Wednesday, September 6, 2023

La habitacion propia de la negra cubana*

Por Yesenia Selier


A Inés María Martiatu, intelectual afrocubana que se plantó y me dijo, “Afrocubanas no sale para la imprenta hasta que no me mandes tu ensayo. Este libro no estará completo sin tu voz.”



La vilipendiada identidad afrocubana, escarmentada sangrientamente en La masacre del Doce, La masacre de la Escalera y la Conspiración de Aponte, se ha hecho a la luz, acompasándose también a las tendencias globales de la Diáspora Africana. Ella, aún tierna criatura busca horizontes y espejos en que mirarse. Para los que la pensamos ha habido un marco de referencia en el Movimiento de los Derechos Civiles, la figura y el movimiento de Malcom X y Black is Beautiful.

Aunque el postmodernismo ha colocado en el centro la otredad, implosionando el esencialismo de siglos enteros de pensamiento humano; lo negro continua siendo mayormente pensado por intelectuales blancos; reinventado por los poderes y saberes en cuanto aspecto sea posible imaginar. En esta dinámica no solo se expresan realidades coloniales, post-coloniales?, sino también una falta real, numérica, de producción intelectual desde la negritud.

Virginia Wolf hace casi un siglo, en el ensayo “Una habitación propia” (2005) reflexiona sobre las condiciones necesarias para que una mujer pueda escribir novelas de ficción. “500 libras al año y una habitación propia, donde pueda escribir sin interrupciones”. Y me pregunto si detrás del análisis subsecuente que pudiera derivarse, salvando las inmensas distancias, geográficas, históricas y temporales, pudiéramos encontrar acá, alguno de los dilemas de nuestra ausencia discursiva, puesto que el icónico ensayo, ilustra excelentemente los dilemas del sujeto subalterno para articular su experiencia, recrear, crear. La Woolf ratifica la necesidad de ser sujeto de sí misma, como premisa fundamental del creador, mujer en este caso, con una denuncia explícita de la constricción mental que para la mujer supone la sociedad patriarcal

El patriarcado, tábula rasa contra la cual se han rebelado las feministas de todas las épocas, ha sido un paisaje, remoto o , cuanto menos, inconstante, para las mujeres negras. Según bell hooks, las construcciones simbólicas sobre las mujeres negras, fueron creadas para enfatizar su condición de cuerpo sacrificable (hooks, 1992). Pensemos en Cecilia Valdés, María la O, “La mulata” del teatro bufo, modelos todas, más allá de sus cualidades, de mujeres disponibles, o de moralidad caída (Martiatu, 2008), pero por sobre todo, sacrificables. Una mujer negra, y ahí hablan más las estadísticas que los esterotipos, se encontrará en cualquier época, más probablemente, en el fondo del continuo de la pobreza, menos educada y con más hijos y carecerá, también, más probablemente, de proveedores masculinos, económicos y/ o afectivos. Así también, una mujer negra, en cualquier época ha sido más fácilmente usada y abandonada sexualmente; diana fácil de la violencia verbal y física y degradada de sus atributos femeninos; del marco de la fragilidad y del de la belleza, despertando, en fin, menos simpatías por sus penas,

La alienación del negro y de lo negro, y muy especialmente de la negra, es una constante en el vaivén de lo histórico y lo cotidiano; y en él se imponen nociones fundamentales, fundacionales si se quiere, convenientemente distanciadas de los umbrales de la ética: nuestras valoraciones sobre el arte y nuestras valoraciones estéticas. En las primeras, en las que no ahondaré por falta de “una habitación propia”. Apenas nótese la centralidad de la noción de “alta cultura”, denotada por los cánones artísticos occidentales en nuestra apreciación del arte. Es interesante que el contestado término afrocubano, es aceptado por los académicos cubanos por más de cincuenta años para clasificar la música de ascendencia africana. La definición orticiana, crea una válvula de escape para digerir la ruidosa y temible omnipresencia del tambor y la clave en lo cubano. Tenemos un cuarto aparte no solo para lo que los sacos de ébano, pertinazmente recrearon de África, sino también creaciones autóctonas como la rumba y la conga, y hasta el mismo son y sus subgéneros; imposibles sin la alternancia de sus creadores en el “alto” y “bajo” mundo. La necesidad de contener lo negro, se extiende como curiosa tendencia a lo largo de nuestra historia: en una cárcel, en la noción de lo “folklórico” o en una agencia de rap. En esa contención se expresa la tensión omnipresente de la cubanidad, ¿qué hacemos con el negro?

