Por Narciso J. Hidalgo
Dos acontecimientos ocurridos
recientemente en el Caribe, de capital importancia por la escalada de violencia
que los caracterizó, ocupan mis reflexiones en esta edición. El primero tuvo lugar en Haití el 7 de julio, con
el asesinato del
presidente Jovenel Moïse. El segundo, en
Cuba el 11 de julio, con manifestaciones espontáneas a lo largo de toda la
isla.
Lo acontecido en Haití es todavía motivo de especulaciones de la prensa. Recientemente ha señalado la injerencia de perpetradores extranjeros --antiguos miembros de las fuerzas armadas colombianas--, en el asesinato del primer mandatario. Su esposa, Martine Moïse, al referirse a los hechos, declaró que se trata de una conspiración mayor porque los asaltantes –más de doce fuertemente armados— buscaban algo en la residencia y, para su desconcierto, la docena de guardias de seguridad que cuidaban al presidente, o bien los dejaron entrar, o habían abandonado sus puestos sin que ninguno resultase herido. La investigación oficial ha conducido al arresto de más de cuarenta sospechosos. Sin embargo sigue sin saberse el motivo o quiénes son los arquitectos del magnicidio.
El asesinato,
que agrava la crisis política que vive el país, pone de relieve, una vez más,
el uso de la violencia para defender intereses políticos y partidistas. La
corrupción y la lucha de poder han erosionado la sociedad civil por más de
medio siglo, aparte de poner en crisis los valores institucionales, que por
décadas fueron pisoteados por la dinastía Duvalier (François Papá Doc., 1957-1971
y Jean-Claude Baby Doc., 1971-1986).
El descontento de algunos sectores
económicos, y sobre todo la frustración de la población mayoritaria, indican
que la pequeña nación caribeña es un calvario de vicisitudes, que ha sufrido no
sólo el impacto de la Pandemia, sino que también ha sido víctima de un
terremoto con un saldo de mil trescientos damnificados, e inundaciones
provocadas por la tormenta tropical Grace.
Pese a lo anterior, es imposible
justificar la violencia con que fue ejecutado el mandatario como vía redentora
de los conflictos que aquejan al país. En condiciones extremas se requieren medidas
adecuadas para solucionar esas situaciones, sin que ello justifique el abuso de
poder o impunidad para cometer delitos de suma gravedad como el ya mencionado. Pero no puede pensarse que la violencia es
una condición intrínseca de la sociedad. La jerarquía política que ha
perpetuado el nepotismo y la brutal corrupción reinantes, han mantenido a las
clases más desfavorecidas sobreviviendo por debajo de los niveles de pobreza.
¿Dónde fueron a parar los millones de dólares que desde 1995 los Estados Unidos
han proporcionado a Haití? ¿Qué han hecho las élites haitianas con las ayudas
internacionales?
Si las relaciones del país caribeño con Los Estados Unidos ha sido objeto de debates y se ha culpado a la administración de Washington de condicionar dichas ayudas, no es menos cierto que el corolario del desarrollo de la nación ha estado en manos y ha sido responsabilidad de las élites gobernantes que engordan sus bolsillos sin escrúpulos, a expensas de la pobreza que ha predominado en Haití desde su independencia (1804). La violencia, la intimidación y el abuso de poder han sido los sostenes para perpetuar la riqueza de las élites. Haití no ha conocido descanso, la estabilidad política y la posibilidad de desarrollo económico han sido una quimera que ha convertido “el país en el primer productor de desdichas y de zombis” como afirmara el poeta y escritor haitiano René Depestre (1926).
