Por Manuel Vázquez Portal
Quien crea que María Cristina García Granados le arrancó a José Julián Martí y Pérez un solo poema, esta más perdido que el secreto que ella misma se llevó a la << bóveda helada>> de lo que verdaderamente ocurrió entre ellos.María Cristina García Granados no murió de amor.Parece ser que fue el choque de dos empecinados temperamentos atrapados en las normas morales de una época, y el resultado no pudo ser mas dramático. Ella se empecinó en no vivir sin él, y él lamentó profundamente no haber podido traicionar su palabra empeñada, romper con Carmen Zayas-Bazán y desbarrancarse delirio abajo con María García Granados.
María Cristina lo quiso gobernar. Y él le dijo que no, qué no. Y el destino les pasó la cuenta a ambos. Porque el destino sí que no anda creyendo en empecinamientos, torceduras, caprichos y rejuegos: es inexorable, y una vez dictado no hay Layo de Tebas que no muera a manos de Edipo.
─Hace seis días que llegaste a Guatemala, y no has venido a verme.
Dijo ella.
─Nunca más he vuelto a ver a la que murió de amor.
Se lamentó luego él.
Lo ocurrido con ella, indica que se suicidó.
Lo ocurrido con él, indica que, 17 años y 9 días después, se suicidó también.
Ella se adentró en el río, emperradisima, y murió el 10 de mayo de 1878.
Él se adentró en Dos Ríos, encojonadísimo, y murió el 19 de mayo de 1895.
Mayo fue para ellos el mes más cruel.
¿Razones de ella?
Desde concepción romántica de la honra, hasta perreta adolescente de joven consentida (sobradamente se sabe que procedía de una familia con fortuna y poder como para complacerle todos sus caprichos; no por casualidad, la llevaron en andas obispos y embajadores), por no conseguir lo que quería.
¿Razones de él?
Aberrado sentido del honor. Complejo de no participación. Le pidieron más que Abdala y el soneto 10 de octubre que escribió con apenas 16 años. Machismo cubano a pulso. ¿Quién cojones les dijo a Máximo Gómez y a Antonio Maceo que él era discursos nada más y que no tenía cojones para fajarse a tiros por sus ideas? Y ahí estuvo, cayendo de cara al sol, para demostarlo.
Pero mirémoslo con calma.
Primero lo supuestamente fáctico, según testigos de la época.
Luego, lo contra fáctico, lo especulativo, según la visión de nuestra época.
Versiones del tiempo de los hechos señalan que María padecía, como Margarita Gautier ─la dama de las camelias─ de tuberculosis, y no era esta, por entonces, sin vacuna y sin penicilina aún, una enfermedad que permitiera adentrarse en las aguas frías de un río: (Se entró de tarde en el río / La sacó muerta el doctor)
Un poema anterior al IX (La niña de Guatemala) de Versos Sencillos, hace sospechar que José Martí conocía el padecimiento de la joven ─según algunos datos, era una herencia familiar─ y lo escribió para consolarla y halagarla.
<<Terrestre enfermo, que a sus solas llora
El furor de los hombres, la extrañeza
De su comercio brusco, y su odiadora
Feral naturaleza,─
Siento una luz que me parece estrella,
Oigo una voz que suena a melodía,
Y alzarse miro a una gentil doncella,
Tan púdica, tan bella
Que se llama─¡María!>>.
Ello ocurre por los meses finales de 1877, poco antes de que Martí partiera para México, donde el 20 de diciembre se casaría con Carmen Zayas Bazán, y el poema IX de Versos Sencillos ─conocido como La Niña de Guatemala─ se publicó muchos años después, en 1891, y había sido escrito mientras el propio Martí se recuperaba de su flaca salud en una zona rural cerca de New York, quizás trabando ya amistad con la pelona.
El 26 de marzo de 1877 había arribado Martí a Guatemala, procedente de México. Porfirio Díaz había establecido una dictadura militar, y ello, provocó que Martí abandonara la tierra azteca.
<< ¿Del tirano? Del tirano / Di todo, ¡di más!>>.
El poeta y prócer cubano conocería a María Cristina García Granados en La Academia de Niñas de Centro América, cuando fue invitado a impartir lecciones de redacción y composición. Él la descubrió disfrazada de dama egipcia en una fiesta del colegio y quedó fascinado con la visión.
María era hija del general Miguel García Granados, un patriota guatemalteco que había sido presidente del país y contaba con una ilustre y numerosa familia.
