Por Rafael
E. Saumell
El
22 de enero de 1948, cerca de las nueve y media de la mañana, dos destacados
políticos cubanos, Jesús Menéndez Larrondo (1911-1948) y Alberto “Beto” Saumell
Soto (1908-1991), se conocieron y reunieron en la oficina del segundo en la
ciudad de Bayamo donde este ocupaba el cargo de alcalde desde 1944.
Representaban dos bandos políticos opuestos: el Partido Socialista [Comunista] Popular
(PSP), y el Partido del Pueblo Cubano (Ortodoxo)[1]. Horas
más tarde, Menéndez caería asesinado por el Capitán Joaquín Casillas Lumpuy
(1907-1959), en la terminal de trenes de Manzanillo.
En aquella fecha fungía como presidente
de la república el Dr. Ramón Grau San Martín (1882-1969), electo en 1944 y
afiliado a los auténticos. Asimismo, Menéndez dirigía la Federación Nacional de
Obreros Azucareros y era Representante a la Cámara. ¿Qué hacía el sindicalista
en Bayamo y por qué se presentó en el despacho de Saumell?
Precisamente de eso trata el
testimonio escrito por Saumell bajo el título “La muerte de Jesús Menéndez”, reproducido
a continuación y en su totalidad, fechado el primero de noviembre de 1977, a
petición de Josefina Ruiz, añade, quien según consta en el texto “necesitaba
estos datos para escribir un libro sobre la vida y muerte de Jesús Menéndez.”[2]
¿Cómo llegó este documento raro y
excepcional a mis manos? Él me lo entregó en su casa, ubicada en Calle 19 No.
263 entre 17 y 19, Vedado, La Habana, Cuba. Gracias a valiosos intermediarios,
logré sacarlo de Cuba y recuperarlo más tarde. En la dirección indicada, el
autor residió por varios años hasta que se marchó de la isla entre 1979 y 1980.
Vivía en el ostracismo, sin conexión alguna con el gobierno de Fidel Castro,
salvo los lazos histórico-políticos que mantuvo con movimientos y personas
vinculadas a la rebelión contra Fulgencio Batista a partir de marzo de 1952,
rotos después de 1959, sobre todo cuando su hijo Alberto Saumell del Valle fue
arrestado y a renglón seguido condenado a prisión por los tribunales
revolucionarios.[3]
Años
atrás, Beto Saumell también se había destacado por su rebeldía contra la
dictadura (1925-1933) del general Gerardo Machado Morales (1871-1939), por la
cual fue enviado a la cárcel en Isla de Pinos (1931), donde compartió idéntico
destino junto a otros sancionados, entre ellos Carlos Prío Socarrás (1903-1977),
quien llegaría a ser presidente de la república (1948-1952), Raúl Roa García
(1907-1982), Ministro de Relaciones Exteriores (1959-1976), y su amigo
entrañable Pablo de la Torriente Brau (1901-1936), quien lo cita en repetidas
oportunidades en Presidio Modelo (1969).[4]
¿Cómo lo conocí? No a causa de llevar
un mismo apellido, sino por mediación de Segundo Curti Messina (1910-2000), Representante
a la Cámara y ministro en los gobiernos de Ramón Grau San Martín (1882-1969) y
Carlos Prío Socarrás, entre 1944 y 1952. Ambos tenían para mí el poderoso atractivo
de haber sido individuos muy prominentes en la política nacional antes de 1959,
y de haber pasado al anonimato desde entonces. Igualmente, se habían quedado en
la isla, tal y como lo hizo Grau San Martín. Según Curti Messina, esa decisión
la tomaron porque “este muchacho” [Fidel Castro] “…no era el dueño del país”.[5]
Cuando Eduardo “Eddy” Chibás (1907-1951)
decidió romper filas con los Auténticos (1947), y fundar el Partido del Pueblo
Cubano (Ortodoxo), Saumell lo secundó, y este dato lo señala en el documento en
cuestión. Fue uno de los dirigentes nacionales de la nueva entidad y con ella
militó más allá del balazo que se disparó el propio Chibás (5 de agosto de
1951), en uno de los estudios de la radioemisora CMQ, el cual le costó la
existencia (16 de agosto). [6]
A partir del golpe de estado 10 de
marzo de 1952, dado por el expresidente Fulgencio Batista (1901-1973), se sumó
a los esfuerzos para derrocarlo, como lo demuestra el comandante Húber Matos (1918-2014)
en el capítulo 3 de Cómo llegó la noche (2002)[7]:
“En la casa de Nelson Béquer, en Manzanillo, un grupo de líderes regionales del
Partido del Pueblo Cubano (ortodoxo), nos reunimos con dos miembros de la
dirección nacional, los legisladores Alberto Saumell Soto y Luis Orlando
Rodríguez (1912-1989). Ellos plantean que no queda otro camino que la lucha,
que nos organicemos clandestinamente para responder con hechos hasta acabar con
la dictadura” (39).
