Wednesday, January 15, 2025

“Soy una optimista profesional: sigo pensando que Cuba tiene arreglo”

Ileana Fuentes 

Por William Navarrete

Hubiera podido conocer a Ileana Fuentes en 1995, durante uno de mis primeros viajes a Miami, en que recorriendo la avenida 12 de La Pequeña Habana descubrí que existía un museo cubano en la ciudad. Mi curiosidad me llevó a visitarlo y recuerdo perfectamente el cuadro de Juan Abreu que allí se exhibía. Ahora, al entrevistar a Ileana, me entero de que fue ella quien organizó aquella exposición, la primera que organizaba como directora de un museo que había tenido no pocos percances desde que había sido fundado. Siempre me ha gustado debatir con Ileana Fuentes, como se dice, a chaqueta quitada. Una vez mantuvimos una polémica por correo electrónico por una portada de un libro en homenaje al centenario de la República Cubana que yo había coordinado desde París y para el que el pintor Ramón Alejandro había dibujado una portada que a Ileana le pareció poco apropiada por razones que ahora sería un poco largo precisar. Aquella disputa intelectual no hizo mellas en nuestra amistad. Al contrario, seguimos intercambiando y colaborando cada vez que la ocasión se presenta. No podía dejar a Ileana Fuentes fuera de esta serie de entrevistas. Sus aportes han sido esenciales para la cultura cubanoamericana en el exilio; sus libros, una referencia para investigadores y estudiosos. Mejor dejemos que sea ella quien nos cuente su larga trayectoria al servicio de la Cuba libre con la que muchos seguimos soñando.

―Cuéntanos de tus orígenes familiares.

―Nací en La Habana, en la clínica de la Quinta Covadonga. Mis abuelos paternos emigraron de Asturias a Cuba a principios del siglo XX. Los maternos lo hicieron de Galicia. Mis padres nacieron en Cuba. Mi padre, Juan Fuentes Pérez, nació en La Habana en 1909. Fue músico y maraquero del primer Conjunto Casino en la década de 1930. Se le conocía con el nombre artístico de “Bolita” y compuso varios temas en colaboración con otros músicos, canciones como como Con la lengua afuera o la guaracha A mí qué, grabados por la RCA Victor junto a Roberto Espí, Esteban Grau y otros. Se casó con mi madre en 1947; ya en esa época había dejado la música y era sastre de la Casa Cofiño, sita en la calle Neptuno, en La Habana. 

Ermitas Ramos Vázquez, mi madre, era habanera, nacida en 1922, la más joven de siete hijos. Era doctora en Pedagogía y maestra de la escuela pública N° 8 de Guanabacoa. Fui hija única y en el momento de mi llegada al mundo mis padres vivían en la calle Ánimas, de La Habana Vieja. Luego nos mudamos para Concordia, entre Escobar y Lealtad, y en 1958 para el Ensanche de La Habana, calle Montoro N° 13, entre Carlos III y Lugareño, a cuatro cuadras de la Plaza Cívica, entonces en construcción. 

Con su madre, Ermitas, y su padre, Juan, en La Habana, ca. 1956 (Foto: Cortesía)

―¿Dónde cursaste tu primera escolaridad?

―Estudié en el American Dominican Academy o colegio de las Dominicas Americanas (que no debe confundirse con el de las Dominicas Francesas, también en El Vedado). Se encontraba en la calle 5ta. y D, al doblar del teatro Auditórium de El Vedado, en lo que había sido la última residencia de Máximo Gómez. Ocupaba gran parte de una manzana en un edificio antiguo de dos pisos, con unos enormes patios centrales y jardines llenos de recovecos, enormes árboles y plantas tropicales. 

Tras el triunfo del castrismo, nacionalizada ya la escuela, la convirtieron en los camerinos del Ballet Nacional de Cuba. Estudié en ese colegio toda la primaria hasta el octavo grado. Las clases eran en español con una sesión en inglés. Luego, el bachillerato se cursaba en inglés. También había profesoras laicas; todas las jefas de grado lo eran. El octavo grado no lo terminé porque mis padres me sacaron de la escuela después de que fuera intervenida. En octubre de 1960 salí definitivamente del país.

