Con motivo de la monumental edición crítica de las Poesías Completas de José María Heredia (1,119 páginas), laboriosamente preparada por el investigador Tilmann Altenberg para la Editorial Iberoamericana-Vervuert (Madrid-Leipzig) les presentamos el prólogo que le escribiera el miembro de la AHCE Alejandro González Acosta.
Presentación
Por Alejandro González Acosta
Esta
edición de las poesías completas de José María Heredia es el resultado del
paciente y minucioso trabajo durante más de 15 años del hispanista alemán
Tilmann Altenberg, de la Universidad de Cardiff. No resulta aventurado afirmar
que es no sólo la más reciente, sino la mejor edición de las poesías del poeta
cubano-mexicano de la que podemos disponer, pues ha sido preparada de acuerdo
con los más actuales criterios y procedimientos de la ecdótica, que cada día
han ido perfeccionándose y adquiriendo mayor precisión, para la fijación más
fiable y aproximada a su intención original de los textos escritos por autores
clásicos.
Tilmann
Altenberg representa la más reciente promoción de hispanistas alemanes que hoy
se encuentran en plena madurez profesional. Investigador curioso y meticuloso,
está sólidamente preparado con el dominio de varios idiomas, que le permiten
asomarse a distintos mundos intelectuales con soltura y precisión. Como su
maestro Klaus Meyer Minnemann, sus intereses han sido diversos, pero sus indagaciones
han resultado verticales: lo mismo desde la literatura picaresca que en las
letras españolas decimonónicas o del otro lado del océano con escritores
hispanoamericanos de transcendente universalidad.
Pero no cabe duda de que su obsesión más
permanente y evidente ha sido la dedicada a la poesía de José María Heredia, a
quien ofreció un estudio que ya puede considerarse como un clásico, Melancolía en la poesía de José María
Heredia (también publicado por Iberoamericana Editorial Vervuert en 2001),
y que ahora culmina con la presente edición crítica, comenzada en el año 2003,
inicialmente con el apoyo del Consejo Nacional de Ciencia y Tecnología de
México (CONACYT).
Síntesis biográfica de José María Heredia
(Santiago de Cuba, 31 de
diciembre de 1803[1]–Ciudad
de México, 7 de mayo de 1839)
Nacido
español, pues Cuba fue posesión ibera hasta 1898, de sus escasos 35 años de
vida, Heredia pasa casi 16 en México: 2 en una primera etapa, durante su
adolescencia, entre abril de 1819 y febrero de 1821, y 14 en la segunda, desde
septiembre de 1825 hasta su muerte; 4 años en Pensacola, Florida occidental,
desde junio de 1806 a febrero de 1810; unos 7 años entre Santo Domingo y
Venezuela, entre julio de 1810 y diciembre de 1817; y cerca de 2 años en
Estados Unidos, de diciembre de 1823 a agosto de 1825. En su natal Cuba apenas
reside durante los periodos desde su nacimiento hasta junio de 1806, otro de
diciembre de 1817 a abril de 1819, y de febrero de 1821 a noviembre de 1823:
apenas 6 escasos años. Pero no puede negarse que estos son años fundamentales
para su formación, si bien su obra más perdurable —como muchos de sus
compatriotas antes y después— la realiza en el exilio.
Aunque
perteneciente a una familia aristocrática[2] (descendiente de
aquel célebre Pedro de Heredia, fundador de Cartagena de Indias) que formaba
parte de la administración española (su padre, Don Francisco de Heredia, fue
Oidor de las Audiencias de Caracas y México, entre otros cargos), el carácter y
las ideas del niño evolucionaron desde el monarquismo hasta el republicanismo
en muy poco tiempo. Fue un niño precoz: leía a los clásicos griegos y latinos
desde muy temprana edad, tradujo al poeta Horacio a los 8 años. La figura
paterna fue fundamental en la formación del temple y en los estudios del joven
José María,[3]
quien sintió por su progenitor una profunda admiración, aunque
discreparon en sus convicciones políticas. La huella más tangible de esa
admiración se halla, sin duda, en dos tempranos poemas dedicados a la figura
paterna: «A mi padre, en sus días» (noviembre de 1819) y «A mi padre encanecido
en la fuerza de su edad» (1820).