Anteriormente
expliqué que para 1977 Beto Saumell vivía desconectado, a la fuerza, de la vida
pública nacional. Sin embargo, no estaba fuera del alcance de periodistas e
investigadores sobre el período republicano que lo consultaban con cierta
frecuencia para conseguir informaciones y valoraciones sobre personas y sucesos
con los cuales estuvo vinculado. Eso explica por qué fue visitado por Josefina
Ruiz con respecto a “la muerte de Jesús Menéndez”. Al parecer se sabía que él
había sido una de las últimas personas que habló con el sindicalista antes de
ser asesinado pero no había una declaración suya grabada o de puño y letra.
De
lo que no existía duda era que el capitán Casillas Lumpuy lo mató en el sitio,
el día, y a la hora admitidas. Sin embargo, hay dos versiones consistentes en declarar
que: a) Menéndez disparó primero y el militar ripostó con ventaja mortal para
él; b) Menéndez no llevaba ningún arma consigo. El testimonio de Saumell aclara
que el visitante le enfatizó estar desarmado, que su misión en la provincia se
basaba en hacer gestiones ante ciertos administradores de ingenios para que
empezaran a cumplir con las disposiciones del Diferencial Azucarero.[8]
Subrayó que no intentaba promover huelgas, que estaba avisado de planes de
atentado contra su persona y por eso le pidió apoyo y acompañamiento al alcalde
de Bayamo.[9]
Hace
seis años esa polémica volvió a alcanzar vigencia debido a un artículo del
historiador Newton Briones Montoto (NBM) con el sugestivo encabezamiento “La
muerte de Jesús Menéndez: una historia mal contada.”[10] A
resultas de ello, Steve Cushion, historiador inglés, redactó una “Carta abierta
a NBM.” Hubo otras refutaciones reconocidas por Briones Montoto en “Respuesta a
una historia mal contada”, procedentes de Pedro Antonio García, de Angelina
Rojas Blaquier, y de Vladimiro Roca. Finalmente, el sitio Cubadebate
publicó una entrevista a Teresita de Jesús Menéndez Cervera, hecha por Felipa
de las Mercedes Suárez Ramos: “El orgullo de ser hija de Jesús Menéndez.”
Recomiendo con gran énfasis leer todos esos trabajos debido al valor argumentativo que muestran, a las diatribas políticas que manifiestan y las potentes tensiones ideológicas que aún existen a la hora de valorar el período republicano y el actual. De manera similar, confieso que me da mucha alegría haber salvado del olvido las páginas e, insisto, “estos recuerdos” de Beto Saumell, para que sirvan de reconocimiento adicional a su muy meritoria trayectoria personal de entrega y sacrificios consecuentes, en beneficio de su nación y por más de medio siglo. Ojalá que aparezcan más escritos suyos o sobre su persona de ahora en adelante, por un mejor porvenir.
[1] Hasta 1947 Beto Saumell fue miembro del Partido Revolucionario
Cubano (Auténtico), cuando Eduardo Chibás sentó las bases para la formación del
Partido Ortodoxo, tal y como lo aclara él en el documento.
[2] Para reforzar la originalidad de dicho documento ver la copia
facsimilar incluida en este trabajo. No se hizo ningún cambio ni en la
ortografía ni en la sintaxis. Al cierre de este trabajo, aún no he podido
hallar ninguna bibliografía de Josefina Ruiz dedicada a Menéndez. Por
consiguiente, es posible que esta sea la primera ocasión en que se publiquen
íntegramente “estos recuerdos” del antiguo alcalde.
[3] Ver Enri Saumell, “Beto Saumell: alcalde de la dignidad”. http://www.cubademocraciayvida.org/web/article.asp?folderID=136.