En Cuba, el amanecer del 11 de julio sorprendió a sus gobernantes con una ola de manifestantes que desde el municipio de San Antonio de los Baños, al sureste de La Habana, se extendió a lo largo de toda la isla, hasta llegar a las provincias orientales. Para el régimen que gobierna desde 1959, no era la primera vez que la población cubana se manifestaba y expresaba abiertamente su descontento con las condiciones de vida existentes. Habría que recordar que durante el verano de 1994, en medio del Período Especial, la desangrada economía cubana fue testigo de las protestas de cientos de cubanos reunidos en el malecón de La Habana, que responsabilizó, correctamente, al gobierno por la falta de alimentos, de medicinas, y los constantes “apagones.” La crisis del “maleconazo” reflejo de la incertidumbre y las necesidades de cambio, provocó el enfrentamiento violento de los manifestantes con la policía y grupos parapoliciales que, a palos, acudió a apaciguar la protesta y acallar sus demandas.
Posteriormente en noviembre del año pasado, más de doscientos artistas e intelectuales cubanos se plantaron frente al Ministerio de Cultura de Cuba, para exigir sus derechos ciudadanos. El Movimiento de San Isidro dio a conocer entonces un texto en el cual expresaban:
Los artistas e intelectuales cubanos repudiamos, denunciamos y condenamos la incapacidad de las instituciones gubernamentales en Cuba para dialogar y reconocer el disenso, la autonomía activista, el empoderamiento de las minorías y el respeto a los derechos humanos y ciudadanos.
Posteriormente un nuevo manifiesto político, promovido por un grupo de artistas bautizados como 27N, exhortaba a la sociedad cubana a exigir libertades políticas, económicas y a que legalizara los medios de comunicación independientes. Los reclamos salidos de un grupo de jóvenes pacíficos, atrajo la atención de otros intelectuales que con carácter crítico cuestionaban la política social y cultural impuestas en todo el país. La negación de las autoridades culturales a establecer un diálogo con los manifestantes y las intimidaciones, los arrestos y la encarcelación de los participantes fueron los recursos del establishment para, una vez más, silenciar y minimizar los justos reclamos de una sociedad civil moderna.
No obstante, en 62 años de “Revolución” sus gobernantes no habían presenciado una manifestación general con quejas y reclamos de la magnitud del 11J. En esta ocasión, y sí por primera vez, las protestas superaban las ingentes necesidades económicas y las pésimas condiciones sanitarias para tratar a los enfermos de Covid, como algunos medios han señalado, minimizando el trasfondo político y el descontento de un amplio sector de la población, contra la dirigencia del gobierno, contra su presidente, y contra el sistema ideológico impuesto, que ha llevado a la mayoría de los habitantes a mal vivir en circunstancias precarias por seis décadas. Decenas de videos tomados con teléfonos celulares y exhibidos en las redes sociales son el testimonio irrefutable de lo aquí expresado. “Hay represión con la juventud”. “Cuba es de los cubanos” exclamaba una mujer negra en medio de la multitud que, a empujones, se enfrentaba a las fuerzas policiales.
Jóvenes, mujeres y personas ya adultas de diferentes poblados y ciudades avanzaban por las calles gritando “Viva la libertad y Abajo la dictadura.” Puede que la escases de alimentos y medicinas y el descontento con la falta de recursos para proteger debidamente a la población de la Pandemia hayan sido el detonador de las manifestaciones. Es difícil saberlo.
En la medida que las calles se abarrotaban de personas y los gritos de desaprobación se generalizaban, los agentes policiales comenzaron a golpear indiscriminadamente a jóvenes y sobre todo a mujeres, que con gritos de Patria y Vida, en contraste con el lema machacón de Patria o Muerte, se resistían a ser arrestadas.
La masividad y el descontento sin lugar a duda desacreditaban al liderazgo y la vigencia de un gobierno tiránico e inoperante. La respuesta oficial no se hizo esperar: la brutalidad policial, los golpes, los arrestos, las desapariciones, y el desplazamiento de agentes especiales vestidos de civil e infiltrados entre la muchedumbre fueron parte del recibimiento que dio el partido comunista de Cuba a los reclamos del pueblo.