Siguiendo a su
padre junto con su familia, Heredia vivió en el entonces territorio español de
La Florida, Venezuela y Santo Domingo, antes de llegar a México por primera
vez, el 9 de abril de 1819, en el bergantín «Argos» por el puerto de Veracruz,
desde La Habana. Arribaron a la Ciudad de México el 9 de junio del mismo año,
instalándose en el número 9 de la Segunda Calle de Monterilla, cerca de la
Catedral, siendo virrey entonces Juan Ruiz de Apodaca y Eliza, conde de
Venadito. En esa etapa inicial mexicana publicó sus primeros poemas: una
alabanza del actor Juan López Extremera en el Noticioso General (27 de septiembre de 1819), seguido por una
canción al mismo (18 de octubre de 1819), un soneto (29 de octubre de 1819) y
su extenso poema «Al Popocatépetl» (17 de enero de 1820), todos en el mismo
periódico.
A los escasos 44 años de edad, el 31 de
octubre de 1820, muere su padre y la familia regresa a Cuba. En los días
posteriores al deceso de su progenitor, en diciembre de 1820 escribe su gran
poema «Fragmentos descriptivos de un poema mexicano», mejor conocido bajo el
título de la versión revisada, «En el teocalli
de Cholula». En este poema, muy apreciado por críticos como Manuel Sanguily[4]
y Marcelino Menéndez Pelayo,[5]
se muestran los gérmenes sustanciales del posterior movimiento romántico,
renovador de las letras en todo el escenario hispánico.[6]
Heredia, abogado de profesión, desempeñó
diversos cargos judiciales, y también incursionó en la convulsionada política,
tanto en su Cuba natal como en su México adoptivo. Durante su segunda
residencia mexicana a partir de 1825, proveniente de Estados Unidos adonde
había huido a finales de 1823, perseguido por el gobierno español en Cuba por
su implicación en la llamada Conspiración de los Soles y Rayos de Bolívar,
Heredia desempeñó numerosos puestos y dignidades con los cuales se reconocieron
su valía y aptitudes. Volvía a México con 21 años, lleno de esperanzas y sueños
para rehacer su vida. Llegó al país invitado especialmente por el Presidente
Guadalupe Victoria —aunque el salvoconducto personal lo recibió ya en México— y
fue Oficial Quinto de la Secretaría de Estado, dedicado a las Relaciones
Exteriores (señalaba conocer cuatro idiomas para esa época); fue designado Juez
en Veracruz —pero no pudo tomar posesión del puesto[7]—; Juez de Letras o de Paz en
la ciudad de Cuernavaca, entonces parte del Departamento de México, Fiscal de
la Audiencia de México (como lo fue su padre 15 años antes) y Oidor de la
Audiencia de México con sede en Toluca. También fue Ministro de la Audiencia de
México, Diputado de la Legislatura del Estado de México, y Vocal de la Suprema
Junta Inspectora del Instituto Científico Literario de Toluca (hoy Universidad
Autónoma del Estado de México), donde ocupó, además de la subdirección y luego
la dirección, las cátedras de Literatura General y Particular, y de Historia,
para lo cual preparó el primer libro de texto de historia en el México ya
independiente, traduciendo, adaptando y añadiendo algunos aportes a la obra
original del escocés Alexander Tytler, entonces muy en boga en los países de
cultura anglo-norteamericana.[8]
Participó en
diversas instancias culturales y científicas de su época, como integrante de la
primera comisión de redacción de la Revista
Mexicana, y además fue miembro fundador de las Academias Mexicanas de la
Lengua y de la Historia, y de la Sociedad Mexicana (hoy Benemérita) de
Geografía y Estadística, todas establecidas en 1833, durante el mandato de
Valentín Gómez Farías, pero de ellas, sólo continuó la última y las otras se
refundaron posteriormente.
En la ciudad de
Toluca participó en la Comisión parlamentaria[9] que presentó un Bosquejo General de Código Penal del Estado,
que fue el primero como tal de la Federación. Aunque al principio de su
presencia en México fue partidario y muy cercano a Antonio López de Santa Anna,
luego se alejó de él por percibir su desmedida pasión por el poder, lo cual le
hizo perder apoyos y beneficios. Llegó hasta dormir en la entrada de la
habitación del caudillo veracruzano, para protegerlo de algún atentado. También
fue, obligado por las difíciles circunstancias, Capitán de las Milicias de
Vecinos en Tlalpan, aunque era de constitución débil y pacífico por naturaleza.
