Monday, December 1, 2025

El arte de los techos coloniales cubanos*

 


Museo de Arte Colonial, La Habana. Pinterest

Por Yaneli Leal

Sin menospreciar los diversos elementos que involucra la arquitectura colonial en Cuba, los techos inclinados de madera y tejas son su componente más complejo y sofisticado. Obras del mejor oficio carpintero, han sobrevivido varios siglos como testigo de una sólida tradición artesana compartida a ambos lados del Atlántico.

Los carpinteros fueron sin dudas de los primeros artesanos en llegar a Cuba. Su labor era imprescindible durante la larga travesía de los buques de madera y en el posterior mantenimiento y reparación de la nave una vez arribada al puerto. Es por eso que, en nuestro contexto, los saberes del maestro carpintero fueron compartidos por la construcción civil y naval. De las dos, solo sobreviven las cubiertas de madera de los inmuebles coloniales, principalmente de los siglos XVII y XVIII. Es un arte anónimo, realizado fundamentalmente por mulatos y negros libres, con un valor histórico y funcional supremo.

Al inicio de las primeras villas, las construcciones de madera y mampostería se techaban con guano o terrado, aprovechando los materiales locales y mano de obra aborigen. No obstante, ese tipo de estructuras eran vulnerables a los incendios y requerían mayor mantenimiento por las intensas lluvias y temporales, habituales en el entorno geográfico. De ahí que, desde el siglo XVI, en las actas de Cabildo se exigía cambiar el sistema de techado por uno más resistente.

La primera mención documentada sobre una vivienda con techo de madera y tejas en La Habana corresponde a 1589, y se refiere a la casa de Alonso de Rojas, próxima a la plaza fundacional. Poco a poco se sumaron otras, y a finales del XVI se hablaba de unas 18 casas con techos de armadura de pares en la ciudad.

Este es el término más adecuado para referirse a este tipo de estructuras, ya tengan dos, tres o más aguas, entiéndase inclinaciones. También las hubo de una sola, las llamadas casas colgadizo, menos frecuentes y con un carácter más temporal. Autores de inicios del siglo XX, llamaron equivocadamente a estas cubiertas de "alfarje". Se ha comprobado que etimológicamente esta palabra se refiere a techos planos, es decir, a los que podemos encontrar, por ejemplo, en los entrepisos. Así pues, los techos de madera inclinados que constituyen el cierre físico y estructural del inmueble, son de armadura de pares. En Cuba se hicieron de dos tipos: de par e hilera, y de par y nudillo.  

La armadura de par e hilera tiene un perfil triangular, conformado por pares (parejas de vigas) que en el vértice superior descansan sobre una viga llamada hilera, cimera o cumbrera. En la parte inferior, se apoyan sobre maderas dispuestas a lo largo de los muros, llamadas estribos. Para evitar el empuje de los pares hacia fuera, de estribo a estribo se colocan unas vigas transversales que los anclan. Estos "tirantes" forman visualmente la base del triángulo y son más espaciados que los pares. A los pequeños ubicados en las esquinas se les dice "cuadral". Todos debajo tienen unos refuerzos denominados canes. Finalmente, la tablazón que cubre exteriormente los pares forma los faldones, sobre los cuales se colocan las tejas.

Cada elemento juega un papel fundamental en la estructura del techo inclinado y garantiza su funcionalidad y preservación. Asimismo, las maderas empleadas eran debidamente seleccionadas. Por lo general, el cedro por su ligereza se prefería para los entablados, mientras el ácana y el júcaro se empleaban por su dureza en los elementos estructurales.

La armadura de par y nudillo es una modificación de la de hilera. Suele utilizarse en habitaciones más anchas o con más luces, para evitar el pandeo de los pares. Para ello incorpora en cada par, transversalmente, una viga llamada nudillo, que constituye un elemento de refuerzo. Situados a dos tercios de la altura, llevan encima un entablado que transforma el triángulo de la cubierta en un trapecio. Esta superficie intermedia se llama almizate o harneruelo.

La armadura de par y nudillo tiene una apariencia más lujosa, por lo que se prefirió para cubrir salones y gabinetes en las viviendas aristocráticas, y también las naves de las iglesias y conventos. Un referente importante es el salón principal de la casa de Luis Chacón y Calvo (1726) con sus tirantes ricamente tallados. Este es el actual Museo de Arte Colonial, situado en la Plaza de la Catedral, que tiene otras cuatro cubiertas de gran valor patrimonial, que han sido reproducidas en maquetas.  

El mayor número de techos de armadura de pares, y los más antiguos, se conservan en las edificaciones religiosas, pues han sido menos transformadas que las viviendas, propensas a incorporar nuevas plantas, variar y modernizar su estructura. El Convento de Santa Clara (1644), por ejemplo, hace unos años conservaba unos 20 ejemplares de armaduras de madera. Asimismo, en esta tipología suelen hallarse soluciones de hasta ocho faldones, principalmente en los cruceros de las iglesias, como la de Santa María del Rosario (1766). Aunque no son exclusivos de ellas, viviendas como la de la calle Tacón 4 también lo incorporaron.

Aferrados a una tradición constructiva, los techos de armadura de pares cubrieron sin variaciones estructurales las edificaciones cubanas durante más de dos siglos. No fueron tan prolijos en decoración como otros españoles, pero no dejaron por ello de embellecer con tallas o pinturas algunos exponentes, sobre todo en los tirantes. Aun así, existen ejemplos excepcionalmente decorados como las iglesias de San Juan Bautista (1752-1757), en Remedios, y la de Santo Domingo (1730-1756), en Guanabacoa.

Según la historiadora Alicia García Santana: "Al lado de una techumbre poseedora de todos los atributos tipificadores de las cubiertas de la primera mitad del siglo XVIII —canes, lazos, ranurados y demás— existen techos en los que el sistema se encuentra simplificado, carentes de destaques decorativos pero ajustados al concepto generalizado y colectivamente aceptado para construir un techo". Según ella, esto llevó a que no se diversificaran "diferentes códigos constructivos, coincidentes con los distintos niveles sociales, sino que se utilice un mismo sistema de fabricación que abre su diapasón desde las posibilidades más complejas a las más simples y, de este modo, expresa la categoría socioeconómica a que corresponde".

Transmitido de generación en generación, desde los primeros carpinteros españoles que arribaron a Cuba, fue un arte desarrollado por criollos mestizos y negros libres, cuyos nombres no han trascendido, salvo casos excepcionales como el del mestizo Juan de Salas, autor firmante de la cubierta de la Iglesia de Santa Clara, en 1643. En el siglo XIX, el neoclasicismo impuso los techos planos y rompió esta larga tradición. Algunas armaduras de pares fueron incluso ocultadas bajo falsos techos. No obstante, el oficio de carpintero ya estaba consolidado y expandido en la Isla, lo que posibilitó el mantenimiento de la gran colección de techos de armadura de pares del patrimonio insular, que merece ser más divulgada y apreciada por sus valores funcionales, sociales, testimoniales, históricos y arquitectónicos.

*Tomado de Diario de Cuba


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