Por Antonio Gómez Sotolongo
Haciendo la América hicieron las academias, educaron a músicos que alcanzaron altos estándares técnicos en la ejecución de sus instrumentos, y contribuyeron a divulgar y actualizar los repertorios tanto técnico-docentes como artísticos entre estudiantes de música, músicos profesionales y público. Ellos llegaban por muy diversas razones, pero después de la conquista y durante los años de colonización y después, durante la República, la principal razón por la que un músico hacía la América en Cuba era porque en La Habana, Matanzas y Santiago de Cuba, y eventualmente en cualquier otra ciudad de la isla, podía tocar y/o cantar y enseñar como se enseñaba la música en los más prestigiosos centros de enseñanza de los Estados Unidos y Europa.
Durante la
conquista se recogen los nombres de algunos músicos que llegaron a Cuba
enrolados en la aventura; entre ellos, se tienen noticias de un tal «Porras,
cantor y de Alonso Morón, vihuelista» (Carpentier 1961, 17); y ya en el
siglo xvi, el mismo Carpentier recoge el nombre de Miguel Velázquez, hijo
de india con un miembro de la familia del gobernador Diego Velázquez, quien,
debido a «su privilegiada alcurnia», fue enviado a estudiar en Sevilla y Alcalá
de Henares, donde aprendió a «tañer los órganos» y conocía las reglas del canto
llano, siendo en 1544 canónigo de la catedral de Santiago de Cuba (Carpentier
1961, 19).
Zoila Lapique
recoge una noticia de fecha 9 de julio de 1579, en la que se da a conocer que
una madre, Catalina Ramírez, contrató los servicios de Gerónimo Martínez para
que enseñara a su hijo, Christóbal Ramírez, «a ler [sic] y escruir [sic] o le
dé escuela y si quisiere deprender [sic] a cantar le enseñe» (Lapique 2008,
23).
Gloria Antolitia
nos dice que: «ciertas noticias de Trinidad indican que es posible que Ortiz el
músico, el cual según Bernal Díaz del Castillo era gran tañedor de vihuela,
estuviera allí al iniciarse la colonización de la isla y que allí impartiera
clases». Así lo deduce «porque hacia fines del siglo xvi, entre los
efectos comprados a un comerciante en La Habana por el trinitario Cristóbal
Martel, aparecen veinticinco reales de cuerdas de vihuela» (Antolitia 1984,
41).
En su citado
libro, La música en Cuba, Carpentier afirma que, en «1605, un
Gonzalo de Silva se ofreció a dar clases de órgano y de canto, siendo
probablemente el primer profesor de música que hubiera conocido la población»
de La Habana (Carpentier 1961, 36), y que «en el colegio de San Ambrosio, se
impartían debidamente clases de canto» (Ídem, 37). Pero las noticias que más
abundan durante los siglos xvii y xviii, son las de bailes,
fiestas paganas y religiosas, en las que obviamente participaban músicos, pero
no menudean los datos de dónde esos músicos habían aprendido a tocar sus
instrumentos ni si enseñaron a alguien.
Esteban Salas
(1725-1803), quien al decir de Alejo Carpentier «fue el primer compositor
cubano cuya obra hemos conocido, y el verdadero punto de partida de la práctica
de la música seria en Cuba», llegó a la catedral de Santiago de Cuba el 8 de
febrero de 1764 y bajo su égida la catedral se transformaría en un verdadero
conservatorio (Carpentier 1961, 45-46) hasta su muerte en 1803, fecha en la que
de forma interina le sustituyó Francisco José Hierrezuelo. «Durante el período
de maestría del cargo de Esteban Salas, se había sistematizado en la catedral
de Santiago de Cuba una praxis de composición y rigor de interpretación sin
precedentes en la historia de la música cubana»[1], que continuaría y mejoraría Juan Paris (ca.
1759-1845), quien después de concluir satisfactoriamente los exámenes de
oposición ocupó el cargo el 20 de marzo de 1805, época en la que organizó la
cuerda en la forma del cuarteto clásico y aumentó el número de voces para sus
villancicos.
No sería hasta el siglo xix que coincidirían en Cuba maestros capaces de producir instrumentistas y compositores de alto nivel académico. Es a partir de entonces que en una espiral cuantitativa y cualitativa ascendente se van documentado cientos de nombres de maestros y alumnos que hicieron carreras relevantes en la historia de la música cubana y que se instalaron en las salas de conciertos y en las aulas de los conservatorios, compitiendo en buena lid con los mejores del mundo, creando así las premisas para que en el siglo xx, los músicos y los productos de la música cubana gozaran del prestigio suficiente como para posicionarse en el mercado.
Federico Edelmann
(1794-1848), el prestigioso pianista nacido en Estrasburgo, quien estudió en el
Conservatorio de París, llegó a Cuba en 1832 y tuvo entre sus alumnos a
Fernando Aristi (1828-1888) (Orovio 1992, 39), Manuel Saumell (1817-1870)
(Ídem, 444, 445) y Pablo Desvernine (1823-1910) (Ídem, 194), quienes hicieron
carreras brillantes como intérpretes y pedagogos. En 1836 fundó la imprenta
Edelmann y Compañía, donde se imprimieron decenas de métodos para estudiar
música y cientos de obras para muy diversas combinaciones; entre ellas, piano y
canto, piano solo, guitarra y canto, y danzas cubanas para piano, siendo su
imprenta la primera en dar a conocer las obras de muchos compositores cubanos;
entre ellos, Manuel Saumell, quien vio salir de allí algunas de sus danzas,
incluida La tedezco[2]. Su vida profesional se extendió hasta el año
mismo de su muerte, y así lo confirma una nota de La Hoja Económica de
Cienfuegos, reproducida por el DM (13 jul. 1848), en la que se
confirma la presentación el día 7 de julio del concierto vocal e instrumental
en el que tocó Edelmann y cantó por primera vez ante el público cienfueguero la
«distinguida artista cubana Sra. Cirártegui».
«Julián Fontana
(1810-1869) y José Miró (1815-1878), quienes llegaron a Cuba en 1843 y 1844
respectivamente, le dieron clases, entre otros, a Nicolás Ruiz Espadero
(1832-1890)» (Tieles 2007, 38, 39), quien sería un virtuoso pianista y maestro
de otras relevantes figuras de la pianística cubana; entre ellas, «Ignacio
Cervantes (1847-1905), Cecilia Aristi (1856-1930) y Angelina Sicouret
(1880-1945)» (Orovio 1992, 425).
Y no solamente en
las academias los maestros impartían clases de música, sino que también en los
colegios dedicados a la enseñanza general estuvo incluida en el currículo. En
una nota que apareció en el DM (23 sep. 1844), se da a conocer
«la incorporación del colegio de Santa Teresa de Jesús al Hispano-cubano» y que
estaban abiertas las clases preparatorias para los jóvenes que deseaban entrar
en la universidad, indicando en la «nómina de los profesores y ayudantes de los
varios ramos de educación primaria y secundaria» a los profesores D. Narciso
Telles en Piano y canto, y a Mr. Seidt en violín.
Desde la primera
mitad del siglo xix el tránsito de artistas por La Habana fue
intenso, así lo confirman muchísimas notas publicadas en los periódicos
habaneros; entre ellas, la crónica de una reunión familiar en la que tocaron el
pianista Leopoldo Meyer y el violinista Joseph Burke (1817-1902):
(DM, 13
dic. 1846). […] La impresión que causó a todos el piano de M. Meyer no es fácil
de describir, pues unía a una fuerza prodigiosa en su pulsación una dulzura
encantadora, así expresaba el furor de una tempestad.
[…] Dos piezas tuvimos el gusto de oírle, y en ambas produjo un entusiasmo
general, dándonos a conocer que, si se ha creado un género nuevo por sus formas
y por la manera de ejecutarlo, no por eso desdeña el de Thalberg y Dohler,
cantando y acompañando con ambas manos; pero con tanta riqueza, con tanta
profusión, se puede decir, en los acompañamientos, que parecen otros nuevos
cantos independientes en cada mano, para formar un lleno admirable.
Meyer había
llegado a La Habana después de una gira por los Estados Unidos. De él había
dicho la Revue et Gazette Musicale, citada por la Gazzeta
musicale di milano y publicada el l9 de febrero de 1843, lo siguiente:
El señor Leopoldo
Meyer, el célebre pianista […], forma actualmente el principal ornamento de
todos nuestros grandes salones. Últimamente el gran artista ha tocado en las
soirée del señor duque de Cases, en presencia del señor Lacave-Laplagne,
ministro de finanzas y en presencia del señor Orfila. Es difícil hacerse una
idea del inmenso efecto que ha producido en todos.
