Sunday, May 15, 2022

Cuba, sol de sus hijos

 


“Deseo que mi entierro tenga lugar en Nueva York en el caso de que Fidel Castro o cualquier otro gobernante de Cuba sea comunista o represente alguna facción, grupo o clase que sea gobernada, dominada o inspirada por doctrinas extrañas provenientes del extranjero. Por otra parte, en el caso de que Cuba sea libre al momento de mi muerte, deseo ser enterrado allí..."

Ernesto Lecuona.

Por Ingeborg Portales  

Para el musicólogo cubano Cristóbal Díaz Ayala, Ernesto Lecuona es el Pico Turquino de la música cubana. Ernesto Lecuona tenía 65 años cuando abandonó Cuba en el año 1960. Aunque el ser humano suele guardar siempre una última gota de esperanza, pienso que Lecuona supo en el momento de su partida, que el suyo era un adiós definitivo. Lecuona sabía todo lo que implicaba aquella toma de poder. Las palabras que escribió en su testamento, sobre su voluntad final, denotan la ausencia casi total de esperanzas. De Lecuona, Agustín Lara dijo, “Cuba es su música. Cuba es Lecuona”.

El 20 de abril de 1997 salí de Cuba, hacia Lima, Perú. En una de las primeras correspondencias familiares, mi padre me enviaba un CD de Lecuona, “para mi hija, con amor''. Lamento no conservarlo. Desapareció en uno de esos naufragios que tocan vivir. Pero conservo el mensaje, y de consuelo las palabras sabias de mi madre, “la vida es ir dejando”. Si lo sabremos los cubanos. También en Lima, a 3950 kilómetros de Cuba, “descubrí a Celia Cruz”.

Los peruanos la adoraban; la adoraban y la conocían, como no la conocía yo, siendo cubana. Porque después de su salida hacia México en 1960 con la Sonora Matancera, a Celia se le impidió regresar, ni siquiera para enterrar a su madre en 1962. Lo hizo en una sola ocasión, muchos años más tarde, en 1990, invitada por el Congreso de los Estados Unidos, para cantar en la Base Naval de Guantánamo. Allí se le escuchó decir con esa energía única, “ ¡Hay que gozar! ¿Es triste verdad? Pero es lindo estar aquí hoy. ¿El punto más alto dicen? ¡Azúcar!” Y preguntar, “¿Y aquí dónde está Caimanera? Que yo le canto en esa canción que canté ayer. ¡Qué bonito es el Caney, Guantánamo, Caimanera!”.

Uno de los momentos más emotivos de la visita de Celia a la Base Naval de Guantánamo fue inmortalizado por el fotorreportero de El Nuevo Herald Carlos Manuel Guerrero. Debe ser la foto más estremecedora que le hicieron a Celia. Lleva un vestido azul y peluca roja, está agachada. Tiene un vasito plástico blanco en la mano. La estrella solitaria recoge un poco de tierra cubana del otro lado de la cerca. Instante decisivo que el fotógrafo Guerrerito no dejó escapar. “Fue la última oportunidad que tuvo Celia de respirar ese aire y de tocar esa tierra”, con estas palabras lo describió el presentador del noticiero nacional de Telemundo José Díaz-Balart. Trece años después “la guarachera de Cuba” o la “Reina Rumba” -como la bautizara el escritor colombiano Umberto Valverde- llevó ese puñado de tierra en su féretro y a su tumba.


En Lima adoraban a Celia porque se presentó muchas veces, en varios lugares. En julio de 2001, dos años antes de su muerte, estuvo en el Festival de Jazz en Suiza, acompañada por la orquesta del pianista peruano César Correa y el violinista cubano integrante de la Fania All Stars, Alfredo de la Fe. Hasta el día de hoy los peruanos recuerdan orgullosos ese concierto. Además de todas sus presentaciones anteriores en la tierra andina, en aquella ocasión Celia improvisó con los versos de Augusto Polo Campos, “Contigo Perú” con la misma devoción con que los peruanos cantaron y bailaron sus canciones siempre.