[4] Consultar, por ejemplo “XLII: Lo que nos contó Saumell”. La
Habana: Editorial de Ciencias Sociales, 1969: 413-420.
[5] Conocí a Curti Messina hacia 1975 y mantuve conversaciones con él
regularmente en su casa del municipio Playa hasta 1988 cuando salí de Cuba. La
frase entrecomillada me la dijo en una de mis visitas.
[6] Consultar La Enciclopedia de Cuba. Gobiernos republicanos.
Tomo 14. Editor Vicente Báez. San Juan y Madrid: Enciclopedia y Clásicos
Cubanos, Inc.: 423-424.
[7] Barcelona: Tusquets Editores, S.A., tercera edición, 2007.
[8] Portell Vilá explica qué fue el diferencial azucarero: “En enero
de 1946 el Presidente Grau San Martín ponía en práctica otra original idea para
una distribución equitativa de las ganancias de la industria azucarera. Se le
llamó el “diferencial azucarero” porque se hacía cargo de la diferencia que
había en cuanto a ganancias por la venta de azúcares a Estados Unidos a un
cierto precio, y la venta en el mercado mundial, donde los precios eran más
altos. En opinión del Dr. Grau San Martín ese exceso diferencial de ganancia no
podía ser para el fabricante y vendedor de azúcar solamente, sino que debía ser
a beneficio de todo el país” Nueva Historia de la República de Cuba
(Miami, Florida, La Moderna Poesía, Inc., 1986: 579-580).
[9] Sin embargo, Portell Vilá contradice en varios aspectos esenciales
lo planteado por Menéndez de acuerdo con el testimonio de Saumell: “de 1947 en adelante
hubo una guerra abierta de los “auténticos” contra los comunistas, como en
otros tiempos…El hecho más sensacional en la nueva pugna tuvo lugar en enero de
1948, cuando el congresista Jesús Menéndez, miembro del Partido Socialista fue
muerto a balazos…cuando trataba de abrirse paso a través de una fila de
soldados para arengar a los trabajadores de un central azucarero a fin de
que paralizaran sus trabajos…era un hombre terrible con una pistola e
iba armado al surgir el incidente.” [mi énfasis] Nueva
Historia de la República de Cuba: 569-570).
[10] Espacio Laical # 2, 2016: 78-85. 078_La_muerte_de_Jesus_Menendez_-_una_historia_mal_contada.pdf
(espaciolaical.net)
Vladimiro Roca. “¿Una historia mal
contada? Espacio Laical #3-4: 102-106. ESPACIO
LAICAL No 3-4 2016.pdf
Steve Cushion. “Carta abierta a Newton
Briones Montoto”. Espacio Laical # 1, 2017: 72-75. 072-075CartaNewtonBriones.pdf
(espaciolaical.net)
Newton Briones Montoto. “Respuesta a
una historia mal contada.” Espacio Laical # 1, 2017: 76-82. 076-082RespuestaUnahistoria.pdf
(espaciolaical.org)
Pedro Antonio García. “La historia
tal como fue.” Bohemia. 21 de
enero, 2017. La historia
tal como fue | Revista BohemiaRevista Bohemia
Angelina Rojas Blaquier. “A propósito
de una historia mal contada.” Trabajadores 5 enero, 2017.
A
propósito de una historia mal contada • Trabajadores
Felipa de las Mercedes Suárez Ramos. Cubadebate.
22 enero, 2018. “El orgullo de ser hija de Jesús Menéndez.” http://www.cubadebate.cu/especiales/2018/01/22/el-orgullo-de-ser-hija-de-jesus-menendez/print
Por Alberto Saumell Soto
“Quamquam animus menimisse horret incipiam”.
[“Ante
lo cual mi memoria retrocede con dolor”]
.Virgilius.