Y de las
interpretaciones del violinista Burke dijo lo siguiente:
[…] También hemos
tenido el placer de oír al violinista Sr. Burke dos piezas, en las cuales ha
manifestado un gusto exquisito en el cantábile y una fuerza vigorosa en los
allegros. Su ejecución es limpia y rápida; expresa muy bien y tiene buena
afinación, […]
Después de
completar sus estudios en Europa, el joven Pablo Desvernine regresó a Cuba, y
de él diría el DM lo siguiente:
(DM, 2
may. 1847). El joven y aplicado pianista D. Pablo Desvernine, que tantas
esperanzas daba cuando estaba entre nosotros, concluyó sus estudios en París al
lado de los grandes maestros y recorriendo varias ciudades así de Francia como
de España, tuvo la satisfacción de ver coronados sus deseos con el grande
aprecio que de él hicieran todos los artistas y conocedores del verdadero
mérito.
Y días después,
el mismo periódico dijo:
(DM, 17
jun. 1847). No (hace) muchos días hemos tenido el gusto de anunciar que este
distinguido joven profesor de piano había salido de Madrid para París en donde
debía dar un concierto después del cual se embarcaría para esta ciudad. Ahora
sabemos que efectivamente así lo ha verificado, y que viene en la fragata
Slaoueli que salió del Havre a principios de mayo.
Muchos otros
artistas de fama mundial también pasaron por La Habana durante ese año y así lo
recogió el DM:
(DM, 18
dic. 1847). Sivori, Hertz y Rubini están por llegar; (la señora) de Noronha ha
vuelto con Desvernine; Miró, Bottesini y Arditi no se han movido de la capital,
todos esos bellos talentos van a encontrarse en contacto, y la Habana espera de
ellos un tributo que no será difícil conseguir de artistas-caballeros.
El mismo
periódico comentó que la prima donna Amalia Passi, recién
llegada de México, había cantado «en una casa particular un aria de Hernani,
otra de la Sonámbula, un trozo de Norma y […] de
los Puritanos acompañándose ella misma al piano», y un mes
antes, según anunció el mismo diario en fecha 17 de noviembre, Francisco de Sá
Noronha (1820-1881), violinista de S. M. el emperador de Brasil se presentó en
el Liceo de la Habana en un concierto vocal e instrumental, en el
que fue acompañado al piano por Edelmann.
El pianista
Eugenio Torres se presentó en un Gran Concierto en el Liceo Artístico y
Literario el día 21 de diciembre, en el que interpretó, entre otras obras,
la Gran fantasía sobre motivos de Semiramis, de
Thalberg, a cuatro manos con Desvernine (DM, 23 dic. 1849), y Vicente
María Riesgo hacía saber a los interesados que daba clases de canto (DM,
29 dic. 1849).
Hubo también
muchísimos músicos que no aparecen en la historiografía con grandes obras y
grandes carreras, pero que sin embargo contribuyeron con su labor anónima a la
conformación del gusto y de la instrucción musical de un extenso público. Son
muchos los nombres que se mencionan en las publicaciones periódicas que no
perduraron en la memoria:
Pianistas. (DM,
9 ene. 1853). Favorecidos nos hemos visto desde fines del año pasado […] por
pianistas de reconocido mérito y nada prueba más la decidida atención que reina
en la Habana por el piano que el hecho de que todos ellos se han establecido
entre nosotros, hallando lo que naturalmente habían de desear: protección.
Satisfactoria es la que han merecido el joven don Leoncio Navasal y Bello y su
hermana doña Jacinta, profesores distinguidos y cuyo mérito filarmónico se ha
hecho ya patente, bien en sociedades públicas, bien en reuniones particulares
obteniendo siempre aplausos y la consideración de los inteligentes.
Según nos dice el
maestro Oscar Carreras (1944-1999): «La actividad artística de La Habana en los
años comprendidos entre 1840 y 1870 era muy intensa; proliferaban sobre todo
las musicales, en donde las casas de mayor renombre se disputaban a los grandes
músicos que comenzaron a venir a Cuba» (Carreras 1985, 168) y se encontraban en
la prensa anuncios como este:
(DM, 31
oct. 1847). La Habanera da esta noche un baile, el Liceo la hermosa comedia El
arte de hacer fortuna, mañana en la noche el Hernani nuestra compañía de ópera,
y sus bailes dominicales el Circo y el empresario de la casa número 68, calle
Consulado.
También abundaban
los anuncios de maestros de música que se dedicaban a impartir clases en La
Habana, entre ellos el que publicó el DM y que transcribo a
continuación:
Un excelente
profesor de música. (DM, 21 ago. 1850). Uno de los profesores de canto y
piano que más aceptación y aprecio han merecido en la Habana por espacio de
muchos años es el antiguo profesor italiano señor Mesler, que vive en la calle
del Prado cerca de la fuente de los Genios. Su respetable edad no le impide el
seguir ocupándose de la instrucción de muchas señoritas de nuestra primera
sociedad, ni el formar entre ellas, como antes de ahora, algunas distinguidas
aficionadas. Recomendámoslo a las madres de familia por su habilidad y su trato
cortés.
Claudio Brindis de Salas |
En 1875 regresó a
América y fue nombrado director del Conservatorio de Haití, un cargo que nunca
desempeñó. El 1 de marzo de 1877, el DM mencionó que Brindis
de Salas se encontraba por esos días en Caracas donde había sido «objeto de las
mayores ovaciones» y citó lo que habían escrito acerca del artista dos
periódicos italianos:
Como concertista,
merece la fama de que viene precedido. Arranca del violín sonidos dulcísimos,
acentos apasionados, y aún en las más difíciles variaciones conserva una
seguridad, un buen gusto y una pureza de entonación verdaderamente
envidiables. La Gazette dei Teatri de Milán.
Tocó anoche en el
intermedio de la ópera, dos trozos en el violín. El joven negro maravilló y
llenó de entusiasmo al auditorio, es un violín de una habilidad maravillosa,
tiene un portamento de arco ligerísimo y al mismo tiempo de una energía que
lleva impreso el ímpetu característico de su raza: siente y siente con una
pasión que le chispea en las pupilas, que son de una expresión maravillosa,
electrizante. Il Corriere Italiano de Florencia.
El 24 de
noviembre se presentó en el teatro Payret[4] y el 28, según la nota publicada por
el DM, Brindis se presentó en la velada musical que ofreció en los
salones de su casa «el Excmo. Sr. D. José Antonio Fésser»:
(DM, 2
dic. 1877). Cuando Brindis de Salas, elegantemente vestido, se presentó en los
salones, hubo en ellos gran movimiento de curiosidad y vivísimas demostraciones
de simpatía hacia el eminente artista, que momentos después arrancó al
auditorio entusiastas vítores, con una magnifica pieza de Alard sobre motivos
de Fausto, consiguiendo también lisonjeros aplausos con la ejecución de una
brillante fantasía de Un ballo in maschera, y más aún con las
variaciones del Carnaval de Venecia en que interpretó
admirablemente el Paganini de ébano al ebúrneo Paganini. Acompañóle al piano el
joven profesor D. Miguel González.
En 1878, ofreció
un concierto en la Sociedad Filarmónica Cubana de Santiago de Cuba, regresó a
La Habana y posteriormente viajó a Veracruz con el propósito de brindar
conciertos y recitales. En 1880, viajó a Rusia; en 1881, actuó en San
Petersburgo. En Francia fue condecorado con la Orden de la Cruz del Águila
Negra y la Legión de Honor. En 1884, se trasladó para Alemania, el emperador lo
nombró Barón de Salas, se casó y obtuvo la nacionalidad. En 1886, regresó a La
Habana y tocó en el Gran Teatro de Tacón.
Otros prestigiosos violinistas cubanos también habían estudiado en Europa antes que Brindis; entre ellos, Silvano Boudet (1828-1863), nacido en Santiago de Cuba, quien antes de partir a París para estudiar en el Conservatorio de aquella ciudad, debutó en el Liceo de La Habana el 21 de agosto de 1852 (DM, 25 ago. 1852), y el 28, se presentó nuevamente a interpretar; entre otras, su obra El canto del canario y El carnaval de Venecia, de Paganini, con las que consiguió el elogio de la crítica y el público:
(DM, 28
ago. 1852). El Sr. Boudet interpretó de una manera sorprendente, venciendo sus
muchas dificultades con un estilo que nos parece enteramente nuevo. […] Boudet
no interpreta solo lo que está escrito en el papel, sino lo que está escrito en
su alma de artista.