A la negra, eterna doméstica en el imaginario popular le toca el incontestable terreno de la estética. Pasa, bemba, ñata, “negra bonita”, “tremenda blanca se perdió” ...juicios de valor empotrados al sentido común cubano, es el telón de fondo, uno de ellos, sobre el cual se constituyen nuestras identidades. La concomitancia de la condición femenina con lo bello, y la centralidad de la apariencia, es otro. Aunque se ha abundado el tema de la estética negra en diferentes documentos culturales, líricas de rap, poesía y algún que otro escrito en Cuba, después de la década del noventa, este continúa siendo el punto álgido, irresuelto, para la mayorÍa de las mujeres negras de la Diáspora y el que más nos afecta en la vida cotidiana.

Más allá del charco, otro telón lo constituye el carácter agresivo, sutil colonizador de la subjetividad, del estado postmoderno globalizado. En el contexto del neoliberalismo se exageran el lugar y el valor de la opción personal, con un rechazo a la acción colectiva y un enfoque mayor en el éxito propio. Son los ecos del neo-conservadurismo, uno bien despierto, revitalizado con Viagra y sangre nueva, listo a enterrar cada conquista social de los años sesenta, presto a certificar la defunción del feminismo y la instauración de su impostor, el postfeminismo.

La autora del artículo durante un performance en Washington Square

  El infame postfeminismo enmarca, al menos, una serie de actitudes de las mujeres contemporáneas. Rechazo al feminismo en sí, como doctrina estigmatizante y androgénica, que aunque gestó nuevos grados de libertad para la mujer, no consiguió su felicidad, y una noción extendida de que la equidad está garantizada legalmente en las sociedades contemporáneas. Así se orquesta un retorno a la geografía corporal y a las presiones normativas sobre el cuerpo: disminuido de tallas, mejorado con cirugías, corregido con inyecciones; en una estandarización extrema de lo bello y de lo sexy. Flaca, retocada, esquilada como una oveja, una mujer postmoderna se prescribe: exitosa profesionalmente, una dulce esposa, pero no espantar las ganas del esposo y una madre abnegada, empoderada solo por el consumo. “Sex and the City”, es el súmmum de la conciencia femenina ideal, en el contexto postfeminista.

En un contexto donde el poder se iguala a la capacidad para el consumo, la tábula rasa de las afrodescendientes dista abismalmente de las mujeres blancas. En Estados Unidos, investigaciones muestran que mientras el patrimonio neto promedio (entendido como la diferencia entre los valores acumulativos y la deuda) de una mujer blanca soltera entre los 36-49 años es cuarenta y cinco mil dólares el de una mujer negra soltera en el mismo rango de edades ¡es de solo cinco dólares! En el país del cual ha trascendido una discusión intelectual por más de 200 años sobre los derechos de los negros y un exitoso movimiento por los derechos civiles en los 60 se contempla en la actualidad una involución de los valores conquistados hace 50 años.

En el cuerpo de las mujeres negras estadounidenses, ha muerto el pelo malo, y se impuesto el pelo muerto. Los fabulosos “tachos” y los míticos “productos” que han aguado la boca de las negras cubanas por decadas, admirando los productos del “brutal”, consisten en casi 90%, implantes de pelo natural. La clientela del implante fue expandiéndose silenciosamente, en principio solo para iniciadas que “entraban por la puerta de atrás para que nadie se enterara”, alcanzando en la actualidad niveles prácticamente normativos.