Primera comunión en Las Dominicas, La Habana, 15 de abril de 1956. Sentadas, de izq. a der., Carlota Pérez y Carmen Vázquez. Detrás las tías Carmen Ramos, Celia Ramos, Josefina Souto y su madre (Foto: Cortesía)

―¿Tu familia militó contra Batista? ¿En qué condiciones les sorprendió a ustedes el triunfo de 1959?

―A pesar de ser única hija, mi familia era numerosa. Vivíamos con mi abuela materna, Carmen Vázquez, mi tío Pepe y mi tía Celia, que era mi madrina. Como muchos de los que eran demócratas convencidos, mi padre vendió bonos del Movimiento 26 de Julio mientras trabajaba en la Sastrería Cofiño, entre 1957 y 1958. Había conocido a Fidel Castro en las filas del Partido Ortodoxo y recordaba muy bien al personaje. 

El 1° de enero de 1959 nos sorprendió en casa pues, aunque los mayores tenían la costumbre de salir a festejar el 31 de diciembre, la situación estaba demasiado tensa para salir a esperar el año nuevo en algún cabaret. A las 5:00 de la mañana nos sorprendió la algarabía de la calle y todos nos levantamos. Se vivieron momentos de mucha ansiedad pues poco después empezaron a liberar a los presos sin tener en cuenta los motivos por los que habían sido encarcelados. El 8 de enero entró el Ejército Rebelde con Fidel Castro al frente a la capital. Me daba miedo ver a toda aquella gente vestida de verde olivo y con rosarios que les colgaban del cuello. 

Los juicios populares empezaron poco después. Recuerdo perfectamente el que le hicieron a Sosa Blanco, transmitido por la televisión. Podíamos darnos cuenta de que todo aquello era un circo romano; la gente gritando “Paredón”. Después de esto nada volvió a la normalidad, aunque todo pareció retomar su curso, al menos durante un año más. 

―¿En qué momento se dan cuenta que el país había caído en manos de una nueva dictadura?

―Como dije ya, mi padre conocía a Fidel Castro desde la fundación del Partido Ortodoxo. Fidel había aspirado a representante de la Cámara cubana. De modo que mi padre se dio cuenta de todo enseguida. Su esperanza no era otra cosa que la negación de que todo hubiese sido en vano. Mi abuela Carmen y él fueron los últimos en sentarse a escuchar los discursos del “Máximo Líder”. Recuerdo en particular uno en 1960 que duró siete horas en el que Castro empezó a hablar del apoyo que habían recibido los rebeldes y mi abuela Carmen empezó a gritarle mentiroso y de rabia apagó el televisor. Entonces le dijo a mi padre: “Juanito, esto se acabó”. 

―¿En qué momento tus padres tomaron la decisión de irse del país y por qué?

―Hubo tres detonantes. El primero fue el hecho de que habían intervenido las escuelas privadas, como la de las Dominicas en la que yo estaba estudiando. Y las interventoras eran las mismas maestras de antes, pero esta vez vestidas con uniformes de milicianas. 

La segunda razón fue la Campaña de Alfabetización. Sabíamos que habían reclutado a menores para la Brigada Conrado Benítez, para que participaran en dicha campaña y obligaron a los maestros de las escuelas públicas a inscribirse como voluntarios. Entonces, como mi madre trabajaba en una escuela de este tipo, tuvo que alfabetizar a personas en otros barrios después de que terminaba su jornada laboral. Nos contaba que en las aulas habían asignado a dos milicianos, sentados detrás, con un rifle en la mano cuya misión era vigilar el contenido de lo impartido. Entre los milicianos haciendo posta, y el currículo de alfabetización que enseñaba que la “F” era de Fidel y la “C” de Camilo, mi madre no pudo con aquello.

La tercera razón fue el miedo de los padres a que enviaran a sus hijos a alfabetizar a lugares recónditos. Había una alarma generalizada por la subversión de la autoridad parental. Cuando nacionalizaron las escuelas hicieron circular una carta que los alumnos debieron firmar mediante el cual se comprometían a estudiar en otro país aún sin la autorización de sus padres.

Además de esto, durante la invasión de bahía de Cochinos apresaron a mi tío Carlos y estuvo tres semanas desaparecido. Mi tía Carmita, embarazada, mi madrina Celia y mi madre estuvieron buscándolo mucho tiempo hasta que dieron con él en el Castillo del Príncipe. Cuando lo soltaron estaba esquelético y pesaba 22 libras menos.