Escritor cercano
al poder y considerado como persona de gran cultura, durante su segunda
estancia en México fue el autor de varios discursos presidenciales para
ocasiones señaladas, y en varias oportunidades fue designado para pronunciar
oraciones cívicas en su nueva patria. A pesar de estas atracciones
incidentales, su labor más memorable se encuentra en el terreno de la cultura.
Heredia utilizó varios seudónimos, como
«Eidareh» y «X Boissec» en distintas publicaciones mexicanas; como también las
iniciales «M. /H/», «H.» y «J.M.H.». Además de colaborar en importantes
periódicos como El Águila Mexicana, El Federalista, El Sol, la Gaceta de México,
El Indicador de la Federación Mexicana y
muchos otros, y dirigir alguno oficial como el Diario del Gobierno de la República Mexicana, fundó, solitario o
acompañado, tres revistas fundamentales para la comprensión de los primeros 20
años de la vida independiente en México: El
Iris: periódico crítico y literario (febrero de 1826–agosto de 1826),[10]
Miscelánea: periódico crítico y
literario (dos etapas: septiembre de 1829–abril de 1830; junio de
1831–junio de 1832)[11]
y Minerva: periódico literario (1834).[12]
Fundó El Iris, la primera revista de carácter
artístico y cultural del México independiente —asociado con los italianos
Claudio Linati y Florencio Galli—, pero se separó de la empresa al advertir que
sus socios querían tomar parte demasiado activa en la política nacional como
conspiradores. De las tres revistas fundadas por Heredia en México, la más
importante desde el punto de vista literario es la Miscelánea, por su extensión y volumen, así como sus temas, pues
incluye entre otros el «Ensayo sobre la novela» (1832) donde Heredia realiza
importantes precisiones sobre el género. La revista se publicó primero en
Tlalpan y luego en Toluca, cuando se trasladó allí la capital del Estado de
México.[13]
No sólo la redactó íntegramente el poeta, sino que además de distribuirla
y gestionar las ventas, la formó, emplanó e imprimió personalmente,
aprovechando su habilidad como tipógrafo autodidacta.
Entre sus amigos
mexicanos se contaban Andrés Quintana Roo, Francisco García Salinas y José
María Tornell, aunque también tuvo enemigos poderosos e implacables, recelosos
y envidiosos de su talento. Ejerció cierto ascendiente en jóvenes autores
nacionales, como Ignacio Rodríguez Galván, que lo consideraba su maestro y
escribió su célebre «Profecía de
Guatimoc»
inspirado en el poema dramático «Las sombras», de Heredia;[14] aunque,
ciertamente, como han señalado varios estudiosos, la influencia de Heredia en
la poesía mexicana de su época no fue demasiado destacada por el olvido en que
sumergió después de su prematura muerte. Por otra parte, debe señalarse que, si
bien fue un poeta de aliento romántico en su adolescencia, más tarde abjuró de
esa estética y regresó a los moldes clásicos, los cuales recomendaba a los
jóvenes autores que se iniciaban en las lides poéticas. Esta evolución desde posiciones
más revolucionarias juveniles hacia una reflexión madura y sosegada en el arte,
se extendió también a sus concepciones políticas.
Su actividad
teatral fue notable: en México estrenó varias obras — refundiciones o
traducciones— y escribió durante su residencia en Tlalpan la tragedia Los últimos romanos, la cual no pudo
estrenar por considerarse que atacaba al gobierno de entonces con alusiones
peligrosas. Además, ejerció como crítico teatral, con aciertos notables y
también con excesos de los que supo disculparse.