El día 22 de Enero de 1948 ocupaba yo el cargo de Alcalde Municipal de Bayamo, elegido por el Partido Auténtico. Me encontraba en mi despacho de la alcaldía esa mañana, como de costumbre, atendiendo durante las primeras horas del día a todo el que a mí se dirigía, sin audiencia previa. Como a las nueve y media entraron a mi despacho los dos más connotados líderes comunistas de Bayamo, los señores Riverón y Fleitas, para decirme que el líder sindical comunista Jesús Menéndez quería hablar conmigo, que él estaba afuera con el también líder comunista Paquito Rosales, exalcalde municipal de Manzanillo, en espera de que le concediera una entrevista. Les dije que con mucho gusto los recibiría tan pronto como terminara con las audiencias que tenía por delante. Riverón y Fleitas salieron y cuando terminé los mandé a pasar a mi despacho. Tras la presentación porque yo no conocía personalmente a Jesús Menéndez aunque lo había oído nombrar como dirigente sindical azucarero y representante a la Cámara por el Partido Comunista, los invité a sentarse y les dije:
“¿En qué puedo servirles?”
“Vine a verlo por un asunto muy especial”, me dijo Menéndez, “Yo ando en ciertas gestiones con los administradores de ingenios sobre el Diferencial Azucarero, porque no se está cumpliendo con esa ley en muchos centrales, y al llegar aquí para hablar con el administrador del Central Mabay, se me ha informado que me van a hacer un atentado cuando llegue al ingenio”.
“Yo no creo eso”, le dije, “porque el gobierno auténtico no persigue a nadie por sus opiniones políticas ni usa ese tiránico sistema de los atentados. Aquí hay libertad y respeto para todas las opiniones, incluyendo las de ustedes, puesto que tienen su partido perfectamente legal y sus representantes a la Cámara, de los que Ud., Menéndez, es uno de ellos, y al Senado”.
“Mire señor Alcalde”, me dijo en un tono conciliador y confidencial, “eso es así; pero yo le aseguro que esta información que me han dado viene de fuentes fidedignas y estoy seguro de que me están velando y me van a hacer el atentado. Si no estuviera seguro no vendría a decírselo a Ud., que me ha sido recomendado por sus condiciones de hombre recto, por mis compañeros Riverón y Fleitas”.
“¡No sabe cuánto se lo agradecería!”, me contestó.
“Bien, pues ahora mismo podemos salir para allá en mi auto”.
Salimos y me puse al timón de mi auto Chevrolet acompañado por Jesús Menéndez, que iba en guayabera…bueno, todos íbamos en guayabera, y se sentó a mi lado, al lado de él, junto a la ventanilla, iba Paquito Rosales, detrás Riverón, Fleitas y Raúl Sánchez, joven empleado del ayuntamiento a quien le decíamos el Gallego.
Noté que Jesús Menéndez no llevaba revólver. Le pregunté:
“¿Pero Ud. no usa revólver?”
“Nunca uso revólver”, me contestó.
“Tampoco yo lo uso”, le dije, “porque cuando yo era muchacho veía a los políticos menocalistas y liberales siempre armados de tremendos cuarenta y cinco y con sombreros de jipijapa, y juré que si algún día yo fuere político no lo usaría. Y así lo he cumplido. Nunca uso revólver ni sombrero de jipijapa”.
Por este estilo íbamos conversando por el camino de terraplén que partía desde la carretera de Manzanillo hacia el Central Mabay. Había dos caminos para ir a Mabay, uno más largo que iba directamente al pueblo de Mabay que está al lado del ingenio, y otro más corto que conducía al ingenio por una colonia de caña en donde hay un portillo de entrada en esa colonia y de ahí en línea recta hasta un portón por el que se entra en el batey del ingenio. Cerca del portón había una casita de madera habitada por una mujer viuda de un obrero accidentado, que la administración le entregó para que ella cuidara de dicho portón o talanquera cuando venía algún vehículo, y como era la costumbre, todos le daban una propina a la mujer. Esta vez, cuando me iba se dirigía desde su casita al portón para abrirlo, lo cual era algo perfectamente normal. Lo que no era normal fue que cuando ya estábamos cerca vimos a dos guardias rurales armados en el portón. La mujer abrió antes de que nosotros llegáramos; pero cuando llegamos uno de los guardias nos dijo que tenían órdenes de no dejar pasar. Desde luego yo observé que estaban un poco nerviosos y que habían estado hablando como secreteándose apenas hubimos llegado. Le contesté al guardia:
“Yo soy el alcalde de Bayamo y nadie puede impedirme entrar aquí; de modo que si Ud. tiene una orden que cumplir, cúmplala, pues yo tengo la orden mía como alcalde de que nadie me puede impedir entrar”.