Como por esos
años la danza era la música que hacía furor en toda la isla, no faltó quien le
dedicara una de ellas al joven violinista, y esta fue la que compuso la
matancera Dolores Andas con el título de El canario, la que, según
el DM (6 de abr. 1853), se vendía por esos días en los
almacenes de Edelmann y de Maristany, y, en agradecimiento, Boudet compuso «una
bonita polca titulada Mi gratitud, dedicada a las amables
matanceras» (DM, 17 abr. 1853). Después de terminar sus estudios en
Europa, Boudet se desempeñó como director de la orquesta de la catedral de
Santiago de Cuba.
José Domingo
Bousquet y Puig (1823-1875), llegó a París en 1842-45? para continuar sus
estudios con el belga André Robberechts (1797-1860) y después de una larga
estancia en Europa, donde hizo varias giras de conciertos, regresó a Cuba para
dedicarse a la interpretación y enseñanza del violín.
El compositor,
director y pianista Louis Moreau Gottschalk (1829-1869) llegó a Cuba en 1854,
pero antes de su llegada le precedió su música, la que era vendida en los
almacenes de Edelmann y conocida por los músicos y el público. Así lo confirma
la siguiente nota:
Música. (DM,
7 jun. 1853). Nuestras lectoras filarmónicas deben estar familiarizadas con el
nombre del celebrado pianista Gottschalk, cuyas composiciones tanto se tocan en
la Habana y deben apreciar como lo merecen esas composiciones tan llenas de
originales pensamientos. Por lo tanto, les llamamos la atención acerca de una
canción de negros titulada Le Bananier (El banano o plátano)
puesto para piano por el citado Gottschalk y que acaba de salir de las prensas
del establecimiento de Edelmann, cuyos propietarios tanto se afanan en ofrecer
a los pianistas lo mejor que en música ve la luz en el extranjero.
Louis Moreau Gottschalk |
Durante su
estancia en Cuba, según nos dice Armando Rodríguez, Gottschalk «realizó un
relevante aporte a su música, componiendo piezas de sofisticada elaboración
formal sobre temas cubanos, tales como la Fantasía sobre el cocoyé,
la sinfonía Una noche en los trópicos y la ópera Escenas
campestres» (Rodríguez 2019 e. 3).
Gottschalk
utilizó en sus obras las células rítmicas procedentes de la música de
transmisión oral, tanto las que escuchó al sur de los Estados Unidos, como las
que estaban utilizando por entonces los compositores de danzas cubanas, siendo
esta una vía más por la cual se colocaron en los hábitos de escucha del público
los ritmos cubanos, mismos que en el siglo xx estarían en los
contenidos de los productos de la MPPC.
El violinista,
profesor y compositor José White (1836-1918) nació en la ciudad de Matanzas,
hijo de padre francés y madre negra liberta, realizó sus primeros estudios en
su ciudad natal con los maestros R. M. Ramón y Pedro Lecerf. Con dieciocho
años, el 21 de mayo de 1854, tocó acompañado al piano por Gottschalk en el
concierto que el famoso pianista ofreció en Matanzas (DM, 26 may. 1854).
En 1856, al superar en audición a competidores notables, obtuvo el derecho a
ingresar en el Conservatorio de París, donde estudió con el maestro «Delphin
Alard, jefe de la escuela violinística francesa de la segunda mitad del
siglo xix» (Carreras 1985, 154). En su graduación obtuvo el Primer Gran
Premio del Conservatorio y a partir de entonces comenzó una ardua y venturosa
carrera como concertista que le llevó por los principales centros musicales del
mundo. En 1864, White sustituyó a su profesor Alard en el puesto de profesor
del Conservatorio y sus Seis estudios brillantes para violín
fueron incluidos entre las obras que debían interpretar los estudiantes de la
alta casa de estudios musicales. Compuso, entre otras obras, un concierto para
violín y orquesta y la famosa habanera La bella cubana (Carreras
1985, 150-153).
La Gazzete
Musicale, en agosto de 1856, dijo de White lo siguiente: «En un año ha
llegado a ser émulo de los más grandes violinistas que se conocen en Europa»
(Calcagno 1878, 696), y Rossini, en carta fechada el 28 de noviembre de 1858,
en París,[5]cuando White debió regresar a Cuba a causa de que
su padre se debatía en el lecho de muerte, se despidió de él expresándole lo
siguiente:
Permitidme
espresaros [sic] todo el placer que esperimenté [sic] el domingo último en casa
de mi amigo Mr. David: vuestra calurosa ejecución, el sentimiento, la
elegancia, la brillantez de la escuela a que pertenecéis, son cualidades en un
artista como vos, de que puede enorgullecerse la escuela francesa. Pueda yo,
Señor, con mis simpáticos votos, daros la dicha de encontrar con salud a aquel
por quien tanto tembláis hoy. Al bendeciros os deseo un feliz viaje y un pronto
regreso (Calcagno 1878, 696-697).
En febrero de
1861, a su regreso a París, la Ilustración Francesa dijo de
él:
Mr. White, a
quien la América nos ha devuelto hace un año, ha desarrollado con un trabajo
constante el talento que poco antes le hizo obtener el primer premio del
Conservatorio: en el Hotel-de-Ville, y luego ante el conde Newerkerker y en
presencia de Rossini tocó con un estilo siempre igual el «Concierto» de
Mendelssohn y la fantasía de Paganini. Esto quiere decir que se presta su genio
a tocar todo lo que se quiera, porque todo puede presentarse entre estos dos
términos estremos [sic], dio también de su propia música, e hizo escuchar en su
concierto un bolero para violín y orquesta, muy bien instrumentado y lleno de
melodías felicísimas, en cuya parte principal encerraba aires de un juego tan
nuevo como chispeante: tiene una admirable agilidad para el manejo del arco y
hace el «staccato» con tanta audacia como perfección: su estilo es elegante y
la expresión es justa y nada afectada. Helo ya colocado en el primer rango en
la gloriosa falange de violinistas que Europa nos regala (Calcagno 1878, 697).
José White |
En 1875, White llegó a La Habana «donde brilló como debía esperarse y entre otros trabajos, compuso una melodía para la corona fúnebre que la juventud preparaba en honor del Pbro. Arburu» (Ídem). El 8 de junio del mismo año partió hacia México junto a Cervantes. White siguió a Venezuela en 1877, «donde dio en total cinco conciertos. De ellos cuatro fueron públicos y uno privado» (Milanca 1990, 35), y en 1879 fue director del Conservatorio Imperial de Río de Janeiro, en Brasil, donde se desempeñó como músico de la corte y profesor de los hijos del emperador Pedro ii (Calcagno 1878, 697). Terminó su vida en París, donde llegó a ser director interino del Conservatorio.
Entre los alumnos
que White formó y que hicieron carrera como profesores y violinistas estuvo la
mexicana Asunción ChonitaSauri Zetina (1878-1939), quien fuera
profesora del Conservatorio Nacional de México. Se presentó en Cuba en varias
ocasiones (Bohemia, 23 ene. 1921) y en 1916, junto a sus compatriotas
Agustín C. Beltrán, Manuel M. Ponce y Tomás Rubio, fundó en La Habana la
academia Beethoven.
El violinista
Rafael Díaz Albertini (1857-1928), tomó clases con Anselmo López y después con
Vandergutch. En 1866, viajó a New York donde tomó clases con el eminente
profesor polaco Pozuansiki y de regreso a La Habana se presentó en el salón
Edelmann «ante un público numeroso e inteligente». De él diría Gottschalk en
carta a Albertini padre: «es el Rafael de la música… llegará a ser el primero
entre los primeros de su época» (Calcagno 1868, 27).
En 1871, ingresó
Albertini en el Conservatorio de París donde tomó clases con el profesor
francés Jean-Delphin Alard (1815-1888), quien a su vez había estudiado el
violín con los maestros François-Antoine Habeneck (1781-1849) y François-Joseph
Fétis (1784-1871), y era, a la llegada de Albertini, profesor del Conservatorio
de París donde había sucedido a Pierre Marie François de Sales Baillot
(1771-1842), en 1843.