Considerado el
«Cantor de la Libertad» cubana, su plectro poético se extendió a toda la
América, y su nombre se difundió rápidamente, creándole una fama temprana, así
como juicios críticos, algunos de ellos algo severos, pero justos.[15]
La edición de las poesías heredianas fue un empeño que en primer lugar
asumió el propio artista, quien mientras vivía dispuso el orden de su obra en
dos ocasiones: apenas a los 21 años publica su primera colección de Poesías (Nueva York, 1825), la cual más
tarde enmienda, corrige y completa en la edición de Toluca en dos tomos (1832),
y póstumamente aparece en Barcelona la primera edición española (1840). A esta
le siguen otra, nuevamente en México (1852), y varias en Nueva York (1853,
1854, 1858, 1860 y 1862). Otro gran poeta y también con un trágico destino,
Juan Clemente Zenea (1832– 1871), concibió una edición crítico-bibliográfica de
Heredia, y parece que algo quedó de su trabajo aunque todavía no se ha
encontrado su manuscrito; pero se cree que sirvió como base para la edición de
las Obras poéticas que realizó
después el polígrafo cubano Antonio Bachiller y Morales, quien agrupó en dos
tomos su poesía y su teatro (Nueva York, 1875).[16] A las ediciones
en vida (las dos primeras) y a esta de 1875, deben remitirse siempre quienes
proyecten hacer una edición crítica definitiva de su poesía, así como a los
manuscritos y publicaciones periódicas de la época: eso es, precisamente, lo
que hizo Tilmann Altenberg para la edición que tiene en sus manos el lector.
La prosa de Heredia se encuentra aún
bastante dispersa y necesita urgentemente una revaloración.[17] Su lectura puede
mostrar lo contrario de su poesía: si en esta se siente aún poderoso el tono
tribunicio y la anima un fuerte sentido clásico, es en la prosa donde nos
resulta posible apreciar con mayor nitidez su aliento romántico. Sus cuentos de
tema oriental y ambientes exóticos, lo confirman como un escritor francamente
adentrado en las reconditeces del alma humana torturada y la fuerte vinculación
emocional con el paisaje, que sólo se observa aislada y peregrinamente en sus
versos. Habrá que agregar además ser el autor de la novela Jicotencal, publicada anónimamente en Filadelfia, por el impresor
William Stavelly (1826).[18]
Resulta especialmente importante y significativa esta obra, pues es la
primera novela histórica moderna hispanoamericana y de ambiente indígena
prehispánico. Su aparición, además de críticas y ataques, provocó que se
convocara a un concurso teatral en Puebla (1828) sobre la figura del héroe tlaxcalteca
Xicoténcatl El Joven, del cual nos
quedan al menos tres piezas que vienen a estar, paradójicamente, entre las
primeras del teatro del México independiente.[19]
Aparte de su
prosa de creación, en el terreno de la crítica debe prestarse especial atención
al gran «Ensayo sobre la novela», donde Heredia adelanta juicios que también
hará suyos Hegel, en sus Conferencias
sobre estética, publicadas póstumamente por un discípulo, y que sólo
aparecieron en francés después de la muerte de Heredia, y quien además no
conocía el idioma alemán. Por esto no creo que exista influencia de uno sobre
el otro, sino una mera coincidencia de juicios, en todo caso motivada por la
comunidad de sus fuentes teóricas (Schlegel y Lessing). Es innegable la
asombrosa precedencia de Heredia con estos juicios de gran altura teórica.
Como crítico, Heredia se multiplicó en sus
artículos periodísticos y, como parte complementaria de esta ocupación
principal, también en la traducción, forma que vio como recomendable para
difundir en México a los mejores autores europeos, en especial, franceses. El
registro manuscrito de su biblioteca personal, levantado en 1833 por su
propietario,[20]indica
claramente sus preferencias: de 385 títulos, 140 son franceses, 120 españoles,
64 en inglés,[21]
32 en italiano, 27 en latín y 2 en portugués.[22]
Otro tema de
capital importancia en la prosa herediana es su empeño cívico depositado en la
traducción y completamiento de las Lecciones
de historia universal de Alexander Tytler, verdadero compendio de
comportamiento ciudadano, dedicado expresamente «a la juventud mexicana y
americana». En esta versión —donde incluyó capítulos enteros de su propia
autoría— Heredia depositó su experiencia republicana, sus anhelos y también sus
miedos.[23]
Su disposición pedagógica, por otra parte, la empeñó en diversas actividades,
pero especialmente en la preparación de los planes y métodos de enseñanza del
recién creado Instituto Científico y Literario, que fue el punto de partida de
la actual Universidad Autónoma del Estado de México.