Y pisé el acelerador para entrar. Entonces me pidió que lo llevara hasta la oficina del ingenio a ver a su jefe, el capitán no sé qué. Le dije que sí y se montó en el guardafango del auto. Por supuesto que ellos, los soldados, me conocían, y no se imaginaron que yo pudiera ir ese día al ingenio, así es que no sabían qué hacer ante mi imprevista presencia…y nada menos que con Jesús Menéndez. Dentro del batey rodamos hasta la casa de las oficinas y parece que al oír el ruido del motor de mi auto salió de adentro el capitán jefe del Escuadrón 35 de Bayamo.
Debo aclarar que hasta hacía poco había sido jefe de dicho Escuadrón el Capitán Casillas Lumpuy, que después fue [sic] trasladado creo que para Palma Soriano. Durante el tiempo en que estuvo en ese cargo se portó correctamente conmigo como alcalde, y en algunas ocasiones en que su actuación no se ajustaba a la ley le llamaba la atención y se ponía en su lugar, porque es cierto que en el gobierno auténtico los militares estaban completamente sometidos a los dictados de las autoridades civiles.
Por eso el capitán al salir de la oficina y vernos bajar del auto acompañados del soldado que le habló enseguida del problema, se puso pálido y nervioso al recibir la sorpresa extraordinaria de verme a mí con los demás, entre los que venía Jesús Menéndez. Nos dirigimos hacia él; le presenté a Jesús Menéndez como líder azucarero y a los demás. Le dije:
“El señor Jesús Menéndez viene a hablar con el administrador del ingenio señor Bohorques, sobre un problema del diferencial azucarero. Dígame, capitán, ¿qué pasa aquí que veo guardias y que no me querían dejar pasar?”
“No, no pasa nada”, dijo el capitán muy nervioso y casi tartamudeando, “es que Ud. sabe, se trata de un problema que no tiene importancia. ¡Cómo no, ustedes pueden pasar! ¡Ya lo creo!”.
“Bueno, mire, el señor Menéndez quiere hablar con el señor Bohorques. Vamos a su casa”.
“Sí, ¡cómo no! Por aquí, él vive allí en aquella casa”, dijo.
Un poco más allá estaba la casa de vivienda del administrador señor Bohorques. Llegamos; tocamos; salió Bohorques; nos saludamos; le expliqué la misión que nos llevaba allí. Nos mandó a pasar inmediatamente y ya en su despacho nos invitó a sentarnos alrededor del buró frente al cual él se sentó. El capitán preguntó si podía quedarse a oír la conversación. El propio Menéndez le dijo que con mucho gusto, que allí no iba a tratarse ningún secreto, sino el problema del diferencial azucarero.
Durante un cuarto de hora aproximadamente estuvieron discutiendo el asunto con absoluta corrección por ambas partes. Al fin, el administrador señor Bohorques le dijo a Menéndez:
“¡Chico, yo creía que venías a otra cosa! Pero creo que tú tienes razón en este planteamiento. Vamos a hacer una cosa, vamos a firmar estos acuerdos mañana aquí mismo”.
“No, yo no puedo venir mañana porque tengo que ir al Central Estrada Palma, y de ahí a Manzanillo en donde permaneceré hasta mañana para ir después a Bayamo”, le contestó Menéndez.
“Bueno, entonces, mañana por la tarde nos reuniremos en el despacho del alcalde de Bayamo para firmar y dejarlo todo terminado, ¿le parece bien?”, dijo Bohorques.
“Me parece bien”, aceptó Menéndez.
“Esa es la casa del pueblo y tendré mucho gusto en ponerla a la disposición de ustedes”, dije yo en un tono festivo, contento al ver que aquéllo [sic] había terminado bien.
De ahí salimos para dirigirnos al paradero de Mabay, donde Menéndez y Paquito Rosales tomarían el gas car hacia Yara, cerca del límite del municipio de Bayamo y ya perteneciente a Manzanillo, para desde este lugar ir al Central Estrada Palma en un trencito de vía estrecha.
Al salir de la casa del administrador el capitán se despidió cordialmente de nosotros. Un poquito más adelante se acercaron cinco obreros del central que venían del pueblo situado al otro lado del batey y le dijeron a Menéndez:
“Venimos a verlo para que venga con nosotros a la casa del sindicato en el pueblo, pues allí están reunidos nuestros compañeros esperándolo para que les hable”.