Miguel García Granados |
El patriota y pedagogo cubano, José María Izaguirre, uno de los insignes bayameses que se uniera a Carlos Manuel de Céspedes, exiliado en Guatemala, tras diez años de guerra que concluyeran con El pacto del Zanjón, (tras el cual el mismísimo General Antonio Maceo, tumbó la mula para Santo Domingo), y donde el gobierno de José Rufino Barrios le dio oportunidad de instruir a la juventud, fue quien presentó al joven José Martí a la sociedad guatemalteca, entre la que se distinguía la familia García Granados.
Es el propio José María Izaguirre quien, para que hoy tengamos una idea de cómo lucía María Cristina García Granados, nos la describió con detalles precisos y lenguaje elegante:
<<Entre las hijas del General había una llamada María, que se distinguía de sus hermanas como la rosa se distingue de las otras flores. Era alta, esbelta y airosa: su cabello negro como el ébano, abundante, crespo y suave como la seda; su rostro, sin ser soberanamente bello, era dulce y simpático; sus ojos profundamente negros y melancólicos, velados por pestañas largas y crespas, revelaban una exquisita sensibilidad. Su voz era apacible y armoniosa, y sus maneras tan afables, que no era posible tratarla sin amarla. Tocaba el piano admirablemente, y cuando su mano resbalaba con cierto abandono por el teclado sabía sacar de él notas que parecían salir de su alma y que pasaban a impresionar el alma de sus oyentes>>
El retrato lo completa, muchos años después, la descendiente de José Joaquín Palma, Ana Eugenia Cintrón Palma, quien afirmara en una entrevista:
<<María Cristina era una mujer independiente, interesada en las letras, una mujer inquieta, con una personalidad carismática, sin ser bella, era muy atractiva, con un pelo ondulado, castaño oscuro largo (Nótese cierta contradicción entre esta descripción y la de José María Izaguirre), ojos muy lindos y con personalidad extrovertida>>.
Para cuando José Martí escribió Versos Sencillos, ya su matrimonio con Carmen Zayas Bazán andaba a tropezones y quizás aquel amor de juventud frustrado por la palabra empeñada, vino a su memoria con los matices de la idealización: <<Era su frente ¡la frente / Que más he amado en mi vida!>>
Carmen Zayas Bazán |
Sin embargo, el requiebro escrito por María Cristina García Granados, casi una semana después de que él regresara de México, ya junto a Carmen, sobre quien Martí escribiría: <<Es tan bella mi Carmen, es tan bella /que si el cielo la atmósfera vacía /dejase, de su luz dice una estrella / que en el alma de Carmen la hallaría.>> parece desdecir lo afirmado por Martí, dice María en su esquela:
<<Hace seis días que llegaste a Guatemala, y no has venido a verme. ¿Por qué eludes tu visita? Yo no tengo resentimiento contigo, porque tú siempre me hablaste con sinceridad respecto a tu situación moral de compromiso de matrimonio con la señorita Zayas Bazán. Te suplico que vengas pronto, Tu niña.>>
Lo cual hace evidente que Martí fue un <<hombre sincero>>, que no le embarajó el tiro a la María. Y si la pasó o no por la piedra, fue sin engaños.
Es entonces José María Izaguirre quien viene a explicarnos, como testigo presencial, lo que realmente sucedía.
Asegura Izaguirre que María:
<<Tenía veinte años de edad, y hasta entonces había permanecido insensible a los tiros del amor. Su familia era su encanto y a ella consagraba los tiernos afectos de su corazón. Sin embargo, desde que Martí frecuentaba la casa, se notó en ella cierta tristeza que nadie se explicaba, así como el silencio en que se encerraba delante de él. Era evidente que algo pasaba en su interior; pero ese algo nadie se lo explicaba y quizás ella misma ignoraba la causa de lo que le pasaba>>.
También, Ana Eugenia Cintrón Palma, novelista, guatemalteca y tataranieta del poeta y prócer cubano José Joaquín Palma, explica:
<<No creo que pasara de lo platónico. Ella sabía desde un principio que él estaba comprometido en México y que se tendría que ir a casar. Pero aun así en sus anhelos de adolescente desarrolla por él un amor platónico muy profundo. Todos los relatos coinciden con que ella le producía a él una ternura inmensa, porque sabía que era un amor imposible, que era una niña a la que él no podía comprometer>>.
Y continúa Izaguirre:
José María Izaguirre |
<<Lo que sí sabía ella era que cuando veía a Martí experimentaba un deleite supremo y que cuando él estaba ausente su tristeza aumentaba, su ansiedad de verlo era mayor y no cesaban estos tormentos hasta que él se hallaba de nuevo en su presencia>>.
Y aquí lo especulativo.
¿Le alcanzaron realmente a María Cristina las coyundas morales de la época para contrarrestar el empuje brutal, natural, y animal de sus hormonas desagüacatadas?