En 1872,
Albertini ganó un accésit; en el 73, un premio segundo; y en julio del 75, el
primer premio. De él dijo el Artistic Journalde París:
Es un prodigio no
tanto por su habilidad mecánica, que es maravillosa en un niño de 10 años, como
por su genio creador, el cual le facilita poner alma y pasión en todo lo que
toca, e interpreta las obras de los grandes compositores con la necesaria inteligencia,
énfasis, dignidad y pasión (Calcagno 1878, 27-28).
En enero de 1879,
Albertini estaba de regreso a La Habana y se anunciaba su concierto en el
teatro Payret. Y el día 4 de ese mes el DM publicó la
siguiente nota:
(DM, 4
ene. 1879). Parece ser ya cosa decidida, según nuestros informes, que el primer
concierto de Rafael Díaz Albertini se verificará en el teatro de la Paz
(Payret) en la noche del 13 del corriente. Sabemos que el programa será
brillante, que el distinguido pianista Cervantes secundará al joven concertista
y que una aplaudida cantariz de la ópera tomará parte en esa notable fiesta
musical.
Al leer las
biografías de estos artistas, puedo interpretar la importancia que tuvieron en
la expansión internacional de la música cubana. Ellos iban por delante, dando a
conocer en todo el mundo una «denominación de origen», interpretando una música
que fue acaparando la atención del público por los cuatro puntos cardinales, en
un proceso que no tuvo compases de espera, sino que se mantuvo sonando durante
al menos dos siglos.
La familia
Jiménez, natural de Trinidad, dio grandes profesionales a la historia de la
música cubana; entre ellos, sobresalen José Julián Jiménez (1823-1880), quien
demostró desde muy temprana edad tales dotes para tocar el violín que «un
acaudalado hacendado decidió enviarlo a Alemania y costearle los estudios»
(Calcagno 1878, 354). Tomó clases en Leipzig y «figuró entre los violinistas de
la orquesta Gewandhaus de esa ciudad, y a su regreso a Cuba fundó, en 1849, una
orquesta de baile en La Habana» (Orovio 1992, 254). Y en 1855, su participación
en una serenata ante la casa de gobierno en Trinidad, en celebración del
cumpleaños del capitán general de la isla, José de la Concha, le valió el
elogio de la prensa:
Trinidad. (DM,
27 mar. 1855) Leemos en el «Correo»: Una banda de música militar y las
demás orquestas del país amenizaban aquel magnífico acto con excelentes piezas
que fueron ejecutadas deliciosamente, sobresaliente empero en cuanto desempeño
el aplicado violinista trinitario Julián Jiménez, que con tan exquisito gusto,
sentimiento, claridad y precisión maneja el instrumento a que consagra sus
estudios. Las difíciles variaciones de Beriot que nos hizo oír agradaron
sobremanera y fueron estrepitosamente aplaudidas.
Los hijos de
Julián, que fueron Nicasio (1847- ¿?) y José Manuel (1851-1917), iban a seguir
los pasos de su padre e incluso a superarlo. El primero, estudió violín con su
padre, y en 1867 pasó a Leipzig donde estudio violonchelo quedándose a residir
en Tours, donde fue profesor de música. El segundo, estudió con su padre y su
tía Catalina Berroa (1849-1911) -considerada la primera mujer cubana
compositora-, y también en Alemania, convirtiéndose en uno de los grandes
pianistas de su época. Conocido también como Lico Jiménez, en
1876, siendo alumno de «Marmolet[6] [sic] ganó el Primer Premio del
Conservatorio de París y con su padre y hermano llamó la atención,
especialmente en los conciertos dados en el salón Felipe Herz» (Calcagno 1878,
354).
Entre 1879 y
1890, Lico Jiménez se estableció en Cuba, «fijando su
residencia en la ciudad de Cienfuegos donde ejerció la enseñanza del piano»
(Orovio 1994, 255). En 1890 regresó a Hamburgo, donde formó una familia de la
que nació Manuela Jiménez (1900-1967), quien sería también una descatada
pianista, organista y pedagoga. Durante la década del 40, Manuela fundó en
Santo Domingo, República Dominicana, el estudio José Manuel Jiménez, donde
formó a casi una docena de pianistas, algunos de los cuales se convirtieron en
los intérpretes y profesores más destacados del país durante el
siglo xx (Incháustegui 1998, 41-43, 53-55, 70-72).
Hubert de Blanck |
El claustro de
profesores del Conservatorio Nacional contaba con músicos de gran capacidad;
entre ellos, Luis Casas Romero (1882-1950), flautista y compositor de larga y
fructífera trayectoria en la historia de la música cubana, creador de piezas
antológicas como las criollas Olvídame, Hortensia y Graciela (Díaz
2014, vol. 1., c. ix, p. 2), y Jorge Anckermann (1877-1941), pianista,
director y compositor prolífico, quien creó 598 piezas para el teatro Alhambra,
y compuso «la partitura de la revista Toros y Gallos, que se
estrenó en 1899», y que incluía «la antológica guajira El arroyo que
murmura» (Ídem vol. 1., c. v, pp. 3-4).
Al cumplirse
veinticinco años de la fundación del Conservatorio Nacional de Música, la
revista Bohemia (3 dic. 1910) publicó una nota muy detallada
de su labor, en la que se menciona que un buen número de sus alumnos se
desempeñaban como maestros e intérpretes tanto en Cuba como en México, Estados
Unidos, España y Francia.
En 1911, en el
concurso anual que realizó el Conservatorio, obtuvo la Medalla de Bronce un
joven de dieciséis años que se convertiría en los años por venir en uno de los
músicos más importantes para el repertorio de la música cubana y una de las más
brillantes estrellas del espectáculo en el mundo, aquel joven era Ernesto
Lecuona (Bohemia, 9 jul. 1911, 252). Por aquella misma sala Espadero del
Conservatorio Nacional de Música, que durante las primeras décadas del
siglo xx estuvo en la calle Galiano 47, altos, pasarían muchas otras
figuras relevantes para la cultura musical cubana.
Alberto Falcón
(1873-1961) fue un músico matancero que estudió en el Conservatorio Nacional
con el profesor belga Hubert de Blanck y posteriormente viajó a Francia, donde
ganó por oposición la plaza de profesor de piano en el Conservatorio de
Burdeos. Estudió composición con Massenet e integró el Comité de Honor del
Conservatorio Internacional de París. De regreso a Cuba fundó el Conservatorio
Falcón (Orovio 1992, 162), que, en 1918, estaba en la calle San Lázaro 114 (Bohemia,
6 ene. 1918), el que se sumaría al conjunto de instituciones en las que se
impartía y divulgaba la música en la capital cubana. Según la revista Bohemia (10
feb. 1918):
… resultó un
triunfo artístico de alta trascendencia […] la primera serie de cuatro
conciertos de música de cámara en el Conservatorio Falcón, la cuarta de las
cuales, celebrada el pasado domingo (3), proporcionó un éxito personalísimo a
Alberto Falcón, que fue ovacionado por la concurrencia, tan numerosa como
inteligente, que llenaba la amplia sala de fiestas del Conservatorio.
Difícilmente habrá estado nunca más inspirado que ese día el ilustre pianista
cubano. Cuando se hace buena música y se ejecuta con «amore» y maestría, se
subyuga al público.
Y una semana
después la misma revista, publicó la siguiente nota:
La inauguración
del «Instituto Musical». (Bohemia, 17 feb. 1918). Para el día primero
del próximo mes de marzo ha sido fijada la inauguración del Instituto Musical,
del que serán directores y propietarios los notables y reputados profesores los
señores José Mauri y Ernesto Lecuona, que tantos lauros han conquistado en su
brillante carrera artística.
Profesora del citado centro de educación musical será la señorita Natalia
Torroella, alumna eminente del Conservatorio Nacional de la Habana, lo que
representa una nueva y valiosa garantía para los educandos.
La nueva academia musical ha sido instalada en la calle de Delicias número 65,
en la Víbora, y estará incorporada al Conservatorio de Hubert de Blanck.
Muchos éxitos auguramos al «Instituto Musical».
En 1929, la
orquesta del Conservatorio Falcón estaba integrada por cuarenta profesores y
era dirigida por Alberto Falcón. El día 14 de febrero, a las diez de la mañana,
debutó en el nuevo teatro Auditorium, con un programa que estuvo integrado por
la Sinfonía italiana, de Mendelssohn; el Concierto en La
menor para piano y orquesta, de E. Grieg; Reverie, para
piano solo de Schumann; y Los preludios, de F. Liszt. La
solista fue Carmelina Delfín (DM, 5, 9, 10, 11 feb. 1929).