“No es conveniente”, dijo Menéndez, “hablar en mítines y reuniones ahora pues cualquier palabra mal interpretada puede dar lugar a crear conflictos innecesarios. La mía consiste en hablar directamente con los administradores de ingenios para resolver este problema en favor de los trabajadores. Después que yo termine mi labor vendré el día que ustedes me señalen, para hablarles”.
Se despidieron y nosotros nos dirigimos, por el batey, hacia la salida que comunicaba con el paradero.
Cuando llegamos al paradero le dije:
“Me parece que Ud. tenía razón. Creo que efectivamente lo estaban velando. Me extraña todo ésto [sic]. Yo averiguaré qué es lo que pasa. Iré en cuanto pueda a ver al Presidente para plantearle este problema”.
“Yo se lo dije, alcalde, que estaba seguro de que me querían hacer un atentado aquí en Mabay. No sabe Ud. cuánto le agradezco que me haya acompañado hasta aquí, pues si no es por eso quién sabe lo que hubiera pasado”, me dijo en un tono que reflejaba un verdadero sentimiento de gratitud.
“¡Bueno! Creo que el peligro ha pasado ya…menos mal”, le dije. En eso llegó el gascar. Antes de subir me abrazó conmovido y me repitió:
“¡No sabe Ud. cuánto se lo agradezco!”.
Subió al gascar con Paquito Rosales. Nosotros regresamos a Bayamo haciendo comentarios sobre el caso y en cierto modo contentos porque había fracaso un atentado.
Ese mismo día, cuando me encontraba en mi casa en Bayamo, puse el radio para oír el noticiero de la CMQ. Alrededor de las ocho de la noche, no recuerdo bien la hora exacta. Como era la costumbre entonces, interrumpieron la transmisión con el “¡Flash! ¡Flash! ¡Última hora!... Acaba de caer abatido a balazos en la estación de ferrocarril de Manzanillo el líder obrero y representante a la Cámara Jesús Menéndez. Se dice que un tal Capitán Casillas Lumpuy es el que lo mató”.
La verdad es que me conmovió profundamente la noticia, pues en lo poco que lo traté observé que Jesús Menéndez era muy medido en sus palabras, muy dedicado a su labor y muy correcto en su trato, por lo que simpaticé con él en esa primera y única vez en que nos relacionamos.
Dos o tres días después vinieron a mi casa Riverón y Fleitas. Conversamos sobre el caso. Por distintos conductos había llegado el relato de lo sucedido, tanto de amigos míos que por casualidad estaban en la estación de Manzanillo cuando lo ocurrido, como de amigos de Riverón y Fleitas. Todos concordaban en los datos siguientes:
Jesús Menéndez se bajó en el paradero de Yara, primer pueblo que hay en la jurisdicción de Manzanillo cuando se va desde Bayamo hacia allá. Aquí tomó, junto con Paquito Rosales, un trencito de vía estrecha para ir al Central Estrada Palma. En este central habló con el administrador. Los obreros le pidieron también que les hablara en una reunión de trabajadores y él les dijo lo mismo que les había dicho a los de Mabay. Regresó a Yara por la misma vía para tomar aquí el tren de por la noche que iba de Bayamo a Manzanillo, a fin de regresar al día siguiente a Bayamo para firmar en la alcaldía la documentación del Central Mabay, como ya hemos dicho. En el paradero le esperaba el Capitán Casillas, aunque no estoy seguro si venía en el tren o ya estaba esperándole en la estación; pero allí estaba. Le dijo a Jesús Menéndez que él quería que lo acompañara, cuando llegaran a Manzanillo, al cuartel, para una entrevista que deseaba sostener con él. Menéndez le dijo que no tenía que ir a ninguna parte. Ya en el tren, Casillas se sentó a su lado y Paquito Rosales en el asiento de enfrente. Casillas insistía en un tono aparentemente amistoso para que lo acompañara, “porque, mira que te conviene, etc.”, con la negativa rotunda de Menéndez. Cuando llegaron a Manzanillo, había dos guardias armados en el andén esperando. Se bajaron y entonces Casillas le dijo:
Capitán Joaquín Casillas Lumpuy |
“No me fastidie más, compadre, ya le he dicho que yo no tengo que ir a ninguna parte con Ud.”, le contestó Jesús Menéndez, dándole la espalda. Ahí mismo cayó Jesús Menéndez cuando Casillas sacó el revólver y le tiró por la espalda. Paquito Rosales salió huyendo y Casillas se fue [sic] con los soldados dejándolo tirado en el piso del andén. Otras personas lo recogieron y llevaron para la casa del sindicato de Manzanillo, en donde lo velaron hasta su traslado para La Habana. En La Habana le hicieron el entierro. No hubo huelgas de protesta por parte del proletariado ni una seria protesta por parte del Partido Comunista, que tenía sus representantes y senadores en el Congreso. Poco después la esposa de Jesús Menéndez, cansada de pedir que se hiciera justicia y parece que decepcionada con sus propios compañeros, se suicidó pegándose fuego.
