cubano con su antigua metrópoli es inexcusable para identificar las raíces y orígenes familiares.

En el exilio funciona además el activo Cuban Genealogy Club of Miami (2001), que publica semestralmente la interesante revista Raíces de La Perla. También es muy valiosa por la profusa información que reúne una obra excepcional: La Enciclopedia de Cuba, escrita por varios autores coordinados por Gastón Baquero, y que fue un empeño editorial admirable de Vicente Báez[8] (también gestor de otra similar sobre Puerto Rico, en 15 volúmenes), como parte de la Colección Enciclopedia y Clásicos Cubanos, de las Ediciones Universal de Juan Manuel Salvat, publicada en 14 tomos en Miami entre 1973 y 1975.

Los estudiosos e interesados en la genealogía cubana, hoy se agrupan sobre todo en la página CUBAGENWEB (Cuban Genealogy Center. Resources for those searching for their Cuban roots), en línea desde 1996. Una fuente de investigación especializada es la Colección “Félix Enrique Hurtado de Mendoza” en la Green Library at Florida International University Specials Collections and University Archives.

Desde París, el investigador cubano exiliado William Navarrete (Blog: “Genealogía holguinera”) ha realizado puntuales pesquisas que cuentan entre sus frutos recientes el título Genealogía cubana. San Isidoro de Holguín (Miami, Aduana Vieja, 2015), en colaboración con María Dolores Espino, basado en una antigua compilación de 1735 sobre los fundadores y primeros pobladores de esa ciudad que tanto ha influido en los destinos nacionales.

Mucho más antigua que Holguín es la ciudad de San Salvador de Bayamo, fundada por Diego Velázquez en 1513, ella segunda villa en la isla; fue Enrique Hurtado de Mendoza quien dio noticia cercana de una pieza valiosa sobre sus fundadores en su estudio “Familias establecidas en Cuba desde el siglo XVI, que llegan al XXI por la línea agnada” (Revista Hidalguía, Madrid, Nºs 304-305, Mayo-Agosto de 2004), a propósito del Libro de las familias de Bayamo, que hubo desde el año de 1512 que comenzó su población hasta el de 1775..., del Capitán Pedro de Prado y Pardo, transcrito por el Ingeniero Alberto Ferrer Vaillant, manuscrito originalmente en la antigua Academia de la Historia de Cuba, y para esa fecha (2004) en el Archivo del Arzobispado de La Habana, el cual le sirvió al historiador bayamés Ludín Bernardo Fonseca García para publicar Las familias de Bayamo 1512-1775 (Bayamo, Ediciones Bayamo, 2012), editado, corregido y anotado por él.

Varias de estas familias próceres tienen sus orígenes en los primeros colonizadores de la isla: fundaron pueblos y ciudades, y crearon industrias e instituciones de beneficencia con positivo efecto social. Además, como era un sector ilustrado con abundantes contactos internacionales y recursos suficientes, formaron grandes acervos bibliográficos que luego fueron donados a las bibliotecas públicas, y se convirtieron en parte del patrimonio cultural de la nación, como la de Don José María Chacón y Calvo (1892-1969), VI Conde de Casa Bayona[9], legada a la Sociedad Económica de Amigos del País[10]. O también reunieron valiosas piezas artísticas, como la Colección de Arte Antiguo (Egipto-Grecia-Roma) que aportó en 1956 como depósito en comodato al Museo Nacional de Bellas Artes Don Joaquín Gumá y Herrera (1909-1980), VI Conde de Lagunillas y VIII Marqués de Casa Calvo, quizás la más valiosa de su género en América Latina. Ambos aristócratas cubanos fueron reconocidos eruditos y además generosos mecenas del país.



[1] Vid. Enrique Hurtado de Mendoza, “Familias establecidas en Cuba desde el Siglo XVI, que llegan al Siglo XXI por la línea agnada”. Revista Hidalguía, Nº 304-305, Año LI, Mayo - Agosto de 2004.

[2] Vid. Enrique Hurtado de Mendoza, Origen y desarrollo de la Élite cubana, Siglo XVI – Siglo XXI. Libro inédito. Green Library in Florida International University.

[3] En esta cita, se remite al Diario de la Marina del 7 de julio de 1946.

[4] La edición más reciente y actualizada es la de Cátedra (Madrid, 2002), preparada por Enrico Mario Santí.

[5] Javier Figueroa, «El Ingenio», un texto en clave de tragedia”, Cubaencuentro, 16 de septiembre, 2020.

[6] Comenzó a ser publicada en 1972 por Editorial San Juan, de Puerto Rico, y se terminó por la Editorial Playor de Madrid en 1992, con un total de 17 volúmenes.

[7] Barcelona, Grijalbo-Mondadori, 1995.

[8] Editor cubano fallecido en Puerto Rico. En algún momento, según me cuenta mi buen amigo Don Juan Manuel Salvat, también emprendió la Gran Enciclopedia Martiana, (Miami, Editorial Martiana, 14 tomos, 1978), asociado con el empresario Ramón Cernuda.

[9] El titular actual, después de varios reclamos finalmente resueltos, es el Dr. Eduardo Martínez Du Bouchet, IX Conde de Casa Bayona y X Marqués de Arcos. También tiene en proceso de revisión los títulos de Condes de Casa Peñalver y de Santa María de Loreto, y el de Marqués de Bellavista.

[10] Actualmente, Instituto de Literatura y Lingüística “José Antonio Portuondo Valdor” de la Academia de Ciencias de Cuba.

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