Carlos Alfredo
Peyrellade Zaldívar (1840-1908)[7] fue discípulo de Espadero en Cuba y de
Camille-Marie Stamaty (1811-1870) y Pierre Prosper Maleden (1800-1871), en
París[8]. Debutó en la sala Pleyel con el violinista
Jean-Delphin Alard (1815-1888) y después continuó su carrera como concertista
por Europa. De regreso a Cuba, fundó junto a su hermano Eduardo (1846-1930) el
Conservatorio de Música y Declamación donde estudiaron, entre otros, Ernesto
Lecuona (1895-1963), Jaime Prats (1883-1946) y Rita Montaner (1900-1958)[9], todos con relevantes carreras en la música.
Emilio Agramonte
(1844-1918), un músico camagüeyano que había estudiado en España, Italia y
Francia, fundó, en 1893, la Escuela de Ópera y Oratoria en New York (Orovio
2004, 20), donde tuvo como discípula a la soprano cubana Rosalía Chalía Díaz
(1863-1948), quien fuera la primera artista cubana en grabar fuera de la
isla. Chalía grabó entre 1900 y 1903 por lo menos cuarenta y
tres selecciones (Díaz 2014, vol. 1., c. ii, p. 9), se presentó con éxito
en la Scala de Milán, e hizo temporadas de ópera en Cuba, México, Venezuela y
los Estados Unidos.
Gaspar Villate y
Montes (1851-1891) fue discípulo de Nicolás Ruiz Espadero y, posteriormente,
estudió en los Estados Unidos y en Francia. Fue uno de los compositores de
óperas cubanos más exitosos de su tiempo en Europa, donde fueron estrenadas;
entre otras, Zilia (París 1877), La czarina (La
Haya) y Baltazar (Madrid 1885). En su testamento donó toda su
fortuna para que la Sociedad Económica de Amigos del País se encargara de la
«administración y desarrollo de la escuela Villate que debía fundarse» para
facilitar «la enseñanza de artes liberales y oficios, gratuitamente, a la
juventud cubana» (Bohemia, 11 ene. 1912, 18). Así se hizo y en el año
1906 quedó abierta la matrícula para la Escuela Elemental de Artes Liberales y
Oficios, que estuvo bajo la dirección del pintor cubano Aurelio Melero
Fernández de Castro (1870-1929).
Benjamín Orbón
(1879-1944) nació en Avilés, España. Realizó sus primeros estudios de música en
esa ciudad con Heliodoro González y los continuó con Víctor Sáenz Canel en la
Academia de Bellas Artes de San Salvador de Oviedo y en el Real Conservatorio
de Música y Declamación de Madrid, donde obtuvo el Premio Fin de Carrera. Se
presentó en el Ateneo de Madrid iniciando su actividad como concertista. En
1901 visitó por primera vez La Habana y de regreso a Europa se presentó en
París, donde fue elogiado por la crítica. En 1906, estrenó en Gijón su
zarzuela La víspera de San Juan, un año más tarde regresó a La
Habana, donde fijó su residencia y fundó el Conservatorio Orbón, una
institución que llegó a contar con más de ciento sesenta filiales por toda la
isla y que gozó de tal prestigio y rigor académico, que los títulos que emitía
tenían valor oficial.[10] Sus viajes periódicos a Europa lo
mantuvieron al tanto de lo que sucedía en el Viejo Mundo, mientras daba a
conocer sus obras y su calidad como compositor e intérprete. Así lo confirman
algunas de las notas que la prensa cubana publicaba para darle la bienvenida de
aquellos viajes; entre otras, la siguiente:
(DM, 31
dic. 1928). Llegó ayer a esta ciudad de regreso de su viaje vernal por Europa
el gran pianista astur Benjamín Orbón, artista de excepcionales aptitudes,
sancionado por la crítica de París y director del Instituto Musical que lleva
su nombre.
Orbón es un intérprete ilustre de Albéniz y de Falla y un admirable técnico que
conoce perfectamente los clásicos, los románticos y los vanguardistas de la
música. Su última obra, «Danza Asturiana», ha obtenido en España un éxito
espléndido.
Bienvenido sea el triunfante compositor y pianista avileño.
Y, según la
crónica, poco después de su regreso, el día 22 de febrero, se presentó en un
recital en el instituto musical que llevaba su apellido. El concierto estuvo
dedicado a sus discípulos, a los alumnos de su conservatorio, a las academias
Orbón incorporadas y a la Asociación de Antiguos Alumnos del instituto musical,
que extendía sus enseñanzas por toda la república.
La primera obra
que interpretó fue Carnaval Op. 9, de Schumann, y de su
interpretación dijo el cronista lo siguiente:
(DM, 23
feb. 1929). En el Carnaval de Schumann, […] Orbón demostró que
es un concertista de «primo ordine». En los pasajes vigorosos, así como en los
que presiden la gracia y la delicadeza, estuvo afortunadísimo expresando todos
los matices.
Orbón interpretó
también su obra Danza asturiana, la que, según el cronista, «es una
verdadera joya en su género, construida con sujeción a las reglas del arte, sin
tendencias al esnobismo». La Danza asturiana, de Orbón, dice el
cronista, «está extraída del alma popular -en la forma en que aconsejaba
Pedrell-, y tiene la elegancia y la delicadeza de las obras de los grandes
compositores».
Entre los alumnos
más destacados de Benjamín puedo mencionar, sin temor a error, a su propio
hijo, Julián Orbón (1926-1991), quien, al decir de Alejo Carpentier, era, en la
década del 40 del siglo xx, «la figura más singular y prometedora de la
joven escuela cubana» (Carpentier 1961, 188), quien sin haber cumplido los
veinte años estaba «en posesión de una obra considerable, que no contiene una
página carente de interés» (Ídem, 191). Por supuesto que Carpentier se refería
a la obra académica de Julián, pero en 1961, en el Carnegie Hall de New York,
gracias a rocambolescos sucesos, el folclorista Pete Seeger estrenó en los
Estados Unidos la canción cubana que más se ha cantado desde entonces: La Guantanamera.
Fue Julián Orbón quien creó una melodía y una estructura para cantar los Versos
sencillos de José Martí, utilizando el estribillo que Joseíto
Fernández había popularizado en la década del 40, en una tonada repentista de
transmisión oral conocida por el título de Guajira guantanamera.[11]
En 1903, recién
inaugurada la República, abrió sus puertas la Escuela de Música O’Farril, bajo
la dirección del músico cienfueguero Guillermo Tomás (1868-1933) (Orovio 1992,
156-157). La institución se convertiría, en 1910, en la Escuela Municipal de
Música de La Habana y desde 1936 hasta la actualidad sería el Conservatorio
Municipal de La Habana. Allí, los programas de música consolidarían el rigor
académico de las escuelas europeas, y el claustro de profesores llegaría a
estar integrado por prestigiosos maestros en todas las materias fundamentales
para el estudio de la música. El Conservatorio Municipal produciría durante
años profesionales capacitados, muchos de los cuales integraron las orquestas
que competían en la industria de la música, tanto en Cuba como en el resto del
mundo.
La condesa de
Lewenhaups fundó en La Habana la Academia de Canto y Declamación Lírica. Bohemia del
7 de mayo de 1910, anunció una fiesta de arte en la academia, en la que
cantarían sus alumnas, y el 12 de mayo de 1912, la misma publicación da cuenta
de que en el «Ateneo» se celebró una velada en la que se representó el primer
acto de la comedia La verdad de la vida, original del entonces muy
joven Gustavo Galarraga y «Amalia Izquierdo, Condesa de Lewenhaups, cantó con
su habitual gusto y maestría La nuit, de Rubinstein, y Manon,
de Massenet, siendo acompañada al piano por la señorita América
Rodríguez».
La violinista camagüeyana Marta de la Torre Campuzano (1880-1988) estudió primero con sus padres, Lina Campuzano y Gabriel de la Torre, y posteriormente en el Conservatorio de Bruselas, donde obtuvo el Primer Premio de violín, en 1909 (Orovio 1992, 478). De regreso a la isla, se presentó varias veces ante el público habanero; entre ellas, el 29 de octubre de 1911, en el Politeama grande, junto a su hermana, la pianista Ángela de la Torre (Bohemia, 29 oct. 1911, 432).
