Tuesday, December 17, 2024

Cartas a Lydia Cabrera: descarga gratis


Por Felipe Lázaro

Con sumo gusto presentamos la edición digital gratuita del libro Cartas a Lydia Cabrera (Betania, 2024) de Gastón Baquero, con prólogo de Ernesto Hernández Busto y datos bio bibliográficos de Gastón Baquero y Lydia Cabrera, de Felipe Lázaro y Mariela A. Gutiérrez, respectivamente.

Como señala Hernández Busto en las palabras iniciales, "los criterios de esta edición son bastante austeros: conseguir datos básicos sobre los manuscritos originales de las cartas, conservadas entre los Lydia Cabrera Papers de la Cuban Heritage Collection en la biblioteca de la Universidad de Miami; detallar, al menos de manera aproximada, la fecha de cada misiva (cuando no aparecía) a partir de otras pistas, y unas mínimas notas al pie, mayormente sobre los libros citados. A pesar de que Baquero tenía una endiablada caligrafía, de la cual él mismo se burlaba, hemos conseguido transcribir todas sus cartas, salvo alguna que otra palabra indescifrable, señalada con un signo de interrogación entre corchetes. Entre corchetes, también, los nombres completos de algunas personas citadas. Usamos las cursivas para títulos y frases en otros idiomas y mantuvimos los subrayados del original. Además, se han subsanado erratas obvias y unificado la ortografía. Es esta la correspondencia de un hombre de avanzada edad, así que hay pequeñas pifias de redacción, anécdotas y chistes que se repiten. Pero en cada una de estas 23 cartas sobresale el talento y el chispeante humor de uno de nuestros más lúcidos intelectuales".

Estas cartas de Gastón Baquero a Lydia Cabrera representan un aporte más que se suma a la extensa obra baqueriana, donde queda patente la gran amistad y el mutuo respeto intelectual que estos dos escritores cubanos se profesaban.

Ambos protagonizaron un destierro temprano (Gastón en el 59 y Lydia en 1960) formando parte del primer exilio histórico, compartiendo más de tres décadas como desterrados y, finalmente, falleciendo lejos del país amado.

La obra y trayectoria literaria de estas importantes voces ha transcendido en el tiempo y se han convertido en dos figuras consagradas de la cultura cubana que no solo representan a la Cuba republicana, sino a la patria plural que se vislumbra en el horizonte.

Rescatar estas cartas, y ponerlas a disposición de los lectores, es un homenaje a estos dos símbolos de la cubanidad con la única intención de dejar testimonio de su presencia en las Letras cubanas.

*  *  *

La versión digital (PDF) de este libro se puede leer y descargar gratuitamente  pinchando aquí.

Ernesto Hernández Busto (La Habana, 1968) es un escritor y traductor cubano, residente en Barcelona. Su último libro publicado es Mito y revuelta (Turner, 2022).


Cartas a Lydia Cabrera de Gastón Baquero
Prólogo y selección de las cartas de Ernesto Hernández Busto.
Datos bio bibliográficos de Gastón Baquero y Lydia Cabrera de Felipe Lázaro y Mariela A. Gutiérrez, respectivamente.
2024, 88 pp. Colección PALABRA VIVA.
ISBN: 978-84-8017-471-8.
Edición digital gratuita.

Saturday, December 14, 2024

Las purgas en el totalitarismo castrista


Por Pedro Corzo

Se comenta, con insistencia, que el régimen que encabeza en Cuba, al menos en el papel, el inepto Miguel Diaz Canel, está inmerso en una limpieza de funcionarios que no ofrecen garantías de continuidad al totalitarismo. Los defenestrados son muchos, y según parece indicar, la lista crecerá.
Periódicamente los regímenes de fuerza recurren a la separación de sus oficiales, no porque cometan algún crimen, todos son delincuentes, sino porque han dejado de contar con la confianza del jerarca supremo, el aval más importante para integrar esos gobiernos.
En Cuba las primeras purgas se produjeron en los remanentes del proceso insurreccional. En julio de 1959, Fidel Castro propino un golpe de estado al presidente nominal Manuel Urrutia Lleo, luego, la destitución y encarcelamiento del comandante Huber Matos y sus hombres, seguido por la limpieza de personalidades no tan notables, hasta el proceso de la micro fracción.
Meses después que Fidel Castro declarara, 1961, que la revolución era comunista, lo había negado enfáticamente Cuba, norimeros años de la victoria insurreccional, se produjo la primera gran purga en el marco de las Organizaciones Revolucionarias Integradas, ORI, 1962, con la destitución de Aníbal Escalante, dirigente del Partido Socialista Popular, situación que se repitió en 1966-68, como escribiera mi admirado colega y amigo Luis Cino, en la acción judicial más grande contra los comunistas en la historia de Cuba, no ocurrida bajo los mandatos de Gerardo Machado o Fulgencio Batista, sino bajo la autoridad omnímoda de Fidel Castro.
La Micro fracción fue muy útil al máximo líder porque envió al Kremlin un rotundo mensaje de quien era el amo del juego. Moscú, rompió con sus súbditos históricos del Partido Socialista Popular y se alió a un advenedizo que le garantizaba una nueva y más efectiva servidumbre.
Lo de la Micro fracción fue un gran escándalo en el que Raúl Castro sirvió de acusador principal. Los indiciados, más de una treintena, fueron condenados a diferentes penas de cárcel, entre ellos, un hombre que tomo conciencia, como pocos, del daño que el nuevo régimen causaría a los cubanos, Ricardo Bofill Pages, quien años más tarde y en prisión, sembraría las bases para promover novedosas formas de lucha contra el totalitarismo.
Las constantes pugnas dentro del castrismo, genuinas peleas de lobos condujeron a la destitución en 1968 de Ramiro Valdés, el otrora todopoderoso y sanguinario ministro del Interior. Según informaciones de la época, por rivalidad con Raúl, el hermano del faraón, no obstante, “Ramirito” es insustituible en su rol de verdugo, razón por la cual nunca ha dejado de estar en la primera fila del poder.
Es apropiado reconocer que la purga más sangrienta del castrismo, sin alusión a las numerosas e inexplicables muertes de generales y doctores ocurridas en los últimos años, fue la ocurrida en 1989 en la que resultaron condenados a muerte y fusilados, el general Arnaldo Ochoa, y tres altos oficiales de los cuerpos armados, Antonio de la Guardia, Jorge Martínez y Amado Padrón Trujillo, además de la sentencia a prisión a otros implicados en el proceso.
Una secuela conocida de este proceso fue la muerte de Jose Abrahantes, un gran sicario del castrismo que cumplía 20 años de cárcel. Según denuncias al antiguo funcionario le indujeron un infarto.
Las purgas políticas están estrechamente relacionadas con la inseguridad que sufra la cúpula de gobierno y son tan sangrientas como el miedo que la embargue, por eso el inepto Miguel Diaz Canel, en los últimos meses, ha defenestrado a varios sujetos importantes del gobierno y del partido.
Una figura clave del régimen fue el exministro de Economía y Planificación, Alejandro Gil, destituido en febrero y acusado posteriormente de corrupción, sin embargo, la destitución más importante jerárquicamente, ha sido la del vice primer ministro Jose Luis Perdomo Di-Lella, un hombre joven, con vasta experiencia gubernamental, que se consideraba un potencial candidato del domo castrista para ser presidente en el 2028, si es que el régimen sobrevive hasta esa fecha, porque el corcho sobre el que se ha sostenido todos estos años, también parece que está haciendo aguas.

Wednesday, December 11, 2024

Un cubano en la OEA (XIV)

 

Trinidad y Tobago/Venezuela

 

La Asamblea General se reunió en Washington en noviembre de 1989, en aquel entonces el mes designado para su período ordinario de sesiones. Entre los Cancilleres participó el de Trinidad y Tobago, Sahadeo Basdeo, quien tuvo la amabilidad de recordarme privadamente nuestro trabajo en Panamá. A propósito de ello me dijo que le pediría al Secretario General mi colaboración en el examen de un incidente surgido entre su gobierno y el de Venezuela al ser interceptada una embarcación pesquera trinitaria en aguas venezolanas.