Esta visita de los comunistas Riverón y Fleitas tenía como objetivo preguntarme si yo podría hacer una carta de protesta por el crimen y exigir que se hiciera justicia, para publicarla en todos los periódicos. La hice. En ella expresaba, más o menos, que yo estaba seguro de que el gobierno auténtico haría justicia, etc., y que aunque yo no podía probarlo, era vox populi que el asesino había sido el Capitán Casillas, y pedía para éste el castigo más severo. No publicaron la carta en todos los periódicos, no sé por qué; pero sí en el periódico Hoy y en una revista azucarera cuyo nombre no recuerdo [Azúcar] y que publicaba el Sindicato del Azúcar.
Mientras tanto, el capitán Casillas, que tenía un querendango en Bayamo, venía con mucha frecuencia a la ciudad en un auto cuña con la capota baja. Se jactaba, haciendo correr la voz, y era cierto, que él andaba solo en el auto “a ver si hay algún timbaludo que se atreva a enfrentarse conmigo”. No hubo ningún timbaludo que lo hiciera de aquéllos [sic] a quienes correspondía hacerlo; pero yo, que no usaba revólver ni era “timbaludo”, pensando que podría encontrarme con él en cualquier momento y enfrentarnos a causa de mis declaraciones, tuve que usar revólver, por si acaso.
Efectivamente, uno de esos días iba yo caminando por la calle General García conversando con un conocido en dirección a la calle Saco, cuando vi a Casillas parado en la esquina de Saco y General García hablando con un amigo. Con esa rapidez mental que se apodera de uno en los momentos de peligro, me dije: “Si me bajo de la acera y cruzo la calle, para evitar un problema, se va a creer que le tengo miedo y entonces sí me va a atacar o me va a coger la baja. Tengo que seguir, pase lo que pase, y resolver de una vez”.
Así lo hice, hablando con mi acompañante, pero sin saber lo que decía y muy alerta para dispararle rápidamente si hacía cualquier movimiento sospechoso. Al pasar por su lado, lo miré, me miró, no me dijo nada, como en las novelas de guapos, yo seguí, crucé la calle Saco mirando de reojo por si hacía algo; pero no, se quedó muy tranquilo conversando con su amigo…y así ya yo sabía que ese no me haría nada. Después, en varias ocasiones, me topé con él, siempre sin hablarnos, y así per saecula saeculorum. Años más tarde cayó abatido a balazos al tratar de fugarse al ser cogido prisionero, en Santa Clara, por los rebeldes. Sic poenam dedit.
Por esa época ya se había producido la escisión del partido auténtico. Yo estaba con Chibás y eso me impidió ver al presidente Dr. Ramón Grau San Martín. No obstante, se supo que el autor intelectual del complot había sido el General Genovevo Pérez, jefe del ejército, que por dinero que le dieron algunos dueños de ingenios que no cumplían con la ley del diferencial azucarero, se prestó a ese crimen. Ignoro qué ha sido del gordo General Genovevo Pérez, pero supongo que estará disfrutando tranquilamente del producto de su crimen en algún lugar del planeta.
Estos recuerdos han sido escritos para la señora Josefina Ruiz, escritora inteligentísima que necesitaba estos datos para escribir sobre la vida y muerte de Jesús Menéndez, lo que ha hecho con pena, pero con suma complacencia, el doctor Alberto Saumell Soto, Abogado Emérito de Bayamo, en primero de noviembre de 1977.
No comments:
Post a Comment