El día 5 de
noviembre, en la misma sala, Ángela presentó un recital en el que interpretó
una «Sonata de Beethoven, el Nocturno, Op. 27 Nº. 2 de
Chopin, St. François de Paule de Liszt, la gran Sonata
Op. 11 de Schumann, Réve d’Amore No.3 de
Liszt, Novelletes Op. 21 Nº. 2 de Schumann y Polonaise
Op. 53 de Chopin» (Bohemia, 12 nov. 1911); y el 15
de diciembre de 1912, según se anunció en la revista Bohemia (8
dic. 1912), en los salones de la extinguida Sociedad del Vedado, Marta
estrenaría en Cuba el concierto para violín y orquesta de Beethoven, con una
cadencia escrita por su profesor César Thomson (1857-1931), y su hermana
interpretaría la Gran polonesa, de Chopin. Ese mismo año, después
de sus presentaciones en Cuba, Marta se trasladó a los Estados Unidos donde
hizo su debut en el Eolian Hall, en octubre de 1920, año en el que también
grabó para la Edison (Díaz 2014. vol. 1, cap. ix, p. 6).
En 1924, Marta de
la Torre fue contratada por la sociedad internacional Conciertos Daniel para
presentarse junto a Ernesto Lecuona en una gira de conciertos por España
(Fajardo 2014, t. 1, 20) y, en 1926, estuvo en Francia, donde ofreció «cuarenta
conciertos» (Díaz 2014. Ídem). La violinista camagüeyana estuvo radicada en los
Estados Unidos, donde impartió clases de violín y piano hasta muy avanzada
edad.
Bohemia del 26 de noviembre de 1911,
menciona el regreso a la isla de dos artistas cubanos; uno, «Joaquín Baralt,
notable barítono que había permanecido durante seis años en los conservatorios
de Francia e Italia pensionado por el Gobierno Provincial», quien partiría
nuevamente a París donde había sido contratado por la Ópera Cómica; y el otro,
el pianista Laureano Fuentes, quien había «realizado una notable tournée por
las principales capitales de Europa y América».
En el mismo
número, la revista publica la crónica de una «soirée artística» en la que
participaron; entre otros, el pianista Joaquín Rodríguez Lanza, quien estudiaba
con Gaspar Agüero y, años más tarde, sería inspector de música del Ministerio
de Educación; el barítono Francisco Fernández Dominicis, el primer cantante
cubano en presentarse en la Scala de Milán; el violinista Joaquín Molina
(1884-1950), quien tomó clases con el notable violinista Juan Torroella y fundó
el Conservatorio González-Molina (Orovio 1992, 297-298); y la pianista Ángela
de la Torre. Todos ellos, «elementos artísticos de gran valer, que rindieron
fervoroso culto al Arte».
La misma revista,
en su número del 23 marzo de 1913, «engalanó» una de sus páginas con «el
retrato de la Srta. María A. Escobar, distinguida artista y profesora de
mandolina de los colegios San Vicente de Paúl y Alemán y directora de la
Academia Escolar de Música». La nota informa que Escobar se había radicado en
La Habana tres años atrás y había establecido una academia de música en la que
tenía «como alumnas a las señoritas más distinguidas de la sociedad habanera»,
las que habían participado hasta la fecha en varios conciertos en el Ateneo,
los que llamaron «poderosamente la atención, tanto por lo numeroso y selecto
del público cuanto por la primorosa ejecución del bello y variado programa», y
todo esto tan solo en tres años.
Abunda la nota
diciendo que María A. Escobar había generalizado en Cuba «la mandolina plana,
que es más cómoda, más elegante y tiene mejor sonido que la curva», y que había
dado a conocer las mandolinas del constructor francés Mr. Louis Hury, «que son
las mejores del mundo, así por la belleza de su forma como por la cantidad y
calidad del sonido que producen», y que las alumnas, que eran bastantes, al
recibirse de profesoras de mandolina adquirían una de ese fabricante.
Los profesores,
los estudiantes y los artistas utilizaron muy diversos escenarios para
presentar su música ante el público habanero y uno de estos fueron los salones
de los conservatorios y los almacenes de pianos y/o tiendas de música, donde
habitualmente se ofrecían conciertos que se daban a conocer en la prensa; entre
muchísimos otros, Bohemia (20 ago. 1911) anunció que Flora
Mora, alumna de la profesora María Luisa Chartrand, ofrecería ese mismo día un
recital en el almacén del señor Gabriel Prats, donde se estrenaría un piano
Hooff.
(DM, 4
abr.1926). Nadie mejor que Flora Mora para comprender al inmortal autor de
«Goyescas». Fue su discípula predilecta y, además de ser una pianista de
excepcionales facultades, es la intérprete más compenetrada con la obra del
malogrado músico español que jamás podrán olvidar los verdaderos amantes del
divino arte. Hablará también Flora Mora sobre la personalidad de Granados como
hombre, artista y como maestro.
Dadas las
aptitudes de la gran pianista cubana y de su autoridad como profesora, y su
reconocida elocuencia pedagógica, podemos anticipar que el concierto de hoy
será un succés desde el punto de vista musical y literario. Granados será
descrito por una de sus más inteligentes y fervorosas discípulas.
Entre los logros
de la asociación que Flora Mora dirigió, se cuenta el haber presentado en el
teatro Martí al entonces joven y muy famoso violinista Leo Strokoff, alumno de
Eugène Ysaÿe (DM, 28 feb. 1929).
Bohemia del 12 abril de 1913, dio a conocer
también que la «notabilísima pianista española», Mercedes Padrosa, quien se
encontraba en La Habana de paso a los Estados Unidos, ofreció en la casa de
Anselmo López, un recital privado en obsequio de la prensa y un grupo de
profesores y diletantes, «maravillando a todos por la inimitable agilidad y
precisión de que hizo gala, y de la enérgica pulsación y sentimiento
demostrado».
También Bohemia del
1 junio de 1913, anunció que en la «afamada casa de Anselmo López» debutaría
ante el público habanero el joven violinista dominicano, Gabriel del Orbe
(1888-1966), quien se había graduado de los conservatorios de Leipzig y Berlín,
y en los años por venir se presentaría en importantes salas de conciertos en
Cuba, Venezuela, Estados Unidos y Alemania, donde recibió elogios de la crítica
y fue ovacionado por el público.
Aquellos espacios
aparentemente modestos, constituyeron una parte importante del extenso
entramado de instituciones en las que se construía la cultura musical cubana,
al calor de las múltiples relaciones voluntarias que, con el fin común de las
artes, establecían alrededor de ellas personas de diferentes razas, credos,
escuelas o nacionalidades.
El flautista
Emilio Puyans (1883-1956) nació en Puerto Plata, República Dominicana, y desde
muy pequeño se trasladó con su familia a París, donde estudió con el flautista
y compositor Claudio Paul Taffanel (1844-1908) y Adolphe Hennebains
(1862-1914). De regreso a América fue profesor de flauta del Conservatorio
Municipal de La Habana,[12] ciudad en la que, desde 1912, era mencionado
por la prensa, la que dio a conocer su llegada junto a su esposa, la soprano
Ivone Michele (Bohemia, 21 ene. 1912, 33). Poco después, el flautista
hizo un concierto en el que le acompañó al piano Ives Nat (Bohemia, 18
feb. 1912, 81). Más tarde, los días 10 de mayo de 1925 y 31 de diciembre de
1933, tocó acompañado por la Orquesta Filarmónica de La Habana, y el 1 de enero
de 1929 y el 28 de enero de 1934, dirigió esa misma orquesta (Sánchez
1979).
Francisco
Fernández Dominicis (1883-1968)[13], el primer cantante cubano que se presentó en la
Scala de Milán hasta que se demuestre lo contrario, tomó clases con el bajo
español, radicado en La Habana, Pablo Meroles, quien lo presentó en la sala del
conservatorio Peyrellade, el 22 de noviembre de 1906, donde el joven cantó el
epílogo y romanza de la ópera Mefistófeles, de Arriago
Boito, siendo muy elogiado entonces por el público y la crítica. En 1911,
audicionó para el barítono español Emilio Sagi Barba, aprovechando que este
hacía una temporada con su compañía en el teatro Tacón, y fue tan satisfactorio
su desempeño que fue contratado para actuar con la compañía de ópera.
Francisco Fernández Dominicis |
Según
anunció Bohemia, el 9 junio de 1912, Dominicis interpretaría el 14
de ese mes, «el tercer acto de Bohème, representado con atrezzo y
decorado», junto a Margarita Martínez, Tina Farelli y Santiago Ferreiro, todos
bajo la conducción de Juan Gay. En 1912, también cantó en la
ópera Tosca, en el teatro Payret con gran éxito y, al año
siguiente, viajó a Milán, donde tomó clases con la soprano Graziella Pareto y
su esposo, el compositor Gabriel Sibella, a quienes conoció cuando estos
artistas se presentaron en La Habana, en 1911. Debutó en el teatro Coccia, de
Novara, el 3 de enero de 1914 cantando La favorita, en el papel de
Fernando, y, ese mismo año, lo hizo en Milán, en un concierto en la Sociedad
del Giordano y, finalmente, fue contratado para cantar la temporada de
diciembre de 1914 a marzo de 1915, en el teatro Scala de Milán.