Basdeo habló con Baena en un receso de la Asamblea. Por su parte, el Secretario General consultó al viceministro de Relaciones Exteriores de Venezuela, Adolfo Taylhardat, sobre la designación de un grupo de expertos de la OEA para asistir en la investigación del incidente del 6 de octubre anterior. Logrado el acuerdo de las partes, Baena designó a Hugo Caminos, Subsecretario de Asuntos Jurídicos, y a mí para integrar el grupo. En nuestra primera conversación propuse a Caminos invitar a un experto forense en balística, y sugerí pedir la colaboración de la Real Policía Montada de Canadá para su selección dado el prestigio de ese cuerpo armado. Así se hizo, y el 11 de diciembre llegamos a Puerto España Caminos y yo con Robin Y. Thériault para comenzar nuestro trabajo.

El lector empático de nuestras máximas aspiraciones comprenderá cuánto se añora la toga, una vez lucida por vez primera. Asumí el interrogatorio de los testigos y actores del encuentro entre el barco pesquero Captain Fernando y el patrullero de la Guardia Nacional, primero en Puerto España y después en Caracas, adonde llegamos tres días después. Los disparos de advertencia del patrullero habían causado la muerte del pescador trinitario al mando de la embarcación, y este hecho lamentable debía ser investigado a fondo.

Nuestras diligencias en Trinidad y Tobago incluyeron un sobrevuelo de la zona del incidente, la inspección del pesquero y varias entrevistas con expertos en materia forense y balística. Luego, en Caracas, tuvimos plena colaboración de la Guardia Nacional, con un oficial de alto rango presenciando nuestro interrogatorio de sus subalternos, los tripulantes de la lancha patrullera. Las preguntas las hacía yo en español, naturalmente, y de inmediato traducía las respuestas al inglés para beneficio de nuestro experto canadiense.

Al terminar nuestras averiguaciones fuimos invitados a visitar al Presidente Carlos Andrés Pérez en el Palacio de Miraflores, a quien presentamos verbalmente el resultado de nuestras investigaciones. Nuestra conclusión fue que la Guardia Nacional había actuado imprudentemente y con violencia excesiva al disparar una ráfaga sobre el pesquero trinitario.

Cuando entregamos nuestro informe escrito al Secretario General, el 22 de diciembre, Baena lo trasmitió de inmediato al Primer Ministro de Trinidad y Tobago y al Presidente de Venezuela. Poco después, los dos mandatarios hicieron declaraciones públicas expresando su complacencia por el trabajo de la OEA y anunciando que con base en nuestras recomendaciones habían acordado medidas para evitar la repetición de incidentes de este tipo, así como una indemnización por Venezuela a los familiares de la víctima del incidente.

Un alto en el camino

 

El año 1990 comenzó con una sorpresa para mí. Hugo De Zela, jefe de gabinete de Baena, me llamó por teléfono y sin rodeos me dijo que el Secretario General había decidido nombrarme director del Departamento de Recursos Humanos. Como hemos visto, días antes había terminado con éxito la misión que junto con Hugo Caminos habíamos cumplido en Trinidad y Tobago y Venezuela. El nombramiento anunciado me extrañó. Le contesté al jefe de gabinete que hablaría directamente con el Secretario General al respecto.

Baena me recibió sin demora. Le dije que desempeñaría las nuevas funciones si él me ordenaba que lo hiciera. Muy gentilmente me contestó que no me daría esa orden pero me agradecería asumir el cargo para dar la oportunidad a su titular, un destacado educador brasileño, de pasar a la dirección del Departamento de Asuntos Educativos, recientemente vacante. Acepté de inmediato, desde luego. Quedamos en dos cosas: los asuntos de importancia los trataría directamente con el Secretario General, y mi nuevo destino sería de corta duración.

Lo primero me brindó la oportunidad de despachar con el Secretario General los nombramientos, ascensos y contrataciones del personal sin pasar por el conducto reglamentario del Subsecretario de Administración, mi supervisor inmediato. En cuanto a lo segundo, en otra de las vueltas que da la vida mi relación de trabajo con el embajador Christopher Thomas, forjada en Panamá, determinó mi regreso al entorno del Consejo Permanente.

En julio de 1990 Thomas fue electo Secretario General Adjunto. A la sazón representaba a su país en las Naciones Unidas, y comenzó a venir a Washington desde Nueva York para familiarizarse con sus nuevas funciones antes de asumirlas. En esta tarea buscó mi colaboración, por lo que solíamos reunirnos para analizar temas de fondo, como también el personal con el cual trabajaría.

En una de las primeras reuniones Chris me invitó a ser su asesor principal. Al aceptar con el mayor gusto le propuse crear un nuevo cargo, el de jefe de gabinete del Secretario General Adjunto.  El flamante segundo de a bordo en el escalafón de la OEA acogió la idea de inmediato. A renglón seguido acordamos que en lugar de nombrar un director de la oficina encargada de los servicios a los cuerpos políticos – el cargo desempeñado por mí durante siete años – esas funciones las asumiría yo junto con las que tuviera a bien asignarme como jefe de gabinete.

Este esquema sin precedentes representó un evidente ahorro en la planta de personal del sector. Dos por uno, como quien dice. En lo personal, evitó roces innecesarios como los que se dieron bajo McComie entre el asesor principal del Secretario General Adjunto en aquella época y quien suscribe, causados por haber desempeñado yo una responsabilidad mayor y haber tenido en la práctica mucho más poder que aquel funcionario que gozaba de la absoluta confianza de su jefe.

El regreso tan grato a mis quehaceres de varios años, marcado por la relación muy cordial  y de mutua confianza que mantuve con Chris Thomas, llegó a su fin cuando una nueva crisis me llevó de nuevo a trabajar directamente con el Secretario General Baena Soares.

Haití

 

Casi dos años habían transcurrido desde la misión que puso fin al conflicto entre Trinidad y Tobago y Venezuela cuando la OEA debió enfrentar un desafío mucho más grave. El 30 de septiembre de 1991 un golpe militar en Haití depuso al Presidente Jean Bertrand Aristide, elegido por amplia mayoría a comienzos de año. El Secretario General informó de inmediato al Consejo Permanente y solicitó una reunión ad hoc de ministros de Relaciones Exteriores al amparo de la Resolución 1080, un nuevo mecanismo para la defensa de la democracia establecido en junio por la Asamblea General reunida en Santiago de Chile.

Jean Bertrand Aristide

La Reunión Ad Hoc de Ministros de Relaciones Exteriores sobre Haití tuvo lugar en el Salón de las Américas y pasó a la historia como la primera en que un presidente depuesto horas antes comparecía ante los Cancilleres de la OEA. El Presidente Carlos Andrés Pérez había rescatado a Aristide en la madrugada del 1 de octubre enviando a Puerto Príncipe un avión militar que lo llevó a Caracas. Allí lo llamó Baena y lo invitó a la reunión en Washington.

Tras un dramático recuento del golpe de estado, Aristide solicitó la presencia en su país, cuanto antes, de una delegación de la OEA para demostrar a los golpistas el rechazo de la comunidad internacional. Esa madrugada la reunión ad hoc autorizó al Secretario General, por unanimidad, a trasladarse urgentemente a Haití “en unión de un grupo de Ministros de Relaciones Exteriores de Estados Miembros”. Seis Cancilleres, los de Argentina, Bolivia, Canadá, Costa Rica, Trinidad y Tobago, y Venezuela, junto con el subsecretario para Asuntos Interamericanos de los Estados Unidos y el ministro de Estado en la cancillería de Jamaica, acompañaron a Baena en el primer viaje a Haití.

Baena me invitó a formar parte de un reducido grupo de asesores junto con su jefe de gabinete, Hugo De Zela, y todos salimos de la base aérea Andrews en un avión facilitado por la ministra de Relaciones Exteriores de Canadá, Barbara McDougall, única mujer en el grupo, sin cuya colaboración hubiese sido imposible viajar debido a la suspensión de todos los vuelos comerciales a Haití.

El 4 de octubre, o sea el cuarto día después del golpe de estado, estábamos ya en Puerto Príncipe, donde sin salir del aeropuerto por motivos de seguridad nos reunimos con los autores del derrocamiento de Aristide. El Canciller Iturralde, de Bolivia, a quien sus colegas habían elegido para presidir la reunión ad hoc, le leyó la cartilla a Cédras (como decimos en mi tierra). Lo hizo literalmente, dando lectura a la resolución adoptada con el voto unánime de todos los Cancilleres de los Estados Miembros de la OEA. Habló en español con interpretación simultánea al francés por intérpretes de la Secretaría General.