En resumidas cuentas, ni los menores teníamos escuela, ni Carlos tenía trabajo ya y todos sabían que aquello terminaría muy mal.

―¿Cómo sales de  Cuba?

―A mediados de 1960 comenzaron a hacerse los trámites para sacar a menores de edad solos, sin sus padres, de Cuba. Polita Grau, sobrina del expresidente Ramón Grau San Martín, fue una de las principales promotoras de aquella acción que se concretó con la operación llamada “Pedro Pan”. Entre diciembre de 1960 y octubre de 1962 salimos 14.048 menores de Cuba, una cifra muy superior a la de los niños judíos puestos a salvo en Europa durante la Segunda Guerra Mundial en lo que se llamó “Kindertransport”. Fui parte de esa operación y salí de la Isla con mi primo Carlos Manuel, hijo de mis tíos Carmen Ramos y Carlos García, el 20 de octubre de 1961. Tenía 13 años y mi primo seis.

―¿Dónde caíste?

―Caí en lo que habían sido barracas del ejército americano que se encontraban en el Kendall Camp, área actual de Kendall, una zona que era pura maleza, pantano, cocodrilos y mosquitos, pues Miami terminaba en la avenida 57. Allí fuimos alojadas miles de muchachas según íbamos llegando de Cuba. Estuve en esas barracas dos semanas hasta que me reubicaron en Denver (Colorado), en un orfanato católico. Conmigo fueron cinco las reubicadas en ese lugar; en total a Denver fueron más de 200 muchachas entre 1961 y 1962. Viví ocho meses y medio en Denver pues mi familia fue saliendo poco a poco rumbo a Nueva York gracias a que un hermano de mi madre vivía en esta ciudad desde los años 40. Él fue el que nos reclamó a todos entre 1961 y 1966.

Mi madre, mi tío Carlos y mi prima Carmencita salieron en noviembre vía México. En enero de 1962 salieron tía Carmita con su bebé y en febrero salió mi padre. Todos fueron a vivir a Nueva York. De pronto, eran 12 personas en una casa para cuatro. Me quedé en el orfanato hasta el 14 de junio de 1962. En aquella casa no cabía ni una hormiga.

En la azotea del orfelinato Queen of Heaven, Denver, Colorado, 1962 (Foto: Cortesía)

―¿Cómo fue tu vida en ese orfanato de monjas?

―Eran monjas de la Caridad de la orden fundada por la madre Cabrini. En realidad, las hermanas eran muy estrictas. Esos orfanatos habían sido el resultado de la depresión económica de 1929 y ya en la década de 1960 todos estaban medio vacíos. Eran incosteables y no había suficientes huérfanos para poblarlos. El programa de Pedro Pan les benefició mucho porque el gobierno federal les daba dinero por cada niña o niño cubano. Yo creo que los “pedropanes” que peor la pasaron fueron aquellos que fueron colocados en hogares adoptivos, pues había menos control de lo que les pudiera pasar. En el orfanato me enviaron a cursar los estudios secundarios junto a otras seis compañeras en la escuela Skinner Junior High que se encontraba a una milla de distancia y a la que íbamos caminando a veces con hasta un pie de nieve acumulada.

―¿En qué momento logras reunirte con tus padres y en qué condiciones?

―No fue hasta junio de 1962 que mis padres pudieron sacarme del orfanato. Para la fecha ya se habían mudado para un apartamento en Washington Heights, en Nueva York. Vivíamos ocho personas bajo un mismo un techo. Cuando intentaron inscribirme en una escuela secundaria de las mismas monjas de la Caridad que quedaba cerca de nuestra casa me hicieron repetir el noveno grado por las malas notas que traía de Denver. Después de todo me alegré porque eso me permitió mejorar el inglés. Allí cursé los cuatro años de secundaria y me gradué con honores. 

―¿Fuiste a la universidad después?

―Después del bachillerato entré en la universidad privada Fordham, una institución jesuita de Nueva York. Estudié Premédica y como requisito seis asignaturas: Cálculo, Biología, Química, Alemán, Sociología y Física. Aquello era el reino del machismo, pues Fordham había sido una universidad exclusiva de varones hasta 1963, de modo que, en septiembre de 1966, cuando yo entré, había cientos de varones y menos de 50 hembras. Las clases de Biología y Química eran de 25 varones y tres o cuatro hembras. Fue una etapa muy difícil. ¡Te podrás imaginar!