En 1916, cantó en
la ciudad de Paseva, las óperas Manon, de Massenet y El
barbero de Sevilla, de Rossini, y el 4 de septiembre debutó en la Ópera
Cómica de París, junto a la soprano Graziella Pareto y el barítono Ricardo
Stracciari (1876-1955), finalmente, de regreso a Milán, fue contratado para
formar parte de la compañía del teatro de La Scala y debutó el 26 de diciembre
de 1921, interpretando al Doctor Cajus de la ópera Falstaff, de
Verdi, teniendo como director musical al legendario Arturo Toscanini. A esta le
seguirían muchas otras presentaciones, hasta que, en 1926, decidió abandonar la
compañía y se dedicó a hacer conciertos. Volvió a la ópera en 1928, cuando
Mascagni lo invitó a interpretar en Venecia el papel de Arlequín de la ópera Payaso,
de Leoncavallo, en una representación en la plaza San Marcos.
En 1930, Dominicis fijó su residencia en La Habana junto a su esposa, la bailarina italiana Ana
Mariani Rago. En la isla se presentó en el teatro Auditorium, dirigió un
programa radial dedicado a la divulgación de la ópera, y en 1931, Alberto
Falcón lo invitó a integrar el claustro de profesores del Conservatorio
Municipal de La Habana que él dirigía. Fue profesor además en los
conservatorios Nacional de Música, Alberto Falcón, Roig-Cartaya y
Lorie.
El pianista
Enrique Masriera se estableció en La Habana durante las primeras décadas del
siglo xx y fundó el conservatorio Masriera. Su nombre y los
estudiantes de su conservatorio son mencionados repetidas veces en las crónicas
musicales de varias publicaciones habaneras. Algunas de estas menciones fueron
compiladas en Centón de las fiestas centenarias… por el R. P. José
Vicente de Santa Teresa,[14] un volumen en el que se documentan las
celebraciones que por la virgen de Santa Teresa se realizaron entre marzo de
1922 y marzo de 1923, en La Habana. El maestro Masriera se menciona como
pianista y director.
Otro de los
conservatorios que apenas se conocen en la historiografía de la música cubana,
es el conservatorio Iranzo. Según la nota que publicó el DM (1
ene. 1929, 11), la institución había realizado una «interesante fiesta para la
inauguración de un nuevo local». Entre los estudiantes de este conservatorio, o
al menos entre los que tomaron clases con Rosario Iranzo, se menciona al
profesor, pianista y compositor cubano Alfredo Diez Nieto (1918-2021), un dato
que aporta la biografía del centenario maestro que se puede consultar en Wikipedia.[15]
Según Edgardo
Martín, en la década del treinta del siglo xx «la enseñanza privada
toma nuevos vuelos y procura ponerse en mejores condiciones de rendimiento. […]
Aparecen nuevos tipos de enseñanza; se ensayan metodologías nuevas, [y] se hace
un trabajo más riguroso que antes» (Martín 1971, 182). Pero lo que mejor habla
de la calidad de la enseñanza musical en Cuba hasta 1959, es la impetuosa vida
artística en ciudades como La Habana, Matanzas o Santiago de Cuba.
Según Martín
(Martín 1971, 114), desde las primeras décadas del siglo xx se
presentaron en el teatro Auditorium, y otras salas de la Sociedad Pro-Arte
Musical, «casi todo lo más grande del concertismo, la ópera y el ballet en todo
el mundo», lo que propició que se formara «en La Habana un público que, aunque
minoritario, estaba al día en cuanto a música, ópera y ballet se refiere». Y
aunque Martín anota en estas líneas que allí iba una élite, en la misma obra
nos informa que los abonados de Pro-Arte eran más de cinco mil, y que los
conciertos se repetían para que los no socios pudieran disfrutar de estos por
precios populares. Si se toman en cuenta esas cifras y se relacionan con la
cantidad de habitantes de la isla, entonces, probablemente, los guarismos nos
sorprendan. También acusa Martín que en «esa institución [Pro-Arte] prevaleció
cierto conservatismo», [sic] pero a pesar de eso, por sus salas pasaron casi
todos los artistas cubanos de calidad en la época y se presentaron en primera
audición algunas de las más representativas obras cubanas de entonces.
Como mencioné, en
Cuba, donde había un alumno con deseos y capacidad para estudiar música siempre
hubo un profesor, y el siguiente anuncio así lo confirma:
Gran oportunidad.
(DM, 22 feb. 1939). Le ofrece el distinguido y excelente profesor
Gabriel de la Torre a los estudiantes de piano, dándoles facilidades para que
puedan tomar sus lecciones. Para ello ha fijado el precio de un peso la hora.
Por mensualidades los precios son convencionales.
El profesor la Torre prepara para exámenes y hace repertorios. Su «Método
Elemental» para piano ha sido muy encomiado por profesores y prensa del país,
así como por grandes maestros de Francia, Bélgica y Estados Unidos. Se vende a
un peso en los establecimientos de música y en casa del autor, San Lázaro 1001,
esquina a Hospital.
Gabriel de la Torre es desde hace mucho tiempo, profesor de piano del Internado
del Sagrado Corazón, en el Cerro, siendo su labor pedagógica siempre encomiada.
Los estudios
académicos de la música, como ya he mencionado, se extendían a muy diversas
instituciones. Según una noticia aparecida en el Boletín de Música y
Artes Visuales de septiembre de 1953, la Universidad Nacional Masónica
José Martí, organizó una escuela de música en la que fue designado como
«director ad honorem» el maestro Gonzalo Roig; el decano era José
Luis Vidaurreta Monreal (1912-1975), mientras que el claustro lo integraban
«Serafín Pro, Argeliers León, Harold Gramatges, Raúl Gómez Anckermann, Nilo
Rodríguez, Aida Teseiro, Georgina Ramos, Margarita Alonso, Carmen Elena Cruz,
Elena Ibáñez, Ester Alfonso, Evangelina Suárez, Ofelia Zamora, María Eugenia
Muñiz y Rosario Franco.[16]
El mismo boletín
reporta que los «cursos de música de la Escuela de Verano de la Universidad de
La Habana» incluyeron ese año,
… asignaturas
sobre Música de las Américas, por Edgardo Martín; Armonía Escolar, por Harold
Gramatges; Didáctica del Folklore Musical, por Argeliers León; y otras materias
pedagógicas a cargo de las profesoras Ada Iglesias, Elena Ibáñez, Aurelia
Pajares y María Teresa Linares. Aunque se ofrecía por la primera vez, el curso
sobre Música de las Américas ha sido muy concurrido. Fue ilustrado con
grabaciones fonográficas de obras de Ives, Copland, Gershwin, Randall Thompson,
Virgil Thomson, Piston, Chávez, Revueltas, Moncayo, Villa-Lobos, Fernández,
Ugarte, Ginastera, Guastavino, Ficher, Boero, José María Castro, Harold
Gramatges, Aurelio de la Vega, José Ardévol, Gonzalo Roig y Edgardo Martín.
También eran
habituales los cursos y las conferencias ilustradas con grabaciones
fonográficas o presentaciones en vivo. El mismo boletín da cuenta de «las
audiciones con discos fonográficos organizadas por la Sociedad Nuestro tiempo,
en los meses de julio y agosto», en las que «el compositor Edgardo Martín habló
sobre la Novena Sinfonía de Shostakóvich, y la
ópera-oratorio Edipo rey, de Stravinski». Y recoge además las
siguientes noticias:
La pianista Flora
Mora dictó una conferencia en el Capitolio Nacional, el 6 de junio, sobre el
tema Goya, Granados y las Goyescas. […] Del 24 al 29 de agosto tuvo lugar la
Primera Semana Gregoriana, vasto programa de actividades relacionadas con la
música religiosa […]. El programa de la primera semana consistió en una serie
de conferencias sobre los siguientes temas: La notación gregoriana. Nociones
generales del ritmo gregoriano. El ritmo en la melodía gregoriana. El ritmo en
la palabra y el ritmo en unión de la melodía y el texto».