A pesar de su
inclinación por la cultura europea, el universo espacial herediano es muy
reducido, pues transcurre entre Cuba, Estados Unidos y México. Nunca pudo
realizar su sueño juvenil de visitar Grecia, siguiendo las huellas de Lord
Byron. No fueron estas las únicas frustraciones en la vida del sufrido poeta.
Tuvo un gran ascendiente durante la primera etapa de su segunda estancia
mexicana, pero luego en sus últimos años fue perseguido y, en el mejor de los
casos, ignorado. Al morir, enfermo y pobre, subsistía con un empleo de poca
monta, alejado de las intrigas políticas y de la protección oficial. Su
fallecimiento en la Ciudad de México pasó casi desapercibido y apenas se
publicó, semanas después, una nota necrológica.[24] Sus restos,
primero depositados en la Iglesia de Nuestra Señora de los Ángeles y luego
trasladados al Cementerio de Santa Paula, desaparecieron, al igual que los de
su padre unos años antes.
Al desaparecer
el marido, su viuda, la abnegada Jacoba Yáñez, hija de Isidro Yáñez, uno de los
firmantes del Acta de Independencia del
Imperio Mexicano en 1821, viajó a Cuba con sus hijos y murió al poco
tiempo.
Con ella llevó parte de la
papelería del poeta.[25]
Revaloración de José María Heredia
Estudiosos
de México y Cuba se han dedicado de manera consistente, a explorar las huellas
del bardo, con interés semejante, centrados fundamentalmente en las fechas
alrededor de los aniversarios del poeta en 1939 y 2003. Más allá de sus
distintos aniversarios, que tantas generosas cuanto apresuradas actividades
puede ocasionar, como suele suceder en estos casos,[26][27] resulta urgente
revaluar a Heredia, su papel en la cultura hispanoamericana y especial y
fundamentalmente en la de México, país que lo acogió con generosidad extrema,
que no se ha visto igualmente reflejada en el estudio de su obra y develación
de su memoria por los estudiosos mexicanos, salvo muy contadas excepciones.
Precisamos, por ejemplo, una edición completa de sus escritos en prosa (que
incluya las numerosas cartas cruzadas entre él y su hasta entonces querido y
admirado amigo y mentor, Domingo del Monte, reunidas en la edición del Centón epistolario27) y la
totalidad de sus aportaciones personales en las Lecciones de historia universal de Tytler. Pero hace mucha más
falta aún una biografía completa, actualizada y con todo el rigor de la crítica
contemporánea, que nos devuelva la imagen auténtica de Heredia, apoyada con
documentación debidamente anotada. Hasta el momento la única con la que se
cuenta es de gran mérito, pero adolece de muchas fallas, erratas y algunos
equívocos: se trata de la Vida de José
María Heredia en México de Manuel García Garófalo-Mesa,[28] quien no pudo
revisar por completo las pruebas de imprenta porque falleció sorpresivamente;
esa obra merecería una verdadera reedición revisada y cotejada, y no la
facsimilar que apareció hace unos años, que reproduce todos sus errores
tipográficos y no está actualizada.[29] Y ojalá que, con
la experiencia de más de un siglo, desde 1903 a la fecha actual, sea un
homenaje no de prisas y premuras para cumplir con una fecha, sino un hito en el
necesario estudio y valoración de José María Heredia, quien no sólo anda
extraviado por sus restos, sino hasta en la integralidad de su memoria
histórica y literaria.
Aunque el canon
literario asume a Heredia como un autor estrictamente cubano por su indudable
importancia en la creación de los símbolos nacionales del país natal —la palma
(o palmera) real y la estrella solitaria: la primera en el escudo y la segunda
en la bandera—, parece que ya es hora de revisitar este concepto y ampliarlo hacia
una condición compartida de autor isleño-continental. Es evidente que Heredia
debe ser incorporado plenamente al canon de la literatura mexicana,[30]compartido
con el cubano: es un caso binacional que avisa y anuncia la formación de una
entidad literaria continental.