La estigmatización de cada rasgo de la fisionomía negra, fue una de las obsesiones de la modernidad. Más que grito de moda, el “vicio” del implante, reempaqueta la noción del pelo bueno y es el centro de la exploración del documental de Chris Rock, “Good Hair (2009). Mujeres de distintas edades, clases y niveles educativos confiesan a la cámara, sin el menor conflicto que “el pelo lacio, relajado, ayuda a que los blancos se relajen y uno luce más compuesto”. “Hacerse el pelo” es parte de lo que es ser una mujer negra, nos dice la actriz Nia Long, “un hombre negro debe acogerlo, aceptarlo”. Debemos según esta afirmación, hacernos el pelo, porque no tenemos uno; un hombre negro debe aceptar el absurdo gasto de que una mujer sea completada en su opresión. “Hemos venido a peinar la opresión y explotación cada mañana. Te la pegas o la superpones cada día. ¿Cómo vas a pensar claramente cuando sufres explotación todo el tiempo? Hay necesidad de un movimiento básico para recapturar el hecho de que no controlamos algo tan cerca de nosotros como el pelo en nuestra cabeza” , dice el reverendo Al Sharpton, sobre el desriz que ha usado por más de 20 anos.

Los hombres afroamericanos, con las dificultades estructurales e históricas para su integración a la sociedad americana, y la definitiva tendencia endogámica, son los conejillos de indias de este vicio. “El vicio del implante es una inversión más costosa que la educación de los hijos”, comenta Sharpton. Andre Harrell, empresario musical, agrega que “El precio de mantener una mujer es como el precio de mercado de bienes raíces en Nueva York, va por el cielo. El precio de una visita a la peluquera te puede dejar en bancarrota”. Por si esto fuera poco el implante impone bizarros límites a las relaciones personales e íntimas de las parejas. En cuanto a las opciones recreativas: ni playas, ni piscinas, el pánico a la lluvia y el traumático, “Do not touch” en la cama. “Si estás con una chica con implante”, concéntrate en sus senos, aconseja Harrel, jocosa y dolorosamente a un tiempo.

El documental incluye voces menos adormiladas por las presiones del capitalismo tardío, que impone y rinde a muchas mujeres a esta aberración íntima, estética y económica. Sheila Bridges, diseñadora interior, una mujer negra con alopecia, abraza en lo más hondo su condición y su diferencia afirma que las mujeres negras “usamos el pelo como si fuera una divisa (...) y nuestra autoestima esta atada a él. En la actualidad los standares son completamente irreales e inalcanzables para una mujer negra.”

Más allá de una villanía preconcebida, según Derrida (1997) la noción de humanidad es definida ante todo como hermandad, es un concepto en fundamentalmente falocéntrico. La hegemonía es además, invisiblemente blanca. Mujeres, blancas y negras en cada lugar del globo, hemos avanzado increíblemente en términos de nuestra educación, participación económica y social, con derechos ganados de jure y de facto, pero hay mucho camino por recorrer aun en términos de una equidad y respeto consistentes, en nuestra vida diaria.

Este escrito no pretende impugnar a mis hermanas desrizadas, pero como parte de asumir su diversidad y complejidad, la subjetividad negra, me ha parecido indispensable, abordar críticamente algunas de nuestras realidades. Nuestras opciones, aún las más personales, tienen consecuencias políticas, más allá de los cantos de sirena. La negra y el negro, desrizados o no, blanqueados o no, no adulteran las consecuencias sociales de la tecnología clasificatoria del racismo. Pero, como afirma una de las entrevistadas por Rock en “Good Hair”, “dejar el pelo en la textura en que sale de mi cabeza, es visto como un acto revolucionario y hay que tener convicción para llevarlo”.

Las negras cubanas, en la periferia del consumismo, desde el lugar en que se encuentre en el continuo del tejido social y educacional, libran sus batallas diarias también frente al espejo. Mientras cantamos “ La Bayamesa” y honramos el escudo nacional con la imagen de “La Cubana”, trigueña hermosa de cabellos largos, lacios, bajo el gorro frigio, carecemos de una habitación propia. El diez por ciento de la población de la ardiente Habana donde se concentra la quinta parte de la población insular, vive aún en grimosos solares y de ellos la mayoría son negros y negras. Invito entonces a que nos atrevamos todas, a tomar una habitación para nosotras, a recrearla cada mañana ante el espejo, a documentar en cualquier modo posible nuestra experiencia y a pelear, cuesta arriba como el salmón, los criterios negadores y opresivos de nuestra auténtica belleza.

 

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*Publicado en Afrocubanas: historia, pensamiento y prácticas culturales. Edit. Daisy Rubiera Castillo, Inés María Martiatu. Editorial de Ciencias Sociales, 2011.

 

 

 

 

 

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