Los estudios
académicos de música en Cuba tuvieron primero el invaluable aporte de los
músicos extranjeros que llegaron a la isla a «hacer la América». A través de
ellos los músicos cubanos conocieron las técnicas más avanzadas de
interpretación y composición de la época, se convirtieron en estudiantes de
mérito y muchos de ellos, en una larga saga, asistieron a prestigiosos
conservatorios de Europa y los Estados Unidos. Este proceso de enseñanza y
aprendizaje duró al menos dos siglos, por lo que, en la primera mitad del
siglo xx, los músicos cubanos ya habían alcanzado los estándares
internacionales más altos para la época y la isla contaba con artistas que
asombraban a los públicos y críticos más exigentes, tanto en las salas de
conciertos como en los salones de baile.
Hubo academias
por toda la isla y si solamente se da un paseo por las páginas de algunas
publicaciones habaneras, se encontrarán escuelas de música que pocas veces son
mencionadas por la historiografía cubana, instituciones como el conservatorio
Molina Torres, incorporado al Conservatorio Nacional de Música de La Habana,
situado en la Calzada de Jesús del Monte 543, y que dirigieron el pianista
cubano César Pérez Sentenat y el entonces director de la banda del Cuartel
General, José Molina Torres (Bohemia, 10 sep. 1922); o el Conservatorio
de Música Santa Ana del que aparece un anuncio en la revista Bohemia en
el que se da a conocer lo siguiente:
(Bohemia,
13 ago. 1922). Dirigido por la Profesora Graduada con título María de Arrarte.
Pone en conocimiento de los señores Profesores que este Conservatorio examina a
todos los discípulos, que se incorporen a él, no cobrando más que los derechos
de exámenes. Los exámenes son públicos y el tribunal examinador lo componen
Profesores extraños a este Conservatorio. Se expiden títulos de Profesores al
que se examine para ello. Fábrica 59, altos. Luyanó.
Y aunque no
trascendieron los nombres de muchos de estos centros de enseñanza de la música
en Cuba y, a veces, ni el de sus maestros, fueron esos profesores y academias,
por su cantidad y calidad, los que hicieron posible anclar una tradición
musical, que, ni la catástrofe cultural que sobrevendría después de 1959, fue
capaz de sepultar por completo. La diversidad en las metodologías pedagógicas,
en las estéticas y en las técnicas enseñadas propiciaron que el mercado de la
música cubana, incluso en épocas de contracción económica y a pesar de la
indiferencia oficial, se mantuviera a flote y los productos de la MPPC ocuparan
un nicho de mercado desde el cual ejercieron su hegemonía.
Me es imposible
argumentar con más amplitud acerca de la importancia que tuvieron cada uno de
los músicos que enseñaron a tocar, componer e historiar la música en Cuba, y
las influencias que a través de ellos tuvieron las distintas escuelas europeas
en la conformación de una escuela cubana de enseñanza musical y su incidencia
en el posicionamiento de los productos de la MPPC en los mercados, pero quienes
deseen hacerse una idea más detallada de «cómo fue», pueden asomarse a las
páginas de las enciclopedias de Cristóbal Díaz Ayala, los diccionarios de Helio
Orovio, el de la música española e hispanoamericana y las muchas publicaciones
de la época que han llegado hasta nosotros, en las que se anuncian academias,
almacenes de música, profesores privados y actuaciones de estudiantes de música
en cantidades significativas, sobre todo si se tiene en cuenta, que la capital
de la isla, donde se concentró el mercado del arte y el entretenimiento durante
más de dos siglos, tenía, en 1730, una población que se estimaba en unos 50.000
habitantes;[17] en 1861, era de 205.676 (Pezuela 1863, 10);
en «1919, tenía unos 466.188; en 1931, era de 720.739; en 1943, se contaron
unos 935.670 y en 1953 la Habana llegó a tener 1.210.920 habitantes».[18]
No puedo dar por
terminado este acápite sin volver a mencionar a dos músicos, que, sin haber
asistido a las academias, lograron colocarse entre los más grandes de su
estilo; ellos son, Sindo Garay (1867-1968) y Benny Moré (1919-1963), dos casos
excepcionales en la música cubana, quienes, en mi criterio, no llegaron a la
academia, pero la academia sí llegó a ellos. Sus talentos extraordinarios y sus
hábitos de escucha les permitieron captar las esencias de un ambiente sonoro en
el que, a causa de la extensa educación musical, primaban los signos de la
música académica, incluso en las expresiones de transmisión oral.
Ellos dos
supieron asimilar las estéticas de la creación académica a través de sus
hábitos de escucha, y fueron capaces de interpretar y sintetizar esos signos
con los de la música de transmisión oral que ellos habían conocido en las
fuentes.
Notas:
[1] Dra. Escudero, María y Dra. María
Antonia Vigil, ed. 2011. Juan Paris. Maestro de Capilla de la
catedral de Santiago de Cuba (1805-1845). La Habana: Cidmuc, 15.
[2] Cfr.: Anuncio en el DM, 26 dic.
1847.
[3] José Vandergutch, llegó a La Habana a
finales del siglo xviii y fue maestro también de Rafael Díaz
Albertini y Carlos Hasselbrink. (Orovio 1992, 497, lo da como belga). El
apellido aparece con grafías diversas.
[4] La crónica de ese concierto aparece en el
acápite correspondiente al teatro Payret.
[5] Milanca Guzmán, Mario. 1990. «José White en
Venezuela». En Revista Chilena. Año XLIV, enero-junio. 1990,
Nº. 173, pp. 25-64.
[6] Calcagno se refiere a Antoine François
Marmontel (1816-1898), afamado pedagogo francés que entonces era profesor de
piano en el Conservatorio de París.
[7] El DM de 18 dic. 1870
anunció a Carlos Alfredo Peyrellade. Profesor de piano.
[8] Orovio,
Helio. 2004. Cuban Music from: A to Z. Tumi Music Ltd. Bath, UK, 164.
[9] Rita Montaner estudió música y canto en el
conservatorio Peyrellade, y en agosto de 1917, se le otorgó por unanimidad
Medalla de Oro en canto, piano y armonía. También practicó el canto en New York
con el maestro italiano Bimboni. En entrevista para la revista Bohemia,
publicada el 13 ene. 1929, 37.
[10] Victoria Eli. Benjamín Orbón
Corujero. En Diccionario Biográfico Electrónico (DB~e) [En
línea] [Fecha de consulta 18 de ene. de 2020] Disponible en: Victoria Eli
Rodríguez http://dbe.rah.es/biografias/30997/benjamin-orbon-corujedo.
[11] Cfr.: Gómez Sotolongo, A. (2006). Tientos y
diferencias de La Guantanamera compuesta por Julián Orbón. Política cultural de
la revolución cubana de 1959. Cuadernos De Música, Artes Visuales Y
Artes Escénicas, 2(2), 146-175. [En línea] [Fecha de consulta 26 de mar. de
2020] Disponible en: https://revistas.javeriana.edu.co/index.php/cma/article/view/6433.
[12] Emilio Puyans. (2019, mayo 31). EcuRed.
[En línea] [Fecha de consulta 26 de mar. de 2020] Disponible en: https://www.ecured.cu/index.php?title=Emilio_Puyans&oldid=3392587.
[13] Blanco Aguilar, Jesús. 2009. El tenor
Francisco Fernández Dominicis. [En línea] [Fecha de consulta 26 de mar. de
2020] Disponible en: http://culturalbennymore.blogspot.com/2009/12/el-tenor-francisco-fernandez-dominicis.html.
[14] Cfr.: Santa Teresa, R. P. José Vicente de,
ed. 1923. Centón de las fiestas centenarias con que la isla de Cuba
honró a Santa Teresa en el tercer centenario de su canonización. La Habana:
Imprenta Avisador Comercial.
[15] Diez Nieto, Alfredo. Wikipedia, La
enciclopedia libre. [En línea] [Fecha de consulta 4 de feb. de 2021]
Disponible en: https://es.wikipedia.org/w/index.php?title=Alfredo_Diez_Nieto&oldid=126921000.
[16] Boletín de Música y Artes Visuales.
Departamento de asuntos culturales. Unión Panamericana. Washington, D.C. No.
42-43, agosto-septiembre de 1953.
[17] Departamento de Guerra. 1900. Informe
sobre el censo de Cuba, 1899, Apéndice xix. Oficina del director
del Censo de Cuba. Washington: Imprenta del Gobierno, 749.
[18] Fuentes:
Censos de años correspondientes.
*Publicado en Hypermedia Magazine
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