Nacido en la
isla de Cuba, la mayor parte de la muy corta vida de José María Heredia
transcurrió en México y, además, la mayor parte de su obra no sólo fue
publicada aquí, sino que también temáticamente está inspirada en la historia y
cultura mexicanas. Le asistía toda la razón a Alfonso Reyes cuando afirmó hace
más de un siglo, al referirse a Heredia y en especial a su magno poema de
adolescencia «En el teocalli de
Cholula»: «[...] si acaso no pertenece a México por su nacimiento, nos pertenece
por nacionalización, cuando no también por haberse unido a nuestra patria y a
nuestra historia en una de sus más altas poesías».[31]Su vínculo con México es muy
estrecho: no sólo declaró en algún momento —falsamente, como ya señalé— que
nació mexicano, sino que finalmente adoptó la nacionalidad de su país de asilo.
Dos fueron las estancias mexicanas de Heredia: una, de la infancia,
condicionada por el empleo del padre, y otra de madurez, ya definitiva. En la
primera ofrece pruebas de un temprano interés por lo mexicano, con lecturas y
poesías de su creación como el ya citado poema sobre Cholula y la oda «Al
Popocatépetl», entre otros. En la segunda ya viene consagrado como un poeta de
relieve continental, con una primera edición recién salida de las prensas
neoyorkinas de sus Poesías, contando
con un salvoconducto personal del presidente. En México se estableció y formó
una familia. Aquí el joven Heredia forjó amistades sólidas con personajes muy
importantes de la época. También en México editó las primeras revistas
culturales del país ya liberado, con el loable propósito de aumentar la
instrucción de las mujeres. Igualmente, aquí preparó lo que fue el primer libro
de texto de historia para la enseñanza pública, destinado a implantar valores y
virtudes entre los jóvenes ciudadanos. Desde aquí fue un juvenil liberal
encendido, apasionado con la Constitución de Cádiz, y luego fue un maduro
optimista desencantado; primero romántico encendido, luego regresó al rebaño
clásico y aconsejó a los jóvenes que no tomaran aquellas sendas traicioneras.
Lo admiraron como maestro, y luego lo vituperaron como extranjero; lo exaltaron
como poeta y lo atacaron como legislador. Defendió como nadie su nueva patria,
a falta de la otra, y la honró y padeció por ella, promoviendo el desinterés
patriótico cuando la mayoría buscaba el beneficio.
José María Heredia, por los avatares de su
vida, escogió el exilio como su realización, abrazó el destierro como su
plenitud humana. Eligió ser mejor libre en suelo extranjero, que esclavo en el
propio. Y en México vivió, amó, fue amado, tuvo hijos, escribió, luchó, sufrió,
tuvo alegrías y penas, como cualquier humano. Aquí estuvo, está y debe seguir
estando, vivificando con sus cenizas el suelo que tanto amó y por el que tanto
sufrió. Es tanto de Cuba, donde nació, como de México, que lo acogió en vida.
Alejandro González Acosta
Tlalpan, Ciudad de México, septiembre de 2019
[1] En el número 6 de la entonces Calle de Catedral, hoy número 260 de
la Calle Heredia, donde se encuentra su Museo-Casa Natal. Fue bautizado el 13
de enero de 1804 en la Iglesia Catedral de Santiago de Cuba. Sus padres eran
primos: José Francisco Heredia y Mieses y María Merced Heredia y Campuzano,
provenían de Santo Domingo, donde habían llegado sus antepasados desde la Nueva
Granada. Allí casaron en Coro, el 26 de noviembre de 1801. Llegaron a Santiago
de Cuba apenas en marzo de 1803.
[2] José María nunca utilizó la partícula nobiliaria de precediendo su apellido, mostrando su
talante republicano; todo lo contrario de su primo francés, José María de
Heredia y Girard (Santiago de Cuba, 22 de noviembre de 1842–Bourdonné, Francia,
3 de octubre de 1905), también poeta, y suele confundírseles, aunque el segundo
desarrolló su vida en Francia, donde fue una figura prominente de la escuela
parnasiana y autor del célebre poemario Les
Trophées (1893) por el cual se le distingue: Heredia, el cubano, el «Cantor
del Niágara», y el otro Heredia, el «francés», el de Les Trophées. El parnasiano fue el primer hispanoamericano en
ingresar en la Academia Francesa.