Una vez más recomiendo al lector interesado consultar el libro de Baena Soares, del cual cito el párrafo que resume el planteamiento hecho a Cédras, cara a cara:

 

La Misión recalcó que las elecciones que llevaron al poder al Presidente Aristide habían sido observadas por la OEA, como también por las Naciones Unidas, y que su legitimidad no admitía dudas. Indicó con absoluta claridad el alcance de nuestro mandato, cuya finalidad fundamental era la restitución del Presidente Aristide en el cargo para el cual lo habían elegido sus compatriotas.

 

A diferencia de Noriega, quien nos había recibido en el Fuerte Amador con una mirada penetrante a cada uno y una expresión inescrutable en el rostro, este general no miraba de frente y mostraba preocupación, sentado solo frente a los Cancilleres, como si estuviera en el banquillo de los acusados. Baena describe la escena en su libro:

 

Cédras mantuvo la mirada baja y su rostro mostraba honda preocupación. Me llamó la atención que no nos miraba de frente. Sus acompañantes escuchaban, inmóviles y atentos. Poco a poco, uno primero, luego otros dos, se sentaron junto a su jefe. Los de rango indeterminado permanecieron en segunda fila. Parecían estar allí para vigilar lo que hacían sus jefes.

 

Nos resultó indescifrable la pasividad de la cabeza visible del golpe militar, como también su respuesta, limitada a unas palabras dichas en voz baja con imprecisas alusiones a supuestas violaciones de los derechos humanos por parte de Aristide. Terminada la extraña entrevista, la Misión se reunió, siempre en el aeropuerto, con personalidades de la vida política, económica y social. Al final de la tarde volamos a Kingston para pernoctar, y el sábado regresamos a Puerto Príncipe para continuar las conversaciones con las personalidades mencionadas, lo que permitió comprobar la profunda polarización de la sociedad haitiana. Tras las dos visitas la Misión regresó a Washington antes del anochecer puesto que los pilotos canadienses no tenían confianza en el sistema de iluminación del aeropuerto en la capital de Haití.

Raoul Cédras

No había tiempo que perder, así que el Secretario General decidió visitar a Aristide el domingo para dar cuenta de las primeras actuaciones solicitadas por el presidente depuesto y aprobadas por los Cancilleres. A fin de mantener máxima discreción sobre la reunión, Baena me pidió llevarlo en mi automóvil al apartamento donde Aristide residía temporalmente, en el elegante sector de Georgetown, en la capital de EE.UU.

 Así lo hice, actuando de chofer más bien que de asesor puesto que permanecí en el vestíbulo del edificio mientras se celebraba el encuentro entre ellos dos, sin testigo alguno. En honor a la confianza del Embajador Baena Soares es sólo ahora, a tres décadas de distancia, que menciono la entrevista en aquel domingo de octubre.

Tras una tercera visita a Puerto Príncipe, interrumpida por el ingreso violento en el aeropuerto de un grupo de policías fuertemente armados mientras la Misión se reunía con Cédras, la reunión de Baena con Aristide dio sus primeros frutos. El presidente depuesto envió una carta al Secretario General en la cual, conforme a lo conversado, solicitaba que la OEA organizara y despachara cuanto antes una misión civil que apoyara en Haití el retorno a la democracia constitucional. En su sesión del 8 de octubre la Reunión ad hoc aprobó la solicitud de Aristide, autorizando al Secretario General para organizar y financiar lo que se llamó la OEA-DEMOC.

En Síntesis de una gestión se relatan las intensas actividades de este nuevo mecanismo para el fortalecimiento de la democracia durante los meses finales de 1991, y a lo largo de 1992 y 1993. Cuando se publicó el libro en mayo de 1994 la crisis en Haití no se había resuelto. En fin de cuentas, la amenaza de intervención militar por los Estados Unidos provocó la renuncia de Cédras, sin que el aspirante a dictador llegara a sufrir la dura suerte del general panameño, encarcelado inicialmente por treinta años en este país, luego por unos más en Francia, a los que se agregaron los necesarios para morir en una prisión panameña.

Cierro el capítulo de Haití con una nota leve en el relato de la tragedia del noble y sufrido pueblo del país vecino al mío. En julio de 1992 Baena Soares designó a Irene Cámara, subjefe de Gabinete, junto con Hugo Caminos, subsecretario de Asuntos Jurídicos y conmigo para explorar la posibilidad de una visita al país por una misión de alto nivel.

A tal efecto los tres viajamos a Haití y nos reunimos con Cédras y varios oficiales suyos. A diferencia de ocasiones anteriores, Cédras se veía tranquilo, con rostro atento y un tanto amable. No así sus acompañantes, de expresión siniestra todos ellos. Para demostrar que sabía quiénes éramos, Cédras me preguntó de entrada si deseaba hablar en español, a lo que Irene contestó rápidamente que yo entendía bien el francés, exagerando gentilmente. 

Al presentar Irene la sugerencia de la misión de alto nivel, Cédras afirmó que sería bien recibida y contaría con todas las facilidades para su gestión. Este era nuestro objetivo central. El éxito de nuestra misión se debió a la habilidad de Irene Cámara y Hugo Caminos, ambos diplomáticos con experiencia en el servicio exterior de Brasil y Argentina, respectivamente. Las Grandes Ligas de la diplomacia latinoamericana en aquellas fechas, digo yo, recordando especialmente a los embajadores Darío Castro Alves y Raúl Quijano.

Antes de cerrar la reunión, uno de los siniestros oficiales de Cédras, aparentando interés, preguntó por Augusto Ramírez Ocampo, el negociador designado por Baena al establecer la misión especial OEA-DEMOC. Irene contestó que el distinguido diplomático se recuperaba de un problema de salud. Ante la respuesta, dos o tres de aquellos militares truculentos intercambiaron miradas cómplices. Posiblemente se debería a nuestra imaginación, pero nuestra impresión fue que, al menos en la opinión de nuestros interlocutores, el quebranto de salud sufrido por Ramírez Ocampo se debió a las artes del vudú, y no a la intensa actividad que le cupo desarrollar, desembocando en un infarto cardíaco.

NOTICIAS DE NUESTROS MIEMBROS

 


El Dr. Eduardo Lolo fue galardonado el pasado domingo 8 de diciembre con el Premio Educador del Año 2024 otorgado por la Asociación Nacional de Educadores Cubanoamericanos, más conocida como NACAE por sus siglas en inglés. Según reza en la placa que recibiera el homenajeado, el galardón se le otorgaba “en reconocimiento de su larga y fructífera trayectoria como educador, historiador, lingüista y autor.”

El acto de entrega del premio tuvo lugar durante el Almuerzo de Gala que todos los años celebra dicha organización en el Big Five Club de la ciudad de Miami. Participaron numerosos miembros de la organización anfitriona y de otras instituciones del Exilio, así como familiares y amigos del colega premiado.

Esta nota está encabezada con una imagen de nuestro presidente-fundador con el galardón recién recibido rodeado de algunos de los integrantes de la Junta Directiva de la NACAE (Foto de Wenceslao Cruz).

¡Enhorabuena!

 

Monday, December 9, 2024

2º edición de la antología POESÍA CUBANA: LA ISLA ENTERA de Felipe Lázaro y Bladimir Zamora

Al cumplirse casi los 30 años de la primera edición de la antología Poesía cubana: La Isla Entera (Betania, 1995; 402 pp.) la editorial Betania ha publicado una 2ª edición conmemorativa con un prólogo del poeta cubano León De La Hoz donde analiza el contexto político-cultural de finales de los años 90 en Cuba.

Desde la primera edición (1994), los poetas seleccionados (residentes dentro y fuera de Cuba) son: Miguel Barnet, José Mario, José Kozer, Isel Rivero, Pío E. Serrano, Rafael Catalá, Belkis Cuza-Malé, Guillermo Rodríguez Rivera, Reinaldo García Ramos, Nancy Morejón, Magali Alabau, Lina de Feria, Julio E. Miranda, Delfín Prats, Raúl Rivero, Lilliam Moro, Maya Islas, Felipe Lázaro, Luis Lorente, Gustavo Pérez Firmat, Rolando Estévez Jordán, Alina Galliano, Lourdes Gil, David Lago González, Rafael Bordao, Orlando González Esteva, Mercedes Limón, Reina María Rodríguez, René Vázquez Díaz, Bladimir Zamora, Jesús J. Barquet, Carlota Caulfield, Iraida Iturralde, Elías Miguel Muñoz, Víctor Rodríguez Núñez, Roberto Valero, Daína Chaviano, Ángel Escobar, León De La Hoz, Ramón Fernández Larrea, Alberto Lauro, Teresa Melo, Sigfredo Ariel, Reinaldo García Blanco, Emilio García Montiel, Arístides Vega Chapú, Sonia Díaz Corrales, Omar Pérez López, Antonio José Ponte, Nelson Simón González, Laura Ruiz Montes, Damaris Calderón Pérez, Camilo Venegas Yero y Norge Espinosa Mendoza.

