Por Ileana Fuentes
En
este mes de febrero, los estadounidenses celebran el mes de la Historia Negra,
o sea, de la historia de los afroamericanos. Lo hacen desde 1976 cuando el
presidente Gerald Ford oficializó esa celebración en medio de los festejos del
Bicentenario de los Estados Unidos. Ya desde 1926, el Dr. Carter G. Woodson,
profesor de la Universidad de Harvard y el pastor protestante Jesse E. Moorland
designaron la segunda semana de febrero como la semana de la historia de los
negros, a coincidir con dos fechas importantes: el nacimiento del presidente que
liberó a los esclavos, Abraham Lincoln (1809-1865) y el del reconocido intelectual
afrodescendiente Frederick Douglass (1818-1895).
Históricamente, en Cuba solo se observaba el 7 de diciembre —la muerte en combate del general Antonio Maceo en 1896— como duelo nacional. Maceo (1845-1896) fue el único “cubano de color” que recibió esos honores de la República de Cuba. Y, sin embargo, Cuba no es Cuba sin sus muchísimos hijos e hijas por cuyas venas corre sangre africana.
Cuba no es Cuba sin sus músicos, compositores y cantantes, sin Celia Cruz o Pablo Milanés, sin Amadeo Roldán o José White, sin Celeste Mendoza o Rita Montaner, sin Benny Moré o Cándido Camero, sin Enrique Jorrín o María Teresa Vera, sin Paquito D’Rivera o Ramón “Bebo” Valdés, sin “La Lupe” o Rolando Laserie, sin Manuel Saumell o Claudio Brindis de Salas, sin Mario Bauzá o “Machito”, sin Pedro Knight o Chucho Valdés, sin José Antonio Méndez o Vicentico Valdés, sin Tata Güines o José Portillo de la Luz, sin Pacho Alonso o Juan Bruno Tarraza o el cuarteto Las D’ Aida, sin Xiomara Alfaro o Leo Brouwer, sin Omara Portuondo o Elena Burke, sin Chano Pozo o Irene Herrera Laferté, pionera desde 1928 de los grupos femeninos con su Charanga de Doña Irene, sin “Bola de Nieve” o Rolando Laserie, sin Zenaida Manfugás o Gonzalo Rubalcava, sin Arsenio Cruz o Mongo Santamaría, o sin figuras sobresalientes que han triunfado en el mundo clásico como el bailarín y coreógrafo Carlos Acosta, la bailarina Caridad Martínez y la muy condecorada compositora Tania León.
Pero
Cuba es mucho más que sus músicos negros y mulatos. Más allá del excelso “Titán
de Bronce”, Cuba no es Cuba sin sus políticos, libertadores, servidores
públicos y activistas negros y mulatos. Cuba no es Cuba sin el negro libre José
Antonio Aponte y su conspiración nacional de esclavos en 1812, sin los generales
de la independencia Guillermo Moncada, José Maceo, Generoso Campos Marquetti y
Quintín Banderas o sin el brigadier —y segundo en ocupar la vicepresidencia del
país—Domingo Méndez-Capote. Cuba no es Cuba sin Martín Morúa Delgado o Juan
Gualberto Gómez, sin Alfredo
Hornedo o Salvador García Agüero, sin Lázaro Peña o Jesús Menéndez, sin
el expresidente Fulgencio Batista Zaldívar o los valientes fundadores —y
antiguos mambises— del Partido Independiente de Color: Evaristo Estenoz y Pedro
Ivonnet, el general Juan Eligio Ducasse y el coronel Juan Gálvez, Jesús Rabí y
Florencio Salcedo, Isidro Acea y Enrique Fournier, Julián Valdés Sierra,
Ricardo Batrell y Gregorio Surín.
Cuba no es Cuba sin la líder de las Damas de Blanco Berta Soler o el preso político fallecido en huelga de hambre, Orlando Zapata, sin Manuel Cuesta Morúa, Juan Antonio Madrazo o José Luis García Pérez “Antúnez”, sin la esclava y combatiente Carlota y sus levantamientos durante el siglo XIX o la capitana y médica del Ejército Libertador Rosa Castellanos, veterana de las dos guerras de independencia.
Cuba no es Cuba sin sus deportistas y atletas afrodescendientes, sin Minnie Miñoso o Luis Tiant, sin Kid Chocolate o Tony Oliva, sin Martín Dihigo o “el Duque” Hernández, sin Teófilo Stevenson o Randy Arocena, sin Oraldis Chapman o las campeonas olímpicas Regla Torres, Mireya Luis, Ana Ibis Fernández, Idalmis Gato, Lily Izquierdo, Marlenis Costa, Regla Bell y Raisa O’Farril.
Cuba no es Cuba sin sus intelectuales y pensadores afrodescendientes, sin Gastón Baquero o Rafael Serra, sin Carlos Moore o Juan F. Benemelis, sin Lourdes Casal o Alberto Abreu, sin Enrique Patterson o María Ileana Faguaga, sin Alberto Arredondo o Amalia Daché o Iván César Martínez. Cuba no es Cuba sin las escritoras Abigail Lozano o Mercedes Valdés Mendoza.
Cuba no es Cuba sin sus escritores y creadores afrocubanos, sin Gabriel de la Concepción “Plácido” Valdés o Iván Acosta, sin Nicolás Guillén o Eusebia Cosme, sin Emilio Ballagas o Coco Fusco, sin Florencio Gelabert, padre o Florencio Gelabert, hijo, sin Sara Gómez, o Nancy Morejón, sin Renée Méndez Capote o Georgina Herrera, sin Roberto Diago o Teodoro Ramos Blanco, sin Agustín Cárdenas o Mateo Torriente, sin Wifredo Lam o Juan Boza, sin Tomás Esson o Juana Valdés, sin Félix B. Caignet o Sergio Giralt o Belkis Ayón, sin María Magdalena Campos Pons o Nicolás Guillén Landrián, sin Gerardo Fulleda o Eugenio Hernández Espinosa, sin Domingo Poublé o Manuel Mendive.
Cuba
no es Cuba sin las educadoras negras y mulatas, como América Font, y también
las maestras que fundaron en la década de 1840 escuelas para niños y niñas “de
color”: Ramona López, María Nicolasa Ramos, María Feliciana Portuondo y Antonia
Núñez. Cuba no es Cuba sin las intelectuales cienfuegueras negras y mulatas que
fundaron el colegio Las Hijas del Progreso en 1884: Quintina Valle de la Vega,
Ana Joaquina Sosa, Dorotea Almeida, Martina Madrigal y Úrsula Coímbra.
Son muchísimos más los cubanos y las cubanas afrodescendientes que debemos recordar y celebrar, como los académicos Orlando Edreira, Amalia Daché y Marcelo Fajardo, y los médicos exiliados en Nueva York Dagoberto García, radiólogo, y el neurólogo Juan Edreira. ¿Y dónde dejamos a las mambisas Mariana Grajales y María Cabrales, madre y esposa, respectivamente, de Antonio Maceo, o a otras guerreras como Gregoria Herrera Garbosa, Caridad Jaca, Tomasa Duverger Lafargue y Caridad Bravo? Quedan cientos de nombres sin mencionar en este escrito. Que el mismo sirva como base de un nuevo proyecto nacional que en un futuro conduzca a una apreciación plural de nuestra Historia.
No comments:
Post a Comment