| Vista aérea de El Vedado |
Por Josep Pla
LA IMPORTANCIA DE LA VIDA SOCIAL
Después de la etapa del primer ensanche siempre hacia el sur y sobre el litoral, se produjo la urbanización llamada del Vedado. Entre la ciudad colonial —que es una mezcla muy acusada de casas de la Barceloneta, del San Gervasio ochocentista con algún matiz andaluz muy acusado— y el primer ensanche, se produjo un gran contraste. El contraste entre la pequeñez ochocentista del ahorrador frenético y las primeras petulancias, generalmente glaciales, de la monumentalidad. El Vedado fue un retorno a la casa individual, a la residencia propia rodeada de jardincillos caseros, con el porche delante, que sirve al criollo para sacar la mecedora a su sombra y pasar el rato. El Vedado ha sido el primer barrio residencial propiamente dicho de La Habana. Creo que fue, en gran parte, una consecuencia de la ampliación del Malecón realizada por el presidente Machado.
Ahora el Vedado, que tiene como límite meridional el curso del riachuelo Almendares, ha quedado insertado en la vida normal de la ciudad, y sobre el mismo se levantan sus edificios más importantes. Aquí están las estaciones de radio —que en Cuba son numerosas— y la televisión —que es importantísima—. Hay al menos cuatro o cinco canales de la televisión, que para un país como Cuba, de cinco millones de habitantes, es definitivo. El cubano del Vedado tiene su coche, el frigorífico, la radio, las máquinas de lavar y planchar, el teléfono para no ir al mercado y el aparato de la televisión. El terreno, la casita y todos estos aparatos los ha comprado a plazos, pero ¿qué más da? Si los Estados Unidos compran el azúcar, es perfectamente lógico y natural que los cubanos compren las mercancías de la industria norteamericana. La prosperidad de Cuba se basa en el azúcar y el tabaco, cuando los Estados Unidos compran. Si no compran, por la razón que sea, la cosa no es tan brillante. Es decir: Cuba es un complemento de la agricultura de los Estados Unidos. Este hecho, que en tiempo de paz es aleatorio, con las últimas guerras ha dado resultados muy brillantes.
En la América Central y del Sur se repite mucho una palabra que, a pesar de implicar un punto de cursilería, es de general aceptación: es la palabra lindo. En el Vedado todo es “lindo”: las casitas, los jardincillos y todo lo demás es lindo. En general, el tono de vida es muy elevado, muy brillante, y la vida social, muy activa. Las formas externas de la vida habitual son francamente norteamericanas, con la ventaja de que en Cuba el servicio es relativamente abundante, porque la población de color ofrece todavía bastantes posibilidades. Si resucitaran los viejos indianos del siglo pasado, tan ahorradores, de vida tan estrecha y hasta misérrima, no comprenderían estas nuevas formas de vida, tan distintas de las que emplearon para amasar sus fortunas. El ritmo de la vida es intenso; el gasto, considerable, y la lucha, agitada. Ante nuestras formas de vida, cada día más mortecinas y arcaicas, asfixiadas por un burocratismo entorpecedor cuando no inepto, el libre desenvolvimiento de la actividad individual y el general deseo de ascensión social de este país constituye un espectáculo admirable.
El cubano es muy amable, tiene quizá una tendencia a la exquisitez y a la pastelería social, que contrasta con la creciente brusquedad europea —a pesar de que me aseguran que las buenas maneras se terminaron hace ya algunos años—. Lo que me parece indudable es que la “acción” cada día pesa más, que el trabajo es el factor esencial.
Si uno abre los periódicos, queda sorprendido por la importancia abrumadora que se da en ellos a la vida social, a las notas de sociedad. Se dedican páginas y páginas enormes a la descripción de fiestas y de reuniones, efemérides familiares y “cock-tails parties”, con la enumeración rigurosa de las personas de ambos sexos que en ellas brillaron. Nuestras maneras europeas, llenas de mal humor, de bilis y de sarcasmo, nos hacen encontrar esta literatura empalagosa y de una extremada futilidad. Ello es debido a que nuestro burguesismo está en crisis desde hace bastantes años, mientras que en América está en plena efectividad. Si ustedes abren la prensa norteamericana, sobre todo la prensa provincial, se encontrarán con las mismas páginas de la prensa cubana. Estas descripciones no son más que fenómenos de emulación social, porque todo el mundo se considera obligado a ser más que el vecino. En Norteamérica el vecino es un reactivo constante, todo se hace para superarlo. La consecuencia es obvia: la emulación hace que el comercio marche, que, en definitiva, es lo esencial. Sin una determinada cantidad de amor propio, sin la voluntad de mantener un tono y de acrecentarlo, sin grandes cantidades de petulancia difusa y social no puede haber prosperidad.
De todo esto Cuba está muy bien provista. La Habana crece sin cesar. El Almendares ha sido rebasado por encima de sus aguas y por debajo de ellas, se han formado siempre hacia el sur y sobre el litoral los repartos o barrios modernísimos de Marianao y de Miramar, que son los espacios residenciales más importantes de la ciudad. Esta proyección sobre el campo cubano tiene en sus extremos los grandes clubs, del tamaño del Yacht Club y del Country Club, que son muy elegantes. En estos barrios hay modernísimas iglesias con aire condicionado, y todo se hace pensando no ya en Florida (que es de la época del Vedado), sino en la Super-Florida, o sea en California y los Ángeles. Barrios de residencias de una arquitectura muy aceptable, con espaciosos jardines en los que las esbeltas palmas reales ponen una nota inconfundible y grandes avenidas —ahora en plena construcción— para unirlas a los barrios de la actividad comercial. Estas urbanizaciones son realmente notables y, si no estoy equivocado, fueron dibujadas por Forrestier, el de los jardines de Barcelona, por encargo de Machado.
| Cabaret Tropicana |
Estamos, pues, ante una nueva concepción californiana de La Habana, basada en la amplitud de los espacios y en residencias elegantes. Ello hace que la ciudad sea cada vez más vasta, lo que quiere decir que si no se dispone de un coche, propio o prestado, todo es inasequible y lejano. Yo tengo que agradecer a estos amigos catalanes de aquí sus abrumadoras muestras de afecto, que me han permitido hacerme cargo de una ciudad y de un paisaje que por mis propios medios no hubiera alcanzado en mucho tiempo.
La Habana es una impresionante ciudad y una escala muy útil para entrar en los Estados Unidos. Constituye, en cierta manera, una iniciación a la vida americana —la escuela de párvulos de la vida americana—. El pasado de Cuba es ya remoto y tan delgado, que dentro de poco será inencontrable. Cuba está en la frontera misma de la etapa histórica que nace.
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