El libro puede descargarse como PDF aquí. O bien puede adquirirse en Amazon.

Friday, December 6, 2024

Un cubano en la OEA XIII



Por Guillermo A. Belt

La cumbre presidencial en Costa Rica

En 1989, cuando participamos en la Misión de la Reunión de Consulta de Ministros de Relaciones Exteriores sobre Panamá, había entre mi jefe y yo una relación de confianza forjada en varias ocasiones anteriores, especialmente durante la misión a Costa Rica en 1985. En uno de nuestros viajes a la capital panameña recibí una demostración más de esa confianza a raíz de una inesperada llamada telefónica.

Unos minutos antes de iniciar las negociaciones diarias con los representantes de los tres sectores nacionales – el Diálogo Tripartito – Baena me llamó por teléfono a mi habitación. Comenzó diciéndome “No vas a creer lo que te voy a contar.” Le contesté que iba de inmediato a su habitación del hotel donde nos alojábamos. Entonces me dijo que el Presidente de Costa Rica, Oscar Arias lo había llamado por teléfono pidiéndole que lo fuera a ver en San José ese mismo día para tratar un asunto urgente.

Baena había ordenado su pasaje aéreo de ida y vuelta. Me dijo que suponía que Arias, quien dos años antes había recibido el Premio Nobel de la Paz por su propuesta de pacificación de Centroamérica, tendría alguna sugerencia sobre la solución de la crisis panameña y querría comunicársela en persona. Me encargó excusar su ausencia a los tres cancilleres pero sin revelar la causa. Así lo hice, valiéndome de una fórmula diplomática de las que no dan lugar a pedir detalles ni aclaraciones porque hacerlo sería una descortesía.

De regreso en Panamá al final del día, Baena me llamó para conversar privadamente. Arias le había dicho que estaba organizando una cumbre de presidentes y jefes de gobierno de los países miembros de la OEA, a celebrarse en San José para celebrar el centenario de la democracia costarricense. El Presidente de Costa Rica le solicitaba al Secretario General designar a un experto en reuniones de esta naturaleza para asesorar a sus funcionarios de protocolo, teniendo en cuenta que la OEA había organizado con éxito la Reunión de Presidentes y Jefes de Gobierno de las Américas en Punta del Este en 1967.

Para eso me había pedido Arias que viajara a San José, dijo Baena sin ocultar su sorpresa. Seguidamente me informó que le había dado mi nombre, puesto que yo había dirigido el protocolo para recibir a los presidentes en el aeropuerto en Montevideo, primero, y luego en la sede de la reunión en el Hotel San Rafael del balneario uruguayo. El Presidente de Costa Rica le había agradecido por su pronta respuesta.

En consecuencia, a fines de octubre llegué a San José donde me recibió amablemente el embajador a cargo del protocolo de la cumbre. Se trataba de un diplomático a quien había conocido en Washington y que gozaba de la confianza del Presidente Arias. Siento mucho no recordar su nombre, aunque sí su cara y su gentileza. Juntos revisamos los arreglos hechos por él con gran eficiencia y elegancia. En realidad me quedó muy poco por recomendarle.

Todo, pues, iba viento en popa con miras a las ceremonias fijadas para el 27 y 28 de octubre de 1989. Lo imprevisible, como también lo insuficientemente previsto es la amenaza que se cierne sobre los planes de protocolo. Así me lo explicó alguna vez un profesional del protocolo de Itamaraty, uno de los mejores del mundo (aunque varios diplomáticos brasileños me tildan de excesivamente optimista en este juicio.) En la cumbre de Oscar Arias lo imprevisto fue el servicio secreto de los Estados Unidos.

Arias, Ménem y Bush

El Presidente George Bush (padre) había aceptado la invitación, como lo habían hecho Brian Mulroney, de Canadá, el argentino Carlos Menem, Virgilio Barco, de Colombia, Rodrigo Borja, de Ecuador, el presidente uruguayo Julio María Sanguinetti y el Primer Ministro de Belice, George Price, entre otros muchos. Lo insuficientemente previsto fue la reacción de los agentes del servicio secreto que llegaron a San José días antes del inicio de la reunión, como es su costumbre, para enterarse de los pormenores y revisar cuidadosamente los lugares en que se encontraría el presidente estadounidense durante su estadía en el país.

Una de las ceremonias sería la inauguración de la Plaza de la Democracia. Los presidentes se presentarían ante la multitud desde un balcón abierto sobre la plaza. Me tocó mostrar el balcón a los agentes de la avanzada mientras el embajador a cargo del protocolo cumplía otras funciones. La reacción del agente principal fue inmediata. Su presidente no podría salir al balcón porque el riesgo de un disparo desde uno de los edificios en torno a la plaza era muy grande. Le dije que tendría que tratar este asunto directamente con las autoridades nacionales, sin perjuicio del adelanto que yo les haría al respecto.

En las conversaciones sobre esta complicación el embajador costarricense enfatizó la importancia que el Presidente Arias daba a la ceremonia en el balcón, donde él se dirigiría a su pueblo y esperaba que varios colegas suyos dijeran unas palabras. El asunto tenía serias connotaciones diplomáticas y políticas y se acordó que habría que encontrar una solución para que el presidente de los Estados Unidos participara en la inauguración de la plaza.

Así fue. El gobierno de los EE.UU. transportó en un avión militar de carga un vidrio antibalas y lo hizo colocar en el balcón sobre la Plaza de la Democracia. El vidrio dejaba un espacio de un par de metros a cada lado, sin llegar completamente a los extremos del balcón. El día de la ceremonia los presidentes se acomodaron lo mejor que pudieron en el balcón. Arias pronunció un buen discurso, como era de esperar, y al final de sus palabras salió de detrás del vidrio y saludó al pueblo, que lo aplaudió delirantemente.

El diario La Nación, de Costa Rica, en un amplio reportaje ilustrado con varias fotografías, muestra una del Presidente Bush saludando con la mano en alto. El pie de foto dice:


“En dos ocasiones, el presidente Bush dejó la protección del vidrio antibalas; su gesto causó algarabía entre el público y congoja entre su nutrido cuerpo de seguridad. Aparecen Arias, Sanguinetti y Menem.”

Yo estaba en primera fila detrás de los mandatarios, junto a un agente del servicio secreto, que ante el gesto de Bush dijo en voz baja pero con sentido énfasis: Son of a bitch! Se olvidó de agregar, Don’t quote me.
             

Thursday, December 5, 2024

Nota de prensa: presentación del profesor Jesús Jambrina

 


La Academia de la Historia de Cuba en el Exilio tiene el honor de presentar al conocido escritor Jesús Jambrina, PhD, profesor asociado de español en el departamento de idiomas, ética, cultura y sociedad, y coordinador de estudios latinoamericanos y latinos de la Universidad de Viterbo en La Crosse, Wisconsin.

El Dr. Jambrina ha publicado varios artículos y dos libros sobre el poeta Virgilio Piñera, así como perspicaces ensayos de literatura, arte y cine latinoamericano y caribeño. En la actualidad, el investigador y crítico estudia la historia y la cultura de los judíos sefardíes en la península ibérica durante la edad media, específicamente en la ciudad de Zamora, España, donde, desde el 2013, organiza una conferencia anual sobre este tema. Más recientemente, ha escrito sobre la presencia judía en Cuba entre 1492 y 1902, una mirada distinta sobre esa época en la isla.


En 2014, el profesor Jambrina recibió la Medalla de las cuatro sinagogas sefardíes del barrio antiguo de Jerusalén, que otorga el consejo sefardí de esa ciudad, y en el 2015 el Premio Alec Chui de investigación en la Universidad de Viterbo por su estímulo e inspiración a los estudiantes para que investiguen en sus respectivas disciplinas.