Solo ella nos lo podría responder. Y se fue con el secreto.
¿La extroversión, la información cultural y la tendencia a ser independiente, le sujetaron suficientemente las pantaletas frente a un seductor de alto calibre como era Martí?
Solo ella y él lo supieron.
¿Se adentra en las frías aguas de la tarde por simple rabieta de muchacha despechada, por soberbia, o con el fin de limpiar la honra que imponía una época donde el himen, más que una membranita insignificante, era el sello de garantía de la decencia y la compostura, al mismo tiempo que un estrecho cepo donde la mujer tenía que aprisionar sus instintos naturales?
Especulaciones van. Especulaciones vienen.
Y de que Martí hizo esfuerzos harto lisonjeros para impresionarla, dan cuenta estos otros versos que escribió poco después de conocerla vestida de dama egipcia en La Academia de Niñas de Centro América, muchos años antes de los Versos Sencillos:
Si en la fiesta teatral —corrido el velo—
Desciende la revuelta escalinata,
Su pie semeja cisne pequeñuelo
Que el seno muestra de luciente plata.
[…]
Quisiera el bardo, cuando al sol la mece,
Colgarle al cuello esclavo los amores;
¡Si se yergue de súbito, parece
¡Oh! Cada vez que a la mujer hermosa
Con fraternal amor habla el proscripto,
Duerme soñando en la palmera airosa,
Novia del Sol en el ardiente Egipto.
Amo el bello desorden, muy más bello
Desde que tú, la espléndida María,
Tendiste en tus espaldas el cabello,
¡Como una palma al destocarse haría!
Desempolvo el laúd, beso tu mano
Y a ti va alegre mi canción de hermano.
¡Cuán otro el canto fuera
Si en hebras de tu trenza se tañera!
El flechazo, para decirlo de manera cursi, fue mutuo y fulminante. Si ella logró sobreponerse al furor de sus hormonas, Martí tuvo que pujar contra sus alegres gónadas para respetarle la integridad, y eso seguirá siendo un enigma para el que la historia no nos da otras pistas para desentrañarlo.
También para los que de modo abyecto, retorcido, piensan que Martí se aprovechó de la intensa pasión que María Cristina García Granados sentía por él, el propio Izaguirre aclara:
<<Este sentimiento, desconocido para ella, fue creciendo de día en día hasta tomar los caracteres de una verdadera pasión, y aunque ella lo disimulaba por el recato propio de una joven educada en el amor a la honra, bien comprendió Martí lo que le pasaba. Caballero, ante todo, y ligado por igual sentimiento a otra mujer a quien había jurado ser su esposo, se abstuvo de fomentar con sus galanterías o con demostraciones de afecto aquella pasión que parecía próxima a tomar las proporciones de un incendio. Su papel se limitó desde entonces a tratarla simplemente como amigo, y fue separándose poco a poco para que María comprendiese que no debía entregarse al sentimiento que la dominaba, pues por más que él reconociese sus merecimientos, como los reconocía, y que simpatizase con ella, no podría corresponder a su pasión>>.
Sin embargo, la pasión, el amor desenfrenado, devino ceguera, y ante la imposibilidad de consumación tomó los rasgos del suicidio romántico y, olvidando los cuidados que debía mantener para con su enfermedad, María arrancó, muchos años después, el hondo lamento del poeta:
¡Nunca más he vuelto a ver / A la que murió de amor!
IX
Quiero, a la sombra de un ala,
Contar este cuento en flor:
La niña de Guatemala,
La que se murió de amor.
Eran de lirios los ramos,
Y las orlas de reseda
Y de jazmín: la enterramos
En una caja de seda.
Ella dio al desmemoriado
Una almohadilla de olor:
El volvió, volvió casado:
Ella se murió de amor.
Iban cargándola en andas
Obispos y embajadores:
Detrás iba el pueblo en tandas,
Todo cargado de flores.
Ella, Por volverlo a ver,
Salió a verlo al mirador:
El volvió con su mujer:
Ella se murió de amor.
Como de bronce candente
Al beso de despedida
Era su frente ¡la frente
Que más he amado en la vida!
Se entró de tarde en el río,
La sacó muerta el doctor:
Dicen que murió de frío:
Yo sé que murió de amor.
Allí, en la bóveda helada,
La pusieron en dos bancos;
Besé su mano afilada,
Besé sus zapatos blancos.
Callado, al oscurecer,
Me llamó el enterrador:
¡Nunca más he vuelto a ver
A la que murió de amor!
Excelente por el señor Manuel Vázquez Portal. Me he reído por lo irreverente y lo profundo a la vez.
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