¡Que soy un irreverente! Eso no hay siquiera que discutirlo.
Me gustan los seres humanos con virtudes y miserias. Con valores y defectos. Con audacias y miedos. Con amores y odios. Con corduras y delirios. Con prudencia y desasosiegos. Con creencias e incertidumbres. Con contradicciones y coherencias. Con actitudes y consecuencias. Con criterios y dudas. Con aflicciones y regocijos. Con pudores y procacidades. Con mesuras y descomedimientos.
No creo en los fabricados de una sola pieza; a mi entender, dejan de ser humanos.
El Martí que reverencio, que venero, que admiro no es el del busto de la escuela, y mucho menos el de los panegíricos utilitarios de políticos y académicos; sino, ese otro tipo que acertaba y se equivocaba, que dudaba y arremetía, que elogiaba y fustigaba, que juzgaba y perdonaba, que se despeñaba y escalaba, que soñaba y ponía en práctica, que se fatigaba y renacía.
El Martí que reverencio, que venero, que admiro no es ese ser perfecto, inmaculado, santo (o diablo) que han fabricado las distintas tendencias ideológicas para usarlo o ponerlo a su servicio; sino, ese otro tipo maltrecho, y recompuesto, por un destino que no pudo evadir, y que lo condujo por los más abruptos senderos, por los más oscuros dédalos, por los más luminosos amaneceres. Un tipo que vivió a como sus circunstancias le impusieron, y que no se rindió.
Fue niño y emprendió malcriadeces y trastadas.
Fue adolescente y se masturbó desaforadamente escondido en un baño.
Fue joven y galanteó hasta a las mismísimas brujas.
Fue hombre y erró, y acertó, y gozó, y sufrió, y rió, y lloró, y amó, y odió.
Fue un ser humano antes que poeta, y héroe, y apóstol, y maestro, y gloria, y mármol.
No me le quiten ni me le pongan. No me le coloquen <<máscaras y vicios>> que él detestaba. Déjenme verlo con los trazos con que él mismo dibujó su ser y su imagen. No me lo adornen ni me lo desformen. Despójenmelo de leyendas negras y de mitificaciones áureas.
Aquellos que no puedan admirarlo con desinterés y bondad, por los menos, envídienlo con cortesía, pero, no intenten demeritarlo ni sobrevaluarlo, porque su propia vida los desmentirá.
¿Fue un patriota sin par?
Su historia lo prueba.
¿Fue un poeta extraordinario?
Sus versos lo evidencian.
¿Fue un visionario histórico?
Su legado teórico y práctico lo prueba.
¿Fue un beodo repugnante?
Sus contemporáneos lo niegan.
La leyenda negra partió de una caricatura enemiga en La Política Cómica, publicada el 25 de marzo de 1895, que lo dibuja en un lugar público, junto a una mesa con una botella y una mujer sentada en sus piernas.
Y sobrevino el mote de Pepe Ginebrita y la coña de que era un templón.
Mas, lo cierto es que Martí no bebía Ginebra. Solo bebía Mariani, una bebida estimulante y muy famosa en la época que, según se sabe, era preferida por el Papa León XIII, el presidente estadounidense William McKinley, la Reina Victoria de Inglaterra y Thomas Edison.
Martí gustaba del vino. Lo elogia en varios de sus poemas. Y hablando sobre la fabricación del vino que recién comenzaba en las américas nuestras, califica al vino de: <<culto pagado a las generosas uvas>>, y más adelante agrega: << Hay en la vid algo del espíritu del hombre. Los alcoholes abominables agobian y embrutecen. El vino, sano y discreto, repara las fuerzas perdidas>>. A ese texto también pertenece la célebre frase, <<nuestro vino es agrio, pero es nuestro vino>> que tanto repiten por ahí los citadores de oído, sin apenas saber de dónde coño salió.
Martí no era un curdonauta.
Sabía disfrutar, en las pocas veces que pudo, porque las más de las ocasiones no tenía ni dónde caerse vivo, de los excelentes sorbos de vinos reparadores.
¿Fue un Don Juan?
¿Un Casanovas?
¿Un Bradomín?
¿Un templón cubano?
Su historia de amor lo desdice.
Y esto requiere un poco más de calma.
Martí fue un hombre hecho de amor. Amor a todo lo existente. Al universo y a todas sus criaturas, realidades y sortilegios. Pero su amor mayor fue a la Patria, y la Patria, como ideal, ha sido la única que le correspondió a su altura, convirtiéndolo en eternidad. Luego Carmen Miyares, su gemela en sexo y espíritu. El resto fueron amores inacabados.
¿De mujer? Pues puede ser.
Solo amó con la intensidad de todo su espíritu a cinco de ellas. Y cinco no es siquiera un buen average para un supuesto Marqués de Bradomín.
Los Ligones baratos, los Templones aficionados, los Donjuanes, son proclives al disfrute de las cáscaras, sin detenerse a buscar la almendra, y sin comprometer la fibra honda de la fruta agridulce que es el amor. Y…
Perdónenme esta leve distracción, esta mínima subtrama, esta breve digresión.