El Dr. Jambrina disertará sobre el tema general de “Los judíos en Cuba” en el Musto Arts Center, situado en el número 420, 15th St., Union City, New Jersey 07087, el sábado 14 de diciembre a las 10.00 am.


Su reciente obra, Los judíos en Cuba 1492 – 1902, se puede adquirir en Amazon.com, impreso o digital.

Para cualquier información, llame al (973) 864 – 0336.


 

 

Wednesday, December 4, 2024

El bodeguero de la calle Ocho

Por Enrique Del Risco


Uno quiere pensar que muertes como la de Juan Manuel Salvat deben doler menos. Que cuando se ha cumplido el ciclo vital a plenitud como fue su caso la muerte es menos desgracia que trámite inevitable. Porque el Gordo Salvat, como le llamaban desde joven, cumplió con todos los requisitos que se le imponían a un hombre de su tiempo. Rebelde connotado contra las tiranías que le tocaron en macabra suerte supo ser empresario exitoso, padre de familia, patriota y promotor de cultura, casi todo al mismo tiempo.

Cuando conocí a Salvat era ya una leyenda miamense. Había leído su edición de El color del verano, la arrebatada novela de Reinaldo Arenas con ese fervor que solo se puede encontrar en una Habana hambrienta, entre tantas cosas, de lecturas así. Era Salvat la tabla de salvación de libros que por aquel entonces no podían encontrar acomodo en ningún otro sitio. Libros gusanos, quiero decir. Libros que, independientemente de su valor literario, histórico o antropológico, cargaban con el estigma de que sus autores transitaban por el lado equivocado de la historia cuando el rumbo correcto de esta lo marcaban abominaciones como la llamada Revolución Cubana.

Acudí a Salvat para publicar una colección de artículos humorísticos gusanos que en principio pensaba llamar La política cómica pero que, enterado de que en aquellos tiempos existía un periodiquito en Miami de igual título cambié por el de El Comandante ya tiene quien le escriba. Salvat fue todo lo amable que se puede ser en aquellas circunstancias: yo llegaba con el que iba a ser mi primer libro en Estados Unidos, o en Miami, si es que eso es compatible. Con todo el desparpajo que cabe suponer, con toda la torpeza. Pensando que hasta algún dinero le podría sacar a aquel librillo. Pero ¿iba a sacar de paso a alguien que había tratado a Lydia Cabrera, a Carlos Montenegro, a toda la generación de Mariel?

Hasta donde sé en Universal había dos categorías de autores: los que pagaban para publicar y los que no. Nunca escuché que hubiese autores que pertenecieran a una tercera categoría, la de los que recibían dinero por los libros, aunque tampoco lo descarto. Salvat comentaba, riéndose, que Lydia Cabrera lo más cerca que tuvimos los cubanos de una aristocracia intelectual, lo llamaba El Bodeguero de la calle Ocho. Hijo de un bodeguero literal de Sagua la Grande a quien había ayudado siendo niño, el mote, lejos de ofenderlo, debía reportarle no poco orgullo. Los libros pueden ser una mercadería tan digna o tan indigna como otra cualquiera. Que otros vieran su tránsito de luchador clandestino a editor y librero como dos fases de una misma batalla contra la opresión o la insignificancia. Salvat entendía que al final lo que importaba era que cuadraran las cuentas con las cuales mantener a su familia y hacer que Universal siguiera funcionando. Cumplía con sus autores imprimiendo sus libros, poniéndolos a la venta y cumpliendo con el ritual de invitarlos a comer a Casa Juancho en donde te conminaba a que probaras el cordero, lo mejor del menú. No cabía espacio para otra misión de beneficencia que no fuera convertir en libros manuscritos que de otra manera se hubieran perdido en el reciclaje perpetuo de los basureros del exilio.


Durante años cultivamos una relación distendida, con o sin libros por medio. Nuestras familias coincidían en Miami Beach donde Salvat tenía un apartamento y nosotros usábamos el que nos prestaba otra librera y editora, Teresa Mlawer, cubana que, con tesón parecido, se había abierto camino en Nueva York principalmente con la edición y venta de literatura infantil. Una amistad de arena y sol del verano permanente de Miami y de las visitas obligadas a Universal para encontrar con libros y amigos inesperados. O encuentros en la feria del libro de la ciudad donde en las mesas correspondientes a la librería permanecía, inagotable, El comandante ya tiene quien le escriba. Entre nosotros el dinero por la venta de los libros nunca fue un problema: nunca le reclamé un centavo, ni me lo pagó.

Pero de todas las conversaciones que tuve Salvat la que mejor recuerdo fue una de las primeras. Supongo que fue el día en que acordamos que publicaría mi libro. Todavía estábamos conociéndonos. Hablamos de la historia cubana reciente que era también la de su vida. De sus misiones clandestinas bajo el ojo implacable del castrismo, del cañoneo desde una lancha del edificio Rosita (reconvertido en el Sierra Maestra) donde se suponía que un grupo de jerarcas soviéticos celebraban algo. Me mencionó las penalidades increíbles que tuvieron que pasar en los primeros años del castrismo: las prisiones, los compañeros fusilados. “Nada de lo que vino después se compara con lo que pasamos nosotros”, concluyó. Con toda mi arrogancia de aquella edad lo contradije. Le comenté que peor debió haber sido para la generación del Mariel, gente continuamente acosada por un régimen ya totalmente constituido, donde hasta la familia les retiraba el saludo. Luego, el escarnio horroroso contra los que se atrevían a irse para llegar a Estados Unidos y ser asolados por la alienación de los inadaptados y la epidemia del SIDA. Lo lógico era que en ese momento Salvat se hubiera aferrado a sus propias desventuras e imponerlas sobre las ajenas frente a uno que no había conocido de primera mano ni unas ni otras pero aquellos ojos claros en su cara redonda tuvieron un momento reflexivo para concluir:

-Sí, es posible.

En esa concesión nada trivial -Dios sabe lo celosos que somos los cubanos con la importancia de nuestros sufrimientos- Salvat me reveló una de las claves de su incansable gestión. Esa paciencia, esa falta de arrogancia, tan rara entre compatriotas, tuvo que ser decisiva para conservar ese refugio de libros clavado en una arteria -la calle 8- por la que circulaba con mucha más fluidez la yuca y la carne de puerco. Por noble que pudiera parecer su trasiego con libros no habría podido sostenerlo por tanto tiempo de faltarle su humildad y tesón de bodeguero.


Con el escritor Luis Aguilar León

Decía al principio que una muerte como la de Salvat nos debía doler menos sabiendo que faltaba a la verdad. Porque, para un ser limpio y empecinado como Salvat, todos los honores y agradecimientos que recibió en vida debieron parecerles pocos comparados con la conciencia de que el país que tantos desvelos le causó sigue asfixiado por el mismo yugo contra el que luchó desde su juventud por todos los medios a su alcance. El dolor que debió sentir hasta el último minuto ante ese fracaso esencial, más que todos sus éxitos, nos da la verdadera dimensión de valor de gente como Salvat.

Wednesday, November 27, 2024

Juan Manuel Salvat (1940-2024)

Juan Manuel Salvat y José Basulto en 1962 

Juan Manuel Salvat, fundador de las Ediciones Universal en Miami en 1965, falleció ayer martes 26 de noviembre en dicha ciudada los 84 años de edad. Salvat había nacido en el 27 de marzo de 1940, en Sagua la Grande, provincia de Las Villas. De acuerdo con el Diario de las Américas Juan Manuel Salvat era hijo "de Manuel Salvat Martínez y Consuelo Roque Olivé" y "creció en una pequeña tienda de víveres en Cuba, en la que ayudaba a su padre a despachar alimentos, arroz, frijoles y azúcar”. “De joven, decidió estudiar Derecho en la Universidad San Juan Bautista de la Salle, en Cuba; sin embargo, terminó solo el primer año y parte del segundo, pues en 1959 se matriculó en la Universidad de La Habana” en la facultad de Ciencias Sociales donde llegó a alcanzar el cargo de vicesecretario general de la Federación Estudiantil Universitaria en dicha escuela.


