No. No pienso dar un salto en el tiempo en el recuento de la historia de los latinos en Nueva York desde principios del siglo XX, para caer en el elegante mercado que ha abierto el chef José Andrés en Hudson Yards, donde unos churros te cuestan lo mismo que construir un kilómetro de carretera en Guatemala y los únicos españoles que te encuentras son turistas.
Con “Little Spain” me refiero al trozo de Manhattan —desde Christopher Street hasta la 26, entre la sexta y la novena avenidas— donde a principios del siglo XX se concentraba la emigración española. No porque España perdiera lo que le quedaba de imperio allende los mares a manos de Estados Unidos, sus hijos renunciaron a conocer nuevas tierras, fundar negocios y familias y dedicarse al más apreciado pasatiempo español: quejarse.
Quejarse de cualquier cosa: del clima, de los vecinos, las deudas o los políticos. Pero ¡qué mejor para un español que ir a quejarse del clima, de los vecinos, las deudas o los políticos… de otro país! ¡Más si es el país que los dejó sin imperio de qué presumir! Encima tienes, por primera vez en la vida, la oportunidad de hablar bien de tu país natal. Y hasta de extrañarlo.
Ya para 1920 los españoles eran 14, 659. Y 22,501 en 1930. No muchos, si se les compara con los italianos o los judíos pero recuerden que para emigrar los españoles tenían a Hispanoamérica, con mejor clima y un idioma que se parecía mucho al castellano. Los que se instalaban en Little Spain eran mayormente gallegos y asturianos, muchos de ellos empleados en los muelles cercanos.
Españoles en Nueva York los había desde antes. En 1868 eran suficientes como para fundar la Spanish Benevolent Society que subsiste hasta hoy como Centro Español. (Con el tiempo pasarían temporadas allí como artistas residentes Picasso, Dalí, Buñuel y Lorca). Y en 1902 el arzobispo Corrigan inauguró en el 229 W 14th Street la primera iglesia hispanohablante de Nueva York: Nuestra Señora de Guadalupe, nombre profético si se tiene en cuenta que hoy la mayoría de sus feligreses son mexicanos.
Españoles al fin, tenían que dejar claro su origen regional —y hasta llegar a ofenderse si los llamaban “españoles”—creando la Casa Galicia, el Centro Asturiano, el Andaluz, el Aragonés, el Balear, el Círculo Valenciano y el Centre Nacionalista Catalá. Y los vascos, que tenían barrio aparte al otro lado de la isla, al pie del puente de Brooklyn, crearon el Centro Vasco-Americano.
Sin embargo, cada julio todos se reunían a celebrar el festival de Santiago Apóstol, patrón de España, para recordar lo mucho que extrañaban su patria y lo poco que se querían entre sí. O viceversa. Eso era en la calle 14, núcleo de los comercios españoles: restaurantes, tabernas, bodegas, barberías, casas de huéspedes y hasta un Hotel Español.
La comunidad creció lo suficiente como para animar al español Rafael Viera a que, en vez de una tienda de jamones, fundara el semanario La Prensa. Que siempre será más fácil hacer que la gente coma que convencerla de que lea. La Prensa se convertiría en diario cinco años después al ser comprado por José Camprubí hasta llegar a nuestros días fusionada con El Diario. (Si les suena el apellido Camprubí no es casualidad: José era hermano de la poeta Zenobia Camprubí y cuñado del futuro premio Nobel Juan Ramón Jiménez).
Con Little Spain pasó lo que con buena parte de los barrios de Nueva York: los padres prosperaron, los hijos se mudaron, los alquileres subieron y entonces los hípsters llegaron con sus barbas y sus yogures, cervezas y croquetas artesanales. Queda, eso sí, en 239 W 14th St el Centro Español con el restaurante La Nacional. Y la profética Nuestra Señora de Guadalupe que, debido a su creciente feligresía, ha debido mudarse para la cuadra siguiente, en el 328 West 14th Street. Ahora se llama Our Lady of Guadalupe at St. Bernard’s.
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