Es que me ha venido, ahora mismo a la memoria, una escena que disfruté junto a mi abuelo Pablo Vázquez, quien cursó una escuela de 66 años casado con mi abuela Panchita Marín y murió junto a ella.
Era un plácido atardecer campestre. Abuelo Pablo, rodeado de muchos de sus nietos, derramaba sabiduría sobre nosotros. Y, está más que sabido, que, cuando un grupo de hombres está hablando “cosas de hombres”, es siempre sobre mujeres. Uno de mis primos mayores contó:
─Abuelo, lo hice tres veces anoche con Dorita, la vecina.
Abuelo lo miró hondo. Puso los ojos pícaros. Y de la voz le brotaron como sutiles tijeretazos que le desataron todos los amarres a la risa:
─ ¿Tan malos te quedaron los dos primeros que tuviste que repetir?
Juro que entonces no saqué conclusiones. Aún ni siquiera tenía muy claro por dónde le entraban las veces a Dorita. Pero no lo olvidé. Cuando el abuelo Pablo Vázquez decía cosas había que recordarlas por si se necesitaban en el futuro.
Y, pensando en lo Ligones, los Templones, los Donjuanes y Martí, he comprendido mejor al abuelo.
Martí no veía el amor como algo únicamente carnal y desechable una vez usado. No mentía para conquistar. No veía a la mujer como una mariposa que había que atrapar y luego abandonar. Mientras que el Don Juan siente compulsión irresistible a seducir, engañar y huir. El Don Juan es un esclavo de la cantidad. Es un adicto. Es desafiante. Es burlesco. Es desprecio a la mujer que, una vez conseguida, ha de abandonarse. Y quizás por eso, más que un Don Juan, como algunos quieren pintarlo, Martí fue un padecedor iterativo. Sobre tal detalle, Gonzalo de Quesada y Miranda apunta: <<Martí no fue ni nunca pudo ser el tipo del enamorado frívolo, del clásico Don Juan>>.
Y si acudimos a la parte exterior, no emocional del hecho, nos damos cuenta de que Martí no reunía las cualidades físicas del Don Juan típico. Tenía solo a su favor poseer el aura del rebelde heroico y la locuacidad suficiente para hechizar, pero, era chiquitico (apenas 5 pies y 46 centímetros, y unas 138 libras de peso), cabezón, patizambo, con las orejas tan separadas de la cabeza que asemejaba un SUV con las puertas abiertas, feas cicatrices de los grilletes en los tobillos y los párpados algo corroídos por la cal de las canteras. Y aunque el alma de la mujer es como el corazón con que Dios ve lo invisible, el refrán popular de “caballo grande ande o no ande” también juega su papel, y, según otra leyenda muy propia del imaginario popular cubano, Martí, lo único que tenía de equino no era visible a los ojos, y quizás por ahí le salía el agua al coco.
Por lo que les propongo que hagamos un recorrido ligero por los amores de Martí.
Según el propio Gonzalo de Quesada y Miranda, cuando Martí llega a esa edad en que el varón necesita amancebarse, y ello ocurre en la Zaragoza de 1870, tras la primera deportación que sufrió, se cuentan unas 14 aventurillas sin resultados. Pero que, en una de ellas, y en la cual ya el futuro apóstol juega en serio, han sido muchos los que dedujeron que con Blanca Montalvo se inició en el amor y en el sexo. <<Allí tuve un buen amigo, / allí quise a una mujer>>. El amigo era el joven pintor zaragozano Pablo Gonzalvo, y la mujer Blanca Montalvo.
Blanca Montalvo era la cuarta de una familia modesta de seis hermanos, de la que Martí, se enamora y, a pesar de la oposición paterna de la muchacha, la relación fue adelante y se veían a escondidas. Este fue, al parecer, el amor inaugural e inolvidable para el joven de 22 años que era el Martí de entonces, y por ello afirmará 20 años después: <<Amo la tierra florida, / musulmana o española, / donde rompió su corola / la poca flor de mi vida>>. Focalizo los dos últimos versos, porque esta confesión metafórica viene a corroborar la opinión de muchos de que, con Blanca Montalvo, Martí chocó con la bola por primera vez.
Todo indica que Martí nació para que el amor no le permitiera llegar a extra inings. El segundo gran juego, fue con la actriz mexicana Rosario de la Peña. Una mujer que sin ser escritora está ligada a la historia de las letras de su país en el Siglo XIX. A las tertulias en su casa asistía lo más granado de la intelectualidad de la época. Martí la conoció en 1875. Lo introdujo ante ella el médico y poeta Juan de Dios Peza.
Y ahí mismo el tipo se encalabernó de nuevo. Y volvió a chocar con el cinturón de castidad que aquella mujer interpuso a su pasión, y a la pasión de todos lo que quisieron quimbársela. ¿Sospechoso? Bueno. Habrá que averiguar sobre la sexualidad de la Charo.
No aceptó nunca a ninguno.