Sin embargo el 5 de febrero de 1960 su vida cambiaría de manera radical: “’Se había anunciado que el dirigente soviético Anastas Mikoyan, uno de los máximos responsables de la masacre rusa en Hungría, llevaría una corona de flores a la estatua de Martí en el Parque Central. Un grupo de estudiantes nos organizamos para llevar pacíficamente una corona en forma de bandera cubana, como desagravio. Al realizar nuestro acto de protesta, fuimos reprimidos por la Policía del Gobierno y llevados prisioneros al G-2’, dijo Salvat al historiador cubano Rafael Rojas en una entrevista publicada en la revista Encuentro de la Cultura Cubana en los años 90”.

"Luego vino la expulsión de la FEU y de la universidad, en actos públicos en la Plaza Cadenas, donde nos rodearon turbas a los gritos de 'paredón'” explicó en la misma entrevista. A partir de ahí " tomamos el camino de la conspiración, fundando, en la misma tradición de los estudiantes cubanos de los 20 y los 50, el Directorio Revolucionario Estudiantil". El lema de la organización era “"José Antonio Echeverría, con tus ideas en marcha". Miembro del DRE Salvat salió y regresó "en varias ocasiones a la Isla de forma clandestina y con documentación falsa, para realizar campañas de propaganda y otras acciones contra el régimen cubano”. En la nota del Diario de las Américas se menciona que en “1961, luego de ser detenido durante un tiempo en Cuba, organizó su salida forzosa de Cuba a través de la Base Naval de Guantánamo”.

"El compañero del DRE, Julio Hernández Rojo, organizó el viaje. En julio de 1961 logré, con ayuda, saltar la cerca. Ya se había avisado a la Base y un Jeep de los Marines vino a recogerme pues en ese lugar había minas y no podía moverme hasta que ellos llegaran. A los pocos días, junto con Manuel Guillot y Rafael Quintero, nos llevaron en avión a Cayo Hueso, y de allí a Miami donde ya estaban mis padres, hermanos, mi novia y después esposa, Marta Ortiz Iturmendi, el gran amor de mi vida".



De acuerdo con la nota publicada por su fallecimiento por Diario de Cuba en 1965 Salvat “creó en Miami la Distribuidora Universal, y en 1968 comenzó a publicar libros bajo el sello de Ediciones Universal. En sus más de 40 años de historia, Ediciones Universal, considerado el más grande proyecto editorial cubano del exilio, publicó más de 1.000 títulos, la mayoría de autores o temas cubanos, toda vez que Salvat consideró como su misión principal el preservar, a través de los libros, "los valores fundamentales de nuestra cultura".

“Entonces, Miami no era lo que es hoy, ni los cubanos eran la mayoría, pero había un mercado, una inquietud muy grande por leer en español y leer libros relacionados con Cuba. Formábamos parte de un exilio que pensaba en regresar a la isla y que quería estar más cerca de Cuba, a través de los libros”, dijo Salvat en exclusiva a DIARIO LAS AMÉRICAS.

Hasta el 2013 Juan Manuel Salvat conservó la librería Universal en la calle 8 donde, entre un largo catálogo de libros en español ofrecía el largo millar de títulos publicados por su propia editorial. Entre estos se encontraban desde clásicos cubanos como Heredia o Martí, libros testimoniales hasta las primeras ediciones de títulos de autores imprescindibles del exilio como Lydia Cabrera, Enrique Ros, Carlos Montenegro, Enrique Labrador Ruiz, Calixto Masó, Antonio de la Cova, Luis Aguilar León, Eladio Secades, Ramón Chao, Emilio Cueto, Octavio R. Costa, Jorge e Isabel Castellanos, Reinaldo Arenas, Carlos Victoria, Guillermo Rosales, José Abreu Felippe, Nicolás Abreu o Luis de la Paz.

NOTA LUCTUOSA DE PRENSA

 


Nueva York, 26 de noviembre de 2024

La Junta Directiva de la Academia de la Historia de Cuba en el Exilio, a nombre de todos sus miembros y colaboradores, se une al luto de la Cuba eterna por el fallecimiento en Miami en el día de hoy de uno de sus más firmes y destacados hijos: Juan Manuel Salvat. Cristiano de fe y práctica cabal, patriota de ideas y acción sin treguas, hombre de armas y almas tomar, deja una huella de amor infinito en todos los que tuvimos el placer y el honor de conocerlo y trabajar con él. Como decano de los editores cubanos del Exilio, su labor incansable por salvaguardar lo mejor de la cultura cubana allende los mares, lo había convertido en puerto seguro de las letras desterradas que de la Patria nunca se han ido del todo. De mente y corazón abiertos, jamás fue sectario más que del amor a Cuba, Dios, la familia, y a todos cuantos tocaban a sus puertas en busca del reposo del guerrero que bien sabía del doloroso peso sublime de llevar en sí el decoro de muchos cuando había muchos sin decoro.

Nuestras condolencias a su familia, que era parte indisoluble de su persona, sus luchas, sus logros y sus tenaces esperanzas por Cuba siempre. Que en la Paz del Señor descanse.

 

Dr. Octavio de la Suarée, presidente.                      Dr. Eduardo Lolo, secretario.

 

Tuesday, November 26, 2024

Un cubano en la OEA (XII)

 Por Guillermo A. Belt

Baena Soares


En el sótano

El año 1988 terminaba y con él mis siete años al frente de la secretaría de los órganos políticos de la OEA. Val McComie sugirió al Embajador Baena la conveniencia de trasladarme a la oficina del Secretario General en vista de las frecuentes ocasiones en que se me llamaba a trabajar directamente con él. No presencié la conversación, pero sí la respuesta de Baena cuando me invitó a su despacho. Llamó por teléfono a McComie para decirle que me trasladaba de inmediato a su oficina, con mi cargo, y además a Gyliane Kalogerakis con el suyo.

Esto significaba la pérdida para McComie de dos cargos permanentes en el siempre escaso presupuesto de la OEA, por lo que el afectado habrá hecho una objeción. Pocas veces había visto a Baena molesto. En esta oportunidad, el tono de su voz me indicó que lo estaba pues se limitó a contestarle secamente que su decisión no estaba sujeta a discusión.

Como asesor especial del Secretario General pasé de tener ciento veinte y tantos funcionarios bajo mi dirección a contar con una sola colaboradora. Con Gyliane debimos mudarnos de nuestras oficinas en la primera planta del Edificio Principal, a diez pasos del Consejo Permanente y con grandes ventanas por las que veíamos el monumento a George Washington, a una en los sótanos del mismo edificio, sin vista alguna al exterior. Esta defenestración me recordó la sufrida a la caída de Betances.

Como en aquella ocasión, la gente comenzó a mirarnos con cara de lástima, en el mejor de los casos. Uno de mis ex funcionarios vino en nuestra ayuda. Víctor Jiménez, jefe de los oficiales de sala, era más amigo que subalterno, y leal como pocos. Se presentó en mi oficina, expresó su opinión contraria a mi salida de la dirección en términos muy suyos, y dijo que él nos mudaría a Gyliane y a mí para asegurar que el traslado físico se hiciera como era debido. De no habérselo impedido, Víctor habría removido hasta el librero empotrado, con documentos oficiales encuadernados, que tenía en mi despacho de director. Insistió en mudarme, eso sí, con mi escritorio de madera, ciertamente más elegante que los de metal gris de uso corriente.

Ya instalado en el sótano recibí mis primeras instrucciones. El jefe de gabinete del Secretario General, Ubiratam Rezende, sucesor de Chohfi, me encargó la redacción de un discurso para el Embajador Baena. Yo sólo había escrito un par de discursos en la universidad, y esos para decirlos yo mismo. Ninguna experiencia tenía en la redacción de discursos para otra persona, mucho menos para un excelente diplomático formado en la famosa escuela fundada por el barón de Rio Branco en Itamaraty.

Más de 30 años después recuerdo claramente cuánto empeño puse en la redacción de aquel primer discurso para mi nuevo jefe. En cambio, no tengo la menor idea del tema o de la ocasión. Pero sí puedo decir que Baena hizo leves cambios de redacción y ninguno de fondo. Cuando me tocó el segundo encargo de este tipo puse el mismo cuidado en el fondo y la forma, esta vez con algún optimismo acerca del resultado de mi trabajo. Al tercer o cuarto borrador tuve mi recompensa. El Embajador Baena me dijo que le había gustado cómo enfocaba los temas, así como el estilo de mi redacción.