Duré tres años en Premédica y al cabo de ese tiempo dije: “Ni una disección de animal muerto más!”. Pedí una licencia académica y me di de baja. A los 21 años me fui a trabajar y estuve dos enseñando en una escuela secundaria. Y cuando me sentí que estaba lista regresé a estudiar Historia en la misma Fordham, donde, además, conseguí un trabajo. De modo que la matrícula no me costaba nada porque trabajaba donde mismo estudiaba. Saqué mi licenciatura en Historia en 1973. 

―La Ileana que yo conocí hace más de dos décadas estaba ya muy activa en los temas relacionados con la democratización de  Cuba ¿En qué momento empezaste a militar por esta causa?

―En los años 1967-1969 existían varios grupos de  cubanos exiliados en Nueva York que trataban de derrocar al castrismo. Abdala, la agrupación de cubanos jóvenes fundada por Gustavo Marín, se inició en esa época. Un día me encontré con Iván Acosta, un estudiante cubano de New York University que vivía cerca de mi casa. Iván me propuso entonces asistir a una reunión de unos 300 estudiantes universitarios cubanos del área metropolitana en la que se hablaría sobre qué hacer con respecto al futuro de Cuba. Asistí a esa reunión, y al rato de comenzada, Iván me tocó el hombro y me propuso que dijera algo. Fui la penúltima en dirigirme al público y lo que dije lo publiqué después en mi libro Cuba sin caudillo (Linden Lane Press, Princeton, 1994). Tenía 20 años y dije que había asistido a esa reunión buscando una respuesta y me marchaba como mismo había venido. 

Me empecé a involucrar poco a poco con diferentes personas y a participar en actividades. Mi padre me acompañaba a casi todo. De aquellas reuniones salieron muchas amistades. Todavía teníamos muchas esperanzas en que algo iba a suceder, aunque ahora, visto con la distancia del tiempo, me doy cuenta de que todo era pura ilusión. ¡Y aquí estamos 65 años después!

―En esa época empezaron algunos exiliados a ir a Cuba invitados por el propio régimen a un diálogo con las autoridades. ¿No te invitaron?

―Por supuesto que me invitaron y me negué. No tenía deseos de participar en un monólogo. No quise hacerle el juego al régimen ni caer en su trampa, de lo cual no me arrepiento. Es cierto que los que fueron al diálogo consiguieron que empezaran los viajes de la comunidad en exilio a Cuba y se liberaron a muchos presos políticos. Pero también generaron el primer gran cisma del exilio cubano. A pesar de ese cisma, las amistades perduraron con el tiempo, como con Iraida Iturralde y Adriana Méndez Rodena, entre otras. Muchos de quienes participaron en aquellos diálogos han reconocido el fracaso de la empresa y el hecho de que esa acción dinamitó la unidad del exilio. 

Hubo también brigadas como Venceremos con los Maceítos cuyos miembros achacaban a sus padres el haberlos sacado de la Isla de niños. Algunos habían sido “pedropanes” como yo y a muchos les comieron el cerebro haciéndoles creer que todo había sido manipulación del Departamento de Estado estadounidense y de la CIA, y un error de sus padres. Es algo que nunca se ha podido probar y el tiempo ha dado la razón a los padres que supieron que con el régimen la única opción posible había sido aquella.

―¿Empezaste a trabajar entonces directamente con el tema cubano?

―Entre 1971 y 1973 terminé mi licenciatura y trabajé en el Departamento de Documentación Comercial de un banco internacional durante un año. A fines de 1975, me volví a encontrar con Iván Acosta, que para entonces había fundado el Centro Cultural  Cubano en la avenida 11 y la calle 51, en Nueva York. Ya habían montado la pieza teatral Los gusanos. Dos meses después le dije a mi jefe en el banco que me iba de voluntaria a trabajar a un centro cultural y me convertí en administradora de dicho centro. Mi padre puso el grito en el cielo. Recuerdo que todos los sábados me ponía, debajo de la almohada, 25 dólares para mis pequeños gastos. Así estuve hasta que en 1977 empecé a trabajar en un programa federal de empleo de artistas como directora de campo.

―Creo que buena parte de tu labor por la cultura cubana en el exilio la hiciste desde la universidad Rutgers, en Nueva Jersey. ¿Puedes contarnos sobre este periodo?