Celia estuvo más cerca que nunca, quizás porque empezaba a despedirse de todos los que la habían querido bien. Dos años después, el 16 de julio de 2003, el mundo entero lloraba la pérdida de Celia Cruz, mientras el diario oficial cubano Granma minimizaba la noticia en tres líneas. Lo mismo que hizo el periódico Revolución, cuarenta años atrás, el 30 de noviembre de 1963, cuando murió Ernesto Lecuona.

Casi al año de estar en Lima, en enero de 1998 tuve la oportunidad de regresar a Cuba, justo cuando sucedió la primera visita de un sumo pontífice a la isla en la Historia de la Iglesia Católica. El Papa de origen polaco Juan Pablo II pronunció aquellas palabras que a tantos llenaron de esperanzas: “Que Cuba se abra al mundo con todas sus magníficas posibilidades, y que el mundo se abra a Cuba”. Al final de la misa en la Plaza Cívica de La Habana, los cubanos cantaron “Virgen Mambisa”, el himno a la Virgen de la Caridad del Cobre del cancionero litúrgico cubano. Un lamento afro compuesto en los años 70 por Rogelio Zelada, director del coro de la Iglesia de Cristo Rey en La Habana y por su organista Orlando Rodríguez. El pueblo pedía a la Virgen, “da libertad a tu pueblo, siembra amorosa la unión”. Pero las palabras de Juan Pablo II cayeron en el vacío. Cuba no se abrió al mundo y los cubanos siguieron buscando la única forma posible de hacerlo, el exilio impuesto cuarenta años atrás.

Cuando llegué a Miami en el año 2004 fui consciente de que la gran mayoría de los cubanos que abandonaron la isla durante los primeros años, lo hicieron pensando que sería algo momentáneo, que regresarían en breve para retomar sus vidas, tal como antes. Comprendí el peso de esa realidad al escuchar las historias de familiares paternos, a quienes mi padre pudo volver a abrazar después de más de cuarenta años y a quienes yo ni siquiera conocía. Pero sobre todo porque durante mis últimos días en Miami, tuve en mis manos el mejor testimonio histórico.

Una semana antes de mudarnos a New Jersey, mi hija menor encontró dos maletas pequeñas y antiguas en el basurero del edificio donde vivíamos en Coral Gables. Por varios días no nos atrevimos a abrirlas. Llegué a pensar que podían contener las cenizas de alguien; y de algún modo, las contienen. Cuando las abrí comencé a armar el rompecabezas que encontré. Un rompecabezas puede ser un juego, un problema o un acertijo de difícil solución. Un rompecabezas puede ser también un arma, compuesta de dos bolas de hierro sujetas a los extremos de un mango corto y flexible. Este fueron dos maletas; un arma, pero un “lucero del ocaso”.

Las dos maletas habían pertenecido a la familia cubana Vianello Alacán. Adriana de la Caridad Alacán fue esposa de Luis Vianello, y madre de tres hijos, uno de ellos Raúl Vianello Alacán. Raúl Vianello nació en 1927, fue el esposo de Vilma Palma y padre de tres hijos. Fue piloto aviador naval y jefe de Operaciones del Escuadrón B-26. Murió el 7 de abril de 1961 en uno de los tres aviones derribados durante la invasión a Bahía de Cochinos.

Las maletas contienen correspondencia familiar, fotos de Raúl Vianello, cartas de condolencia por su muerte, un telegrama, periódicos con noticias de Cuba, tarjetas de presentación, sobres de primeros sueldos ganados en el exilio, lista de primeros envíos a Cuba, un pañuelo bordado en punto de cruz con restos de maquillaje y una novena a la Virgen de Fátima por la Libertad de Cuba, entre otras memorias. En cada carta y con esa caligrafía elegante de la época, se pueden leer una y otra vez las ansias con que todos esperaban un retorno inmediato a la Patria, a ese suelo que era motivo de orgullo.

A raíz de mi trabajo como reportera para el periódico Sun Sentinel de Florida, supe también de la presencia en Miami de importantes músicos cubanos, como Israel López “Cachao” y Generoso Jiménez. Sus carreras musicales y vidas personales son otros testimonios, que una vez puestos todos juntos, permiten seguir construyendo un pedazo de la Historia de Cuba, de estos 63 años de fugas y exilios.

