Por Guillermo A. Belt
No hubo celebraciones del vigésimo aniversario del Grito de Yara, por supuesto, aquel 10 de octubre de 1888. La Guerra Grande había terminado oficialmente diez años antes, con la firma del Pacto del Zanjón, y sus estragos de muerte y destrucción aún eran visibles en los campos de Cuba. No tanto, en cambio, en la capital, donde la vida había vuelto a un ritmo más o menos normal, si así se le podía llamar a vivir sin la ansiada independencia de España.
Al día siguiente
de ese aniversario no conmemorado ocurrió en La Habana un hecho de sangre. El
Popular, Diario Político Independiente, de Madrid, lo cuenta así en su edición
del 24 de octubre de 1888:
Dicen de la
Habana, que en la mañana del 11 del corriente fueron hallados, brutalmente
asesinados, en su residencia de la calle de Inquisidor, el opulento propietario
don Domingo Sañudo y su esposa, doña Micaela Rebollo. Los cadáveres aparecieron
horriblemente mutilados, al parecer, con un hacha.
No se cree que
el robo haya sido el motivo del crimen, pues en la casa se han hallado intactos
gran cantidad de dinero y efectos de valor. Esta trajedia (sic) es el tema de todas las conversaciones en la capital de Cuba.
Han quedado
detenidos un hijo político y un criado de las víctimas.
Los esposos
Sañudo eran ya ancianos, parcos en sus gastos hasta el exceso, y hacían una
vida muy retirada.
La fortuna de
él se calculaba en dos millones de pesos y era dueño de noventa casas.
Conversando
con Alejandro González Acosta - a distancia y por medio de internet, qué
remedio – me enteré del efecto que el brutal asesinato de sus bisabuelos
maternos tuvo en Dulce María Loynaz. La tragedia abarcó también al abuelo de la
poetisa, Juan Muñoz y Romay, quien se había casado con María Regla, única hija
del matrimonio Sañudo, veinte años antes del terrible crimen.
En sus
investigaciones las autoridades coloniales sospecharon que el autor de los
asesinatos habría sido alguien bien conocido por las víctimas, puesto que había
accedido a la casa sin violencia, siendo vox populi que el matrimonio no daba
entrada a personas desconocidas. Además, como apunta El Popular, no hubo robo.
Con estos elementos, de cuyo valor probatorio me permito dudar, la policía
detuvo y encarceló al yerno del matrimonio Sañudo.
Cabe especular
que las autoridades actuaron con base en un chisme malicioso. No hay otra
manera de explicar que la policía supiera, veinte años más tarde, que Domingo y
Micaela se habían opuesto al casamiento de María Regla con Juan. En cualquier
caso, Juan Muñoz y Romay no fue inculpado, y el autor del crimen quedó impune.
Sería muy
interesante leer el escrito presentado por Francisco de P. Sánchez y Seijas a
nombre de Juan Muñoz y Romay solicitando su excarcelación en la causa seguida
por el asesinato de sus suegros. Tiene 28 páginas y fue publicado en 1889 por
La Tipografía. No lo encuentro en ninguna parte. Lo seguiré buscando.
Para
finalizar, debo consignar mi parcialidad en este tema por razones de familia.
John Benjamin Belt, mi bisabuelo, contrajo matrimonio con Carmen Muñoz y Romay,
hermana del abuelo de Dulce María. De mi adolescencia en Cuba conservo el grato
recuerdo de visitas con mis padres a la casa de Dulce María Loynaz. Creo
recordar su aire un tanto melancólico. Quizás ahora sé porqué.
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