―En efecto, fue dirigiendo la Oficina de Artes Hispanas de esta universidad que ideé el proyecto “Outside Cuba/Fuera de Cuba” (1985-1989). Surgió estando yo en una conferencia en 1982 en la que me puse a conversar con la artista exiliada Inverna Lockpez y a quejarnos de lo muy atrevida que nos parecía la generación Mariel cuando decían que habían sido ellos los que trajeron la cultura cubana al exilio. Entonces recuerdo que le dije a Inverna: “El problema es que nosotros, los que llegamos mucho antes, nunca hemos hecho nada por que nos conozcan y reconozcan”. Fue en ese momento que inventé “Outside Cuba”. 

John Bettenbender, mi decano, me apoyó totalmente. Era un proyecto que deseaba mostrar que había una cultura cubana libre en el exilio desde la década de 1960. El proyecto incluía una exposición itinerante de arte y, por otra parte, una conferencia internacional sobre literatura. Dividimos a los artistas por generaciones, desde Cundo Bermúdez, Rafael Soriano, José Mijares, Jorge Camacho, Zilia Sánchez, Agustín Fernández, Carmen Herrera, Juan Boza hasta artistas que entonces eran más jóvenes como Jorge Pardo, Connie Lloveras, Humberto Calzada, Silvia Lizama, Tony Labat, Gustavo Ojeda, María Martínez Cañas, etc. En total eran 47 artistas del exilio escogidos entre unos 200 expedientes (en la época internet no existía) que nos facilitó la fundación CINTAS. La selección tenía que ser unánime, o sea que los tres curadores de la exposición (Ricardo Pau-Llosa, Ricardo Viera y la propia Inverna Lockpez) tenían que estar de acuerdo. Así fue como organizamos la exposición inaugurada en el museo Zimmerli de la Universidad Rutgers de Nueva Jersey el 22 de marzo de 1987, y el catálogo ―libro bilingüe de 367 páginas que es de consulta obligatoria― fue impreso en 1989. El vernissage fue apoteósico y hasta el gobernador del estado asistió. Viajamos con la muestra durante dos años a Nueva York, Ohio, Ponce (Puerto Rico), Miami y Atlanta.

Conferencia internacional de literatura cubana en exilio “Desde el Niágara hasta El Mariel”, octubre de 1988 en Rutgers University, New Brunswick (Foto: Cortesía)

―Te mudaste a Miami a mediados de la década de 1990. ¿Qué te motivó a dejar Nueva Jersey?

―Mis relaciones en la Universidad se habían deteriorado pues las prioridades y los enfoques sobre las minorías habían cambiado y durante todo 1994 me hicieron la vida imposible por ser cubana exiliada y anticomunista. Mi puesto se lo otorgaron a una administradora puertorriqueña. Le puse una demanda a la Universidad por discriminación. 

Ese mismo año durante un viaje a Miami en el que vine a dictar una conferencia sobre la mujer cubana conocí a la abogada María Cristina del Valle, quien había sido elegida presidenta de la junta del Museo  Cubano. Fue ella quien me propuso dirigirlo.

―Se ha hablado mucho de ese Museo Cubano que ha pasado por varias etapas. ¿Puedes contarnos sobre él y de tu participación en la institución?

―El primer museo se llamaba Museo Cubano de Arte y Cultura y contaba en su junta con personalidades del exilio como Margarita Ruiz, Mignon Medrano, Ofelia Tabares, Ana Rosa Núñez y Luis Batifoll. Radicaba en una casita del Southwest sita en la calle 13 y la 12 avenida. La idea original había sido de Mignon porque quería dotar al exilio de una institución que permitiera poner demandas contra el Gobierno de  Cuba por el tráfico de obras de arte que habían sido confiscadas a sus propietarios al salir de Cuba o, simplemente, que formaban parte del patrimonio nacional. Ya Cuba había vendido en subastas cuadros de Joaquín Sorolla que eran patrimonios del Museo Nacional de Bellas Artes de La Habana, entre otras.

La empresa fue un fiasco. Cuando el Museo organizó exposiciones de artistas que habían permanecido en Cuba como Amelia Peláez o acólitos del régimen como Mariano Rodríguez que había sido incluso fundador y primer presidente de la Sección de Artes Plásticas de la oficialista UNEAC hasta 1963, hasta bombas se pusieron en la entrada del Museo para sabotear aquella exposición.