[3] Sólo una muestra: en una carta a su esposa desde Caracas el 25 de
mayo de 1815, el padre le encarga «a José María que estudie todos los días su
lección de lógica, y lea el capítulo del Evangelio, de las Cartas de los
Apóstoles y los Salmos, como lo acostumbraba hacer conmigo todas las tardes;
que repase la doctrina una vez a la semana, y el Arte Poético de Horacio que le
hice escribir, y de Virgilio un pedazo todos los días, y los tiempos y reglas
del Arte, para ponerlo a estudiar Derecho cuando venga aquí, y darle su reloj
si lo merece con su obediencia y buena conducta en este tiempo» (José Francisco
Heredia, Memoria sobre las revoluciones
de Venezuela, París: Garnier, 1895, p. xxxiv). El joven Heredia gozó de una
educación familiar esmerada y eso explica en parte su precocidad literaria.
[4] Cf. su discurso «José María Heredia: el poeta y el revolucionario
cubano», publicado en La Tribuna (La
Habana), 1 de agosto de 1890.
[5] Cf. en particular su Historia
de la poesía hispano-americana, t. I, Madrid: Victoriano Suárez, 1911, pp.
236–238.
[6] Figuras españolas que avisan el romanticismo, como José Cadalso
(1741–1782) —por otra parte, tan semejante en muchos puntos de contacto con
Heredia— no se despojan totalmente de las vestiduras clásicas. Ángel de
Saavedra, Duque de Rivas (1791–1865), escribe su drama plenamente romántico Don Álvaro o la fuerza del sino en 1831
(y lo estrena en el madrileño Teatro del Príncipe en 1835). Cf. Manuel Pedro
González, José María Heredia, primogénito
del romanticismo hispano: ensayo de rectificación histórica, México: El
Colegio de México, 1955.
[7] No cumplía con los requisitos necesarios —aunque Heredia declaró lo
contrario— en cuanto a su edad y su ciudadanía.
[8] Lecciones de historia
universal, Toluca: Imprenta del Estado, 1831–1832, 4 t. Existen otras
ediciones de esta obra: una dirigida por José A. Rodríguez García (La Habana:
Cuba Intelectual, 1915) y otra facsimilar reciente (Toluca: Instituto Superior
de Ciencias de la Educación, 2013). La fuente original de la versión de Heredia
es: Alexander Fraser Tytler, Elements of
General History, Ancient and Modern, Edinburgh: William Creech, 1801.
[9] Integrada además por Mariano Esteva, Agustín Gómez Eguiarte y
Francisco Ruano, publicado en El
Conservador, núm. 4, 22 de junio de 1831.
[10] Se cuenta con una edición facsimilar que incluye una introducción
de María del Carmen Ruiz Castañeda y el estudio «El Iris: primera revista literaria del México independiente» de
Luis Mario Schneider, quien también preparó los índices (México: UNAM, 1988).
[11] Cf. la reedición con un estudio preliminar, notas e índice
analítico de Alejandro González Acosta (México: UNAM, 2007).
[12] Cf. la reedición con presentación, notas e índices de María del
Carmen Ruiz Castañeda (México: UNAM, 1972).
[13] La primera sede fue en Texcoco (Tezcuco), donde se expidió la Constitución del Estado, el 14 de
febrero de 1827.
[14] Una temprana versión de este poema, publicada de forma anónima en
1821, fue identificada por Tilmann Altenberg. Cf. su artículo «La crisis de
ideología panhispánica en la obra de José María Heredia, ‘La visión’ (1821):
una temprana versión desconocida del poema ‘Las sombras’ (1825), Nueva Revista de Filología Hispánica,
vol. 54, núm. 1, pp. 143–174.
[15] Desde la lejana Europa, Alberto Lista y Andrés Bello le dedicaron
su atención, pero haciendo notar defectos como su «afrancesamiento».
[16] Cf. la «Introducción» a este volumen para una revisión
pormenorizada de los manuscritos y principales ediciones de la poesía
herediana, que incluye los detalles bibliográficos completos de las ediciones
decimonónicas referidas aquí.
[17] Se ha editado en pocas ocasiones, la más reciente hace 40 años:
José María Heredia, Prosas, selección
prólogo y notas de Romualdo Santos, La Habana: Letras Cubanas, 1980. Incluye
textos sobre varias materias.