Al lector a quien a estas alturas veo como amigo le hago una confesión. Me preocupaba la posibilidad de verme dedicado a tiempo completo a escribir discursos y otros textos para el Secretario General. Las responsabilidades de mi cargo anterior habían demandado cualidades diplomáticas y gerenciales, en contacto diario con los embajadores y colegas de la secretaría. En cambio, ahora se me presentaba un panorama de trabajo en solitario, encerrado en una oficina subterránea, sin mucho contacto con otros funcionarios y ninguno con el Consejo Permanente.

La carencia de recursos financieros, problema recurrente en la OEA, vino a rescatarme. La administración arrendó al Banco Mundial tres pisos del edificio propiedad de la OEA en la calle F, como paliativo para el déficit presupuestario. El Departamento de Recursos Materiales preparó los planos para redistribuir las oficinas de la Secretaría General en los pisos restantes. Rezende me encargó la tarea de informar a los jefes de las dependencias afectadas sobre la nueva ubicación de sus respectivas oficinas, con la consiguiente reducción de espacio.

Al comienzo de estos recuerdos me referí a la importancia de la ubicación de oficinas en el mundo de la burocracia. El lector comprenderá la dificultad que debí enfrentar, por ejemplo, al decirle al Secretario Ejecutivo de la Comisión Interamericana de Derechos Humanos que sus amplias dependencias serían trasladadas a otro piso, con menor número de ventanas y de pies cuadrados – símbolos de poder burocrático, como sabemos.

Si como director de los servicios de apoyo a los cuerpos políticos gocé en algún momento de la simpatía de mis colegas en otros sectores, poco de ese sentimiento quedaba cuando concluimos la redistribución de oficinas en la calle F. Así, con el tiempo y un ganchito (gracias a Pedro Infante por cantarla muy bien) iniciamos Gyliane y yo una nueva etapa de nuestro destierro, que nos sacaría a ambos de los sótanos del histórico Edificio Principal de la OEA.

Panamá

El presidente de la Reunión de Consulta sobre Panamá, embajador Julio Londoño, ministro de RREE de Colombia, conversa con el Secretario General, embajador Baena Soares. (al fondo, de pie, el autor)

El domingo 7 de mayo de 1989 el pueblo panameño votó masivamente y eligió presidente a Guillermo Endara, con sus compañeros de fórmula Ricardo Arias Calderón, para la primera vicepresidencia, y Guillermo Ford para la segunda. Panamá llevaba varios años bajo el control militar del general Manuel Antonio Noriega, quien se negó a aceptar la derrota de sus candidatos, precipitando manifestaciones populares que fueron reprimidas por la fuerza pública. En una de ellas, Ford fue herido cuando caminaba pacíficamente junto a sus partidarios. La imagen del candidato manando sangre recorrió el mundo y captó la atención internacional.

El Consejo Permanente, en reunión extraordinaria celebrada a pedido del Embajador Edilberto Moreno, de Venezuela, convocó a la Reunión de Consulta de Ministros de Relaciones Exteriores para examinar un problema “de carácter urgente y de interés común para los Estados Americanos”, como reza la Carta de la OEA. Los Cancilleres, presididos por el de Colombia, Embajador Julio Londoño Paredes, crearon una Misión integrada por los ministros de Relaciones Exteriores de Ecuador, Guatemala y Trinidad y Tobago, asistidos por el Secretario General, con el fin de promover urgentemente fórmulas de avenimiento para la transferencia del poder “con el pleno respeto de la voluntad soberana del pueblo panameño.”

Al lector interesado (no pierdo la esperanza de encontrarlo) en indagar sobre el tema le recomiendo el libro Síntesis de una gestión, 1984-1994. El Embajador Baena Soares relata a lo largo de 15 páginas las actividades de la Misión en sus cinco visitas a Panamá entre mayo y agosto. Más adelante explicaré el origen de ese libro que recoge las principales actuaciones en la década de Baena Soares. Aquí me limito a contar unas anécdotas personales, excluidas de la obra citada por razones que ya veremos.

Inmediatamente después de su elección para presidir la Reunión de Consulta, celebrada en el imponente Salón de las Américas, el Embajador Londoño me dijo que se alegraba de la oportunidad de trabajar juntos nuevamente. Al contestarle que ya no tenía mis antiguas funciones, resolvió el asunto de un modo práctico. Me indicó sentarme detrás suyo, al lado de uno de sus asesores, y decirle a éste lo necesario para la buena marcha de la presidencia. El asesoramiento triangular funcionó a las mil maravillas, con el asesor repitiendo al presidente mis sugerencias sobre aplicación del reglamento.

Tan pronto se creó la Misión Baena me designó para acompañarlo junto con Edgardo Costa Reis, director del Departamento de Información Pública, Carlos Goldie y Fritz Méndez, funcionarios del despacho del Secretario General. Participé en todas las reuniones de la Misión durante sus viajes a Panamá, y en la primera de ellas asumí por cuenta propia una tarea que por fortuna pude cumplir satisfactoriamente.

Desde el comienzo el Canciller ecuatoriano Diego Cordovez mostró su intención de dirigir a sus colegas y, desde luego, al Secretario General como si le cupiera la responsabilidad de presidir la Misión, lo que no era así. En la primera sesión para organizar nuestro trabajo, al plantearse la conveniencia de hablar con el general Noriega, de inmediato le asignó a Baena la difícil tarea de lograr la entrevista. Este, fiel al protocolo, dijo que la solicitaría por conducto del ministro de Relaciones Exteriores, Jorge Ritter.

Conocíamos bien a Ritter, hijo del ex embajador de Panamá en la OEA, Eduardo Ritter Aislán. Pero a mí se me ocurrió una vía más rápida y segura. Con un pretexto cualquiera pedí permiso para ausentarme por unos minutos y salí en busca de un personaje que decía apellidarse White, quien oficialmente era el jefe del personal asignado por el gobierno para velar por nuestra seguridad, pero en realidad estaba allí para informar de nuestras actividades.

Lo encontré a pocos pasos del salón donde estaba reunida la Misión. Vale anotar que entre panameños y cubanos nos entendemos bien, por regla general. Saludé a White cordialmente y medio en broma le pregunté si podía comunicarse con el ayudante del general Noriega por el aparato de radio que tenía, o si lo llevaba de adorno para impresionar a los demás. Me echó una mirada medio en serio, presionó un botón, habló brevemente y cinco minutos después apareció un hombre joven, de guayabera como White, y me saludó chocando los talones. Le dije que la Misión deseaba ser recibida por el general Noriega, de ser posible. Se alejó unos pasos y habló por su radio portátil en voz baja. Al cabo de tres o cuatro minutos regresó y se cuadró de nuevo. El general recibiría a la Misión de la OEA en su cuartel del Fuerte Amador al día siguiente, a las 10 de la mañana.

Cuando le dije a Baena en privado que teníamos la reunión concertada se excusó con los demás para apartarse unos pasos y hablarme discretamente. Me preguntó si yo estaba seguro de la cita, y cómo la había logrado. Estaba confirmada por uno de los ayudantes militares de Noriega, le contesté, y le daría los detalles más tarde. Cuando anunció la cita a los miembros de la Misión hubo sorpresa por la rapidez del trámite, y complacencia por el resultado.

En otra visita a Panamá, cuando los Cancilleres tuvieron que regresar a sus países, Baena, que regresaba a Washington con Costa Reis, Goldie y Méndez, me encargó permanecer en el país para celebrar sin interrupción las reuniones entre los partidos de oposición, los del gobierno y representantes del Poder Ejecutivo y las Fuerzas Armadas en el denominado Diálogo Tripartito. De tal suerte, durante varios días encabecé ese diálogo. Para entonces nos conocíamos todos, así que las reuniones fueron cordiales y, como creímos entonces, exitosas.

Consigno aquí mi agradecimiento a Carlos Alberto Montaner, mi distinguido compatriota, quien me llamó por teléfono antes de partir nosotros a Panamá para decirme que había recomendado a sus amigos Ricardo Arias Calderón y Guillermo (“Billy”) Ford ponerse en contacto conmigo. Así lo hicieron y tuve el privilegio de reunirme con ellos privadamente para conversar sobre la situación tan pronto llegamos al país. A su vez, Ricardo y Billy me presentaron a Guillermo Endara. Surgió en ellos tres una relación de confianza conmigo que me resultó sumamente provechosa para mantener al Embajador Baena al tanto de la posición de los candidatos victoriosos en las elecciones.