El señor presidente, al parecer atemorizado, en una presentación televisada exhortaba a todos los “revolucionarios del país, a todos los comunistas” para que salieran a las calles a enfrentar a los manifestantes. Cubanos contra cubanos, jóvenes armados con palos para aporrear a los jóvenes, a las mujeres y a todo el que formara parte de la protesta.
El país que ha pregonado ser el “Primer territorio libre de América” ahora arremetía con toda fuerza y sin miramientos a otros cubanos, que sin armas y pacíficamente reclamaban derechos elementales.
Algunos estudiosos y los politólogos hablan del recrudecimiento del embargo estadounidense, de las recientes restricciones impuestas en la isla a la moneda norteamericana y los efectos de la pandemia como factores lacerantes en la sociedad cubana. Olvidan mencionar que la isla recibe alrededor de 29 mil millones de dólares en remesas enviadas por familiares residentes en el exterior. Olvidan que la esfera política cubana recibió entre el 2001 y el 2020 exportaciones estadounidenses en productos agrícolas, alimentos, medicinas y suministros médicos por un valor de más de siete billones de dólares. Al parecer, esos estudiosos, desconocen que las exportaciones cubanas sobrepasan los 5 mil millones de dólares anuales. Y que el gobierno venezolano le dio a Cuba entre el 2008 y el 2011, unos 18 millones de dólares en préstamos, inversiones y donaciones. Por demás los acuerdos Castro-Chávez han suministrado al país millones de barriles de petróleo (de 105,000 diarios en el 2012 a 47,000 en el 2017, reducción debida a la también crisis venezolana).
¿Puede entonces afirmarse que el embargo de los Estados Unidos tiene sumida a la población cubana en la mayor pobreza? ¿No será que la élite que se ha aferrado al poder por más de seis décadas ha demostrado su incapacidad para generar un crecimiento económico adecuado como afirma el economista Carmelo Mesa-Lago?
¿O es desacertado pensar que la ambición de poder y enriquecimiento de la clase dirigente, que ha llenado sus bolsillos sin ningún escrúpulo, ha elaborado un “embargo interno” que mantiene estrangulada a la sociedad cubana? Podrá decirse que son especulaciones contra el “envidiable sistema socialista cubano”. Pienso que no. Véase en los medios informativos cómo viven y disfrutan los hijos de los altos dirigentes cubanos, y luego podrán esgrimir eufemismos laudatorios, porque solo el nepotismo, el abuso de poder y las desigualdades pueden producir tanta riqueza como la industria farmacéutica norteamericana.
El 11J mostró al mundo la inconformidad de un amplio sector de la población cubana con un sistema totalitario, represivo y de vividores incompetentes. Las manifestaciones de aquel día evidenciaron, por demás, que los dirigentes actúan rápido y contundentemente contra cualquier expresión de disidencia, con tal de cuidar sus privilegios sin importar los métodos para conseguirlo.
Si todo ello no fuera suficiente, los gobernantes, de inmediato, pusieron en vigor otro “tapabocas”, el Decreto Ley 35 que sanciona
“a quienes publiquen en las redes sociales contenidos que expresen descontento con el régimen o cualquier tipo de denuncias que puedan ser consideradas como delito cibernético.” Esto es, totalitarismo cubano contra la libertad de expresión.
¿Será que la represión y la falta de derechos y de libertades civiles más elementales tienen que ver con el embargo?
Lo ocurrido recientemente en Haití y en Cuba es un viejo mal que aqueja a las naciones latinoamericanas. En ellas la corrupción, el nepotismo, la violencia y el abuso de poder han sido la norma dominante. Las élites con uniformes militares, o de cuello y corbata siguen estrangulando a los pueblos, con el amparo de discursos ideológicos, que hablan de bienestar para todos, cuando en realidad, sin escrúpulos y recurriendo incluso a la violencia, se apoderan de la riqueza de las naciones, como si se tratara de sus fincas privadas.
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