Rosario de la Peña y Llerena |
─ ¿Cuál era el más simpático? ─ Preguntó el periodista.
─Pepe Martí, ¡Qué duda cabe! Era el Libertador un hombre agradable, en extremo insinuante y en los ojos traía todo el sol de su isla nativa.
Pero ya no se valía. Después que el Pepe había demostrado con su obra y con su vida que era un ser grandioso, todo el mundo lo halló simpático, atractivo y luminoso, pero antes de reventar tuvo pocas flores que comer,
Y hasta ahí las clases con la azteca sobre quien se conserva este escopetazo que el Pepe le metió a boca de jarro:
En ti pensaba, en tus cabellos
Que el mundo de la sombra envidiaría,
Y puse un punto de mi vida en ellos
Y quise yo soñar que tú eras mía.
Ando yo por la tierra con los ojos
Alzados ─ ¡oh, mi afán! ─ a tanta altura
Que en ira altiva o míseros sonrojos
Encéndiolos la humana criatura.
Vivir, ─Saber morir; así me aqueja
Este infausto buscar, este bien fiero,
Y todo el Ser en mi alma se refleja,
¡Y buscando sin fe, de fe me muero!
(29 de marzo de 1875)
¿Después?
Después: María García Granado, de quien hace unos días les chismee todo cuanto le he arañado a la historia. Amor letal. Tragedia griega. Mariconá del destino.
Y a renglón seguido:
Carmen Zayas-Bazán.
<<Es tan bella mi Carmen, es tan bella>>. A grandes trancos sobre su belleza y su fealdad: Martí y Carmen se conocen en México. En febrero de 1875 se hacen novios. En diciembre de 1877 se casan. En enero de 1887 viajan a Guatemala. A los once meses de casados tienen a su hijo, José Francisco Martí y Zayas-Bazán. Por entonces viven en La Habana. Martí vuelve a conspirar y lo vuelven a deportar. Y ahí empieza la gran candanga. Parece hacerse realidad aquello de que “cuando la pobreza entra por la puerta, el amor huye por la ventana”. Carmen le escribe:
<<Mucho más que tú tienen méritos esos hombres que lucharon y que hoy se rinden, no a un gobierno que combatieron sino a las necesidades de sus hijos no satisfechas… Sacrificar a todos y cantar purezas lejos del contagio, olvidando cuánto hay de más sagrado en la tierra, y más serio en la vida, ni es valor ni así se cumple con el deber>>.
¡Cómo para mandarla al carajo!
Sin embargo, viene Carmen a Nueva York. No hay arreglo entre ellos. Piensan distinto. Carmen no es la compañera que Martí necesita. La falta de comprensión, de amabas parte, hace que Carmen regrese a La Habana con Pepito, en marzo de 1885.
Carmen no volvió a Nueva York hasta mediados de 1891. Habían pasado seis años separados y ya era demasiado tarde para el matrimonio. Carmen Miyares estaba de pícher de relevo con las bolas de Martí.
Las amigas le contaron a Carmen Zayas-Bazán y la camagüeyana cogió un berrinche de Tínima y muy señor mío. A espaldas de Martí, y con la ayuda de Enrique Trujillo, se fue al consulado español para solicitar su regreso a La Habana. Lo que Martí consideró una traición.
<<Eva me ha sido traidora (la Zayas-Bazán) / Eva me consolará (la Mijares)>>. ─Aclaro aquí que Martí usa el nombre bíblico de Eva porque ambas se llaman Carmen y en el nombre de Eva resume al género, que, según él, es símbolo de pecado y consuelo a la vez)
Nunca más volvieron a verse la Zayas-Bazán y él, aunque se escribían periódicamente y Martí le siguió enviando regularmente una mesada.
Y así llegamos a la recta final del partido amoroso de Martí.
La santiaguera María del Carmen Miyares Peoli fue la mujer definitiva de aquella <<alma trémula y sola>> que llegó al noveno ining el 19 de mayo de 1895 con un relicario colgado al cuello donde guardaba amorosamente la imagen de María Mantilla, la hija que nunca reconoció, fruto de su doble play con Carmen Miyares, quien, al saber la noticia, escribió a su amiga Irene Pintó de Carrillo:
<<Figúrate que será de mi vida sin Martí, el afecto más grande de mi vida, toda la felicidad se ha ido con él: ya para mí el sol se eclipsó y viviré en eterna tiniebla. Martí se había fundido en nuestras almas de tal manera, que, a pesar de todas nuestras desgracias, éramos criaturas felices por el cariño tan grande y desinteresado que nos teníamos>>.
Martí no fue, no podía ser, un Don Juan.
Había demasiado amor, demasiada entereza y demasiado compromiso en él:
Yo sólo sé de amor. Tiemblo espantado
Cuando, como culebras, las pasiones
Del hombre envuelven tercas mi rodilla;
dejó escrito.
Bueno, en todo caso, con la "bola" de Martí considerando que una fue extirpada en España resultado de la famosa cirugía auspiciada (no realizada) por su amigo Fermín Valdés Domínguez.
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