[18] En mi libro El enigma de «Jicotencal»
(México: UNAM, 1997) no sólo aporto pruebas documentales para afirmarlo,
sino incorporo un análisis estilístico comparativo entre el texto de la novela
y otros escritos de Heredia, que arroja una puntual y reveladora coincidencia,
que resulta incuestionable. Cf. también mi edición anotada, con estudio
introductorio, de ese Jicotencal (México:
UNAM, 2003).
[19] Cf. Teatro republicano de
México: tres dramas rescatados del México independiente, transcripción,
edición, estudio preliminar y notas de Alejandro González Acosta, México: UNAM,
2017.
[20] Cf. mi artículo «Una biblioteca privada en México a principios del
siglo xix: la lista de libros de José María Heredia (Toluca, 1833).
Reconstrucción ideal de su colección», Boletín
del Instituto de Investigaciones Bibliográficas, vol. 2, núm. 1, 1997, pp.
83–115. Agradezco a Tilmann Altenberg por facilitarme la transcripción del
registro manuscrito que hizo durante sus investigaciones en la Biblioteca
Nacional de Cuba «José Martí».
[21] Por cierto, aunque vivió en Estados Unidos trabajando como profesor
de inglés en el Colegio de M. Bancel, Heredia se quejaba en una carta a su
madre que nunca podría dominar esa «lengua de herejes».
[22] Como puede observarse, no aparecen libros en alemán, pues Heredia
no tenía conocimiento de esta lengua. A consecuencia, los pocos títulos de
autores alemanes aparecen bajo la lengua de su respectiva traducción.
[23] Consúltese al respecto Nancy Vogeley, «Heredia y el escribir de la
historia», en Lelia Area y Mabel Moraña, eds., La imaginación histórica en el siglo xix, Rosario:
UNR Editora, 1994, pp. 39–56.
[24] Durante un tiempo subsistió el error de suponer su muerte en
Toluca: hoy no existe duda de que fue en el número 15 de la entonces Calle del
Hospicio, hoy República de Guatemala, número 100. Cf. Alejandro González
Acosta, «Los restos de José María Heredia (Santiago de Cuba, 1803–ciudad de
México, 1839)», Boletín del Instituto de
Investigaciones Bibliográficas, vol. 8, núms. 1 y 2, 2003, pp. 111–135.
[25] El patrimonio documental herediano actualmente se encuentra
distribuido entre México (Biblioteca Nacional, Archivo General de la Nación,
Archivo «Matías Romero» de la Secretaría de Relaciones Exteriores), Cuba
(Biblioteca Nacional «José Martí», Archivo Nacional de Cuba), varias universidades
norteamericanas (principalmente la Universidad de Harvard) y algunas
colecciones privadas.
[26] A propósito del primer centenario de Heredia en 1903, advertía un
tanto irónico y hasta un poco molesto nada menos que Pedro Santacilia a Vidal
Morales en carta fechada el 17 de diciembre: «¡Otra vez Heredia! Por fortuna
dentro de pocos días llegará la fecha del Centenario: cesarán las inútiles
investigaciones sobre la muerte del desgraciado poeta, y todos, el muerto y
nosotros entraremos en descanso que bien lo necesitamos» (cit. por Manuel
García Garófalo Mesa, Vida de José María
Heredia en México, 1825–1839, México: Botas, 1945, p. 756).
[27] tomos, La Habana: El Siglo xx, 1923–1957. Existe una nueva edición
corregida y ajustada de esta obra, en 4 tomos (La Habana: Imagen Contemporánea,
2002).
[28] México: Ediciones Botas, 1945.
[29] Toluca: Comisión Organizadora del Bicentenario de José María
Heredia, 2002. Conviene hacer mención también de la valiosa Cronología herediana (1803–1839) de
Francisco González del Valle (La Habana: Secretaría de Educación, 1938),
elaborada a partir del archivo herediano de Domingo Figarola-Caneda, y que fue
una de las fuentes documentales del estudio de Garófalo-Mesa.
[30] Así lo ha recordado recientemente Iván A. Schulman en su artículo
«Cubanos en México: ‘dos mexicanos más’», Literatura
Mexicana, vol. 21, núm. 1, 2010, pp. 181– 196.
[31] Cf. Alfonso Reyes, «El paisaje en la poesía mexicana del siglo xix»
(México: Viuda de F. Díaz de León, sucs., 1911).
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