El caso es que para sufragar gastos el Museo comenzó a hacer subastas de arte, algo que, como sabemos, no es de la competencia de ningún museo del mundo. El cisma generado por el escándalo de sucesivos errores duró unos 10 años hasta que en 1994 se renovó la junta con gente más joven. 

Fue entonces que, durante mi conferencia, en cuyo panel estaban también Huber Matos hijo (representando a Cuba Independiente y Democrática) y Domingo Moreira (representando a la Fundación Nacional Cubano Americana), y en la que yo me había debatido contra el machismo imperante, se me acercó María Cristina del Valle y me dijo: “Nos haces mucha falta en Miami y, en particular, en el Museo”.

―Empezó entonces tu nueva vida en la capital del exilio y dirigiendo esta institución…

―María Cristina vino a verme a Nueva Jersey, a ofrecerme formalmente la dirección del Museo, y yo le dije que estaba de acuerdo, pero necesitaba un salario y hacer una mudanza con mi hija menor para Miami. Aunque el Museo no tenía dinero, la Junta sacó entonces un préstamo de 30.000 dólares, avalado por seis de sus directivos, para pagar salarios y cosas básicas. Mis padres se mudaron también para Miami seis meses después. Aquel “museo” en realidad era una casita cayéndose a pedazos, con alfombras malolientes y cucarachas muertas debajo, comején por los cuatro costados; no tenía casi luces, y no tenía una colección de arte. Un auténtico desastre. Contaba con cinco salones y uno de estos se utilizaba como almacén y estaba abarrotado de obras tiradas al descuido y muchas de ellas dañadas o en mal estado. 

Me dieron ganas de salir huyendo y regresar a Nueva Jersey. Pero me quedé, encomendándome a las once mil vírgenes para que me alumbraran el camino y me dieran fuerzas.

El 5 de enero de 1995 empezó entonces la segunda etapa del Museo, ahora como Museo  Cubano solamente. Recluté a cubanos que habían llegado a Miami a través de la Base Naval de Guantánamo para que prestaran brazos en todo lo que había que arreglar. La primera exposición se inauguró el 20 de mayo de ese año con artistas cubanos del exilio como César Trasobares, Juan Abreu, Baruj Salinas, María Martínez-Cañas, Mario Bencomo, Humberto Calzada, Susana Sorí, Gay García, Juan “Sí” Rodríguez, María Brito, Pablo Cano, entre otros. Imagínate, yo los conocía a casi todos gracias a mi proyecto “Outside Cuba” y cuando se enteraron de que era yo quien iba a dirigir el Museo su apoyo fue total.

Pero, al final, en menos de un año se acabaron los fondos, no dio tiempo a recaudar recursos o solicitar grants, y no pudimos seguir. Por suerte, como había logrado una compensación por daños con mi demanda a la Universidad, pude instalarme en Miami y empezar de nuevo.

Ileana y su hija, Carisa Perez-Fuentes, en representación de la REDFEM durante una sesión de varias ONG en Naciones Unidas, Nueva York, ca. 2005 (Foto: Cortesía)

―Tu labor sobre temas relacionados con el feminismo es muy conocida. Has estado siempre muy activa al respecto. Cuéntanos algo de tu labor en este ámbito.

―Cuando vivía en Nueva Jersey, inicié con Iraida Iturralde, Lourdes Gil, Margarita García y Belkis Cuza, entre otras, la Fundación de la Mujer Cubana (que dejé cuando me trasladé para Miami). El día 10 de febrero de 1990, en una conferencia sobre  Cuba en Union City, Nueva Jersey, elaboré por primera vez en público mi óptica feminista acerca de la problemática cubana en la ponencia titulada “Hacia la erradicación del machismo de la vida cubana”. Fue un verdadero escándalo. Belkis Cuza, editora de Linden Lane Magazine, publicó el trabajo.

No fue hasta 2003 en Miami que, junto a mi amiga la neuróloga Sandra Gómez y la abogada Ofelia Nardo, fundé REDFEM, la Red Feminista Cubana, una ONG que funcionó incluso dentro de Cuba hasta 2011 con mujeres activistas de derechos humanos. 