Los caminos de la OEA, como el del infierno, están empedrados de buenas intenciones. La Misión designada por la Reunión de Consulta trabajó inteligentemente, logrando acuerdos que habrían pavimentado el camino de salida de la crisis desatada por Noriega al anular los comicios que a todas luces había perdido. Pero prevaleció la soberbia del comandante en jefe de las Fuerzas de Defensa de Panamá. A última hora Noriega se negó a dejar su cargo, acogiéndose al retiro, como se había acordado en principio.

De su quinta visita regresó la Misión el 22 de agosto y presentó el que resultó ser su último informe a la Reunión de Consulta. Esta exhortó a los panameños a continuar buscando una solución y ofreció de nuevo la asistencia de la Misión, siempre que las partes la solicitaran. El pedido nunca llegó. Tras el frustrado ataque al cuartel general de las Fuerzas de Defensa por 200 de sus miembros, algunos de los cuales fueron ejecutados sin juicio, la crisis continuó empeorando. En la madrugada del 20 de diciembre de 1989, tropas de los Estados Unidos invadieron Panamá.

Trágico final de un gran esfuerzo diplomático y político por parte de la OEA, en el cual me honra haber participado. Aprendí mucho de Baena, un poco de los Cancilleres Mario Palencia, de Guatemala, y Sahadeo Basdeo, de Trinidad y Tobago, y bastante de las maniobras de Cordovez. Conocí al asesor del ministro Basdeo, el entonces embajador en Venezuela Christopher Thomas, quien llegaría a ser Secretario General Adjunto y en tal calidad mi jefe directo, en una de esas vueltas que da la vida. Como también las da la OEA de vez en cuando.

Antes de pasar a la próxima misión junto a Baena, me permitiré recordar un aspecto familiar muy doloroso que sería injusto omitir.

Mi padre

La Misión de la Reunión de Consulta en 1989 me colocó ante una situación muy difícil. Tuve que viajar a Panamá varias veces mientras mi padre, gravemente enfermo, vivía sus últimos días. Me costaba trabajo concentrarme en las complejas tareas por delante mientras dependía a diario de las noticias de su estado crítico, enviadas por mi madre, hermanos y amigos desde Washington.

El 15 de junio, horas antes de regresar a la sede al cabo de nuestro segundo viaje, leí en la prensa panameña una nota escrita por un tal Luis Manuel Martínez, antiguo defensor de Batista en Cuba, dedicado a la defensa de Noriega, por dinero ahora como antes. Creyendo que era mi padre quien había venido al país con la Misión, le dedicó las calumnias habituales del Partido Comunista en Cuba: que era “proyanqui” y venía a salvaguardar los intereses de EE.UU.

Me indignó la injusticia de este farsante disfrazado de periodista. Pedí a Carlos Goldie transcribir mi respuesta, dictada a la carrera minutos antes de partir al Palacio de las Garzas para despedirnos del Canciller y del asesor de la presidencia, el exembajador en la OEA Nander Pitty. En el automóvil le mostré el texto a Baena. La última oración era un reto a duelo, opinó, y así era, porque le decía a Martínez que le respondería sus calumnias cara a cara, en Panamá o donde quiera lo encontrase.

El Embajador Pitty me conocía y también a mi padre. Me sugirió no hacer caso a las calumnias del falso periodista. Explicándole la imposibilidad de mi padre para contestarlas, le entregué mi texto. Amablemente me ofreció hacerlo publicar en La Estrella de Panamá. Cumplió su ofrecimiento y el día siguiente me envió a Washington el recorte del diario principal del país.

Dos semanas después, el 2 de julio, mi padre moría en un hospital de Virginia tras una intervención quirúrgica. Faltaban doce días para su cumpleaños, que hasta entonces había celebrado siempre mi madre, en Cuba y luego en el exilio, con una reunión de la familia y los amigos más íntimos.

Me duele hasta hoy que mi padre no haya podido leer mi escrito en su defensa. Le habría complacido que su hijo mayor tiró por la borda las normas de protocolo y los reglamentos para funcionarios internacionales al lanzar un desafío público a uno de los principales defensores del llamado hombre fuerte de Panamá. En el terreno de este último, además.

El trágico legado del faraón


Por Pedro Corzo

Aunque han trascurrido ocho años de su muerte, debemos reconocer que su infausto legado sigue en pie, el régimen totalitario que edificó ha sido exitoso en el único propósito de vida de Fidel Castro, la toma y conservación del poder absoluto.

El dictador cubano gobernó como un faraón del Egipto del Imperio antiguo. Poder dominante, decisión sobre la vida y hacienda de sus súbditos y una proyección imperialista que solo aceptaba el sometimiento de sus vecinos.

La primera constitución del totalitarismo en 1976 fue elaborada para institucionalizar su voluntad, pudiéndose apreciar a plenitud esta consideración cuando los legisladores castristas por orden de su soberano Fidel, ante la gestión exitosa del proyecto Varela que dirigió Osvaldo Paya, decidieron enmendar la Constitución declarando que el socialismo, léase totalitarismo, era irrevocable.
Castro para desgracia del pueblo cubano tuvo una vida larga e improductiva y para que su herencia fuese aún más lastimosa, el totalitarismo le ha sobrevivido por haber sido capaz de transferir a sus seguidores, la maldad e ineficiencia que le caracterizo en vida.
Fidel Castro ha sometido a Cuba y los cubanos, para nuestra vergüenza, por más de seis décadas y media. Su mandato supremo se extendió por 49 años, convirtiéndolo en el gobernante que mas tiempo ha usufructuado el poder en los siglos XX y XXI.
Cierto que el eterno deterioro del sistema se ha profundizado, se aprecia irreversible y con un final anunciado, pero la agonía extendida hará aún más desastroso el final para la ciudadanía.

Quizás el dictador designado, Miguel Díaz Canel, sea el enterrador. Ojalá sistema y trásfugas sean sepultados juntos, pero no podemos desconocer que el futuro de la nación está muy amenazado y corroído por las enseñanzas y prácticas del totalitarismo.
El Totalitarismo se dio nuevas leyes. Las parodias de procesos legales permitían asesinatos públicos. Se fusiló en parques, cementerios y patios de las escuelas. Se militarizó la sociedad. Se implantó el terror. Se impuso un paradigma que promovía el odio y el tableteo de las ametralladoras para resolver las diferencias. Las bases culturales y morales de la nación, como parte de un Plan Nacional que pretendía recrear la conciencia ciudadana, fueron quebradas para introducir nuevos valores y dogmas que han dejado en muchos ciudadanos una falta de principios éticos que los conduce a lidiar con una bancarrota moral.

La crisis de civilidad entre los cubanos es muy profunda. Las normas de convivencia, respeto a las discrepancias y hasta las de urbanidad han sido execradas por el gobierno durante más de 65 años, situación que se aprecia en la gestión de amplios sectores de la población, incluidos algunos de los que rechazan al régimen.

La educación en general fue sustituida por la cultura del barracón, quien posee el garrote mayor tiene la razón. El régimen hizo pública su intención de crear un Hombre Nuevo. Les negó a los padres el derecho a participar en la formación de sus hijos. Impuso la norma de trabajo y escuela, imponiendo la disfuncionalidad de la familia.
Las secuelas de un sistema excluyente como el impuesto en Cuba son muy perniciosas. Los civilistas de la isla tienen un gran trabajo por delante. Tendrán que afanarse muy fuerte para cambiar la mentalidad de una amplia porción de la población. Laborar para que los ciudadanos adquieran conciencia de sus derechos y deberes.
Numerosos ciudadanos, específicamente los que se identifican con la dictadura, tienden a ser violentos con quienes difieren de sus puntos de vista. No aceptan las rivalidades, rechazan el dialogo o el debate, la fuerza es el principal argumento en la promoción del modelo político que defienden, lo que ha incidido en el aumento de la delincuencia, que, a pesar de la brutal represión, no ha sido controlada.

Los partidarios del castrismo actúan como si estuvieran defendiendo una religión. Acertado estuvo el escritor José Antonio Albertini cuando calificó al régimen cubano de ser una autocracia más genuina que la de Irán, ya que conto con un dios viviente en la figura de Fidel Castro y un sacerdote mayor encarnado por su hermano Raúl.
La herencia de Fidel Castro esta compuesta por un inmenso prontuario policial. Sus crímenes de sangre fueron muchos, pero los mas devastadores han sido el daño antropológico a las nuevas generaciones de cubanos como ha denunciado Dagoberto Valdés.