Israel López "Cachao"


Solamente de las conversaciones con Generoso Jiménez, Bebo Valdés, Israel López “Cachao” y Cándido Camero sería demasiado extenso enumerar ahora la lista de músicos cubanos importantes con los que ellos trabajaron. Durante los años cincuenta, la mayoría de estos músicos ya salían a trabajar o vivían en otros países. Después de 1959, muchos de ellos no regresaron y murieron lejos de Cuba, otros salieron en años posteriores. Con los nacidos en la década del cincuenta y sesenta, la lista de los que abandonaron el país se extiende aún más. Y de otros talentos que también Cuba perdió entre los músicos nacidos a partir de los años 70, resultaría más fácil mencionar a aquellos que todavía están en la isla, porque la gran mayoría ha emigrado.

Una de las preguntas recurrentes en estas conversaciones ha sido siempre sobre el regreso o la posibilidad del regreso a Cuba. He escuchado repuestas tan emotivas como la de Bebo Valdés, “No sería nada bueno para mí: lo primero que haría sería ir a visitar a mamá y papá en sus tumbas, y llorar mucho”. La de Cachao, “Regresaría a tocar y a ayudar si hay que hacerlo. Con mucho gusto, pero no creo que por ahora se pueda hacer”.

La de Cándido Camero, “Yo digo que un cubano puede estar fuera de Cuba, pero Cuba no puede estar fuera de un cubano”. La de Paquito D’Rivera, “Supongo que echarme a llorar entre las ruinas físicas y psicológicas que ha causado el socialismo”.

La de Felipe Martínez “Pipo”, “Ir a la casa donde nací, todavía ahí viven mis primos, a quienes no conozco. Ver el patio de mi casa, ir a la esquina, al parque, al potrero donde jugábamos pelota”. La de Iván Acosta, “Ya se cumplieron sesenta años desde que escapé de la tiranía castrista. Y créeme, no ha pasado un solo día sin pensar en lo que podría haber sido nuestro país. Todavía tengo esperanzas, no las pierdo. Tarde o temprano lo malo se acabará”.

La de Alfredo Triff, “Regresé en 2013. Un viaje en busca del joven que dejé atrás. Caminé desenfrenadamente la ciudad. Descubrí la esquina de San Ignacio y Obrapía, donde mis padres se encontraron por primera vez. La Habana sigue siendo bella, pero está muy maltratada”.

La de Luis Cruz Azaceta, “Para mí sería fantástico a mi edad. Poder caminar por el barrio mío, por la cuadra. Me imagino que todo ha cambiado totalmente, son sesenta y dos años que llevo ya en el exilio. Sería grandioso poder regresar, aunque no viva allá; pero por lo menos pisar la tierra cubana y besarla, porque yo me siento muy cubano”. La de Boris Larramendi, “Cuba sigue doliendo. Mientras esté aquello, no sé si regresaré”. Y la de Omar Sosa, “La verdad te tengo que confesar que con todos los problemas que hay allí, despertarse por la mañana y ver el malecón, ver ese mar, es fuerza”.

Estas respuestas me han permitido acercarme un poco a lo que la escritora y entrevistadora ucraniana Svetlana Alexievich define como “lo inmutable del ser humano, la vibración de la eternidad”. Los músicos cubanos que han partido de este mundo lejos de Cuba como Generoso Jiménez, Bebo Valdés, Israel López “Cachao” y Cándido Camero son eternos, “nunca podrán morir, porque sus corazones no los tenían aquí”. Luis Aguilé, el argentino amigo, lo proclamó al mundo, cincuenta y cinco años atrás, cuando se fue de Cuba.

Hoy, con mi entrada a la Academia de la Historia de Cuba en el Exilio, elevo la Plegaria de Ernesto Lecuona a la Virgen de la Caridad del Cobre, para que a Cuba “el sol de sus hijos, pronto la calma le haga alcanzar'', “para que en Cuba reine gozosa la paz”.

Ingeborg Portales

Union City, NJ Marzo de 2022

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