A través de REDFEM aportamos asistencia humanitaria tras el paso de ciclones por la Isla. Como en esa época comenzaron a permitir el cuentapropismo en Cuba, comenzamos a ayudar a que mujeres emprendedoras pudieran crear sus propios micronegocios. Creamos casas de lectura dirigidas por mujeres y entre 2004 y 2011 hicimos una gran labor docente sobre derechos humanos y feminismo porque en Cuba no existían precedentes de acciones de este tipo, llevadas a cabo por una ONG feminista, a la excepción de FLAMUR (Federación Latinoamericana de Mujeres Rurales) que se ocupaba de las mujeres del ámbito rural bajo el incansable liderazgo de Magdelivia Hidalgo. REDFEM desmontó la idea de que Vilma Espín y la Federación de Mujeres Cubanas eran feministas y mostró a Espín como lo que era: una gran burguesa al servicio del machismo militar cubano.

―Pero vuelve a surgir la idea del Museo Cubano…

―Ofelia Tabares había vuelto a la carga y en 2007 decidió intentar reorganizar el Museo Cubano. Para ello, la directiva disponía de un viejo edificio que había sido sede de la ópera en Coral Way y la avenida 12, pero estaba prácticamente en ruinas y había que reconstruirlo. El condado Miami-Dade concedió 10 millones de dólares para su compra y remodelación y se contrató a la compañía de arquitectos Rodríguez and Quiroga Architects Chartered para ello. 

La directiva del Museo me propuso un contrato de consultora cultural y trabajé intensamente para que la institución volviera a abrir con una sede por todo lo alto. Y también le cambiamos el nombre a Museo Americano de la Diáspora Cubana pues nuestra pretensión era que la institución fuera reconocida y acreditada por la Asociación Americana de Museos y pudiera unirse a la prestigiosa Smithsonian Institution. Montamos un teatro fabuloso y dos pisos de galerías espectaculares; rescatamos aquel edificio que estaba casi perdido. Finalmente, después de muchas peripecias, pudimos inaugurarlo en octubre de 2016 con una exposición retrospectiva de la obra del reconocido artista cubanoamericano Luis Cruz-Azaceta. 

Hicimos muchas actividades. Luego preparamos una muestra colectiva de nueve artistas y empezamos a traer grupos escolares para promover el arte y la cultura cubana entre los niños. El condado aportaba fondos y eso nos permitió organizar en octubre de 2018 una gran exposición de homenaje a Celia Cruz, en colaboración con la fundación que se ocupa de la obra de la artista. Asistieron más de 1.000 personas el día de la inauguración. La gente no cabía dentro. Menos mal que planificamos una recepción al aire libre en la fabulosa azotea del edificio.

Mi labor en el Museo terminó en enero de 2019 cuando hubo un cambio de dirección. Ese fue el año en que tuve que colgar el sable. Durante dos años no hubo director ejecutivo y luego vino la pandemia. Mantengo contacto con algunos artistas e intelectuales ―soy miembro del PEN Club de Escritores Cubanos del Exilio y de la Academia de Historia Cubana en Exilio―, pero estoy totalmente desvinculada del actual museo.

Academia de Historia de Cuba en el Exilio, Miami, 16 de diciembre de 2023. De izq. a der., Armando Valladares, José Albertini, Ernesto Díaz Rodríguez, Ileana Fuentes y el Dr. Eduardo Lolo (Foto: Cortesía)

―¿Qué has hecho después? ¿Qué crees del futuro de  Cuba?

―Desde 2019 regresé a mi escritura y empecé a redactar mis memorias de “pedropan” tituladas “Retrato de Wendy” y que abarcan entre 1955 y 1970. Están escritas en inglés y en español. Es importante que se publiquen estas historias personales, que son parte de la historia de Cuba y del exilio, especialmente las memorias de las mujeres. Hay muchas historias masculinas ya contadas. Hay que aumentar las voces femeninas como documentación de nuestra realidad.

Como soy una optimista profesional sigo pensando que Cuba tiene arreglo, que a las mujeres les reconocerán plenamente sus derechos, que se acabarán los feminicidios, que la Isla será un día un país democrático sin un solo preso o presa por razones políticas, un país donde se respeten los derechos humanos, y que esa gentuza terminará por abandonar el poder. 

No obstante, no es menos cierto que el daño no ha sido solo físico, sino moral. Ha sido un daño enorme que implica la pérdida de ética y de valores elementales durante más de seis décadas. Mi visión optimista de Cuba, que confieso persiste, es casi más un acto de wishful thinking que de reflexión realista de lo que tenemos por delante.

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